Saturday, July 22, 2017

Familias particulares. (Tercera parte de Llueve en Paris) Capitulos 1, 2, 3, 4, 5 y 6

Susan es una sorpresa

A los dos días de su estadía en Buenos Aires y de la fiesta en mi casa, Susan y Pierre habían cambiado de alojamiento. Del Sheraton al Axel, el hotel de la calle Venezuela promocionado por las guías de turismo de Buenos Aires para la comunidad gay. Alexia y yo, en ese lapso tratábamos de juntar ánimo para ir al estudio pero nos pasábamos teniendo sexo en cualquier sitio que se nos ocurría, como unos personajes de Cien años de Soledad cuyo nombre no recuerdo ahora. Sabrina y Rocío intentaban igualmente volver a su peluquería, Madame y tío Roberto se habían ido a Mykonos de luna de miel tras una despedida que alteró la calma del Aeropuerto, como siempre que pasamos por allí.
La vuelta a la rutina estuvo matizada con la presencia de la parejita de Susan y Pierre que intentaba disfrutar de Buenos Aires tratando de recorrer la mayor cantidad de sitios de entretenimiento posibles y excursiones al Tigre o San Isidro. Afortunadamente para nuestro reposo hicieron la clásica vuelta por Bariloche y las Cataratas del Iguazú, pero el resto de las noches nos arrastraron por Angel´s, Casa Brandon y Milonga Tango Queer entre otros lugares.
Pierre estaba tan entusiasmado por aprender a bailar y escuchar tango que parecía incansable. Susan lo seguía en su locura. Sabrina y Rocío intentaron algunos pasos con bastante habilidad. Alexia y yo éramos dos marionetas sin hilos, pero a pesar de nuestra incapacidad disfrutamos las clases sobre todo cuando bailábamos juntas y nos tomábamos sensualmente por la cintura.
Cuando Susan me contó que se habían alojado en el Axel le pregunté, curiosa, si había sido idea suya o de Pierre-
-De Pierre, ¿Por?- Me preguntó a su vez.
-¿No estará buscando alguna aventura por ahí?, Supongo- Le dije sin pensarlo.
-¡Ah, si!- Aseveró Susan para mi asombro
-¡No me digas que te engaña y vos lo sabes!-
-No, querida, sí, lo sé y por eso no me engaña-
Evidentemente vivo una vida de sorpresas. Susan me contó que en ocasiones Pierre suele darse vuelta y buscar un hombre para satisfacer sus necesidades.
-¿Por que no con vos?- Inquirí.
-Por que no lo quiero privar del placer de la aventura, además lo que él busca en esas ocasiones es un hombre fuerte que lo someta-
-¿Y vos, le sos fiel?-
-Si, ¿Por que no?-
Juro que me dejó perpleja.
Tan perpleja como cuando Alexia y yo pasamos a buscarlos por el hotel la primera vez. En cuanto entramos al lobby nos dimos cuenta que éramos las dos únicas travestís en medio de una marea de hombres de músculos formados, sungas diminutas, más que nuestras tangas, bultos prominentes, cabellos rubios y ojos celestes que delataban su origen de tierras del norte.
Entretenidos en sus poses seductoras e intercambio de miradas sugerentes nos ignoraron totalmente a pesar de nuestras musculosas que dejaban ver la mitad de los senos y las minifaldas de jean tan cortas que un centímetro menos sería indecoroso. En el deck de la pileta tomaban tragos largos, se colocaban crema bronceadora y reían cómplices. Nosotras los mirábamos y hubiéramos permanecido fuera de su foco de atención si no fuera por que Alexia, tan solo para provocar, me tomó de la cintura dándome un beso en la boca. Todos los ojos celestes convergieron en nosotras.
-¿What?- Dijo Alexia desafiante con el clásico gesto unir las puntas de los dedos puestos hacia arriba.
No pude evitar la tentación de la risa. Ellos de inmediato volvieron a lo que estaban haciendo como avergonzados, salvo un negro descomunal, alto, con el cráneo totalmente rasurado, de piel brillante y oscura como el ébano, con su miembro queriendo escapar de la pequeña prenda que la contenía, que con su vaso lleno de una bebida color rosa que no pude discernir de que se trataba, se acercó a nosotras.
-¿Come va vocé?- Preguntó.
-Tudo bem, brincadeira- Le contesté imaginando mil fantasías.
-¡Ah!- Exclamó. Y cuando creí que se iba a tirar un lance con alguna de nosotras siguió camino hacia la barra sin inmutarse.
-Ilusas- Dijo una voz conocida detrás de mi. Era Susan que agregó
-Si piensan levantarse un hombre por aquí están perdidas. Estos mueren por músculos fuertes y no por gatitas pasivas-
Pierre llegó tras ella y entregó la llave de la habitación. Como un último acto saludamos al grupo de muchachos con un estentóreo.
-¡Good bye, guys!- Que debido a nuestro pésimo ingles lo habrán entendido como cada uno pudo o quiso.
Mientras salíamos le pregunté a Susan al oído.
-¿Alguno de estos es la aventura de Pierre?-
-Ajá, el negro que pasó a tu lado- Contestó ella impertérrita.
-No se priva de nada tu Pierre- Dije riendo y se me ocurrió una idea -¿Y no lo comparte con vos?-
-¿Estás loca? Ese negro ni se fijaría en mí y además no es mi tipo-
El único momento de su estadía que generó cierta tensión fue cuando Pierre dijo que quería pasar por Palermo para ver a las travestís ofreciendo su servicio sexual.
-Yo no las acompaño- Dijo Rocío que no deseaba recordar su amarga experiencia callejera. Sabrina se solidarizó con ella. Alexia opinó que si fuera una travestida ofreciéndose seguramente se sentiría mal de saber que la van a ver como si fuera un animal en el zoológico. Yo, que en esa ocasión los llevaba en mi Torino cupé de reciente adquisición, pues el amor por la velocidad es mi costado masculino, detuve el auto en la Avenida y les dije a Susan y Pierre.
-Si quieren vayan ustedes, yo he ido muchas veces a ver a las chicas cuando tengo un trabajo para ofrecerles, se que no es suficiente lo que puedo ayudarlas, pero no quiero ir a verlas por que si -
Se hizo un silencio incómodo durante varios segundos hasta que habló Pierre.
-¿Si le pago a alguna aunque sea por solo mirar, estará bien?-
-¡Si!- Contestamos casi a coro.
Pierre bajó del auto y se perdió en las sombras. Susan dudó en seguirlo pero finalmente corrió tras él.
-Mejor que lo acompañe por que se puede perder- Arguyó.
La noche estaba calurosa y salimos del auto. Una travestí que pasaba a su lugar de trabajo nos saludó.
-Hola, ¿Son nuevas?-
Nos dio vergüenza decirle por que estábamos allí.
-Si, ya vamos, es que cuesta empezar- Contestó rápidamente Alexia.
-Las entiendo- Dijo la travestí mientras se alejaba. Después de unos pasos se volvió y desde donde estaba exclamó.
-¿Trajeron forros?-
-Si, si- Afirmamos.
-Si, trajimos a uno que anda por ahí- Murmuró Sabrina de modo que la travestí no pudiera oír.
Finalmente la parejita tomó su vuelo de retorno a París y las cosas volvieron a la normalidad. Su partida y el regreso de Madame y mi tío nos llevaron nuevamente al Aeropuerto en dos ocasiones con pocos días de diferencia.
-¿De nuevo por acá?- Nos preguntó un guardia de la seguridad a lo que contesté.
-Si, hacemos viajar a parientes y amigos tan solo para poder verte-
-Mentirosa- Me dijo mientras una gran sonrisa le poblaba el rostro.
-Hiciste tu buena obra del día dejando a uno contento- Comentó Rocío.
Los llegados de Grecia nos recluyeron un día completo en el departamento de Madame para mostrarnos todas las fotografías, los recuerdos comprados y entregarnos los regalitos para cada una de nosotras. Me resultaba gratificante ver a Madame y a mi tío juntos y felices. A pesar de su particular sexualidad eran, cercanos a la vejez, el uno para el otro. Se amaban, ¿se amaban o eran prácticos? En definitiva, habían tomado una decisión en beneficio de ambos y eso era lo importante.



