Inauguración y sorpresa
Tres
fines de semana seguidos Sabrina siguió insistiendo con el tema de mi posible
enamoramiento sin lograr ninguna respuesta. Y hubiera seguido así quién sabe
hasta cuando si no fuera por que otro asunto se convirtió en el centro de
nuestras conversaciones. Madame, después de un tiempo que le llevó
convencerlas, había conseguido un local en la Avenida Alvear, con accesible
pago de alquiler para que Sabrina y Rocío instalaran una peluquería en
Recoleta. Y siendo la palabra de Madame escuchada en muchas casas de personas
de buen nivel económico no tendrían problemas con la promoción ya que ella se
encargaría de hacerlas conocer.
En
un principio las peluqueras no estaban muy decididas por el cambio. Habituadas
a cortar el cabello en un barrio de Gran Buenos Aires, suponían que las
posibles clientas de la Capital serían mucho más exigentes y si no
correspondían a sus expectativas dejarían de concurrir. Pero Madame sabía que
eran hábiles en su oficio y conocía los gustos y las necesidades de aquellas
personas que trataba.
-Tenés
que hacernos la decoración- Me pidió Rocío. Y yo que ya había pensado esa
posibilidad les propuse que lo haría sin cobrarles mi trabajo procurando,
además, que trataría de minimizar los costos.
Imposibilitadas
de concurrir muy seguido para ver el avance de los trabajos debido a la demanda
que tenían en su local, Sabrina y Rocío habían dejado en mis manos todas las
decisiones. El diseño incluyó, además de las instalaciones, los muebles, el
logo y los uniformes. Madame encargó a una amiga tarjetas de promoción y las
repartió entre sus alumnas. En ocasiones Edgardo, en otras yo, pasábamos a
revisar los trabajos con más asiduidad que con otros clientes. Procuramos que
todo estuviera perfecto y trascurrido un mes estábamos listos para la
inauguración.
Yo
estaba orgullosa del resultado. Habíamos elegido una ambientación moderna con
muebles de líneas rectas, colores claros, muchos maceteros con plantas de
interior e iluminación por sectores dando un toque de intimidad en cada puesto
de trabajo para que las clientas se sintieran más cómodas con la sensación de
una atención personalizada. El piso era de mármol, la vidriera hacia la calle,
un gigantesco ventanal, fue ornado con cortinas de piso a techo de color
turquesa que combinado con el blanco de muros y muebles eran los que habíamos
escogido para la imagen de la peluquería. De turquesa y blanco eran también los
uniformes.
Madame
disfrutaba del evento como si de pronto tuviera veinte años menos. Andaba de
aquí para allá presentando a las socias con todas las personas que estaban
presentes y hasta su secretaria había abandonado su porte pedante para
abrazarse a Sabrina y Rocío a cada rato augurándoles suerte.
-Chicas,
chicas, yo siempre supe que ustedes iban a llegar lejos- Decía, olvidando que
cuando ambas estudiaban con Madame afirmaba que jamás iban a aprender buenos
modales.
-Para
mí que se pasó con el champagne- Me decía Sabrina al oído cada vez que la veía
acercarse.
Edgardo,
fiel a su espíritu detallista y organizador les explicaba a mis amigas como
había distribuido todos los accesorios dentro de los muebles. Ni Sabrina, ni
Rocío, en medio de su euforia lo asociaron con mi aparente cambio de ánimo
aunque no perdieron oportunidad de elogiarle su profesionalidad, su porte y su
simpatía.
Promediaba
el lunch cuando sonó el celular de Sabrina.
-Si,
si, estamos en plena inauguración- Dijo al contestar.
Por
su conversación supe que se trataba de Susan llamándola desde París para
felicitarlas.
-Está
por acá- Manifestó después de unos minutos e intuí que había preguntado por mí,
pero me ganó la cobardía y me escondí detrás de una columna para evitar
enfrentarla aunque fuera por teléfono. Si bien había superado la decepción
todavía no me sentía preparada para hablar con ella. Sabrina me buscó en vano y
finalmente le prometió que me trasmitiría sus saludos.
Estaba
aún en mi escondite cuando sentí una mano que me tomaba de la cintura y unos
labios que se posaban en mi mejilla.
-¿De
que huís preciosa?- Me susurró al oído mi tío Roberto, la última persona que
hubiera esperado encontrar en ese evento.
-¿Que
hacés acá?- Le pregunté.
-Sabía
que te iba a encontrar, las noticias corren, especialmente entre los maricas
como yo y un pajarito me contó que estabas detrás de esta inauguración-
Lo
abracé fuerte al punto que me tuvo que pedir que aflojara. Finalmente lo veía
después de aquella llamada el día que estaba contemplando la ciudad de Paris
desde lo alto de la torre Eiffel y me sentía culpable de no haber tratado de
ubicarlo en cuanto llegué de Europa.
-¿Susan?-
Me interrogó sin anestesia.
-No
me preguntes- Atiné a contestar.
