Saturday, August 12, 2017

Ansiada Noelia. Capitulos 25, 26, 27 y 28

25. Vamos a gastar los tacos por las veredas


El tiempo transcurrido había vencido el temor de Adriana por las eventuales complicaciones en que podía verse envuelto Roberto al convertirse en Noelia. Siempre había respetado sus inclinaciones por que él tampoco había cuestionado las suyas. Sintió que siendo esa una necesidad imperiosa de su primo debía ayudarlo.
Roberto nunca le había vuelto a pedir ningún favor al respecto. Se las había arreglado con las fotos y se sentía más seguro luego de haber superado el impacto de la primer reunión a la que concurrió para hacer conocer a Noelia. Luego de aquella vez se hizo asiduo participante de los encuentros en el pequeño y acogedor club de las crossdresser.
Cada vez era como la primera. Escogía minuciosamente el vestuario con la debida anticipación. Deseaba estar deslumbrante pero al mismo tiempo admiraba a las otras cuando las veía vestidas. Nunca sintió que competía con ellas por su aspecto pero supo que no a todas les sucedía lo mismo. Parecía que a algunas el estar vestidos de mujer les despertaba lo peor de las verdaderas y detectó envidias impensables en un grupo que debía ser unido y dedicado solamente, aunque fuera por unas horas, a aquello que deseaban ser.
Supo del cambio de actitud de Adriana cuando en una ocasión le comentó que las fotos que tenía eran todas con ropa que no era la suya y que deseaba algunas con sus propias prendas, una manera de mostrarse más auténtica. Por ello había planeado comprar una cámara digital con el disparador automático y realizarse él mismo una sesión de fotos en su casa. Ella, después de oírlo, le dijo que no era necesario. Que le sacaría todas la fotos que quisiera. Roberto, aún sorprendido le preguntó si era cierto.
-Por supuesto, ¿acaso alguna vez te mentí?-
Se reunieron en casa de Roberto. Mientras Adriana preparaba la cámara, él repartía todas las prendas por la cama para elegir como las combinaría. Acomodó polleras con blusas, vestidos, pantalones elastizados, zapatos y se dirigió al baño con el estuche de maquillaje.
-Creo que es el momento de depilarte el cuerpo- le dijo ella mientras, parada en el vano de la puerta del baño lo observaba afeitarse.
-¿Vos crees?-
-Por supuesto, así lucís mejor las prendas de mangas cortas y las minifaldas-
Roberto había estado pensando mucho tiempo esa posibilidad pero no terminaba de atreverse. No era por temer que al verse depilado podía causar alguna sospecha, sino por que no sabía si iba quedar bien.
-Esperame- dijo mientras cerraba la puerta del baño.
Tomó una máquina de afeitar y se enjabonó todo el cuerpo. Lentamente fue depilándose, primero las piernas, luego los brazos, después el pecho y los hombros, se quitó el vello de las axilas. A algunos sitios no llegaba pero no le importó ya que de todas maneras quedarían cubiertos de ropa y no pensaba posar desnudo.
Cuando se vistió no podía creer el cambio logrado. Sobre todo en las piernas que se veían suaves, tersas y completamente libres de vello, mucho más sensuales asomando bajo la minifalda.
-¡Guau!- exclamó Adriana al verlo, y comenzó a disparar.
Roberto hizo cerca de veinte cambios de ropa. Adriana asombrada le comentó:
-No sabía que tenías tanta ropa, casi más que yo-
De la serie de fotos subió varias a Internet y a los sitios de cross. Ahora sentía que esa era ella, con sus propias prendas, su propia peluca y sus propios zapatos.
Cuando las veían junto con su prima, ella lo sorprendió nuevamente.
-Deberías animarte a salir a la calle, algo más que a la vereda del club-
-Eso es lo que más anhelo, pero tengo que juntar coraje, imaginate que me pase algún percance-
-Sería mejor si lo haces acompañado-
-Si- contestó él y se quedó mirando el suelo esperando, sin estar seguro de que las iba a pronunciar, las palabras de Adriana.
-Listo, el sábado que viene nos vamos a pasear por la avenida Corrientes a mirar vidrieras de librerías, ver si hay algún espectáculo y cenar-
-Estás loca-
-No, dále, invito a Ingrid, una amiga mía y así pasas mas desapercibido entre las dos-
-Estas haciendo realidad mi sueño-
-Entonces, hecho, el sábado te venis a mi casa, te vestís y salimos a romper la noche-
Al deseo de Roberto se sumó la imposición de Adriana, tal vez el empujón que tanto necesitaba. Si quería continuar subiendo los peldaños de su audacia, ¿por que no?. ¿Por que pensar que algo podría salir mal?. Su prima le aseguraba que cuando estaba bien maquillado no se le notaban las facciones de varón. Además caminaba con soltura con los tacos altos y las prendas le quedaban tan bien como a cualquier mujer.
