Sunday, July 16, 2017

Vidas al descubierto. Capitulos 9, 10 y 11

El nombre de ella

Muy pocas personas tienen el número de teléfono de mi casa. Y esas personas saben que aunque esté despierta viendo la tele no me gusta que me llamen un domingo antes de las once de la mañana. Por eso me extrañó cuando lo sentí sonar a las ocho. Estaba viendo por quinta o sexta vez, ya perdí la cuenta, “Priscilla, la reina del desierto” justo en la escena en que los tres travestis se encuentran con un grupo de nativos australianos haciendo una fiesta en plena noche. Atendí fingiendo voz de dormida.
Del otro lado de la línea, Sabrina se notaba eufórica.
-Hola, soy Sabrina. Disculpame que te llame a esta hora pero no aguanto mas para contarte algo que averigüe-
-¿Que?- Pregunté sin sospechar de que se trataba.
-Ya se como se llama tu presa huidiza. Alexia, y no es travesti, es crossdresser-
-Gracias, sos una diosa- Murmuré.
-De nada, ¿Estás viendo Priscilla?-
-Si, ¿como sabés?-
-Por que nosotras también la estamos viendo- Y colgó.
De manera que se llamaba Alexia. Ahora me sentía como el caballero medieval que conoce el nombre de la amada que ha visto solo una vez en la vida en lo alto de las murallas de un castillo ajeno y a la que sabe que no tiene acceso más que en sus sueños. Que fuera crossdresser no me importaba. Les tengo gran estima, no como otras travestis que las critican por que afirman que son unas indecisas que andan vestidas de mujer solamente en algunas ocasiones por falta de valor. Para mi es un acto de valentía lo que hacen por que tienen otra vida que proteger en la que si trasciende su condición pueden perder cosas muy valiosas como una familia o el trabajo ya que muchas crossdresser están casadas, tienen hijos, son profesionales o ejecutivos exitosos y les resulta muy difícil poder cargar con las dificultades de sobrellevar sus deseos que no pueden satisfacer todas las veces que lo desean. Además aunque tuvieran que usar pelucas o bolsas de mijo para simular los pechos cuando están montadas, como llaman a travestirse, se sienten mujeres y eso es lo importante.
En cuanto terminó la película me senté frente a la computadora. Había que hacer algunas averiguaciones. Si Alexia era como otras crossdresser seguramente tendría su blog o sería miembro de una página de encuentros. Google mediante la encontré con bastante rapidez. En su blog pude observar varias fotos y escritos sobre crossdressing. De modo que Alexia no era solo un cuerpo bonito. Sus conclusiones eran excelentes y didácticas. Sus opiniones valientes y claras. Las anécdotas que contaba acerca de su experiencia resultaban reveladoras. Las leí con atención para comprobar que coincidíamos en muchas de ellas. Los mundos de las crossdresser y las travestis se parecen en muchos aspectos, sobre todo en esa indefinible sensación de sabernos diferentes que nos embarga cuando descubrimos en la niñez la pasión por la ropa femenina.
A falta de una dirección de mail, le dejé un comentario en uno de su artículos.
“Preciosa, ¿por que huís de mi?. Me gustas mucho. Escribime”. Y le dejé mi dirección.
Todas la noches y a veces durante el día abrí el correo ansiosa esperando una respuesta. Nada sucedió. Alexia debía tener una razón importante para esquivarme, ¿pero cual?.
No me sorprendió entonces que los dos sábados siguientes en Casa Brandon me fuera imposible encontrar algún rastro de Alexia a pesar de buscarla insistentemente por toda la pista de baile y preguntar, entre las otras crossdresser, quién me pudiera dar alguna pista de su paradero. Evidentemente la había puesto en aviso con mi insistencia y decidió cambiar de rumbo. Sabrina y Rocío comenzaron nuevamente a dar muestras de preocupación por mi estado mientras que yo trataba de convencerlas de que solo se trataba de un capricho y nada más. Ellas asentían y seguían dudando para sus adentros aunque lo disimularan.
