25. Vamos a gastar los tacos por las
veredas
El tiempo
transcurrido había vencido el temor de Adriana por las eventuales
complicaciones en que podía verse envuelto Roberto al convertirse en Noelia.
Siempre había respetado sus inclinaciones por que él tampoco había cuestionado
las suyas. Sintió que siendo esa una necesidad imperiosa de su primo debía
ayudarlo.
Roberto
nunca le había vuelto a pedir ningún favor al respecto. Se las había arreglado
con las fotos y se sentía más seguro luego de haber superado el impacto de la
primer reunión a la que concurrió para hacer conocer a Noelia. Luego de aquella
vez se hizo asiduo participante de los encuentros en el pequeño y acogedor club
de las crossdresser.
Cada vez
era como la primera. Escogía minuciosamente el vestuario con la debida
anticipación. Deseaba estar deslumbrante pero al mismo tiempo admiraba a las
otras cuando las veía vestidas. Nunca sintió que competía con ellas por su
aspecto pero supo que no a todas les sucedía lo mismo. Parecía que a algunas el
estar vestidos de mujer les despertaba lo peor de las verdaderas y detectó
envidias impensables en un grupo que debía ser unido y dedicado solamente,
aunque fuera por unas horas, a aquello que deseaban ser.
Supo del
cambio de actitud de Adriana cuando en una ocasión le comentó que las fotos que
tenía eran todas con ropa que no era la suya y que deseaba algunas con sus
propias prendas, una manera de mostrarse más auténtica. Por ello había planeado
comprar una cámara digital con el disparador automático y realizarse él mismo
una sesión de fotos en su casa. Ella, después de oírlo, le dijo que no era
necesario. Que le sacaría todas la fotos que quisiera. Roberto, aún sorprendido
le preguntó si era cierto.
-Por
supuesto, ¿acaso alguna vez te mentí?-
Se
reunieron en casa de Roberto. Mientras Adriana preparaba la cámara, él repartía
todas las prendas por la cama para elegir como las combinaría. Acomodó polleras
con blusas, vestidos, pantalones elastizados, zapatos y se dirigió al baño con
el estuche de maquillaje.
-Creo que
es el momento de depilarte el cuerpo- le dijo ella mientras, parada en el vano
de la puerta del baño lo observaba afeitarse.
-¿Vos
crees?-
-Por
supuesto, así lucís mejor las prendas de mangas cortas y las minifaldas-
Roberto
había estado pensando mucho tiempo esa posibilidad pero no terminaba de
atreverse. No era por temer que al verse depilado podía causar alguna sospecha,
sino por que no sabía si iba quedar bien.
-Esperame-
dijo mientras cerraba la puerta del baño.
Tomó una
máquina de afeitar y se enjabonó todo el cuerpo. Lentamente fue depilándose,
primero las piernas, luego los brazos, después el pecho y los hombros, se quitó
el vello de las axilas. A algunos sitios no llegaba pero no le importó ya que
de todas maneras quedarían cubiertos de ropa y no pensaba posar desnudo.
Cuando se
vistió no podía creer el cambio logrado. Sobre todo en las piernas que se veían
suaves, tersas y completamente libres de vello, mucho más sensuales asomando
bajo la minifalda.
-¡Guau!-
exclamó Adriana al verlo, y comenzó a disparar.
Roberto
hizo cerca de veinte cambios de ropa. Adriana asombrada le comentó:
-No sabía
que tenías tanta ropa, casi más que yo-
De la serie
de fotos subió varias a Internet y a los sitios de cross. Ahora sentía que esa
era ella, con sus propias prendas, su propia peluca y sus propios zapatos.
Cuando las
veían junto con su prima, ella lo sorprendió nuevamente.
-Deberías
animarte a salir a la calle, algo más que a la vereda del club-
-Eso es lo
que más anhelo, pero tengo que juntar coraje, imaginate que me pase algún
percance-
-Sería
mejor si lo haces acompañado-
-Si-
contestó él y se quedó mirando el suelo esperando, sin estar seguro de que las
iba a pronunciar, las palabras de Adriana.
-Listo, el
sábado que viene nos vamos a pasear por la avenida Corrientes a mirar vidrieras
de librerías, ver si hay algún espectáculo y cenar-
-Estás
loca-
-No, dále,
invito a Ingrid, una amiga mía y así pasas mas desapercibido entre las dos-
-Estas
haciendo realidad mi sueño-
-Entonces,
hecho, el sábado te venis a mi casa, te vestís y salimos a romper la noche-
Al deseo de
Roberto se sumó la imposición de Adriana, tal vez el empujón que tanto
necesitaba. Si quería continuar subiendo los peldaños de su audacia, ¿por que
no?. ¿Por que pensar que algo podría salir mal?. Su prima le aseguraba que
cuando estaba bien maquillado no se le notaban las facciones de varón. Además
caminaba con soltura con los tacos altos y las prendas le quedaban tan bien
como a cualquier mujer.