-Bueno, vamos- dijo decidido.
El sábado por la mañana, después del desayuno, comenzó la habitual ceremonia de elegir las prendas que llevaría. Recordaba muy bien los consejos que había leído en una página de cross para salir a la calle. Por de pronto no podía ponerse nada que llamara demasiado la atención, de modo que desechó las minifaldas exageradas y las sandalias de acrílico. Finalmente escogió una pollera negra recta larga hasta las rodillas y zapatos negros con un taco de largo moderado, una camisa de tenue gris a la que probó hasta donde podía desabrochar para que fuera lo suficientemente sensual y no se notaran sus falsos senos. Completó con una cartera negra pequeña y se decidió por la última peluca que había adquirido, cabello negro, con flequillo recto sobre la línea de las cejas y larga hasta mas abajo de los hombros.
Impaciente, llegó a lo de Adriana antes de la hora fijada y tuvo que esperar unos minutos mientras su prima se vestía para abrirle. Una vez dentro del departamento alcanzó a ver a la escultural Ingrid, una altísima rubia nórdica de enormes senos y cabello muy corto, saliendo del dormitorio y colocándose una robe para no aparecer ante él totalmente desnuda. Después de las presentaciones, tomaron el té y comenzaron los preparativos. Se vistieron y entre las dos mujeres le ayudaron con el maquillaje para que luciera más natural. Cuando el sol ya había bajado estaban subiendo al remise que las llevaría al centro.
Roberto temblaba de pavor. Temía que el remisero se diera cuenta  y lo miraba todo el tiempo por el espejo para ver si hacía algún gesto, pero nada sucedió por que el hombre estaba entretenido observando a Adriana que se había sentado en el asiento de adelante y precisamente ella no había tenido problema en lucir una minifalda que llegaba al borde de lo prohibido.
Al bajar del vehículo en plena avenida, en medio de ese hipnotizante titilar de las luces, rodeadas de un mar de personas que iban de aquí para allá, Roberto seguía apabullado,  y tal como lo hiciera con el chofer escrutaba las caras de los que pasaban a su lado para comprobar que nadie le prestaba atención.
-Si seguís así vas a hacerte notar en serio- le dijo Adriana.
Al dar los primeros pasos, Roberto sintió que la tensión se iba aflojando. Viendo que dominaba el calzado con toda naturalidad, comenzó a relajarse. Se detuvieron en varias librerías. Ingrid compró una novela. Adriana y Roberto hojearon algunos libros expuestos en las mesas de saldos.
Por momentos, tras algún involuntario gesto poco femenino, Roberto volvía temer que lo descubrieran. Miraba a su alrededor y comprobaba que todos estaban enfrascados en sus mundos. El momento crucial fue cuando saliendo de una de las librerías un empleado de la puerta, servicial, les preguntó si habían encontrado lo que buscaban y se ofreció a buscarlo si era necesario. Roberto estuvo a punto de contestarle, Adriana, atenta, le apretó el brazo.
-No, gracias- contestó al muchacho.
Roberto sonrió ante la oportuna intervención de su prima.
-Vas a tener que hacer algo con tu voz- le dijo ella.
Las cuadras siguientes antes de llegar a un café donde actuaba un grupo flamenco que deseaban ver, fueron utilizadas por Roberto para practicar algún tipo de impostación. Ingrid y Adriana reían en cada intento hasta que de pronto, recordando un comentario que le hicieran en una de las reuniones, acerca de que las mujeres tiene una cavidad de garganta más chica que los hombres, probó colocar la nuez hacia arriba para lograr ese efecto  y encontró el tono ideal-
-¡Epa, lograste lo único que te faltaba!- dijo Adriana sorprendida.
Roberto no necesitaba más, al entrar al local se adelantó a las chicas y con la mejor voz posible pidió:
-Tres entradas, por favor- y allí se le acabaron todos los miedos.
El resto de la noche fue él quien habló a todos. Al mozo del café, al kioskero por cigarrillos, a un hombre que le dijo un piropo elegante de los que quedan pocos.
-Se deben haber abierto las puertas del cielo y se escaparon todos los ángeles-
-Gracias, es usted muy amable-
El sujeto se arregló el moño que coronaba el cuello de su camisa y sonrió, alejándose dichoso por la vereda.
-Uno que gracias a vos va a tener motivo para un feliz sueño- musitó Adriana al oído de Roberto
 Entusiasmado, Roberto, tampoco se privó de charlar con el taxista que las llevó de regreso.
