Thursday, August 10, 2017

Ansiada Noelia. Capitulos 17, 18, 19 y 20

17.Adriana y Marcos también tienen sus secretos

 Instalado en su nuevo hogar, un departamento de dos habitaciones, un baño y una pequeña cocina, con ventanales hacia una transitada avenida, ubicado en un viejo edificio de pasillos tenebrosos, Roberto lo fue amueblando con pocos elementos, una cama, mesa de luz, ropero, mesa y dos sillas y una biblioteca escritorio. Adriana opinaba que era demasiado monástico, pero él afirmaba que no pensaba llenarse de cosas que luego le costaría mudar ya que su plan era encontrar una casita para vivir definitivamente.
-Será poco pero es mío y lo disfruto- le decía
Darle la novedad a sus padres iba a ser un trago difícil de digerir, por ello volvió a apoyarse en su prima y le pidió que lo acompañara el día que fue a hacerlo. Para el padre sería seguramente una mala noticia, no por que le importara la suerte de su hijo, sino por el temor a los comentarios maliciosos de los vecinos. Sentía que era mas importante conservar las apariencias y hacer creer al mundo que todo andaba bien. Eso, sumado a su creencia religiosa que no permitía cualquier idea de divorcio. La madre, más tolerante, tal vez lo entendería, pero también sabía que no se lo manifestaría, al menos enfrente de su marido.
Ambos ancianos se sorprendieron al ver llegar a Roberto con su prima pues no conocían que hubieran forjado una amistad después de tantos años de distanciamiento. Se sentaron a tomar el té y en medio de un silencio incómodo que presagiaba tormenta Roberto dijo la terrible frase.
-Me separé de Marga, sin problemas, esta todo bien- aclaró como para aliviar la noticia.
-¿Como que te separaste?- preguntó, asombrado, el padre.
-Si me separé, era lo mejor-
-¿Pero lo hablaron, trataron de arreglar la situación?-
-Ya no tiene arreglo, papá-
-¿Y que va a pensar la gente?-
-Mirá, lo que piense la gente es un problema de ellos, es mi vida, y nadie puede decirme lo que tengo que hacer, solo te lo vine a contar para que lo sepas-
-¿Vos lo sabías?- preguntó el padre a Adriana y ella asintió con un gesto.
El resto de la reunión fue tenso. Nadie se atrevía pronunciar palabra. Hasta que harto de continuar con esa incómoda situación, Roberto se levantó y pretextando que tenía otras cosas que hacer le dijo a Adriana si lo acompañaba. Ella, deseosa como él de salir de allí se levantó de su silla y tomó la cartera.
-Cuando estés en condiciones de entenderme, llámame y lo vamos a hablar más tranquilos- le dijo al padre, y saludó con un beso a su madre que no había abierto la boca, ni para consolarlo ni para criticarlo.
Una vez afuera se sintió aliviado. Otra huida, pensó, pero al fin y al cabo sabía que no era tal, que simplemente debía cortar algunos cabos que lo amarraban al muelle de su vida anterior. No sentía especial afecto por su padres, pero tampoco podía ignorar su presencia. Estaban allí y opinarían lo que quisieran pero ya no estaba dispuesto a dejar que esas opiniones influyeran sobre lo que hiciera en más.
Adriana, como la única persona que le comprendía y conocía su secreto se convirtió más que en su pariente, en su mejor amiga. Con ella no tenía secretos. Era una mujer diferente, una que no entraba en la clasificación de egoísta, manipuladora, culpabilizadora o demandante, que le cabía, según Roberto, a la casi totalidad del género femenino. Era una mujer bella de una manera singular, no de las que deslumbran en cuanto entraba en un sitio, aunque igualmente no dejaba de llamar la atención. Bajo su ropa se adivinaba un cuerpo menudo, bien contorneado que sumado a su cabello azabache, los ojos marrones, árabes y la tez morena le daban un aire de exótica presencia, atractivo a los hombres. Pero ella se mostraba distante y jamás hablaba de aventuras ni romances. Roberto respetó ese silencio y nunca le preguntó nada hasta que un día, en una fiesta de fin de año a la que acudieron juntos tuvo cierta sospecha. Ella los rechazaba, cortésmente, pero firme. De regreso, en el departamento de Adriana y mientras degustaban un desayuno al amanecer de un nuevo año sentados en el balcón, supo la verdad. Ella le confesó, en correspondencia con la sinceridad de él, que era lesbiana.
-¿No te diste cuenta?- le preguntó ante la cara de asombro de él.
-Ni la más mínima idea-
-Viste, es que nosotras podemos disimularlo. Podemos seguir siendo muy femeninas y sensuales para los hombres y al mismo tiempo tener nuestras relaciones. Podemos andar del brazo por la calle, tocarnos y besarnos sin que parezca anormal. Salvo que seas una de esas que se creen hombres y lo único que andan demostrando por ahí son sus malos modales-
-Bueno, entre la mayoría de los gay también es imposible saberlo, se ven muchos chicos fuertes y musculosos, buenos ejemplares de hombres sobre los cuales no tendrías la más mínima sospecha y los que se notan son los afeminados- contestó Roberto mientras trataba de imaginar en que parte del catálogo estaría incluido, ya que se veía varonil y apuesto, no tenía modos amanerados, pero se convertía en toda una mujer cuando lo cubrían las prendas femeninas, y no solo por esa circunstancia, cuando estaba en la cama con un hombre desbordaba femineidad a pesar de no tener nada puesto.
