13.Aprendiendo el significado de
ciertas miradas
Pocos meses
después de comenzar las reuniones con su prima, Roberto cruzó la segunda
barrera. Inesperadamente. Tal vez hubo influido el nuevo aire de libertad y
tolerancia que imperaba tras la vuelta de la democracia o tal vez no, pero lo
cierto fue que de pronto comprendió los códigos elementales para iniciar una
relación homosexual.
Todo
comenzó una tarde de otoño. La temperatura era cálida para la época de año e
invitaba a salir a la calle a disfrutarla antes de que llegaran los primeros
fríos. Roberto se dirigía al estudio, caminando lentamente, se detenía a ver
las vidrieras, mientras pensaba en el proyecto que estaba elaborando en aquel
entonces cuando le llamó la atención un hombre parado en la acera de enfrente,
en la escalinata de una iglesia, haciéndole visibles señas con la cabeza. El
hecho le llamó la atención por que en realidad no había estado prestando
atención al sitio donde estaba parada la persona, pero sintió un impulso
repentino de seguir mirando. Caminó unos
pasos y giró la cabeza para comprobar si era cierto lo que había observado. Y
lo era. El individuo estaba allí haciéndole señas cada vez mas claras.
Al llegar a
la esquina se detuvo. No quedaba duda y estaba dispuesto a no perder la
ocasión. Se paró mirándolo fijamente. El extraño cruzo la calle y se acercó a
él.
-Hola ¿que
andas haciendo?- le preguntó.
-Paseando
un rato- contestó Roberto, cuidándose de ser más explícito
-¿Sabes por
que te hice señas?-
-Por
supuesto- dijo, comenzando a sentirse cómodo con la situación
-¿Tenes
lugar?-
-No, lo
lamento-
-No te
preocupes, podemos ir a la casa de un amigo, pero no hoy, podemos quedar para
otro día-
-Está bien,
no hay problema-
El
individuo era de baja estatura, mucho más que Roberto, poco cabello canoso
desordenado por el viento, que lo hacía verse mayor de lo que realmente era,
estaba pulcramente vestido con un traje color marrón y llevaba un libro en la
mano, su cara reflejaba cierta sutil lascivia que lo excitó.
-¿Que te
gusta hacer?- le inquirió directamente.
Seguro de
aquello que siempre había deseado toda su vida le contestó.
-Soy
pasivo, totalmente pasivo-
-Bien, eso
me gusta. ¿Cuando nos vemos?-
-Cuando
quieras-
-¿Te parece
el viernes, en este mismo lugar a las cuatro?-
Roberto
asintió. En verdad le parecía increíble que al fin cumpliría su sueño mas
anhelado. Con la excusa de tener que ir a trabajar se despidió de aquel hombre
no sin antes averiguar su nombre.
-Luis, y
vas a ver que la vamos a pasar muy bien-
Mientras
esperaba el día tan ansiado, Roberto comenzó a pensar en los riesgos, era muy
lindo eso de poder tener relaciones con un hombre que estaba dispuesto a
hacerlo gozar pero el primer temor que lo acechó fue el hecho de ir con una
persona desconocida a una casa desconocida donde vivía otro individuo también
desconocido, el segundo tema fue el temor al SIDA. ¿Como podía saber si ese
hombre no estaba infectado y lo podía contagiar?. Sopesando pros y contras, se
debatía entre la promesa de placer y la cordura. Finalmente ganó esta última. Cuando
llegó el día indicado no fue a la cita.
Esa misma
noche, insomne, se arrepintió. Daba vueltas en la cama mientras escuchaba a
Marga resoplar de furia, fiel a su costumbre de hablarle lo menos posible, por
que no la dejaba dormir.
Soy un
idiota, pensaba. ¿Por que me privé de algo que estuve esperando tanto tiempo?.
Si, soy una persona adulta, puedo tomar mis recaudos, ver el sitio donde me
llevan y negarme a entrar según lo que vea. Y con respecto al SIDA, le pido que
use preservativo, es para su bien, también, ¿o no?. En definitiva, si de
riesgos se tratara, él mismo era también un extraño para el otro.
Antes de
dormirse había tomado una decisión, debería buscar a Luis, decirle que había
tenido problemas para llegar al encuentro, algo inventaría, y proponerle una
nueva cita. No era fácil, pero sospechaba que el hombre sería habitué de ese
lugar en donde lo había visto, una cuadra corta en donde se enfrentaban la
iglesia y una placita que ocupaba un sector de la manzana. Roberto estaba
seguro que esa placita era el lugar donde el individuo estaría a la búsqueda de
relaciones.
