29. Un paso, dos pasos, tres pasos,
por la pasarela
La
inesperada confesión de Mundinho animó a Roberto. Si iba a sacar a Noelia de
nuevo a la calle este era el momento indicado. No podía seguir guardando la
pasión de su vida en el closet para siempre. Regresando de Barra da Lagoa donde
habían estado buceando en el río de aguas cristalinas se animó a aquello, hasta
hace poco, impensado.
-Mundinho,
tengo que decirle algo y espero que no lo tome a mal-
El hombre,
sin quitar la vista del sinuoso camino lo tranquilizó.
-Decime-
-Mire,
usted es una gran persona, me ha dado trabajo sin saber como era realmente, me
ha enseñado muchas cosas y realmente estoy muy bien con usted...-
-¿Y?-
-Lo que
ocurre es que tengo un gran secreto que me agobia y necesito compartirlo para
poder vivir tranquilo-
-No debe
ser nada grave-
-Depende de
quién lo escuche-
-Animate-
-Bueno...
lo que ocurre es que... soy crossdresser- lanzó la frase al aire y de inmediato
sintió que se sentía mas tranquilo por haber sido sincero y al mismo tiempo más
angustiado por la reacción de Mundinho.
-¿Que es
eso?-
¡No! Pensó
Roberto, encima ahora tengo que explicarle.
-Es una
forma de travestismo-
-¡Ah! ¿como
una forma?-
-Me visto
de mujer, pero no todo el tiempo. Cuando estoy en mi habitación o para ir a
reuniones con otras personas como yo y algunas veces he salido a la calle-
-Palabra
más, palabra menos, sos travesti-
-Bueno, si-
El resto
del viaje hasta a ciudad Roberto le contó toda su vida, inclusive de su experiencia
con el gerente. Mundinho escuchaba atentamente sin decir palabra, lo que
preocupaba más a Roberto. Cuando estaban llegando al local donde iban a guardar
los implementos que habían usado en la inmersión el hombre detuvo el auto y
habló.
-Mirá
Roberto, yo respeto lo que vos hacés. Nadie está en condiciones de juzgar a sus
semejantes y menos aún en sus vivencias íntimas. Ten la tranquilidad de que si
te encuentro por la calle vestido de garota, como...¿como te llamas cuando te
travestís?-
-Noelia-
-Eso, como
Noelia, serás Noelia para mi, y te invitaré una cerveza y hablaremos mucho de
todas nuestras vicisitudes. En el negocio serás siendo Roberto y seremos dos
amigos que discutimos de fútbol y carreras de autos. ¿Que te parece?-
-Nunca pudo
haber un trato más justo-
-Pero te
voy a advertir algo, como verás anda mucho travesti suelto por Florianópolis,
tal vez mucho más que en Buenos Aires, y todo parece andar bien, todo bem o
todo legal, como decimos nosotros, pero cuidate por que acá tampoco faltan los
que se creen los dueños de la moral y son propensos a hacer justicia por mano
propia-
Roberto
decidió tener en cuenta el consejo. Pero estaba feliz. Al fin podría ser Noelia
más allá de las paredes de su habitación.
Esa misma
noche se depiló totalmente, eligió la ropa con la dedicación que lo hacía
cuando salía en Buenos Aires. Se animó a una llamativa minifalda, botas y una
blusa liviana. Salió de su habitación y bajó las escaleras. No temía
encontrarse con otros habitantes de la casa. La dueña, que estaba barriendo el
porche, lo vió salir.
-Voce se va
resfriar con esa falda tan cortita- le dijo en medio de una sonrisa que dejaba
ver toda su blanca dentadura.
-Tomaré
aspirinas- contestó Roberto. Y salió a la calle.
Le bastaron
pocos minutos para adaptarse. Lo que más le preocupaba era dominar el paso con
los tacos altos, después de estar varios meses sin usarlos. Hizo el recorrido
habitual por las calles que ya conocía. Para ejercitar la voz se detuvo a
hablar con los artesanos de la plaza y ninguno pareció notar su sexo real,
aunque de todas maneras aún se quedaba con la duda de que, acostumbrados a
tratar con travestis, ni se asombraran por ver otro mas.
Antes de
volver a su refugio se detuvo a cenar en un local con mesas en la vereda.
Sentado, sin ser observado por nadie, pudo ser él quién estudiaba a la gente
que pasaba. Desde un teléfono público llamó a Adriana. Era ella la persona con
quién más deseaba compartir su felicidad.
El carnaval
se acercaba. La ciudad se estaba animando. En todas las esquinas se levantaban
tablados en donde tocarían diferentes grupos de músicos de samba. Las calles
aledañas a la plaza estaban cubiertas de guirnaldas y había sido armado un
inmenso palco para las autoridades en el sitio donde iba a realizarse el corso.
