Monday, June 19, 2017

Llueve en Paris. Capitulos 7, 8 , 9 y 10

Anuncio de viaje

Luego de un largo año de intensivas clases, Madame citó a Sabrina y Rocío pues, según decía el mensaje dejado en el contestador del teléfono de la peluquería, estaba por darles una importante noticia. Para ese entonces ambas parecían otras personas, sin perder su gracia, su concepto de la amistad y su lealtad para con el grupo, era posible sostener largas conversaciones con ellas más allá de cuantas señoras habían peinado o la última prenda adquirida. Lo importante era que se sentían mejor. Incluso las reformas llegaron hasta su propio negocio. Su vestimenta para atender, la decoración del local y el trato con las clientas logró atraer más público obligándolas a tomar una ayudante y como consecuencia los ingresos mejoraron.
Todas estábamos intrigadas con el mensaje. Las horas hasta el lunes siguiente, fecha de la cita, se nos hicieron largas. Ellas tenían motivo para estar ansiosas, Susan y yo compartíamos ese sentimiento. Llegamos las cuatro hasta la puerta del edificio, Sabrina y Rocío entraron, con mi socia nos quedamos sentadas a una mesa del Café de la Paix, esperando.
Dos horas después salieron. La alegría dibujada en sus rostros se notaba a una cuadra de distancia. Antes de llegar a la mesa, Sabrina dejó de lado la compostura.
-¡Vamos a viajar! ¡Vamos a viajar!- Repetía.
Las personas nos miraban pero no me importó. Mientras me preguntaba el destino de su viaje, me paré y las abracé.
Rocío lloraba de emoción. No podía hilar las palabras. Le ofrecí una silla y se sentó. Sabrina seguía abrazándose con Susan y no paraba de decir la misma frase.
-¡Vamos a viajar, vamos a viajar!-
Cuando pudieron calmarse, pedimos té con masas y mientras lo esperábamos supimos todo.
Madame las había invitado a París, a un congreso o concurso, no entendí bien en ese momento, de profesoras de modales y urbanidad. El motivo, hacerlas conocer como una muestra del resultado de su enseñanza.
-Vamos a ser como conejillos de indias, pero ¡qué me importa!- Afirmaba Sabrina.
Rocío no paraba de llorar. Tomé sus manos con fuerza y le sequé las lágrimas tratando de no correrle el maquillaje. Ella se apoyó en mi hombro y me manifestaba por lo bajo.
-¿Te imaginas, yo en Paris, yo que casi muero tirada en la calle?-
Definitivamente me producía ternura, con su cuerpito menudo y su enorme capacidad de superación. La miré a los ojos, detrás de ella alcancé a ver a Sabrina y Susan conversando animadamente y no pude evitar emocionarme.