-Te
pregunto aunque sé lo que pasó, solo lo quiero escuchar de tu boca-
-No
me tortures-
-No
te torturo, te estoy ayudando-
-Se
acabó, es todo. Ella es feliz con un hombre que espero que la quiera y no la
defraude-
-¿Que
es lo que se acabó?. Por que por lo que sé ustedes no fueron nunca una pareja,
simplemente eran amigas íntimas-
-Ese
fue mi error, creer que ella sabía que la amaba-
-Espero
que no te vuelva a suceder. De ahora en más debes decir lo que sientes aunque
temas las consecuencias-
Me
abrazó tiernamente y me dio un beso en la frente.
-Que
no te pase lo que a mí que siempre busco y nunca encuentro el amor- Agregó.
Madame,
que acertaba pasar cerca de nosotros se detuvo para mirarnos.
-¡Roberto!-
Exclamó, para mi asombro.
-¡Catalina!-
Dijo mi tío.
Me
dejó para abrazarla a ella. Se apretaron como si quisieran fundirse en uno y yo
los miraba sin comprender.
En
unos pocos minutos me enteré de sucesos que ignoraba totalmente. Primera
sorpresa: Madame se llamaba Catalina. Segunda sorpresa: Habían sido compañeros
en el colegio primario. Tercer sorpresa: En su juventud fingieron ser novios
para tranquilidad de los padres de Madame. ¿Madame lesbiana?. Si. Madame
lesbiana.
-Y
la tranquilidad de tus abuelos también- Agregó mi tío dirigiéndose a mi.
Ese
reencuentro tenía proporciones épicas. Hacía treinta años que no se veían y
como si quisieran recuperar el tiempo perdido no se separaron en todo el resto
de la fiesta.
-¿Todavía
andás necesitando un novio de mentirita?- Fue lo último que le oí decir a mi
tío mientras se alejaban. Y ella se reía como pocas veces la he visto reír.
La fuga y la niña
A
pesar de los consejos de tío Roberto mis dudas continuaban acerca de lo que
sentía con respecto a Edgardo. Me atormentaba el hecho de que él tampoco
mostraba intenciones de seducirme limitando nuestra relación a lo estrictamente
laboral. Yo soy una travesti muy atractiva como para que alguien sea inmune a
mis encantos y con solo desearlo no habría perdido ocasión de revolcarme en
camas ajenas muchas veces desde la vuelta de París. Oportunidades no me
faltaron.
Solía
pensar que tal vez lo amedrentaba con mi sensualidad y procuraba no ser
demasiado provocativa para animarlo, pero él parecía no notarlo. Incluso llegué
a suponer que se había dado cuenta de mi verdadera sexualidad y tal vez fuera
eso lo que lo alejaba de mi.
A
la semana siguiente de la inauguración de la Peluquería volvimos a las andadas
en Casa Brandon. Sabrina, Rocío, Jennifer, una nueva amiga del grupo, y yo
estábamos recostadas contra la barra observando a los que bailaban. Hoy tengo
que terminar en la cama con alguien, pensaba a cada rato. Y la vi. Una travesti
delicadamente sensual, enfundada en una musculosa roja, pañuelo rojo y azul
alrededor del cuello y minifalda de jean ajustadísima, el cabello largo hasta los
hombros, color castaño y unas piernas que no parecían nacer de sus redondos y
firmes glúteos sino desde el mismo cielo de tan largas que eran, culminando en
unas sandalias de taco de acrílico y cintas plateadas. Bailaba sola, moviéndose
con gracia y totalmente abstraída por la música.
Sabrina
sonrió al verme dejar el vaso en la barra y encaminarme hacia mi presa. Me
sentía un leona en la pradera acechando en silencio. Caminé lentamente apoyando
con decisión los tacos y fijando la mirada en el objeto de mi deseo. De pronto
ella me descubrió, abrió los ojos como platos, miró a ambos lados y comenzó a
alejarse. Huía de mí. Traté de apurar el paso pero la cantidad de gente me lo
impedía. Cuando llegue al sitio en donde la había visto ya no estaba. Mire en derredor
pero no la pude encontrar. Había desaparecido por completo.
-¿Que
pasó?- Me preguntaron las chicas cuando regresé a la barra.
No
supe que decirles pues yo misma lo ignoraba.
Estaba
demasiado excitada como para perderme otra oportunidad y terminé la noche en
casa de Jennifer. La niña Jennifer que con sus escasos dieciocho años aún vivía
con su padres que ignoraban que estaba haciendo sus primeras andanzas como
travesti.
Tuve
que esperar que se cambiara en el vestuario a ropas de varón pues por el momento
satisfacía sus desvelos femeninos como crossdresser. Preferí, a pesar del
riesgo que nos descubrieran, ser invitada antes que llevarla a mi casa, sobre
todo por que aún era una desconocida para mí. Entramos en silencio. Ella miró a
ambos lados de la calle mientras giraba muy lentamente la llave en la puerta.
Me quité los zapatos para no hacer ruido con los tacos y subimos por la
escalera de madera que crujía en cada paso que dábamos. A pesar de las
precauciones y cuando estábamos por entrar a su habitación escuchamos la voz de
su padre desde su dormitorio.