El lunes
siguiente, pasó por el sitio a la misma hora en que se había producido el
encuentro, pero Luis no estaba, dio un par de vueltas y desanimado volvió al
estudio. Al otro día volvió y así durante una semana. Cuando disponía de más
tiempo se sentaba unos minutos en un banco de la placita y miraba ansioso a
todos lados esperando ver a aquél hombre. A pesar de no encontrarlo estaba
decidido a continuar hasta que lo lograra. Algún día tendrá que aparecer por
allí. Estaba seguro.
Finalmente
lo vio, casualmente en el mismo banco en el que Roberto solía ubicarse durante
su ansiosa búsqueda. Se acercó y sentándose a su lado lo miró para constatar si
lo reconocía y al ver que no era así le habló.
-Hola, ¿me
conoces?-
El
individuo lo miró, en principio pareció que no, lo que produjo cierta zozobra
en Roberto. Ahora me manda al carajo, pensó, pero cuando una sonrisa tenue pero
visible adornó su cara supo que era bien recibido.
-Si, te
recuerdo, ¿que pasó que no viniste el otro día?-
-Tuve que
quedarme en el trabajo, lo lamento-
-Bueno,
pero podemos vernos otra vez-
-Si, claro-
Esta vez
estaba decidido, no debía dejar pasar de largo la oportunidad. Se dejaría
llevar donde fuera con tal de poder acariciar y ser acariciado por un hombre.
De poder saber por fin que era aquello que se le antojaba tan hermoso por lo
que había fantaseado tantas veces. De todas maneras supo que debía hacerle
saber de sus temores.
-¿Usás
preservativos?, por el SIDA, digo...-
-Si no te
hagas problema, yo me cuido, nadie sabe donde puede contagiarse, además mirame,
se nota que estoy sano-
Al menos
eso era visible de acuerdo a lo que Roberto había leído sobre la enfermedad.
Luis no tenía manchas en la cara y exhibía su obesidad sin cuidado. Como dirían
las vecinas del barrio vendía salud. Eso lo convenció.
Continuaron
la conversación unos minutos y Roberto le habló de su pasión por la ropa de
mujer, le dijo que le gustaría ponerse alguna prenda femenina mientras
mantenían relaciones. Luis no pareció muy entusiasmado por la idea.
-Yo me
vestía de mujer cuando era joven, pero ya no- le dijo y agregó
-Pero si a
vos te gusta hacerlo, traé alguna cosita y vemos-
Roberto
estaba exultante. Quedaron en encontrarse el día siguiente.
Al llegar
el momento, con la excusa de ir a ver una obra, Roberto dejó solo en el estudio
a Marcos y tomó un paquete que había hecho previamente con algunas prendas.
Llegó a la
esquina en donde debía encontrar a Luis con suficiente tiempo, lo esperó mirando
el reloj, impaciente, cuando se fue acercando la hora y luego de que esta
hubiera pasado. Esperó media hora más. Luego de ese lapso, comprendió que no
vendría. ¿que le habrá pasado? Se preguntaba. ¿habrá querido vengarse de su
falta anterior? ¿no le habrá gustado lo de la ropa de mujer? ¿o simplemente no
habría podido ir por otros problemas?
Volvió al
estudio decepcionado. Guardó el paquete dentro del bolso y se sentó en su
oficina a mascullar bronca. Perdí la gran oportunidad, se decía, inconsolable.
Pero cuando
salió a la calle y caminó en medio de la multitud ajena y desconocida estaba
convencido de que seguramente habría muchos otros como Luis, que bastaba tal
vez solamente un pequeño toque de audacia para descubrirlos. Y ese toque de
audacia lo debía dar él mismo. Si quería estar con un hombre debía buscarlo. Ya
no era un niño atemorizado. Era un adulto dueño de sus decisiones que había
aprendido que sabía muy bien lo que quería.
Y mientras
caminaba por esas aceras pobladas de gente comenzó a mirar a los ojos a los
hombres que se le cruzaban, aprendió a ver si la mirada le era correspondida,
se animó a darse vuelta para comprobar si continuaba el interés.
Así fue que
esa mañana de Mayo, transitando por las veredas de la avenida Córdoba se cruzó
con Edgardo.
14. A cambio de tu piel te entrego el
alma
A los
treinta y dos años, Roberto era un hombre atractivo en la plenitud física.
Alto, delgado, cabellos negros, piel morena, y penetrantes ojos marrones,
inquisitivos y sensuales. Se sentía muy a gusto con su apariencia y esa
sensación se traslucía en su andar seguro y casi desafiante. Miraba fijamente a
las mujeres al cruzarse con ellas, sólo para observar su reacción. A los
varones, con otro motivo.
Ese era en
el momento en que se encontró con aquel sujeto, de casi su misma edad, mas alto
y más corpulento o lo que se podía llamar una incipiente gordura, escaso
cabello, cortado casi al ras, castaño claro y una mirada que dejaba traslucir
bondad en un cuerpo que podía parecer el de un matón. Vestía campera de cuero,
pantalones de jean y botas tejanas.