A nuestro grupo se habían agregado tío Roberto y Madame. Se mostraban inseparables habiendo dado un paso más allá de ser novios de mentiritas y parecían dos condenados a muerte disfrutando los últimos días de vida, tal era el desenfreno en que habían ingresado. Andaban de fiesta en fiesta, de Angel´s a Brandon, culminando sus noches con las primeras luces matutinas desayunando en alguna confitería que recién abría sus puertas atiborrándose de medialunas rellenas y té con leche. Y nosotras le decíamos, de pura maldad, que si se internaban juntos en un Geriátrico lo iban a revolucionar de tal manera que seguramente los echarían.



Encuentro en la costa

Comenzaba el tiempo en que renacía de mis cenizas como el Ave Fénix. El momento en que llegaban los primeros calores del próximo verano y mi afición por la bicicleta se renovaba. Si bien no dejaba de andar en el invierno el aumento de la temperatura me cambiaba el espíritu. Era el momento en que lucía con desenfado lo que llamo el uniforme de Lara Croft y salía a dar envidia las mujeres y causar excitación a los hombres. Me vestía con un pantalón corto, elastizado, ajustado al cuerpo de manera que resaltaban los glúteos, sujeto por un grueso cinturón negro, una musculosa de la que desbordaban mis senos, anteojos negros y zapatos de trekking, completando el atuendo con un pañuelo alrededor del cuello y gorra con el logo de un equipo de básquet norteamericano. El atuendo me hace sentir una mujer poderosa como el personaje interpretado por Angelina Jolie. Siempre sentí admiración por las mujeres, reales o personajes de ficción, que van mas allá de los estereotipos, las que son fuertes y valientes, las que no andan por la vida invocando la debilidad de su género. Por eso suelo sumergirme en la historia de Kill Bill cuantas veces puedo, inclusive me he comprado una katana, o en las carreras de Indy Car para alentar aunque sea desde lejos a Dánica Patrick. 
Ese domingo había cargado en las alforjas de la bicicleta un libro de Conrad, dos empanadas y una lata de cerveza. Salí a pasear por la costa desde San Isidro hasta Vicente López y en el momento de sentir hambre me detuve bajo la sombra de los árboles a comer y leer. La tarde era perfecta. el sol radiante y mi humor coincidía con el clima.
Estaba concentrada en la lectura cuando, aún sin levantar la vista, me di cuenta que alguien se había detenido a mi lado.
-Hola- Escuché.
Miré al recién llegado y casi se me cae el libro de las manos debido a la sorpresa. Era Edgardo y su bicicleta. Hermoso Edgardo. Tenía puesto un pantalón de jean desflecado, sandalias y una remera negra con la imagen de la cabeza de Homero Simpson, esa en la que se le ve el cerebro del tamaño de una nuez.
-¿Te costó mucho que pusieran tu retrato en la remera?- Pregunté graciosa y embobada.
Rió con ganas. Y yo contagiada me reí también. Con la mano le indiqué que se sentara a mi lado. Le convidé lo poco que quedaba de mi cerveza y lo miré atentamente mientras la tomaba. Por primera vez lo encontraba fuera de nuestro ámbito de trabajo, por primera vez podía ver su brazos y sus piernas lampiños con un definido tono bronceado.
Se me antojaba que su piel debía ser tersa y suave, digna de acariciarse. Pero reaccioné antes de cometer una imprudencia. No podía mostrarme avasallante si no quería perderlo. De modo que me contuve mientras hablamos de literatura, de nuestras bicicletas, del clima, o de lo linda que estaba la costa.
Parecía estar muy cómodo disfrutando de la charla. Me miraba directamente a los ojos cuando me hablaba y cuando me escuchaba y yo sentía que mi temperatura iba en aumento. Hubiera deseado un abanico para apantallarme en ese momento. ¿Imaginaría lo que yo estaba pensando?. Deseaba sus manos recorriendo mi cintura o acariciando mi cabello, deteniéndose en mis mejillas, tomándome con fuerza de la cadera, apoyándose en mi nuca para obligarme a acercar mi rostro a su rostro y besarlo primero con delicadeza y luego con pasión. Ya llegará el momento, me decía a mi misma, ya llegará el momento.
