El
regreso
Demoré tres días en acomodar lo que
había adquirido en París. El taxista que me trasladó del Aeropuerto hasta mi
casa no podía entender como me las había arreglado con las seis valijas que le
costó acomodar dentro del auto y estuvo muy amable ayudándome a entrarlas hasta
la sala de estar. El principal problema era hacer lugar en el placard, bastante
lleno de por sí, para la ropa y los zapatos. Sacaba algunas prendas con la
intención de deshacerme de ellas, las colocaba sobre la cama o las desparramaba
por la alfombra, guardaba las nuevas y al terminar de ordenar me arrepentía de
mi idea y decidida a conservar todo volvía a empezar.
La
furia compradora me había asaltado los últimos días de nuestra estadía, cuando
todavía no aceptaba que Susan me hubiera dejado por un hombre tomando la
decisión de quedarse a vivir en la capital de Francia y yo compensaba la
carencia de afecto con esa compulsión incontrolable recorriendo las Galerías
Lafayette de arriba a abajo. Entraba en todos los locales y mi desenfreno era
tal que, ya en Buenos Aires, descubrí que tenía tres pares de zapatos, dos
polleras y tres vestidos iguales. Probablemente jamás llegaré a usar muchas de
las prendas pero atesorarlas me producía cierta sensación de egoísmo que, como
se sabe, es la base de la felicidad.
En
ese lapso de tiempo posterior a mi regreso no aparecí por el Estudio y ni
siquiera levanté los mensajes del contestador. Mis clientes aún ignoraban que
había vuelto y prefería no ser molestada. Cuando concluí con el orden dejando
el placard a punto de estallar a pesar de sus generosas dimensiones que ocupan
toda una pared de mi dormitorio de piso a techo, me desplomé en un sillón
decidida a tomarme otro día para descansar.
Debido
a los sucesos en París era inevitable que Sabrina y Rocío, preocupadas por mi
estado de ánimo, me llamaran por teléfono para invitarme a tomar unos mates.
Les dije que estaba bien pero agotada, por lo tanto no pensaba salir ni
siquiera a la esquina. Ese argumento fue suficiente para tenerlas, dos horas
después, tocando el timbre y cargadas con un paquete de facturas. Aunque en
menor proporción, habían comprado algunas prendas mientras me acompañaban en mi
loca carrera consumista y las estaban estrenando. Durante la charla supe que la
madre de Sabrina también se paseaba orgullosa por el barrio luciendo las que le
había comprado su hija.
Madame
Courtesie me telefoneó tratando de obligarme perentoriamente a tomar un té en
su departamento de Recoleta. Accedí a su pedido una semana después. La mujer
sentía que era necesario rodearme de cariño dadas las circunstancias, aunque en
verdad, ya estaba saliendo del pozo en que me había dejado el abandono de mi ex
compañera. Siempre supe que soy bastante fuerte para sobrellevar las
contrariedades y si bien caigo rápido me levanto con igual prontitud. Esta era
una de tantas, tal vez la peor de todas, pienso recordando el momento en que me
despidieron del trabajo por no acceder a los requerimientos sexuales de mi jefe
o cuando mis padres se fueron a España sin siquiera despedirse. Renovadas mis
fuerzas, al quinto día me arreglé debidamente, estrené pollera, blusa y zapatos
traídos de París y me fui al Estudio dispuesta a retomar el trabajo.
Vuelta al trabajo
Revisando
las tareas pendientes que habíamos dejado a medio hacer al partir comprendí que
sería demasiado para una sola persona. Mi preocupación creció en cuanto comencé
a ponerme en contacto con los clientes. Todos estaban apurados. Quien más,
quien menos, tenían fechas acuciantes en las que pretendían inaugurar las
reformas en sus viviendas o en sus negocios. Era evidente que si quería pasarme
el tiempo añorando a Susan no lo podría hacer debido al cúmulo de actividad que
tenía frente a mí.
Reuniones
con clientes, con proveedores, pasarme horas frente a la computadora diseñando
con el Autocad o sobre el tablero de dibujo por que me gusta, como cuando
estudiaba, sentir el lápiz en la mano, llamados telefónicos, discusiones,
cambios de planes, atrasos en las entregas, más llamados telefónicos, fueron
una constante varias semanas. Contrariamente a mi costumbre trabajé también los
sábados y cuando llegaba la noche, a pesar del barullo que tenía en la cabeza y
las piernas flojas, me reunía con Sabrina y Rocío que no dejaban de insistirme
para que las acompañara a las habituales salidas para ver cine o teatro y luego
a Angel´s o a Casa Brandon a bailar.
En
esos encuentros noté que mantenían cierta distancia entre ellas, lo que me hizo
sospechar con cierta angustia que las cosas no andaban bien en la pareja.