La reunión

Susan y yo, ingresamos a nuestro nuevo mundo totalmente transformadas. Al principio nos poníamos bolsas de mijo en los corpiños para sugerir los senos. Las hormonas y las operaciones vinieron después cuando ya teníamos ingresos suficientes, junto con ropa de mejor calidad y calzado a medida para nuestros enormes pies talla 44. No teníamos la costumbre de pregonar nuestra condición sexual pero tampoco la ocultábamos en caso de alguna pregunta  y eso fue nuestra carta de presentación, puerta abierta a importantes trabajos. ¿Él porque? Un misterio hasta para nosotras. Tal vez cierto cambio en la sociedad, más tolerante, esto dicho sin demasiada convicción, o tal vez, hipocresía mediante, por que quedaba bien tener algún conocido gay. Algunos nos llamaban “las chicas de don Gervasio”. El hombre nos ayudó más de lo imaginado. Cuando se jubiló nos legó su estudio.
Habiendo abandonado por completo la ropa de hombres, nuestros mayores problemas eran al votar y que los presidentes de mesa pasaran nuestro documento entre todos los fiscales, señalándonos y sonriendo maliciosamente o que en el aeropuerto, los empleados de migraciones nos miraran con desconfianza.
-¿Ya van disfrazadas desde acá?- solía preguntar uno de ellos que nos controló en varias ocasiones cuando íbamos a Río de Janeiro para el Carnaval. 
No faltaba el insulto de algún zafado o un chico exclamando a nuestro paso ¡Mira mamá son travestís! Pero al menos no habíamos corríamos riesgos como Rocío o peor aún los de una generación anterior, permanente expuestos a la persecución policial o de los gobiernos militares, como solía contarme mi tío Roberto, conocido como el “solterón” hasta que un día confesó su homosexualidad convirtiéndose en la oveja negra de la familia y automáticamente en mi padre espiritual al que acudía para relatarle de mis andanzas.
Tampoco teníamos represiones morales. La moral, afirmábamos, solo debería ser hacer todo lo que deseemos sin perjudicar a los demás. Ni religiosas, agnósticas ambas, enfurecíamos cuando la iglesia en su afán de no perder ni un ápice del control sobre las vidas íntimas de las personas realiza extemporáneos manifiestos fundamentalistas acerca del aborto, la educación sexual y la unión de parejas del mismo sexo. 
-La iglesia es como un mosquito que no pica. La única molestia es el zumbido- Le solía manifestar a Susan en esas ocasiones.
Angel´s se convirtió en nuestra guarida amén de algunas ocasiones en que solíamos concurrir a Casa Brandon. Sitios en donde se va a divertirse, a bailar, a lucir las prendas más escandalosas y a buscar una aventura. Así conocimos a Sabrina y Rocío quienes, para entonces habían abierto la peluquería en un nuevo local dejando de atender en la casa de Sabrina. Supusimos que eran pareja y ellas pensaron lo mismo de nosotras. Comenzamos a hablar, basadas en ese equívoco, por la curiosidad de saber como llevábamos adelante cada relación. Al comprobar la no existencia de algún compromiso terminamos en el sofá del estudio, las cuatro con las cuatro. Nuestras apetencias sexuales son los hombres pero, de vez en cuando, sacábamos a relucir el “translesbianismo” como lo bautizó Susan, y nos reuníamos para una fiesta informal.


Todas juntas a París

-Vengan ustedes también- Rogó Rocío, mirándome y agregó -Si no fuera por tu insistencia en que fuéramos más educadas ahora no estaría pasando esto-
-El mérito es tuyo que tuviste la idea y de ambas por llevarla adelante- Contesté
Susan me tocó el brazo para llamar mi atención.
-¿Que te parece? Unos días de descanso no nos van a venir mal. Además vos siempre quisiste conocer Paris-
Nada más cierto, el máximo anhelo de mi vida era poder caminar por los Campos Eliseos, entre el Arco del Triunfo y la Place de la Concorde, subir a la Torre Eiffel, entrar en Notre Dame. El arte, la cultura, la arquitectura, la historia, me atraían tanto que no me perdía una película, un libro o un documental que hablara de la ciudad. Susan había estado en la capital de Francia, a los trece años, de vacaciones con sus padres. La habían arrastrado de aquí para allá sin descanso y sentía como si nunca hubiera sucedido, como si se tratara de un sueño, aumentando también sus deseos postergados de conocer la ciudad en todo su esplendor.
La primer decisión fue confirmarles que las acompañaríamos, la segunda pedir una botella de champagne. El mozo nos miró extrañado, seguramente, por no ser una hora apropiada. Nos bebimos, brindis tras brindis toda la botella ante la mirada curiosa de los parroquianos, algunos visiblemente ávidos de conocer el motivo de nuestro festejo.
Al saber la noticia, horas después, la madre de Sabrina exclamaba sin cesar:
-¡Si te viera tu padre! ¡Estaría orgulloso de vos!-
Rocío, al escuchar estas palabras, recordó a su padre y la manera en que había abusado de ella. Y también a su madre, impasible y sumisa aceptando la conducta del hombre.
Susan y yo, teníamos algunas certezas en cuanto a la opinión de nuestros padres. Del mío solo había tenido vagas noticias, gracias a mi tío Roberto, acerca de su emigración, junto con mi madre, a España en busca de mejores oportunidades y sin siquiera llamar para despedirse.
-Tenes que entenderlos- Me consoló mi tío- Algún hijo de puta les fue con el cuento de la vida que llevás y sintieron vergüenza-
 Susan, lo supe mucho después de acontecido, se cruzó con el suyo en el hall del Hotel Sheraton, se miraron, pero él no la reconoció, o tal vez no quiso hacerlo. Susan no sintió pena por ello. Nunca lo había amado, sabiéndolo inmerso en la corrupción, ni tampoco a su madre a la que recordaba gastando el dinero mal habido, tan solo para sentirse aceptada en su círculo social y ambos siempre ausentes en los momentos más necesarios.
Las semanas siguientes fueron vividas a ritmo vertiginoso. Culminamos como pudimos las obras en ejecución. Algunos clientes protestaron un poco, pues deseaban hacer más arreglos pero los convencimos de continuar donde habíamos dejado en cuanto volviéramos en pocos días. No nos faltaron consejos acerca de como conocer mejor París. La mayoría de nuestros conocidos ya habían estado allí en las épocas de la convertibilidad y no dejaban de mencionarlo para darse importancia.
Sabrina y Rocío fueron despedidas en una gran fiesta organizada por sus vecinos en las instalaciones de la Sociedad de Fomento. Fue una reunión sencilla y emotiva, con abundante cantidad de gaseosas, sándwich de miga, mesas improvisadas con tablones sobre caballetes y cubiertas de manteles de plástico. Susan y yo estuvimos invitadas. En cierta manera nos convertimos en la atracción debido a que nuestras amigas no cesaban de contar a quien quisiera escucharlo que éramos nosotras las responsables de todo lo sucedido y sus consecuencias.
-Henos aquí entre el pueblo- Señalaba Susan con humor mientras tomaba cuantos saladitos le cabían en la mano.