Una amiga inesperada

Nuevamente inmersas en la rutina Alexia y yo comenzamos a pensar que nos debíamos unas vacaciones y fantaseábamos con playas de arena blanca, sol radiante y olas espumosas. De momento nuestro único descanso mental eran los paseos dominicales en bicicleta junto a su hijo quien parecía disfrutar cada vez más estos encuentros. Toda la costa desde Tigre hasta la Reserva Ecológica era nuestro recorrido habitual. Al principio hacíamos recorridos cortos pero conforme fue pasando el tiempo advertimos que Adrián era incansable y capaz de seguirnos el ritmo por lo que fuimos sumando, de a poco, la cantidad de kilómetros. De todas maneras procurábamos elegir sendas seguras pues los automovilistas no tienen ningún respeto por los ciclistas y, sobre todo temíamos por Adrián.
El niño, que no dejaba de generar situaciones inesperadas, como cuando una mañana mientras estábamos tomando mate en la Reserva Ecológica, al ver a dos fornidos muchachos tomados de la mano internarse entre los altos pastizales dijo con toda naturalidad:
-Esos dos van a hacer el amor-
-¿¡Como sabes eso!?- Exclamamos Alexia y yo.
-Se lo escuché a un chico de séptimo en el cole-
-¿Y vos, que pensás de eso?- Inquirió preocupada Alexia.
-Que tendrían que buscar un lugar más cómodo-
No pudimos evitar una sonora carcajada.
Beatriz, la ex esposa de Alexia me sorprendió una tarde en el momento de dejar a Adrián con ella. Normalmente abría la puerta cuando llegábamos y saludaba desde lejos pero esta vez nos invitó a pasar. Mientras el niño mostraba a Alexia sus avances escolares en su cuarto, la mujer se sentó en un sillón del living, me convidó una gaseosa e hizo la catarsis.
-¿Sabés? La valentía de Edgardo, mejor dicho Alexia, me ayudó mucho. Yo vivía engañada, creía que Adrián ignoraba mis relaciones lesbianas y prefería que así fuera pues pensaba que preservarlo de la verdad iba a ser mejor para él, además me sentía mal con respecto a quienes no me conocían más que superficialmente pero no tenía valor para salir del closet-
-¿Entonces?- Pregunté intrigada.
-Entonces me decidí. Asumí mi condición en el trabajo y con mis padres que ya me tenían harta de insistirme con que debía casarme de nuevo-
-¡Upa! ¿Todo así de golpe? ¿Y como reaccionaron?-
-Mal, pero no me importa. Mis padres armaron una batahola que seguramente escucharon los vecinos y mi jefe me despidió, por supuesto con la excusa de que el trabajo estaba mermando, pero ya estaba preparada por que le voy a hacer juicio, me asesoré con un abogado del INADI-
-Imagino por lo que pasaste. A todas nos sucede lo mismo. ¿Y como te las arreglaste con el trabajo?-
-Es increíble como a veces suceden las cosas más inesperadas. Una compañera que tuvo que mostrar una casa en mi lugar le contó a la compradora lo que me había sucedido al preguntarle ella por mí ya que la había estado atendiendo anteriormente. Esta mujer le pidió el número de mi celular y me llamó. Ahora estoy trabajando en su oficina. Tiene una socia y como te imaginarás son pareja-
-¡Estupendo! ¿Y tus viejos?-
-No tengo intención de volver a verlos-
-¿Pero no querrán ver a Adrián?-
-Que llamen ellos y entonces decidiré que hago. Es increíble pero las personas que afirman que una conducta sexual diferente mancilla a la familia, amparados en su supuesta normalidad son los primeros en fomentar esa ruptura-
-Es así, la maldita hipocresía-
Luego de unos segundos le pregunté:
-¿No sentís como si te hubieras sacado un peso de encima saliendo del closet?-
-Si, pero es duro. Te hacen sentir como un delincuente-
-O como un enfermo- Agregué.
Nos quedamos en silencio. En el momento en que llegaba Alexia por el pasillo, Beatriz se paró bruscamente, me tomó de un brazo y dándome un beso en la mejilla murmuró.
-Gracias por escucharme. ¿Seremos amigas?-
-No puedo negar que al principio me caíste muy mal, pero ya ves, cuando uno abre su corazón y asume lo que es sin auto represión logra estos milagros. Si, seremos amigas-
-¿De que hablaban?- Preguntó Alexia.
-De milagros- Le contesté y pasando mi brazo por su cintura agregué -Ahora te cuento-
Alexia no podía creer mi relato acerca de la conversación mantenida con su ex esposa mientras pedaleábamos a nuestras casas.
-En el fondo sigue siendo una harpía- Aseveraba.
-Una harpía, tal vez, pero inerme. Su argumento de mayor peso se cayó como un castillo de naipes arrastrado por el viento y sufrió en carne propia lo que seguramente le hacía a los demás tratando de no delatarse. Ahora ha dado un paso sin retorno, tal vez no la haga mejor persona pero...-
-Al menos ya no puede argumentar nada en contra de mí con nuestro hijo ni llenarle la cabeza con monsergas morales-
Yo estaba segura que el niño no necesitaba que le pintaran un mundo imaginario. Si pudiera medirlo de alguna manera estaba más evolucionado que sus padres biológicos y esta tía que les habla. Una prueba de ello fue lo que sucedió en un encuentro casual frente a la puerta del Teatro San Martín en la vereda de la Avenida Corrientes. Habíamos llevado a Adrián a ver una obra con títeres y reconoció en la fila a su maestra.
-¡Hola señorita!- Saludó sin previo aviso.
-¡Hola Adrián!- Contestó ella depositando un beso en la frente del niño y le  preguntó -¿Estas solo?-
-No, estoy con mi otra mamá y mi tía- Dijo con aplomo mientras nos señalaba.
Algunos en la fila se dieron vuelta y nos observaron prodigando gestos elocuentes. Durante toda la conversación que siguió sentí sus ojos clavados en mi espalda. La maestra, al vernos, dibujó en su cara una expectante curiosidad que luego se convirtió en una aprobadora sonrisa de dentadura perfecta que se extendía de mejilla a mejilla. Las tres nos fundimos en un abrazo.
-Señoras, las felicito. Adrián ha contado su experiencia frente a la clase, es algo que aliento a que todos los chicos hagan para que comprendan que existe la diversidad y que podemos tener una familia, de cualquier forma que está conformada, donde exista el respeto y el amor-
-Hacemos lo que podemos- Se excusó Alexia.
-Crían un hijo que ha aprendido esos valores y eso no es poco-
-Usted se merece una felicitación por que hay tener mucha valentía para asumir una posición así en un medio donde aún rigen ideas convencionales- Manifesté.
-Si, es duro, a muchas de mis colegas les parece mal, están confundidas sobre todo por la religión, yo también soy católica pero aprendí que, fundamentalmente, todos somos iguales a los ojos de Dios-
Sacudió el cabello de Adrián y mientras lo miraba a los ojos agregó:
-A él también hay que felicitarlo por que es muy valiente y sensible a la vez. Un magnífico ser humano-
Compartimos la función de títeres con la maestra y en la salida al despedirnos no pude menos que comentarle:
-Este encuentro ha sido como un oasis en medio del candente desierto. Uno de esos instantes para renovar el aire en los pulmones y seguir caminando-
Me pareció que asomaban unas tímidas lágrimas en sus ojos marrones. Abrazándome me susurró al oído:
-Personas como ustedes me hacen conservar la esperanza en la humanidad-




