El nombre de ella
Muy
pocas personas tienen el número de teléfono de mi casa. Y esas personas saben
que aunque esté despierta viendo la tele no me gusta que me llamen un domingo
antes de las once de la mañana. Por eso me extrañó cuando lo sentí sonar a las
ocho. Estaba viendo por quinta o sexta vez, ya perdí la cuenta, “Priscilla, la
reina del desierto” justo en la escena en que los tres travestis se encuentran
con un grupo de nativos australianos haciendo una fiesta en plena noche. Atendí
fingiendo voz de dormida.
Del
otro lado de la línea, Sabrina se notaba eufórica.
-Hola,
soy Sabrina. Disculpame que te llame a esta hora pero no aguanto mas para
contarte algo que averigüe-
-¿Que?-
Pregunté sin sospechar de que se trataba.
-Ya
se como se llama tu presa huidiza. Alexia, y no es travesti, es crossdresser-
-Gracias,
sos una diosa- Murmuré.
-De
nada, ¿Estás viendo Priscilla?-
-Si,
¿como sabés?-
-Por
que nosotras también la estamos viendo- Y colgó.
De
manera que se llamaba Alexia. Ahora me sentía como el caballero medieval que
conoce el nombre de la amada que ha visto solo una vez en la vida en lo alto de
las murallas de un castillo ajeno y a la que sabe que no tiene acceso más que
en sus sueños. Que fuera crossdresser no me importaba. Les tengo gran estima,
no como otras travestis que las critican por que afirman que son unas indecisas
que andan vestidas de mujer solamente en algunas ocasiones por falta de valor.
Para mi es un acto de valentía lo que hacen por que tienen otra vida que
proteger en la que si trasciende su condición pueden perder cosas muy valiosas
como una familia o el trabajo ya que muchas crossdresser están casadas, tienen
hijos, son profesionales o ejecutivos exitosos y les resulta muy difícil poder
cargar con las dificultades de sobrellevar sus deseos que no pueden satisfacer
todas las veces que lo desean. Además aunque tuvieran que usar pelucas o bolsas
de mijo para simular los pechos cuando están montadas, como llaman a
travestirse, se sienten mujeres y eso es lo importante.
En
cuanto terminó la película me senté frente a la computadora. Había que hacer
algunas averiguaciones. Si Alexia era como otras crossdresser seguramente
tendría su blog o sería miembro de una página de encuentros. Google mediante la
encontré con bastante rapidez. En su blog pude observar varias fotos y escritos
sobre crossdressing. De modo que Alexia no era solo un cuerpo bonito. Sus
conclusiones eran excelentes y didácticas. Sus opiniones valientes y claras.
Las anécdotas que contaba acerca de su experiencia resultaban reveladoras. Las
leí con atención para comprobar que coincidíamos en muchas de ellas. Los mundos
de las crossdresser y las travestis se parecen en muchos aspectos, sobre todo
en esa indefinible sensación de sabernos diferentes que nos embarga cuando
descubrimos en la niñez la pasión por la ropa femenina.
A
falta de una dirección de mail, le dejé un comentario en uno de su artículos.
“Preciosa,
¿por que huís de mi?. Me gustas mucho. Escribime”. Y le dejé mi dirección.
Todas
la noches y a veces durante el día abrí el correo ansiosa esperando una
respuesta. Nada sucedió. Alexia debía tener una razón importante para
esquivarme, ¿pero cual?.
No me sorprendió entonces que los dos
sábados siguientes en Casa Brandon me fuera imposible encontrar algún rastro de
Alexia a pesar de buscarla insistentemente por toda la pista de baile y
preguntar, entre las otras crossdresser, quién me pudiera dar alguna pista de
su paradero. Evidentemente la había puesto en aviso con mi insistencia y
decidió cambiar de rumbo. Sabrina y Rocío comenzaron nuevamente a dar muestras
de preocupación por mi estado mientras que yo trataba de convencerlas de que
solo se trataba de un capricho y nada más. Ellas asentían y seguían dudando
para sus adentros aunque lo disimularan.
