Tuesday, July 11, 2017

Vidas al descubierto. Capitulos 1,2,3 y 4

El regreso

Demoré tres días en acomodar lo que había adquirido en París. El taxista que me trasladó del Aeropuerto hasta mi casa no podía entender como me las había arreglado con las seis valijas que le costó acomodar dentro del auto y estuvo muy amable ayudándome a entrarlas hasta la sala de estar. El principal problema era hacer lugar en el placard, bastante lleno de por sí, para la ropa y los zapatos. Sacaba algunas prendas con la intención de deshacerme de ellas, las colocaba sobre la cama o las desparramaba por la alfombra, guardaba las nuevas y al terminar de ordenar me arrepentía de mi idea y decidida a conservar todo volvía a empezar.
La furia compradora me había asaltado los últimos días de nuestra estadía, cuando todavía no aceptaba que Susan me hubiera dejado por un hombre tomando la decisión de quedarse a vivir en la capital de Francia y yo compensaba la carencia de afecto con esa compulsión incontrolable recorriendo las Galerías Lafayette de arriba a abajo. Entraba en todos los locales y mi desenfreno era tal que, ya en Buenos Aires, descubrí que tenía tres pares de zapatos, dos polleras y tres vestidos iguales. Probablemente jamás llegaré a usar muchas de las prendas pero atesorarlas me producía cierta sensación de egoísmo que, como se sabe, es la base de la felicidad.
En ese lapso de tiempo posterior a mi regreso no aparecí por el Estudio y ni siquiera levanté los mensajes del contestador. Mis clientes aún ignoraban que había vuelto y prefería no ser molestada. Cuando concluí con el orden dejando el placard a punto de estallar a pesar de sus generosas dimensiones que ocupan toda una pared de mi dormitorio de piso a techo, me desplomé en un sillón decidida a tomarme otro día para descansar.
Debido a los sucesos en París era inevitable que Sabrina y Rocío, preocupadas por mi estado de ánimo, me llamaran por teléfono para invitarme a tomar unos mates. Les dije que estaba bien pero agotada, por lo tanto no pensaba salir ni siquiera a la esquina. Ese argumento fue suficiente para tenerlas, dos horas después, tocando el timbre y cargadas con un paquete de facturas. Aunque en menor proporción, habían comprado algunas prendas mientras me acompañaban en mi loca carrera consumista y las estaban estrenando. Durante la charla supe que la madre de Sabrina también se paseaba orgullosa por el barrio luciendo las que le había comprado su hija.
Madame Courtesie me telefoneó tratando de obligarme perentoriamente a tomar un té en su departamento de Recoleta. Accedí a su pedido una semana después. La mujer sentía que era necesario rodearme de cariño dadas las circunstancias, aunque en verdad, ya estaba saliendo del pozo en que me había dejado el abandono de mi ex compañera. Siempre supe que soy bastante fuerte para sobrellevar las contrariedades y si bien caigo rápido me levanto con igual prontitud. Esta era una de tantas, tal vez la peor de todas, pienso recordando el momento en que me despidieron del trabajo por no acceder a los requerimientos sexuales de mi jefe o cuando mis padres se fueron a España sin siquiera despedirse. Renovadas mis fuerzas, al quinto día me arreglé debidamente, estrené pollera, blusa y zapatos traídos de París y me fui al Estudio dispuesta a retomar el trabajo.



Vuelta al trabajo

Revisando las tareas pendientes que habíamos dejado a medio hacer al partir comprendí que sería demasiado para una sola persona. Mi preocupación creció en cuanto comencé a ponerme en contacto con los clientes. Todos estaban apurados. Quien más, quien menos, tenían fechas acuciantes en las que pretendían inaugurar las reformas en sus viviendas o en sus negocios. Era evidente que si quería pasarme el tiempo añorando a Susan no lo podría hacer debido al cúmulo de actividad que tenía frente a mí.
Reuniones con clientes, con proveedores, pasarme horas frente a la computadora diseñando con el Autocad o sobre el tablero de dibujo por que me gusta, como cuando estudiaba, sentir el lápiz en la mano, llamados telefónicos, discusiones, cambios de planes, atrasos en las entregas, más llamados telefónicos, fueron una constante varias semanas. Contrariamente a mi costumbre trabajé también los sábados y cuando llegaba la noche, a pesar del barullo que tenía en la cabeza y las piernas flojas, me reunía con Sabrina y Rocío que no dejaban de insistirme para que las acompañara a las habituales salidas para ver cine o teatro y luego a Angel´s o a Casa Brandon a bailar.
En esos encuentros noté que mantenían cierta distancia entre ellas, lo que me hizo sospechar con cierta angustia que las cosas no andaban bien en la pareja. Después de haberlas visto besándose apasionadamente en un momento en que creyeron que no las observaba imaginé por que lo hacían y se los hice saber. Al saberse descubiertas se sinceraron. Sentían cierto recato por demostrarse su amor frente a mí con el temor de lastimarme. Fui clara con ellas. Mi mayor felicidad era saber que se amaban y las insté a no dejar de hacerlo solo por que estuvieran conmigo, aunque debo reconocer que a veces me sentía, acompañándolas, como el niño que mandan a vigilar a su hermanita para que no haga cosas impropias con el novio.
Incluso les agradecí fue que no me ocultaron que mantenían contacto telefónico con Susan. Preferí que me lo dijeran ellas directamente a saberlo por algún desliz involuntario en la conversación o por otras personas.



Opiniones diversas

El domingo me levantaba tarde. No por que me quedara precisamente durmiendo. La mayoría de las veces me despertaba temprano, preparaba un abundante desayuno, acomodándolo en una bandeja lo llevaba a la cama y me complacía en consumirlo mientras transcurría el tiempo viendo alguna película, un documental o simplemente haciendo zapping por todos los canales del cable. Era un momento en que me sentía totalmente relajada. Luego, cerca del mediodía salía con la bicicleta, obsesionada por sumar kilómetros pedaleaba hasta que el sol caía, deteniéndome en algún sitio para leer o beber una cerveza y regresaba cansada pero satisfecha. Invariablemente me encontraba en el contestador con una llamado de Madame. Le retribuía su atención sobre todo para dejarla tranquila pues era su temor que la depresión de los domingos por la tarde acabara conmigo. Pero yo no tenía tiempo de deprimirme pues solo pensar sobre cuanto tenía que hacer al día siguiente ya ocupaba mi mente e incluso la desbordaba.
Que no abandonara las salidas de los sábados dejaba a Sabrina y a Rocío la tranquilidad de que estaba superando mi situación sentimental pero se preocuparon seriamente cuando me propusieron ir a la Marcha del Orgullo Gay, como lo habíamos hecho desde varios años atrás, y les dije que no me interesaba.
-Pero muñeca, ¿como nos vamos a perder de esto?- Me insistía Sabrina
-Si, pongámonos hechas unas locas y salgamos a mostrarnos- Agregaba Rocío.
Me costó hacerles entender que no era por que ya no estaba Susan con nosotras. En los últimos tiempos había comenzado a adquirir la conciencia de que era innecesaria esa demostración. Me sentía una mujer, no un bicho raro para exposición. Si era travesti, si era homosexual o lo que fuera, se trataba de algo que vivía en mi interior y salir a la calle a manifestar no iba agregar nada a mi condición. Además me estaba cansando cierto discurso intolerante de las militancias de la comunidad que como todas las militancias se mimetizaba con las formas de aquellos contra quienes combatían, algo que ya había observado en los movimientos políticos llamados populistas y que me negaba a admitir en los de diferente tendencia sexual. En ocasiones notaba que quienes nos representaban frente a los medios no se expresaban con seriedad y firmeza ingresando prontamente en el juego del entrevistador al que solo le interesaban detalles escabrosos o divertidos. Me molestaba incluso notar gestos de discriminación entre las diferentes tendencias sexuales o por la situación social y la edad, cuando en realidad todos aquellos que no pertenecemos al grupo mayoritario heterosexual deberíamos presentar un frente común para los justos reclamos contra la homofobia y por los derechos sociales. Creía que se podían hacer muchas cosas por quienes padecen la presión de aquellos que se llaman normales sin necesidad de concurrir a las Marchas.
-Puede que sirvan para quienes marchan, pero miren al otro día los noticieros y van a notar que los periodistas tratan el tema con sorna y solamente muestran algunas travestis medio en bolas y lo verdadero, los discursos, los pedidos de nuevas leyes, las protestas contra la homofobia y la discriminación, pasa desapercibido- Les dije concluyendo mi opinión.
Ellas escucharon mis puntos de vista respetuosamente pero igualmente fueron. No pretendía convencerlas. Nuestra amistad está por encima de las diferencias de criterio y no dejé de compartir con ellas el tradicional encuentro posterior a la Marcha en una pizzería de la Avenida Cabildo.



