17.Adriana y Marcos también tienen sus
secretos
Instalado
en su nuevo hogar, un departamento de dos habitaciones, un baño y una pequeña
cocina, con ventanales hacia una transitada avenida, ubicado en un viejo
edificio de pasillos tenebrosos, Roberto lo fue amueblando con pocos elementos,
una cama, mesa de luz, ropero, mesa y dos sillas y una biblioteca escritorio.
Adriana opinaba que era demasiado monástico, pero él afirmaba que no pensaba
llenarse de cosas que luego le costaría mudar ya que su plan era encontrar una
casita para vivir definitivamente.
-Será poco
pero es mío y lo disfruto- le decía
Darle la
novedad a sus padres iba a ser un trago difícil de digerir, por ello volvió a
apoyarse en su prima y le pidió que lo acompañara el día que fue a hacerlo.
Para el padre sería seguramente una mala noticia, no por que le importara la
suerte de su hijo, sino por el temor a los comentarios maliciosos de los
vecinos. Sentía que era mas importante conservar las apariencias y hacer creer
al mundo que todo andaba bien. Eso, sumado a su creencia religiosa que no
permitía cualquier idea de divorcio. La madre, más tolerante, tal vez lo
entendería, pero también sabía que no se lo manifestaría, al menos enfrente de
su marido.
Ambos
ancianos se sorprendieron al ver llegar a Roberto con su prima pues no conocían
que hubieran forjado una amistad después de tantos años de distanciamiento. Se
sentaron a tomar el té y en medio de un silencio incómodo que presagiaba
tormenta Roberto dijo la terrible frase.
-Me separé
de Marga, sin problemas, esta todo bien- aclaró como para aliviar la noticia.
-¿Como que
te separaste?- preguntó, asombrado, el padre.
-Si me
separé, era lo mejor-
-¿Pero lo
hablaron, trataron de arreglar la situación?-
-Ya no
tiene arreglo, papá-
-¿Y que va
a pensar la gente?-
-Mirá, lo
que piense la gente es un problema de ellos, es mi vida, y nadie puede decirme
lo que tengo que hacer, solo te lo vine a contar para que lo sepas-
-¿Vos lo
sabías?- preguntó el padre a Adriana y ella asintió con un gesto.
El resto de
la reunión fue tenso. Nadie se atrevía pronunciar palabra. Hasta que harto de
continuar con esa incómoda situación, Roberto se levantó y pretextando que
tenía otras cosas que hacer le dijo a Adriana si lo acompañaba. Ella, deseosa
como él de salir de allí se levantó de su silla y tomó la cartera.
-Cuando
estés en condiciones de entenderme, llámame y lo vamos a hablar más tranquilos-
le dijo al padre, y saludó con un beso a su madre que no había abierto la boca,
ni para consolarlo ni para criticarlo.
Una vez
afuera se sintió aliviado. Otra huida, pensó, pero al fin y al cabo sabía que
no era tal, que simplemente debía cortar algunos cabos que lo amarraban al
muelle de su vida anterior. No sentía especial afecto por su padres, pero
tampoco podía ignorar su presencia. Estaban allí y opinarían lo que quisieran
pero ya no estaba dispuesto a dejar que esas opiniones influyeran sobre lo que
hiciera en más.
Adriana,
como la única persona que le comprendía y conocía su secreto se convirtió más
que en su pariente, en su mejor amiga. Con ella no tenía secretos. Era una
mujer diferente, una que no entraba en la clasificación de egoísta,
manipuladora, culpabilizadora o demandante, que le cabía, según Roberto, a la
casi totalidad del género femenino. Era una mujer bella de una manera singular,
no de las que deslumbran en cuanto entraba en un sitio, aunque igualmente no
dejaba de llamar la atención. Bajo su ropa se adivinaba un cuerpo menudo, bien
contorneado que sumado a su cabello azabache, los ojos marrones, árabes y la
tez morena le daban un aire de exótica presencia, atractivo a los hombres. Pero
ella se mostraba distante y jamás hablaba de aventuras ni romances. Roberto
respetó ese silencio y nunca le preguntó nada hasta que un día, en una fiesta
de fin de año a la que acudieron juntos tuvo cierta sospecha. Ella los
rechazaba, cortésmente, pero firme. De regreso, en el departamento de Adriana y
mientras degustaban un desayuno al amanecer de un nuevo año sentados en el
balcón, supo la verdad. Ella le confesó, en correspondencia con la sinceridad
de él, que era lesbiana.
-¿No te
diste cuenta?- le preguntó ante la cara de asombro de él.
-Ni la más
mínima idea-
-Viste, es
que nosotras podemos disimularlo. Podemos seguir siendo muy femeninas y
sensuales para los hombres y al mismo tiempo tener nuestras relaciones. Podemos
andar del brazo por la calle, tocarnos y besarnos sin que parezca anormal.
Salvo que seas una de esas que se creen hombres y lo único que andan
demostrando por ahí son sus malos modales-
-Bueno,
entre la mayoría de los gay también es imposible saberlo, se ven muchos chicos
fuertes y musculosos, buenos ejemplares de hombres sobre los cuales no tendrías
la más mínima sospecha y los que se notan son los afeminados- contestó Roberto
mientras trataba de imaginar en que parte del catálogo estaría incluido, ya que
se veía varonil y apuesto, no tenía modos amanerados, pero se convertía en toda
una mujer cuando lo cubrían las prendas femeninas, y no solo por esa
circunstancia, cuando estaba en la cama con un hombre desbordaba femineidad a
pesar de no tener nada puesto.
