9.Una mujer que no se anda con rodeos
Corrían
tiempos de represión y dictadura de los que Roberto estuvo siempre ajeno e
ignorante de lo que sucedía. A lo que sí se sumó, como tantos otros sin pena ni
culpa, fue a los festejos por la obtención del Campeonato Mundial de Fútbol.
Razones personales tenía para estar contento, trabajaba en uno de los más
afamados estudios de Arquitectura y acababa de recibirse.
Como recién
ingresado hacía tareas menores de copista y en ocasiones lo enviaban a las
obras a llevar recados, pero observaba y aprendía para el día en que pudiera
tener su propio estudio. Además estaba Marga.
Marga era
un imponente mujer, casi tan alta como él, morocha, con el cabello muy corto,
de nariz levemente curva, rasgo distintivo de las francesas y facciones
angulosas, si no fuera por las sinuosidades que marcaban el contraste entre su
cintura y sus caderas hubiera pasado por un muchachito, aunque también podía
ser tomado por un travesti, que en aquellas épocas debían andar escondidos por
la persecución policial.
Roberto se
enamoró de Marga tan pronto la vio. Tal vez fue, algo que nunca pensó
seriamente, por su aspecto varonil. El hecho es que la acechó pacientemente. Al
cabo de un corto tiempo eran compinches de bromas que solo ellos entendían y no
pasaron más de dos meses para iniciar el noviazgo.
Por ella
estaba decidido a abandonar toda su pasión por la ropa femenina y sus sueños
con hombres. Era la mujer con la que se iba a casar y no la engañaría. Tampoco
le diría de su secreta afición, estaba seguro que no era necesario y que además
no lo entendería. De todas maneras no volvería a hacerlo, y para asegurarse de
ello tiró el palo de escoba que le había servido de consuelo tanto tiempo, a la
basura.
A los tres
meses de noviazgo comenzó a plantearse la eterna duda. ¿Querría Marga tener
relaciones sexuales o preferiría esperar al casamiento? ¿Como saberlo?
¿Preguntarle directamente o tomando rodeos para que ella plantee el tema? Esta
vez estaba decidido a no perder la
oportunidad si ella lo insinuaba, fuera de palabra o con algún gesto. Pero
Marga no daba señales de ninguna clase. Sintió que la impaciencia lo estaba
carcomiendo y debía demostrar de alguna manera que él era hombre.
Finalmente,
una tarde de invierno, sentados a la mesa de una confitería de San Isidro, le
dijo lo que deseaba. Utilizó argumentos tales como, que debían ver si se
llevaban bien en la cama antes que fuera tarde o que, en definitiva, todos los
hacían y ellos no tenían por que ser la excepción.
Ella lo
escuchó pacientemente, sin la más mínima mueca de asombro y esbozando una leve
sonrisa que apenas se notaba en los labios le dijo, serena:
-Hagámoslo,
cuando quieras-
Roberto era
la misma mezcla de sentimientos que siempre lo atormentaban, por un lado se
sentía exultante por la posibilidad de tener sus primeras relaciones sexuales con
una mujer, por el otro lado lo invadía el terror. El terror al fracaso, a no
tener una erección, a no saber como tratarla, a no poder eyacular, a que en
medio del paroxismo le asaltaran los fantasmas del pasado.
Eligieron
un Hotel Alojamiento situado en una calle cortada por la vías del tren, en
donde el tránsito era mínimo y no se veía gente en las veredas. Superaron,
tratado de no demostrar los nervios que los consumían, el trámite de pedir una
habitación. El conserje, por un mínimo hueco en la ventanilla les cobró y les
entregó la llave. Apurando el paso buscaron la habitación. Una vez adentro se
quedaron mirándose unos minutos sin saber que hacer.
Roberto
sabía que debía ser el que tomara la iniciativa. Se paró frente a ella y la
abrazó torpemente mientras la besaba en la boca y cerraba los ojos para no
verse en el espejo que cubría la pared frente a la cuál estaban. Lentamente fue
bajando las manos desde la cintura hacia los glúteos. Marga aceptó complacida
la invasión y sin dejar de besarlo comenzó a abrirle la camisa. El momento
había llegado, habían traspuesto la primer barrera, despojado de la camisa,
Roberto le desabrochó la blusa y aparecieron dos modestos senos bajo el corpiño
blanco. Animado por lo que veía y por la inexistente resistencia colocó sus
manos en el cierre de la pollera y lo bajó lentamente, la prenda cayó al piso
mientras ella se terminaba de sacar la blusa. Y así quedo frente suyo, con sólo
su lencería. Roberto la llevó de la mano a la cama y mientras Marga se
acomodaba sensualmente sobre el lecho, terminó de quitarse los pantalones.
