Saturday, June 24, 2017

Llueve en Paris. Capitulos finales,23,24,25, y 26

Dominada por los celos

¿Que me estaba pasando?. ¿Acaso sentía que esta vez podía perder a Susan? Nunca antes había experimentado semejante desasosiego. Tratando de olvidar el gusto amargo que sentía en la boca compartí el desayuno sin dejar traslucir mi estado de ánimo para no mortificar a las demás, quienes parecían no haber notado lo que estaba sucediendo. Un bocinazo desde la calle sacudió a Susan. Se levantó inmediatamente, tomó su bolso y partió saludando con la mano desde la puerta.
-Tu también deberías haber aceptado la invitación de tu admirador- Dictó Madame.
-Eso, eso- agregaron Sabrina y Rocío a coro. Esa coincidencia de voces me hizo observarlas con atención y noté como se tomaban la mano con afecto. Nunca antes las había visto así y comencé a pensar que, indudablemente, el aire de París influía en las personas.
No contesté los comentarios y tampoco estuve muy locuaz el resto del día. Me mantuve ensimismada en mis pensamientos mientras, gracias a la idea de Madame de tomar un taxi para visitar varios sitios de la ciudad, estuvimos ocupadas todo el tiempo. Hicimos una primer parada en Notre Dame, que recorrimos emocionadas, prorrumpiendo a cada rato en exclamaciones de admiración. Mas tarde un breve paseo por la Ile de la Cité y luego por los Champs Elysees hasta La Defense donde están los más modernos edificios y Paris parece cualquier cosa menos Paris. Recalamos en el Champs de Mars y subimos, por primera vez desde nuestra llegada, a la Torre Eiffel. El magnífico panorama de toda la ciudad en su mayor esplendor visible desde la cúspide me distrajo lo suficiente como para pensar que seguramente estaba exagerando mi miedo. Almorzamos en el restaurante a trescientos veinte metros de altura. Tuve bastante apetito y, mientras sorbía con placer un vaso de vino borgoña me propuse ser más comprensiva con Susan debiendo suponer, sin egoísmo, que lo suyo podía ser solo otra aventura pasajera.
El taxista nos esperaba al pie de la Torre, al subir le habíamos preguntado si quería venir con nosotras pero no aceptó.
-Ya he estado muchas veces ahí- Aseguró lacónicamente.
-Yo vendría todos los días- Comentó Sabrina.
-Si, eso por que no vive aquí- Contestó mientras se dirigía adonde había dejado su vehículo.
Nuestro próximo destino era Montmartre y la Iglesia del Sacre Coeur, sitio ideal para conocer la bohemia de los artistas callejeros donde seguramente muchos genios terminaron haciendo, por cinco dólares, pinturas para turistas. En una esquina, el joven que nos invitara a visitarlo cuando estábamos en la vereda del café George V, nos reconoció y llamó nuestra atención haciendo gestos desde media cuadra. Dejó de lado un cuadro pintado a medias y en pocos minutos realizó los cuatro retratos y nos los entregó envueltos entre cartones para evitar su deterioro. Luego de caminar unos minutos por la Place du Terte, al internarnos dentro de la imponente Iglesia del Sacre Coeur nos abrumó la misma sensación mística experimentada en Notre Dame. Para mí era la arquitectura llevada a su máxima expresión, para Sabrina y Rocío, creyentes ambas, era la presencia de Dios. Madame callaba, imposibilitándome de saber que sentimientos la embargaban aunque supuse que algo escondido dentro de ella despertaba su emoción pues en ambas ocasiones pude ver alguna lágrima corriendo por sus mejillas, mientras se apresuraba a secársela con el dorso de la mano en un gesto poco elegante para ella.
El café con masas lo tomamos en Au Lapin Agile, un pequeño restaurante y por las noches cabaret en la esquina de la Rue Norvins y la Rue Saules, disfrutando de una velada literaria donde desconocidos poetas leían sus creaciones, muchas de las cuales no hubiéramos entendido de no ser por la rápida traducción simultanea de Madame.
Tanta actividad nos dejó agotadas. De regreso al departamento solo cenamos unos sencillos pero suculentos sándwich. Susan no había llegado, lo que me retrotrajo a mi estado de mal humor.
-Mañana es el gran día- Declaró Madame- Así que hoy se van a acostar temprano pues deben verse descansadas y frescas, habrá muchas pupilas en la reunión y deben demostrar que son unas reinas-
-¡Eso es lo que somos!- Contestaron a coro Sabrina y Rocío.
-¿Y vos?- Me preguntó Madame.
-Soy la reina, la reina de corazones, de corazones solitarios-
Al irse Sabrina y Rocío a su habitación, Madame se acercó a mí y me abrazó tiernamente como nunca me imaginé que podría hacerlo, siendo tan respetuosa de la formalidad.
-El fin de algo siempre es el principio de una nueva oportunidad- Dijo como si mis pensamientos estuvieran revelados en una placa de rayos x.
Apoyé mi cara en su pecho y la miré a los ojos. Pocas veces me había abrazado así mi madre. Continuábamos en esa posición cuando llegó Susan radiante de felicidad.