Con el
bolso de la ropa de mujer en su departamento y la frenética adquisición de
nuevas prendas armó en un sector del ropero la sección femenina. En cuanto
llegaba, se daba una ducha, se afeitaba bien y se vestía completamente. En los
últimos tiempos había adquirido para completar el vestuario unas chinelas que
le quedaban chicas haciéndole doler los pies cuando las tenía puestas un rato.
De todas maneras se las colocaba como podía y se quedaba varios minutos
mirándose al espejo. Se cambiaba de ropa tres o cuatro veces hasta decidir con
cuál se quedaba, una compulsión que le llevaría tiempo superar. Era como mudar
de personalidad, ser otra persona. Podía dormir acariciado por la suavidad de
las telas y despertar feliz al día siguiente. Cuando, por la mañana, debía
salir a su estudio y colocarse la ropa de hombre sentía cierto desasosiego que
calmaba pensando en que a la noche volvería disfrutar su pasión.
En el
trabajo todo parecía seguir igual. Si bien comenzaban a notarse los primeros
síntomas de la crisis económica que sobrevendría años después, no le faltaban
obras a realizar por lo que Marcos y él podían sobrevivir sin apremios
económicos. Del divorcio no se habló nunca. Ninguno de los dos mencionaba el
tema aunque Roberto sabía que la esposa de Marcos continuaba visitando a Marga,
y Marcos se excusaba de ir argumentando que se sentía incómodo acompañándola.
La esposa no le insistía ya que seguramente aprovechaba esas reuniones para
ponerse al tanto de las aventuras amorosas de Marga.
Marcos
comenzó a hacer cierta confidencias a Roberto pero no referidas a éste sino a
él mismo. Roberto supo, de pronto, por que nunca antes lo había mencionado, que
el matrimonio de su empleado tampoco nadaba por aguas tranquilas. La
insatisfacción sexual, el tedio, la rutina, estaban acabando con la relación y
Marcos se mostraba interesado en tratar de hacer lo que nunca había hecho, ser
infiel a su esposa.
-Si, pero
no vas a lograr mucho, alguna aventura por ahí con todo el riesgo que implica,
¿y si alguna pretende ser algo más que la amante?- argumentó Roberto.
-Tal vez
tengas razón pero algo tengo que hacer-
-Además las
mujeres a la larga siempre traen problemas, mejor pagále a una prostituta-
Marcos se
quedó callado unos minutos. Roberto se dirigió a su oficina y se enfrascó en
problemas de trabajo. Estaba allí sentado frente al tablero de dibujo cuando
sintió que Marcos había entrado.
-Sabés, me
quedé pensando en lo que dijiste y creo que debo aclararte algo por que si no
se lo cuento a alguien voy a explotar-
Roberto
giró el banco y se quedó mirando a Marcos que apoyado en el escritorio trataba
de encontrar la palabras adecuadas.
-El tema es
que no se trata de otra mujer, o de otras mujeres o de todas las mujeres, lo
que yo necesito en una relación con un hombre-
Roberto
palideció, ¿estaría siendo sincero o sería parte de una trampa contra su
persona, de una venganza de Marga a través de la esposa de Marcos y con la
complicidad de éste?. Pensando con lógica ya no había ningún motivo para que
Marga tratara de continuar haciéndole la vida imposible, pero las mujeres no son
lógicas y menos aún cuando se sienten despechadas. Sin duda ella no sabía hasta
donde había llegado en su homosexualidad, si lo de la ropa femenina era todo o
había algo más y que mejor manera que averiguarlo utilizando a este idiota. Sea
como fuere el papel que representaba Marcos en ese momento era patético y
sintió un irrefrenable placer en denostarlo.
-De manera
que vos sos de esos que sienten que hay que matar a todos los putos y te cagás
de risa cuando ves alguno y te burlas, todo por que sos un reprimido que nunca
se atrevió a madurar y aceptarse. Mirá, te voy a decir algo, si encontrás un
hombre como decìs que deseás, enhorabuena, pero no te olvides que aunque seas
vos el activo igual sos un puto y vas a tener que vivir con eso. Andá sabiendo
que para ser puto y asumirlo hay que ser muy macho-
Marcos se
quedó con la boca abierta, como si fuera a decir algo y no encontraba las
palabras adecuadas. ¿esperaría más compresión por parte de su amigo? ¿O
simplemente no estaba preparado para un discurso tan severo?
Roberto
giró en su banqueta y continuó con el dibujo sin decir nada más. Trataba de no
levantar la vista del tablero para que Marcos no notara la sonrisa de
satisfacción que se le escapaba. Se sentía dueño de la situación. Si Marcos
había sido el instrumento de su ex esposa
había rebotado contra una pared, si el motivo de su confesión era real
lo tenía en sus manos y además había aprovechado a echarle en la cara su bronca
por todas la veces que lo había oído y visto en la calle insultar a los maricas.
Marcos se retiró a su oficina y no hablaron más que de temas de trabajo. Esa
noche mientras se acostaba con su camisón de seda rojo, Roberto no podía dejar
de pensar en lo sucedido en la oficina. Su mayor desvelo era la incógnita del
verdadero motivo de Marcos, pero se prometió no tocar jamás el tema.