Entre besos y caricias exploratorias lo poco que les quedaba de ropa
desapareció para verse ambos totalmente desnudos.
A partir de
ese momento Marga dominó la situación con la experiencia de quién lo ha hecho
otras veces, Roberto, en su fascinación, no lo notó. Lentamente, ella lo
acarició por todo el cuerpo para finalmente detener entre sus manos el miembro
de él. Mientras lo sostenía hundió la cabeza entre su piernas y se dedicó a
colocárselo en la boca con delicada fruición. La eyaculación fue instantánea.
El semen de Roberto inundó la garganta de Marga quién lo saboreaba como un
dulce. Roberto temió que no pudiera tener otra erección, pero a los pocos
minutos y gracias a la incansable Marga estaba dispuesto nuevamente. Se colocó
un preservativo. Esta vez ella adoptó una posición sumisa acostándose boca
abajo, aunque no dejaba de ser quien mandaba. Finalmente le entregó su bien más
preciado, él la tomó de la cintura con fuerza y la penetró lentamente. Así
convertidos en uno merced a los brazos de Roberto comenzaron una danza que
culminó en medio de fuertes espasmos mezclados con los gritos de placer de ella
y la sensación de que toda la sangre inundaba la cabeza de él. Agotados por el
esfuerzo se acostaron juntos y abrazados. Roberto, en su ignorancia ni siquiera
se preguntó por que ella no había sangrado a consecuencia de la desfloración.
El deseo de
Roberto era tal que pudo hacerlo dos veces más. Marga agradecida a la potencia
de ese hombre al que le había jurado que era virgen.
A partir de
ese momento y durante el año que duró el noviazgo las visitas al hotel se
sucedieron hasta tres o cuatro días a la semana. Se deseaban constantemente. La
impaciencia por esos encuentros los dominaba. Una vez en la cama se entregaban
a fogosos juegos que incluían el sexo oral por parte de ambos, mordidas,
eyaculaciones en el rostro de ella y hasta un audaz juego de parte de Roberto
con sus dedos en la entrada del ano de Marga, quien le prometía que alguna vez
accedería a ser penetrada por ese sitio, promesa que nunca cumplió manteniendo
a Roberto en permanente estado de deseo.
Roberto
había olvidado las prendas femeninas. Había olvidado sus fantasías
homosexuales. Marga era todo en su vida. Pensaba en ella todo el tiempo, por
cada próximo encuentro, imaginando lo que le haría, y en todo lo que ella hacía
y disfrutaba. En ocasiones no aguantaba la tensión, se masturbaba y luego temía
no poder complacerla pero su juventud lo salvaba del papelón y era capaz de
repetir hasta cuatro erecciones por vez.
No todo era
sexo en la relación. Marga comenzó a insinuarle que debían comenzar a hacer
algo por el futuro. Literalmente fue estrechando el cerco alrededor suyo. Lo
instó a ver departamentos para alquilar, a comprar electrodomésticos y ropa de
cama, a fijar la fecha de casamiento. Cuando Roberto pudo pensar con claridad
ya estaba todo decidido. Como una oveja que va ignorante al matadero había
aceptado cada una de las ideas de Marga.
Había
conocido a sus futuros suegros, una pareja tan callada e inescrutable que no se
podía saber que pensaban. Siempre ceñudos y poco afectos al humor, en cierta
manera le recordaban a su padre, aunque a diferencia de éste, estaban
continuamente impecables en sus ropa de confección a medida, lujo innecesario
que a duras penas podían pagar. También al cuñado, que se pasaba todo el día
escuchando música acostado en el sofá de la sala, apoyando en el tapizado sus
zapatillas de marca y abriendo la boca tan solo para tararear cánticos de la
cancha, pero nunca para expresar la más mínima idea y a una pléyade de tíos de
esos que se creen graciosos y apenas logran ser groseros.
Toleró con
estoicismo la despedida de soltero que le hicieron los compañeros de trabajo.
Culminó atado de pies y manos, embadurnado en harina y huevos en los Jardines
de Palermo de donde lo rescató un patrullero de la policía que de milagro no lo
arrestó.
Luego las
ceremonias del Civil y de la Iglesia con toda la pompa y esos detalles nimios e
intrascendentes en los que se pone tanto empeño y que nadie recuerda al día
siguiente pero vaya a saber por que recóndito motivo agrada a las mujeres. Para
completar, la fiesta, realizada en un Salón que debió pagar Roberto, pues los
padres de la novia habían gastado sus sueldos en trajes nuevos, en donde todos
los invitados bebían, comían, bailaban y se divertían en tanto la novia se
mostraba aquí y allá para generar envidia entre sus amistades y Roberto sólo
miraba y esperaba que todo acabara de una vez.
La luna de
miel en Mar del Plata, caminando por la rambla vacía en pleno invierno, las
noches fogosas al igual que en el noviazgo, y las mañanas con desayuno y largas
charlas sobre el porvenir. Marga tenía todo planeado. Alquilarían solo un par
de años, mientras tanto ahorrarían para la seña de un departamento, sacarían un
crédito en el banco para pagar el resto, cuando terminaran y si lograban algún
ascenso comprarían el auto, Roberto debería tener luego el estudio propio y más
tarde la casa, amplia, con muchos jardines y varias habitaciones para todos lo
hijos que vendrían.
Roberto se
negaba a hipotecar el porvenir, se rebelaba ante la idea de soñar con algo más
allá de sus posibilidades, prefería ir paso a paso y sobre seguro. En medio de
esas charlas se dio cuenta que no era quién mandaba, que sólo se debía limitar
a ser el proveedor, de plata para los gustos de ella y de semen para generar
hijos. En ese momento tomó conciencia de la trampa, pero ya era tarde.
Las noches
de sexo, al menos eran un fuego que continuaba encendido y que lograba hacer
olvidar lo funestos pensamientos pero cuando regresaron a la vida rutinaria
comenzaron a hacerse más esporádicas. Marga aducía dolores de cabeza, él se
sentía cansado al acostarse o lo pretextaba para vengarse de las excusas de
ella. El caso fue que en poco tiempo el matrimonio fue acelerando su caída por
la pendiente. De todas maneras duró unos años, más que nada por el
empecinamiento de Marga de no demostrar el fracaso ante sus amistades y
parientes.
10.Al fin de cuentas la cama es para
dormir
A pesar del
previsible fracaso matrimonial, Roberto mantuvo atención a su trabajo y no
permitió que la crisis interfiriera con sus deseos de progreso. Ascendió en el
escalafón hasta convertirse en asistente directo del dueño del estudio,
participaba en todas las decisiones importantes e incluso le encomendaban
ocuparse enteramente de las obras menos importantes con lo que logró hacer
conocer su nombre en el ámbito de la construcción. Realmente disfrutaba de sus
logros y además su profesión se convirtió en la salida que le permitía huir de
la casa, de estar a solas con su esposa, para, al menos por unas horas, evitar
sentirse atrapado en una situación que no toleraba.
Marga
estaba atenta a los avances de su marido y no estaba dispuesta a permitirle la
separación,.Antes que eso debía asegurarle el porvenir, pensaba. En tanto él
comenzaba a fantasear con la idea del divorcio aunque no se atrevía a dar el
paso por el temor a lo desconocido. Le asustaba la idea de vivir solo, de
comenzar de nuevo, idea que se iba acrecentando conforme pasaban los años y la
costumbre de regresar a su casa más tarde cada noche se iba convirtiendo en una
rutina agobiante pero útil. Finalmente solo se trataba de tolerar la cara de
Marga durante la silenciosa cena, cruzar unas pocas palabras con ella mientras
miraban televisión y luego a dormir, a huir en sueños.
Puertas
afuera, el matrimonio mantenía una falsa fachada de avenencia. En las reuniones
familiares o con los amigos se mostraban de buen humor y podían pasar
fácilmente por un matrimonio ideal. Ella disimulaba la aversión que sentía por
los padres de Roberto y, recíprocamente, él toleraba muy a su pesar, a los
primos de ella, soeces y vulgares, molestando continuamente con la clásica
pregunta.
-¿Y para
cuando los nenes?-
Roberto y
Marga se miraban y sonreían forzadamente.
-Todo a su
tiempo- contestaban sin dar más explicaciones.
De vuelta
en la casa el silencio, que era peor que las discusiones. Cada uno se encerraba
en su mutismo y no intentaban siquiera un acercamiento. La falta de contacto
físico creó en Roberto una barrera sicológica que le fue imposible atravesar.
Como si un campo de fuerza lo detuviera se mantenía a cierta distancia de Marga
y le resultaba imposible tocarla.
En algunas
ocasiones ella estallaba y desgranaba en un mar de acusaciones su bronca contra
Roberto. Gritaba y gritaba sin dejar un resquicio para que él intercalara una
palabra en su defensa. Lo acusaba de no tener más relaciones, de no traer
suficiente dinero a la casa, de no tener hijos, de que había convertido su vida
en una frustración, de que se masturbaba encerrado en el baño.
Esto último
era la absoluta verdad. Roberto sentía el deseo sexual, pero no con su esposa,
y había vuelto al placer solitario a falta de otra cosa. En principio pensó que
no se había dado cuenta pero cuando se lo recriminó comprendió que ya no era
posible ninguna excusa. Y eso no era todo, en su desenfreno lo acusó de
homosexual, ya que si no tenía ningún interés en ella seguramente era por que
le gustaban los hombres. En ese momento lo sintió como un insulto. El no era
marica. Era todo un hombre. Se lo había demostrado en el noviazgo y en la luna
de miel. Se sintió herido por la ofensa y tratando de vencer la fuerza que los
separaba físicamente una noche intentó tener relaciones sexuales.
La
experiencia fue absolutamente frustrante. Sus movimientos torpes y Marga
aceptando la relación pero sin hacer nada por excitarlo, tendida como un cuerpo
muerto a la espera de que él hiciera todo el trabajo lograron que no tuviera
una erección. Desesperado, tratando de fantasear pensando en otras mujeres e
incluso en hombres, luchaba contra su impotencia que finalmente lo venció. Se
volteó en la cama y ya no tuvo valor para mirarla a la cara. Ella,
imperturbable agregaba para agrandar su frustración
-No ves que
sos un impotente, o te gusta que te cojan-
Fue el
último intento.
Roberto
trataba de convencerse a si mismo de que no era impotente ni homosexual pero de
a poco volvieron a él los fantasmas del pasado. Las masturbaciones giraron
alrededor de fantasías con hombres, como cuando era adolescente, con muchos
hombres.
Marga había
cambiado de trabajo al poco tiempo del casamiento con el pretexto de obtener un
mejor sueldo. Ella también deseaba ver lo menos posible a Roberto y si
continuaban trabajando juntos la situación se volvería insostenible. Era
también una buena ocasión para evitar cualquier control por parte de él y así
tratar de tener algunas aventuras que la devolvieran al mundo de los vivos.
También se las arreglaba para llegar tarde y en muchas ocasiones Roberto debió
hacerse la comida y cenar solo.
Un día de
otoño, Roberto se sintió mal, el dolor de cabeza que lo aquejaba parecía
partirle el cerebro. Se sentía cansado y juzgó que un día que faltara no iba a
hacer mella en su foja de servicios, además Marga se estaba preparando para
salir y tendría la casa todo el día para él. Planeó mirar televisión, leer
alguno de esos libros que venia postergando o simplemente dormir una siesta
acunado por el silencio de la tarde como cuando era niño.
Cuando ella
se marchó permaneció un rato en la cama dominado por la inercia, pero pocos
minutos después una idea comenzó a revolotear por su mente. Se levantó y se
dirigió al cajón de la ropa interior de su esposa. Sacó un corpiño y una tanga
y se los puso.
Como un
rayo volvieron a él las sensaciones de la niñez y de la adolescencia. La piel
se le estremecía al contacto con las prendas, los pensamientos se le volaban,
recordó la experiencia con Pedro y no le pareció tan dramática como otras de
las que había escuchado por ahí. No se sentía mal por haber sufrido un intento
de violación y se preguntaba si aquel amigo no le había hecho un favor dándole
a conocer placeres que de otra manera no los hubiera disfrutado jamás. Claro
que hasta ese entonces no había tenido relaciones homosexuales pero no dudaba
que en algún momento se presentaría la oportunidad. El sentimiento que lo
embargaba era ambiguo, por un lado sabía que debía seguir demostrando que era
un hombre, pero por el otro comprendía de que era preciso aceptar que lo que
más le atraían eran los varones.
En pocos
minutos, imbuido de estos pensamientos y sintiendo la lencería sobre su cuerpo
se masturbó, una dos y hasta tres veces. Se paseó por la casa luciendo otras
prendas, se puso vestidos, polleras, enaguas, el baby doll rojo que Marga había
comprado para la luna de miel, medias y aunque le entraba a duras penas un par
de zapatos de taco alto, se miraba en el espejo del placard una y otra vez, de
frente, de perfil, meneando las caderas. Aquello era lo más parecido al
paraíso, el paraíso de los maricas, pensaba. Al acercarse la hora de regreso de
Marga debió dejar todo en su lugar.
Temió que
ella descubriera que algo estaba desordenado pero no fue así. O al menos si lo
notó, no dijo nada, y respiró aliviado. Eso lo envalentonó para tratar de
repetirlo cada vez que se presentara la ocasión. Claro que solo podía faltar al
trabajo muy de vez en cuando, así que aprovechaba las oportunidades en que ella
le dejaba un mensaje sobre el plato de comida en la heladera avisando que
volvería tarde por alguna reunión.
El tiempo
era exiguo pero lo aprovechaba al máximo, ni bien llegaba se daba una ducha, se
ponía alguna prenda de lencería, luego calentaba la comida y tras la cena se
acostaba en el lecho matrimonial a masturbarse varias veces ya que una no le
alcanzaba para satisfacerse totalmente. Luego ordenaba todo como lo había
encontrado y se disponía a ver televisión hasta que sentía el ruido de llaves
en la puerta de entrada, apagaba el aparato y se hacía el dormido mientras
Marga entraba en el dormitorio habiéndose sacado los zapatos para no hacer
ruido, se desnudaba totalmente, se duchaba y luego comía en la cocina mientras
hablaba por teléfono conversaciones que él no alcanzaba a escuchar al no
poderse mover de la cama sin delatarse. Finalmente ella se acostaba tratando de
mover lo menos posible el colchón, se daba vuelta hacia el lado opuesto al de
Roberto y se dormía casi instantáneamente o tal vez simulaba también.
11. No hay nada mas gratificante que
ir de compras
Roberto,
por ser su ambición profesional y por que Marga, en las pocas ocasiones en que
le dirigía la palabra, le insistía en que lo llevara a cabo, logró dar el
ansiado paso de abrir el estudio propio. En un departamento de la planta baja
de un viejo edificio sobre la avenida Córdoba, remodelado con cambio de
alfombras, pintura en la paredes, el cielorraso y algunos arreglos en el baño y
la cocina, dividido en tres oficinas por mamparas vidriadas, una de las cuales
utilizaba Roberto, con un escritorio de generosas dimensiones, un tablero de
dibujo, y varios anaqueles para utilizar como archivos, la otra también con
escritorio y tablero y la tercera en cuyo interior había una gran mesa de
reuniones en donde atendía a sus clientes, todos lo muebles adquiridos en un
remate, se instaló para proyectar y dirigir sus primeras obras. No estaba solo,
lo acompañaba otro arquitecto, Marcos, el que ocupaba la segunda oficina, unos
años mayor y que había sido despedido de un importante estudio por
reestructuración de personal. Roberto, al contrario de los que creían que todas
las soluciones las brindan las nuevas generaciones con su desordenado empuje,
confió en la experiencia de Marcos y además de ser su empleador se convirtió en
su amigo.
Roberto,
por aquel entonces continuaba con la costumbre de usar las prendas de su esposa
cuando ella no estaba. La situación era, obviamente, riesgosa pero la necesidad
se le volvía cada vez más imperiosa. Sentía que no podía detenerse. Cada vez
que estaba solo en la casa se decía, esta vez no, tengo que contenerme, no
puedo dejar que me descubra. Igualmente corría al placard o al cajón de la
cómoda y satisfacía su compulsión. Repetía siempre los mismos gestos hasta el
cansancio. Comenzaba a darse cuenta que el deseo lo estaba devorando, que
necesitaba más tiempo. Se sentía ahogado en esos escasos minutos disfrutados a
medias por el temor.
En los
momentos en que estaba dibujando pensaba sin descanso. Imaginaba que no podía
dar identidad a su otro yo, a su espejo, si seguía usando ropa de otra persona.
Decidió que debía disponer de un vestuario de su propiedad. Lo que lo
atemorizaba era el incómodo momento en que debería entrar al negocio a
comprarla suponiendo que lo mejor sería que atendiera una sola vendedora para
que no tuviera oportunidad de hacer comentarios sarcásticos a su espalda y que
no hubiera otras clientas que lo observaran. ¿Que diría? ¿Que eran un regalo
para su esposa? ¿Y como elegiría el talle? ¿Lo tendría que escoger a ojo y luego
volver a cambiarlo en caso de ser necesario, multiplicando el bochorno?.
Con todas
estas dudas se dedicó a recorrer negocios y mirar las vidrieras para entrar
decidido a comprar lo que estaba en exposición y así ahorrarse búsquedas
innecesarias y mejor aún si además tenían el precio colocado. Descubrió varios
negocios de judíos en el Once, de esas mercerías antiguas con mostradores de
madera oscura generalmente atendidos por señoras mayores u hombres. Comprendió
que allí se sentiría más cómodo y fue en esos negocios en donde consiguió la
mayor parte de su lencería..
Lo primero
que adquirió fue un conjunto de tanga y corpiño color blancos, luego continuó
con otros de diferentes colores, se animó a un baby doll también blanco, a
medias red, a medias negras. Al sentir que no estaba completo sin ropa de
vestir se compró una minifalda negra y una blusa rosa con volados en el cuello
y en las mangas. El descubrimiento de que no había calzado de mujer para sus
enormes pies talla 44 lo frustró, deseaba algún zapato con taco pero debió
conformarse con unas chinelas de número menor que se calzaba apenas.
Para
guardar sus nuevas adquisiciones compró un bolso que guardó cerrado con llave
en uno de los placares del estudio procurando que no estuviera a la vista de su
empleado. Con las mismas ansias de cuando esperaba estar a solas en su casa
cuando niño, contuvo su impaciencia hasta el momento en que Marcos partiera a
inspeccionar una obra. Ni bien traspuso la puerta y lo vio cruzar la avenida y
tomar un taxi, corrió al placard, abrió el bolso y se vistió totalmente con las
prendas propias. ¡Al fin podía sentirse toda una mujer! Esas prendas eran
suyas, todas suyas, para disfrutarlas todo el tiempo posible sin el temor de
dejarlas desordenadas. Eran suyas, como era suyo el deseo, como eran suyas sus
fantasías, como era suyo, íntimamente suyo el placer de sentir el roce de esas
delicadas telas sobre su piel.
Comprar
también se convirtió en una compulsión. A medida que pasaba el tiempo y
realizaba mas adquisiciones fue armándose de experiencia. Ya no daba vagas
excusas y mantenía la cara imperturbable
mientras acariciaba las prendas cuando se la mostraban. Una de las cosas que
aprendió era que a nadie le asombraba que un varón comprara lencería o vestidos
y comprendió a su vez que a él también comenzaba a importarle poco lo que
pensaran.
Todo iba a
parar al bolso, que empezaba a resultar chico por lo que debió comprar uno más
grande y al mismo más difícil de ocultar lo que le produjo el nuevo temor de
que en algún momento Marcos lo viera y se sintiera atraído por la curiosidad.
Se trataba de la permanente angustia por ser descubierto y tener que dar
explicaciones o inventar mentiras con el consiguiente riesgo de ser víctima de
cualquiera que se tentara a extorsionarlo. Era cierto también que Marcos
llevaba un bolso a la oficina, pero nunca se le hubiera ocurrido abrirlo para
ver el contenido en su ausencia, sabiendo además que era el que usaba para la
ropa de jugar al paddle a la salida del trabajo.
Igualmente,
Roberto tomaba todas las precauciones. Cuando culminaba una de sus sesiones de
travestismo, guardaba todas las prendas y cerraba el bolso con llave, luego lo
acomodaba en el estante superior del placard, el único en donde entraba, para
cerrar, con llave también, la puerta del mueble.
Una tarde,
habiendo partido Marcos a visitar a varios proveedores, Roberto sabiendo que
disponía de suficiente tiempo se dedico a satisfacer sus deseos. Estaba tan
tranquilo que incluso se quedó dibujando un rato, ataviado con lencería y un vestido
rojo ajustado y escandalosamente corto. En un momento mientras miraba
distraídamente hacia la calle pudo ver bajar inesperadamente de su auto a uno
de sus clientes. La rapidez para deshacerse de la ropa de mujer y vestirse
normalmente se puso a prueba y fue tan veloz que cuando sonó el timbre ya
estaba cerca de la puerta, listo para abrir, habiendo tenido tiempo para darse
una mirada al espejo y arreglarse el cabello.
La reunión
con el cliente resultó fructífera. El hombre se había acercado al estudio para
encargarle otro trabajo mucho más importante, era la oportunidad que tanto
había estado esperando. No por que le faltara que hacer, sino por que esta vez
se trataría de una obra que le llevaría un par de años de trabajo y mucho
dinero en el bolsillo. La alegría que le produjo la noticia le hizo olvidar que
había dejado el bolso no solo fuera del placard sino también fuera de su
oficina y sin llave.
Entusiasmado,
invito al individuo a celebrar el acontecimiento en una confitería cercana. En
el local continuaron hablando detalles de la obra a realizar y el tiempo pasó
rápido, cuando regresó al estudio y mientras estaba abriendo la puerta, al ver
en la rendija que la luz estaba encendida, lo que indicaba que Marcos había
regresado, recordó donde había dejado el bolso. Encontró a su empleado sentado
a su tablero de dibujo. A pesar de que lo que más le interesaba era ver como
estaba el bolso, se contuvo y le comentó las novedades con lujo de detalles
mientras miraba de soslayo hacia el sitio donde recordaba haberlo dejado. Pero
no estaba allí lo que lo preocupó sobremanera.
En ese
momento advirtió Marcos las miradas inquisidoras de Roberto le dijo.
-Si buscás
el bolso negro, lo guardé en tu oficina, me llamó la atención que lo dejaras
afuera, esta ahí al lado de tu escritorio-
Roberto le
agradeció y procuro que Marcos no se diera cuenta de lo preocupado que estaba
por la posibilidad de que lo hubiera abierto, pero como si este le adivinara el
pensamiento agregó.
-No te
preocupes que no lo revisé-
Roberto no
habló más, se dirigió a su oficina, puso el bolso sobre el escritorio y lo
abrió para tratar de constatar si las cosas estaban como el recordaba haberlas
dejado pero era un revoltijo tal que no pudo saberlo a ciencia cierta. A partir
de ese momento, si bien Marcos nunca le dijo nada, tuvo la sensación de que
sabía de su secreto, lo que le generó una incierta sensación morbosa y
excitante. Comprendió, en ese momento, que estaba atravesando una barrera, una
delicada y sutil barrera que le abría el paso a nuevas experiencias en el
camino de replantear toda su vida.
12. Si alguien lo sabe es una forma de
existir
El progreso
de Roberto le posibilitó poder adquirir casa propia. Se trataba de un duplex en
un barrio de clase alta, que formaba parte de un pequeño complejo de viviendas
que había realizado su estudio. Marga estaba satisfecha con el vecindario pero
no con la casa. Le parecía que podían aspirar a algo más y se lo recriminaba
continuamente. La construcción constaba de una planta baja amplia donde se
ubicaban el living, la cocina y el comedor diario, este último con una gran
puerta ventana que accedía al jardín del fondo, donde no había pileta, tal como
lo deseaba ella. En la planta alta tres dormitorios de los cuales ocupaban uno
solo, los otros dos debían ser para los hijos en el caso, cada vez menos
probable, de que los tuvieran. En la planta superior estaba el salón de juegos.
El techo era de tejas y las paredes interiores y exteriores totalmente blancas.
En el frente tenían lugar para dos autos.
A pesar de
estar ocupado con las terminaciones, la decoración y la mudanza, Roberto
continuaba con su necesidad de atravesar barreras. La primera era compartir con
otra persona su secreto. La compulsión que lo arrastraba a esa confesión no lo
inhibía de pensar claro. Debía ser una persona de confianza absoluta. Pero no
se trataba solo de eso. Otro deseo irrefrenable comenzó a acuciarlo, tener
fotografías suyas travestido.
No podía
entrar a cualquier negocio y pedirle al empleado que le sacara las fotos, no
sólo por evitar exponerse ante personas desconocidas sin un previo contacto,
sino también no poder prever la reacción de éste. Tomó la decisión de buscar
fotógrafos en las Páginas Amarillas de la Guía
Telefónica y cuando estuvo solo en el estudio se dedicó a llamarlos. Los
intentos fueron en vano, en cuanto les aclaraba que las fotos debían ser
posando con ropas de mujer inmediatamente le decían que no hacían tales
trabajos. Tuvo que ir desechándolos uno tras otro y al fin quedó como al
principio. Sin posibilidades y sin ideas.
Después de
hacer una lista de aquellos con quien sincerarsae y pensarlo durante varias
semanas llegó a una conclusión, la única que podía ayudarlo era su prima
Adriana, con la que había comenzado a estrechar un sólido vínculo luego de
muchos años de alejamiento aunque cuando eran chicos tampoco se habían tratado
con asiduidad. El reencuentro se había producido merced a un cruce casual en la
calle y una posterior charla en una confitería para ponerse al tanto de sus
vidas. De ahí en más ella se convirtió en confidente acerca de sus desvelos
matrimoniales.
Decidió
visitarla para plantearle la situación. Luego de tomar el té con masas,
sentados en los amplios sillones del living juntó valor y comenzó su
exposición.
Su prima,
dueña de una personalidad abierta que no condenaba el mundo por no
comprenderlo, sino que, por lo contrario, entendía muy bien los cambios
sociales de la época y los aceptaba, artista, dotada de una gran capacidad
intelectual, amplitud de criterio y modo de vida independiente que siempre
había sido causa de críticas por el resto de la familia, podría aceptar sin
censuras lo que le pasaba.
-Adriana,
debo contarte algo que me está pasando- dijo a modo de prólogo.
Y de pronto
se encontró enterándola de todo, como si fuera lo más normal que pudiera
sucederle a un ser humano. Le habló de sus años de la infancia, de como usaba
la ropa de la madre, de las intenciones de Pedro, de las fantasías acerca de
los hombres, aunque, por pudor, se cuidó de dar detalles acerca de la forma en
que satisfacía sexualmente. Mencionó como se travestía con la ropa de Marga, y
el hecho más reciente de poseer el bolsón con ropa en la oficina.
Ella lo
miraba, interrogándolo con sus enormes ojos negros, sin mostrar escándalo. Era
evidente que lo comprendía. Aunque solo fuera por el afecto que le tenía. Lo
que quizá no entendía era la causa de esa conducta, pero a Roberto no le
interesaba eso, ya que ni él podía explicarlo.
-No se por
que comenzó todo esto, lo único que se es que me hace muy feliz- dijo.
Comprensiva,
pero también prudente, la prima le preguntó si alguien más, aparte de los
mencionados, lo sabía.
Ante la
respuesta negativa, dijo.
-Esta bien,
si te gusta no debes privarte de hacerlo, por que reprimirlo es peor, pero
debes ser muy cuidadoso, si alguien se entera puede intentar extorsionarte-
Roberto
asintió, era algo que había pensado pero al mismo tiempo se estaba dando cuenta
que la mujer que quería ser estaba asomando cada vez con más fuerza propia y
que tarde o temprano iba a hacer estallar el cascarón donde estaba encerrada.
Hablar con
su prima le hizo bien. Compartir su secreto era un forma de aligerar la carga.
Envalentonado por la situación pasó a pedirle lo que tanto anhelaba. Las fotos.
Ella
insistió en que era peligroso que tuviera fotos, que donde las iba a ocultar,
que cualquiera podría descubrirlas.
Roberto
insistió, tratando de convencerla de que las pondría en un sitio seguro y el
resto de la conversación siguió sobre ese deseo. Finalmente Adriana aceptó
tomarle las fotos y combinaron para una semana después que él llevaría el bolso
con su ropa para la sesión.
El día
fijado estuvo en su departamento cargando el bolso y todas sus expectativas.
Ella había preparado dos trípodes con focos de luz iluminando la cortina que
daba al balcón de la sala. En otro trípode colocó la cámara. Roberto se encerró
en el baño para cambiarse. Cuando salió a la sala vestido con una blusa roja y
la minifalda de latex, medias negras y luciendo los falsos senos armados con un
bollo de trapos, bajo el corpiño, ella quedó muda del asombro. A pesar de que
no estaba maquillado ni tenía peluca, el cambio era notable y no pudo menos que
comentarle que la ropa le quedaba adecuada su físico delgado
Le sacó
varias fotos en diferentes poses que Roberto intentaba un poco torpemente que
fueran sensuales, luego le tocó el turno a otras prendas y así como en un
desfile él se mostró, como antes con su madre y con Pedro, a otra persona con
sus particulares atuendos, lo que le produjo un indescriptible estado de
euforia. Ante su prima se comportaba como mujer, caminaba como mujer, se
sentaba como mujer, hablaba como mujer, o al menos eso intentaba. Y ella lo
aceptaba, y sin decírselo, íntimamente lo alentaba. Deseaba que fuera lo que
quisiera ser, aunque le preocupaba la opinión, el rechazo y la reacción de la
gente. Roberto estaba casado, era un arquitecto con mucho trabajo y las
consecuencias de saberse algo así podían ser catastróficas.
Una semana
después Roberto pasó por la casa de su prima impaciente por ver las fotos que
ella misma revelaría, pero lo invadió la desazón cuando le dijo que no habían
salido, que eran poco claras y le mostró una en la cuál casi ni se advertía su
silueta recortada contra el fondo blanco de la cortina.
Roberto
comprendió que eso era lo máximo que podía pedirle a su prima. Era evidente que
no había revelado las fotos correctamente debido a sus temores. Aceptó las
explicaciones y decidió no insistir en otra sesión. Seguramente ella buscaría
otras excusas y todo volvería a fracasar. De manera que trató de controlar la
ansiedad y dejarlo para otro momento más propicio.
Lo cierto
era que, sin dudas, ella lo apoyaba a pesar de sus precauciones. Lo supo cuando
sin habérselo pedido le ofreció que cada vez que la fuera a visitar le
prestaría ropa suya y podrían estar como dos mujeres tomando el té. Esas
tertulias se convirtieron en un encuentro periódico cada vez que salía del
estudio en que casi no dejaba un día sin pasar a transformarse aunque fuera por
unas pocas horas,. Marga se molestaba por las tardanzas de Roberto, como le
molestaba cualquier signo de independencia que él demostrara, pero no le dijo
nada por que no le afectaban, en la medida en que servían a sus propias
andanzas.
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