Marchando por el orgullo

Muchas veces habíamos visto en la televisión las Marchas del Orgullo Gay en otras partes del mundo con el inocultable deseo de participar en un evento así, por ello cuando supimos que se realizarían en Buenos Aires no dudamos un instante. Susan había escuchado la noticia en la radio e inmediatamente se puso en contacto con todas nosotras. Esa misma noche nos reunimos en el estudio. La idea era ir vestidas iguales y nos llevó poco tiempo tomar una decisión. Lo haríamos de odaliscas.
Con votación unánime me encargaron de que alquilara los disfraces. Estuve una mañana completa tratando de encontrar un sitio en donde tuvieran cuatro trajes mas o menos parecidos. El problema se presentó cuando me preguntaron para que los usaría. Estúpidamente les dije la verdad y se negaron a alquilármelos argumentándome que seguramente se los devolvería estropeados.
-Les pagamos los daños, si los hubiera- Aseguré.
Dudaron, hablaron entre los empleados y a la única conclusión que llegaron fue consultar con el dueño del local. Después de escuchar de éste, nuevamente los mismos argumentos decidí dar un corte a la situación.
-Se los compro-
-No, no puedo venderlos-
-Bien- Manifesté mientras me encaminaba a la entrada.- Ya habrá otro comerciante mas razonable-
Estaba por trasponer la puerta cuando me llamó.
-¡Señorita! Por favor venga que podemos llegar a un arreglo-
Me volví y luego de una breve discusión salí con los trajes, pero fue la única vez que le alquilamos un disfraz. Le aplique la misma política que a nuestros proveedores del estudio cuando nos fallaban.
En las siguientes ocasiones y para evitarnos los alquileres trabajamos nosotras en la confección como cuando conseguimos trajes de sirvienta en una casa de uniformes y los cortamos para convertirlas en inquietantes minifaldas. Otro año nos compramos pantalones y chaquetas de cuero con el agregado de gorras que nos vendieron en una tienda de rezagos militares. Una cuarta vez adquirimos polleras tableadas escocesas y remeras de colegialas.
Pero la peor experiencia fue al decidir vestirnos con trajes de novia. No podíamos confeccionarlos y no tuvimos mas remedio que volver a las casas de alquiler. A cuatro, ya que convinimos en que resultaría sospechoso encargar varios trajes en un solo local. Si bien estábamos felices con los atuendos resultaron incómodos, debido a su largo, para caminar por las calles y bailar. Debíamos mantenerlos hasta la altura de las rodillas para no arrastrarlos por el piso y no pudimos evitar mancharlos de tierra lo que nos costó una buena suma de dinero al devolverlos.
El bullicio y la alegría del encuentro con tantas personas viviendo la vida a su manera, sin tener que rendir cuentas a nadie siempre resultó gratificante. Era el gran momento de aunar los espíritus, de saber cuantos somos, de saber que existimos. Por supuesto no faltaban quienes, desde las veredas nos gritaban sandeces, en nombre de la moral, de la religión o de la hipocresía.
-¡No somos anormales, no somos pervertidas, no somos diferentes!- solía gritar cuando me sacaban de quicio pues siempre afirmé la idea de que nuestra actitud es solo una manera de vivir, como cualquier otra, y aceptar ser llamados diferentes es lo mismo que aceptar ser llamados anormales.
Al culminar cada una de estas marchas terminábamos agotadas de tanto bailar y saltar y las gargantas afónicas de cantar y gritar de entusiasmo pero no podíamos parar. En el estudio dejábamos los disfraces, nos poníamos algo más cómodo y volvíamos a la calle a sentarnos en una pizzería a devorar dos de muzzarela y por lo menos tres cervezas tratando de prolongar el festejo de esas jornadas tan especiales. Al otro día comenzábamos a pensar en el vestuario para el año siguiente. La comunión había sido realizada y nos sentíamos renovadas.



