Monday, August 14, 2017

Ansiada Noelia. El final. Capitulos 29, 30 ,31 y 32

29. Un paso, dos pasos, tres pasos, por la pasarela


 La inesperada confesión de Mundinho animó a Roberto. Si iba a sacar a Noelia de nuevo a la calle este era el momento indicado. No podía seguir guardando la pasión de su vida en el closet para siempre. Regresando de Barra da Lagoa donde habían estado buceando en el río de aguas cristalinas se animó a aquello, hasta hace poco, impensado.
-Mundinho, tengo que decirle algo y espero que no lo tome a mal-
El hombre, sin quitar la vista del sinuoso camino lo tranquilizó.
-Decime-
-Mire, usted es una gran persona, me ha dado trabajo sin saber como era realmente, me ha enseñado muchas cosas y realmente estoy muy bien con usted...-
-¿Y?-
-Lo que ocurre es que tengo un gran secreto que me agobia y necesito compartirlo para poder vivir tranquilo-
-No debe ser nada grave-
-Depende de quién lo escuche-
-Animate-
-Bueno... lo que ocurre es que... soy crossdresser- lanzó la frase al aire y de inmediato sintió que se sentía mas tranquilo por haber sido sincero y al mismo tiempo más angustiado por la reacción de Mundinho.
-¿Que es eso?-
¡No! Pensó Roberto, encima ahora tengo que explicarle.
-Es una forma de travestismo-
-¡Ah! ¿como una forma?-
-Me visto de mujer, pero no todo el tiempo. Cuando estoy en mi habitación o para ir a reuniones con otras personas como yo y algunas veces he salido a la calle-
-Palabra más, palabra menos, sos travesti-
-Bueno, si-
El resto del viaje hasta a ciudad Roberto le contó toda su vida, inclusive de su experiencia con el gerente. Mundinho escuchaba atentamente sin decir palabra, lo que preocupaba más a Roberto. Cuando estaban llegando al local donde iban a guardar los implementos que habían usado en la inmersión el hombre detuvo el auto y habló.
-Mirá Roberto, yo respeto lo que vos hacés. Nadie está en condiciones de juzgar a sus semejantes y menos aún en sus vivencias íntimas. Ten la tranquilidad de que si te encuentro por la calle vestido de garota, como...¿como te llamas cuando te travestís?-
-Noelia-
-Eso, como Noelia, serás Noelia para mi, y te invitaré una cerveza y hablaremos mucho de todas nuestras vicisitudes. En el negocio serás siendo Roberto y seremos dos amigos que discutimos de fútbol y carreras de autos. ¿Que te parece?-
-Nunca pudo haber un trato más justo-
-Pero te voy a advertir algo, como verás anda mucho travesti suelto por Florianópolis, tal vez mucho más que en Buenos Aires, y todo parece andar bien, todo bem o todo legal, como decimos nosotros, pero cuidate por que acá tampoco faltan los que se creen los dueños de la moral y son propensos a hacer justicia por mano propia-
Roberto decidió tener en cuenta el consejo. Pero estaba feliz. Al fin podría ser Noelia más allá de las paredes de su habitación.
Esa misma noche se depiló totalmente, eligió la ropa con la dedicación que lo hacía cuando salía en Buenos Aires. Se animó a una llamativa minifalda, botas y una blusa liviana. Salió de su habitación y bajó las escaleras. No temía encontrarse con otros habitantes de la casa. La dueña, que estaba barriendo el porche, lo vió salir.
-Voce se va resfriar con esa falda tan cortita- le dijo en medio de una sonrisa que dejaba ver toda su blanca dentadura.
-Tomaré aspirinas- contestó Roberto. Y salió a la calle.
Le bastaron pocos minutos para adaptarse. Lo que más le preocupaba era dominar el paso con los tacos altos, después de estar varios meses sin usarlos. Hizo el recorrido habitual por las calles que ya conocía. Para ejercitar la voz se detuvo a hablar con los artesanos de la plaza y ninguno pareció notar su sexo real, aunque de todas maneras aún se quedaba con la duda de que, acostumbrados a tratar con travestis, ni se asombraran por ver otro mas.
Antes de volver a su refugio se detuvo a cenar en un local con mesas en la vereda. Sentado, sin ser observado por nadie, pudo ser él quién estudiaba a la gente que pasaba. Desde un teléfono público llamó a Adriana. Era ella la persona con quién más deseaba compartir su felicidad.
El carnaval se acercaba. La ciudad se estaba animando. En todas las esquinas se levantaban tablados en donde tocarían diferentes grupos de músicos de samba. Las calles aledañas a la plaza estaban cubiertas de guirnaldas y había sido armado un inmenso palco para las autoridades en el sitio donde iba a realizarse el corso. Los habitantes de la ciudad se lamentaban por que el Corsódromo aún no estaba terminado y las obras parecían extenderse indefinidamente. Para Roberto era motivo de felicidad y curiosidad. Sería la primera vez que podría vivir esa fiesta, aunque no fuera en Río de Janeiro.
Días antes de las celebraciones, un muchacho, delgado, apolíneo, abdomen plano con los músculos marcados, de larga cabellera rubia, vestido con una bermuda multicolor y una remera amarilla que destacaba su bronceado, entró en el local. Era realmente atractivo y desbordaba simpatía.