Un cliente es un cliente

Una tarde sonó el teléfono en el Estudio. En realidad está sonando a cada rato, por eso y por que debido a la cantidad de trabajo ya no dábamos abasto tomamos dos empleadas, Fernanda y Silvana, ambas travestís con estudios de perito mercantil que no habían podido demostrar sus conocimientos debido a la lamentable discriminación. Las conocí una tarde cuando le había llevado un dato acerca de un trabajo en la pizzería de un cliente nuestro a otra de las chicas.
Ambas son jóvenes, veinte años, y dispuestas a trabajar para huir de la prostitución antes que ésta las termine engullendo para siempre. Fernanda es alta, delgada, el cabello abundante, rizado color ceniza, ojos grises pequeños y rasgos angulosos, Silvana es más baja, pelo castaño largo hasta los hombros, ojos negros, cara redonda y tendencia a la obesidad que trata de combatir esforzándose en comer solamente productos dietéticos.
Fue Fernanda la que me  avisó por el interno que llamaba un señor Fernández. Siendo un apellido común lo tomé por alguno de nuestros proveedores, pero instantáneamente supe que no era alguien conocido. O al menos eso creí en el primer momento.
-La llamo por que quiero hacer unas reformas en mi casa de Las Lomas y decorar otra que acabo de adquirir en Punta del Este y como me las han recomendado calurosamente...-
No le dejé terminar la frase con riesgo de parecer ansiosa.
-De acuerdo, dígame cuando podemos visitar la casa-
-El sábado por la mañana, es que viajo mucho y no tengo tiempo, allí le mostrare también los planos de la otra para que vayan conociendo su distribución-
Y me dio la dirección. En ese momento debí darme cuenta, pero no fue así. El día indicado pasé a buscar a Alexia. Estábamos enfervorizadas, no por que nos faltara trabajo pero intuía que este sería de una magnitud tal que al terminar podríamos descansar merecidamente.
Conforme me acercaba al barrio comenzaron mis sospechas. Cuando detuve el auto en el portón de entrada no tuve mas dudas. Era la casa de los padres de Susan. Aquella casa en donde le había hecho descubrir el amor homosexual. Se lo dije a mi compañera.
-¿Que hacemos?- Le pregunté.
-Un trabajo bien hecho y le sacamos toda la guita que podemos- Contestó ella, taurina hasta la médula.
En ese momento me vino a la mente mi mayor temor.
-Debemos ser cautas, el viejo la echó a Susan de la casa en cuanto supo que andaba con las ropas de la madre y si sabe que somos travestís nos va a correr a patadas-
-De eso no estaría tan segura. Sabés bien que muchos padres matarían a sus hijos si descubren que son homosexuales y después andan persiguiendo travestís por ahí-
-Eso es cierto, pero andemos con pie de plomo- Afirmé mientras tocaba el timbre
-Si ando con pie de plomo se me van a hundir los tacos en el piso- Dijo Alexia y todavía estábamos riendo por la ocurrencia cuando se abrió la puerta y un elegante mayordomo, vestido con uniforme compuesto de pantalón y saco negros, camisa blanca y corbata, asomó su cara redonda e impertérrita como un lord inglés.
-¿Las señoras son...?-
-Las decoradoras, nos citó el señor-
Sin decir otra palabra nos hizo un gesto para hacernos pasar. Entramos en un living de enormes proporciones, el piso de mosaicos tan brillante como una publicidad de cera, las paredes revestidas en madera y muebles de algarrobo. Mi memoria me indicaba que esa no era la forma en que estaba decorado cuando me llevó Susan a su dormitorio o tal vez si y en la calentura no lo había notado.
-Esperen aquí- Dijo con voz grave el mayordomo dándose aires de gran señor y levantando el mentón como queriendo demostrar superioridad subió la enorme escalera que llevaba a la planta alta.
Pocos minutos después bajó una pareja, ella con principio de obesidad, algo así como llevando un salvavidas permanente alrededor de la cintura que disimulaba bajo un conjunto de jogging holgado para su talla, el cabello rojo, revuelto, maquillaje excesivo, sobre todo el rubor en las mejillas y la sombra de ojos, calzaba unas chinelas doradas que nada tenían que ver con lo deportivo del atuendo y lucía gargantillas, aros y collares de dudoso gusto aunque seguramente costosos. Él parecía sacado de un dibujo de Isidoro Cañones, delgado, pálido, peinado hacia atrás con abundante gomina, blazer azul con escudo marinero bordado en el bolsillo, pantalones grises, camisa celeste y mocasines bicolores. Solo le faltaba la gorra de capitán de barco.
-Bienvenidas- Dijo con una efusividad impensable segundos antes debido a la apariencia pedante que emanaba de todo su cuerpo en el momento en que descendía hacia nosotras.
-Usted dirá- Manifesté luego de los saludos de rigor.
-Las he llamado sin consultar ningún otro estudio pues las recomendaciones que tengo de ustedes son abrumadoras. Como verán no tengo inconvenientes económicos por lo tanto no repararemos en gastos-