Se cruzaron
en la vereda, Roberto lo miró a los ojos, descaradamente, como se había
propuesto hacerlo desde hacía unos meses. El hombre sintió la mirada y le
correspondió, ambos continuaron observándose hasta que pasaron uno al lado del
otro. Cuando había hecho unos cuatro pasos Roberto giró la cabeza. El individuo
estaba parado, viéndolo, no lo dudó, retrocedió sobre sus pasos y se acercó a
él.
El diálogo
exploratorio del comienzo fue similar al que había mantenido con Luis, se
preguntaron los nombres y supo que se llamaba Edgardo. Entonces éste le
preguntó lo que ansiaba contestarle.
-¿Que te
gusta hacer?-
-Soy
pasivo, totalmente pasivo-
-Umm ¡que
bueno!- dijo Edgardo en medio de una gran sonrisa. Y Roberto se sintió
halagado.
Edgardo
vivía casi enfrente de donde estaban parados, Roberto tenía el estudio a pocos
metros. Era una situación ideal. Sin demora combinaron en que Roberto iría al
departamento de Edgardo, al otro día, temprano, antes de ir a sus trabajos.
Esa noche
no pudo dormir. La ansiedad era sofocante. Esta vez no tenía dudas. Por
desconocidas razones estaba seguro que Edgardo era una buena persona, de la que
no cabía esperar una sorpresa desagradable, además lo había invitado a su
propia casa, sin conocerlo.
Se levantó
mas temprano que de costumbre, Marga no le preguntó por que, desayunó
rápidamente y salió a la calle. La ansiedad y la felicidad se mezclaban en su
mente. El viaje se le hizo interminable. Por momentos lo asaltaban las dudas,
¿estaría Edgardo en su casa? ¿no se frustraría como anteriormente con Luis?.
Los nervios lo acompañaron hasta el momento en que puso el dedo en el portero
eléctrico.
-¿Quien
es?-
-Roberto-
-Pasá-
El sonido
del portero fue música para sus oídos. Entró mirando de soslayo al portero que
lo observaba. No le importó. En su fantasía pensaba que el hombre sabría a que
venía. Esa fue, también, la primera vez
sintió una agradable sensación de orgullo por lo que iba a hacer.
Edgardo
abrió la puerta, el departamento era pequeño, de un solo ambiente, las paredes
pintadas en azul y el techo en blanco, un sillón de tres cuerpos tapizado en
cuero negro dominaba la sala que estaba separada del dormitorio por un mueble
formado por estanterías entre las cuales se podía ver la cama. La cocina y el
baño eran minúsculos y se accedía a ellos a través de puertas de rejillas,
pintada en blanco contrastando con el color de las paredes. Una puerta ventana
que ocupaba todo el ancho del dormitorio daba acceso a un balcón y brindaba una
vista panorámica de la calle. Roberto miró todo con atención mientras Edgardo
le ofrecía un café para entrar en confianza. Se sentaron en el sillón de la
sala y conversaron un rato de banalidades. En ese momento Roberto sintió que debía
tener prudencia en cuanto a revelar detalles de su vida y mintió, le dijo que
era separado y que vivía con sus padres. También le manifestó que ya tenía
experiencia. Era una forma de hacerle saber que sabía muy bien lo que estaba
haciendo y que no podría sorprenderlo con alguna idea extraña.
Edgardo
era, tal como lo había supuesto, un verdadero caballero. No lo apresuró ni fue
recio con él, sino que lo trató con dulzura. En el preciso momento en que lo
tomó en sus brazos y le dio un beso en la boca, Roberto ya era fuego, por
dentro y por fuera. Se rindió ante aquel hombre, lo dejó hacer, se convirtió en
la mas sumisa de las criaturas, pero al mismo tiempo buscaba excitarlo, lo
besaba, lo acariciaba, le susurraba al oído palabras que había soñado decir, tantas
veces, a un hombre.
Edgardo no
notó la virginidad de Roberto. Exaltado por la reacción de este creyó
encontrarse ante alguien con mucha experiencia. En pocos minutos estuvieron
desnudos. Roberto tocaba aquella piel de hombre con la fruición y la desesperación
propia de que si le hubieran dicho que era la última vez que podía hacerlo.
Cuando estuvieron acostados comenzó a deleitarse con el pene de Edgardo. Lo
tocaba, lo miraba, lo besaba, lo probaba en la boca. Edgardo, más fuerte y
grande lo rodeaba con sus enormes brazos y lo hacía sentir una delicada mujer
al abrigo de ese pecho velludo.
Cuando,
manejándolo como un juguete, lo colocó boca abajo, supo que había llegado el
tan ansiado momento, no sintió miedo, trató de relajarse, abrió sus piernas
ofreciéndose, sintió el cuerpo de Edgardo posarse sobre el suyo, sus brazos
potentes, y su pene penetrándolo. Finalmente lo había logrado. El éxtasis era
tan grande que experimentó el deseo de que aquello no terminara nunca. Su
cuerpo se retorcía de placer, empujaba hacia atrás tratando de ofrecerse aún
mas, de entregarle su alma si era necesario, estando totalmente bajo su dominio
a través de esos brazos que lo sujetaban con firmeza
Edgardo,
luego de acariciarlo suavemente, mientras le jugueteaba con el lóbulo de la
oreja, comenzó su danza frenética. Roberto se sujetaba a las almohadas, mordía
las sábanas y gozaba. Después de unos minutos Edgardo eyaculó. Su cuerpo se
contrajo y se expandió en medio de un grito salvaje de placer. Roberto supo que
eso era lo que siempre había deseado, esta vez sin fantasías, ni sueños que
nunca creyó poder cumplir. Ahora podía asegurar en su fuero intimo que era
homosexual y no un proyecto inconcluso.
Culminaba
una etapa de dudas, las que comenzaran tantos años atrás, cuando se ponía la
ropa de la madre, cuando aceptaba las caricias de Pedro, cuando se encerraba en
el baño para masturbarse y soñar con hombres, cuando se preguntaba si debía
elegir entre ser una cosa u otra. Ahora lo sabía con total certidumbre. Que la
sociedad pensara lo que quisiera. No le preocupaban sus moralinas, ni las
condenas de la Iglesia, pues no era creyente. Y aunque lo fuera le importaba lo
mismo. Nadie estaba en condiciones de juzgar su intimidad. Ahora era,
finalmente, lo que siempre había querido ser.
Pero además
sabía que de ahora en más debía ser prudente. Debía recordar que aún estaba
casado, que tenía una posición en su profesión que debía mantener. Podría estar
muy seguro de cuál era su verdadera inclinación y eso era un paso importante,
pero lamentablemente todavía debía tener en cuenta que la sociedad, a pesar de
que se respiraba un aire de mayor consideración, aún no estaba preparada para
aceptar la homosexualidad como un hecho normal.
Un terrible
enfrentamiento entre su actitud desafiante y la realidad.
De todas
maneras era feliz y eso era lo que más le importaba. Los encuentros con Edgardo
se fueron haciendo frecuentes. En muchas ocasiones se encontraron en ese
acogedor departamento y mantenían relaciones, luego charlaban un rato de sus
cosas, recostados, desnudos, en la cama mientras se acariciaban con delicadeza.
Sabía que
Edgardo estaba fascinado por él. Lo intuyó desde el primer momento. Decir que
estaba enamorado sería una apresurada observación, pero lo cierto era que
Edgardo lo elogiaba continuamente, le decía cosas que jamás había esperado
escuchar, lo trataba como una mujer y eso lo llevó a poder ponerse para sus
encuentros prendas femeninas que no le duraban demasiado tiempo ya que su
amante se complacía en quitárselas con los dientes. Edgardo, como una manera de
expresarle cuanto lo había fascinado, le proponía encuentros con otros hombres.
Le decía que era como una gata, o mejor una tigresa, en la cama, que era
portentosa, lasciva, sensual, diosa.
Roberto se
sentía tan complacido que sonreía de placer ante las palabras de Edgardo y lo
miraba a los ojos desafiante y provocativo.
Tan grande
era la sensación de poder sobre aquel hombre que sintió que podría conseguir lo
que quisiera de otros hombres también. Lo que se manifestó cuando Edgardo lo
presentó con un amigo. Éste le dejó un número de teléfono para que lo llamara.
En medio de su relación con Edgardo, Roberto no sintió necesidad, pero en una
ocasión se tentó y lo hizo. No tuvo necesidad de presentarse, el otro lo
reconoció por la voz.
-Si querés
voy a tu departamento- le dijo seguro de sí.
-Vení,
dale, te espero-
En ese
preciso momento recordó que Edgardo le había comentado que ese individuo
cobraba para mantener relaciones y se lo preguntó.
-Claro- le
contestó – de eso vivo-
-Mira si te
acostás conmigo vos debería pagarme a mi por lo que vas a gozar- afirmó Roberto
y colgó. Esa fue una de sus premisas, jamás iba a pagar por tener relaciones.
Las otras eran inventarse una vida, decir, tal como se lo había contado a
Edgardo, que era separado, que vivía con sus padres, que era empleado en una
oficina, decía su nombre pero jamás su apellido, no tenía relaciones con
jovencitos y prefería a hombres que tuvieran buena presencia, y no intentaba ir
a sitios de encuentros gays, que además, en aquel entonces, no conocía. En
suma, trató de mantener ciertas reglas para preservarse y no ser descubierto.
