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de viaje
Luego de un largo año de intensivas
clases, Madame citó a Sabrina y Rocío pues, según decía el mensaje dejado en el
contestador del teléfono de la peluquería, estaba por darles una importante
noticia. Para ese entonces ambas parecían otras personas, sin perder su gracia,
su concepto de la amistad y su lealtad para con el grupo, era posible sostener
largas conversaciones con ellas más allá de cuantas señoras habían peinado o la
última prenda adquirida. Lo importante era que se sentían mejor. Incluso las
reformas llegaron hasta su propio negocio. Su vestimenta para atender, la
decoración del local y el trato con las clientas logró atraer más público
obligándolas a tomar una ayudante y como consecuencia los ingresos mejoraron.
Todas estábamos intrigadas con el
mensaje. Las horas hasta el lunes siguiente, fecha de la cita, se nos hicieron
largas. Ellas tenían motivo para estar ansiosas, Susan y yo compartíamos ese
sentimiento. Llegamos las cuatro hasta la puerta del edificio, Sabrina y Rocío
entraron, con mi socia nos quedamos sentadas a una mesa del Café de la Paix,
esperando.
Dos horas después salieron. La alegría
dibujada en sus rostros se notaba a una cuadra de distancia. Antes de llegar a
la mesa, Sabrina dejó de lado la compostura.
-¡Vamos a viajar! ¡Vamos a viajar!-
Repetía.
Las personas nos miraban pero no me
importó. Mientras me preguntaba el destino de su viaje, me paré y las abracé.
Rocío lloraba de emoción. No podía
hilar las palabras. Le ofrecí una silla y se sentó. Sabrina seguía abrazándose
con Susan y no paraba de decir la misma frase.
-¡Vamos a viajar, vamos a viajar!-
Cuando pudieron calmarse, pedimos té
con masas y mientras lo esperábamos supimos todo.
Madame las había invitado a París, a
un congreso o concurso, no entendí bien en ese momento, de profesoras de
modales y urbanidad. El motivo, hacerlas conocer como una muestra del resultado
de su enseñanza.
-Vamos a ser como conejillos de
indias, pero ¡qué me importa!- Afirmaba Sabrina.
Rocío no paraba de llorar. Tomé sus
manos con fuerza y le sequé las lágrimas tratando de no correrle el maquillaje.
Ella se apoyó en mi hombro y me manifestaba por lo bajo.
-¿Te imaginas, yo en Paris, yo que
casi muero tirada en la calle?-
Definitivamente me producía ternura,
con su cuerpito menudo y su enorme capacidad de superación. La miré a los ojos,
detrás de ella alcancé a ver a Sabrina y Susan conversando animadamente y no
pude evitar emocionarme.
La reunión
Susan
y yo, ingresamos a nuestro nuevo mundo totalmente transformadas. Al principio
nos poníamos bolsas de mijo en los corpiños para sugerir los senos. Las
hormonas y las operaciones vinieron después cuando ya teníamos ingresos
suficientes, junto con ropa de mejor calidad y calzado a medida para nuestros
enormes pies talla 44. No teníamos la costumbre de pregonar nuestra condición
sexual pero tampoco la ocultábamos en caso de alguna pregunta y eso fue nuestra carta de presentación,
puerta abierta a importantes trabajos. ¿Él porque? Un misterio hasta para
nosotras. Tal vez cierto cambio en la sociedad, más tolerante, esto dicho sin
demasiada convicción, o tal vez, hipocresía mediante, por que quedaba bien
tener algún conocido gay. Algunos nos llamaban “las chicas de don Gervasio”. El
hombre nos ayudó más de lo imaginado. Cuando se jubiló nos legó su estudio.
Habiendo
abandonado por completo la ropa de hombres, nuestros mayores problemas eran al
votar y que los presidentes de mesa pasaran nuestro documento entre todos los
fiscales, señalándonos y sonriendo maliciosamente o que en el aeropuerto, los
empleados de migraciones nos miraran con desconfianza.
-¿Ya
van disfrazadas desde acá?- solía preguntar uno de ellos que nos controló en
varias ocasiones cuando íbamos a Río de Janeiro para el Carnaval.