Los habitantes de la ciudad se lamentaban por que el Corsódromo aún no estaba
terminado y las obras parecían extenderse indefinidamente. Para Roberto era
motivo de felicidad y curiosidad. Sería la primera vez que podría vivir esa
fiesta, aunque no fuera en Río de Janeiro.
Días antes
de las celebraciones, un muchacho, delgado, apolíneo, abdomen plano con los
músculos marcados, de larga cabellera rubia, vestido con una bermuda multicolor
y una remera amarilla que destacaba su bronceado, entró en el local. Era
realmente atractivo y desbordaba simpatía.
Extendiendo
unos volantes a Roberto le dijo.
-Tomá, no
te lo pierdas-
Roberto
miró el papel y leyó. Era una invitación para concurrir a la elección de la
reina travesti que se realizaría en la plaza del Mercado con la presencia de la
Prefecta de la ciudad que sería miembro del jurado.
El joven
estaba por salir del local cuando Roberto lo detuvo.
-¿Se puede
participar?-
-Si, hay
tiempo para anotarse. ¡No me digas que sos travesti!. ¡Que lindo! Y pensar que
yo te había visto varias veces y pensaba ¡que ejemplar de macho!. En fin, una
se lleva sus decepciones-
-Cada vez
quedan menos hombres- agregó Roberto.
-Y, si
todos son como nosotras estamos listas- y riendo se alejó por el callejón.
Roberto
acudió a las oficinas de la Prefectura llevando varias fotos suyas, la mujer
que lo atendió le comentó que cada año eran más las chicas que se animaban, no
solo a salir del closet, sino también a desfilar.
-Algunas no
tienen la más mínima chance pero el placer de caminar la pasarela no se lo
olvidan más- agregó.
Mundinho,
al enterarse no pudo menos que reir. En principio a Roberto le molestó la
reacción pero luego entendió la satisfacción de su patrón.
-Al fin voy
a poder verte como Noelia, y te aseguro que te voy a sacar una foto para ponerla
en el local. Aunque no seas reina, sos la reina de este negocio-
La noche
tan esperada llegó. Roberto eligió un vestido color rosa, ajustado en el talle
y con volados desde la cintura y las botas de taco aguja que se habían
convertido en sus preferidas. Esa tarde, vestido como Noelia concurrió a la
peluquería a hacerse peinar. En la habitación se pintó las uñas, se maquilló,
practicó una y otra vez desfilar con los tacos altos yendo desde la puerta
hasta el balcón y regresando. Cuando las
luces del día se habían ocultado bajó a la calle.
-¿Donde va
mi reina?- le dijo la dueña de casa que estaba como de costumbre barriendo el
porche, como si no hiciera otra cosa durante todo el día.
No pudo
menos que sonreír de satisfacción.
El tablado
estaba armado en medio de la plaza del Mercado, un espacio de piso de adoquines
rodeado en sus cuatro costados por la vieja construcción de dos pisos, techo de
tejas y balcones sobre pilares con arcos de medio punto que conformaban una
recova en ese momento repleta de gente. Un cartel que se extendía entre las
paredes de los costados decía “CONCURSO DA RAINHA. LIC GAY 96”. Toda la
superficie de la plaza estaba cubierta de mesas colocadas por los bares
ubicados en las galerías del contorno. En una de ellas, la más larga, se
acomodaban la Prefecta y otras autoridades para ver el espectáculo. Una
multitud se apiñaba en cuanto sitio había disponible. Algunos esperan el
comienzo, otros caminaban tratando de llegar adonde un conjunto tocaba samba
arriba de un camión, en tanto bailaban llevados por la alegría y la
espontaneidad del pueblo brasileño. La mayoría de los que solamente observaban
eran turistas. También se podía ver a muchos miembros de la comunidad gay y
travestis que acompañaban a las participantes.
Roberto
buscaba el sitio en donde presentarse para desfilar cuando sintió una voz-
-¡Noelia,
Noelia, por acá!-
La empleada
de la prefectura lo había reconocido. Lo tomó de la mano y lo llevó a la fila
donde estaba las otras travestis. Al verlas supo que no tenía posibilidades de
triunfo pero estaba ahí y eso era lo importante. Las demás eran bellísimas.
Mujeres. Más que mujeres, como había dicho Mundinho.
Se acomodó
en su sitio y esperó. Desde donde estaba no podía ver el desfile, pero
escuchaba al presentador y los estentóreos aplausos de la multitud. A la única
que pudo observar fue a la que desfilaba justo antes, debido a que había subido
a la escalera para prepararse a salir.
Y de pronto
el locutor dijo.