Un evento con sorpresas

Mientras desayunábamos Madame explicó a Sabrina y Rocío los pormenores del evento al que íbamos a asistir. No se trataba de un desfile de belleza aunque serían evaluadas por la forma de caminar, de lucir sus vestidos o de sentarse, como se presentaban, hablaban, aunque no era imprescindible hacerlo en francés, disponían los cubiertos en la mesa, comían, por los temas tratados en las conversaciones, su nivel cultural y hasta como bailaban. Un jurado formado por gerentes de revistas femeninas, de casas de moda y de representantes de modelos, serían implacables hasta otorgar al final del día menciones a las diferentes especialidades y un premio destacado a la mejor alumna y su profesora.
Susan tomaba té y tostadas con mermelada dietética junto a nosotras. No había partido raudamente como los días anteriores y nos extrañó.
-¿Hoy no sales?- La interrogó Madame.
-No, hoy Pierre debe trabajar-
-¿Ah, se llama Pierre?- Pregunté, forzando un tono de sarcasmo en mi voz.
-Si, y es encantador, ¡no sabes lo que es su casa!-
-¡Y no quiero saberlo!- Exclamé furiosa y me levanté de la mesa.
Susan corrió detrás de mí. Cuando me alcanzó en el pasillo me tomó del brazo bruscamente.
-¿Que te pasa?. Decime, por que tu preocupación no es que ande por ahí con un desconocido, se trata de algo mas serio-
-No es nada de lo que no te hubieras dado cuenta sola- Contesté tratando de transferirle la culpa que sentía por no haber tenido la lucidez de haberle demostrado mis sentimientos cuando todavía estaba a tiempo.
-Sabés que no me gusta jugar a las adivinanzas, pero ya que estamos y por que yo digo lo que siento te contaré algo para que ya lo vayas sabiendo, Pierre me pidió que me quede con él en París y acepté-
No pude evitar una pregunta.
-¿Y ya sabe lo que sos?-
-Por supuesto, lo adivinaron el primer día que nos vieron-
Me solté como pude. Corrí hasta la habitación y me arrojé en la cama, apretando la cara contra la almohada hasta sentir que me ahogaba. Susan no me siguió, volviéndose inmediatamente al comedor. Lloré desconsolada, en silencio para que no lo advirtieran, hasta que sentí una mano sobre mi hombro. Era Sabrina que había venido a buscarme.
-Vamos reina, dale que el mundo nos espera allá afuera-
Haciendo un esfuerzo me vestí y maquillé pues no podía arruinarles el día tan esperado, y finalmente salimos las cinco a la calle. Sabrina y Rocío lucían espléndidas, acordes con el momento que iban a vivir, Madame parecía, tal vez influida por la importancia del acontecimiento, varios años más joven. Susan, debo reconocerlo, estaba más linda que nunca y yo, en tanto, andaba renegando con los tacos altos mientras me sentía molesta por no haberme puesto un vestido más cómodo.
La ceremonia era en el Hotel Ritz, frente a la Place Vendome. Todo el lujo imaginable desbordaba por las paredes empapeladas, los cielorrasos con pinturas alegóricas, muebles de roble, alfombras de Persia, grandes luminarias de cientos de luces colgando del techo y pisos de mármol veteado en rosa. Al entrar nos recibió una asistente, colocando a Madame, Sabrina y Rocío sus respectivas identificaciones.
-¡Ah, ah!- Exclamó una señora, de baja estatura, cabello totalmente cano, arrugas sobre las arrugas, aros y collar de oro con diamantes, exagerados al igual que su vestido de tafetán azul que arrastraba por el suelo, dirigiéndose a Madame y dando señas inconfundibles de conocerla.
-¡Que suerte que has logrado venir, querida! Se dice que este año traes una verdadera sorpresa-. Agregó mientras la besaba en ambas mejillas.
-Así es- Respondió Madame y tratando de librase de la euforia de la dama, dándose vuelta le presentó a sus alumnas.
-¡Ah, ah! ¡Hermosas, hermosas!, vengan, vengan, que tengo que presentarles al nuevo presidente del jurado y su asistente-
Al encaminarse a paso rápido hacia un grupo de personas que conversaba animadamente en un rincón del salón no tuvimos más remedio que seguirla.
-¡Aquí, aquí!- Y tomó del brazo a un señor vestido con traje de seda italiana, del cuál veíamos solo su espalda.
-¡Mira!, Madame Courtesie y sus alumnas- Le anunció mientras este giraba sobre sus pies.