El nuevo socio

Había pasado un mes desde que recomenzara en el Estudio cuando decidí que no podía seguir en ese ritmo enloquecedor y debía buscar un empleado para llevar adelante el trabajo pendiente. En un principio, siendo consecuente con mi deseo de ayudar a otras travestis que no pueden conseguir trabajo, busqué entre todas las conocidas, las de Sabrina y Rocío y las que concurrían a bailar los sábados en Casa Brandon. Algunas desconfiaban de mi inusual ofrecimiento, otras no tenían ni la mas mínima idea sobre decoración, varias ya tenían una actividad y no faltaron las que declinaron argumentando que salvo la prostitución no sabían hacer otra cosa. Finalmente, opté por publicar un aviso en el diario poniendo la condición de que el postulante fuera de sexo masculino. No me interesa que me comprendan las feministas pero no puedo evitar sentirme incómoda de solo pensar en trabajar con una mujer, por su propensión a ser avasallantes, demandantes y autoritarias.
Como si no tuviera tantas tareas que hacer, debí realizar una gran cantidad de entrevistas. Si hubiera tenido esta convocatoria para buscar un amante me hubiera sentido en la gloria. Para complicar la situación no tenía experiencia y temía equivocarme en la elección de la persona sumado a que la falta de tiempo me obligaba a hacerlas lo más rápido posible sin poder evaluar debidamente a los interesados. Solamente unas pocas preguntas, pedirles el currículum y la promesa de llamarlo en caso de aceptarlos, en tanto hacía una marcas, que yo sola entendía, al lado de su nombre indicando la impresión que me habían causado. Los que descartaba inmediatamente eran aquellos que por alguna frase suelta descubrían su condición de homofóbicos. A nadie le decía que soy travesti pero estoy segura que algunos lo intuyeron, sobre todo aquellos que habiéndome visto al pasar,  desaparecían de la sala de espera antes de haberlos interrogado.
Continuaba con mi indecisión cuando se presentó Edgardo. Buena pinta el hombre, pensé mientras lo invitaba a sentarse. Alto, un metro ochenta quizá, delgado, morocho, cabello negro, nariz recta, boca pequeña, cara redonda, pómulos imperceptibles y ojos marrones enmarcados por unas abundantes y largas pestañas, elegante en el vestir, combinaba, como pocos, el color del cinturón con los zapatos y las medias con la camisa. Mi primera apreciación, confirmada luego, era que andaba por los treinta y dos o treinta y tres años.
Fue sincero. Me confesó que a pesar de una larga experiencia como diseñador de muebles y accesorios de decoración hacía mucho tiempo que no trabajaba en ello y no tenía ni la más mínima idea de diseño por computación.
-No importa, se aprende rápido- Dije convencida que era la persona indicada. Y como iluminada por los hados de la buenaventura, no lo pensé más.
-El trabajo es suyo, ¿cuando puede empezar?-
-Ya mismo- Contestó y yo respiré aliviada.
Edgardo era eficiente, ordenado y meticuloso. Justo lo que necesitaba dada mi propensión al desorden. Aprendió rápidamente a usar el Autocad gracias a mis enseñanzas y no tenía problemas en quedarse hasta tarde practicando con la computadora. Era visible que en cierta forma había revivido volviendo a trabajar en aquello que era su vocación después de verse obligado por necesidad, a realizar tareas alienantes y sin creatividad. A lo pocos días supe que se había separado un año antes, después de nueve de matrimonio, tenía un hijo y ninguna probabilidad de otra mujer a la vista.
Además de ser un excelente empleado debo confesar que me atraía. En ocasiones, cuando no lo notaba, me quedaba extasiada mirándolo mientras estaba concentrado en su trabajo, pero era todo un heterosexual y no osaba avanzar sobre él con alguna insinuación. No solo temía colocarlo en una posición incómoda sino que muy probablemente podía estropear nuestra maravillosa relación laboral.
Relación que cambió imprevistamente para él, una mañana cuando apenas llegada a la oficina le dije que estaba tan satisfecha con su desenvolvimiento que le proponía ser mi socio en lugar de subalterno. Me miró como si sospechara alguna broma de mi parte pero al darse cuenta que hablaba en serio, visiblemente emocionado, además de agradecerme el ofrecimiento comentó que no estaba en condiciones de poner ningún capital.
-El capital sos vos y no solo por tu habilidad sino por tu dedicación, así que fijemos porcentajes y asunto terminado- Concluí.
En las conversaciones mundanas que manteníamos por las tardes compartiendo un café descubrí que tenía un pensamiento amplio sobre la homosexualidad. Ignoraba si él había adivinado mi condición. Siendo así al menos lo disimulaba muy bien o no le importaba.
Si se había operado en mí algún cambio de ánimo yo misma lo ignoraba y mucho más si ese cambio era visible para los demás. Lo supe cuando, una noche en Casa Brandon Sabrina me interrogó.
-¿Quien es él o la afortunada?-
La miré sin entender.
-Dale, muñeca, que se te nota que estás enamorada-
-¿Yo? ¡no!-
-Mirá, reina, que a mi no me engañas- Insistió.
De nada valieron mis negativas. A Sabrina cuando se le pone algo en la cabeza es imposible quitárselo. Así que la dejé con la duda por que ni yo misma sabía lo que me pasaba. Rocío, en cambio, ni hablaba. Se limitaba a mirarme con esos ojos tan expresivos y sonreía con una sonrisa cómplice.




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