A
nuestro grupo se habían agregado tío Roberto y Madame. Se mostraban
inseparables habiendo dado un paso más allá de ser novios de mentiritas y
parecían dos condenados a muerte disfrutando los últimos días de vida, tal era
el desenfreno en que habían ingresado. Andaban de fiesta en fiesta, de Angel´s
a Brandon, culminando sus noches con las primeras luces matutinas desayunando
en alguna confitería que recién abría sus puertas atiborrándose de medialunas
rellenas y té con leche. Y nosotras le decíamos, de pura maldad, que si se
internaban juntos en un Geriátrico lo iban a revolucionar de tal manera que
seguramente los echarían.
Encuentro en la costa
Comenzaba
el tiempo en que renacía de mis cenizas como el Ave Fénix. El momento en que
llegaban los primeros calores del próximo verano y mi afición por la bicicleta
se renovaba. Si bien no dejaba de andar en el invierno el aumento de la
temperatura me cambiaba el espíritu. Era el momento en que lucía con desenfado
lo que llamo el uniforme de Lara Croft y salía a dar envidia las mujeres y
causar excitación a los hombres. Me vestía con un pantalón corto, elastizado,
ajustado al cuerpo de manera que resaltaban los glúteos, sujeto por un grueso
cinturón negro, una musculosa de la que desbordaban mis senos, anteojos negros
y zapatos de trekking, completando el atuendo con un pañuelo alrededor del
cuello y gorra con el logo de un equipo de básquet norteamericano. El atuendo
me hace sentir una mujer poderosa como el personaje interpretado por Angelina
Jolie. Siempre sentí admiración por las mujeres, reales o personajes de ficción,
que van mas allá de los estereotipos, las que son fuertes y valientes, las que
no andan por la vida invocando la debilidad de su género. Por eso suelo
sumergirme en la historia de Kill Bill cuantas veces puedo, inclusive me he
comprado una katana, o en las carreras de Indy Car para alentar aunque sea
desde lejos a Dánica Patrick.
Ese
domingo había cargado en las alforjas de la bicicleta un libro de Conrad, dos
empanadas y una lata de cerveza. Salí a pasear por la costa desde San Isidro
hasta Vicente López y en el momento de sentir hambre me detuve bajo la sombra
de los árboles a comer y leer. La tarde era perfecta. el sol radiante y mi
humor coincidía con el clima.
Estaba
concentrada en la lectura cuando, aún sin levantar la vista, me di cuenta que alguien
se había detenido a mi lado.
-Hola-
Escuché.
Miré
al recién llegado y casi se me cae el libro de las manos debido a la sorpresa.
Era Edgardo y su bicicleta. Hermoso Edgardo. Tenía puesto un pantalón de jean
desflecado, sandalias y una remera negra con la imagen de la cabeza de Homero
Simpson, esa en la que se le ve el cerebro del tamaño de una nuez.
-¿Te
costó mucho que pusieran tu retrato en la remera?- Pregunté graciosa y
embobada.
Rió
con ganas. Y yo contagiada me reí también. Con la mano le indiqué que se
sentara a mi lado. Le convidé lo poco que quedaba de mi cerveza y lo miré
atentamente mientras la tomaba. Por primera vez lo encontraba fuera de nuestro
ámbito de trabajo, por primera vez podía ver su brazos y sus piernas lampiños
con un definido tono bronceado.
Se
me antojaba que su piel debía ser tersa y suave, digna de acariciarse. Pero
reaccioné antes de cometer una imprudencia. No podía mostrarme avasallante si
no quería perderlo. De modo que me contuve mientras hablamos de literatura, de
nuestras bicicletas, del clima, o de lo linda que estaba la costa.
Parecía
estar muy cómodo disfrutando de la charla. Me miraba directamente a los ojos
cuando me hablaba y cuando me escuchaba y yo sentía que mi temperatura iba en
aumento. Hubiera deseado un abanico para apantallarme en ese momento.
¿Imaginaría lo que yo estaba pensando?. Deseaba sus manos recorriendo mi
cintura o acariciando mi cabello, deteniéndose en mis mejillas, tomándome con
fuerza de la cadera, apoyándose en mi nuca para obligarme a acercar mi rostro a
su rostro y besarlo primero con delicadeza y luego con pasión. Ya llegará el
momento, me decía a mi misma, ya llegará el momento.
Pasó
un heladero y me compró un helado. En ningún momento hizo mención a su ex
esposa, hombre perfecto, y fue orgullosamente descriptivo al hablar de su hijo
cuando le pregunté como era y que estudiaba.