-¡Y para
asegurar que nuestro concurso es internacional, desde Argentina llega, la
sensual, la única, la excitante...Noelia!-
Dio el
primer paso y los aplausos lo apabullaron. Caminó hasta el extremo, saludó con
un mohín, se llevó un dedo a los labios y echo un beso al aire. Giró para
volverse. Deseaba llegar lo antes posible al final de la pasarela pero los
metros le parecían kilómetros. En tanto los aplausos continuaban y hasta sintió
un ¡potra! En perfecto castellano, seguramente exclamado por un turista. Cuando
bajó sintió que las piernas se le aflojaban. Las otras travestis la rodearon y
la besaban. Se sentó a una silla que le alcanzaron y pudo relajarse.
El jurado
se expidió y fueron llamadas las concursantes. Ni reina, ni princesa. Roberto
se consolaba pensando que había sido un sueño imposible concursar contra otras más
jóvenes y bonitas. Bebía su cerveza tranquilamente cuando la llamó la empleada
de la prefectura.
-¡Noelia,
te estaba buscando! ¡Ganaste el premio a miss simpatía!-
Volvió al
tablado en el momento que estaban coronando a las demás. Una coronita de fantasía
y un ramo de flores fue su único premio. Un premio que atesoraría por siempre.
30. La noche puede ser excitante y
peligrosa
En
Florianópolis las conocían como las Reinas S. Samantha y Sabrina eran las
habituales clientas de Mundinho. Cuando bajó de la pasarela Roberto se encontró
con ellas, con su patrón, sentados a una mesa y varias botellas de cerveza
vacías. Lo llamaron para festejar el premio. Esa noche, con la detonante mezcla
de caipiriña y cerveza que podían tolerar no sólo estuvieron en el Mercado sino
que además recorrieron todas las esquinas en donde había un conjunto musical
tocando y un pléyade de improvisados bailarines alrededor. Culminaron la noche
sentados en el cordón de la vereda de la plaza viendo las últimas comparsas que
desfilaban, agotadas, cuando ya comenzaba a vislumbrarse el amanecer.
Dormir por
el día y festejar por la noche. Roberto y sus nuevas amigas no dejaron salón
bailable sin acudir y prolongaban la fiesta hasta que el sol les pedía un poco
de calma y un desayuno con abundante café y gigantescas medialunas era el rito
final. En todo ese tiempo Roberto no había tenido encuentros sexuales. Le
bastaba con andar por las calles de la ciudad, del brazo de sus compañeras,
vestido con sus mejores prendas femeninas y deseando que aquello no acabara
jamás. Adiós, complejos. Adiós dudas. Adiós temores. La vida comenzaba a ser
maravillosa y sentía que nada de lo que había perdido por el camino valía lo
que estaba viviendo.
Sus padres,
Pedro, Marga, su empleado Marcos, los clientes del estudio, el gerente del
hipermercado, eran como un manto de niebla que comenzaba a despejarse al calor
del día. Tantos años debí esperar, pensaba, tantos años sin decidirme, sin
saber hacia donde ir, ni que hacer. Si todos ellos supieran que era de su vida
en este momento, no lo entenderían, no lo creerían. Lo mirarían aterrados como
si se tratara de un monstruo de varias cabezas dispuesto a tragárselos. Pero la
realidad era que no lo comprenderían por que no lo conocían, por que no sabían
que profundo sentimiento se puede sentir bajo la cubierta de unas prendas de
otro sexo. Por que ignoraban que ese sentimiento era la demostración del amor
por la mujer, por ser como ella, por ser ella.
Cuando
culminó el carnaval, Roberto se encontró en el trabajo con un enorme retrato
suyo, desfilando por la pasarela, que Mundinho había enmarcado y colocado en la
pared, entre los implementos de buceo. A partir de ese momento, todos los
vecinos del callejón supieron que Roberto y Noelia eran una misma persona. Lo
saludaban con énfasis cuando llegaba por las mañanas y no faltaban los curiosos
que se acercaban a ver la fotografía.
Samantha y
Sabrina visitaban regularmente el local para organizar sus inmersiones. Roberto
en ocasiones pensaba de que vivirían las Reinas S. ya que podían pagar las
excursiones de buceo que realizaban con bastante asiduidad y no era eso
solamente. Se las podía ver en sus autos, dos convertibles Mercedes Benz, uno
negro, el otro rojo, paseando a cualquier hora del día como si no tuvieran nada
que hacer.
Las solía
ver en el Bar de Simón, un sitio que el precio de una taza de café hacía
prohibitivo, siempre acompañadas por dos o tres travestis más. Un día supo, por
Mundinho, que manejaban un grupo de prostitutas y que, a veces, ellas mismas
salían a recorrer las calles.