La corrupción paga bien, pensé.
-Y algo más, les digo esto para que todo quede en claro, también sabemos que ustedes son personas especiales y les aseguro que no me interesa en lo más mínimo-
Alexia, que tenía una mano cerca de mi brazo me lo apretó al oír estas últimas palabras.
-¿A que llama especiales?- Pregunté mientras Alexia, inquieta por las posibles consecuencias del tono de la conversación volvía a presionar sus dedos.
-Ustedes saben, travestís. Es su vida, a mi lo que me importa es su profesionalidad, pero creí mi deber hacerles saber mi opinión-
-De acuerdo- Manifesté dudando aún el motivo de haber sacado a luz un tema que la gran mayoría de nuestros clientes ni siquiera mencionan.
Superado ese primer momento algo tenso comenzamos a hablar de trabajo. El hombre manifestó su deseo de redecorar toda la casa con el estilo más moderno que estuviera de moda, al igual que la otra vivienda allende el Río de la Plata.
-Lo que es tener plata y no saber en que tirarla- Me dijo Alexia, al oído, en un momento en que no nos estaban mirando.
Era evidente que el hombre mandaba. Ella parecía una muñequita de lujo, algo gorda eso sí, que no tenía voz ni voto. Si en algún momento intentó dar una opinión solamente bastó  la mirada de él para hacerla callar.
-Ya me harté del algarrobo, antes estaba decorado con estilo Luis XV e igualmente me cansó- Sentenció Fernández.
Ahí recordé que era esa la decoración que había visto aquella primera vez que Susan me llevó a su casa. Muebles blancos matizados con dorados, sillones tapizados en rojo, candelabros con miles de vidrios y gobelinos en las paredes.
Desplegamos los planos de ambas casas sobre la mesa del comedor. En la que nos encontrábamos el estilo de construcción era tipo chalet americano que poco coincidía con lo que quería lograr el dueño. Cuando se lo dije me contestó que no le importaba.  Y bueno, el cliente siempre tiene razón. La otra vivienda era una construcción moderna, como se entiende la arquitectura actual, de muros lisos, como una caja de zapatos con agujeros, grandes vanos vidriados, todas las paredes y techos pintados de blanco, detalle que se nos exigió se mantuviera así.
Convinimos nuestros honorarios en un porcentaje sobre el gasto total de los materiales. Yo estaba dispuesta a poner lo más caro, lo que aumentaría nuestra ganancia con el mismo esfuerzo. Fernández nos invitó a conocer toda la casa. En la recorrida entramos en el dormitorio que había sido de Susan, lo que me recordó aquella escena de mi primera relación con ella y mi corazón galopó de solo pensarlo. Éramos tan jóvenes.
-¿Este fue el lugar?- Me preguntó disimuladamente Alexia, a lo que asentí con la cabeza. Luego pregunté a la madre con intención que iba más allá de lo profesional.
-¿Alguien ocupa este cuarto?-
La mujer sorprendida miró a su marido, que se encargó de contestar.
-Vivía un hijo nuestro pero ahora está muy lejos y no la usa-
Y bien lejos que está, si lo supieran, pensé y mientras tanto abría, por pura curiosidad, los cajones de la cómoda y las puertas de los placares. Estaba todo vacío.
-Es lo de siempre, como si no hubiera existido- Le comenté a Alexia una vez que salimos de la casa.
-Si, la cara que puso la mujer era como si de pronto la hubieses puesto en descubierto-
Al volver a casa lo primero que hice fue enviarle un mail a Susan contándole todo.
“Querida hermana: ¿A que no sabés donde estuve? Necesito contártelo ya que no quiero que haya secretos entre nosotras. En lo de tus viejos. Nos llamaron para redecorar la casa...” Y agregué detalles sobre las conversaciones mantenidas sin dejar de mencionar el estado de su habitación.
La respuesta llegó pocas horas después.
“Hermana: Deseo que le saques toda la plata que puedas, que el hijo de puta la consiguió robando. Y no te preocupes, es tu trabajo”.
Me trajo alivio la contestación de Susan. Sabía que de todas maneras íbamos a realizarle el trabajo a su padre pero sentía como si le estuviera haciendo una traición si no se lo informaba. Por ese entonces pensaba como habían terminado las relaciones de todas las personas que conocía. Salvo los padres de Alexia y el padre de Sabrina que murieron antes de que salieran del closet, las demás nos habíamos visto forzadas a terminar las relaciones con nuestros progenitores en medio de escándalos no deseados. Me preguntaba si nuestras vidas hubieran sido diferentes si nos hubieran aceptado tal como somos aunque estábamos en una posición de la que no podíamos quejarnos. Fernanda y Silvana, nuestras empleadas, habían debido huir de su pueblos chicos, esos en donde la iglesia es más influyente y la intolerancia mayor, la primera incluso debió soportar las agresiones físicas de los propios hermanos alentados por su padre, la segunda solo tuvo tiempo de poner un par de prendas en un bolso y partir con veinte pesos en el bolsillo.