 Descripciones

Nuestras estaturas corresponden con nuestras edades. Sabrina es la más alta y con treinta años, la mayor. Su metro con noventa es imponente, sobre todo cuando insiste en usar tacos de trece centímetros. Es la única rubia del grupo, de ojos verdes, usa el cabello corto y sus rasgos recuerdan a Brigitte Nielsen, al punto que la llamamos, para hacerla rabiar, como a la ex esposa de Stallone. El físico y el color son herencia de su padre, hijo de inmigrantes polacos escapados, entre penosas dificultades, justo a tiempo antes de que los rusos se apropiaran de su tierra al fin de la segunda guerra mundial. Paradójicamente, en la Argentina considerada por ellos un remanso de paz, vieron morir, años después, a su hijo víctima de la brutalidad implementada por la misma ideología imperante por entonces en su amada patria.
Rocío, la menor, de veinticinco años, mide metro con sesenta y tiene la fortuna de evitarse comprar zapatos de número especial con el consiguiente ahorro de dinero. El cabello es negro azabache y lo lleva largo, casi hasta la cintura. Sus rasgos redondeados, con finura, le posibilitan ser, también, la única que nadie confundiría con una travesti. Los ojos marrones, enormes y con pestañas abundantes se mueven con rapidez y gracia, haciendo recordar la mirada de los gatos cuando se los hace jugar con un cordel. Susan afirma que tiene un cierto parecido con Penélope Cruz, y como no comparto esa opinión lo discutimos cada vez que vemos por enésima vez, Todo sobre mi madre, la película de Almodóvar.
Susan tiene veintiocho años y un metro con ochenta. El cabello, cuando no lo tiene teñido de un furioso rojo, es castaño, lacio y le llega hasta la base del cuello por detrás y en un sensual flequillo a la altura de las cejas por delante. Ojos marrones, rasgos angulosos con tenues curvas, nariz pequeña, operada, al igual que Sabrina suele lucir con desenfado sus senos, pues aunque todas nos hemos operado, Rocío y yo solemos, aunque con excepciones según la ocasión, ser más discretas en ese aspecto.
Yo, ¿cómo podría describirme?, Veintiocho años, un metro ochenta, delgada, cabello negro, abundante, largo hasta por debajo de los hombros. Tez morena, ojos negros, un negro profundo que, a pesar de mis otros atributos, es lo primero en llamar la atención. Cara redonda, nariz recta, pues no me la he retocado, y piernas largas y derechas, mi mayor orgullo, motivo para usar pantalones muy pocas veces. La altura, la delgadez y las piernas, genes de mi padre, el color de piel, ojos y cabello, de una lejana influencia indígena en la familia de mi madre.


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