No
faltaba el insulto de algún zafado o un chico exclamando a nuestro paso ¡Mira
mamá son travestís! Pero al menos no habíamos corríamos riesgos como Rocío o
peor aún los de una generación anterior, permanente expuestos a la persecución
policial o de los gobiernos militares, como solía contarme mi tío Roberto,
conocido como el “solterón” hasta que un día confesó su homosexualidad
convirtiéndose en la oveja negra de la familia y automáticamente en mi padre
espiritual al que acudía para relatarle de mis andanzas.
Tampoco
teníamos represiones morales. La moral, afirmábamos, solo debería ser hacer
todo lo que deseemos sin perjudicar a los demás. Ni religiosas, agnósticas
ambas, enfurecíamos cuando la iglesia en su afán de no perder ni un ápice del
control sobre las vidas íntimas de las personas realiza extemporáneos
manifiestos fundamentalistas acerca del aborto, la educación sexual y la unión
de parejas del mismo sexo.
-La
iglesia es como un mosquito que no pica. La única molestia es el zumbido- Le
solía manifestar a Susan en esas ocasiones.
Angel´s se convirtió en nuestra
guarida amén de algunas ocasiones en que solíamos concurrir a Casa Brandon.
Sitios en donde se va a divertirse, a bailar, a lucir las prendas más
escandalosas y a buscar una aventura. Así conocimos a Sabrina y Rocío quienes,
para entonces habían abierto la peluquería en un nuevo local dejando de atender
en la casa de Sabrina. Supusimos que eran pareja y ellas pensaron lo mismo de
nosotras. Comenzamos a hablar, basadas en ese equívoco, por la curiosidad de
saber como llevábamos adelante cada relación. Al comprobar la no existencia de
algún compromiso terminamos en el sofá del estudio, las cuatro con las cuatro.
Nuestras apetencias sexuales son los hombres pero, de vez en cuando, sacábamos
a relucir el “translesbianismo” como lo bautizó Susan, y nos reuníamos para una
fiesta informal.
Todas juntas a París
-Vengan ustedes también- Rogó Rocío,
mirándome y agregó -Si no fuera por tu insistencia en que fuéramos más educadas
ahora no estaría pasando esto-
-El
mérito es tuyo que tuviste la idea y de ambas por llevarla adelante- Contesté
Susan me tocó el brazo para llamar mi
atención.
-¿Que
te parece? Unos días de descanso no nos van a venir mal. Además vos siempre
quisiste conocer Paris-
Nada
más cierto, el máximo anhelo de mi vida era poder caminar por los Campos
Eliseos, entre el Arco del Triunfo y la Place de la Concorde, subir a la Torre
Eiffel, entrar en Notre Dame. El arte, la cultura, la arquitectura, la
historia, me atraían tanto que no me perdía una película, un libro o un
documental que hablara de la ciudad. Susan había estado en la capital de
Francia, a los trece años, de vacaciones con sus padres. La habían arrastrado
de aquí para allá sin descanso y sentía como si nunca hubiera sucedido, como si
se tratara de un sueño, aumentando también sus deseos postergados de conocer la
ciudad en todo su esplendor.
La
primer decisión fue confirmarles que las acompañaríamos, la segunda pedir una
botella de champagne. El mozo nos miró extrañado, seguramente, por no ser una
hora apropiada. Nos bebimos, brindis tras brindis toda la botella ante la
mirada curiosa de los parroquianos, algunos visiblemente ávidos de conocer el
motivo de nuestro festejo.
Al saber la noticia, horas después, la
madre de Sabrina exclamaba sin cesar:
-¡Si
te viera tu padre! ¡Estaría orgulloso de vos!-
Rocío, al escuchar estas palabras,
recordó a su padre y la manera en que había abusado de ella. Y también a su
madre, impasible y sumisa aceptando la conducta del hombre.
Susan y yo, teníamos algunas certezas
en cuanto a la opinión de nuestros padres. Del mío solo había tenido vagas
noticias, gracias a mi tío Roberto, acerca de su emigración, junto con mi
madre, a España en busca de mejores oportunidades y sin siquiera llamar para
despedirse.