Con el bolso de la ropa de mujer en su departamento y la frenética adquisición de nuevas prendas armó en un sector del ropero la sección femenina. En cuanto llegaba, se daba una ducha, se afeitaba bien y se vestía completamente. En los últimos tiempos había adquirido para completar el vestuario unas chinelas que le quedaban chicas haciéndole doler los pies cuando las tenía puestas un rato. De todas maneras se las colocaba como podía y se quedaba varios minutos mirándose al espejo. Se cambiaba de ropa tres o cuatro veces hasta decidir con cuál se quedaba, una compulsión que le llevaría tiempo superar. Era como mudar de personalidad, ser otra persona. Podía dormir acariciado por la suavidad de las telas y despertar feliz al día siguiente. Cuando, por la mañana, debía salir a su estudio y colocarse la ropa de hombre sentía cierto desasosiego que calmaba pensando en que a la noche volvería disfrutar su pasión.
En el trabajo todo parecía seguir igual. Si bien comenzaban a notarse los primeros síntomas de la crisis económica que sobrevendría años después, no le faltaban obras a realizar por lo que Marcos y él podían sobrevivir sin apremios económicos. Del divorcio no se habló nunca. Ninguno de los dos mencionaba el tema aunque Roberto sabía que la esposa de Marcos continuaba visitando a Marga, y Marcos se excusaba de ir argumentando que se sentía incómodo acompañándola. La esposa no le insistía ya que seguramente aprovechaba esas reuniones para ponerse al tanto de las aventuras amorosas de Marga.
Marcos comenzó a hacer cierta confidencias a Roberto pero no referidas a éste sino a él mismo. Roberto supo, de pronto, por que nunca antes lo había mencionado, que el matrimonio de su empleado tampoco nadaba por aguas tranquilas. La insatisfacción sexual, el tedio, la rutina, estaban acabando con la relación y Marcos se mostraba interesado en tratar de hacer lo que nunca había hecho, ser infiel a su esposa.
-Si, pero no vas a lograr mucho, alguna aventura por ahí con todo el riesgo que implica, ¿y si alguna pretende ser algo más que la amante?- argumentó Roberto.
-Tal vez tengas razón pero algo tengo que hacer-
-Además las mujeres a la larga siempre traen problemas, mejor pagále a una prostituta-
Marcos se quedó callado unos minutos. Roberto se dirigió a su oficina y se enfrascó en problemas de trabajo. Estaba allí sentado frente al tablero de dibujo cuando sintió que Marcos había entrado.
-Sabés, me quedé pensando en lo que dijiste y creo que debo aclararte algo por que si no se lo cuento a alguien voy a explotar-
Roberto giró el banco y se quedó mirando a Marcos que apoyado en el escritorio trataba de encontrar la palabras adecuadas.
-El tema es que no se trata de otra mujer, o de otras mujeres o de todas las mujeres, lo que yo necesito en una relación con un hombre-
Roberto palideció, ¿estaría siendo sincero o sería parte de una trampa contra su persona, de una venganza de Marga a través de la esposa de Marcos y con la complicidad de éste?. Pensando con lógica ya no había ningún motivo para que Marga tratara de continuar haciéndole la vida imposible, pero las mujeres no son lógicas y menos aún cuando se sienten despechadas. Sin duda ella no sabía hasta donde había llegado en su homosexualidad, si lo de la ropa femenina era todo o había algo más y que mejor manera que averiguarlo utilizando a este idiota. Sea como fuere el papel que representaba Marcos en ese momento era patético y sintió un irrefrenable placer en denostarlo.
-De manera que vos sos de esos que sienten que hay que matar a todos los putos y te cagás de risa cuando ves alguno y te burlas, todo por que sos un reprimido que nunca se atrevió a madurar y aceptarse. Mirá, te voy a decir algo, si encontrás un hombre como decìs que deseás, enhorabuena, pero no te olvides que aunque seas vos el activo igual sos un puto y vas a tener que vivir con eso. Andá sabiendo que para ser puto y asumirlo hay que ser muy macho-
Marcos se quedó con la boca abierta, como si fuera a decir algo y no encontraba las palabras adecuadas. ¿esperaría más compresión por parte de su amigo? ¿O simplemente no estaba preparado para un discurso tan severo?
Roberto giró en su banqueta y continuó con el dibujo sin decir nada más. Trataba de no levantar la vista del tablero para que Marcos no notara la sonrisa de satisfacción que se le escapaba. Se sentía dueño de la situación. Si Marcos había sido el instrumento de su ex esposa  había rebotado contra una pared, si el motivo de su confesión era real lo tenía en sus manos y además había aprovechado a echarle en la cara su bronca por todas la veces que lo había oído y visto en la calle insultar a los maricas. Marcos se retiró a su oficina y no hablaron más que de temas de trabajo. Esa noche mientras se acostaba con su camisón de seda rojo, Roberto no podía dejar de pensar en lo sucedido en la oficina. Su mayor desvelo era la incógnita del verdadero motivo de Marcos, pero se prometió no tocar jamás el tema.