Después de haberlas visto besándose apasionadamente en un momento en que
creyeron que no las observaba imaginé por que lo hacían y se los hice saber. Al
saberse descubiertas se sinceraron. Sentían cierto recato por demostrarse su
amor frente a mí con el temor de lastimarme. Fui clara con ellas. Mi mayor
felicidad era saber que se amaban y las insté a no dejar de hacerlo solo por
que estuvieran conmigo, aunque debo reconocer que a veces me sentía,
acompañándolas, como el niño que mandan a vigilar a su hermanita para que no
haga cosas impropias con el novio.
Incluso
les agradecí fue que no me ocultaron que mantenían contacto telefónico con
Susan. Preferí que me lo dijeran ellas directamente a saberlo por algún desliz
involuntario en la conversación o por otras personas.
Opiniones diversas
El
domingo me levantaba tarde. No por que me quedara precisamente durmiendo. La
mayoría de las veces me despertaba temprano, preparaba un abundante desayuno,
acomodándolo en una bandeja lo llevaba a la cama y me complacía en consumirlo
mientras transcurría el tiempo viendo alguna película, un documental o
simplemente haciendo zapping por todos los canales del cable. Era un momento en
que me sentía totalmente relajada. Luego, cerca del mediodía salía con la
bicicleta, obsesionada por sumar kilómetros pedaleaba hasta que el sol caía,
deteniéndome en algún sitio para leer o beber una cerveza y regresaba cansada
pero satisfecha. Invariablemente me encontraba en el contestador con una
llamado de Madame. Le retribuía su atención sobre todo para dejarla tranquila
pues era su temor que la depresión de los domingos por la tarde acabara
conmigo. Pero yo no tenía tiempo de deprimirme pues solo pensar sobre cuanto
tenía que hacer al día siguiente ya ocupaba mi mente e incluso la desbordaba.
Que
no abandonara las salidas de los sábados dejaba a Sabrina y a Rocío la
tranquilidad de que estaba superando mi situación sentimental pero se
preocuparon seriamente cuando me propusieron ir a la Marcha del Orgullo Gay,
como lo habíamos hecho desde varios años atrás, y les dije que no me
interesaba.
-Pero
muñeca, ¿como nos vamos a perder de esto?- Me insistía Sabrina
-Si,
pongámonos hechas unas locas y salgamos a mostrarnos- Agregaba Rocío.
Me
costó hacerles entender que no era por que ya no estaba Susan con nosotras. En
los últimos tiempos había comenzado a adquirir la conciencia de que era
innecesaria esa demostración. Me sentía una mujer, no un bicho raro para
exposición. Si era travesti, si era homosexual o lo que fuera, se trataba de
algo que vivía en mi interior y salir a la calle a manifestar no iba agregar
nada a mi condición. Además me estaba cansando cierto discurso intolerante de
las militancias de la comunidad que como todas las militancias se mimetizaba
con las formas de aquellos contra quienes combatían, algo que ya había
observado en los movimientos políticos llamados populistas y que me negaba a
admitir en los de diferente tendencia sexual. En ocasiones notaba que quienes
nos representaban frente a los medios no se expresaban con seriedad y firmeza
ingresando prontamente en el juego del entrevistador al que solo le interesaban
detalles escabrosos o divertidos. Me molestaba incluso notar gestos de
discriminación entre las diferentes tendencias sexuales o por la situación
social y la edad, cuando en realidad todos aquellos que no pertenecemos al
grupo mayoritario heterosexual deberíamos presentar un frente común para los
justos reclamos contra la homofobia y por los derechos sociales. Creía que se
podían hacer muchas cosas por quienes padecen la presión de aquellos que se
llaman normales sin necesidad de concurrir a las Marchas.
-Puede
que sirvan para quienes marchan, pero miren al otro día los noticieros y van a
notar que los periodistas tratan el tema con sorna y solamente muestran algunas
travestis medio en bolas y lo verdadero, los discursos, los pedidos de nuevas
leyes, las protestas contra la homofobia y la discriminación, pasa
desapercibido- Les dije concluyendo mi opinión.
Ellas
escucharon mis puntos de vista respetuosamente pero igualmente fueron. No
pretendía convencerlas. Nuestra amistad está por encima de las diferencias de
criterio y no dejé de compartir con ellas el tradicional encuentro posterior a
la Marcha en una pizzería de la Avenida Cabildo.
El nuevo socio
Había
pasado un mes desde que recomenzara en el Estudio cuando decidí que no podía
seguir en ese ritmo enloquecedor y debía buscar un empleado para llevar
adelante el trabajo pendiente. En un principio, siendo consecuente con mi deseo
de ayudar a otras travestis que no pueden conseguir trabajo, busqué entre todas
las conocidas, las de Sabrina y Rocío y las que concurrían a bailar los sábados
en Casa Brandon. Algunas desconfiaban de mi inusual ofrecimiento, otras no
tenían ni la mas mínima idea sobre decoración, varias ya tenían una actividad y
no faltaron las que declinaron argumentando que salvo la prostitución no sabían
hacer otra cosa. Finalmente, opté por publicar un aviso en el diario poniendo
la condición de que el postulante fuera de sexo masculino. No me interesa que
me comprendan las feministas pero no puedo evitar sentirme incómoda de solo
pensar en trabajar con una mujer, por su propensión a ser avasallantes,
demandantes y autoritarias.