Otro niño

Una noche en Angel´s, Sabrina y Rocío nos anunciaron la posibilidad de un hecho totalmente impensado. Nos reunieron demostrando demasiada seriedad, por lo que intuimos que se trataba de un tema importante. Y vaya si lo era. Habían decidido adoptar un niño.
-No solo nosotras lo deseamos, es por mi madre, la pobre está muy mayor y me gustaría que pueda disfrutar de un nieto- Aseveró Sabrina.
-¿Están concientes de todas las trabas que les van a poner?- Preguntó tío Roberto.
-Si, pero nos vamos a arreglar-
Tío Roberto podía pasar por aguafiestas pero estuve de acuerdo con su comentario. No era cuestión de hacerse demasiadas ilusiones. Las visitadoras sociales que evaluaran la situación familiar deberían ser de menta amplia para aprobar una adopción solicitada por una travestí que convive con otra aunque la presencia de la madre de Sabrina bien podría inclinar la balanza a su favor demostrando que era un hogar en donde reinaba a armonía y el amor, algo poco usual en estos casos, pues lo habitual es que las familias sean las primeras en echar a sus hijos del hogar paterno en cuanto descubren algún tipo de diferencia, dejándolos en la mayor desolación, sin tener a quién pedir auxilio y expuestos a todas aquellas situaciones que mas denostan. De todas maneras tendrían más inconvenientes que una familia de las llamadas normales en donde, a pesar de su conformación, no están garantizadas estas condiciones de equilibrio y amor. Pero es bien sabido que las apariencias y la hipocresía gobiernan las opiniones en contra de las verdaderas intenciones y capacidades de las personas.
Festejamos la idea. Ofrecimos nuestra ayuda en todo lo que pudiéramos y les deseamos buena suerte. Tras el brindis me quede pensando. Alexia captó mi preocupación.
-¿No estás convencida de la idea de las chicas?-
-La idea me gusta, pero temo por ellas si no pueden lograrlo-
Y nos quedamos en silencio. Yo continuaba rumiando acerca de la integración de los miembros de la comunidad homosexual a los parámetros de la sociedad heterosexual. Para mi estaba bien que las parejas intentaran ser estables, casarse, tener hijos. Otros gays y travestís opinaban que la homosexualidad era la búsqueda permanente del sexo ocasional como una manera de rebelión y que luchar por los mismos derechos que tienen los heterosexuales era convertir a la tendencia sexual en un animal salvaje domesticado.
Las etiquetas, los estereotipos, siempre me molestaron, mi creencia es que cualquiera debe hacer lo que siente. Si somos homosexuales debemos luchar por tener las mismas oportunidades que los heterosexuales, pues, debe quedar en claro que nada nos diferencia, somos tan normales como ellos y si otros quieren convertir su vida en una militancia permanente que lo hagan, pero nadie debe criticar los deseos de otros miembros de la comunidad, bastante tenemos con los heterosexuales que nos hacen la vida imposible.