Pasó un heladero y me compró un helado. En ningún momento hizo mención a su ex esposa, hombre perfecto, y fue orgullosamente descriptivo al hablar de su hijo cuando le pregunté como era y que estudiaba.
El sol comenzó a escabullirse detrás de los edificios y montamos nuestros vehículos. Salimos a la Avenida Libertador. Él iba hasta Olivos, nos hicimos compañía ese tramo. Luego dobló en Villate y yo seguí, sola y feliz. Supongo que alguno que me haya visto pasar se habrá preguntado por que me sonreía pues, a pesar de haber esperado que me invitara a su casa, estaba segura de que habría otra oportunidad.



El descubrimiento

El primer sábado después del encuentro ciclístico con Edgardo se me presentó un pequeño cambio de planes. Tío Roberto nos había invitado a ver una obra teatral en donde actuaba un amigo de sus andanzas por Santa Fe y Pueyrredón. Una de esas puestas a la que concurren los conocidos generosos en elogios y algún que otro crítico de espectáculos que no tenía mejor cosa que hacer y logra, con su presencia, ser agasajado con exageración, pero que representa para los participantes un enorme esfuerzo, sacrificando horas de descanso para ensayar y poniendo de su bolsillo el alquiler de la sala, el vestuario y algunos elementos de la decoración, solamente por amor al teatro. Sabrina y Rocío no podían concurrir por que estaban atareadas mejorando cabezas que se iban a lucir en vernissages,  cócteles, reuniones de sociedad y casamientos lo que implicaba que se desocuparían recién sobre la hora de reunirnos para bailar. De manera que, solita, me encaminé al teatro. Dejé el auto estacionado donde pude y caminé por la Avenida Corrientes sintiendo el placer de sentir el sonido de mis tacos afirmándose sobre  la vereda. Tenía tiempo y me entretenía observando a los transeúntes.
Como no creo en que el destino está escrito prefiero pensar que me detuve en esa librería a ver precios de libros por mi propia voluntad. Absorta como estaba, durante unos segundos no reparé en quién estaba a mi lado, pero cuando la vi reflejada en el cristal de la vidriera el corazón me dio un vuelco. Era ella, Alexia, totalmente distraída, a mi merced. Me daba la espalda y tuve tiempo de recorrer con la vista todo su cuerpo. Desde las botas con taco aguja, las medias negras, la minifalda de cuero y la blusa color rosa. Los glúteos redondos, firmes y esa cintura estrecha que daban ganas de rodearla con los brazos. No podía creer en mi propia suerte, ¿El destino escrito?. Lo que fuera, en ese momento ya no me importaba.
-Alexia- Le susurré casi al oído.
Se dio vuelta. Divina mujer, el susto que tenía no desdibujaba para nada la particular belleza de su cara.
-No temas, no voy a hacerte nada- Dije tratando de calmarla.
-Es...que...- Vaciló. Y, a pesar de lo breve de su contestación supe con certeza y casi como si me hubiera caído un rayo en la cabeza, de quién era esa voz.
-¿Edgardo?-
Sabiéndose descubierta se aflojó. Hasta esbozó una sonrisa que no se borró mientras confirmaba mi presunción.
-Si, soy yo- Musitó.
Tras esas palabras abriendo los brazos y flexionando las rodillas como quien realiza una reverencia exclamó -¡Sorpresa!-
No pude evitar una carcajada. ¡De manera que las dos personas que me quitaban el sueño era una sola!. Esto no se le ocurre ni a Spilberg. La miré atentamente sin perder mi sonrisa. Ella me contemplaba en silencio esperando la reacción que sobrevendría una vez pasado el estupor. Estaba tan dulce, tan inocente, me recordaba a Rocío y en ese momento se me mezclaron las ideas. Edgardo era el hombre al que me hubiera entregado sin condiciones y Alexia la mujer que me provocaba sentimientos de protección.
-¿Por esto huías de mi?-
-Sí, no sabía como lo ibas a tomar-
-¡Y como lo iba tomar si soy travesti!-
Reaccioné al darme cuenta lo que dije.