Extendiendo unos volantes a Roberto le dijo.
-Tomá, no te lo pierdas-
Roberto miró el papel y leyó. Era una invitación para concurrir a la elección de la reina travesti que se realizaría en la plaza del Mercado con la presencia de la Prefecta de la ciudad que sería miembro del jurado.
El joven estaba por salir del local cuando Roberto lo detuvo.
-¿Se puede participar?-
-Si, hay tiempo para anotarse. ¡No me digas que sos travesti!. ¡Que lindo! Y pensar que yo te había visto varias veces y pensaba ¡que ejemplar de macho!. En fin, una se lleva sus decepciones-
-Cada vez quedan menos hombres- agregó Roberto.
-Y, si todos son como nosotras estamos listas- y riendo se alejó por el callejón.
Roberto acudió a las oficinas de la Prefectura llevando varias fotos suyas, la mujer que lo atendió le comentó que cada año eran más las chicas que se animaban, no solo a salir del closet, sino también a desfilar.
-Algunas no tienen la más mínima chance pero el placer de caminar la pasarela no se lo olvidan más- agregó.
Mundinho, al enterarse no pudo menos que reir. En principio a Roberto le molestó la reacción pero luego entendió la satisfacción de su patrón.
-Al fin voy a poder verte como Noelia, y te aseguro que te voy a sacar una foto para ponerla en el local. Aunque no seas reina, sos la reina de este negocio-
La noche tan esperada llegó. Roberto eligió un vestido color rosa, ajustado en el talle y con volados desde la cintura y las botas de taco aguja que se habían convertido en sus preferidas. Esa tarde, vestido como Noelia concurrió a la peluquería a hacerse peinar. En la habitación se pintó las uñas, se maquilló, practicó una y otra vez desfilar con los tacos altos yendo desde la puerta hasta el balcón y  regresando. Cuando las luces del día se habían ocultado bajó a la calle.
-¿Donde va mi reina?- le dijo la dueña de casa que estaba como de costumbre barriendo el porche, como si no hiciera otra cosa durante todo el día.
No pudo menos que sonreír de satisfacción.
El tablado estaba armado en medio de la plaza del Mercado, un espacio de piso de adoquines rodeado en sus cuatro costados por la vieja construcción de dos pisos, techo de tejas y balcones sobre pilares con arcos de medio punto que conformaban una recova en ese momento repleta de gente. Un cartel que se extendía entre las paredes de los costados decía “CONCURSO DA RAINHA. LIC GAY 96”. Toda la superficie de la plaza estaba cubierta de mesas colocadas por los bares ubicados en las galerías del contorno. En una de ellas, la más larga, se acomodaban la Prefecta y otras autoridades para ver el espectáculo. Una multitud se apiñaba en cuanto sitio había disponible. Algunos esperan el comienzo, otros caminaban tratando de llegar adonde un conjunto tocaba samba arriba de un camión, en tanto bailaban llevados por la alegría y la espontaneidad del pueblo brasileño. La mayoría de los que solamente observaban eran turistas. También se podía ver a muchos miembros de la comunidad gay y travestis que acompañaban a las participantes.
Roberto buscaba el sitio en donde presentarse para desfilar cuando sintió una voz-
-¡Noelia, Noelia, por acá!-
La empleada de la prefectura lo había reconocido. Lo tomó de la mano y lo llevó a la fila donde estaba las otras travestis. Al verlas supo que no tenía posibilidades de triunfo pero estaba ahí y eso era lo importante. Las demás eran bellísimas. Mujeres. Más que mujeres, como había dicho Mundinho.
Se acomodó en su sitio y esperó. Desde donde estaba no podía ver el desfile, pero escuchaba al presentador y los estentóreos aplausos de la multitud. A la única que pudo observar fue a la que desfilaba justo antes, debido a que había subido a la escalera para prepararse a salir.
Y de pronto el locutor dijo.
-¡Y para asegurar que nuestro concurso es internacional, desde Argentina llega, la sensual, la única, la excitante...Noelia!-
Dio el primer paso y los aplausos lo apabullaron. Caminó hasta el extremo, saludó con un mohín, se llevó un dedo a los labios y echo un beso al aire. Giró para volverse. Deseaba llegar lo antes posible al final de la pasarela pero los metros le parecían kilómetros. En tanto los aplausos continuaban y hasta sintió un ¡potra! En perfecto castellano, seguramente exclamado por un turista. Cuando bajó sintió que las piernas se le aflojaban. Las otras travestis la rodearon y la besaban. Se sentó a una silla que le alcanzaron y pudo relajarse.
El jurado se expidió y fueron llamadas las concursantes. Ni reina, ni princesa. Roberto se consolaba pensando que había sido un sueño imposible concursar contra otras más jóvenes y bonitas. Bebía su cerveza tranquilamente cuando la llamó la empleada de la prefectura.
-¡Noelia, te estaba buscando! ¡Ganaste el premio a miss simpatía!-
Volvió al tablado en el momento que estaban coronando a las demás. Una coronita de fantasía y un ramo de flores fue su único premio. Un premio que atesoraría por siempre.