Viaje a Punta del Este

Decidimos visitar la casa que debíamos reformar en Punta del Este durante las vacaciones de invierno para poder llevar a Adrián con nosotras. Claro, que no es lo mismo tratar de sortear la Aduana solas que con un niño generando toda clase de sospechas. Afortunadamente Alexia tuvo la idea de hacernos acompañar por su ex esposa hasta la terminal del Buquebus, además de la nota donde autorizaba la salida del niño del país.
Dos travestís, un niño más inteligente que los empleados de Migraciones y un auto Torino cupé modificado, eran una combinación que puede dejar perplejo a cualquiera. Y como preveíamos nos atosigaron a preguntas.
-¿Quien es el padre?-
-¿Quien es la madre?-
-¿Viaje de placer o de negocios?-
-¿Usted, que relación tiene con los padres de la criatura?-
No les dije que era la tía por que me pareció que lo podían tomar como un chiste de mal gusto.
Tal vez fuera por la cola que se estaba formando detrás de nosotras en donde los ánimos se estaban caldeando o por que ya no entendían nada de lo que sucedía que nos dejaron pasar. Subimos al auto, lo acomodé en la cubierta del barco y nos dirigimos al nivel superior para saludar desde allí a la ex esposa de Alexia que nos hacía gestos sacudiendo un pañuelo en su mano derecha y hacía la parodia de estar llorando desconsoladamente. En el fondo esta mujer me estaba cayendo bien a pesar de las prevenciones de Alexia.
No voy a ocultar que el viaje en barco me causa cierta aprensión contrariamente a lo que me sucede en avión. La superficie mansa del Río de la Plata me resulta inquietante, había un poco de niebla y no se veía a cierta distancia lo que aumentaba mi desasosiego. mientras recordaba esas viejas películas en blanco y negro acerca de buques fantasmas. Me pasé todo el viaje tratando de entretenerme viendo al resto de los pasajeros acomodados en sus sillones mientras Alexia y Adrián me insistían en que me sumara a ellos junto a las ventanillas. Cuando el barco comenzó a desacelerar y pude ver el faro de Colonia me sentí más tranquila. Pocos minutos después estábamos bajando en suelo uruguayo. No me arrodillé a besar la tierra firme por no hacer un papelón.
No nos revisaron los documentos en la Aduana, tan solo se limitaron a ver que llevábamos en el baúl por si pretendíamos entrar alimentos no permitidos. Tengo la sospecha que ninguno de los empleados se dio cuenta de nuestra condición. Estaban más entretenidos viendo los detalles del auto que no pasaba desapercibido en cuanto sitio lo estacionaba. La mañana estaba soleada, la temperatura agradable e iniciamos el viaje por ruta hasta Punta del Este.
Una continua serie de curvas, contra curvas, subidas y bajadas conformaba el camino, en contraste con la chata llanura a la que estamos acostumbrados cuando viajamos a nuestra costa atlántica. A la vera del camino veíamos a la gente caminado parsimoniosamente, algunos iban a caballo y advertimos una gran cantidad de autos de las décadas del cuarenta y cincuenta aún circulando con toda dignidad. Una perceptible sensación de tranquilidad nos invadió. A pesar de ser un país tan similar al nuestro, parecía detenido en el tiempo, como el almacén de ramos generales en donde nos detuvimos para pedir agua caliente. Las estanterías estaban cubiertas de telarañas y repletas de bebidas que ya no existen, el mostrador estaba compartido entre porciones de queso cubiertas con una tapa de vidrio, envases de yerba, azúcar y herramientas. Dos parroquianos jugaban al truco por porotos mientras apuraban un vaso de vino y los otros tres que se acodaban en el mostrador nos miraban como si fuéramos seres extraterrestres. Matizamos el viaje con mate para nosotras y leche chocolateada para Adrián, escuchamos música que cantamos los tres a coro y nos detuvimos a la sombra de unos árboles a la vera de la ruta para almorzar sándwiches de milanesa y manzanas. No faltaron en esa detención algunos audaces que nos gritaban graciosos piropos al pasar.
A las seis de la tarde tuvimos la primera vista de la ciudad balnearia, los edificios a lo lejos y la Isla Gorriti. El camino nos llevó por el costado de La Mansa y culminamos en la plaza principal, sobre la Avenida Gorlero, para pedir informes sobre hoteles en la Oficina de Turismo. Una gran cantidad de turistas se paseaban por el paseo principal mirando vidrieras o buscando un lugar donde cenar ya que si bien la temperatura no era muy fría tampoco era apta para estar en la playa. Esa noche cenamos en Las Delicias, con la vista del Puerto y sus veleros meciéndose, recortados contra la luz de la luna. Era como estar dentro de una postal. Para Adrián, a pesar de que su madre lo había llevado varias veces a Villa Gessel, esta experiencia era algo que jamás olvidaría en su vida. Yo me sentía feliz, Alexia estaba exultante. Nos reíamos por cualquier cosa y cuando quedábamos en silencio nos mirábamos y, tentados, volvíamos a reír.
Caminamos hasta el Sea Princess, donde estábamos alojados. A pesar de no ser verano nos costó caminar por las veredas pobladas. Miramos vidrieras, compramos algunos recuerdos y nos sentamos en la plaza mientras Adrián se entretenía en los juegos. Esa noche, agotada por tantas horas de manejo me quedé profundamente dormida. Alexia acompañó a su hijo, en la habitación contigua a las que nos unía una puerta directa, hasta que se durmió, luego se acostó a mi lado y se abrazó fuerte a mi cintura. Así estábamos cuando la luz de la mañana se coló por las rendijas de la cortina de enrollar.
La casa del padre de Susan, situada sobre La Brava, con una excepcional vista del mar, a través de sus ventanales, vista que llegaba hasta la Isla de los Lobos, estaba custodiada por dos individuos que parecían guardaespaldas de narcos como los de la novela Sin tetas no hay paraíso. Pude adivinar un bulto, y no precisamente el que imaginan, bajo sus pantalones. Nos estaban esperando y fueron muy amables, no se si por que temían a su jefe o por que llevábamos a Adrián con nosotras. Uno de ellos era alto, musculoso, totalmente rapado, de mandíbula recta y ojos penetrantes. Vestía todo el tiempo camisa blanca y pantalón negro y no se sacaba los anteojos de sol de su frente al punto que parecía que los tenía solo para lucirlos así. El otro era más bajo, de abdomen prominente, cabello corto como lo usan los militares, por contrapartida con su compañero vestía pantalón de jean y camisa floreada de varios colores. Y no usaba anteojos.
Verificamos medidas, tomamos fotos desde varios ángulos, intercambiamos algunas ideas mientras revisábamos toda la vivienda, tomamos notas de materiales existentes y cuanto dato nos parecía importante ya que debíamos realizar todos los planos y no podíamos volver a cada rato a zanjar dudas. Estuvimos tres días trabajando en ello bajo la mirada atenta de los cuidadores, demasiado atenta. Al terminar nos tomamos otras dos jornadas para recorrer la zona. Estuvimos en Punta Ballena, en Casapueblo, donde tuvimos la suerte de poder ver la caída del sol sobre el mar, o debo decir más precisamente sobre el río y merced a nuestra insistencia logramos que Páez Vilaró nos mostrara su estudio. Recorrimos José Ignacio, Maldonado y no dejamos de pasar por El Jagüel para que Adrián pudiera ver las esculturas de gran tamaño de dinosaurios y otros animales.
El regreso fue algo melancólico. Ya no cantamos con entusiasmo. Incluido el niño todos parecíamos inmersos en nuestros pensamientos. El camino parecía no terminar más y deseaba encontrar la ciudad de Colonia detrás de cada curva. Ni siquiera nos detuvimos a comer y nuestras únicas paradas fueron para ir al baño y reponer el termo con agua caliente para el mate. Por momentos Alexia me tomaba la mano y me la apretaba fuertemente. Ese gesto silencioso valía para mi más que mil palabras. Hicimos una fugaz pasada por Montevideo transitando lentamente por la Rambla donde el color del agua es tan clara que sorprende al punto que una se olvida que es río y al llegar a Colonia detuvimos el auto y recorrimos las estrechas callecitas empedradas y los negocios de artesanías y antigüedades hasta que comenzó a oscurecer y se prendieron los simpáticos faroles de luz amarilla que brindan una particular magia al reflejarse en la superficie de las calles. Culminamos cenando en el restaurante del Club Náutico, rodeadas de maquetas de barcos, banderas y utensilios marineros mientras nos sorprendía ver a lo lejos el manto de luz de Buenos Aires sobre el río oscuro. Pocas horas después, en medio de las brumas del amanecer, desembarcábamos en nuestra capital.