-Noelia,- dijo Adriana cuando llegaron a su departamento- Sos una excelente compañera de salidas. Esto lo vamos a tener que repetir-
Y lo repitieron. No sólo hacían las excursiones por la avenida Corrientes, en otras ocasiones iban a los bares de Santa Fe y Pueyrredón, al teatro, al cine y a espectáculos musicales. En ocasiones iban con Ingrid, o con alguna otra amiga, o solas.
Las salidas se extendieron a los domingos, en pleno día. Roberto volvió a sentir el mismo pánico de la primera vez, ya que la luz diurna era más reveladora, pero el deseo era superior y pronto fueron habitués de Barisidro o El Catalejo en el bajo de San Isidro, del Museo de Bellas Artes o el Complejo Recoleta, la Plaza Francia y los bares aledaños.
Deseosa de conocer el ámbito de las reuniones de cross, Adriana acompañó a Roberto a esos eventos. Con el tiempo no dejó de ir cada viernes. Se hizo amiga de todas las cross y sus esposas. En el club creían que Roberto y ella eran pareja.
-Pareja de lesbianas- contestaba Adriana riéndose y tomando del brazo a Roberto agregaba
-Es la más femenina de todas mis relaciones-


 26. ¿Que es peor que un gerente homofóbico?


 Adriana había arrastrado a Roberto y sus prendas de mujer hasta el supermercado inclusive. La cantidad de tiempo que Roberto era Roberto fue disminuyendo hasta reducirse exclusivamente a las horas de trabajo y los viajes de ida y vuelta. El resto era Noelia, vivía Noelia, respiraba Noelia e incluso tenía sexo como Noelia.
Además de las andanzas con su prima solía salir en bicicleta luciendo pantalones ajustados al cuerpo y musculosas inquietantes. Contra los estatutos del trabajo se dejó el cabello largo para no usar pelucas, lo que lo obligaba a atárselo, esconderlo bajo el cuello de la camisa y rogar que no se lo descubrieran.
Las salidas en bicicleta generalmente terminaban en una cama. En los últimos tiempos parecía haber nacido un fuerte interés de los hombres en los travestis y Roberto pudo al fin cumplir su sueño de entregarse totalmente transformado.
A la salida de las reuniones en el club solía ir con Adriana a Angel´s y bailaban toda la noche, a veces entre ellos y también con otras personas. Roberto alternaba entre hombres y crossdressers con los que también solía culminar de la forma que más le gustaba, mientras Adriana acostumbraba a llevar alguna mujer a su departamento.
Habían pasado cinco años en esta rutina. Roberto, que había pensado dejar su trabajo en cuanto volvieran buenos tiempos, veía que todo empeoraba lentamente. Comenzaba a aceptar que seguramente terminaría siendo un empleado subalterno sin poder volver a ejercer su profesión.
Las horas laborales le parecían eternas, los jefes, dictadores sin conmiseración que se aprovechaban de la situación laboral que les brindaba la posibilidad de elegir entre cien posibles candidatos por cada trabajador que se iba y las tareas totalmente alienantes. Para colmo la certeza de una ausencia total en el horizonte de la más mínima posibilidad de ascenso. Cada vez que se producía una vacante en las jefaturas ingresaba un nuevo joven lleno de ínfulas que pretendía cambiar el orden establecido para hacerse notar. Con cuarenta y dos años, Roberto, que se sentía una persona en la plenitud de sus condiciones, era, para sus patrones, material descartable.
A esta altura de su vida había terminado con todas las dudas. Ya ni se preocupaba por las causas de su inclinación sexual y su pasión por la ropa femenina. Noelia había pasado de ser un sueño a una realidad tangible que tenía vida propia. Era el alter ego perfecto. El que lo sacaba de la frustración y lo llevaba a otra dimensión.
Lo que molestaba a Roberto era que la situación parecía estancada en un punto irremediable y no veía en el futuro un cambio que la mejorara.
-No te preocupes y disfrutá- le decía Adriana al comentarle sus pensamientos.
Pero Roberto ansiaba algo más. Los años lo iban a convertir en un viejo frustrado, solo, sin atractivo y sin profesión.
-Me tenés a mi, vamos a estar juntos siempre- lo consolaba su prima.
Más cuando menos se lo espera ocurren de pronto hechos inesperados que cambian todo de golpe, para bien o para mal. Y eso sucedió una noche en la avenida Corrientes. Roberto salía del teatro con Adriana, Ingrid y otra cross, amante de la ropa de cuero y las botas de tacos aguja, llamada Susan.
Caminaban por la vereda, las cuatro, riendo de alguna ocurrencia y al llegar a una esquina desde un auto les gritaron.