30. La noche puede ser excitante y peligrosa


En Florianópolis las conocían como las Reinas S. Samantha y Sabrina eran las habituales clientas de Mundinho. Cuando bajó de la pasarela Roberto se encontró con ellas, con su patrón, sentados a una mesa y varias botellas de cerveza vacías. Lo llamaron para festejar el premio. Esa noche, con la detonante mezcla de caipiriña y cerveza que podían tolerar no sólo estuvieron en el Mercado sino que además recorrieron todas las esquinas en donde había un conjunto musical tocando y un pléyade de improvisados bailarines alrededor. Culminaron la noche sentados en el cordón de la vereda de la plaza viendo las últimas comparsas que desfilaban, agotadas, cuando ya comenzaba a vislumbrarse el amanecer.
Dormir por el día y festejar por la noche. Roberto y sus nuevas amigas no dejaron salón bailable sin acudir y prolongaban la fiesta hasta que el sol les pedía un poco de calma y un desayuno con abundante café y gigantescas medialunas era el rito final. En todo ese tiempo Roberto no había tenido encuentros sexuales. Le bastaba con andar por las calles de la ciudad, del brazo de sus compañeras, vestido con sus mejores prendas femeninas y deseando que aquello no acabara jamás. Adiós, complejos. Adiós dudas. Adiós temores. La vida comenzaba a ser maravillosa y sentía que nada de lo que había perdido por el camino valía lo que estaba viviendo.
Sus padres, Pedro, Marga, su empleado Marcos, los clientes del estudio, el gerente del hipermercado, eran como un manto de niebla que comenzaba a despejarse al calor del día. Tantos años debí esperar, pensaba, tantos años sin decidirme, sin saber hacia donde ir, ni que hacer. Si todos ellos supieran que era de su vida en este momento, no lo entenderían, no lo creerían. Lo mirarían aterrados como si se tratara de un monstruo de varias cabezas dispuesto a tragárselos. Pero la realidad era que no lo comprenderían por que no lo conocían, por que no sabían que profundo sentimiento se puede sentir bajo la cubierta de unas prendas de otro sexo. Por que ignoraban que ese sentimiento era la demostración del amor por la mujer, por ser como ella, por ser ella.
Cuando culminó el carnaval, Roberto se encontró en el trabajo con un enorme retrato suyo, desfilando por la pasarela, que Mundinho había enmarcado y colocado en la pared, entre los implementos de buceo. A partir de ese momento, todos los vecinos del callejón supieron que Roberto y Noelia eran una misma persona. Lo saludaban con énfasis cuando llegaba por las mañanas y no faltaban los curiosos que se acercaban a ver la fotografía.
Samantha y Sabrina visitaban regularmente el local para organizar sus inmersiones. Roberto en ocasiones pensaba de que vivirían las Reinas S. ya que podían pagar las excursiones de buceo que realizaban con bastante asiduidad y no era eso solamente. Se las podía ver en sus autos, dos convertibles Mercedes Benz, uno negro, el otro rojo, paseando a cualquier hora del día como si no tuvieran nada que hacer.
Las solía ver en el Bar de Simón, un sitio que el precio de una taza de café hacía prohibitivo, siempre acompañadas por dos o tres travestis más. Un día supo, por Mundinho, que manejaban un grupo de prostitutas y que, a veces, ellas mismas salían a recorrer las calles.
Las Reinas S. solían decirle a Roberto que debía dejar atrás y para siempre su vida de varón y que ello incluía inyectarse hormonas que desarrollaran los senos para no tener que usar más bolsitas rellenas de mijo dentro de los corpiños y poder depilarse con menos asiduidad. Roberto, complacido y seguro de sí, aceptó la idea. Las Reinas le proveyeron las hormonas. En poco tiempo su cuerpo, que poseía algunas sutiles formas femeninas por naturaleza, fue adquiriendo curvas más insinuantes, el cabello negro, que era abundante naturalmente, se convirtió en una hermosa cabellera que bailaba por sobre sus hombros, el vello era más fácil de depilar y la voz, aflautada, tal vez no era sensual e insinuante, pero sonaba como mujer.