18. Lo que hace un gay cuando quiere parecer hombre

 Roberto había perfeccionado su habilidad para comprar ropa femenina. Se paraba frente a las vidrieras y miraba las prendas durante largo rato hasta que se decidía a entrar. Como siempre, esperaba que hubiera pocas clientas comprando, de ser preferible ninguna. A pesar de que creía que a nadie le importaba, todavía sentía alguna vergüenza de solo pensar que alguien podría darse cuenta que eran para él, sobre todo cuando adquiría ropa íntima.
En los sitios por los que andaba a menudo había descubierto varias ferias americanas en donde podía revisar la mercadería y elegir sin andar haciendo preguntas, ni respondiéndolas. Utilizaba cierta habilidad natural para adivinar el talle que le correspondía sin necesidad de probárselas aunque en varias ocasiones se equivocó y las prendas compradas terminaron en una bolsa en el fondo del ropero.
Con el tiempo, no sólo ponerse la ropa le producía satisfacción sino también la compra, compulsión habitual en las mujeres, y cuando finalmente se hacía de alguna prenda nueva corría lo más pronto posible a su departamento a probársela, a mirarse en el espejo, compañero mudo y fiel de esos momentos de felicidad.
En ocasiones solía pararse en la ventana que daba a la calle totalmente travestido.  Imaginaba en sus fantasías que desde algún lugar alguien lo podría estar mirando, pero a pesar de hacerlo reiteradamente nunca supo si esa exposición había dado algún resultado.
Igualmente continuó sintiéndose frustrado por el hecho de que en sus encuentros sexuales ninguno de sus ocasionales compañeros de cama aceptara que se pusiera ropa femenina. Finalmente abandonó los intentos y se reservó ese placer para masturbarse en la intimidad de su casa.
A estas alturas se consideraba en la cúspide de lo que podía hacer en cuanto a usar ropas femeninas y además se sentía completamente desinhibido en cuanto a los encuentros para tener sexo. Pero extrañamente, como suceden estas cosas, comenzó a sentir que no podía continuar con aquello, que debía recomponer su vida, que si era necesario tener una compañía estable esta debía ser una mujer y para ello debía abandonar su costumbre.
Casi sin darse cuenta comenzó a frecuentar mujeres. Alguna colega, una vendedora de un negocio de muebles o decoración, la secretaría de un cliente o lo que se presentara ante sus ojos. No era que intimara con ellas, pero las deseaba, sin saber si en realidad se trataba de un natural resurgir de su condición masculina o simplemente estaba tratando de superar su inclinación de una manera forzada. El hecho era que las mujeres le gustaban. Le gustaban por su físico, el color de ojos, el cabello o cualquiera fuera el detalle que le hubiera llamado la atención, aunque sabía que estaba muy lejos de comprenderlas. Nunca estaba seguro si debía esperar alguna señal de parte de ellas o debía avanzar sobre su aparente inocencia o recato ¿Que habrá querido decir cuando dijo tal cosa? Se preguntaba una y otra vez.
Le causaba placer cuando invitaba a bailar a alguna y podía tomar su cintura con suavidad y firmeza a la vez, cuando la miraba a los ojos o sentía su perfume si acercaba su rostro al de ella. Pero nunca se atrevía a más. Hasta aquella vez en que Silvina, una morocha de cutis blanco, grandes ojos y abundante cabellera negra, secretaría de un arquitecto con el que estaban haciendo una obra en conjunto no le dejó lugar a dudas por la forma casi grosera en que se le insinuaba. Al menos este paso estaba resuelto, sabía lo que ella sentía por él. Aunque no fuera más que por tener una aventura, y en esto sí albergaba una duda, pues tal vez fuera para algo más que eso.
Salió con Silvina tres o cuatro veces. Se encontraban en un café de la avenida Alvear por la tarde. El tiempo que esperaba le producía recuerdos de otras épocas, cuando anhelante se preguntaba ¿vendrá o no vendrá?.
Pero ella siempre se presentaba y té o gaseosa de por medio hablaban de sus cosas como dos adolescentes. Pero no lo eran. No estaban en edad de perder el tiempo en niñerías y eso era lo que inquietaba a Roberto. ¿como le propondría tener relaciones de manera que ella no se ofendiera?
Mientras se devanaba los sesos tratando de encontrar la respuesta, conciente o inconscientemente tomó decisiones inesperadas. Juntó toda la ropa que había adquirido, la colocó en varias bolsas de residuos y las tiró a la basura. Era el comienzo simbólico de una nueva era. De ahora en mas viviría como un hombre. Era una manera de quemar las naves. Ahora no habría marcha atrás. Solamente debía juntar coraje para pedirle a Silvina lo que deseaba y rogar que no le contestara negativamente.
Una de las tantas tardes, sentados frente a frente, tras unos minutos de silencio en los que estaba procurando animarse y encontrar las palabras adecuadas, se encontró con esa mirada que lo decía todo. Sus ojos negros eran una invitación al pecado, era evidente que si no lo hacía ahora no lo hacía nunca más. Ella jugueteaba con su lengua sobre los labios, se abrochaba y desabrochaba el primer botón de la blusa nerviosamente ¿o sugestivamente?, dejando ver por momentos el inicio de sus senos.
-Silvina- dijo al fin- Siendo dos personas mayores, sin compromisos, creo que deberíamos...- dudó.
-Tener relaciones- completó ella la frase.
-Si, eso- dijo él mientras se insultaba por dentro al considerar que finalmente era ella la que había sido más decidida.
Pero Silvina no se preocupaba demasiado por como habían llegado a ese punto. Lo que quería era ir rápidamente a un Hotel, en ese mismo momento.
Roberto tuvo miedo. ¿No hubiera sido mejor programarlo para otro día?. Pero ya era inútil volverse. Ella llamó al mozo, Roberto pagó la cuenta y salieron a la calle. Silvina era la que dirigía. Roberto no tenía idea de donde había un hotel en las cercanías pero ella si. A pesar de que la tomaba de la cintura y pareciera a cualquiera con que se cruzaron que era él quien la llevaba, en realidad era todo lo contrario. Cuando todavía estaba pensando en lo apresurado de la decisión se vio de pronto en la puerta del hotel. Ya estamos aquí, así que veamos, pensó, y entraron.
Silvina no tuvo demasiadas vueltas para quitarse la ropa. Mientras él miraba la habitación tratando de entrar en clima, ella ya estaba sólo con una diminuta tanga y recostada en la cama. Para no parecer apocado se desvistió con prisa, arrojó la ropa a cualquier lado y se echó al costado de ella. La tomo por la cintura, luego acarició sus senos, los glúteos, la besó en la boca arrancándole gritos de placer, sin saber si eran reales o fingidos. Varios minutos estuvo en esos menesteres al mismo tiempo que comprobaba, aterrorizado, que no conseguía la más mínima erección. Intentó otras caricias, morderle apasionadamente los pezones. Ella continuaba gimiendo, excitada, y continuó así hasta que tuvo la idea de poner una mano en su pene y encontrarlo fláccido, muerto, acabado.
-¿Que te pasa?-
-No se, serán los nervios, es la primera vez que me sucede una cosa así-
Ella, que no quería quedarse con las ganas, trató de animarlo pero fue en vano. Una vez que había tomado conciencia de su impotencia, Roberto supo que ese pene jamás se erguiría. Se acostó a su lado y se quedó mirando el vació. Silvina se levantó y se dirigió al baño para darse una ducha.
No se hablaron más que para lo esencial. Al salir a la calle Roberto le hizo seña a un taxi.
-Vamos, te llevo a tu casa- le dijo a Silvina cuyo rostro develaba el estado de ánimo en que se encontraba.
-No gracias, prefiero caminar- le contestó y dándole la espalda se alejó por la estrecha vereda.
Lo que nunca pudo averiguar Roberto fue si Silvina divulgó lo sucedido aquella tarde. Lo cierto era que cuando iba al estudio de su patrón lo evitaba disimuladamente. Él le agradecía ese gesto pues no se sentía con valor para verla a la cara nuevamente. La única prueba que tuvo de que tal vez ella hubiera sido inesperadamente discreta fue cuando Alicia, otras de las empleadas, tuvo un visible gesto de seducción hacia él. Esta vez no estaba dispuesto a repetir la vergüenza y cortésmente inventó una excusa cuando ella lo invitó a tomar un café a la salida del trabajo.
Si algo había aprendido Roberto con la pasada experiencia, era que las mujeres podía ser muy lindas para verlas y para tratar de parecerse a ellas, pero era evidente que no conseguían producirle deseo sexual. Con los hombres era diferente. No sólo por el hecho de estar con otra persona de su mismo sexo, sino poder explayar su verdadera sexualidad, relajarse, gozar, sin pensar en que debía rendir un examen ante otro. Si su sentimiento era sentirse una mujer en la cama eso era lo que debía hacer y no forjarse falsas ideas de virilidad. Además era hermoso eso de dejar que el hombre fuera el que tomaba la iniciativa y sometiéndose a él, hacer lo que mejor le salía, o sea seducir y excitar. Abandonarse en los brazos de otro y dejarle hacer.
Arrepentido por haberse desecho de la ropa de mujer se maldijo repetidas veces por haber perdido aquellas prendas que le gustaban. De inmediato se puso a la tarea de recuperar un vestuario como el que tenía. En pocas semanas había comprado lencería erótica, minifaldas de jean, blusas, vestidos, chinelas, pantalones elastizados y volvió a la rutina del espejo y a estar travestido todo el tiempo en el departamento. Después de cenar solía poner casettes y gozaba al compás de la música cantando y bailando los temas de ABBA. Se sentía una mujer fatal deseada por los hombres e imaginaba que lo hacía para ellos. Solía causarle gracia imaginar que dirían quienes lo conocían si superan de aquellas extravagancias.


 19. Sigo en la carretera ... cantaba Julio Iglesias

 La creciente crisis económica que no podía superar el gobierno radical comenzaba a hacer estragos entre los profesionales de la construcción, en realidad en todo el país, salvo los abogados. Roberto conservaba todavía varias obras en ejecución que, con cobro de mayores costos por delante aún le daban suficientes ganancias.
Su vida no sólo transcurría entre hombres y negocios de ropa femenina, hacía tiempo que había tomado la determinación de poseer una casa propia. Por más que el presente aún era generoso, el futuro era incierto y existía la posibilidad de tener que cerrar el estudio cuando terminara con las obras que todavía estaba realizando. Sin decir ni una sola palabra a Marcos, para evitar que llegara la novedad a los oídos de Marga, compró un pequeño chalet en un barrio cercano a la capital, lo suficientemente grande como para albergarlo con todas las comodidades y suficientemente chico como para pagar pocos impuestos y poder mantenerlo sin la necesidad de personal de servicio. Era una construcción de una planta, con dos dormitorios, una sala, cocina, baño, lavadero y un modesto jardín con pocas plantas. El techo era de tejas francesas y las paredes exteriores de ladrillo a la vista. En el frente una generosa galería que se prolongaba en cubierta para un auto. Le llevó varios meses tenerlo listo para habitarlo, después de lidiar con un trabajo de reciclaje que en un principio había imaginado sencillo pero, como de costumbre en estos casos, comenzaron a aparecer problemas cada vez que se tocaba algo. Perdidas en las cañerías, cortocircuitos inesperados, humedades en las paredes, cielorrasos a punto de caer, ventanas oxidadas y una larga e inimaginable lista.
A pesar de las dificultades, Roberto se movía como pez en el agua, no era el primer reciclaje que hacía y en esta ocasión estaba dispuesto a terminarlo de acuerdo a sus indicaciones precisas. Después de todo iba a ser su primer casa, la primera toda de él. La primera que podría decorar a su gusto. La primera que iba a tener un sitio para toda su ropa y no solamente un rincón del ropero.
La decoración era austera, casi monacal. Paredes blancas, techos de madera, pisos de cerámica, muebles de algarrobo de líneas sencillas. Minimalismo puro. Decoración que estaba reservada a los sitios de la casa en donde circulaban las visitas. El estudio, armado en uno de los dormitorios tenía las paredes cubiertas de estantes con multitud de adornos y libros que había comprado compulsivamente para reemplazar los que le había tirado Marga. En un gran escritorio con vista a la ventana dispuso la computadora y un tablero de dibujo. Pero el dormitorio era terreno vedado para todo el mundo. Contrastaba con todo el resto de la casa, grandes cortinados que cubrían las ventanas, alfombra de pelos largos, suave y mullida, una enorme cama de dos plazas con sábanas de seda brillantes y almohadas con puntillas, mesas de luz laqueadas en rosa, luces direccionables de varios colores que simulaban estrellas en el cielorraso. La estancia parecía más el dormitorio de una princesa de las mil y una noches que el de un varón. Todo el conjunto semejaba la tienda de un jeque donde se podía imaginar que en cualquier momento comenzaran a bailar las odaliscas. El elemento esencial era un gran espejo colocado frente a la cama, donde podía verse de cuerpo entero.
La única persona que pudo acceder a ese refugio secreto fue Adriana que, maravillada, no pudo menos que exclamar.
-¡Guacho, me tenés que decorar mi dormitorio así como este!-
Roberto se lo prometió y cumplió. Pocos meses después su prima recibía a sus amigas en un sitio similar, tan acorde para la intimidad.
Cuando Roberto estaba terminado la decoración en el departamento de Adriana recibió la noticia del fallecimiento de sus padres. Sabía que tarde o temprano terminarían así. No por la edad, sino por la tozudez de su padre de pretender seguir manejando cuando la vista comenzaba a fallarle y sus reflejos no eran los adecuados. Había tenido en los últimos tiempos varios roces con otros vehículos y en un par de ocasiones se había pasado el semáforo en rojo, con la suerte de que ningún auto cruzara la bocacalle pero teniendo que afrontar dos multas unidas al reproche de los policías de tránsito y del juez de faltas que de todas maneras no le quitó la licencia como hubiera correspondido.
Esta vez, la definitiva, había sido en la ruta. Según los testigos habría pretendido pasar a un camión y no tuvo la rapidez de maniobra como para volver al carril correspondiente o el auto no le respondió. Chocó de frente con otro auto donde viajaba una familia de la que murieron el padre y uno de los niños.
Tener que reconocer los cadáveres de sus padres fue un momento difícil de superar. Verlos allí acostados en las camillas, destrozados, era una situación que jamás hubiera imaginado vivir. Pero lo que más le produjo dolor fue ver, a pocos metros, a la madre de la familia al lado de una agente policial femenina con los dos hijos sobrevivientes en los brazos, llorando sin consuelo frente a las camillas en que reposaban definitivamente el hombre y el otro niño. No se atrevió a acercarse para brindar alguna palabra de alivio. No era bueno para estas situaciones, nunca sabía que decir por que, en realidad toda palabra le parecía poca o inadecuada. Además seguramente ella estaría pensando que por ese viejo hijo de puta su familia estaba irremediablemente destruida. ¿Como le iba a explicar que tantas veces le había dicho que no manejara más? Seguramente ni se lo creería, y además eso no iba a devolverle la vida a su esposo y a su hijo.
Realizó desde la comisaría todos los trámites para trasladar los cuerpos, obtuvo el acta de defunción del médico forense y arregló que una funeraria los retirara a la mañana siguiente. Esa noche volvió, manejando solo, el camino estaba solitario, una pertinaz llovizna silenciosa dificultaba la visibilidad. Las luces de la ruta reflejándose en el pavimento le recordaban una canción de Julio Iglesias y comenzó a tararearla. Recordó que tenía el cassete en la guantera y lo puso. A los pocos kilómetros había perdido todo sentimiento de desazón. La escena de sus padres muertos parecía el vago recuerdo de una pesadilla, no un hecho real. Los recuerdos de su padre reprendiéndolo cuando niño, su negativa a explicarle las cosas del sexo con la ilusión de mantenerlo casto hasta el casamiento, su permanente ausencia, merced a la cuál jamás compartiera juegos o actos escolares, las discusiones cuando había decidido seguir arquitectura y no abogacía, en suma toda la enorme distancia que se había generado entre ambos no era mayor por que estuviera muerto.
Su madre le producía sentimientos contradictorios. Estaba seguro que no la odiaba, pero tampoco la había amado. También había sido distante con él y los únicos momentos que sentía que habían compartido fueron cuando se vestía de nena y se paseaba por la casa con la seguridad de que ella en el fondo había deseado tener una mujercita y no un varón, por que los varones eran díscolos y mal educados y al final siempre se van tras otra mujer y dejaban a las madres en su vejez, tal como se lo había oído decir muchas veces.
En la hilación de los pensamientos llegó a Marga. Estaba claro, su madre la detestaba, eso había sido evidente, pero no por que Marga fuera una persona difícil de tolerar, por que era autoritaria o manipuladora, al fin y al cabo, como todas las mujeres, madres incluidas, sino por que era precisamente eso, mujer, y le estaba robando a su hijito, ¿o hijita, debía decir? Y este último pensamiento le arrancó una sonrisa.
Todos los vecinos del barrio estuvieron presentes, ya sea en el velatorio o en el entierro. Parientes, ninguno. La mayoría vivía lejos, en otras ciudades del país y no se pudieron acercar a dar el pésame. A Roberto no le importaba demasiado, así como no tenía palabras con los deudos cuando fallecía alguien que conocía, tampoco toleraba a los que se acercaban a pronunciar las palabras de rigor.
-Mi mas sentido pésame-
Parado al lado de la sepultura, no los escuchaba, y así como pasaban los iba borrando de la memoria. No había participado del rito de arrojar tierra sobre los ataúdes ni tampoco había llorado, ni siquiera para que no pensaran que era un mal hijo.
Adriana y Marga, Marcos y su esposa eran los únicos que se quedaron luego del momento del entierro. Saliendo del letargo en que había quedado sumido, Roberto los invitó a tomar una café. Su empleado declinó la invitación y visiblemente nervioso apretó el brazo de su esposa en un claro gesto de huida.
Marga inventó una excusa y comenzó a caminar, después de dos pasos se detuvo y volteándose dijo
-¿Que vas a hacer con la casa de tus padres?, Por que los míos necesitarían un lugar, le están aumentando el alquiler y la jubilación no les alcanza-
Roberto saboreó un segundo el aroma de venganza.
-La voy a vender, ayudalos vos a tus padres, deciles que gasten menos en ropa o pedile plata a alguno de tus amantes-
Mientras Marga se retiraba sin contestar una palabra, mascullando rabia, Adriana tuvo que hacer un esfuerzo para no echar una carcajada en medio del cementerio. Luego tomó del brazo a Roberto.
-Vamos, que vas a tener que revolver muchas pertenencias y muchos recuerdos en la casa de tus viejos y necesitas una mano amiga-
A los pocos meses. la casa estaba vendida con todos los muebles. Había sido una difícil tarea recoger los documentos, libros, papeles, fotos y todo aquello que era de carácter personal, el resto se los dejó a los nuevos dueños. Era una manera de cerrar otra puerta con el pasado.


20. ¡Mi reino por una fotografía!

 En su nueva casa Roberto había cambiado de sitio para exponerse vestido de mujer. El balcón de del anterior departamento por el jardín. Miraba a todos lados apenas abría la puerta y caminaba por el pasto recorriendo toda su superficie o se sentaba en la reposera a leer. Era el riesgoso juego de mostrarse al azar.¿alguien lo vería?. No lo sabía pero la posibilidad lo excitaba. Viviendo solo disponía de tiempo y lugar para su pasión. Lo que no podía superar era la compulsión de probarse todo su vestuario por lo que se cambiaba de ropa continuamente y se miraba en el espejo tratando de retener en su memoria como le sentaba tal o cuál vestido. Al darse cuenta que además de perder mucho tiempo entre esas idas y vueltas no disfrutaba de las prendas con naturalidad decidió que apenas llegado a la casa, elegiría del placard lo que se iba a poner ese día, quedaría así vestido y haría todas las tareas de la casa sin preocuparse obsesivamente por la apariencia.
A su inquieta mente volvió a rondar la idea de perpetuar en el recuerdo esas imágenes en fotografías. No deseaba volver a insistir con su prima, tal vez le dijera que si o tal vez que no. Comprendía el temor de ella a verlo expuesto a un escándalo y por ello no la quería poner nuevamente en una posición incómoda. También descartó la posibilidad de concurrir a un estudio fotográfico sabiendo de la imposibilidad de encontrar alguno que aceptara su pedido, por lo tanto le quedó la única posibilidad que se le ocurría. Sacarse fotos él mismo. Al no disponer de una cámara con disparador automático no tuvo más solución que colocarse frente al espejo y apuntar a la imagen reflejada.