Madame, Sabrina y Rocío a su lado, Susan y yo unos pasos más atrás no pudimos reprimir una mueca de asombro mientras la señora continuaba con las presentaciones-
-Monseiur Pierre Arnel y su asistente Michel Voulet, gerentes de la casa Dior-
Los dos individuos que nos habían estado persiguiendo por medio Paris, uno de los cuales había logrado seducir a Susan estaban parados frente a nosotras, sorprendidos también por el inesperado encuentro.
-¿Por que no me dijiste que ibas a estar aquí?- Preguntó Susan a Pierre tratando de no ser escuchada por la gente a nuestro alrededor.
-Te recuerdo que tu tampoco me dijiste donde ibas a estar hoy- Contestó el sujeto visiblemente incómodo.
Linda manera de empezar una relación, pensé.
-¿Están locos?- Observó Madame a punto de perder la compostura- Imaginen que se sepa que se conocen, van tirar por la ventana todo mi trabajo y el de las chicas-
Con gesto decidido aparté a Susan de Pierre.
-Ahora se van cada cuál por su lado y no se hablan ni para preguntarse la hora- Ordené con firmeza.
El secretario de Pierre, mi insistente admirador, se acercó susurrándome al oído:
-¿Yo también tengo que permanecer alejado de ti?-
-Si, y hasta que se caiga la Torre Eiffel- Contesté malhumorada
El comienzo de las actividades distendió la situación. Los dos hombres fueron a ocupar sus lugares, Sabrina y Rocío pasaron al salón en donde iban a ser examinadas, Madame se reunió con sus colegas, Susan y yo nos quedamos paradas sin saber que hacer ni decir.
Ella rompió el silencio.
-Jamás creí que iba a suceder esto, todo fue tan repentino-
-No me expliques, no puedo pretender ser dueña de tu vida, ambas hemos pasado muchos momentos felices y problemáticos y jamás hablamos de lo que podía suceder entre nosotras, ahora es tarde, debimos sincerarnos antes-
-¿Te vas a arreglar sin mí?-
-En el trabajo supongo que si, ahora, con respecto a mis sentimientos, tal vez me lleve más tiempo-
Luego permanecimos calladas. Ella caminó por el salón observando las pinturas, yo me senté en la confitería a tomar un café. Mientras la miraba pasearse me invadía la sensación de sentirla una extraña, una más de las tantas personas anónimas que poblaban el lobby del hotel.
Salí a pasear por la Place Vendome, no había mucho para ver, salvo la columna de hierro en homenaje a Napoleón y sus victorias militares, el resto parece un gigantesco estacionamiento de lujo pues no hay canteros con flores, ni árboles, ni bancos y toda su superficie es un continuo pavimento de arcaicos adoquines. Anduve recorriendo las veredas del contorno, mirando las vidrieras de las joyerías y las boutiques, hasta ver a Madame salir del Hotel y hacerme señas.
-Hasta ahora todo anda bien, las chicas pasaron todas las pruebas, ahora vamos a almorzar, es solo para alumnas y profesoras. ¿Por que no van Susan y vos por ahí a comer algo juntas?-
-No, gracias por la idea, pero no puedo, volveré a la hora que termine todo- Y tras desearle suerte, di media vuelta y comencé a caminar sin rumbo fijo.
Mi vestimenta, más acorde para una fiesta de noche que para el mediodía de París llamaba la atención de los transeúntes, algunos me miraban en silencio, otros me dijeron piropos, o algo así, pues en francés cualquier frase parece un poema. No les entendía nada, salvo aquellos que musitaron: mon amour, je t´aime,  petit belle o tre joli, las pocas palabras conocidas por mí.
Volví al Hotel en el preciso momento de la entrega de premios. El salón estaba repleto de personas expectantes. Me resultaba gracioso ver a quienes participaban cruzar los dedos por abajo de las mesas o hacer cuernitos apuntando a las otras competidoras, olvidando todo decoro. Se anunciaron las ganadoras en diferentes rubros, una por una fueron subiendo al escenario a recibir unas pequeñas estatuillas de cristal de forma indefinida y pronunciar breves discursos de agradecimiento. Algunas estaban tan exageradamente emocionadas que parecían actrices habiendo ganado el Oscar. Mis amigas y su profesora estaban en una mesa, cerca del podio, esperando y desilusionándose con cada mención.