En el negocio vestía como hombre debido al trato con Mundinho, pero cuando lo acompañaba a las excursiones que hacían solos para bucear en Ponta das Canas o Pantano do Sul comenzó a usar bikinis o mallas con las que tomaba sol sin preocuparse más por las marcas que le dejaba el bronceado en la piel.
En las noches salía con algunas de las cross que había conocido en el concurso y llegó a terminar con algunas de ellas en la cama. A esas alturas se le ocurrió hacer una lista de todos aquellos con quienes había tenido relaciones. Nunca la pudo completar por que a pesar que agregaba un nuevo nombre cada vez que le venía a la memoria sabía que había otros más que no podía recordar.
Un noche, totalmente travestida, se encontró con las Reinas S. Estaban paseando en el auto de una de ellas y la invitaron a subir. Sin imaginar las consecuencias de un salto estaba acomodada en el asiento trasero.
-¿Tienes ganas de una nueva experiencia?- Preguntó Samantha
-¿Que nueva experiencia que no conozca ya?-
-¿Alguna vez te paraste en la calle a ofertarte como ramera?-
Rió con ganas. Esa era una de esas fantasías que siempre se tienen, como tener sexo con varios hombres o una violación en donde no hay posibilidad de defensa. Jugar a ser prostituta había pasado entre sus sueños aunque nunca se hubiera animado a hacerla realidad. Pero ahora estaba entre dos expertas que le proponían la aventura y que la cuidarían en caso de ser necesario. Además, estaba convertida en toda una mujer, salvo por aquello que campeaba allá abajo.
Detuvieron el auto y caminaron hasta la zona roja. El lugar estaba lleno de hombres que pasaban observando la oferta. Cada tres o cuatro metros se alternaban mujeres y travestis. En algunos casos era imposible ver la diferencia. A muchos de los posibles clientes no le importaba, o más bien, deseaban encontrar eso entre las piernas que hacía a los travestis más atractivos que las mujeres reales.
Samantha, Sabrina y Noelia se pararon en una esquina.
-¿Ya vienen las reinas con una nueva pupila?- dijo una escultural negra de ojos verdes.
-Viene a curiosear la niña- contestó Sabrina, y Noelia sonrió por lo de niña.
De un grupo de hombres jóvenes que pasaban se apartó uno decidido a encararlas, Samantha empujó a Noelia sin avisarle y cuando esta pudo reaccionar estaba a un paso del individuo. El sujeto no era nada extraordinario, algo obeso, no muy alto, despeinado, luciendo ropa cara, camisa de seda y saco italiano de confección, pero era un hombre.
-¿Cuanto?- preguntó.
-¿Cuanto?- Preguntó Noelia volviéndose hacia Samantha-
-Veinte Reales sexo oral, cien completo- dijo ésta.
Noelia repitió.
-¿Vamos?- le dijo mientras la tomaba de la mano.
Noelia, desesperada le hizo un gesto a sus amigas, Sabrina le tiró unas llaves.
-En el número 12, allá enfrente, primer piso, habitación al frente.
Noelia atajó las llaves en el aire y tomó la delantera llevando ella al cliente casi a la rastra. Abrió la puerta de calle, subieron por unas oscuras escaleras que crujían a cada paso y llegaron a la puerta de la habitación indicada. Nuevamente utilizó las llaves y cuando entraron pudo ver que había solamente una gran cama matrimonial, dos mesitas de luz y un perchero por todo mueble, una puerta entreabierta daba a un minúsculo baño donde podía entrar una sola persona por vez. La ventana abierta brindaba toda la vista de la callejuela iluminada. Paradas en la vereda opuesta, las Reinas S. hacían gestos con sus manos levantado el pulgar al ver a Noelia asomarse. Ella cerró la persiana, prendió el velador y comenzó a desnudarse. El hombre no perdió tiempo y en cuanto se desprendieron de todas sus ropas estaban revolcándose en la cama.