18. Lo que hace un gay cuando quiere
parecer hombre
Roberto
había perfeccionado su habilidad para comprar ropa femenina. Se paraba frente a
las vidrieras y miraba las prendas durante largo rato hasta que se decidía a
entrar. Como siempre, esperaba que hubiera pocas clientas comprando, de ser
preferible ninguna. A pesar de que creía que a nadie le importaba, todavía
sentía alguna vergüenza de solo pensar que alguien podría darse cuenta que eran
para él, sobre todo cuando adquiría ropa íntima.
En los
sitios por los que andaba a menudo había descubierto varias ferias americanas
en donde podía revisar la mercadería y elegir sin andar haciendo preguntas, ni
respondiéndolas. Utilizaba cierta habilidad natural para adivinar el talle que
le correspondía sin necesidad de probárselas aunque en varias ocasiones se
equivocó y las prendas compradas terminaron en una bolsa en el fondo del
ropero.
Con el
tiempo, no sólo ponerse la ropa le producía satisfacción sino también la
compra, compulsión habitual en las mujeres, y cuando finalmente se hacía de
alguna prenda nueva corría lo más pronto posible a su departamento a
probársela, a mirarse en el espejo, compañero mudo y fiel de esos momentos de
felicidad.
En ocasiones
solía pararse en la ventana que daba a la calle totalmente travestido. Imaginaba en sus fantasías que desde algún
lugar alguien lo podría estar mirando, pero a pesar de hacerlo reiteradamente
nunca supo si esa exposición había dado algún resultado.
Igualmente
continuó sintiéndose frustrado por el hecho de que en sus encuentros sexuales
ninguno de sus ocasionales compañeros de cama aceptara que se pusiera ropa
femenina. Finalmente abandonó los intentos y se reservó ese placer para
masturbarse en la intimidad de su casa.
A estas
alturas se consideraba en la cúspide de lo que podía hacer en cuanto a usar
ropas femeninas y además se sentía completamente desinhibido en cuanto a los
encuentros para tener sexo. Pero extrañamente, como suceden estas cosas, comenzó
a sentir que no podía continuar con aquello, que debía recomponer su vida, que
si era necesario tener una compañía estable esta debía ser una mujer y para
ello debía abandonar su costumbre.
Casi sin
darse cuenta comenzó a frecuentar mujeres. Alguna colega, una vendedora de un
negocio de muebles o decoración, la secretaría de un cliente o lo que se
presentara ante sus ojos. No era que intimara con ellas, pero las deseaba, sin
saber si en realidad se trataba de un natural resurgir de su condición masculina
o simplemente estaba tratando de superar su inclinación de una manera forzada.
El hecho era que las mujeres le gustaban. Le gustaban por su físico, el color
de ojos, el cabello o cualquiera fuera el detalle que le hubiera llamado la
atención, aunque sabía que estaba muy lejos de comprenderlas. Nunca estaba
seguro si debía esperar alguna señal de parte de ellas o debía avanzar sobre su
aparente inocencia o recato ¿Que habrá querido decir cuando dijo tal cosa? Se
preguntaba una y otra vez.
Le causaba
placer cuando invitaba a bailar a alguna y podía tomar su cintura con suavidad
y firmeza a la vez, cuando la miraba a los ojos o sentía su perfume si acercaba
su rostro al de ella. Pero nunca se atrevía a más. Hasta aquella vez en que
Silvina, una morocha de cutis blanco, grandes ojos y abundante cabellera negra,
secretaría de un arquitecto con el que estaban haciendo una obra en conjunto no
le dejó lugar a dudas por la forma casi grosera en que se le insinuaba. Al
menos este paso estaba resuelto, sabía lo que ella sentía por él. Aunque no
fuera más que por tener una aventura, y en esto sí albergaba una duda, pues tal
vez fuera para algo más que eso.
Salió con
Silvina tres o cuatro veces. Se encontraban en un café de la avenida Alvear por
la tarde. El tiempo que esperaba le producía recuerdos de otras épocas, cuando
anhelante se preguntaba ¿vendrá o no vendrá?.
Pero ella
siempre se presentaba y té o gaseosa de por medio hablaban de sus cosas como
dos adolescentes. Pero no lo eran. No estaban en edad de perder el tiempo en
niñerías y eso era lo que inquietaba a Roberto. ¿como le propondría tener
relaciones de manera que ella no se ofendiera?
Mientras se
devanaba los sesos tratando de encontrar la respuesta, conciente o
inconscientemente tomó decisiones inesperadas. Juntó toda la ropa que había
adquirido, la colocó en varias bolsas de residuos y las tiró a la basura. Era
el comienzo simbólico de una nueva era. De ahora en mas viviría como un hombre.
Era una manera de quemar las naves. Ahora no habría marcha atrás. Solamente
debía juntar coraje para pedirle a Silvina lo que deseaba y rogar que no le
contestara negativamente.
Una de las
tantas tardes, sentados frente a frente, tras unos minutos de silencio en los
que estaba procurando animarse y encontrar las palabras adecuadas, se encontró
con esa mirada que lo decía todo. Sus ojos negros eran una invitación al
pecado, era evidente que si no lo hacía ahora no lo hacía nunca más. Ella
jugueteaba con su lengua sobre los labios, se abrochaba y desabrochaba el
primer botón de la blusa nerviosamente ¿o sugestivamente?, dejando ver por
momentos el inicio de sus senos.