Ni Sabrina, ni Rocío, ni Madame recibieron premio alguno. En un principio me invadió tristeza ajena. Suponía que después de tanto trabajo iban a sentirse frustradas, pero no era así. Parecían felices a pesar de todo. Tomadas de la mano caminaron hacia donde estaba yo y abrazándome fuerte casi me quitan la respiración.
Susan se acercó al grupo. Abrazó a las chicas y a Madame. Me tendió la mano y se la tomé tratando de demostrarle que no guardaba ningún rencor. Finalmente nos abrazamos también.
-Me voy con Pierre, mañana voy a buscar mi ropa al departamento- Anunció y sin esperar una contestación, por demás innecesaria, dio vuelta y se marchó.
Nos quedamos mirándola hasta que se mezcló entre el gentío reunido. Pierre la presentaba a todos, ambos sonreían y se mostraban amables y felices.
-Vamos a festejar a la Torre- Propuso Sabrina rompiendo ese instante de inmovilidad.
-Vamos- Agregué, sin imaginar un motivo para el festejo.
Mientras caminábamos en medio de la multitud de turistas y de parisinos volviendo del trabajo, nos mantuvimos en silencio, cada una en sus cavilaciones. De pronto, Sabrina, expresando un pensamiento que, evidentemente no podía digerir habló:
-Tal vez nos hubieran premiado si no fuera por Susan, ese Pierre tuvo miedo de que lo acusaran de ser parcial-
La tomé de la cintura y mirándola a los ojos sentí la obligación salir en defensa de Susan.
-No la juzgues, ella no tiene la culpa de la cobardía de Pierre, recuerda que no sabía que lo encontraría en el Concurso-
-Eres demasiado buena con ella después de lo que te hizo-
-No se trata de ser o no ser buena, solo veo la realidad, hemos estado juntas durante diez años y si nunca le expresé mis sentimientos es por que ni siquiera yo estaba conciente de ellos-
-Olvidemos el Concurso y sus vicisitudes- Señaló Madame- Aquí estamos y el premio más importante hace tiempo que lo han ganado-
La noche de París era perfecta. La temperatura, ideal. La luna, vista desde el último piso de la torre, un enorme círculo plateado que parecía pronto a caer en medio de los Campos Elíseos. A pesar de los diferentes estados de ánimo, nos sentíamos inmersas en uno de nuestros mejores sueños. Con las copas de champagne en lo alto brindamos por el futuro, por Paris, por la felicidad. Abajo la ciudad era una superficie poblada de millones de lucecitas vibrantes, extendida hasta el horizonte, reflejándose en la oscuridad del cielo.
-Ahora tengo algo que anunciar- Declaró Roció mirándome a los ojos, suponiendo alguna reacción mía.
Y agregó
–Sabrina y yo nos amamos, hemos comprendido que ya no podemos seguir teniendo aventuras sin sentido por ahí, si nos tenemos la una a la otra-
Sonreí. Su felicidad era la contracara de mi desasosiego, pero al menos alguien había logrado llevarse algo más que un simple recuerdo de París.
-Todo para ustedes, se lo tienen merecido- Manifesté mientras les chocaba las copas, olvidando que Madame insiste en que es un gesto de mala educación, e inclusive en ese momento tan especial no perdió la oportunidad de echarme una mirada de reprimenda.
Rocío respiró aliviada, había temido lastimarme, aunque era imposible que lo hiciera un ser tan dulce como ella.
-No te preocupes- Le aclaré- Yo las quiero a ambas y sobre todo a ti que eres como una hermanita menor-
Las enamoradas salieron al balcón a ver la ciudad. Madame y yo nos quedamos sentadas a la mesa.
-Las vueltas de la vida- Opinó ella
-El amor, que aparece donde menos se lo espera- Agregué yo
-¿Tenían que venir a Paris para darse cuenta que se amaban?-
-A mi no me lo digas, pues parece que yo también tuve que venir a Paris para averiguar lo mismo-
El llamado del celular, mudo todos estos días me sobresaltó.
-¿Dónde estás muñeca?- Gritaba a miles de kilómetros mi tío Roberto.
-En París- Contesté.
-¿Fuiste a pasear con Susan?- Preguntó
-No, Susan no está conmigo- Atiné a decir, quedando luego en silencio sin saber que más agregar.
-¿Que te sucede?-
-Ya te voy a contar cuando vuelva-
-¿Cómo está la noche en Paris?-
Le respondí sin imaginar por que me lo preguntaba.
-Hermosa, hermosa-
-Pues a mí me parece que está lloviendo, ¿no, muñeca?-
Tragué saliva.
-Sí, tío, sí-
No podía engañar a alguien que estaba viendo pasar la vida mientras buscaba infructuosamente el amor.