La tarifa sería completa. Noelia no sólo le practicó sexo oral sino que terminó acostada boca abajo siendo penetrada totalmente. El hombre era rudo, pero no excesivamente violento. Estaba cumpliendo su rol de macho tal como lo entendía y ella sabía que debía portarse sumisamente. Que al fin y al cabo eso era lo que le gustaba. Sobre todo cuando el hombre en el momento de eyacular profería esos gritos de lobo salvaje como para ahuyentar a los demás machos de la manada. El momento en que se sintió extraña fue cuando el individuo, todavía a medio vestirse, le arrojó a la cama los cien reales. La sensación era humillante. Era excitante por una noche de juego, pero en definitiva era humillante para todas aquellas chicas que debían hacerlo al no tener otra forma de ganarse un dinero sin someterse ni correr peligro de encontrarse con algún desequilibrado.
Noelia salió a la calle. Su cliente había salido antes sin siquiera lavarse. Ella se tomó su tiempo para arreglarse el maquillaje y componerse la ropa. En la vereda la esperaba Samantha. Sabrina había partido con otro cliente. Noelia extendió la mano con los cien reales.
-Toma lo que te corresponda- dijo
-Guardátelos y comprate algo lindo- le contestó Samantha.
 Caminaron unos metros por una calleja oscura hasta donde estaba el auto. De las sombras de un zaguán salieron cuatro individuos, vestidos con bermudas, musculosas, gorras de básquet y zapatillas. Su aspecto infundía temor de solo verlos. Samantha intentó retroceder tomando de la mano a Noelia, pero los tacos les impedían caminar ligero, antes que pudieran intentar quitárselos estaban rodeadas por la patota. Noelia recordó aquella noche en la avenida Corrientes, pero aquí no había otras personas transitando. La soledad era total.
-¿Donde van putas?- gritó uno de ellos y su voz sonaba a alcohol.
-Ya nos vamos- intentó decir Noelia
Pero antes de que pudieran reaccionar, otro estaba golpeando a Samantha en el estómago lo que la hizo doblar de dolor. Noelia intentó separar a su amiga del atacante pero cuando dio un paso cayó al suelo raspando sus piernas en los adoquines, empujada por el tercero de los hombres. En el suelo debió soportar patadas en todas partes del cuerpo. Como pudo trató de proteger la cara de las agresiones y en su intento de defensa ya no podía ver a Samantha que también rodaba víctima de golpes de puño de los agresores.
Se ensañaron con ellas, mientras le gritaban.
-¡Maricas, degenerados, putos!-
-¡Vamos a cortarles la pija!- exclamaba alguien.
Noelia se daba cuenta que sangraba por varias heridas. La sangre le había manchado el vestido y además había charcos rojos en el piso. El dolor era punzante, sentía que ni siquiera podría aguantar la defensa de su cara con los brazos. En el momento en que creía que iba a morir allí mismo se escuchó una voz de orden.
-¡Policía. Deténganse!-
Ninguno de los atacantes esperó que se acercara el agente, y salieron corriendo por la otra esquina. Noelia y Samantha quedaron en el piso semi desvanecidas. Ni siquiera fueron conscientes del momento en que las pusieron en las camillas y las llevaron al hospital.
Al despertar Noelia lo primero que vio fue la enorme cara de Mundinho. El hombrón la miraba como si quisiera hacer un esfuerzo para hacerla reaccionar. Girando la cabeza encontró a una enfermera y a Sabrina. En ese momento fue consciente del dolor que se extendía por todo el cuerpo, los vendajes en los brazos, en las piernas, en el tórax.
-Pudiste salvar la cara- le dijo Mundinho.
-Samantha está peor, tiene unos cortes en las mejillas. Ninguna de las dos tiene fracturas pero les va a llevar tiempo recuperarse- agregó Sabrina.
-¿Detuvieron a los hijos de puta?-
-No, y no tengas muchas esperanzas. Nunca los van a detener. Lamento decirte esto pero te lo advertí una vez y no sabés lo que me duele que se haya hecho realidad-
Noelia miró fijo a aquel hombre y sintió que aunque nunca había mantenido una relación sexual con él era lo más cercano a una pareja estable que había experimentado. Por eso se sintió culpable, por no haberlo oído, por que ahora le resultaba un problema ya que no podría ayudarlo en su negocio. Y hasta era posible que lo despidiera con justa razón.
-Lo lamento- fue lo único que pudo decir.