-Silvina-
dijo al fin- Siendo dos personas mayores, sin compromisos, creo que
deberíamos...- dudó.
-Tener
relaciones- completó ella la frase.
-Si, eso-
dijo él mientras se insultaba por dentro al considerar que finalmente era ella
la que había sido más decidida.
Pero
Silvina no se preocupaba demasiado por como habían llegado a ese punto. Lo que
quería era ir rápidamente a un Hotel, en ese mismo momento.
Roberto
tuvo miedo. ¿No hubiera sido mejor programarlo para otro día?. Pero ya era
inútil volverse. Ella llamó al mozo, Roberto pagó la cuenta y salieron a la
calle. Silvina era la que dirigía. Roberto no tenía idea de donde había un
hotel en las cercanías pero ella si. A pesar de que la tomaba de la cintura y
pareciera a cualquiera con que se cruzaron que era él quien la llevaba, en
realidad era todo lo contrario. Cuando todavía estaba pensando en lo apresurado
de la decisión se vio de pronto en la puerta del hotel. Ya estamos aquí, así
que veamos, pensó, y entraron.
Silvina no
tuvo demasiadas vueltas para quitarse la ropa. Mientras él miraba la habitación
tratando de entrar en clima, ella ya estaba sólo con una diminuta tanga y
recostada en la cama. Para no parecer apocado se desvistió con prisa, arrojó la
ropa a cualquier lado y se echó al costado de ella. La tomo por la cintura,
luego acarició sus senos, los glúteos, la besó en la boca arrancándole gritos
de placer, sin saber si eran reales o fingidos. Varios minutos estuvo en esos
menesteres al mismo tiempo que comprobaba, aterrorizado, que no conseguía la
más mínima erección. Intentó otras caricias, morderle apasionadamente los
pezones. Ella continuaba gimiendo, excitada, y continuó así hasta que tuvo la
idea de poner una mano en su pene y encontrarlo fláccido, muerto, acabado.
-¿Que te
pasa?-
-No se,
serán los nervios, es la primera vez que me sucede una cosa así-
Ella, que
no quería quedarse con las ganas, trató de animarlo pero fue en vano. Una vez
que había tomado conciencia de su impotencia, Roberto supo que ese pene jamás
se erguiría. Se acostó a su lado y se quedó mirando el vació. Silvina se
levantó y se dirigió al baño para darse una ducha.
No se
hablaron más que para lo esencial. Al salir a la calle Roberto le hizo seña a
un taxi.
-Vamos, te
llevo a tu casa- le dijo a Silvina cuyo rostro develaba el estado de ánimo en
que se encontraba.
-No
gracias, prefiero caminar- le contestó y dándole la espalda se alejó por la
estrecha vereda.
Lo que
nunca pudo averiguar Roberto fue si Silvina divulgó lo sucedido aquella tarde.
Lo cierto era que cuando iba al estudio de su patrón lo evitaba
disimuladamente. Él le agradecía ese gesto pues no se sentía con valor para
verla a la cara nuevamente. La única prueba que tuvo de que tal vez ella
hubiera sido inesperadamente discreta fue cuando Alicia, otras de las
empleadas, tuvo un visible gesto de seducción hacia él. Esta vez no estaba
dispuesto a repetir la vergüenza y cortésmente inventó una excusa cuando ella
lo invitó a tomar un café a la salida del trabajo.
Si algo
había aprendido Roberto con la pasada experiencia, era que las mujeres podía
ser muy lindas para verlas y para tratar de parecerse a ellas, pero era
evidente que no conseguían producirle deseo sexual. Con los hombres era
diferente. No sólo por el hecho de estar con otra persona de su mismo sexo,
sino poder explayar su verdadera sexualidad, relajarse, gozar, sin pensar en
que debía rendir un examen ante otro. Si su sentimiento era sentirse una mujer
en la cama eso era lo que debía hacer y no forjarse falsas ideas de virilidad.
Además era hermoso eso de dejar que el hombre fuera el que tomaba la iniciativa
y sometiéndose a él, hacer lo que mejor le salía, o sea seducir y excitar.
Abandonarse en los brazos de otro y dejarle hacer.
Arrepentido
por haberse desecho de la ropa de mujer se maldijo repetidas veces por haber
perdido aquellas prendas que le gustaban. De inmediato se puso a la tarea de
recuperar un vestuario como el que tenía. En pocas semanas había comprado lencería
erótica, minifaldas de jean, blusas, vestidos, chinelas, pantalones elastizados
y volvió a la rutina del espejo y a estar travestido todo el tiempo en el
departamento. Después de cenar solía poner casettes y gozaba al compás de la
música cantando y bailando los temas de ABBA. Se sentía una mujer fatal deseada
por los hombres e imaginaba que lo hacía para ellos. Solía causarle gracia
imaginar que dirían quienes lo conocían si superan de aquellas extravagancias.
19. Sigo en la carretera ... cantaba
Julio Iglesias
La
creciente crisis económica que no podía superar el gobierno radical comenzaba a
hacer estragos entre los profesionales de la construcción, en realidad en todo
el país, salvo los abogados. Roberto conservaba todavía varias obras en
ejecución que, con cobro de mayores costos por delante aún le daban suficientes
ganancias.
Su vida no
sólo transcurría entre hombres y negocios de ropa femenina, hacía tiempo que
había tomado la determinación de poseer una casa propia. Por más que el
presente aún era generoso, el futuro era incierto y existía la posibilidad de
tener que cerrar el estudio cuando terminara con las obras que todavía estaba
realizando. Sin decir ni una sola palabra a Marcos, para evitar que llegara la
novedad a los oídos de Marga, compró un pequeño chalet en un barrio cercano a
la capital, lo suficientemente grande como para albergarlo con todas las
comodidades y suficientemente chico como para pagar pocos impuestos y poder
mantenerlo sin la necesidad de personal de servicio. Era una construcción de
una planta, con dos dormitorios, una sala, cocina, baño, lavadero y un modesto
jardín con pocas plantas. El techo era de tejas francesas y las paredes
exteriores de ladrillo a la vista. En el frente una generosa galería que se prolongaba
en cubierta para un auto. Le llevó varios meses tenerlo listo para habitarlo,
después de lidiar con un trabajo de reciclaje que en un principio había
imaginado sencillo pero, como de costumbre en estos casos, comenzaron a
aparecer problemas cada vez que se tocaba algo. Perdidas en las cañerías,
cortocircuitos inesperados, humedades en las paredes, cielorrasos a punto de
caer, ventanas oxidadas y una larga e inimaginable lista.
A pesar de
las dificultades, Roberto se movía como pez en el agua, no era el primer
reciclaje que hacía y en esta ocasión estaba dispuesto a terminarlo de acuerdo
a sus indicaciones precisas. Después de todo iba a ser su primer casa, la
primera toda de él. La primera que podría decorar a su gusto. La primera que
iba a tener un sitio para toda su ropa y no solamente un rincón del ropero.
La
decoración era austera, casi monacal. Paredes blancas, techos de madera, pisos
de cerámica, muebles de algarrobo de líneas sencillas. Minimalismo puro.
Decoración que estaba reservada a los sitios de la casa en donde circulaban las
visitas. El estudio, armado en uno de los dormitorios tenía las paredes
cubiertas de estantes con multitud de adornos y libros que había comprado
compulsivamente para reemplazar los que le había tirado Marga. En un gran
escritorio con vista a la ventana dispuso la computadora y un tablero de
dibujo. Pero el dormitorio era terreno vedado para todo el mundo. Contrastaba
con todo el resto de la casa, grandes cortinados que cubrían las ventanas,
alfombra de pelos largos, suave y mullida, una enorme cama de dos plazas con
sábanas de seda brillantes y almohadas con puntillas, mesas de luz laqueadas en
rosa, luces direccionables de varios colores que simulaban estrellas en el
cielorraso. La estancia parecía más el dormitorio de una princesa de las mil y
una noches que el de un varón. Todo el conjunto semejaba la tienda de un jeque
donde se podía imaginar que en cualquier momento comenzaran a bailar las
odaliscas. El elemento esencial era un gran espejo colocado frente a la cama,
donde podía verse de cuerpo entero.
La única
persona que pudo acceder a ese refugio secreto fue Adriana que, maravillada, no
pudo menos que exclamar.
-¡Guacho,
me tenés que decorar mi dormitorio así como este!-
Roberto se
lo prometió y cumplió. Pocos meses después su prima recibía a sus amigas en un
sitio similar, tan acorde para la intimidad.
Cuando
Roberto estaba terminado la decoración en el departamento de Adriana recibió la
noticia del fallecimiento de sus padres. Sabía que tarde o temprano terminarían
así. No por la edad, sino por la tozudez de su padre de pretender seguir
manejando cuando la vista comenzaba a fallarle y sus reflejos no eran los
adecuados. Había tenido en los últimos tiempos varios roces con otros vehículos
y en un par de ocasiones se había pasado el semáforo en rojo, con la suerte de
que ningún auto cruzara la bocacalle pero teniendo que afrontar dos multas
unidas al reproche de los policías de tránsito y del juez de faltas que de
todas maneras no le quitó la licencia como hubiera correspondido.
Esta vez,
la definitiva, había sido en la ruta. Según los testigos habría pretendido
pasar a un camión y no tuvo la rapidez de maniobra como para volver al carril
correspondiente o el auto no le respondió. Chocó de frente con otro auto donde
viajaba una familia de la que murieron el padre y uno de los niños.
Tener que
reconocer los cadáveres de sus padres fue un momento difícil de superar. Verlos
allí acostados en las camillas, destrozados, era una situación que jamás
hubiera imaginado vivir. Pero lo que más le produjo dolor fue ver, a pocos
metros, a la madre de la familia al lado de una agente policial femenina con
los dos hijos sobrevivientes en los brazos, llorando sin consuelo frente a las
camillas en que reposaban definitivamente el hombre y el otro niño. No se
atrevió a acercarse para brindar alguna palabra de alivio. No era bueno para
estas situaciones, nunca sabía que decir por que, en realidad toda palabra le
parecía poca o inadecuada. Además seguramente ella estaría pensando que por ese
viejo hijo de puta su familia estaba irremediablemente destruida. ¿Como le iba
a explicar que tantas veces le había dicho que no manejara más? Seguramente ni
se lo creería, y además eso no iba a devolverle la vida a su esposo y a su
hijo.