-Bueno,
vamos- dijo decidido.
El sábado
por la mañana, después del desayuno, comenzó la habitual ceremonia de elegir
las prendas que llevaría. Recordaba muy bien los consejos que había leído en
una página de cross para salir a la calle. Por de pronto no podía ponerse nada
que llamara demasiado la atención, de modo que desechó las minifaldas
exageradas y las sandalias de acrílico. Finalmente escogió una pollera negra
recta larga hasta las rodillas y zapatos negros con un taco de largo moderado,
una camisa de tenue gris a la que probó hasta donde podía desabrochar para que
fuera lo suficientemente sensual y no se notaran sus falsos senos. Completó con
una cartera negra pequeña y se decidió por la última peluca que había
adquirido, cabello negro, con flequillo recto sobre la línea de las cejas y
larga hasta mas abajo de los hombros.
Impaciente,
llegó a lo de Adriana antes de la hora fijada y tuvo que esperar unos minutos
mientras su prima se vestía para abrirle. Una vez dentro del departamento
alcanzó a ver a la escultural Ingrid, una altísima rubia nórdica de enormes
senos y cabello muy corto, saliendo del dormitorio y colocándose una robe para
no aparecer ante él totalmente desnuda. Después de las presentaciones, tomaron
el té y comenzaron los preparativos. Se vistieron y entre las dos mujeres le
ayudaron con el maquillaje para que luciera más natural. Cuando el sol ya había
bajado estaban subiendo al remise que las llevaría al centro.
Roberto
temblaba de pavor. Temía que el remisero se diera cuenta y lo miraba todo el tiempo por el espejo para
ver si hacía algún gesto, pero nada sucedió por que el hombre estaba
entretenido observando a Adriana que se había sentado en el asiento de adelante
y precisamente ella no había tenido problema en lucir una minifalda que llegaba
al borde de lo prohibido.
Al bajar
del vehículo en plena avenida, en medio de ese hipnotizante titilar de las
luces, rodeadas de un mar de personas que iban de aquí para allá, Roberto
seguía apabullado, y tal como lo hiciera
con el chofer escrutaba las caras de los que pasaban a su lado para comprobar
que nadie le prestaba atención.
-Si seguís
así vas a hacerte notar en serio- le dijo Adriana.
Al dar los
primeros pasos, Roberto sintió que la tensión se iba aflojando. Viendo que
dominaba el calzado con toda naturalidad, comenzó a relajarse. Se detuvieron en
varias librerías. Ingrid compró una novela. Adriana y Roberto hojearon algunos
libros expuestos en las mesas de saldos.
Por
momentos, tras algún involuntario gesto poco femenino, Roberto volvía temer que
lo descubrieran. Miraba a su alrededor y comprobaba que todos estaban enfrascados
en sus mundos. El momento crucial fue cuando saliendo de una de las librerías
un empleado de la puerta, servicial, les preguntó si habían encontrado lo que
buscaban y se ofreció a buscarlo si era necesario. Roberto estuvo a punto de
contestarle, Adriana, atenta, le apretó el brazo.
-No,
gracias- contestó al muchacho.
Roberto
sonrió ante la oportuna intervención de su prima.
-Vas a
tener que hacer algo con tu voz- le dijo ella.
Las cuadras
siguientes antes de llegar a un café donde actuaba un grupo flamenco que
deseaban ver, fueron utilizadas por Roberto para practicar algún tipo de
impostación. Ingrid y Adriana reían en cada intento hasta que de pronto,
recordando un comentario que le hicieran en una de las reuniones, acerca de que
las mujeres tiene una cavidad de garganta más chica que los hombres, probó
colocar la nuez hacia arriba para lograr ese efecto y encontró el tono ideal-
-¡Epa,
lograste lo único que te faltaba!- dijo Adriana sorprendida.
Roberto no
necesitaba más, al entrar al local se adelantó a las chicas y con la mejor voz
posible pidió:
-Tres
entradas, por favor- y allí se le acabaron todos los miedos.
El resto de
la noche fue él quien habló a todos. Al mozo del café, al kioskero por
cigarrillos, a un hombre que le dijo un piropo elegante de los que quedan
pocos.
-Se deben
haber abierto las puertas del cielo y se escaparon todos los ángeles-
-Gracias,
es usted muy amable-
El sujeto
se arregló el moño que coronaba el cuello de su camisa y sonrió, alejándose
dichoso por la vereda.
-Uno que gracias
a vos va a tener motivo para un feliz sueño- musitó Adriana al oído de Roberto
Entusiasmado, Roberto, tampoco se privó de
charlar con el taxista que las llevó de regreso.
-Noelia,-
dijo Adriana cuando llegaron a su departamento- Sos una excelente compañera de
salidas. Esto lo vamos a tener que repetir-
Y lo
repitieron. No sólo hacían las excursiones por la avenida Corrientes, en otras
ocasiones iban a los bares de Santa Fe y Pueyrredón, al teatro, al cine y a
espectáculos musicales. En ocasiones iban con Ingrid, o con alguna otra amiga,
o solas.
Las salidas
se extendieron a los domingos, en pleno día. Roberto volvió a sentir el mismo
pánico de la primera vez, ya que la luz diurna era más reveladora, pero el
deseo era superior y pronto fueron habitués de Barisidro o El Catalejo en el
bajo de San Isidro, del Museo de Bellas Artes o el Complejo Recoleta, la Plaza
Francia y los bares aledaños.
Deseosa de
conocer el ámbito de las reuniones de cross, Adriana acompañó a Roberto a esos
eventos. Con el tiempo no dejó de ir cada viernes. Se hizo amiga de todas las
cross y sus esposas. En el club creían que Roberto y ella eran pareja.
-Pareja de
lesbianas- contestaba Adriana riéndose y tomando del brazo a Roberto agregaba
-Es la más
femenina de todas mis relaciones-
26. ¿Que es peor que un gerente
homofóbico?
Adriana
había arrastrado a Roberto y sus prendas de mujer hasta el supermercado
inclusive. La cantidad de tiempo que Roberto era Roberto fue disminuyendo hasta
reducirse exclusivamente a las horas de trabajo y los viajes de ida y vuelta.
El resto era Noelia, vivía Noelia, respiraba Noelia e incluso tenía sexo como
Noelia.
Además de
las andanzas con su prima solía salir en bicicleta luciendo pantalones
ajustados al cuerpo y musculosas inquietantes. Contra los estatutos del trabajo
se dejó el cabello largo para no usar pelucas, lo que lo obligaba a atárselo,
esconderlo bajo el cuello de la camisa y rogar que no se lo descubrieran.
Las salidas
en bicicleta generalmente terminaban en una cama. En los últimos tiempos
parecía haber nacido un fuerte interés de los hombres en los travestis y
Roberto pudo al fin cumplir su sueño de entregarse totalmente transformado.
A la salida
de las reuniones en el club solía ir con Adriana a Angel´s y bailaban toda la
noche, a veces entre ellos y también con otras personas. Roberto alternaba
entre hombres y crossdressers con los que también solía culminar de la forma
que más le gustaba, mientras Adriana acostumbraba a llevar alguna mujer a su
departamento.
Habían
pasado cinco años en esta rutina. Roberto, que había pensado dejar su trabajo
en cuanto volvieran buenos tiempos, veía que todo empeoraba lentamente.
Comenzaba a aceptar que seguramente terminaría siendo un empleado subalterno
sin poder volver a ejercer su profesión.
Las horas
laborales le parecían eternas, los jefes, dictadores sin conmiseración que se
aprovechaban de la situación laboral que les brindaba la posibilidad de elegir
entre cien posibles candidatos por cada trabajador que se iba y las tareas
totalmente alienantes. Para colmo la certeza de una ausencia total en el
horizonte de la más mínima posibilidad de ascenso. Cada vez que se producía una
vacante en las jefaturas ingresaba un nuevo joven lleno de ínfulas que
pretendía cambiar el orden establecido para hacerse notar. Con cuarenta y dos
años, Roberto, que se sentía una persona en la plenitud de sus condiciones,
era, para sus patrones, material descartable.
A esta
altura de su vida había terminado con todas las dudas. Ya ni se preocupaba por
las causas de su inclinación sexual y su pasión por la ropa femenina. Noelia
había pasado de ser un sueño a una realidad tangible que tenía vida propia. Era
el alter ego perfecto. El que lo sacaba de la frustración y lo llevaba a otra dimensión.
Lo que
molestaba a Roberto era que la situación parecía estancada en un punto
irremediable y no veía en el futuro un cambio que la mejorara.
-No te
preocupes y disfrutá- le decía Adriana al comentarle sus pensamientos.
Pero
Roberto ansiaba algo más. Los años lo iban a convertir en un viejo frustrado,
solo, sin atractivo y sin profesión.
-Me tenés a
mi, vamos a estar juntos siempre- lo consolaba su prima.
Más cuando
menos se lo espera ocurren de pronto hechos inesperados que cambian todo de
golpe, para bien o para mal. Y eso sucedió una noche en la avenida Corrientes.
Roberto salía del teatro con Adriana, Ingrid y otra cross, amante de la ropa de
cuero y las botas de tacos aguja, llamada Susan.
Caminaban
por la vereda, las cuatro, riendo de alguna ocurrencia y al llegar a una
esquina desde un auto les gritaron.