-¿Vos sabías que yo soy travesti?-
-Me pareció al principio pero no estaba segura- Dijo así “segura” y agregó:
-Pero cuando te vi por primera vez en Brandon lo confirmé-
-Y escapaste, dos veces te escapaste-
-Y bueno...-
La tomé de la cintura con la confianza que no hubiera tenido con Edgardo y sentí su carne, su piel, su temblor.
-¿Te das cuenta en que quilombo estoy ahora?- Le dije como si la retara
-¿Por que?-
-Por que ahora cuando te veo pienso en Edgardo y cuando vea a Edgardo voy a pensar en vos y se me va a hacer un cruce de neuronas que voy a echar chispas por el cerebro-
-¿Te gustaba Edgardo?- Preguntó imprevistamente.
-Y, algo- Contesté turbada. Para salir pronto del paso agregué. -No me compliques más por que creo que estoy al borde de la locura-
-Yo no tengo la culpa-
-Tenés razón. Nunca te hubieras imaginado ni en tus mejores sueños que podías encontrarte con alguien que te admira en tus dos personalidades-
Rió unos segundos y dijo:
-No lo voy a tomar como un engaño, te perdono- 
La abracé con todas mis fuerzas, besé su frente y tomándola de la mano la llevé hasta la acera.
-Vení, vamos a ver una obra teatral, pero te aviso que nos vamos encontrar seguramente a mi tío y a Madame por que esos dos andan mas pegados que uña y dedo-
-¿Y si me reconocen?-
-Mirá, no lo creo pero de todas maneras no importa, al menos voy a tener con quien compartir mi nueva bipolaridad-
Entonces  se me ocurrió preguntarle:
-¿Cuantas personas saben que eres Edgardo y Alexia?-
-Mi tía y vos, nadie más-
-En poco tiempo no te va importar que lo sepa más gente- Afirmé mientras apuraba el paso y ella me seguía como podía. Al entrar en el teatro le dije.
-Bienvenida a mi mundo-
Tío Roberto y Madame departían con algunos conocidos de gestos exagerados y voces chillonas en medio del hall de entrada. Nos acercamos al grupo y con toda naturalidad saludé a todos y les presenté a Alexia que aún temblaba.
Ni mi tío ni Madame se dieron cuenta, ni de que Alexia era una crossdresser, ni mucho menos que fuera Edgardo y ni siquiera de su terror escénico. Sin soltarla, la llevé hacia la sala en cuanto se anunció que comenzaría la función y nos sentamos.
-¿Ves que no pasa nada?, dále, relajáte y disfrutá-
De la obra no entendí nada. Me pasé toda la función mirando a Alexia. Ella absorta en lo que ocurría en el escenario ni siquiera volteaba la vista hacia mi lado. No me molestó, comprendí que todavía estaba desconcertada ante los recientes sucesos y se refugiaba en esa atención tomándose tiempo para acomodarse a la nueva situación, mientras tanto yo volaba en medio de las más libidinosas fantasías pensando en ella y en él y en las vueltas de la vida.
Al salir nos quedamos un rato cambiando impresiones con tío Roberto, Madame y el grupito de locas, mientras esperábamos a los artistas para la ceremonia de las felicitaciones y los saludos. En medio de la conversación mi tío me tomó del brazo y me llevó hasta un rincón del hall.
-Allá- Dijo señalando a un señor parado en el otro extremo, elegantemente vestido con blaizer azul, pantalón gris y camisa blanca, cabello abundante entrecano y anteojos de marco metálico. -Tengo un conocido que está muy interesado en tu amiguita y me pidió que se la presente-
-¡Ni loca, es mía!- Exclamé sin pensarlo.
Tío abrió los ojos sorprendido.
-¡Ah, haberlo sabido!, ¿Estás segura esta vez?-
-Estoy en eso-
-Mas vale que estés en eso pronto por que te aseguro que mi amigo no es el único que le echó el ojo, es muy linda la muchacha-
-Si tío-
-Y otra cosa, un día de estos tenemos que charlar, a solas, decime cuando y nos encontramos-
Si no me dan la pista sobre algo que me van a decir me suelo poner ansiosa, en realidad es una de las situaciones que más me molestan, pero no quise presionarlo.