Un día
Edgardo no contestó el portero eléctrico, ni lo hizo al día siguiente, después
de tres o cuatro intentos no insistió más. Nunca supo que había sucedido con
quién lo había iniciado. Durante unas semanas sintió la misma clase de
desasosiego que lo acompañara cuando sus novias de la adolescencia lo dejaban,
pero lo superó y estuvo de nuevo en la calle buscando su próxima aventura.
15. No necesito a Freud ni al
diván para saber que soy
Habiendo
aprendido que las relaciones sexuales con hombres, al igual que con las
mujeres, podían ser, algo tan inesperado como inestable, concibió la idea de
que si quería permanecer a salvo de las decepciones y no salir lastimado cada
vez que creyera en la posibilidad de tener un vínculo sentimental con otra
persona, lo mejor sería no hacerse ilusiones. Es decir, sumar aquí y allá, una
tras otra relación sin pensar en compromisos. Igualmente, sabía, a ciencia cierta
que por más que lo deseara o se le presentara la oportunidad no podía ni
siquiera soñar con una relación estable, siendo que aún estaba casado y, por el
momento, el miedo a las consecuencias de una separación lo tenía paralizado y
sin saber que hacer de su vida. Aunque estas dudas eran, decididamente, de
origen práctico, como donde vivir, o cocinar o hacer la limpieza y no de las
que hubieran quitado el sueño a otros en su misma situación, como, por ejemplo,
si eran capaces de tolerar la soledad.
Caminar por
las veredas de la Capital, mirando a los hombres a los ojos se convirtió en una
actividad constante a lo que sumó la compra de una bicicleta con la que salía a
pasear los domingos sin Marga, quien, además de detestar los ejercicios
físicos, tampoco deseaba estar en su compañía y de paso aprovechaba para
juntarse con sus amigas o tener una aventura ocasional, ya que ella no
pretendía atarse a otro hombre cuando al fin Roberto se decidiera a dejarla en
paz, según ella decía.
Roberto
aprendió que la sensación de ser atractivo para los hombres que buscaban sexo
era algo más que su propia percepción. Si salía a la calle decidido a terminar
el día en una cama ajena, era seguro que lo conseguía. Los domingos, sus paseos
por Palermo culminaban invariablemente de la misma manera. No era exigente en
cuanto al aspecto de aquellos a los que seducía, le daba lo mismo que fueran
altos o petisos, gordos o flacos, canosos o pelados. Se fijaba, eso sí, que
tuvieran la presencia de una persona culta o de buen pasar, no por que pensara
en sacar algún provecho económico, ni por tener conversaciones interesantes
después del sexo, sino porque le parecía que al menos le garantizaba cierta
tranquilidad en cuanto a su intenciones. Y solía acertar en su elección. Los
hombres que encontraba eran abogados, arquitectos, profesores, médicos,
sicólogos y muchos de ellos casados.
En cuanto a
sus previsiones, Roberto prefería que lo llevaran a la casa de ellos, siempre y
cuando fuera posible, lo que le dio la posibilidad de conocer muchos
departamentos donde entraba sigilosamente mientras el hombre que lo invitaba
trataba de que lo hicieran si no estaba el portero o algún vecino a la vista.
En otras ocasiones mantuvo relaciones en los sitios más insólitos, como un
taller de cerámica de un artista plástico, el consultorio de un masajista, o el
de un analista, la cocina de un colegio primario, el fondo del local de una
funeraria o en el mayor grado de audacia en el baño de una terminal de ómnibus.
En algunos
casos y ante la imposibilidad de ir a algún sitio cerrado aceptó, al menos, un
toqueteo, oculto por los árboles de una plaza, donde en una ocasión fueron
sorprendidos por varios niños mientras su acompañante le acariciaba los
glúteos.
A Roberto
le causaban placer adicional estas situaciones peligrosas. Daban un toque de
audacia que disfrutaba plenamente y cuando tuvo la idea de sumar las relaciones
que había tenido se encontró con la sorpresa de que eran más de sesenta en el
primer año.
Todo sitio
era bueno para entablar una conversación, una mirada bastaba y el resto lo
manejaba como si lo hubiera hecho toda la vida. Ni siquiera se privó de
acostarse con dos hombres a la vez, pero había algo que no podía lograr,
mantener relaciones vestido de mujer. Cada vez que lo proponía las respuestas
que obtenía eran vagas y poco convincentes. Le llamaba la atención que ninguno
se sintiera atraído por la idea y no volvía a insistir. De todas manera no
podía quejarse, además de sus conquistas callejeras, algunos de los que habían
sido sus compañeros sexuales le presentaban a otros a los que les habían
hablado de él. Se sentía regocijado, como una especie de mujer fatal a la que
todos deseaban.