-¡Putos,
degenerados!-
Roberto
quiso intentar una respuesta pero Adriana lo detuvo.
-Pará, no
les contestes que es lo que andan buscando-
Roberto se
contuvo y trató de evitar el vehículo para cruzar la calle, pero este dió
marcha atrás para impedirle el paso.
-¿Donde
vas, marica?-
Tras un
nuevo esfuerzo por no generar un escándalo, Roberto se acercó a la ventanilla y
trató de mirar adentro. En la oscuridad del habitáculo pudo vislumbrar que había
cuatro hombres de los que no pudo distinguir sus rostros.
-Disculpame,
pero no estamos haciendo nada malo. ¿Por que nos molestan?-
-Por que a
ustedes hay que matarlos a todos-
Roberto dio
un paso atrás, Susan lo tomó del brazo. Adriana e Ingrid se acercaron.
-¡Y a
ustedes también!- gritó otro desde dentro y antes que pudieran advertirlo una
lata de cerveza salió volando del vehículo e impactó en el pecho de Adriana.
En ese
momento Roberto comprendió que ya no podía contenerse más. Asió la manija de la
puerta para comprobar que no tenía puesto el seguro. En cuanto se abrió pudo
tomar al que conducía de los brazos y lo sacó con todas sus fuerzas del auto.
Lo levantó en el aire y le propinó una feroz trompada que le hizo sangrar la
nariz inmediatamente.
Al caer
totalmente desparramado en la vereda, el individuo quedó a la luz de las
marquesinas. En ese preciso momento Roberto advirtió que se trataba del gerente
que le hacía la vida imposible. Trató de no continuar con la pelea pero el
hombre se levantó rápidamente y alcanzó a tomarlo de un brazo. Cuando le iba a
asestar un puñetazo se quedó mirándolo un segundo como si lo hubiera
reconocido. Roberto no le dio oportunidad de reaccionar y volvió a golpearlo en
la nariz. Esta vez cayó al suelo sin posibilidad de defensa.
El resto de
los ocupantes del auto no hicieron mas que mirar. Roberto llamó a sus
acompañantes y salieron corriendo para no estar allí cuando llegara la policía.
A los pocos metros debió sacarse los zapatos y llevarlos en la mano por que los
tacos le molestaban para la huida. Ni siquiera se volvieron para ver que había
sucedido con el sujeto al que había golpeado.
Roberto
estaba seguro de que el hecho traería consecuencias. Había visto la cara de su
gerente cuando el hombre creyó reconocerlo. Era cierto que con el cabello largo
y maquillado se veía diferente, pero ese argumento no le bastó para
tranquilizarse y pasó el fin de semana pensando en que sucedería al presentarse
el lunes en el trabajo. No tuvo que esperar mucho tiempo para saberlo. Había
pasado apenas media hora desde su llegada cuando por los altoparlantes le fue
requerida su presencia en la gerencia. Caminó lentamente hasta la oficina. Sus
compañeros lo observaban, ¿Sabrían el verdadero motivo de la llamada? De todas
maneras ser convocado a la gerencia de esa manera era seguro indicio de malas
noticias, para otras causas eran más discretos.
Al entrar
en el despacho vio que además del gerente estaban el jefe de personal, un
hombre alto y extremadamente delgado, de cara angulosa y nariz torva y el
gerente general, a contrapartida de aquél, obeso, de gruesa papada y ojos
pequeños. Demasiadas personas para un simple despido. Miró a su gerente. Tenía
un ojo totalmente morado y un algodón sobresalía del agujero derecho de su
nariz, además de dos apósitos, uno sobre la ceja izquierda y el otro en la
frente.
Los miró
sintiendo la vaga sensación de que estaban a kilómetros de distancia, figuras
que se perdían en una imagen borrosa o resabios de un mal sueño. Saludó para
que supieran que no era un mal educado, y luego quedó en silencio, pero no bajó
la cabeza.
-Usted es
una vergüenza para esta empresa, una mala influencia, que anda travestido por
la calle como una prostituta- dijo el gerente.
-Ese es mi
problema-
-Es el
problema de todos cuando anda golpeando a la gente. Imagínese que el hecho
hubiera trascendido, enseguida se sabría que es nuestro empleado y los
periodistas se nos echarían encima-
-No más que
si supieran que un gerente anda borracho insultando y agrediendo a mujeres-
-¡Esas no
son mujeres!-
-A la que
le arrojó la lata de cerveza, si-
El gerente
general y el jefe de personal miraron al gerente como si no conocieran esa
parte de la historia. Pero era evidente que a pesar de los hechos lo iban a
seguir respaldando y se mantuvieron en silencio.
-¡De todas
maneras yo no soy un degenerado que nada por ahí vestido de mujer!-gritó el
gerente para reafirmar su posición!-
-Acabemos
con esto- dijo Roberto- ¿Que me va decir?-
-Muy
simple, usted renuncia en este mismo momento, sin goce de indemnización y lo
que ha sucedido queda entre estas cuatro paredes-
-¿Y si me
niego?-
-Entonces
divulgaremos lo que es usted-
-Hágalo, yo
tengo el valor suficiente para salir de esta oficina y decirle a todo el mundo
lo que soy y no creo que usted lo tenga para admitir lo poco hombre que es-
Un incómodo
silencio cubrió la escena. Los directivos se miraron dudando que hacer.
-En estos
tiempos está muy mal visto lo que usted hizo-dijo el gerente general
dirigiéndose al gerente- Nos podemos ver en mala situación por un acto de
discriminación y es cierto que si usted hubiera mantenido la boca cerrada y no
se emborrachara, no estaríamos en este predicamento-
Roberto
sonrió, aunque sabía que de todas maneras no la iba a sacar barato.
-En cuanto
a usted, será despedido, debió pensar lo que hacía antes de golpear al gerente,
le pagaremos lo que corresponde y aquí se acaba todo-
Cuando
salieron de la oficina, Roberto pudo observar que todos sus compañeros habían
vuelto la cabeza hacia la puerta. Se dirigió al vestuario a retirar sus cosas
acompañado de aquellos que no estaban haciendo alguna tarea.
-¿Que
pasó?-
-Me
echaron-
-¿Por que?-
-Por que
golpeé al gerente-
-¿Cuando?-
-Cuando me
trató de degenerado-
Y les contó
todo cuanto había sucedido.
27.Si cambias de lugar, no lleves los
problemas encima
Lo primero
que hizo Roberto fue ir a la casa de Adriana. No iba en busca de un consejo o
de palabras de consuelo. Estar con ella, aunque fuera en silencio le serviría
de sosiego para su alma.
-Estaba
harto de ese trabajo, quería irme y no me animaba, al final tomaron la decisión
por mi-
-¿Y ahora?-
-Ahora es
uno de esos momentos en que uno debe decidir si va a seguir aceptando lo que le
caiga encima o patea el tablero y produce alguna revolución definitiva-
-El destino
escrito o el libre albedrío-
-Exacto-
Adriana no
supo que más decirle y lo dejó rumiando sus pensamientos, se dirigió a la
cocina para hacer un café mientras él se quedaba sentado en el sillón mirando
por la ventana el paisaje de edificios y aire contaminado que se prolongaba
hasta donde alcanzaba la vista.
Roberto no
tardaba demasiado en tomar decisiones. Cuando algún contratiempo lo agobiaba
sentía que caía por un pozo, totalmente inerme, pero de pronto llegaba al fondo
y encontraba la respuesta. De allí en más todo era subir, decía y se abocaba a
realizar lo que planeaba. Había confiado en esa capacidad de recuperación desde
que la había descubierto y no fue diferente esta vez.
-Ya está-
le dijo a su prima cuando regresó ella de la cocina con una bandeja, los dos
cafés y unas galletitas.
-Me voy a
ir- agregó ante su mirada inquisidora.
-¿Adonde?-
-A otro
país, que se yo, a Brasil, ¿que te parece?-
Adriana no
era amiga de decisiones de ese tipo. Sopesaba tanto los pros y los contras que
finalmente se quedaba en su sitio familiar, pero conocía bien a Roberto y sabía que no valía la pena desalentarlo.
-Bueno, al
menos no es tan lejos y puedo ir a visitarte-
Como era su
costumbre, Roberto tomó papel y lapicera y se puso a escribir ordenadamente
todo lo que debía hacer. Hizo cuentas sobre el dinero que tenía ahorrado,
elaboró una lista de sitios donde podría ir a vivir, de que trabajar si no
podía ejercer su profesión y otros detalles. Una vez que plasmó en el papel
todo lo que pensaba se sintió mejor. Ahora era cuestión de ejecutar el plan.
Un plan
para huir. Para escapar de la anomia en la que estaba sumergido. Un plan para
hacer algo más que salir los días libres a mostrarse como Noelia. Un plan para
no terminar siendo un viejo homosexual que tuviera que pagar para tener sexo
con el riesgo de encontrarse un día con algún delincuente que lo extorsionara o
lo matara. Un plan para no aparecer en las primeras planas de los diarios.
Ir a
otro sitio no era la solución, lo sabía.
Finalmente uno lleva sus pesares y sus incertidumbres como un pesado equipaje a
cualquier lugar que vaya, cuando en realidad es esa carga de la que debe
desprenderse para renacer. Este viaje no sería una solución mágica pero era una
manera de quemar las naves. De colocarse en una situación en donde abandonar
era casi imposible. Una situación límite de la que no debía ni podía volver
derrotado.
No lo pensó
más. No se detuvo en consideraciones positivas o negativas. En pocos días
realizó los trámites bancarios para trasladar su cuenta, armó cuatro valijas,
dos con ropa de varón, dos con ropa de mujer, cerró la casa y le entregó las
llaves a Adriana para que se la cuidara. Sacó pasaje para Florianópolis, ida
solamente.
La mañana
en que partió de Ezeiza, fue un momento difícil como son todas las despedidas.
Ingrid, Adriana y dos amigas fueron al Aeropuerto. Por momentos permanecían en
silencio, o hablaban de nimiedades como tratando de no pensar por que estaban
allí y cada tanto una de ellas se acercaba y lo abrazaba fuertemente, como
queriendo retenerlo o tratando de trasmitirle fuerza, amor, el olor de su
perfume, un recuerdo que lo acompañe.
Las cuatro
lloraron sin vergüenza en el momento del embarque. Roberto no fue menos. Caminó
hasta el avión tratando de contener las lágrimas con un pañuelo. Dejar atrás a
las chicas que habían sido inapreciables compañeras en sus horas más felices
era el único sufrimiento que lo agobiaba. Y además estaba Adriana. La prima a
la que había comenzado a amar, a su manera. La compañera de tantos momentos
difíciles.
En el vuelo
leyó, vio una película y de vez en cuando miró distraídamente el paisaje que
allá, a diez mil metros más abajo, parecía sucederse lentamente.
El avión
atravesó la Bahía Sur desde el continente y se posó suavemente en la pista en
medio de la Isla de Santa Catarina. Pasó sin problemas los controles de aduana
y buscó un transporte a la ciudad. Esa fue su primer sorpresa. Se acercó a la
fila de taxis y tomó el primero, tratando de mascullar en una mezcla indefinida
de castellano y portugués.
-Voy a
ciudade-
-No se
preocupe, yo también soy argentino- le dijo el chofer mirándolo por el espejo
retrovisor.
-Me alegro,
es bueno encontrar a alguien que hable español, aunque después no se como me
voy a arreglar-
-¿Turismo o
trabajo?-
-Busco
trabajo-
-Muchos
hemos venido por eso, después de todo es mas cerca que ir a España o Estados
Unidos. Pero no se haga problema, algo se consigue si no tiene muchas
expectativas y por el idioma...se aprende rápido-
Lo dejó en
la puerta de un pequeño hotel de paredes mal pintadas cuya única comodidad era
poseer aire acondicionado en las habitaciones, cerca de la Rodoviaria, en una
callecita estrecha de adoquines que bajaba hacia la avenida principal,
atravesando la zona roja, tres cuadras de edificios de principio de siglo en
estado ruinoso, que durante el día era un mercado donde varios negocios a la
calle ofrecían objetos de los más variados rubros, sobre todo muebles usados y
talleres de reparación de cualquier clase de artefactos. Por la noche estaba
iluminada por miles de bombitas colgadas de cables que atravesaban el pasaje de
pared a pared, los locales estaban cerrados y las prostitutas y travestís
ofrecían su más preciada mercancía.
Ese fue el
primer sitio que recorrió cuando salió por la noche. Luego transitó por las
otras calles, la Terminal local de coletivos, el Mercado, un sitio construido
para el tráfico de esclavos que ahora era un lugar de reunión, con locales de
bebidas, restaurantes y centro cultural. Culminó su paseo en la Plaza
principal, frente a la Catedral, volvió por el mercado de frutas y transitó
lentamente por la peatonal hasta el hotel.
Inmediatamente
debió dejar de lado sus inquietudes turísticas, anhelaba conocer las playas,
para lo que debía solamente elegir el sitio y tomar el coletivo
correspondiente, pero sentía que hasta que no pudiera conseguir un trabajo ese
placer le estaría vedado.
El primer
intento lo hizo con la guía telefónica. Anotó los nombres y direcciones de los
estudios de arquitectura y con sus mejores ropas se lanzó a recorrerlos. No eran
muchos y estaba a pocas cuadras uno del otro. En todos ellos debió soportar
largas esperas, entrevistas en donde debía dar largas explicaciones de por que
buscaba nuevos horizontes, cierta sorna de algunos de sus entrevistadores que
le manifestaban que los argentinos eran unos ingenuos habiendo votado por
segunda vez a un presidente que los estaba llevando a la ruina y que Brasil era
un país pujante camino a ser el más rico de Latinoamérica. Roberto se tragó
cualquier respuesta, había visto demasiados chicos en las calles de
Florianópolis trabajando de lustrabotas o pidiendo plata para creer que las
cosas eran mejores que en Argentina..
Las
promesas eran siempre las mismas. Denos un sitio en donde ubicarlo y lo
llamaremos. Un saludo formal y las gracias por haber venido.
-Obrigado-
decían.
Pero
Roberto no podía esperar. El hotel le salía caro y debía encontrar al menos una
pensión más barata en donde vivir pero para ello debía tener un trabajo. Así
que redujo sus pretensiones y comenzó a comprar el diario para revisar las
páginas de avisos clasificados.
28, ¿Mundinho? ¿El personaje de la
novela de Amado?
Durante
todo el tiempo en que estuvo buscando trabajo, Roberto no tuvo el más mínimo
ánimo de travestirse. La ropa de Noelia quedó en las valijas sin abrir desde
que llegara y tampoco tuvo ansias de buscar alguna aventura sexual. Durante el
día se presentaba en cuanto trabajo le parecía posible realizar, por las
tardecitas salía a caminar y en la noche se refugiaba en su habitación a ver
programas en la televisión de los que poco entendía el idioma pero que
utilizaba para tratar de aprender algunas palabras.
En uno de
esos paseos al atardecer estaba sentado a la sombra del gigantesco baobab de la
plaza 15 de Noviembre cuando un individuo, al que en principio no reconoció,
pasó a su lado y se volvió tras haber dados unos pasos.
-Hola,
seguro que no me recuerda, pero yo tengo buena memoria visual-
Al ver que
Roberto seguía sin identificarlo agregó.
-Yo soy el
taxista que lo traje desde el aeropuerto. ¿consiguió trabajo?-
Roberto lo
invitó a sentarse junto a él, al menos tendría alguien con quien charlar.
-No, no
conseguí nada concreto por ahora-
-Y, es así,
como en la Argentina, pero vea, el otro día me acordaba de usted, un amigo que
tengo acá, un brasileño que posee un negocio de venta de accesorios para
mergullo, es decir, buceo, necesita una persona de confianza para que le
atienda el local cuando sale a bucear con sus clientes-
-Pero yo no
tengo ni idea-
-No se
preocupe, el le enseña, lo que mas le interesa es que no le roben-
-¿Y no
habrá tomado ya otra persona?-
El taxista
sacó su celular del bolsillo, llamó y habló en portugués. Cuando terminó y
mientras lo guardaba dijo.
-Listo, nos
espera ahora mismo, es acá a pocas cuadras, frente al Mercado-
El local
era largo y estrecho, tenía varias puertas que daban a un callejón de adoquines
cubierto por un techo abovedado y poblado de negocios de artesanías,
instrumentos para capoeira, ropa y un barcito. La construcción era del siglo 19,
en algunas paredes el revoque estaba caído y se podían notar las diferentes
capas de pintura. Un mostrador de estructura de hierro con paneles de vidrio
ocupaba todo el largo. En la pared del fondo estaban ubicados en estanterías
toda clase de accesorios, chalecos inflables, tanques, snorkels, patas de rana,
gorras, guantes, cuchillos, visores. El brasileño dueño del local era un hombre
de gran talla, moreno, cabello cortado al ras, de ojos pequeños que parecían
estar escrutando todo más allá de lo físicamente posible. Vestía como la
mayoría, bermudas y musculosa sin preocupación por la combinación de colores y
en los pies sandalias de goma. Se movía con torpeza dentro del local, pero como
lo comprobaría después Roberto, era un pez en el agua. Resultaba inevitable
compararlo con esos elefantes marinos que se ven en los documentales de la
televisión.
-Bien, si
Ernesto dice que usted es de confianza lo tomo, sea benvido- y le dio su fuerte
manaza dentro de la cuál pareció perderse la de Roberto quien debió disimular
el dolor que le había causado el apretón.
Esa misma
tarde Roberto se quedó en el negocio para comenzar a aprender lo necesario.
Mundinho, tal el nombre de su nuevo patrón, era un hombre que inspiraba respeto
por su apariencia pero demostró ser una persona afable y considerada. Cuando
llegó la hora de cerrar el local y estaban a punto de despedirse le dijo.
-Ahora me
voy a tomar una cerveza y luego a la zona roja, ¿vienes conmigo?-
Roberto
aceptó la invitación de la cerveza pero declino la búsqueda de sexo. El hombre
lo miró, hizo un gesto de desaprobación y habló.
-Esta bien,
pero algún día vas a tener que ir, hay que desahogarse un poco, cuando quieras
yo te presento a las mejores mujeres, todas me conocen-
Al otro
día, antes de ir a su trabajo, Roberto hizo dos cosas que no podía posponer. La
primera llamó a Adriana para contarle las novedades.
-¡Bravo
Noelia! ¡Yo sabía que lo ibas a lograr!- sonaba lejana y en medio de
interferencias la voz de su prima.