El
sol comenzó a escabullirse detrás de los edificios y montamos nuestros
vehículos. Salimos a la Avenida Libertador. Él iba hasta Olivos, nos hicimos
compañía ese tramo. Luego dobló en Villate y yo seguí, sola y feliz. Supongo
que alguno que me haya visto pasar se habrá preguntado por que me sonreía pues,
a pesar de haber esperado que me invitara a su casa, estaba segura de que
habría otra oportunidad.
El descubrimiento
El
primer sábado después del encuentro ciclístico con Edgardo se me presentó un
pequeño cambio de planes. Tío Roberto nos había invitado a ver una obra teatral
en donde actuaba un amigo de sus andanzas por Santa Fe y Pueyrredón. Una de
esas puestas a la que concurren los conocidos generosos en elogios y algún que
otro crítico de espectáculos que no tenía mejor cosa que hacer y logra, con su
presencia, ser agasajado con exageración, pero que representa para los
participantes un enorme esfuerzo, sacrificando horas de descanso para ensayar y
poniendo de su bolsillo el alquiler de la sala, el vestuario y algunos
elementos de la decoración, solamente por amor al teatro. Sabrina y Rocío no
podían concurrir por que estaban atareadas mejorando cabezas que se iban a
lucir en vernissages, cócteles,
reuniones de sociedad y casamientos lo que implicaba que se desocuparían recién
sobre la hora de reunirnos para bailar. De manera que, solita, me encaminé al
teatro. Dejé el auto estacionado donde pude y caminé por la Avenida Corrientes
sintiendo el placer de sentir el sonido de mis tacos afirmándose sobre la vereda. Tenía tiempo y me entretenía
observando a los transeúntes.
Como
no creo en que el destino está escrito prefiero pensar que me detuve en esa
librería a ver precios de libros por mi propia voluntad. Absorta como estaba,
durante unos segundos no reparé en quién estaba a mi lado, pero cuando la vi
reflejada en el cristal de la vidriera el corazón me dio un vuelco. Era ella,
Alexia, totalmente distraída, a mi merced. Me daba la espalda y tuve tiempo de
recorrer con la vista todo su cuerpo. Desde las botas con taco aguja, las
medias negras, la minifalda de cuero y la blusa color rosa. Los glúteos
redondos, firmes y esa cintura estrecha que daban ganas de rodearla con los
brazos. No podía creer en mi propia suerte, ¿El destino escrito?. Lo que fuera,
en ese momento ya no me importaba.
-Alexia-
Le susurré casi al oído.
Se
dio vuelta. Divina mujer, el susto que tenía no desdibujaba para nada la
particular belleza de su cara.
-No
temas, no voy a hacerte nada- Dije tratando de calmarla.
-Es...que...-
Vaciló. Y, a pesar de lo breve de su contestación supe con certeza y casi como
si me hubiera caído un rayo en la cabeza, de quién era esa voz.
-¿Edgardo?-
Sabiéndose
descubierta se aflojó. Hasta esbozó una sonrisa que no se borró mientras
confirmaba mi presunción.
-Si,
soy yo- Musitó.
Tras
esas palabras abriendo los brazos y flexionando las rodillas como quien realiza
una reverencia exclamó -¡Sorpresa!-
No
pude evitar una carcajada. ¡De manera que las dos personas que me quitaban el
sueño era una sola!. Esto no se le ocurre ni a Spilberg. La miré atentamente
sin perder mi sonrisa. Ella me contemplaba en silencio esperando la reacción
que sobrevendría una vez pasado el estupor. Estaba tan dulce, tan inocente, me
recordaba a Rocío y en ese momento se me mezclaron las ideas. Edgardo era el
hombre al que me hubiera entregado sin condiciones y Alexia la mujer que me
provocaba sentimientos de protección.
-¿Por
esto huías de mi?-
-Sí,
no sabía como lo ibas a tomar-
-¡Y
como lo iba tomar si soy travesti!-
Reaccioné
al darme cuenta lo que dije.
-¿Vos
sabías que yo soy travesti?-
-Me
pareció al principio pero no estaba segura- Dijo así “segura” y agregó:
-Pero
cuando te vi por primera vez en Brandon lo confirmé-
-Y
escapaste, dos veces te escapaste-
-Y
bueno...-
La
tomé de la cintura con la confianza que no hubiera tenido con Edgardo y sentí
su carne, su piel, su temblor.
-¿Te
das cuenta en que quilombo estoy ahora?- Le dije como si la retara
-¿Por
que?-
-Por
que ahora cuando te veo pienso en Edgardo y cuando vea a Edgardo voy a pensar
en vos y se me va a hacer un cruce de neuronas que voy a echar chispas por el
cerebro-
-¿Te
gustaba Edgardo?- Preguntó imprevistamente.
-Y,
algo- Contesté turbada. Para salir pronto del paso agregué. -No me compliques
más por que creo que estoy al borde de la locura-
-Yo
no tengo la culpa-
-Tenés
razón. Nunca te hubieras imaginado ni en tus mejores sueños que podías
encontrarte con alguien que te admira en tus dos personalidades-
Rió
unos segundos y dijo:
-No
lo voy a tomar como un engaño, te perdono-
La
abracé con todas mis fuerzas, besé su frente y tomándola de la mano la llevé
hasta la acera.
-Vení,
vamos a ver una obra teatral, pero te aviso que nos vamos encontrar seguramente
a mi tío y a Madame por que esos dos andan mas pegados que uña y dedo-
-¿Y
si me reconocen?-
-Mirá,
no lo creo pero de todas maneras no importa, al menos voy a tener con quien
compartir mi nueva bipolaridad-
Entonces se me ocurrió preguntarle:
-¿Cuantas
personas saben que eres Edgardo y Alexia?-
-Mi
tía y vos, nadie más-
-En
poco tiempo no te va importar que lo sepa más gente- Afirmé mientras apuraba el
paso y ella me seguía como podía. Al entrar en el teatro le dije.
-Bienvenida
a mi mundo-
Tío
Roberto y Madame departían con algunos conocidos de gestos exagerados y voces
chillonas en medio del hall de entrada. Nos acercamos al grupo y con toda
naturalidad saludé a todos y les presenté a Alexia que aún temblaba.
Ni
mi tío ni Madame se dieron cuenta, ni de que Alexia era una crossdresser, ni
mucho menos que fuera Edgardo y ni siquiera de su terror escénico. Sin
soltarla, la llevé hacia la sala en cuanto se anunció que comenzaría la función
y nos sentamos.
-¿Ves
que no pasa nada?, dále, relajáte y disfrutá-
De
la obra no entendí nada. Me pasé toda la función mirando a Alexia. Ella absorta
en lo que ocurría en el escenario ni siquiera volteaba la vista hacia mi lado.
No me molestó, comprendí que todavía estaba desconcertada ante los recientes
sucesos y se refugiaba en esa atención tomándose tiempo para acomodarse a la
nueva situación, mientras tanto yo volaba en medio de las más libidinosas
fantasías pensando en ella y en él y en las vueltas de la vida.
Al
salir nos quedamos un rato cambiando impresiones con tío Roberto, Madame y el
grupito de locas, mientras esperábamos a los artistas para la ceremonia de las
felicitaciones y los saludos. En medio de la conversación mi tío me tomó del
brazo y me llevó hasta un rincón del hall.
-Allá-
Dijo señalando a un señor parado en el otro extremo, elegantemente vestido con
blaizer azul, pantalón gris y camisa blanca, cabello abundante entrecano y
anteojos de marco metálico. -Tengo un conocido que está muy interesado en tu
amiguita y me pidió que se la presente-
-¡Ni
loca, es mía!- Exclamé sin pensarlo.
Tío
abrió los ojos sorprendido.
-¡Ah,
haberlo sabido!, ¿Estás segura esta vez?-
-Estoy
en eso-
-Mas
vale que estés en eso pronto por que te aseguro que mi amigo no es el único que
le echó el ojo, es muy linda la muchacha-
-Si
tío-
-Y
otra cosa, un día de estos tenemos que charlar, a solas, decime cuando y nos
encontramos-
Si
no me dan la pista sobre algo que me van a decir me suelo poner ansiosa, en
realidad es una de las situaciones que más me molestan, pero no quise
presionarlo.
-Ok,
te llamo-
La
segunda parte de la noche se desarrolló en Casa Brandon. Perdí de vista a Tío y
a Madame en la salida del teatro pues se iban a cenar con sus amigos. Alexia y
yo nos dirigimos al boliche. Ella se mostraba más relajada pero no del todo. En
el boliche la presenté a Sabrina, a Rocío y a Jennifer que andaba con ellas
soñando con otra noche de sexo y que no disimuló un gesto de contrariedad en
cuanto advirtió que Alexia estaba conmigo.
-¿A
esta que le pasa?- Preguntó Alexia al darse cuenta del enojo.
-Una
nena que se cree reina- Contesté guiñándole el ojo.
Sabrina
me susurró al oído:
-La
conseguiste, muñeca, yo siempre supe que lo ibas a lograr-
-Estoy
contenta por vos- Agregó la dulce Rocío.
Ninguna
de las dos se dio cuenta de la verdadera identidad de Alexia.
Bailamos
sin parar. Alexia era un trompo incansable. Se movía con tanta soltura que no
tardó en llamar la atención, mientras meneaba sus caderas yo la miraba
arrobada, hasta que me animaba y la tomaba de la cintura para acompañar su
ritmo. Ella levantaba los brazos y me dejaba hacer, sumisa y desafiante a la
vez.
En
un instante preciso, mirándonos a los ojos, yo aferrada a su cuello, ella a mi
cintura supimos que ya no teníamos ganas de seguir allí.
-¿En
tu casa o en la mía?- Le pregunté cuando detuve mi auto en el estacionamiento
en donde Alexia había dejado el suyo.
-Te
sigo- Dijo ella.
Ahora
me sentía segura de haber ganado la primer batalla.
Entramos
en mi casa tomadas de la mano. Apenas traspusimos la puerta apoyé mi mano en su
nuca y la atraje hacia mí. La besé en la boca, un largo beso en el que se
entrelazaron nuestras lenguas. Camino al dormitorio quedaron en el suelo mi
vestido, su minifalda, su blusa, sus botas y mis sandalias, mi corpiño y el
suyo con el relleno de bolsas de mijo, pero no me importó, ni cuando, en el
fragor del sexo perdió la peluca. No me importaba, era ella, era él, era un
hermoso y firme cuerpo, depilado, suave, perfumado. Era una mezcla fascinante
de masculinidad y feminidad. Era poderoso y delicado. Era activo y pasivo. Y a
pesar de la falta de senos y con su verdadero cabello al descubierto, era toda
una mujer, o un hombre cuyo maquillaje lo volvía mas sensual, más excitante.
La
dominé y lo dejé dominarme. Hice con ella lo que quise y le dejé hacer a él lo
que deseara. Cambiamos de roles una y otra vez. Mi mente explotaba al eyacular
y mi corazón latía mas de prisa cuando me poseía. Éramos un volcán en erupción,
el fragor de las olas en la orilla, la fuerza de un huracán, el temblor de un
terremoto. Éramos eso y por momentos éramos el silencio de un atardecer en la
llanura o el reposo de la siesta pueblerina.
Quedamos
agotadas, en silencio y abrazadas. El sol comenzaba a colarse entre las
persianas. Me levanté a preparar el desayuno y lo llevé a la cama. Alexia ¿o
Edgardo? dormía y los desperté. Entonces, entre tazas de café y tostadas con
manteca y dulce de leche, me contó su historia.
Había
comenzado, como la gran mayoría alrededor de los doce años. A escondidas sacaba
a su madre vestidos, blusas y polleras y se las ponía cuando ella salía a hacer
las compras. Pero lo que mas le atraía eran las prendas de lencería. Su mayor
alegría por aquel entonces fue poder ponerse un corpiño y mirarse al espejo.
Luego fue el turno de las combinaciones y las medias de nylon, todo le producía
un cosquilleo en la piel que culminó casi sin darse cuenta en su primer
eyaculación. Entonces, masturbarse se convirtió en su gimnasia preferida
mientras soñaba con hombres, muchos hombres, grandes hombres de cuerpos
atléticos y penes enormes que lo violaban repetidamente.
A los dieciséis salió con su primera
novia, por que, aún indefinido, se sentía atraído también por las mujeres. Era
una época de grandes dudas que lo acompañaron hasta mucho tiempo después. A los
veintidós, casi sin darse cuenta estaba casado después de un fugaz noviazgo, y
con su mujer embarazada. Adiós sueños de la niñez. Adiós fantasías con hombres.