31. Mirando hacia atrás sin poder ver el camino de regreso


Después de dos semanas recluidas en sus camas, Noelia y Samantha pudieron comenzar a caminar. Lentamente, del brazo, salían al pasillo y se encaminaban hasta el jardín donde se sentaban a la sombra de los árboles.
-Parecemos dos viejas chotas- Decía Noelia. Y se reían a pesar de que las costuras en la heridas le producían dolor.
Samantha temía que las cicatrices de la cara no desaparecieran.
-Voy a tener que hacerme la plástica- murmuraba espejo en mano.
Y agregaba.
-A la clínica de Ivo Pitanguí, voy a tener que ir-
Noelia no tenía mucha idea acerca de su futuro pero también se preocupaba por el de Samantha, por ello le preguntó en una ocasión que iba a hacer de ahora en más.
-No quisiera pero temo que tengo que volver a lo mío, no conozco otra forma de vivir y no pienso ir a trabajar en una boutique o peinando viejas locas-
-¿Y si vuelve a pasar lo mismo?-
-Pasará, una y otra vez, siempre es igual, unos locos que se creen muy machos golpearan a cualquiera de las chicas, sean prostitutas o no, por demostrar que son hombres o por ocultar sus propios miedos. Es una manera de decir yo no soy puto. Esta vez Sabrina se salvó, pero ya la habían golpeado una vez y le abrieron un cicatriz en el brazo con una botella rota. ¿nunca se la viste? La lleva como señal de orgullo-
-¿Y ustedes, hasta cuando van a seguir así?-
-Yo quiero retirarme a los cincuenta, hago la calle de vez en cuando para divertirme pero debo dejarlo, seré madama unos años más y luego pondré una posada o una tienda de bebidas-
Noelia pensaba en lo suyo. Ya no había marcha atrás en la transformación. Su aspecto de mujer era cada vez más notorio. Estaba entrampada en conseguir un trabajo denigrante por ser travesti o dedicarse a la prostitución. Si bien era cierto que aún llamaba atención a los hombres no le quedaban muchos años para poder juntar dinero. Tenía la casa que Adriana le cuidaba. La disyuntiva era venderla o conservarla. Volver a Buenos Aires y ¿hacer que?. ¿donde vivir si vendía la casa?. Le alcanzaría para un pequeño departamento y la diferencia para sobrevivir como una pobre jubilada.
Mundinho, Sabrina y otras chicas pasaban todas las tardes con un termo con café y facturas o budín. Noelia nunca le preguntaba a su patrón acerca de que si volvería a trabajar con él. Temía la respuesta y prefería ignorarla. Pero un día el hombrón le dijo.
-Mira, Noelia, el tiempo está pasando y el negocio requiere quién lo atienda. Yo estoy ocupado con las excursiones, así que tuve que tomar un empleado nuevo. En principio no te preocupes, por ahora te voy a seguir pagando un sueldo unos meses más y luego vemos como estás-
Noelia estaba segura que ya no volvería al negocio de Mundinho. Cuando lo oyó sintió una opresión en el pecho que solo pudo descargar en lágrimas. Miraba a su patrón a través de la vista nublada y cuando él lo advirtió le pasó un brazo por sobre su hombro y tomándole suavemente el mentón con la otra mano, murmuró.
-No te preocupes, niña. Algo vamos a hacer-
Ella continuó en silencio y solo atinó a mover la cabeza afirmando. Ese día la despedida fue triste. A pesar de las palabras de Mundinho, Noelia se sentía muy sola en el mundo.
Las otras chicas traían noticias de la calle. Los hombres que las habían agredido fueron sorprendidos atacando a otra travesti y esta vez los habían apresado.
-En pocos días van a volver a salir a la calle con más sed de sangre- decía Samantha.
Un largo mes llevó la recuperación de Noelia y Samantha. Cuando les dieron el alta, Sabrina las pasó a buscar en su Mercedes rojo. Mientras transitaban por las calles a Noelia le parecía ver en las caras de todos los hombres a aquellos que las habían atacado. Al bajar del auto en la puerta de la pensión se encontró  con la dueña barriendo la vereda.
-Volvió mi reina, la estaba esperando. Me alegra verla de nuevo y no se preocupe por nada, su mensualidad está paga. El otro día vino Mundinho y puso las cuentas en orden. Ahora vaya y dése un buen baño, que hay que vivir-