-¿Sos
vos Esteban?-
Nos
quedamos petrificados.
-Si
papá, todo bien-
-Bueno
acostate rápido que mañana temprano vienen los primos para hacer el asado-
-Si
papá-
Hicimos
el amor en silencio. Tuve contenerme para no gritar como una loba en celo
cuando eyaculé y no proferir todas las exclamaciones de placer que libero
cuando me penetran. Después supe que para Jennifer había sido la primera vez.
Lo confesó al adoptar la posición pasiva pidiéndome que no la hiciera doler.
Estaba eufórica. Me rogó que lo repitiéramos en otra ocasión cuando los padres
no estuvieran. Las chicas jóvenes me causan cierta prevención a causa de su
carácter inestable y la falta de experiencia por lo que no le contesté ni que
si ni que no. Cuando todavía no había amanecido salí de la casa con los zapatos
en la mano y temiendo encontrar a alguien en los pasillos. Los fuertes
ronquidos que se escuchaban en la habitación de los padres delataban que
estaban profundamente dormidos. Jennifer, vestida con un pijama de varón, me
acompañó hasta la puerta y me dio un sorpresivo beso en la boca mientras
estábamos en el porch. Si algún vecino nos vio lo ignoro, pero si así hubiera
sido seguramente quedó convencido de la masculinidad de Esteban, o sea
Jennifer. Las apariencias, siempre las apariencias.
Un mail
El
domingo, al regresar de mi habitual paseo en bicicleta, revisé los mail. Me
llamó la atención una dirección desconocida y estuve por eliminar el mensaje
pero luego me ganó la tentación y lo abrí. Era de Susan.
Hipnotizada
comencé a leerlo.
“Querida
amiga: Te escribo por que aún me da mucha vergüenza llamarte. El otro día le
pregunte por vos a Sabrina pero no pudo hallarte para poder hablar y me sentí
aliviada pues siento que me falta valor para escuchar tu voz. Con el tiempo he
comprendido todo lo que me dijiste cuando estábamos aquí en Paris. He estado
ciega pero ya no puedo remediar el mal que te hice. Nuestro error fue que cada
una de nosotras vio nuestra relación de diferente manera y jamás lo hablamos
dando todo por sobreentendido. No se como consolarte pero espero que hayas
superado todo esto. Pierre me trata como a una reina y estoy trabajando en Dior
como asesora de decoración. ¿Como está el Estudio? ¿Tienes mucho trabajo?
Sinceramente espero que nos podamos ver pronto. ¿Por que no te haces un
viajecito a París?
Un
beso para mi amiga del alma.
Susan”
Pensé
varias respuestas sin decidirme por ninguna. Incluso pensé en no contestarle.
Finalmente escribí:
“Estoy
bien. Un beso”. Y lo envié.
La segunda fuga misteriosa
Al
estar más cerca de los lugares en que habitualmente me desenvuelvo se me hizo
costumbre pasar a visitar a Sabrina y a Rocío en su nuevo local, para
intercambiar chismes y tomar unos mates en la trastienda, inclusive me convertí
en su clienta. En esos días me enteré que pretendieron comprar un departamento
en el centro para vivir junto a la madre de Sabrina pero la mujer no quería
mudarse de su barrio. Sentí cierta envidia al verlas pensando en su futuro
juntas. También me crucé varias veces con mi tío tomado del brazo con Madame o
me los encontré tomando el té en el Café de la Paix y hasta me he descubierto
pensando que Edgardo debía tener una pareja oculta por que si no era así no se
explicaba que me ignorara.
Volví
a Casa Brandon a bailar y tratar de hallar algún cuerpo de hombre o travesti
dispuesto a compartir una cama y volar aunque fuera un rato sabiendo que luego
del éxtasis me sentiría más desolada y de peor humor. Estaba parada, como de
costumbre, junto a la barra con mis amigas cuando volví a ver a la enigmática
travesti que se me había escapado anteriormente. Lucía un vestido rosa largo
hasta las rodillas y sandalias con plataforma negras. Movía las caderas con
sensualidad y no podía dejar de fijar mi mirada en esa parte de su anatomía. En
esta ocasión me coloque de manera de ir por detrás de ella. Cuando estaba a dos
pasos se me cruzó Yanina, que fuma todo el tiempo pero nunca tiene un
encendedor a mano.
-¿Me
das fuego?-
Le
encendí el cigarrillo. Cuando se corrió, mi presa había desaparecido.
Desesperada busqué a mi alrededor. La vi en el preciso momento en que retiraba
su abrigo y se escabullía por la puerta. Salí tras ella. La vereda estaba
vacía, un taxi que se alejaba era el único movimiento visible en la calle. Supe
que la había perdido de nuevo.
-¿Vamos
a mi casa?- Dijo una voz a mi lado. Me di vuelta. Era Jennifer.
-Hoy
no puedo- Le contesté de mala manera y sin demora corrí hacia mi auto dispuesta
a volver a casa.
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