Realizó desde
la comisaría todos los trámites para trasladar los cuerpos, obtuvo el acta de
defunción del médico forense y arregló que una funeraria los retirara a la
mañana siguiente. Esa noche volvió, manejando solo, el camino estaba solitario,
una pertinaz llovizna silenciosa dificultaba la visibilidad. Las luces de la
ruta reflejándose en el pavimento le recordaban una canción de Julio Iglesias y
comenzó a tararearla. Recordó que tenía el cassete en la guantera y lo puso. A
los pocos kilómetros había perdido todo sentimiento de desazón. La escena de
sus padres muertos parecía el vago recuerdo de una pesadilla, no un hecho real.
Los recuerdos de su padre reprendiéndolo cuando niño, su negativa a explicarle
las cosas del sexo con la ilusión de mantenerlo casto hasta el casamiento, su
permanente ausencia, merced a la cuál jamás compartiera juegos o actos
escolares, las discusiones cuando había decidido seguir arquitectura y no
abogacía, en suma toda la enorme distancia que se había generado entre ambos no
era mayor por que estuviera muerto.
Su madre le
producía sentimientos contradictorios. Estaba seguro que no la odiaba, pero
tampoco la había amado. También había sido distante con él y los únicos
momentos que sentía que habían compartido fueron cuando se vestía de nena y se
paseaba por la casa con la seguridad de que ella en el fondo había deseado
tener una mujercita y no un varón, por que los varones eran díscolos y mal
educados y al final siempre se van tras otra mujer y dejaban a las madres en su
vejez, tal como se lo había oído decir muchas veces.
En la
hilación de los pensamientos llegó a Marga. Estaba claro, su madre la
detestaba, eso había sido evidente, pero no por que Marga fuera una persona
difícil de tolerar, por que era autoritaria o manipuladora, al fin y al cabo,
como todas las mujeres, madres incluidas, sino por que era precisamente eso,
mujer, y le estaba robando a su hijito, ¿o hijita, debía decir? Y este último
pensamiento le arrancó una sonrisa.
Todos los
vecinos del barrio estuvieron presentes, ya sea en el velatorio o en el
entierro. Parientes, ninguno. La mayoría vivía lejos, en otras ciudades del
país y no se pudieron acercar a dar el pésame. A Roberto no le importaba
demasiado, así como no tenía palabras con los deudos cuando fallecía alguien
que conocía, tampoco toleraba a los que se acercaban a pronunciar las palabras
de rigor.
-Mi mas
sentido pésame-
Parado al
lado de la sepultura, no los escuchaba, y así como pasaban los iba borrando de
la memoria. No había participado del rito de arrojar tierra sobre los ataúdes
ni tampoco había llorado, ni siquiera para que no pensaran que era un mal hijo.
Adriana y
Marga, Marcos y su esposa eran los únicos que se quedaron luego del momento del
entierro. Saliendo del letargo en que había quedado sumido, Roberto los invitó
a tomar una café. Su empleado declinó la invitación y visiblemente nervioso
apretó el brazo de su esposa en un claro gesto de huida.
Marga
inventó una excusa y comenzó a caminar, después de dos pasos se detuvo y
volteándose dijo
-¿Que vas a
hacer con la casa de tus padres?, Por que los míos necesitarían un lugar, le
están aumentando el alquiler y la jubilación no les alcanza-
Roberto
saboreó un segundo el aroma de venganza.
-La voy a
vender, ayudalos vos a tus padres, deciles que gasten menos en ropa o pedile
plata a alguno de tus amantes-
Mientras
Marga se retiraba sin contestar una palabra, mascullando rabia, Adriana tuvo
que hacer un esfuerzo para no echar una carcajada en medio del cementerio.
Luego tomó del brazo a Roberto.
-Vamos, que
vas a tener que revolver muchas pertenencias y muchos recuerdos en la casa de
tus viejos y necesitas una mano amiga-
A los pocos
meses. la casa estaba vendida con todos los muebles. Había sido una difícil
tarea recoger los documentos, libros, papeles, fotos y todo aquello que era de
carácter personal, el resto se los dejó a los nuevos dueños. Era una manera de
cerrar otra puerta con el pasado.
20. ¡Mi reino por una fotografía!
En su nueva
casa Roberto había cambiado de sitio para exponerse vestido de mujer. El balcón
de del anterior departamento por el jardín. Miraba a todos lados apenas abría la
puerta y caminaba por el pasto recorriendo toda su superficie o se sentaba en
la reposera a leer. Era el riesgoso juego de mostrarse al azar.¿alguien lo
vería?. No lo sabía pero la posibilidad lo excitaba. Viviendo solo disponía de
tiempo y lugar para su pasión. Lo que no podía superar era la compulsión de
probarse todo su vestuario por lo que se cambiaba de ropa continuamente y se
miraba en el espejo tratando de retener en su memoria como le sentaba tal o
cuál vestido. Al darse cuenta que además de perder mucho tiempo entre esas idas
y vueltas no disfrutaba de las prendas con naturalidad decidió que apenas
llegado a la casa, elegiría del placard lo que se iba a poner ese día, quedaría
así vestido y haría todas las tareas de la casa sin preocuparse obsesivamente
por la apariencia.
A su
inquieta mente volvió a rondar la idea de perpetuar en el recuerdo esas
imágenes en fotografías. No deseaba volver a insistir con su prima, tal vez le
dijera que si o tal vez que no. Comprendía el temor de ella a verlo expuesto a
un escándalo y por ello no la quería poner nuevamente en una posición incómoda.