-Ok, te llamo-
La segunda parte de la noche se desarrolló en Casa Brandon. Perdí de vista a Tío y a Madame en la salida del teatro pues se iban a cenar con sus amigos. Alexia y yo nos dirigimos al boliche. Ella se mostraba más relajada pero no del todo. En el boliche la presenté a Sabrina, a Rocío y a Jennifer que andaba con ellas soñando con otra noche de sexo y que no disimuló un gesto de contrariedad en cuanto advirtió que Alexia estaba conmigo.
-¿A esta que le pasa?- Preguntó Alexia al darse cuenta del enojo.
-Una nena que se cree reina- Contesté guiñándole el ojo.
Sabrina me susurró al oído:
-La conseguiste, muñeca, yo siempre supe que lo ibas a lograr-
-Estoy contenta por vos- Agregó la dulce Rocío.
Ninguna de las dos se dio cuenta de la verdadera identidad de Alexia.
Bailamos sin parar. Alexia era un trompo incansable. Se movía con tanta soltura que no tardó en llamar la atención, mientras meneaba sus caderas yo la miraba arrobada, hasta que me animaba y la tomaba de la cintura para acompañar su ritmo. Ella levantaba los brazos y me dejaba hacer, sumisa y desafiante a la vez.
En un instante preciso, mirándonos a los ojos, yo aferrada a su cuello, ella a mi cintura supimos que ya no teníamos ganas de seguir allí.
-¿En tu casa o en la mía?- Le pregunté cuando detuve mi auto en el estacionamiento en donde Alexia había dejado el suyo.
-Te sigo- Dijo ella.
Ahora me sentía segura de haber ganado la primer batalla.
Entramos en mi casa tomadas de la mano. Apenas traspusimos la puerta apoyé mi mano en su nuca y la atraje hacia mí. La besé en la boca, un largo beso en el que se entrelazaron nuestras lenguas. Camino al dormitorio quedaron en el suelo mi vestido, su minifalda, su blusa, sus botas y mis sandalias, mi corpiño y el suyo con el relleno de bolsas de mijo, pero no me importó, ni cuando, en el fragor del sexo perdió la peluca. No me importaba, era ella, era él, era un hermoso y firme cuerpo, depilado, suave, perfumado. Era una mezcla fascinante de masculinidad y feminidad. Era poderoso y delicado. Era activo y pasivo. Y a pesar de la falta de senos y con su verdadero cabello al descubierto, era toda una mujer, o un hombre cuyo maquillaje lo volvía mas sensual, más excitante.
La dominé y lo dejé dominarme. Hice con ella lo que quise y le dejé hacer a él lo que deseara. Cambiamos de roles una y otra vez. Mi mente explotaba al eyacular y mi corazón latía mas de prisa cuando me poseía. Éramos un volcán en erupción, el fragor de las olas en la orilla, la fuerza de un huracán, el temblor de un terremoto. Éramos eso y por momentos éramos el silencio de un atardecer en la llanura o el reposo de la siesta pueblerina.
Quedamos agotadas, en silencio y abrazadas. El sol comenzaba a colarse entre las persianas. Me levanté a preparar el desayuno y lo llevé a la cama. Alexia ¿o Edgardo? dormía y los desperté. Entonces, entre tazas de café y tostadas con manteca y dulce de leche, me contó su historia.


Había comenzado, como la gran mayoría alrededor de los doce años. A escondidas sacaba a su madre vestidos, blusas y polleras y se las ponía cuando ella salía a hacer las compras. Pero lo que mas le atraía eran las prendas de lencería. Su mayor alegría por aquel entonces fue poder ponerse un corpiño y mirarse al espejo. Luego fue el turno de las combinaciones y las medias de nylon, todo le producía un cosquilleo en la piel que culminó casi sin darse cuenta en su primer eyaculación. Entonces, masturbarse se convirtió en su gimnasia preferida mientras soñaba con hombres, muchos hombres, grandes hombres de cuerpos atléticos y penes enormes que lo violaban repetidamente.
