Thursday, August 31, 2017

Palabra de Dios (cuento)

PALABRA DE DIOS

 La batalla había durado todo un día. Desde el momento en que los combatientes se dispersaron por el campo tomando las posiciones que les habían sido indicadas, mientras la bruma del amanecer inundaba todavía la atmósfera cargada de tensión.
Cuando ambos ejércitos estuvieron frente a frente, cada uno en las laderas que culminaban en un depresión del terreno, era posible ver las formaciones del enemigo, sus estandartes y jefes. Cada uno de los generales observó con detenimiento para tratar de hallar un hueco, una falla en la defensa del oponente, en suma un sitio por donde asestar el primer golpe. Robert de Croan, Gran Maestre de la Orden del Temple y el Emir Nuredín, dieron al unísono la voz de avanzar a toda marcha y las masas obedientes se lanzaron a la carrera en medio de una gritería infernal. El aire se llenó de polvo levantado por los pies de los soldados y cuando ambas vanguardias se encontraron, el ruido de las armas chocándose, los lamentos de los heridos y las órdenes se mezclaron en el fragor del combate.
Fue una sucesión de avances y repliegues. Marchas a un lado y otro del frente. Arqueros, infantería y caballería hicieron a su turno estragos en las líneas enemigas y la tierra se sembró de cadáveres, de sangre y de armas abandonadas. Cuando el Sol comenzaba a bajar hacia el oeste sobrevivían pocas almas en pie y con afán de seguir contendiendo. En pocos minutos solo quedaron frente a frente los generales, sobre sus caballos sudorosos y agotados.
-¡Por Alá! – vociferó el Emir.
-¡Por Dios y Jesús mi salvador!- exclamó el Maestre con igual ímpetu.
Y corrieron cada uno al encuentro del otro, espadas en mano listos para asestar el golpe final. Cuando se cruzaron, solo se escuchó un sordo ruido en el momento en que las armas abrieron la carne y golpearon contra los huesos. Al detenerse los caballos, el Emir cayó pesadamente al suelo mientras la sangre le fluía de una herida abierta bajo su brazo. El Maestre duró unos segundos más sobre su cabalgadura. Contempló el campo cubierto de cadáveres y a los buitres rondando entre la carne muerta. Luego cayó a un costado, la espada del Emir se había incrustado en un sitio abierto bajo el peto de la armadura.
Mientras pugnaba por permanecer el mayor tiempo posible con los ojos abiertos, vio a una de las aves de rapiña a su lado, impaciente, y recordó el sermón de la montaña:
“Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
Cerró los ojos.






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