También descartó la posibilidad de concurrir a un estudio fotográfico sabiendo
de la imposibilidad de encontrar alguno que aceptara su pedido, por lo tanto le
quedó la única posibilidad que se le ocurría. Sacarse fotos él mismo. Al no
disponer de una cámara con disparador automático no tuvo más solución que
colocarse frente al espejo y apuntar a la imagen reflejada.
Gastó un
rollo entero combinando todas las prendas, polleras, vestidos, blusas. El
vestuario se había acrecentado notoriamente, sobre todo con lencería que había
pertenecido a su madre, y algunas prendas que le quedaban bien, las que rescató
por ser ropa que ella utilizara cuando era joven, sobre todo las polleras
rectas de largo hasta las rodillas y una cantidad de camisas de seda de varios
colores.
Luego de
sacar las fotos se presentaba el segundo paso, el revelado. Decidió llevarlas a
un sitio en donde no lo conocieran, de esos que revelan en un hora ya que
estaba impaciente por ver como había salido el experimento. Poniendo su mejor
cara de piedra y pensando si el empleado habría tenido oportunidad verlas detenidamente,
se presentó en el local a la hora justa en que le habían dicho que estarían.
Tomó el sobre, pagó y salió con premura a la calle. Una vez afuera comenzó a
mirarlas. Sabía que no iba a obtener imágenes nítidas, descubrió que el flash
borraba una parte, pero como se colocaba la cámara a la altura de la cara para
enfocar, solo influía en el rostro y eso no le preocupaba, mas bien era una
ventaja. De todas maneras estaba contento. Era la primera vez que se veía a si
mismo, fuera del espejo, luciendo la ropa que tanto le gustaba.
Tras ese
rollo insistió con otros. Experimentó tratando de sacar sin flash y las fotos
salieron oscuras, trasladó el espejo a la galería donde había mas luz
natural y volvió a insistir. Algunos
resultados lo satisfacían, otros no, pero de todas maneras atesoraba todas las
fotos en un álbum y se sentaba a mirarlo durante horas.
Por aquella
época comenzó a navegar en Internet buscando páginas de travestismo y encontró
varias, todas extranjeras. Unas de Suecia, de Holanda, de España. Descubrió
entonces que aquello que hacía tenía un nombre especifico: crossdressing y que
estar travestido se definía como estar montado. Que era una actividad que era
ejercida por una gran cantidad de hombres en todas partes del mundo. Se
nucleaban en clubes donde se reunían, se vestían y compartían buenos momentos,
concurrían a fiestas e incluso algunos, audaces, realizaban la gran aventura de salir a la calle. Se pasó
horas frente a la computadora, viendo fotos, relatos y consejos para las cross
o CD, tal como se llamaban a si mismas.
Al no
encontrar ninguna página argentina, empezó a explorar el rubro de servicios
personales del diario, allí descubrió a los travestis que proponían prestar su
ropa al cliente y luego tener relaciones así vestidos. Anotó algunos números
telefónicos, hizo varios llamados, solicitó precios y direcciones pero nunca se
atrevió a ir a ninguno de esos sitios. Se balanceaba entre el deseo y la
precaución. Le resultaba más seguro conocer a algún hombre en la calle y
concurrir a su departamento que tratar con un travesti aunque ello significara
que tuviera que sacrificar su deseo de vestir de mujer.
Al ver las
páginas de crossdresing aprendió que faltaban algunos toques en su vestuario.
Tres fundamentalmente, peluca, zapatos de su talla y maquillaje. Luego de una
incesante búsqueda consiguió tres pelucas en una feria americana. A la mujer
que atendía le dijo que las buscaba para una obra de teatro. Se sintió obligado
a dar esa excusa cuando ella le preguntó sin preámbulos si eran para él. En
cuanto las pagó y se las puso en una bolsa salió a la calle sintiendo que huía.
Como cuando cada vez que compraba una prenda, estuvo ansioso hasta llegar a su
casa. Una vez frente al espejo, se las probó y no podía creer lo que veía. El
cambio que producía en sus rasgos faciales era tan grande que casi no se
reconocía, aún así, sin maquillaje.
Días
después entró en una perfumería para adquirir todo el maquillaje necesario.
Había estando hojeando revistas femeninas tratando de saber que era lo que
necesitaba e hizo una lista: lápiz de labios, maquillaje, delineador, sombra
para ojos, máscara de pestañas. En el negocio pidió todo tratando, como
siempre, de poner su mejor cara La empleada lo atendió diligentemente, sobre
todo por que debió asesorarlo para elegir mejor su compra, y al ver todo lo que llevaba, culminó
regalándole un estuche de maquillaje color rosa. Conseguir zapatos de su talla
le fue imposible ya que desconocía totalmente la existencia de sitios en donde
los hubiera y tampoco sabía como encontrarlos.
En cuanto
tuvo pelucas y maquillaje se afeitó, se maquilló como lo había visto hacer a
Marga y además mirando fotos en las revistas, al finalizar se colocó la peluca,
tomó la cámara y poniéndola a la mayor distancia posible, es decir el largo de
su brazo, se sacó varias fotos. Nuevamente la impaciencia de esperar el
revelado, aunque ya no se molestaba por lo que pensara el empleado de la casa
de fotos. En los últimos tiempos las había estado llevando a revelar al mismo
sitio. El negocio no tenía nada de particular pero sospechaba que el empleado,
un muchacho alto, cabello rapado, de mirada dulce, al punto en que era
imposible no resultarle simpático, era gay, o al menos parecía una persona
discreta y educada. Jamás le había hecho el menor comentario y de ir repetidas
veces ya lo trataba con la familiaridad de un viejo cliente.