-¡Putos, degenerados!-
Roberto quiso intentar una respuesta pero Adriana lo detuvo.
-Pará, no les contestes que es lo que andan buscando-
Roberto se contuvo y trató de evitar el vehículo para cruzar la calle, pero este dió marcha atrás para impedirle el paso.
-¿Donde vas, marica?-
Tras un nuevo esfuerzo por no generar un escándalo, Roberto se acercó a la ventanilla y trató de mirar adentro. En la oscuridad del habitáculo pudo vislumbrar que había cuatro hombres de los que no pudo distinguir sus rostros.
-Disculpame, pero no estamos haciendo nada malo. ¿Por que nos molestan?-
-Por que a ustedes hay que matarlos a todos-
Roberto dio un paso atrás, Susan lo tomó del brazo. Adriana e Ingrid se acercaron.
-¡Y a ustedes también!- gritó otro desde dentro y antes que pudieran advertirlo una lata de cerveza salió volando del vehículo e impactó en el pecho de Adriana.
En ese momento Roberto comprendió que ya no podía contenerse más. Asió la manija de la puerta para comprobar que no tenía puesto el seguro. En cuanto se abrió pudo tomar al que conducía de los brazos y lo sacó con todas sus fuerzas del auto. Lo levantó en el aire y le propinó una feroz trompada que le hizo sangrar la nariz inmediatamente.
Al caer totalmente desparramado en la vereda, el individuo quedó a la luz de las marquesinas. En ese preciso momento Roberto advirtió que se trataba del gerente que le hacía la vida imposible. Trató de no continuar con la pelea pero el hombre se levantó rápidamente y alcanzó a tomarlo de un brazo. Cuando le iba a asestar un puñetazo se quedó mirándolo un segundo como si lo hubiera reconocido. Roberto no le dio oportunidad de reaccionar y volvió a golpearlo en la nariz. Esta vez cayó al suelo sin posibilidad de defensa.
El resto de los ocupantes del auto no hicieron mas que mirar. Roberto llamó a sus acompañantes y salieron corriendo para no estar allí cuando llegara la policía. A los pocos metros debió sacarse los zapatos y llevarlos en la mano por que los tacos le molestaban para la huida. Ni siquiera se volvieron para ver que había sucedido con el sujeto al que había golpeado.
Roberto estaba seguro de que el hecho traería consecuencias. Había visto la cara de su gerente cuando el hombre creyó reconocerlo. Era cierto que con el cabello largo y maquillado se veía diferente, pero ese argumento no le bastó para tranquilizarse y pasó el fin de semana pensando en que sucedería al presentarse el lunes en el trabajo. No tuvo que esperar mucho tiempo para saberlo. Había pasado apenas media hora desde su llegada cuando por los altoparlantes le fue requerida su presencia en la gerencia. Caminó lentamente hasta la oficina. Sus compañeros lo observaban, ¿Sabrían el verdadero motivo de la llamada? De todas maneras ser convocado a la gerencia de esa manera era seguro indicio de malas noticias, para otras causas eran más discretos.
Al entrar en el despacho vio que además del gerente estaban el jefe de personal, un hombre alto y extremadamente delgado, de cara angulosa y nariz torva y el gerente general, a contrapartida de aquél, obeso, de gruesa papada y ojos pequeños. Demasiadas personas para un simple despido. Miró a su gerente. Tenía un ojo totalmente morado y un algodón sobresalía del agujero derecho de su nariz, además de dos apósitos, uno sobre la ceja izquierda y el otro en la frente.
Los miró sintiendo la vaga sensación de que estaban a kilómetros de distancia, figuras que se perdían en una imagen borrosa o resabios de un mal sueño. Saludó para que supieran que no era un mal educado, y luego quedó en silencio, pero no bajó la cabeza.
-Usted es una vergüenza para esta empresa, una mala influencia, que anda travestido por la calle como una prostituta- dijo el gerente.
-Ese es mi problema-
-Es el problema de todos cuando anda golpeando a la gente. Imagínese que el hecho hubiera trascendido, enseguida se sabría que es nuestro empleado y los periodistas se nos echarían encima-
-No más que si supieran que un gerente anda borracho insultando y agrediendo a mujeres-
-¡Esas no son mujeres!-
-A la que le arrojó la lata de cerveza, si-
El gerente general y el jefe de personal miraron al gerente como si no conocieran esa parte de la historia. Pero era evidente que a pesar de los hechos lo iban a seguir respaldando y se mantuvieron en silencio.