La adopción se complica

Sabrina y Rocío habían comenzado con las dificultades consecuencia de su decisión de adoptar. La visitadora social había elaborado un informe negativo en el que se vislumbraba su prejuicio ya que había desechado del mismo las investigaciones que había realizado entre vecinos y clientas de la peluquería. No me sorprendió pero no pude evitar indignarme. Reuní en mi casa a tío Roberto, Madame y Alexia.
-Algo debemos hacer- Les dije en cuanto se acomodaron en el living.
Tío Roberto propuso consultar con un abogado.
-Podríamos ir a la tele- Opinó Madame.
-Aparte de hacer ambas cosas deberíamos ver a la visitadora social para que explique el motivo de su negación- Dijo Alexia.
-El problema es que el motivo ya lo sabemos y eso es lo peor ya que no lograremos que razone objetivamente- Le contesté.
Nos sentíamos impotentes. Después de varias horas estábamos igual, no se nos ocurrían otras ideas de modo que decidimos llevar a delante las que surgieron desde el principio. Nos comunicamos con Sabrina y Rocío y les hicimos saber lo que estábamos planeando. Ellas insistieron en que no debíamos llevar las cosas tan lejos pues temían perder toda posibilidad. Finalmente las convencimos de que no podíamos quedarnos de brazos cruzados esperando un milagro. Por ello  era imprescindible que ellas aparecieran en cámara si lográbamos alguna nota periodística. Sobre todo confiaba en el aspecto de Rocío, y su dulzura de carácter que invitaba a sentir deseos de protegerla y ayudarla. A Sabrina le hice recordar lo aprendido con Madame para que no metiera la pata. Temí que se ofendiera pero comprendió que no solamente se trata de tener buenas intenciones sino de convencer a los demás que es cierto.
Hicimos una lista de los medios televisivos y radiales en los que conocíamos a alguien que nos pudiese introducir para que les realizaran un reportaje. Aportó varios tío Roberto, otros Madame y nosotras algunos de nuestros clientes. Le envié un mail a Susan por si se le ocurría una idea. La respuesta fue inmediata por parte de Pierre. Necesitaba fotos y una semblanza de la situación para publicarlo en varias revistas de Francia.
Esa noche cuando todos partieron y nos quedamos con Alexia en mi casa, sentí esa sensación de alivio que da el haber tomado el toro por las astas. Estaba segura que nuestra insistencia podía influir en la decisión de la visitadora social o alguna presión por parte de sus jefes. También sabía que no sería fácil. Por la mañana, suspendimos nuestro trabajo por unas horas y desde el Estudio comenzamos las llamadas. En poco tiempo habíamos conseguido seis notas. Al mediodía supimos que tío Roberto ya había contactado un abogado y logrado otras cinco notas. Madame aportó ocho entrevistas.
Las dos semanas siguientes inundamos los televisores y las radios con la voz y la imagen de Sabrina y Rocío. En algunos canales, periodistas sensacionalistas y desubicados no tomaron el tema muy en serio, como suele suceder en estos casos y pretendieron llevar la nota a otros temas más escabrosos. Afortunadamente nuestras amigas conservaron la compostura y se mostraron como dos verdaderas damas. Siendo la televisión el espejo en donde todos se miran, pronto otros programas, a los que no habíamos recurrido, se hicieron eco de la noticia y tras ellos las revistas.
-El ataque masivo está en marcha- Dijo Madame una tarde en que las veíamos en la pantalla siendo entrevistadas por un conocido periodista.
El público comenzó a opinar. Unos a favor, otros en contra. Casualmente estos últimos relacionados con organizaciones religiosas. Los teléfonos de las radios y los canales de televisión colapsaron de llamados, sumados a los mail y los mensajes por celular.

El abogado que había conseguido tío Roberto solicitó una entrevista con la visitadora social y sus jefes. El tiempo que debimos esperar hasta que lo atendieran se nos hizo interminable y nos urgía que se produjera antes que la noticia fuera suplantada en los medios por otras novedades.

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