Estaba inmerso en el mundo de las responsabilidades patriarcales, de todo lo que
la sociedad pretende de alguien que pretenda llamarse varón. Sin embargo siguió
vistiendo con ropa femenina, esta vez la de su esposa.
Al año de matrimonio supo que ya no
soportaba esa vida, que no podía sostener más tiempo su auto represión. Y
comenzó con las aventuras, verdaderas aventuras. Conoció un hombre, luego otro,
luego otro. Compartió decenas de camas, en ocasiones era el macho dominante, en
otras una mujer insaciable que, cuando podía, hacía el amor vestida con un baby
doll que había comprado y tenía escondido en un estante del armario de las
herramientas.
A los dos años para lo único que
compartía la cama con su esposa era para dormir. Ella no le reclamaba su
obligación matrimonial y los siguientes siete años se soportaron en silencio.
Las circunstancias económicas lo
obligaron a dejar su profesión de dibujante proyectista y buscar nuevos rumbos.
Realizó toda clase de trabajos para poder llevar dinero al hogar. No se quejó.
No quería ser un mal marido y un peor padre, a pesar de la falta de sexo. Pero
el final llega inexorable. Su esposa le pidió que se fuera y un día dejó la
casa para no volver salvo para ver a su hijo. Ella, que seguramente pensó que
Edgardo jamás se atrevería a marcharse y podría mantenerlo dominado,
manteniéndola, el resto de su vida, al ver su decisión explotó en un ataque de ira. Amenazó con
hacerle juicio por abandono de hogar, por la cuota alimentaria, por faltar a
sus deberes conyugales, incluso lo tildó de homosexual, por puro despecho, sin
sospechar que lo era en realidad. Y no faltó la advertencia de no dejarle ver a
la criatura.
Acalló todo con dinero. La esposa no
protestó más al ver que puntualmente le llegaba la cuota. Pero no olvidaba,
solo ocultó su odio y sus recriminaciones
bajo un manto de silencio. Él se trasladó a una pequeña casa en Olivos
heredada de sus padres. Y allí comenzó la historia de Alexia. Compró ropa,
maquillaje, zapatos, lencería, pelucas. Ingresó a Internet para descubrir que
su desvelo era compartido por miles de hombres, que era habitante de un mundo
mucho más grande de lo que imaginaba, Concurrió a las reuniones de
Crossdressing Buenos Aires. Se animó a salir a la calle y en la primera vez que
pisó Casa Brandon una travesti a la que conocía intentó seducirla y huyó por
obvias razones. Esa travesti era yo.
La ayudé a retocarse el maquillaje, a
acomodarse la peluca y vestirse. Una vez que la observé detenidamente para
comprobar si estaba en orden salimos, atravesando el patio del parral, hasta el
garage a buscar su auto.
-¡Uy,
es la primera vez que ando como Alexia bajo los rayos del sol!- Exclamó.
-¿Te
vas a arreglar cuando llegues a tu casa?- Le pregunté preocupada.
-Si,
a lo sumo los vecinos pensaran que tengo una mujer escondida-
Sentí
que Alexia había dado un paso gigantesco de confianza en si misma.
-Llámame
cuando llegues- Le rogué.
Asintió
y arrancó el vehículo. Me quedé en la puerta hasta que la vi desaparecer en la
siguiente esquina. Estuve intranquila esperando el sonido del teléfono el
teléfono.
-Estoy
bien. ¿Tomamos una cerveza esta tarde en Gandini?-
Acepté,
esta vez me encontraría con Edgardo, comprendiendo que ya no podríamos estar
muchas horas sin vernos. Sentados a una de las mesitas en la vereda,
contemplando la Plaza, la Feria de Artesanos y la Iglesia de Olivos hablamos poco,
ocuparon más tiempo las miradas sugestivas, sus gestos graciosos y las risas
por cualquier motivo. El lunes en el estudio, apenas traspuso la puerta supe
que podía adaptarme a verlo en ocasiones de varón y en ocasiones de mujer. De
todas maneras intuía que dentro de ese cuerpo era Alexia la que pugnaba por
salir a la vida de manera definitiva.
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