A los dieciséis salió con su primera novia, por que, aún indefinido, se sentía atraído también por las mujeres. Era una época de grandes dudas que lo acompañaron hasta mucho tiempo después. A los veintidós, casi sin darse cuenta estaba casado después de un fugaz noviazgo, y con su mujer embarazada. Adiós sueños de la niñez. Adiós fantasías con hombres. Estaba inmerso en el mundo de las responsabilidades patriarcales, de todo lo que la sociedad pretende de alguien que pretenda llamarse varón. Sin embargo siguió vistiendo con ropa femenina, esta vez la de su esposa.
Al año de matrimonio supo que ya no soportaba esa vida, que no podía sostener más tiempo su auto represión. Y comenzó con las aventuras, verdaderas aventuras. Conoció un hombre, luego otro, luego otro. Compartió decenas de camas, en ocasiones era el macho dominante, en otras una mujer insaciable que, cuando podía, hacía el amor vestida con un baby doll que había comprado y tenía escondido en un estante del armario de las herramientas.
A los dos años para lo único que compartía la cama con su esposa era para dormir. Ella no le reclamaba su obligación matrimonial y los siguientes siete años se soportaron en silencio.
Las circunstancias económicas lo obligaron a dejar su profesión de dibujante proyectista y buscar nuevos rumbos. Realizó toda clase de trabajos para poder llevar dinero al hogar. No se quejó. No quería ser un mal marido y un peor padre, a pesar de la falta de sexo. Pero el final llega inexorable. Su esposa le pidió que se fuera y un día dejó la casa para no volver salvo para ver a su hijo. Ella, que seguramente pensó que Edgardo jamás se atrevería a marcharse y podría mantenerlo dominado, manteniéndola, el resto de su vida, al ver su decisión  explotó en un ataque de ira. Amenazó con hacerle juicio por abandono de hogar, por la cuota alimentaria, por faltar a sus deberes conyugales, incluso lo tildó de homosexual, por puro despecho, sin sospechar que lo era en realidad. Y no faltó la advertencia de no dejarle ver a la criatura.
Acalló todo con dinero. La esposa no protestó más al ver que puntualmente le llegaba la cuota. Pero no olvidaba, solo ocultó su odio y sus recriminaciones  bajo un manto de silencio. Él se trasladó a una pequeña casa en Olivos heredada de sus padres. Y allí comenzó la historia de Alexia. Compró ropa, maquillaje, zapatos, lencería, pelucas. Ingresó a Internet para descubrir que su desvelo era compartido por miles de hombres, que era habitante de un mundo mucho más grande de lo que imaginaba, Concurrió a las reuniones de Crossdressing Buenos Aires. Se animó a salir a la calle y en la primera vez que pisó Casa Brandon una travesti a la que conocía intentó seducirla y huyó por obvias razones. Esa travesti era yo.


La ayudé a retocarse el maquillaje, a acomodarse la peluca y vestirse. Una vez que la observé detenidamente para comprobar si estaba en orden salimos, atravesando el patio del parral, hasta el garage a buscar su auto.
-¡Uy, es la primera vez que ando como Alexia bajo los rayos del sol!- Exclamó.
-¿Te vas a arreglar cuando llegues a tu casa?- Le pregunté preocupada.
-Si, a lo sumo los vecinos pensaran que tengo una mujer escondida-
Sentí que Alexia había dado un paso gigantesco de confianza en si misma.
-Llámame cuando llegues- Le rogué.
Asintió y arrancó el vehículo. Me quedé en la puerta hasta que la vi desaparecer en la siguiente esquina. Estuve intranquila esperando el sonido del teléfono el teléfono.
-Estoy bien. ¿Tomamos una cerveza esta tarde en Gandini?-
Acepté, esta vez me encontraría con Edgardo, comprendiendo que ya no podríamos estar muchas horas sin vernos. Sentados a una de las mesitas en la vereda, contemplando la Plaza, la Feria de Artesanos y la Iglesia de Olivos hablamos poco, ocuparon más tiempo las miradas sugestivas, sus gestos graciosos y las risas por cualquier motivo. El lunes en el estudio, apenas traspuso la puerta supe que podía adaptarme a verlo en ocasiones de varón y en ocasiones de mujer. De todas maneras intuía que dentro de ese cuerpo era Alexia la que pugnaba por salir a la vida de manera definitiva.



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