Lo segundo
fue conseguir un sitio más adecuado para vivir y lo encontró en una pensión
frente a la terminal de coletivos locales. La dueña del edificio era un mujer
de edad indefinida, una mulata de senos y caderas prominentes pero firmes y
unas incipientes canas en su cabello mota. Le ofreció una habitación amplia, en
la planta alta, de pisos de madera, con baño propio, totalmente amueblada, que
poseía en la pared opuesta a la entrada un ventanal con balcón que brindaba una
extensa vista de la Bahía Sur, la costa del continente y el puente colgante de
hierro Hercilio Luz, que por las noches totalmente iluminado matizaba de color
amarillo el agua que transcurría bajo su estructura. Roberto estaba satisfecho,
era más de lo que hubiera imaginado.
Los día
fueron pasando apacibles. Aprendió con bastante facilidad los secretos del
negocio. En la semana estaba detrás del mostrador, en ocasiones con su patrón,
otras veces solo, cuando Mundinho llevaba algunos clientes a bucear a Isla
Arvoredo o se hacía una escapada para almorzar pizza con cerveza. Los sábados o
domingos, el hombrón lo llevaba a practicar inmersiones en Canasvieiras o Ponta
das Canas. Gracias estos viajes pudo recorrer estas y otras playas de la isla
sin pagar un real disfrutando por primera vez de las aguas templadas y
transparentes tan lejos de las frías y ventosas costas argentinas que conocía.
Noelia
había comenzado a reaparecer dentro suyo. Finalmente se decidió a abrir las
maletas de su ropa y comenzó a ponérsela cuando estaba en la intimidad de la
habitación. La puso en condiciones. La lavó, la planchó y la colgó con todo
cuidado en un sector del ropero. No se animaba a más, la acción más osada era
salir al balcón y quedarse sentado en una reposera, leyendo, sin tratar de
averiguar si alguien lo observaba. Era un juego que le gustaba. De todos modos,
era casi imposible que alguien que pasara por la calle levantara la vista y
mucho menos que se diera cuenta a la distancia que era un varón.
El tiempo
que pasaba transformado le comenzó resultar poco y para compensarlo comenzó a
usar tangas y corpiños bajo la ropa masculina durante todo el día.
Convirtiéndose Noelia en una obsesión creciente le preocupaba saber las
opiniones de su nuevo patrón acerca del tema, recordando el incidente de su
trabajo anterior. Temía que Mundinho fuese también homofóbico y que esto
desencadenara otro conflicto si era descubierto. Necesitaba saber pero no
tocaba el tema para no parecer conspicuo, lo escuchaba atentamente tratando de
dilucidar lo que se podía interpretar entre palabras. Pero su patrón no daba
ninguna pista. Sabía perfectamente que le interesaban las prostitutas y que
nunca se había casado. Aparte de eso, nada.
Una tarde,
al comienzo del verano tuvo la revelación. Roberto estaba parado en una de las
puertas del local, recostado contra una de las columnas y a pocos metros podía
ver a su patrón deglutiendo sus pizzas sentado a una mesa en el mismo callejón.
De pronto se le acercaron dos hermosas mujeres y lo abordaron. El hombre las
conocía, era evidente y habló con ellas un momento, luego giró sobre sí y les
señaló a Roberto. Las mujeres realizaron gestos de agradecimiento, lo saludaron
y se dirigieron al local.
Al llegar
al lado de Roberto una le habló.
-Hola
muchacho, ¿así que sos el empleado de Mundinho?, nos envió a que confirmáramos
una inmersión para el lunes en Arvoredo-
Roberto
estaba seguro, esa voz, por más que se empeñaba su dueña en afinarla no era
femenina. Mientras las invitaba a pasar para hacerles firmar el papel de
confirmación las observó detenidamente. Eran altas, más que él, su ropa era
cara, elegante, discreta pero insinuante. Una rubia, la otra cabello color
azabache, ojos verdes ambas, seguramente debido a lentes de contacto con color.
-Sos un
chico muy bonito- dijo una de ellas- ¿vas también a las inmersiones?-
-No, tengo
que cuidar el negocio-
-Lástima-
dijeron, y tomando su copia del papel se marcharon atrayendo las miradas de
todos lo que pasaban por el callejón.
Cuando
Mundinho terminó su suculento almuerzo y entró en el local exclamó.
-¿Viste?
¿donde vas a encontrar mujeres así?-
-No son
mujeres, Mundinho- creyó conveniente aclarar Roberto.
-Ya lo sé,
hombre. ¿pero no son hermosas?-
-Si-
contestó Roberto, dudando todavía del comentario de su patrón.
-Te juro
que me casaría con una de ellas-
-¿Y por que
no?-
-Son
demasiada mujer para mi-
Roberto lo
miró sin pronunciar palabra. No tenía más para agregar a semejante comentario.
Mundinho se había quedado callado también mirando el piso. En ese momento
comprendió que aquel hombre estaba enamorado. No de una en particular, pero sí
de ellas en general.
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