Verse
maquillado fue otra revelación. Era otra persona. Sentía por primera vez que
era algo más que un hombre disfrazado de mujer. Que ya no era un juego a ser
como mujer. Supo que dentro suyo había estado creciendo algo más que un deseo.
Lo que estaba por explotar era la convicción de que de sus entrañas, una
verdadera mujer interior estaba pugnando por nacer de una vez por todas.
No podía
seguir creyendo, como anteriormente, que sería algo pasajero. Una locura de
juventud o el deseo de satisfacerse sexualmente. Era toda su femineidad
asomando por los poros. Era la culminación de tantas fantasías. Estaba seguro
que aunque no tuviera una explicación para ello lo que más deseaba era ser esa
mujer, la mujer de sus sueños, la que hubiera querido para sí, si hubiera sido
plenamente heterosexual.
Se sintió
feliz por la revelación. Estaba exultante, en ese momento decidió declarar, a
sus treinta y cinco años el nacimiento del nuevo ser. Se vistió, eligiendo las
ropas más elegantes, se maquilló y se colocó la peluca, se puso las chinelas
que le apretaban los pies, recordando que aún se debía los zapatos nuevos,
aros, anillos y collares que habían pertenecido a la madre. Si ella quiso una
nena, al menos que le obsequie la bijouterie, pensó riendo. Abrió una botella
de champagne, se sirvió una copa y levantándola mientras se observaba en el
espejo dijo.
-A partir
de este momento, naces al mundo, divina mujer y te bautizo como...- dudó un
instante pues nunca había pensado un nombre. Recordó una vieja canción de Nino
Bravo y no dudó
-Desde
ahora te llamaras Noelia- y bebió la copa de champagne de un sola vez.
El bautismo
de Noelia no culminó en esa secreta ceremonia. De inmediato imprimió en la
computadora tapas para los álbumes de fotos con el nombre elegido. Realizó un
conteo de todas las prendas que poseía, las anotó en una planilla y la guardó
usando el mismo motivo para la tapa de la carpeta.
De momento
no se le ocurrían otras ideas para hacer vivir a Noelia, pero en su mente
comenzó a germinar la necesidad de llevar un paso más allá su audacia, aunque
todavía no se atreviera.
A lo que sí
se animó fue a hablar con el empleado de la casa de fotos, por que era probable
que de ver tantas fotos suyas travestido ya no le iba a sorprender su pedido.
Una mañana en que estaban solos en el negocio, le solicitó que le sacara fotos
totalmente vestido de mujer ya que deseaba tener al menos unas pocas en que no
apareciera borrado por el flash de la cámara o con la imagen deformada por la
poca distancia con que se sacaba las fotos extendiendo el brazo. El muchacho
accedió sin problemas y combinaron en que lo harían en un salón detrás del
negocio, en el horario antes de abrir para no ser interrumpidos.
El día
fijado, Roberto puso en un bolso dos polleras, una blusa, una polera de lycra,
una de las pelucas, unos zapatos que había descubierto en una feria americana y
que le iban bastante más cómodas que las chinelas, medias negras para disimular
el vello de las piernas, un conjunto de
corpiño y tanga negros y dos semi esferas de telgopor que utilizaba a modo de
prótesis mamarias. Al llegar al negocio se dio cuenta que había olvidado el
estuche de maquillaje pero no tenía tiempo de volver a buscarlos y decidió,
ansioso, sacarse las fotos así igualmente.
Temblaba
mientras se cambiaba tras un biombo, pero cuando salió a la vista del fotógrafo
caminó con la mayor soltura posible conteniendo la emoción y tratando de no
caerse debido a la altura de los tacos a los que recién se estaba acostumbrado
Una vez frente al muchacho perdió toda su inhibición. Realizó varias poses,
imitando a las de las tapas de las
revistas, tratando de parecer sensual. Se comportó como una modelo en un
sesión. Se cambió de ropa en dos ocasiones y en la tercera se animó a quedar
sólo con la blusa por arriba y sin pollera mostrando en todo su esplendor la
largura de sus piernas enfundadas en las medias negras.
Roberto
sabía que tenía un buen físico que podía ser la envidia de algunas mujeres
reales, era alto, delgado, su cuerpo y su rostro no presentaban las rudezas del
masculino, sino que se conformaba en suaves curvas. Muchos años atrás había
leído en un folleto de astrología que los hombres de su signo zodiacal tenía
propensión a tener cuerpo de proporciones
femeninas, la cintura estrecha, las caderas y los glúteos redondos,
aunque eso no significaba que necesariamente fueran homosexuales o afeminados
en sus modales, de todas maneras él estaba agradecido por ello. Y además estaba
seguro que había impactado al fotógrafo que no podía sacarle la mirada de
encima aún después de sacarle las fotos. Sintiéndose cómodo y completamente
desinhibido se mantuvo vestido de mujer mientras el muchacho revelaba las fotos
y en tanto le contaba de su experiencia ante las curiosidad de éste.
Con el
maquillaje hubiera estado perfecto, se decía cuando las miraba una y otra vez,
sentado al escritorio del estudio. Pero igualmente estaba feliz.
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