Como
si no tuviera tantas tareas que hacer, debí realizar una gran cantidad de
entrevistas. Si hubiera tenido esta convocatoria para buscar un amante me
hubiera sentido en la gloria. Para complicar la situación no tenía experiencia
y temía equivocarme en la elección de la persona sumado a que la falta de
tiempo me obligaba a hacerlas lo más rápido posible sin poder evaluar
debidamente a los interesados. Solamente unas pocas preguntas, pedirles el
currículum y la promesa de llamarlo en caso de aceptarlos, en tanto hacía una
marcas, que yo sola entendía, al lado de su nombre indicando la impresión que
me habían causado. Los que descartaba inmediatamente eran aquellos que por
alguna frase suelta descubrían su condición de homofóbicos. A nadie le decía
que soy travesti pero estoy segura que algunos lo intuyeron, sobre todo
aquellos que habiéndome visto al pasar,
desaparecían de la sala de espera antes de haberlos interrogado.
Continuaba
con mi indecisión cuando se presentó Edgardo. Buena pinta el hombre, pensé
mientras lo invitaba a sentarse. Alto, un metro ochenta quizá, delgado,
morocho, cabello negro, nariz recta, boca pequeña, cara redonda, pómulos
imperceptibles y ojos marrones enmarcados por unas abundantes y largas
pestañas, elegante en el vestir, combinaba, como pocos, el color del cinturón
con los zapatos y las medias con la camisa. Mi primera apreciación, confirmada
luego, era que andaba por los treinta y dos o treinta y tres años.
Fue
sincero. Me confesó que a pesar de una larga experiencia como diseñador de
muebles y accesorios de decoración hacía mucho tiempo que no trabajaba en ello
y no tenía ni la más mínima idea de diseño por computación.
-No
importa, se aprende rápido- Dije convencida que era la persona indicada. Y como
iluminada por los hados de la buenaventura, no lo pensé más.
-El
trabajo es suyo, ¿cuando puede empezar?-
-Ya
mismo- Contestó y yo respiré aliviada.
Edgardo
era eficiente, ordenado y meticuloso. Justo lo que necesitaba dada mi
propensión al desorden. Aprendió rápidamente a usar el Autocad gracias a mis
enseñanzas y no tenía problemas en quedarse hasta tarde practicando con la
computadora. Era visible que en cierta forma había revivido volviendo a
trabajar en aquello que era su vocación después de verse obligado por
necesidad, a realizar tareas alienantes y sin creatividad. A lo pocos días supe
que se había separado un año antes, después de nueve de matrimonio, tenía un
hijo y ninguna probabilidad de otra mujer a la vista.
Además
de ser un excelente empleado debo confesar que me atraía. En ocasiones, cuando
no lo notaba, me quedaba extasiada mirándolo mientras estaba concentrado en su
trabajo, pero era todo un heterosexual y no osaba avanzar sobre él con alguna
insinuación. No solo temía colocarlo en una posición incómoda sino que muy
probablemente podía estropear nuestra maravillosa relación laboral.
Relación
que cambió imprevistamente para él, una mañana cuando apenas llegada a la
oficina le dije que estaba tan satisfecha con su desenvolvimiento que le
proponía ser mi socio en lugar de subalterno. Me miró como si sospechara alguna
broma de mi parte pero al darse cuenta que hablaba en serio, visiblemente
emocionado, además de agradecerme el ofrecimiento comentó que no estaba en
condiciones de poner ningún capital.
-El
capital sos vos y no solo por tu habilidad sino por tu dedicación, así que
fijemos porcentajes y asunto terminado- Concluí.
En
las conversaciones mundanas que manteníamos por las tardes compartiendo un café
descubrí que tenía un pensamiento amplio sobre la homosexualidad. Ignoraba si
él había adivinado mi condición. Siendo así al menos lo disimulaba muy bien o
no le importaba.
Si
se había operado en mí algún cambio de ánimo yo misma lo ignoraba y mucho más
si ese cambio era visible para los demás. Lo supe cuando, una noche en Casa
Brandon Sabrina me interrogó.
-¿Quien
es él o la afortunada?-
La
miré sin entender.
-Dale,
muñeca, que se te nota que estás enamorada-
-¿Yo?
¡no!-
-Mirá,
reina, que a mi no me engañas- Insistió.
De
nada valieron mis negativas. A Sabrina cuando se le pone algo en la cabeza es
imposible quitárselo. Así que la dejé con la duda por que ni yo misma sabía lo
que me pasaba. Rocío, en cambio, ni hablaba. Se limitaba a mirarme con esos
ojos tan expresivos y sonreía con una sonrisa cómplice.
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