Gastó un rollo entero combinando todas las prendas, polleras, vestidos, blusas. El vestuario se había acrecentado notoriamente, sobre todo con lencería que había pertenecido a su madre, y algunas prendas que le quedaban bien, las que rescató por ser ropa que ella utilizara cuando era joven, sobre todo las polleras rectas de largo hasta las rodillas y una cantidad de camisas de seda de varios colores.
Luego de sacar las fotos se presentaba el segundo paso, el revelado. Decidió llevarlas a un sitio en donde no lo conocieran, de esos que revelan en un hora ya que estaba impaciente por ver como había salido el experimento. Poniendo su mejor cara de piedra y pensando si el empleado habría tenido oportunidad verlas detenidamente, se presentó en el local a la hora justa en que le habían dicho que estarían. Tomó el sobre, pagó y salió con premura a la calle. Una vez afuera comenzó a mirarlas. Sabía que no iba a obtener imágenes nítidas, descubrió que el flash borraba una parte, pero como se colocaba la cámara a la altura de la cara para enfocar, solo influía en el rostro y eso no le preocupaba, mas bien era una ventaja. De todas maneras estaba contento. Era la primera vez que se veía a si mismo, fuera del espejo, luciendo la ropa que tanto le gustaba. 
Tras ese rollo insistió con otros. Experimentó tratando de sacar sin flash y las fotos salieron oscuras, trasladó el espejo a la galería donde había mas luz natural  y volvió a insistir. Algunos resultados lo satisfacían, otros no, pero de todas maneras atesoraba todas las fotos en un álbum y se sentaba a mirarlo durante horas.
Por aquella época comenzó a navegar en Internet buscando páginas de travestismo y encontró varias, todas extranjeras. Unas de Suecia, de Holanda, de España. Descubrió entonces que aquello que hacía tenía un nombre especifico: crossdressing y que estar travestido se definía como estar montado. Que era una actividad que era ejercida por una gran cantidad de hombres en todas partes del mundo. Se nucleaban en clubes donde se reunían, se vestían y compartían buenos momentos, concurrían a fiestas e incluso algunos, audaces, realizaban  la gran aventura de salir a la calle. Se pasó horas frente a la computadora, viendo fotos, relatos y consejos para las cross o CD,  tal como se llamaban a si mismas.
Al no encontrar ninguna página argentina, empezó a explorar el rubro de servicios personales del diario, allí descubrió a los travestis que proponían prestar su ropa al cliente y luego tener relaciones así vestidos. Anotó algunos números telefónicos, hizo varios llamados, solicitó precios y direcciones pero nunca se atrevió a ir a ninguno de esos sitios. Se balanceaba entre el deseo y la precaución. Le resultaba más seguro conocer a algún hombre en la calle y concurrir a su departamento que tratar con un travesti aunque ello significara que tuviera que sacrificar su deseo de vestir de mujer.
Al ver las páginas de crossdresing aprendió que faltaban algunos toques en su vestuario. Tres fundamentalmente, peluca, zapatos de su talla y maquillaje. Luego de una incesante búsqueda consiguió tres pelucas en una feria americana. A la mujer que atendía le dijo que las buscaba para una obra de teatro. Se sintió obligado a dar esa excusa cuando ella le preguntó sin preámbulos si eran para él. En cuanto las pagó y se las puso en una bolsa salió a la calle sintiendo que huía. Como cuando cada vez que compraba una prenda, estuvo ansioso hasta llegar a su casa. Una vez frente al espejo, se las probó y no podía creer lo que veía. El cambio que producía en sus rasgos faciales era tan grande que casi no se reconocía, aún así, sin maquillaje.
Días después entró en una perfumería para adquirir todo el maquillaje necesario. Había estando hojeando revistas femeninas tratando de saber que era lo que necesitaba e hizo una lista: lápiz de labios, maquillaje, delineador, sombra para ojos, máscara de pestañas. En el negocio pidió todo tratando, como siempre, de poner su mejor cara La empleada lo atendió diligentemente, sobre todo por que debió asesorarlo para elegir mejor su compra,  y al ver todo lo que llevaba, culminó regalándole un estuche de maquillaje color rosa. Conseguir zapatos de su talla le fue imposible ya que desconocía totalmente la existencia de sitios en donde los hubiera y tampoco sabía como encontrarlos.
En cuanto tuvo pelucas y maquillaje se afeitó, se maquilló como lo había visto hacer a Marga y además mirando fotos en las revistas, al finalizar se colocó la peluca, tomó la cámara y poniéndola a la mayor distancia posible, es decir el largo de su brazo, se sacó varias fotos. Nuevamente la impaciencia de esperar el revelado, aunque ya no se molestaba por lo que pensara el empleado de la casa de fotos. En los últimos tiempos las había estado llevando a revelar al mismo sitio. El negocio no tenía nada de particular pero sospechaba que el empleado, un muchacho alto, cabello rapado, de mirada dulce, al punto en que era imposible no resultarle simpático, era gay, o al menos parecía una persona discreta y educada. Jamás le había hecho el menor comentario y de ir repetidas veces ya lo trataba con la familiaridad de un viejo cliente.