Marga nunca
le interrogaba por que llegaba tarde del estudio, ni adonde iba cuando salía
con la bicicleta los domingos a las nueve de la mañana y volvía a la hora en
que el sol caía. Roberto se preguntaba si ella sospecharía de sus aventuras
aunque le parecía que no era posible, ya que tomaba las debidas precauciones,
sabiendo que nunca eran suficientes por que conocía muchos casos de amigos que
tenían amantes femeninas y por algún detalle nimio habían sido descubiertos.
Pero ella no daba señales de sospecha ya que no decía nada, ningún exabrupto,
ningún insulto. Estaba seguro de que si lo supiera no se lo callaría por que lo
que él hacía no era tolerable para ninguna mujer, que tal vez podría consentir
ser engañada con otra.
En
presencia de su empleado Marcos sentía que debía disimular constantemente ya
que junto con su esposa eran asiduas visitas en su casa los sábados por la
noche y cualquier palabra o gesto podía descubrirlo. Marcos era un hombre
ingenuo para su edad y ella desbordaba sagacidad. Nada se le escapaba y no
vacilaba en decir lo que fuera por más inconveniente que pareciera. Por lo
tanto cuando iba por la calle con su empleado, a pie o en auto, miraba a las
mujeres, hacía comentarios burdos, tales como “a esta sabés como le daría”, les
tocaba bocina y les decía piropos, algo insulsos, pero suficientes para acallar
dudas. Incluso debió hacer caso omiso, en una reunión de trabajo en el estudio,
a las claras insinuaciones de un cliente que no le quitaba la vista en ningún
momento. La certeza de que había obrado correctamente la tuvo cuando Marcos, al
irse sus visitas le dijo.
-¿Viste a
Gutierrez?. Para mi, ese es trolo-
-No, no me
di cuenta- contestó Roberto tratando de ser convincente.
Ese sábado,
Marcos lo comentó divertido en la reunión habitual.
Que boludo
que sos, pensó Roberto.
Ingresar en
el mundillo de la homosexualidad a pleno intensificó su curiosidad natural.
Libros, folletos, noticias en la radio o en la televisión se convirtieron en su
fuente de información. Desde cuales eran los sitios de encuentro, notas sobre
las marchas del orgullo gay, hasta estudios sicológicos sobre la conducta
sexual y sobre todo sobre el travestismo.
La
situación con Marga se estaba volviendo intolerable, de estar sin hablarse
pasaron a discutir continuamente. Era evidente que estaban cercanos al fin,
pero ella no podía dejarlo así sin hacerle sentir la culpa de todo lo que
pasaba. Como antes, lo acusó de todo, de no ganar suficiente dinero, de no
complacerla en la cama, de no tener hijos, de trabajar demasiado, de no salir
de vacaciones. Cuando en medio de una discusión insistió en que no tenía
relaciones con ella por que seguramente le gustarían los hombres, volvió a
atemorizarse. A los pocos minutos se dio cuenta que lo había dicho solo por
despecho, como un insulto y nada más. Por más que gritara todo lo que se le
ocurriera, seguía sin tener la mínima idea.
Ella le propuso
que fuera a un psicólogo. Él solo, ya que era, según el concepto de Marga, el
único culpable del fracaso. No opuso resistencia, lo que fue una sorpresa para
su esposa que ignoraba que lo hacía por pura curiosidad, por que quería saber
algo más de si mismo.
Una amiga
de Marga les recomendó un psicóloga. A ver que es capaz de decirme una mujer,
pensó Roberto, y a los pocos días estaba sentado frente a la analista.
-Contame,
con las primeras palabras que se te ocurran cuál es la situación que te trae por
aquí-
-Mi
matrimonio es un fracaso-
-Entonces,
tu intención es salvar el matrimonio- le dijo la analista después de una
incómoda pausa de silencio
-No, ni la
más mínima- contestó.
Cuando la analista aún no había dejado de ejecutar
el gesto de sorpresa que la embargó, Roberto disparó de nuevo
-Soy gay,
estoy muy orgullosos de serlo y quiero seguir así-
-¿Entonces?-
-Lo único
que quiero saber es por que soy así, nada más-
Tres
sesiones le bastaron a Roberto para saber que la analista no tenía nada que decirle
que él no supiera. No creía en la teoría sicoanalítica de Freud. Estaba seguro
que como lo insinuaban algunos estudios, la homosexualidad estaba en los genes
o en alguna alteración cerebral. Era cierto que había tenido un padre ausente,
que se había criado rodeado de mujeres, que había tenido una experiencia
traumática en la infancia, pero también sabía que había casos similares que no
culminaban como él. Y la causa del travestismo nadie la podía explicar ¿Que
había elegido a su madre como modelo? ¿Sería posible siendo que en realidad no
le tenía ni el más mínimo afecto? ¿Que tenía admiración por las mujeres? ¿Que
su componente femenino era muy fuerte?. Eso y decir que el café tiene cafeína
es lo mismo. ¿Que confusión es esa de mezclar las causas con los efectos?