Aterrada aún, Noelia sacó fuerzas de quién sabe donde y esa noche salió a la calle a encontrarse con Samantha y Sabrina en el Bar de Simón.
Ellas estaba sentadas a una mesa en la vereda. Cuando se acercó no pudo evitar mirar a todos lados.
-No te preocupes, siempre es así al principio- dijo Sabrina, y agregó- Al menos los tipos que las golpearon están bien presos, parece que les descubrieron que mataron a alguien-
La noticia era tranquilizadora en parte y bastante atemorizante por otra. Podíamos haber sido nosotras, pensó Noelia.
Samantha, desacostumbradamente seria habló.
-Noelia, tenemos que conversar, esta es una reunión de negocios-
Sorprendida por el tono de las palabras, Noelia escuchó.
-Mira, la cosa es de esta manera. Yo te dije que quisiera poner una posada o algo así, ¿recuerdas?-
Noelia asintió.
-Pues, acá Sabrina de hartó de todo esto y quiere irse lo más lejos posible. Tú no seguirás con Mundinho por que él es un buen hombre pero tiene que pensar en su negocio y no a volver a tomarte ya que para eso deberá echar al nuevo empleado, por que el presupuesto no le da para dos-
-¿Entonces?-
-Entonces, yo sigo manejando un tiempo más el negocio de las chicas y ustedes van a trabajar en mi proyecto, ja!-
-Yo estoy dispuesta a poner una parte en el negocio y ser socia- dijo Sabrina.
-Yo también siempre y cuando me aseguren que es una buena oportunidad- agregó Noelia, y las otras dos estuvieron de acuerdo.
Esa misma noche, Noelia llamó a Adriana y le dio instrucciones precisas para poner en venta la casa, le pidió que le juntara sus papeles y recuerdos y se los enviara a una dirección que le informaría y que, como ella había hecho con la casa de sus padres hiciera la venta con todos los muebles dentro.
-¿Dejo el dormitorio como está?- pregunto Adriana.
-Si, alguien lo va a disfrutar-
Sabrina y Noelia habían apostado al proyecto de Samantha por que resultaba en verdad atrayente. Una playa pequeña, cerca de Angras Dos Reis, casas y posadas sobre la playa y un pequeño pueblo entre la costa y el camino que se unía con la carretera a Río de Janeiro. El ruido del mar y gran cantidad de islas dispersas frente a la costa y muchos atardeceres con el sol ocultándose tras la silueta de Isla Grande.
El día que las tres partieron para ver el lugar, pasaron por el negocio de Mundinho. Un joven atlético estaba parado en la entrada, tal como tantas veces antes lo había estado Noelia, cuidando el local mientras su patrón se devoraba su acostumbrado almuerzo de pizzas. Noelia se acercó a la puerta y miró adentro. En la pared estaba aún colgada su fotografía.
-¿Voce es Noelia?- preguntó el nuevo empleado.
-Si, soy-
El muchacho le dio la mano torpemente, visiblemente emocionado y le pidió un autógrafo.
Como pudo, luego de firmarle la remera que tenía puesta, se desprendió de su nuevo admirador y se juntó con Samantha y Sabrina que ya estaban sentadas a la misma mesa que Mundinho. El hombre se paro de su asiento y la abrazó fuertemente.
-Mi niña, mi niña- repetía mientras la sofocaba con sus enormes brazos, y sin soltarla agregó- Se que te vas Angras, espero que seas feliz-
La despedida estuvo oficializada entre varios tragos de caipiriña. Mundinho y las Reinas S. recordaron viejos tiempos de mergullo y playas soleadas. Noelia le agradeció por haberle dado trabajo y todos lloraron un poco. No sólo las chicas sino también el hombretón cuya sensibilidad no coincidía con su enorme porte.
Mundinho llevó a Noelia al negocio y le regaló una copia de la foto igualmente enmarcada. Luego la abrazó de nuevo.
-Ven cuando puedas a visitar a este viejo-
Noelia se lo prometió.
En el viaje aprovecharon a detenerse en varios sitios para conocer las playas. Estuvieron en Bombhinas, en Bombas, en Portobello, en Paraty, pasaron por la ciudad de Angras donde se detuvieron a comer pescado en una fonda del puerto y comprobar que en los alrededores de la entrada estaba lleno de travestis.
-En todos lados es lo mismo, al final vamos a ser mayoría- decía jocosamente Samantha.



 32.Contempla el sol ocultándose tras Ilha Grande

 Cuando llegaron a Praia Biscaia no podían, a pesar de todo lo que conocían, creer lo que veían. La playa estaba en un pequeña bahía protegida del fuerte oleaje, lo que la convertía en una pileta apropiada para nadar y hacer snorkel con toda tranquilidad. Medía unas seis o siete cuadras de largo, en un extremo estaba ubicado un hotel con muelle propio de donde partía un barco para excursiones de buceo.
-Acá no vamos a extrañar a Mundinho- decía Sabrina guiñando un ojo para que sus compañeras supieran que era una broma.
 A lo largo de la playa se sucedían casas particulares y posadas con salida directa a la playa. En el otro extremo una gran mansión, propiedad del dueño del hotel, también con muelle y una enorme lancha off shore azul y blanca siempre anclada. La arboleda se extendía por atrás de las construcciones hasta el camino y luego continúa mucho más frondosa convertida en impenetrable selva en las laderas de los morros. Algunos monos se divertían saltando de rama en rama haciendo ladrar de impotencia a los perros vagabundos, pequeñas lagartijas corrían por los muros y los cangrejos se ocultaban al paso de las personas, excavando rápidamente sus refugios bajo la arena. Anclados en la bahía estaban varias escunas de excursión y algunos yates que se bamboleaban al compás del tenue oleaje. En el agua un grupo de buceadores practicaban inmersiones. Más allá las siluetas de cientos de pequeñas islas se confundían en el horizonte. Hasta unas pocas rocas que emergían de la superficie estaban cubiertas de palmeras.
La posada que había adquirido Samantha y que ahora compartía con sus nuevas socias, estaba en la mitad del largo de la playa. Era una construcción en forma de ele, de dos pisos totalmente pintada en azul por fuera y blanco por dentro. Poseía balcones protegidos por toldos de lona, en el frente y el contrafrente. Hacia la playa se extendía un patio de lajas con plantas tropicales y una pérgola de troncos, un cerco bajo de piedra con maceteros cubiertos de flores multicolores y amplios portones de madera marcaban el límite del terreno. Desde la calle se entraba por un estacionamiento rodeado por grandes palmeras y se pasaba por debajo del edificio a una galería que servía de comedor al aire libre.
El resto de la planta baja lo ocupaban un comedor cerrado, la sala de estar, las oficinas y la cocina, todo con piso machimbrado y las paredes adornadas con cuadros de motivos marinos, anclas, banderas y elementos de navegación. En la planta alta diez habitaciones con salida a un pasillo abierto al modo de los moteles norteamericanos y otra sala de estar de generosas dimensiones que balconeaba sobre el comedor de la planta baja y a la que se accede por una ancha escalera.
En una esquina del patio que da a la playa existía un pequeña construcción que cumplía las funciones de barra para el bar y varias mesas y sillas con sus correspondientes sombrillas de paja, estaban dispersas junto al cerco.
 Acondicionar la construcción les exigió a las chicas poner en funcionamiento sus aptitudes de hombres ya que debieron rasquetear paredes, eliminar humedades, quitar óxidos, pintar, reparar muebles, arreglar cañerías y revoques, instalar artefactos eléctricos, de gas, sanitarios y computadoras.
Después de tanto trabajo llegó al fin el día de la inauguración. Toda la población de Praia Biscaia estuvo presente. La fiesta comenzó con una cena que incluía pescados variados, arroz preparado de diferentes maneras, feijoada y frutas tropicales, abundante cerveza y vino. Se prolongó hasta que el amanecer los sorprendió bailando en la playa los que todavía se podían mantener en pie y otros, agotados, sentados en las reposeras.


Y ahí están. Samantha volvió, a su pesar, a terminar sus negocios en Florianópolis. Sabrina y Noelia manejan el negocio, atienden los huéspedes y por las noches se mezclan entre sus clientes para escuchar a Carolinho tocar samba en su guitarra y bailar. Noelia es siempre requerida por el dueño del hotel quién le toma la cintura con delicadeza y le murmura frases de poemas que a veces le cuesta recordar, esperando el momento en que ella caiga rendida ante sus promesas de amor, motivado por la voz de Gal Costa cuando derrama con calidez:

“Eu preciso de falar...”

Noelia, apoyada en la pared de maceteros, mira todas las tardes, sin cansarse, el ocultamiento del sol tras la silueta oscura de la Ilha Grande. Y piensa, mientras juega hundiendo los dedos en la arena, en el pasado. En todas las vicisitudes que la llevaron adonde está. Preguntándose si realmente fue dueña de su vida o simplemente un juguete del destino. Si estaba predestinada a ser quien era después de tantas indecisiones y dudas. Si estas no eran más que pruebas a las que había sido sometida para afirmarse en su convicción
Por que no se trataba de decisiones habituales como elegir el sitio de vacaciones, el modelo de auto o la decoración de la casa. Su ambición era cambiar totalmente. Dejar atrás todo lo conocido para aventurarse en territorio incierto. Soltar las amarras, navegar llevado por el viento en pos de un sueño que por momentos parecía imposible e incluso resultó, en ocasiones, peligroso.
Cada tarde piensa lo mismo. Y la única conclusión a la que llega es que ahora está completa. ¿Será feliz?, tal vez. Es algo que por el momento no le preocupa.
Gal Costa está terminado su canción.

“...Y ver la vida acontecer como día de domingo”






FIN

PRAIA BISCAIA

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