Verse maquillado fue otra revelación. Era otra persona. Sentía por primera vez que era algo más que un hombre disfrazado de mujer. Que ya no era un juego a ser como mujer. Supo que dentro suyo había estado creciendo algo más que un deseo. Lo que estaba por explotar era la convicción de que de sus entrañas, una verdadera mujer interior estaba pugnando por nacer de una vez por todas.
No podía seguir creyendo, como anteriormente, que sería algo pasajero. Una locura de juventud o el deseo de satisfacerse sexualmente. Era toda su femineidad asomando por los poros. Era la culminación de tantas fantasías. Estaba seguro que aunque no tuviera una explicación para ello lo que más deseaba era ser esa mujer, la mujer de sus sueños, la que hubiera querido para sí, si hubiera sido plenamente heterosexual.
Se sintió feliz por la revelación. Estaba exultante, en ese momento decidió declarar, a sus treinta y cinco años el nacimiento del nuevo ser. Se vistió, eligiendo las ropas más elegantes, se maquilló y se colocó la peluca, se puso las chinelas que le apretaban los pies, recordando que aún se debía los zapatos nuevos, aros, anillos y collares que habían pertenecido a la madre. Si ella quiso una nena, al menos que le obsequie la bijouterie, pensó riendo. Abrió una botella de champagne, se sirvió una copa y levantándola mientras se observaba en el espejo dijo.
-A partir de este momento, naces al mundo, divina mujer y te bautizo como...- dudó un instante pues nunca había pensado un nombre. Recordó una vieja canción de Nino Bravo y no dudó
-Desde ahora te llamaras Noelia- y bebió la copa de champagne de un sola vez.
El bautismo de Noelia no culminó en esa secreta ceremonia. De inmediato imprimió en la computadora tapas para los álbumes de fotos con el nombre elegido. Realizó un conteo de todas las prendas que poseía, las anotó en una planilla y la guardó usando el mismo motivo para la tapa de la carpeta.
De momento no se le ocurrían otras ideas para hacer vivir a Noelia, pero en su mente comenzó a germinar la necesidad de llevar un paso más allá su audacia, aunque todavía no se atreviera.
A lo que sí se animó fue a hablar con el empleado de la casa de fotos, por que era probable que de ver tantas fotos suyas travestido ya no le iba a sorprender su pedido. Una mañana en que estaban solos en el negocio, le solicitó que le sacara fotos totalmente vestido de mujer ya que deseaba tener al menos unas pocas en que no apareciera borrado por el flash de la cámara o con la imagen deformada por la poca distancia con que se sacaba las fotos extendiendo el brazo. El muchacho accedió sin problemas y combinaron en que lo harían en un salón detrás del negocio, en el horario antes de abrir para no ser interrumpidos.
El día fijado, Roberto puso en un bolso dos polleras, una blusa, una polera de lycra, una de las pelucas, unos zapatos que había descubierto en una feria americana y que le iban bastante más cómodas que las chinelas, medias negras para disimular el vello de las piernas,  un conjunto de corpiño y tanga negros y dos semi esferas de telgopor que utilizaba a modo de prótesis mamarias. Al llegar al negocio se dio cuenta que había olvidado el estuche de maquillaje pero no tenía tiempo de volver a buscarlos y decidió, ansioso, sacarse las fotos así igualmente.
Temblaba mientras se cambiaba tras un biombo, pero cuando salió a la vista del fotógrafo caminó con la mayor soltura posible conteniendo la emoción y tratando de no caerse debido a la altura de los tacos a los que recién se estaba acostumbrado Una vez frente al muchacho perdió toda su inhibición. Realizó varias poses, imitando a las de las  tapas de las revistas, tratando de parecer sensual. Se comportó como una modelo en un sesión. Se cambió de ropa en dos ocasiones y en la tercera se animó a quedar sólo con la blusa por arriba y sin pollera mostrando en todo su esplendor la largura de sus piernas enfundadas en las medias negras.
Roberto sabía que tenía un buen físico que podía ser la envidia de algunas mujeres reales, era alto, delgado, su cuerpo y su rostro no presentaban las rudezas del masculino, sino que se conformaba en suaves curvas. Muchos años atrás había leído en un folleto de astrología que los hombres de su signo zodiacal tenía propensión a tener cuerpo de proporciones  femeninas, la cintura estrecha, las caderas y los glúteos redondos, aunque eso no significaba que necesariamente fueran homosexuales o afeminados en sus modales, de todas maneras él estaba agradecido por ello. Y además estaba seguro que había impactado al fotógrafo que no podía sacarle la mirada de encima aún después de sacarle las fotos. Sintiéndose cómodo y completamente desinhibido se mantuvo vestido de mujer mientras el muchacho revelaba las fotos y en tanto le contaba de su experiencia ante las curiosidad de éste.
Con el maquillaje hubiera estado perfecto, se decía cuando las miraba una y otra vez, sentado al escritorio del estudio. Pero igualmente estaba feliz.































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