El caso fue
que no concurrió más a las sesiones de psicoanálisis. Al fin y al cabo estaba
contento consigo mismo. No tenía represiones de orden moral ni religioso.
Estaba seguro que las mujeres no le interesaban en lo más mínimo y si se
separaba de Marga ninguna volvería a ocupar su lugar.
16. Nunca te duermas con la
lencería puesta
En
ocasiones, Roberto volvía girando sobre
sí como una noria, a preguntarse como podría sostener su doble vida y durante
cuanto tiempo. El cuidado que debía poner en todo lo que hacía o decía no le
resultaba difícil, pero sentía que estaba sosteniendo una farsa y eso era algo
que le costaba tolerar. No podía seguir
así el resto del tiempo. O era una cosa o la otra. Mentirle a Marga no era el
problema. La verdadera cuestión era que se estaba engañando a si mismo. ¿Cuando
iba a ser capaz de asumir su propia identidad?
Sentado en
su estudio o en algún bar donde mataba el tiempo para no regresar a su hogar
pensaba en todo esto. Realizaba planes para poder tomar la decisión algún día.
Hacía listas de elementos que debía comprar, preparándose para cuando llegara
el momento. Llegó a armarse otro bolso, este con ropa de varón, un despertador,
accesorios de tocador, un par de libros, entre otras cosas.
Y el día llegó, pero no como lo hubiera imaginado. Aunque siempre pensó
que, tal vez, hizo lo que hizo, no por descuido sino que el subconsciente le
ayudó a verse, de pronto, ante el camino de no retorno. Era una tarde de verano
y llegó a la casa temprano. No había logrado conocer a algún hombre para estar
con él, se sentía cansado y desanimado. Cuando entró, viendo que Marga no
estaba, trató de satisfacer su pasión. Tomó una tanga y un corpiño del cajón de
la cómoda, se acostó en la cama para masturbarse y después de eyacular lo fue
envolviendo una soñolencia placentera.
No fue
mucho el tiempo que Marga lo observó dormido y con sus prendas. En cuanto lo
descubrió comenzó a prorrumpir en un griterío tal que seguramente escucharon
los vecinos.
-¡Hijo de
puta!, ¡Puto!, ¿Así que eso es lo que te gusta, maricón?-
Roberto
tardó unos segundos en despertar y tomar conciencia de lo que estaba
sucediendo, mientras Marga no dejaba de vociferar.
-¡Te vas de
esta casa, degenerado!- continuaba.
Él trató de
pensar una explicación pero sabía que era imposible, ni siquiera podía decir
que era una confusión, que no era lo que pensaba o cosa así. Sentado en el
borde de la cama, todavía con la ropa puesta miraba hacia el suelo mientras la
letanía de insultos le llegaba como desde otra dimensión.
-¡Con razón
que no querés cojer conmigo! ¿Te gustan los hombres, puto?-
Cuando pudo
ordenar sus pensamientos, Roberto se puso de pie y sin pronunciar palabra tomó
un bolso y comenzó a guardar desordenadamente la ropa que encontraba a mano.
Marga golpeaba las puertas del placard para hacerle más dificultosa la tarea y
continuaba.
-¡Claro,
ahora te vas! ¡Para vos es fácil! ¿Y yo que hago? ¿Como me las arreglo?, ¿Que
va a decir la gente cuando se entere?-
Roberto la
miró, no iba a ponerse a decirle que ella tenía un trabajo donde ganaba un buen
sueldo y ni siquiera quiso decirle que le dejaba la casa por que ya no quería
verla más, que estaba dispuesto a perderlo todo para empezar de nuevo y que le
importaba un pito lo que pensaran los demás. Nada dijo, el suyo era un dolor
enorme que no le permitía pensar claro. Solo quería huir de allí para no seguir
escuchando esos gritos. Estar lejos, donde fuera, pero lejos.
Mientras
cerraba el bolso, ella lo golpeaba en la espalda y en los brazos, hasta que en un
momento le estampó una sonora bofetada que le arrancó lagrimas de dolor. Él se
cuidaba bien de levantar una mano para defenderse, mientras ella lo desafiaba.
-¡Pegame,
ahora pegame, hijo de puta, que es lo único que te falta!-
La miró a
través de las lagrimas. Era una imagen borrosa que toleró hasta que se paró
frente a la entrada de la casa. En ese lugar sacó las llaves de su llavero y
las arrojó al piso. Cuando cerró la puerta alcanzó a escuchar las últimas
palabras.