Regreso sin gloria

Dos días después, tras haber gastado las suelas de los zapatos por las calles de la ciudad, llenado más valijas con cuanta cosa se nos ocurrió comprar, y jurado solemnemente, paradas junto al Sena, volver en otra ocasión, estábamos camino al Aeropuerto de Orly.
 Habíamos llegado cinco y volvíamos cuatro. Pasamos los trámites de chek in sin inconvenientes y cuando nos acomodamos en el avión sentí una desagradable opresión invadiéndome el pecho. Allá en una casa del Boulevard Voltaire había quedado Susan enamorada, por primera vez creyendo en un hombre, por primera vez perdiendo la cabeza, por primera vez proyectando algo en lo que yo no estaba incluida.
En el asiento de adelante Sabrina y Rocío reían por cualquier cosa, como siempre, pero ahora mirándose a los ojos y entendiéndose sin palabras. Al levantar el vuelo jugaban, como a la llegada, a ver quién descubría mas sitios conocidos de la ciudad.
Madame, a mi lado, me tomaba la mano y me miraba en silencio. No quería molestarme pero al mismo tiempo me hacía saber que estaba allí por si la necesitaba.
Lloré por ultima vez, decidida a desahogarme del todo. Cuando llegara a Buenos Aires debía comenzar de nuevo y no era conveniente cargar con mochilas innecesarias.




FIN







No comments: