Mas
adelantos
Aunque recién comenzaban, era notoria
su felicidad con el cambio operado. Sobre todo Rocío quien, en secreto, amaba a
Sabrina hasta la médula, por todo lo que había hecho por ella, y deseaba
fervientemente convertir a su socia en una señora respetable dejando atrás su
apariencia de camionero de enormes pechos. Además, y aunque jamás hubo de parte
de Susan y de mí, ni el más mínimo gesto de superioridad por nuestro nivel
cultural, ellas albergaban muy dentro suyo cierto complejo de inferioridad que
habían temido manifestar anteriormente y esta oportunidad era la manera de
mostrarse más seguras en su trato, no solo con nosotras sino también con el
resto de las personas.
Poco a poco supimos que las clases con
Madame no habían sido fáciles. Sabrina se olvidaba de cruzar las piernas con la
delicadeza suficiente como para no mostrar la bombacha y le resultaba imposible
dejar de reír a carcajadas ante la más mínima situación que le resultara
graciosa. Varias veces se había tentada de mandar al carajo a la profesora pero
únicamente la había contenido la mirada suplicante de Rocío y solo exclamaba entonces un
discreto:
-¡Pero,
señora!-
Rocío en cambio se ponía nerviosa por
el temor de fallar y solía olvidar donde colocar los cubiertos en la mesa o
tropezaba mientras trataba de caminar luciendo un vestido de fiesta.
Para
colmo, la secretaría de Madame, haciendo gala de su prejuicio y notoria
pedantería, comentaba delante suyo como si no estuvieran.
-Son
las alumnas más difíciles que ha tenido Madame, dudo que pueda convertirlas en
damas-
Madame, en cambio, tenía para con
ellas una paciencia a toda prueba. Una y otra vez les repetía cuanto les quería
enseñar. En algunas ocasiones sus ojos refulgían rojos como los de un personaje
de película barata de terror, pero se calmaba. Había tomado la educación de
Sabrina y Rocío como un reto personal. No solamente les enseñó modales además
las atosigó de información. Listas de libros, películas, música, teatros,
museos, conferencias, restaurantes y boutiques pasaron a ser como una Biblia de
consulta permanente. Inesperadamente nos encontramos acompañándolas a recorrer
la avenida Corrientes no solo para escuchar piropos, sino para entrar en
librerías y concurrir al cine, ver alguna obra teatral o un recital. También
por la avenida Santa Fe para comprar ropa y Puerto Madero a cenar. Hasta las
clásicas idas a Angel´s fueron dejadas de lado por un tiempo y realizamos más
paseos diurnos que incluían el Museo de Bellas Artes, San Telmo y el Complejo
Recoleta. En varias ocasiones concurrimos al Teatro Colón. Susan y yo conocíamos
estos ambientes pero además de disfrutarlos nosotras se sumaba el placer de
compartirlos con Sabrina y Rocío, lo que nos daba la posibilidad de
trasmitirles algo de nuestros conocimientos sabiendo que eran escuchados y
aprendidos.
Rocío
Rocío,
hasta cruzarse con Sabrina, había sufrido desde su niñez la peor de las suertes
y la falta absoluta de alguien que la comprendiera o la ayudara.
Obligada
a huir de la casa paterna, a los quince años luego de ser violada por su padre,
capataz de estancia, al encontrarla vestida con ropas de su madre, una vez en
la ruta no tuvo mas opciones. Llegó a Buenos Aires haciendo dedo a los
camioneros y pagando su pasaje con sexo.
Viviendo
en la ciudad las cosas no mejoraron, durmió en la calle y en las estaciones del
subte con otros chicos, comandados por un delincuente de poca monta que la
obligó a acostarse con él repetidas veces. Un día la conminó a dejar de pedir
limosnas. O se dedicaba a robar o a la prostitución. Rocío, resignada, accedió
a lo último. El individuo le proveyó de ropa adecuada y la presentó a otras
travestís que hacían su negocio por la Estación Constitución.
No
le iba ni bien ni mal en cuanto a la cantidad de clientes a pesar de su
apariencia endeble, carente de senos y otros atributos para poder atraerlos,
salvo su aspecto de niña que exacerbaba el deseo morboso de los hombres, pero
no veía un miserable peso de su trabajo, todo se lo quedaba su proxeneta. Las
compañeras de la calle, trabajadoras por su cuenta, la alentaron a hacer lo
mismo. Cuando juntó coraje, trató de quedarse con el dinero ganado con su
esfuerzo y se negó a entregarlo. Esa noche fue cuando Sabrina la encontró.
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