-¡Anda a la
cama de tu macho a que te consuele!-
En la calle
se acomodó el bolso al hombro y caminó unas cuadras para tratar de calmarse,
luego tomó un taxi hasta la casa de su prima.
Al sentir
la voz de Roberto en el portero eléctrico a una hora desacostumbrada, Adriana sospechó que algo no andaba bien y lo
confirmó antes que él le dijera nada cuando lo vio entrar con su bolso a
cuestas.
-Me
descubrió- atinó a decirle él en cuanto se acomodó en un sillón de la sala.
Ella lo
contemplaba en silencio, mientras pensaba que no era ocasión de recordarle lo
peligroso de su juego ni que ahora estaría a merced de cualquier intento de
extorsión por parte de ella.
-Le voy a
dejar todo para que no me joda- dijo Roberto como si adivinara el pensamiento
de su prima.
-No es
justo- musitó ella.
-Ya se, pero
estoy preso en mi condición y hasta que no termine con el divorcio voy a estar
expuesto a que ande diciendo por ahí lo que sabe-.
Adriana
nunca había sentido simpatía por Marga y no pudo reprimirse el comentario.
-Es una
harpía que será capaz de divulgar todo nada más que por hacerte daño y hasta de
inventar detalles si lo considera necesario-
Se quedaron
en silencio. Unos minutos después Adriana se levantó de su asiento para
acomodarle la habitación de huéspedes, le prestó unas toallas y le puso sábanas
limpias en la cama.
-Ahora andá
a dormir, que mañana vas a ver las cosas de otro color. Pensá que seguramente
todo esto va a ser para tu bien-
Roberto le
agradeció con un gesto, la besó en la mejilla y entró en la habitación.
-Si querés
te presto un camisón- le dijo Adriana desde su dormitorio, pero no le contestó.
A la
mañana, cuando llegó al estudio supo que su ida de la casa ya era noticia.
Marga se lo había contado a la esposa de Marcos, ella se lo contó a Marcos y
este le preguntó a Roberto que había pasado en cuanto traspuso la entrada de la
oficina. Si habían trascendido los detalles no lo supo, por que su empleado no
lo mencionó. O Marga había callado para evitar estar expuesta ella también a la
vergüenza o solo lo sabría la esposa de Marcos quien no le hubiera dicho nada a
su marido. El hecho era que, ni aunque lo quisiera, habría marcha atrás y sólo
quedaba por delante tolerar el trámite de divorcio, del que tuvo noticias ese
mismo día cuando lo llamó un abogado que decía representar a su esposa.
Marga no
había perdido el tiempo, incluso parecía que tenía todo organizado, y en cierta
medida se sintió aliviado por eso. El abogado le proponía un divorcio de común
acuerdo, rápido y sencillo. Solo unas firmas aquí y allá, con la condición de
que Marga se quedaría con la casa y uno de los autos. Roberto no lo pensó
demasiado, casi sin dejarle terminar de hablar le contestó que estaba de
acuerdo, que él no gastaría energía buscando abogados, que no pensaba discutir
nada y que hiciera los papeles lo más rápido posible.
No le llevó
demasiado reponerse de lo sucedido. A las pocas semanas estaba buscando un
departamento para alquilar. Si bien estaba cómodo en lo de su prima no quería
convertirla en la comidilla del edificio. De todas maneras había retomado el buen
humor y solían divertirse mientras él se travestía con las ropas de ella o las
del bolso que había llevado de su oficina y simulaban ser dos grandes amigas.
-Algún día
te tenés que animar salir a la calle- le desafiaba ella, y el soñaba con poder
hacerlo.
Cuando
consiguió el departamento se tuvo que armar de valor para enfrentar de nuevo a
Marga y pasar por la casa a retirar el resto de su ropa, pero la decepción fue
enorme. Se lo había tirado todo a la basura junto con sus libros y otras
pertenencias.
La
audiencia de divorcio fue otro momento difícil de tolerar. Roberto le pidió a
su prima que lo acompañara para no sentirse tan solo. Sentados en la sala de
espera, sin mirarse, sin hablarse, el tiempo era interminable. Frente al juez,
el trámite fue rápido. Firmaron los papeles y todo quedó ordenado. En ningún
momento salió a relucir el motivo del divorcio para tranquilidad de Roberto que
no estaba dispuesto a dar ninguna explicación.
A la salida
trataron de evitarse, pero en la puerta de ascensor cuando Marga estuvo a corta
distancia de él no pudo menos que decirle
-¿Tu
primita sabe que sos puto?-
Adriana,
que pudo escuchar la frase, apretó la mano de Roberto para evitar que éste le
contestara. Una vez en la calle pudieron ver como Marga y el abogado se iban
por la vereda tomados del brazo. Roberto sintió que no le importaba. Adriana no
pudo reprimir un comentario
-¡Que hija
de puta!-
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