-Tenes que entenderlos- Me consoló mi
tío- Algún hijo de puta les fue con el cuento de la vida que llevás y sintieron
vergüenza-
Susan, lo supe mucho después de acontecido, se
cruzó con el suyo en el hall del Hotel Sheraton, se miraron, pero él no la
reconoció, o tal vez no quiso hacerlo. Susan no sintió pena por ello. Nunca lo
había amado, sabiéndolo inmerso en la corrupción, ni tampoco a su madre a la
que recordaba gastando el dinero mal habido, tan solo para sentirse aceptada en
su círculo social y ambos siempre ausentes en los momentos más necesarios.
Las
semanas siguientes fueron vividas a ritmo vertiginoso. Culminamos como pudimos
las obras en ejecución. Algunos clientes protestaron un poco, pues deseaban
hacer más arreglos pero los convencimos de continuar donde habíamos dejado en
cuanto volviéramos en pocos días. No nos faltaron consejos acerca de como
conocer mejor París. La mayoría de nuestros conocidos ya habían estado allí en
las épocas de la convertibilidad y no dejaban de mencionarlo para darse
importancia.
Sabrina
y Rocío fueron despedidas en una gran fiesta organizada por sus vecinos en las
instalaciones de la Sociedad de Fomento. Fue una reunión sencilla y emotiva,
con abundante cantidad de gaseosas, sándwich de miga, mesas improvisadas con
tablones sobre caballetes y cubiertas de manteles de plástico. Susan y yo
estuvimos invitadas. En cierta manera nos convertimos en la atracción debido a
que nuestras amigas no cesaban de contar a quien quisiera escucharlo que éramos
nosotras las responsables de todo lo sucedido y sus consecuencias.
-Henos aquí entre el pueblo- Señalaba
Susan con humor mientras tomaba cuantos saladitos le cabían en la mano.
Descripciones
Nuestras
estaturas corresponden con nuestras edades. Sabrina es la más alta y con
treinta años, la mayor. Su metro con noventa es imponente, sobre todo cuando
insiste en usar tacos de trece centímetros. Es la única rubia del grupo, de
ojos verdes, usa el cabello corto y sus rasgos recuerdan a Brigitte Nielsen, al
punto que la llamamos, para hacerla rabiar, como a la ex esposa de Stallone. El
físico y el color son herencia de su padre, hijo de inmigrantes polacos
escapados, entre penosas dificultades, justo a tiempo antes de que los
rusos se apropiaran de su tierra al fin de la segunda guerra mundial.
Paradójicamente, en la Argentina considerada por ellos un remanso de paz,
vieron morir, años después, a su hijo víctima de la brutalidad implementada por
la misma ideología imperante por entonces en su amada patria.
Rocío, la menor, de veinticinco años,
mide metro con sesenta y tiene la fortuna de evitarse comprar zapatos de número
especial con el consiguiente ahorro de dinero. El cabello es negro azabache y
lo lleva largo, casi hasta la cintura. Sus rasgos redondeados, con finura, le
posibilitan ser, también, la única que nadie confundiría con una travesti. Los
ojos marrones, enormes y con pestañas abundantes se mueven con rapidez y
gracia, haciendo recordar la mirada de los gatos cuando se los hace jugar con
un cordel. Susan afirma que tiene un cierto parecido con Penélope Cruz, y como
no comparto esa opinión lo discutimos cada vez que vemos por enésima vez, Todo
sobre mi madre, la película de Almodóvar.
Susan
tiene veintiocho años y un metro con ochenta. El cabello, cuando no lo tiene
teñido de un furioso rojo, es castaño, lacio y le llega hasta la base del
cuello por detrás y en un sensual flequillo a la altura de las cejas por delante.
Ojos marrones, rasgos angulosos con tenues curvas, nariz pequeña, operada, al
igual que Sabrina suele lucir con desenfado sus senos, pues aunque todas nos
hemos operado, Rocío y yo solemos, aunque con excepciones según la ocasión, ser
más discretas en ese aspecto.
Yo, ¿cómo podría describirme?,
Veintiocho años, un metro ochenta, delgada, cabello negro, abundante, largo
hasta por debajo de los hombros. Tez morena, ojos negros, un negro profundo
que, a pesar de mis otros atributos, es lo primero en llamar la atención. Cara
redonda, nariz recta, pues no me la he retocado, y piernas largas y derechas,
mi mayor orgullo, motivo para usar pantalones muy pocas veces. La altura, la
delgadez y las piernas, genes de mi padre, el color de piel, ojos y cabello, de
una lejana influencia indígena en la familia de mi madre.
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