Las Reinas
S. solían decirle a Roberto que debía dejar atrás y para siempre su vida de
varón y que ello incluía inyectarse hormonas que desarrollaran los senos para
no tener que usar más bolsitas rellenas de mijo dentro de los corpiños y poder
depilarse con menos asiduidad. Roberto, complacido y seguro de sí, aceptó la
idea. Las Reinas le proveyeron las hormonas. En poco tiempo su cuerpo, que
poseía algunas sutiles formas femeninas por naturaleza, fue adquiriendo curvas
más insinuantes, el cabello negro, que era abundante naturalmente, se convirtió
en una hermosa cabellera que bailaba por sobre sus hombros, el vello era más
fácil de depilar y la voz, aflautada, tal vez no era sensual e insinuante, pero
sonaba como mujer.
En el
negocio vestía como hombre debido al trato con Mundinho, pero cuando lo
acompañaba a las excursiones que hacían solos para bucear en Ponta das Canas o
Pantano do Sul comenzó a usar bikinis o mallas con las que tomaba sol sin preocuparse
más por las marcas que le dejaba el bronceado en la piel.
En las
noches salía con algunas de las cross que había conocido en el concurso y llegó
a terminar con algunas de ellas en la cama. A esas alturas se le ocurrió hacer
una lista de todos aquellos con quienes había tenido relaciones. Nunca la pudo
completar por que a pesar que agregaba un nuevo nombre cada vez que le venía a
la memoria sabía que había otros más que no podía recordar.
Un noche,
totalmente travestida, se encontró con las Reinas S. Estaban paseando en el
auto de una de ellas y la invitaron a subir. Sin imaginar las consecuencias de
un salto estaba acomodada en el asiento trasero.
-¿Tienes
ganas de una nueva experiencia?- Preguntó Samantha
-¿Que nueva
experiencia que no conozca ya?-
-¿Alguna
vez te paraste en la calle a ofertarte como ramera?-
Rió con
ganas. Esa era una de esas fantasías que siempre se tienen, como tener sexo con
varios hombres o una violación en donde no hay posibilidad de defensa. Jugar a
ser prostituta había pasado entre sus sueños aunque nunca se hubiera animado a
hacerla realidad. Pero ahora estaba entre dos expertas que le proponían la
aventura y que la cuidarían en caso de ser necesario. Además, estaba convertida
en toda una mujer, salvo por aquello que campeaba allá abajo.
Detuvieron
el auto y caminaron hasta la zona roja. El lugar estaba lleno de hombres que
pasaban observando la oferta. Cada tres o cuatro metros se alternaban mujeres y
travestis. En algunos casos era imposible ver la diferencia. A muchos de los
posibles clientes no le importaba, o más bien, deseaban encontrar eso entre las
piernas que hacía a los travestis más atractivos que las mujeres reales.
Samantha,
Sabrina y Noelia se pararon en una esquina.
-¿Ya vienen
las reinas con una nueva pupila?- dijo una escultural negra de ojos verdes.
-Viene a
curiosear la niña- contestó Sabrina, y Noelia sonrió por lo de niña.
De un grupo
de hombres jóvenes que pasaban se apartó uno decidido a encararlas, Samantha
empujó a Noelia sin avisarle y cuando esta pudo reaccionar estaba a un paso del
individuo. El sujeto no era nada extraordinario, algo obeso, no muy alto,
despeinado, luciendo ropa cara, camisa de seda y saco italiano de confección,
pero era un hombre.
-¿Cuanto?-
preguntó.
-¿Cuanto?-
Preguntó Noelia volviéndose hacia Samantha-
-Veinte
Reales sexo oral, cien completo- dijo ésta.
Noelia
repitió.
-¿Vamos?-
le dijo mientras la tomaba de la mano.
Noelia,
desesperada le hizo un gesto a sus amigas, Sabrina le tiró unas llaves.
-En el
número 12, allá enfrente, primer piso, habitación al frente.
Noelia
atajó las llaves en el aire y tomó la delantera llevando ella al cliente casi a
la rastra. Abrió la puerta de calle, subieron por unas oscuras escaleras que
crujían a cada paso y llegaron a la puerta de la habitación indicada.
Nuevamente utilizó las llaves y cuando entraron pudo ver que había solamente
una gran cama matrimonial, dos mesitas de luz y un perchero por todo mueble,
una puerta entreabierta daba a un minúsculo baño donde podía entrar una sola
persona por vez. La ventana abierta brindaba toda la vista de la callejuela
iluminada. Paradas en la vereda opuesta, las Reinas S. hacían gestos con sus
manos levantado el pulgar al ver a Noelia asomarse. Ella cerró la persiana,
prendió el velador y comenzó a desnudarse. El hombre no perdió tiempo y en
cuanto se desprendieron de todas sus ropas estaban revolcándose en la cama.
La tarifa
sería completa. Noelia no sólo le practicó sexo oral sino que terminó acostada
boca abajo siendo penetrada totalmente. El hombre era rudo, pero no
excesivamente violento. Estaba cumpliendo su rol de macho tal como lo entendía
y ella sabía que debía portarse sumisamente. Que al fin y al cabo eso era lo
que le gustaba. Sobre todo cuando el hombre en el momento de eyacular profería
esos gritos de lobo salvaje como para ahuyentar a los demás machos de la
manada. El momento en que se sintió extraña fue cuando el individuo, todavía a
medio vestirse, le arrojó a la cama los cien reales. La sensación era
humillante. Era excitante por una noche de juego, pero en definitiva era
humillante para todas aquellas chicas que debían hacerlo al no tener otra forma
de ganarse un dinero sin someterse ni correr peligro de encontrarse con algún
desequilibrado.
Noelia
salió a la calle. Su cliente había salido antes sin siquiera lavarse. Ella se
tomó su tiempo para arreglarse el maquillaje y componerse la ropa. En la vereda
la esperaba Samantha. Sabrina había partido con otro cliente. Noelia extendió
la mano con los cien reales.
-Toma lo
que te corresponda- dijo
-Guardátelos
y comprate algo lindo- le contestó Samantha.
Caminaron unos metros por una calleja oscura
hasta donde estaba el auto. De las sombras de un zaguán salieron cuatro
individuos, vestidos con bermudas, musculosas, gorras de básquet y zapatillas.
Su aspecto infundía temor de solo verlos. Samantha intentó retroceder tomando
de la mano a Noelia, pero los tacos les impedían caminar ligero, antes que
pudieran intentar quitárselos estaban rodeadas por la patota. Noelia recordó
aquella noche en la avenida Corrientes, pero aquí no había otras personas
transitando. La soledad era total.
-¿Donde van
putas?- gritó uno de ellos y su voz sonaba a alcohol.
-Ya nos
vamos- intentó decir Noelia
Pero antes
de que pudieran reaccionar, otro estaba golpeando a Samantha en el estómago lo
que la hizo doblar de dolor. Noelia intentó separar a su amiga del atacante
pero cuando dio un paso cayó al suelo raspando sus piernas en los adoquines,
empujada por el tercero de los hombres. En el suelo debió soportar patadas en todas
partes del cuerpo. Como pudo trató de proteger la cara de las agresiones y en
su intento de defensa ya no podía ver a Samantha que también rodaba víctima de
golpes de puño de los agresores.
Se
ensañaron con ellas, mientras le gritaban.
-¡Maricas,
degenerados, putos!-
-¡Vamos a
cortarles la pija!- exclamaba alguien.
Noelia se
daba cuenta que sangraba por varias heridas. La sangre le había manchado el
vestido y además había charcos rojos en el piso. El dolor era punzante, sentía
que ni siquiera podría aguantar la defensa de su cara con los brazos. En el
momento en que creía que iba a morir allí mismo se escuchó una voz de orden.
-¡Policía.
Deténganse!-
Ninguno de
los atacantes esperó que se acercara el agente, y salieron corriendo por la
otra esquina. Noelia y Samantha quedaron en el piso semi desvanecidas. Ni
siquiera fueron conscientes del momento en que las pusieron en las camillas y
las llevaron al hospital.
Al
despertar Noelia lo primero que vio fue la enorme cara de Mundinho. El hombrón
la miraba como si quisiera hacer un esfuerzo para hacerla reaccionar. Girando
la cabeza encontró a una enfermera y a Sabrina. En ese momento fue consciente
del dolor que se extendía por todo el cuerpo, los vendajes en los brazos, en
las piernas, en el tórax.
-Pudiste salvar
la cara- le dijo Mundinho.
-Samantha
está peor, tiene unos cortes en las mejillas. Ninguna de las dos tiene
fracturas pero les va a llevar tiempo recuperarse- agregó Sabrina.
-¿Detuvieron
a los hijos de puta?-
-No, y no
tengas muchas esperanzas. Nunca los van a detener. Lamento decirte esto pero te
lo advertí una vez y no sabés lo que me duele que se haya hecho realidad-
Noelia miró
fijo a aquel hombre y sintió que aunque nunca había mantenido una relación
sexual con él era lo más cercano a una pareja estable que había experimentado.
Por eso se sintió culpable, por no haberlo oído, por que ahora le resultaba un
problema ya que no podría ayudarlo en su negocio. Y hasta era posible que lo
despidiera con justa razón.
-Lo
lamento- fue lo único que pudo decir.
31.
Mirando hacia atrás sin poder ver el camino de regreso
Después de
dos semanas recluidas en sus camas, Noelia y Samantha pudieron comenzar a
caminar. Lentamente, del brazo, salían al pasillo y se encaminaban hasta el
jardín donde se sentaban a la sombra de los árboles.
-Parecemos
dos viejas chotas- Decía Noelia. Y se reían a pesar de que las costuras en la
heridas le producían dolor.
Samantha
temía que las cicatrices de la cara no desaparecieran.
-Voy a
tener que hacerme la plástica- murmuraba espejo en mano.
Y agregaba.
-A la
clínica de Ivo Pitanguí, voy a tener que ir-
Noelia no
tenía mucha idea acerca de su futuro pero también se preocupaba por el de
Samantha, por ello le preguntó en una ocasión que iba a hacer de ahora en más.
-No
quisiera pero temo que tengo que volver a lo mío, no conozco otra forma de
vivir y no pienso ir a trabajar en una boutique o peinando viejas locas-
-¿Y si
vuelve a pasar lo mismo?-
-Pasará,
una y otra vez, siempre es igual, unos locos que se creen muy machos golpearan
a cualquiera de las chicas, sean prostitutas o no, por demostrar que son
hombres o por ocultar sus propios miedos. Es una manera de decir yo no soy
puto. Esta vez Sabrina se salvó, pero ya la habían golpeado una vez y le
abrieron un cicatriz en el brazo con una botella rota. ¿nunca se la viste? La
lleva como señal de orgullo-
-¿Y
ustedes, hasta cuando van a seguir así?-
-Yo quiero
retirarme a los cincuenta, hago la calle de vez en cuando para divertirme pero
debo dejarlo, seré madama unos años más y luego pondré una posada o una tienda
de bebidas-
Noelia
pensaba en lo suyo. Ya no había marcha atrás en la transformación. Su aspecto
de mujer era cada vez más notorio. Estaba entrampada en conseguir un trabajo
denigrante por ser travesti o dedicarse a la prostitución. Si bien era cierto
que aún llamaba atención a los hombres no le quedaban muchos años para poder
juntar dinero. Tenía la casa que Adriana le cuidaba. La disyuntiva era venderla
o conservarla. Volver a Buenos Aires y ¿hacer que?. ¿donde vivir si vendía la
casa?. Le alcanzaría para un pequeño departamento y la diferencia para
sobrevivir como una pobre jubilada.
Mundinho,
Sabrina y otras chicas pasaban todas las tardes con un termo con café y
facturas o budín. Noelia nunca le preguntaba a su patrón acerca de que si
volvería a trabajar con él. Temía la respuesta y prefería ignorarla. Pero un
día el hombrón le dijo.
-Mira,
Noelia, el tiempo está pasando y el negocio requiere quién lo atienda. Yo estoy
ocupado con las excursiones, así que tuve que tomar un empleado nuevo. En
principio no te preocupes, por ahora te voy a seguir pagando un sueldo unos
meses más y luego vemos como estás-
Noelia
estaba segura que ya no volvería al negocio de Mundinho. Cuando lo oyó sintió
una opresión en el pecho que solo pudo descargar en lágrimas. Miraba a su
patrón a través de la vista nublada y cuando él lo advirtió le pasó un brazo
por sobre su hombro y tomándole suavemente el mentón con la otra mano, murmuró.
-No te
preocupes, niña. Algo vamos a hacer-
Ella
continuó en silencio y solo atinó a mover la cabeza afirmando. Ese día la
despedida fue triste. A pesar de las palabras de Mundinho, Noelia se sentía muy
sola en el mundo.
Las otras
chicas traían noticias de la calle. Los hombres que las habían agredido fueron
sorprendidos atacando a otra travesti y esta vez los habían apresado.
-En pocos
días van a volver a salir a la calle con más sed de sangre- decía Samantha.
Un largo
mes llevó la recuperación de Noelia y Samantha. Cuando les dieron el alta,
Sabrina las pasó a buscar en su Mercedes rojo. Mientras transitaban por las
calles a Noelia le parecía ver en las caras de todos los hombres a aquellos que
las habían atacado. Al bajar del auto en la puerta de la pensión se encontró con la dueña barriendo la vereda.
-Volvió mi
reina, la estaba esperando. Me alegra verla de nuevo y no se preocupe por nada,
su mensualidad está paga. El otro día vino Mundinho y puso las cuentas en
orden. Ahora vaya y dése un buen baño, que hay que vivir-
Aterrada
aún, Noelia sacó fuerzas de quién sabe donde y esa noche salió a la calle a
encontrarse con Samantha y Sabrina en el Bar de Simón.
Ellas
estaba sentadas a una mesa en la vereda. Cuando se acercó no pudo evitar mirar
a todos lados.
-No te
preocupes, siempre es así al principio- dijo Sabrina, y agregó- Al menos los
tipos que las golpearon están bien presos, parece que les descubrieron que
mataron a alguien-
La noticia
era tranquilizadora en parte y bastante atemorizante por otra. Podíamos haber
sido nosotras, pensó Noelia.
Samantha,
desacostumbradamente seria habló.
-Noelia,
tenemos que conversar, esta es una reunión de negocios-
Sorprendida
por el tono de las palabras, Noelia escuchó.
-Mira, la
cosa es de esta manera. Yo te dije que quisiera poner una posada o algo así,
¿recuerdas?-
Noelia
asintió.
-Pues, acá
Sabrina de hartó de todo esto y quiere irse lo más lejos posible. Tú no
seguirás con Mundinho por que él es un buen hombre pero tiene que pensar en su
negocio y no a volver a tomarte ya que para eso deberá echar al nuevo empleado,
por que el presupuesto no le da para dos-
-¿Entonces?-
-Entonces,
yo sigo manejando un tiempo más el negocio de las chicas y ustedes van a
trabajar en mi proyecto, ja!-
-Yo estoy
dispuesta a poner una parte en el negocio y ser socia- dijo Sabrina.
-Yo también
siempre y cuando me aseguren que es una buena oportunidad- agregó Noelia, y las
otras dos estuvieron de acuerdo.
Esa misma
noche, Noelia llamó a Adriana y le dio instrucciones precisas para poner en
venta la casa, le pidió que le juntara sus papeles y recuerdos y se los enviara
a una dirección que le informaría y que, como ella había hecho con la casa de
sus padres hiciera la venta con todos los muebles dentro.
-¿Dejo el
dormitorio como está?- pregunto Adriana.
-Si,
alguien lo va a disfrutar-
Sabrina y
Noelia habían apostado al proyecto de Samantha por que resultaba en verdad
atrayente. Una playa pequeña, cerca de Angras Dos Reis, casas y posadas sobre
la playa y un pequeño pueblo entre la costa y el camino que se unía con la
carretera a Río de Janeiro. El ruido del mar y gran cantidad de islas dispersas
frente a la costa y muchos atardeceres con el sol ocultándose tras la silueta
de Isla Grande.
El día que
las tres partieron para ver el lugar, pasaron por el negocio de Mundinho. Un
joven atlético estaba parado en la entrada, tal como tantas veces antes lo
había estado Noelia, cuidando el local mientras su patrón se devoraba su
acostumbrado almuerzo de pizzas. Noelia se acercó a la puerta y miró adentro.
En la pared estaba aún colgada su fotografía.
-¿Voce es
Noelia?- preguntó el nuevo empleado.
-Si, soy-
El muchacho
le dio la mano torpemente, visiblemente emocionado y le pidió un autógrafo.
Como pudo,
luego de firmarle la remera que tenía puesta, se desprendió de su nuevo
admirador y se juntó con Samantha y Sabrina que ya estaban sentadas a la misma
mesa que Mundinho. El hombre se paro de su asiento y la abrazó fuertemente.
-Mi niña,
mi niña- repetía mientras la sofocaba con sus enormes brazos, y sin soltarla
agregó- Se que te vas Angras, espero que seas feliz-
La
despedida estuvo oficializada entre varios tragos de caipiriña. Mundinho y las
Reinas S. recordaron viejos tiempos de mergullo y playas soleadas. Noelia le
agradeció por haberle dado trabajo y todos lloraron un poco. No sólo las chicas
sino también el hombretón cuya sensibilidad no coincidía con su enorme porte.
Mundinho
llevó a Noelia al negocio y le regaló una copia de la foto igualmente
enmarcada. Luego la abrazó de nuevo.
-Ven cuando
puedas a visitar a este viejo-
Noelia se
lo prometió.
En el viaje
aprovecharon a detenerse en varios sitios para conocer las playas. Estuvieron
en Bombhinas, en Bombas, en Portobello, en Paraty, pasaron por la ciudad de
Angras donde se detuvieron a comer pescado en una fonda del puerto y comprobar
que en los alrededores de la entrada estaba lleno de travestis.
-En todos
lados es lo mismo, al final vamos a ser mayoría- decía jocosamente Samantha.
32.Contempla el sol ocultándose tras
Ilha Grande
Cuando
llegaron a Praia Biscaia no podían, a pesar de todo lo que conocían, creer lo
que veían. La playa estaba en un pequeña bahía protegida del fuerte oleaje, lo
que la convertía en una pileta apropiada para nadar y hacer snorkel con toda
tranquilidad. Medía unas seis o siete cuadras de largo, en un extremo estaba
ubicado un hotel con muelle propio de donde partía un barco para excursiones de
buceo.
-Acá no
vamos a extrañar a Mundinho- decía Sabrina guiñando un ojo para que sus
compañeras supieran que era una broma.
A lo largo de la playa se sucedían casas
particulares y posadas con salida directa a la playa. En el otro extremo una
gran mansión, propiedad del dueño del hotel, también con muelle y una enorme
lancha off shore azul y blanca siempre anclada. La arboleda se extendía por
atrás de las construcciones hasta el camino y luego continúa mucho más frondosa
convertida en impenetrable selva en las laderas de los morros. Algunos monos se
divertían saltando de rama en rama haciendo ladrar de impotencia a los perros
vagabundos, pequeñas lagartijas corrían por los muros y los cangrejos se
ocultaban al paso de las personas, excavando rápidamente sus refugios bajo la
arena. Anclados en la bahía estaban varias escunas de excursión y algunos yates
que se bamboleaban al compás del tenue oleaje. En el agua un grupo de
buceadores practicaban inmersiones. Más allá las siluetas de cientos de
pequeñas islas se confundían en el horizonte. Hasta unas pocas rocas que
emergían de la superficie estaban cubiertas de palmeras.
La posada
que había adquirido Samantha y que ahora compartía con sus nuevas socias,
estaba en la mitad del largo de la playa. Era una construcción en forma de ele,
de dos pisos totalmente pintada en azul por fuera y blanco por dentro. Poseía
balcones protegidos por toldos de lona, en el frente y el contrafrente. Hacia
la playa se extendía un patio de lajas con plantas tropicales y una pérgola de
troncos, un cerco bajo de piedra con maceteros cubiertos de flores multicolores
y amplios portones de madera marcaban el límite del terreno. Desde la calle se
entraba por un estacionamiento rodeado por grandes palmeras y se pasaba por
debajo del edificio a una galería que servía de comedor al aire libre.
El resto de
la planta baja lo ocupaban un comedor cerrado, la sala de estar, las oficinas y
la cocina, todo con piso machimbrado y las paredes adornadas con cuadros de
motivos marinos, anclas, banderas y elementos de navegación. En la planta alta
diez habitaciones con salida a un pasillo abierto al modo de los moteles
norteamericanos y otra sala de estar de generosas dimensiones que balconeaba
sobre el comedor de la planta baja y a la que se accede por una ancha escalera.
En una
esquina del patio que da a la playa existía un pequeña construcción que cumplía
las funciones de barra para el bar y varias mesas y sillas con sus
correspondientes sombrillas de paja, estaban dispersas junto al cerco.
Acondicionar la construcción les exigió a las
chicas poner en funcionamiento sus aptitudes de hombres ya que debieron
rasquetear paredes, eliminar humedades, quitar óxidos, pintar, reparar muebles,
arreglar cañerías y revoques, instalar artefactos eléctricos, de gas,
sanitarios y computadoras.
Después de
tanto trabajo llegó al fin el día de la inauguración. Toda la población de
Praia Biscaia estuvo presente. La fiesta comenzó con una cena que incluía
pescados variados, arroz preparado de diferentes maneras, feijoada y frutas
tropicales, abundante cerveza y vino. Se prolongó hasta que el amanecer los
sorprendió bailando en la playa los que todavía se podían mantener en pie y otros,
agotados, sentados en las reposeras.
Y ahí están. Samantha volvió, a su
pesar, a terminar sus negocios en Florianópolis. Sabrina y Noelia manejan el
negocio, atienden los huéspedes y por las noches se mezclan entre sus clientes
para escuchar a Carolinho tocar samba en su guitarra y bailar. Noelia es
siempre requerida por el dueño del hotel quién le toma la cintura con
delicadeza y le murmura frases de poemas que a veces le cuesta recordar,
esperando el momento en que ella caiga rendida ante sus promesas de amor,
motivado por la voz de Gal Costa cuando derrama con calidez:
“Eu preciso de
falar...”
Noelia, apoyada en la pared de
maceteros, mira todas las tardes, sin cansarse, el ocultamiento del sol tras la
silueta oscura de la Ilha Grande. Y piensa, mientras juega hundiendo los dedos
en la arena, en el pasado. En todas las vicisitudes que la llevaron adonde
está. Preguntándose si realmente fue dueña de su vida o simplemente un juguete
del destino. Si estaba predestinada a ser quien era después de tantas
indecisiones y dudas. Si estas no eran más que pruebas a las que había sido
sometida para afirmarse en su convicción
Por que no se trataba de decisiones
habituales como elegir el sitio de vacaciones, el modelo de auto o la
decoración de la casa. Su ambición era cambiar totalmente. Dejar atrás todo lo
conocido para aventurarse en territorio incierto. Soltar las amarras, navegar
llevado por el viento en pos de un sueño que por momentos parecía imposible e
incluso resultó, en ocasiones, peligroso.
Cada tarde piensa lo mismo. Y la
única conclusión a la que llega es que ahora está completa. ¿Será feliz?, tal
vez. Es algo que por el momento no le preocupa.
Gal Costa está terminado su canción.
“...Y ver la vida acontecer
como día de domingo”
FIN
PRAIA BISCAIA