-¡De todas maneras yo no soy un degenerado que nada por ahí vestido de mujer!-gritó el gerente para reafirmar su posición!-
-Acabemos con esto- dijo Roberto- ¿Que me va decir?-
-Muy simple, usted renuncia en este mismo momento, sin goce de indemnización y lo que ha sucedido queda entre estas cuatro paredes-
-¿Y si me niego?-
-Entonces divulgaremos lo que es usted-
-Hágalo, yo tengo el valor suficiente para salir de esta oficina y decirle a todo el mundo lo que soy y no creo que usted lo tenga para admitir lo poco hombre que es-
Un incómodo silencio cubrió la escena. Los directivos se miraron dudando que hacer.
-En estos tiempos está muy mal visto lo que usted hizo-dijo el gerente general dirigiéndose al gerente- Nos podemos ver en mala situación por un acto de discriminación y es cierto que si usted hubiera mantenido la boca cerrada y no se emborrachara, no estaríamos en este predicamento-
Roberto sonrió, aunque sabía que de todas maneras no la iba a sacar barato.
-En cuanto a usted, será despedido, debió pensar lo que hacía antes de golpear al gerente, le pagaremos lo que corresponde y aquí se acaba todo-
Cuando salieron de la oficina, Roberto pudo observar que todos sus compañeros habían vuelto la cabeza hacia la puerta. Se dirigió al vestuario a retirar sus cosas acompañado de aquellos que no estaban haciendo alguna tarea.
-¿Que pasó?-
-Me echaron-
-¿Por que?-
-Por que golpeé al gerente-
-¿Cuando?-
-Cuando me trató de degenerado-
Y les contó todo cuanto había sucedido.


27.Si cambias de lugar, no lleves los problemas encima

 Lo primero que hizo Roberto fue ir a la casa de Adriana. No iba en busca de un consejo o de palabras de consuelo. Estar con ella, aunque fuera en silencio le serviría de sosiego para su alma.
-Estaba harto de ese trabajo, quería irme y no me animaba, al final tomaron la decisión por mi-
-¿Y ahora?-
-Ahora es uno de esos momentos en que uno debe decidir si va a seguir aceptando lo que le caiga encima o patea el tablero y produce alguna revolución definitiva-
-El destino escrito o el libre albedrío-
-Exacto-
Adriana no supo que más decirle y lo dejó rumiando sus pensamientos, se dirigió a la cocina para hacer un café mientras él se quedaba sentado en el sillón mirando por la ventana el paisaje de edificios y aire contaminado que se prolongaba hasta donde alcanzaba la vista.
Roberto no tardaba demasiado en tomar decisiones. Cuando algún contratiempo lo agobiaba sentía que caía por un pozo, totalmente inerme, pero de pronto llegaba al fondo y encontraba la respuesta. De allí en más todo era subir, decía y se abocaba a realizar lo que planeaba. Había confiado en esa capacidad de recuperación desde que la había descubierto y no fue diferente esta vez.
-Ya está- le dijo a su prima cuando regresó ella de la cocina con una bandeja, los dos cafés y unas galletitas.
-Me voy a ir- agregó ante su mirada inquisidora.
-¿Adonde?-
-A otro país, que se yo, a Brasil, ¿que te parece?-
Adriana no era amiga de decisiones de ese tipo. Sopesaba tanto los pros y los contras que finalmente se quedaba en su sitio familiar, pero conocía bien a Roberto  y sabía que no valía la pena desalentarlo.
-Bueno, al menos no es tan lejos y puedo ir a visitarte-
Como era su costumbre, Roberto tomó papel y lapicera y se puso a escribir ordenadamente todo lo que debía hacer. Hizo cuentas sobre el dinero que tenía ahorrado, elaboró una lista de sitios donde podría ir a vivir, de que trabajar si no podía ejercer su profesión y otros detalles. Una vez que plasmó en el papel todo lo que pensaba se sintió mejor. Ahora era cuestión de ejecutar el plan.
Un plan para huir. Para escapar de la anomia en la que estaba sumergido. Un plan para hacer algo más que salir los días libres a mostrarse como Noelia. Un plan para no terminar siendo un viejo homosexual que tuviera que pagar para tener sexo con el riesgo de encontrarse un día con algún delincuente que lo extorsionara o lo matara. Un plan para no aparecer en las primeras planas de los diarios.
Ir a otro  sitio no era la solución, lo sabía. Finalmente uno lleva sus pesares y sus incertidumbres como un pesado equipaje a cualquier lugar que vaya, cuando en realidad es esa carga de la que debe desprenderse para renacer. Este viaje no sería una solución mágica pero era una manera de quemar las naves. De colocarse en una situación en donde abandonar era casi imposible. Una situación límite de la que no debía ni podía volver derrotado.
No lo pensó más. No se detuvo en consideraciones positivas o negativas. En pocos días realizó los trámites bancarios para trasladar su cuenta, armó cuatro valijas, dos con ropa de varón, dos con ropa de mujer, cerró la casa y le entregó las llaves a Adriana para que se la cuidara. Sacó pasaje para Florianópolis, ida solamente.
La mañana en que partió de Ezeiza, fue un momento difícil como son todas las despedidas. Ingrid, Adriana y dos amigas fueron al Aeropuerto. Por momentos permanecían en silencio, o hablaban de nimiedades como tratando de no pensar por que estaban allí y cada tanto una de ellas se acercaba y lo abrazaba fuertemente, como queriendo retenerlo o tratando de trasmitirle fuerza, amor, el olor de su perfume, un recuerdo que lo acompañe.
Las cuatro lloraron sin vergüenza en el momento del embarque. Roberto no fue menos. Caminó hasta el avión tratando de contener las lágrimas con un pañuelo. Dejar atrás a las chicas que habían sido inapreciables compañeras en sus horas más felices era el único sufrimiento que lo agobiaba. Y además estaba Adriana. La prima a la que había comenzado a amar, a su manera. La compañera de tantos momentos difíciles.
En el vuelo leyó, vio una película y de vez en cuando miró distraídamente el paisaje que allá, a diez mil metros más abajo, parecía sucederse lentamente.
El avión atravesó la Bahía Sur desde el continente y se posó suavemente en la pista en medio de la Isla de Santa Catarina. Pasó sin problemas los controles de aduana y buscó un transporte a la ciudad. Esa fue su primer sorpresa. Se acercó a la fila de taxis y tomó el primero, tratando de mascullar en una mezcla indefinida de castellano y portugués.
-Voy a ciudade-
-No se preocupe, yo también soy argentino- le dijo el chofer mirándolo por el espejo retrovisor.
-Me alegro, es bueno encontrar a alguien que hable español, aunque después no se como me voy a arreglar-
-¿Turismo o trabajo?-
-Busco trabajo-
-Muchos hemos venido por eso, después de todo es mas cerca que ir a España o Estados Unidos. Pero no se haga problema, algo se consigue si no tiene muchas expectativas y por el idioma...se aprende rápido-
Lo dejó en la puerta de un pequeño hotel de paredes mal pintadas cuya única comodidad era poseer aire acondicionado en las habitaciones, cerca de la Rodoviaria, en una callecita estrecha de adoquines que bajaba hacia la avenida principal, atravesando la zona roja, tres cuadras de edificios de principio de siglo en estado ruinoso, que durante el día era un mercado donde varios negocios a la calle ofrecían objetos de los más variados rubros, sobre todo muebles usados y talleres de reparación de cualquier clase de artefactos. Por la noche estaba iluminada por miles de bombitas colgadas de cables que atravesaban el pasaje de pared a pared, los locales estaban cerrados y las prostitutas y travestís ofrecían su más preciada mercancía.
Ese fue el primer sitio que recorrió cuando salió por la noche. Luego transitó por las otras calles, la Terminal local de coletivos, el Mercado, un sitio construido para el tráfico de esclavos que ahora era un lugar de reunión, con locales de bebidas, restaurantes y centro cultural. Culminó su paseo en la Plaza principal, frente a la Catedral, volvió por el mercado de frutas y transitó lentamente por la peatonal hasta el hotel.
Inmediatamente debió dejar de lado sus inquietudes turísticas, anhelaba conocer las playas, para lo que debía solamente elegir el sitio y tomar el coletivo correspondiente, pero sentía que hasta que no pudiera conseguir un trabajo ese placer le estaría vedado.
El primer intento lo hizo con la guía telefónica. Anotó los nombres y direcciones de los estudios de arquitectura y con sus mejores ropas se lanzó a recorrerlos. No eran muchos y estaba a pocas cuadras uno del otro. En todos ellos debió soportar largas esperas, entrevistas en donde debía dar largas explicaciones de por que buscaba nuevos horizontes, cierta sorna de algunos de sus entrevistadores que le manifestaban que los argentinos eran unos ingenuos habiendo votado por segunda vez a un presidente que los estaba llevando a la ruina y que Brasil era un país pujante camino a ser el más rico de Latinoamérica. Roberto se tragó cualquier respuesta, había visto demasiados chicos en las calles de Florianópolis trabajando de lustrabotas o pidiendo plata para creer que las cosas eran mejores que en Argentina..
Las promesas eran siempre las mismas. Denos un sitio en donde ubicarlo y lo llamaremos. Un saludo formal y las gracias por haber venido.
-Obrigado- decían.
Pero Roberto no podía esperar. El hotel le salía caro y debía encontrar al menos una pensión más barata en donde vivir pero para ello debía tener un trabajo. Así que redujo sus pretensiones y comenzó a comprar el diario para revisar las páginas de avisos clasificados.



28, ¿Mundinho? ¿El personaje de la novela de Amado?


 Durante todo el tiempo en que estuvo buscando trabajo, Roberto no tuvo el más mínimo ánimo de travestirse. La ropa de Noelia quedó en las valijas sin abrir desde que llegara y tampoco tuvo ansias de buscar alguna aventura sexual. Durante el día se presentaba en cuanto trabajo le parecía posible realizar, por las tardecitas salía a caminar y en la noche se refugiaba en su habitación a ver programas en la televisión de los que poco entendía el idioma pero que utilizaba para tratar de aprender algunas palabras.
En uno de esos paseos al atardecer estaba sentado a la sombra del gigantesco baobab de la plaza 15 de Noviembre cuando un individuo, al que en principio no reconoció, pasó a su lado y se volvió tras haber dados unos pasos.
-Hola, seguro que no me recuerda, pero yo tengo buena memoria visual-
Al ver que Roberto seguía sin identificarlo agregó.
-Yo soy el taxista que lo traje desde el aeropuerto. ¿consiguió trabajo?-
Roberto lo invitó a sentarse junto a él, al menos tendría alguien con quien charlar.
-No, no conseguí nada concreto por ahora-
-Y, es así, como en la Argentina, pero vea, el otro día me acordaba de usted, un amigo que tengo acá, un brasileño que posee un negocio de venta de accesorios para mergullo, es decir, buceo, necesita una persona de confianza para que le atienda el local cuando sale a bucear con sus clientes-
-Pero yo no tengo ni idea-
-No se preocupe, el le enseña, lo que mas le interesa es que no le roben-
-¿Y no habrá tomado ya otra persona?-
El taxista sacó su celular del bolsillo, llamó y habló en portugués. Cuando terminó y mientras lo guardaba dijo.
-Listo, nos espera ahora mismo, es acá a pocas cuadras, frente al Mercado-
El local era largo y estrecho, tenía varias puertas que daban a un callejón de adoquines cubierto por un techo abovedado y poblado de negocios de artesanías, instrumentos para capoeira, ropa y un barcito. La construcción era del siglo 19, en algunas paredes el revoque estaba caído y se podían notar las diferentes capas de pintura. Un mostrador de estructura de hierro con paneles de vidrio ocupaba todo el largo. En la pared del fondo estaban ubicados en estanterías toda clase de accesorios, chalecos inflables, tanques, snorkels, patas de rana, gorras, guantes, cuchillos, visores. El brasileño dueño del local era un hombre de gran talla, moreno, cabello cortado al ras, de ojos pequeños que parecían estar escrutando todo más allá de lo físicamente posible. Vestía como la mayoría, bermudas y musculosa sin preocupación por la combinación de colores y en los pies sandalias de goma. Se movía con torpeza dentro del local, pero como lo comprobaría después Roberto, era un pez en el agua. Resultaba inevitable compararlo con esos elefantes marinos que se ven en los documentales de la televisión.
-Bien, si Ernesto dice que usted es de confianza lo tomo, sea benvido- y le dio su fuerte manaza dentro de la cuál pareció perderse la de Roberto quien debió disimular el dolor que le había causado el apretón.
Esa misma tarde Roberto se quedó en el negocio para comenzar a aprender lo necesario. Mundinho, tal el nombre de su nuevo patrón, era un hombre que inspiraba respeto por su apariencia pero demostró ser una persona afable y considerada. Cuando llegó la hora de cerrar el local y estaban a punto de despedirse le dijo.
-Ahora me voy a tomar una cerveza y luego a la zona roja, ¿vienes conmigo?-
Roberto aceptó la invitación de la cerveza pero declino la búsqueda de sexo. El hombre lo miró, hizo un gesto de desaprobación y habló.
-Esta bien, pero algún día vas a tener que ir, hay que desahogarse un poco, cuando quieras yo te presento a las mejores mujeres, todas me conocen-
Al otro día, antes de ir a su trabajo, Roberto hizo dos cosas que no podía posponer. La primera llamó a Adriana para contarle las novedades.
-¡Bravo Noelia! ¡Yo sabía que lo ibas a lograr!- sonaba lejana y en medio de interferencias la voz de su prima.
Lo segundo fue conseguir un sitio más adecuado para vivir y lo encontró en una pensión frente a la terminal de coletivos locales. La dueña del edificio era un mujer de edad indefinida, una mulata de senos y caderas prominentes pero firmes y unas incipientes canas en su cabello mota. Le ofreció una habitación amplia, en la planta alta, de pisos de madera, con baño propio, totalmente amueblada, que poseía en la pared opuesta a la entrada un ventanal con balcón que brindaba una extensa vista de la Bahía Sur, la costa del continente y el puente colgante de hierro Hercilio Luz, que por las noches totalmente iluminado matizaba de color amarillo el agua que transcurría bajo su estructura. Roberto estaba satisfecho, era más de lo que hubiera imaginado.
Los día fueron pasando apacibles. Aprendió con bastante facilidad los secretos del negocio. En la semana estaba detrás del mostrador, en ocasiones con su patrón, otras veces solo, cuando Mundinho llevaba algunos clientes a bucear a Isla Arvoredo o se hacía una escapada para almorzar pizza con cerveza. Los sábados o domingos, el hombrón lo llevaba a practicar inmersiones en Canasvieiras o Ponta das Canas. Gracias estos viajes pudo recorrer estas y otras playas de la isla sin pagar un real disfrutando por primera vez de las aguas templadas y transparentes tan lejos de las frías y ventosas costas argentinas que conocía.
Noelia había comenzado a reaparecer dentro suyo. Finalmente se decidió a abrir las maletas de su ropa y comenzó a ponérsela cuando estaba en la intimidad de la habitación. La puso en condiciones. La lavó, la planchó y la colgó con todo cuidado en un sector del ropero. No se animaba a más, la acción más osada era salir al balcón y quedarse sentado en una reposera, leyendo, sin tratar de averiguar si alguien lo observaba. Era un juego que le gustaba. De todos modos, era casi imposible que alguien que pasara por la calle levantara la vista y mucho menos que se diera cuenta a la distancia que era un varón.
El tiempo que pasaba transformado le comenzó resultar poco y para compensarlo comenzó a usar tangas y corpiños bajo la ropa masculina durante todo el día. Convirtiéndose Noelia en una obsesión creciente le preocupaba saber las opiniones de su nuevo patrón acerca del tema, recordando el incidente de su trabajo anterior. Temía que Mundinho fuese también homofóbico y que esto desencadenara otro conflicto si era descubierto. Necesitaba saber pero no tocaba el tema para no parecer conspicuo, lo escuchaba atentamente tratando de dilucidar lo que se podía interpretar entre palabras. Pero su patrón no daba ninguna pista. Sabía perfectamente que le interesaban las prostitutas y que nunca se había casado. Aparte de eso, nada.
Una tarde, al comienzo del verano tuvo la revelación. Roberto estaba parado en una de las puertas del local, recostado contra una de las columnas y a pocos metros podía ver a su patrón deglutiendo sus pizzas sentado a una mesa en el mismo callejón. De pronto se le acercaron dos hermosas mujeres y lo abordaron. El hombre las conocía, era evidente y habló con ellas un momento, luego giró sobre sí y les señaló a Roberto. Las mujeres realizaron gestos de agradecimiento, lo saludaron y se dirigieron al local.
Al llegar al lado de Roberto una le habló.
-Hola muchacho, ¿así que sos el empleado de Mundinho?, nos envió a que confirmáramos una inmersión para el lunes en Arvoredo-
Roberto estaba seguro, esa voz, por más que se empeñaba su dueña en afinarla no era femenina. Mientras las invitaba a pasar para hacerles firmar el papel de confirmación las observó detenidamente. Eran altas, más que él, su ropa era cara, elegante, discreta pero insinuante. Una rubia, la otra cabello color azabache, ojos verdes ambas, seguramente debido a lentes de contacto con color.
-Sos un chico muy bonito- dijo una de ellas- ¿vas también a las inmersiones?-
-No, tengo que cuidar el negocio-
-Lástima- dijeron, y tomando su copia del papel se marcharon atrayendo las miradas de todos lo que pasaban por el callejón.
Cuando Mundinho terminó su suculento almuerzo y entró en el local exclamó.
-¿Viste? ¿donde vas a encontrar mujeres así?-
-No son mujeres, Mundinho- creyó conveniente aclarar Roberto.
-Ya lo sé, hombre. ¿pero no son hermosas?-
-Si- contestó Roberto, dudando todavía del comentario de su patrón.
-Te juro que me casaría con una de ellas-
-¿Y por que no?-
-Son demasiada mujer para mi-
Roberto lo miró sin pronunciar palabra. No tenía más para agregar a semejante comentario. Mundinho se había quedado callado también mirando el piso. En ese momento comprendió que aquel hombre estaba enamorado. No de una en particular, pero sí de ellas en general.


















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