Friday, June 23, 2017

Lueve en Paris. Capitulos 19,20,21 y 22

Los franceses insisten

Cuando desperté estaba parada en la gran plaza del Louvre frente a la pirámide de cristal. Y no por haber pasado la noche allí. La resaca del día anterior nublaba todavía mis sentidos y recuerdo vagamente, como un mal sueño, a Susan levantándome rápidamente y empujándome hasta la ducha, para luego maquillarme y  vestirme como si fuera un autómata. Del desayuno solo me quedó el sabor amargo del café y de una tostada con manteca. El tropel de señoritas sudamericanas me encaminó hasta el museo y no por estar ellas más lúcidas, a su vez todas se dejaban llevar por Madame, la única que parecía haber dormido ocho largas horas en el mejor de los lechos.
Alguien nos dio folletos para no perdernos en los laberínticos edificios, incluso nos ofrecieron uno de esos aparatos con  todas las explicaciones grabadas en idioma a elección, pero como se debe respetar un recorrido prefijado y Madame no estaba dispuesta a ninguna imposición, rechazó la tecnología y fue ella la guía personal. Se movía por las diferentes salas como si hubiera vivido en el Palacio en época de Luis XIII, humorada que se me ocurrió pero que evité comentar, no fuera que ella la escuchara y se sintiera ofendida
A esta altura había comenzado a interesarme el recorrido. Mi pasión en Buenos Aires es visitar los Museos, la impaciencia de ver otras cosas de Paris me habían obnubilado un poco, pero ahora lo estaba disfrutando. Seguramente no hay nadie capaz de sustraerse a la magia del “Rapto de las Sabinas”, o la “Gioconda” o la “Libertad que guía al pueblo” y no soy la excepción. Pero no era cuestión de detenerse. Madame nos llevaba a toda velocidad y dejamos atrás el Louvre, después del mediodía, habiendo visto una mínima parte, la más importante según ella y quedándome con las ganas de conocer las esculturas antiguas.
Cruzamos el Sena por el Pont Royal y en la orilla opuesta nos encontramos en el Musee D`Orsay que me interesaba más particularmente pues es sede de las más famosas pinturas del impresionismo. Allí estaban mis favoritos, Pisarro, Tolouse Lautrec, Seurat, Cezanne, Gauguin y Van Gogh por citar algunos.
Además de los museos y sus obras expuestas, algo me había llamado la atención. En el Louvre supuse que debía ser obra de algunos restos de alcohol circulando por mis venas y callé prudentemente a pesar de haber notado a aquellos individuos que la noche anterior nos habían invitado a Susan y a mí, seguirnos a prudente distancia. En medio del puente y mientras las demás observaban la Ile de la Cité me volví para confirmar mis temores. Continuaban allí, tras nuestros pasos. Se lo hice ver a Susan y ella les prodigó una sonrisa.
-¡Que haces!- Le señalé reprendiéndola.
-¿Y que querés que haga?, son simpáticos y hay que ser amables-
-¿Y no te preguntaste por que nos siguen?-
-Obvio, por que les gustamos-
-¿Y si son asesinos?-
-Querida, vos ves demasiadas películas yanquis-
-¿Y si son policías?-
-¿Que tiene? No tenemos nada que ocultar-
Madame, Sabrina y Rocío se acercaron a escucharnos para saber de que se trataba. Cuando se enteraron rieron con ganas.
-Como si nunca te hubiera seguido un hombre- Comentó  Sabrina
-Es que la asusta el no saber que decirle- Ironizó Rocío.
-Es fácil, solo di oui, siempre oui- Agregó Susan.
Aunque era notorio que los habíamos visto no dejaron de andar tras nuestros pasos. En el interior del D´Orsay recorrieron todas las salas como si estuvieran apreciando los cuadros. Alumbraba la Luna cuando salimos a la calle nuevamente. En ese momento los perdí de vista.
-Mañana vamos al Pompidou y a Versailles- Informó Madame mientras cenábamos en un restaurante de la Rue de Vaugirard frente al Palais de Luxembourg y a cuatro cuadras del departamento, las suficientes para regresar caminando y bajar la comida con que nos habíamos atiborrado.



Transformaciones

Tomar la decisión de colocarme los senos no fue fácil. Estaba harta de poner bolsitas con mijo en la copa de los corpiños y deseaba, al tener relaciones con un hombre, que éste tuviera el placer, y yo también, de acariciarme el pecho. Pero las operaciones me asustan. La única vez que había entrado en un quirófano había sido a los ocho años para la extirpación de las amígdalas y resultó ser una terrible experiencia.
Algún conocimiento de los pormenores tenía, había acompañado a Susan cuando se las puso un eminente cirujano plástico pero, a pesar de todo, dudaba y lo iba posponiendo una y otra vez. De momento, mi cuerpo iba tomando una delicada forma femenina gracias a las hormonas, mi cintura se afinaba y mis caderas y los glúteos formaban inquietantes curvas para disfrute de los hombres aunque el pecho era tan liso como una tabla.
Una noche, frente al espejo, tomé la decisión.
-¡Era hora!- Exclamó Susan cuando lo supo y cambiando los roles fue ella quien me acompañó a todos los estudios y el día de la operación, sobre todo, pues temía mi arrepentimiento en la mitad del camino.
Pero no me arrepentí. Y orgullosa como nunca antes, salí de la Clínica con el corpiño relleno de mi anatomía. Frente al espejo los miraba cada noche o en cada cambio de ropa, me colocaba de frente, de perfil, me los acariciaba, los sopesaba, eran hermosos, turgentes, redondos.
Al acostarme, durante un tiempo, evitaba cuidadosamente colocarme boca abajo, mi posición favorita en la  que dormía desde chica, pues temía reventarlos. El médico se rió de mí al saberlo y me aseguró que no explotarían. A pesar de la aclaración o por estar acostumbrada, solo volví a dormir boca arriba.
Susan se había hecho toda clase de intervenciones, la nariz, los pómulos, los glúteos, Botox y liposucción. Por épocas parecía una especie de adicción y me recordaba a la madre del personaje de la película Brazil.
Yo había fijado mi límite. Además mi cara resultaba atractiva como estaba y mis glúteos naturales ya eran algo notorios de por sí. A veces le preguntaba:
-Si te haces todo esto ahora que todavía somos jóvenes ¿qué vas a intentar cuando lleguemos a jovatas?-
-En vez de ir a la Clínica iré a un taller de chapa y pintura- Me contestaba jocosa.
-Las próximas tetas te las van a hacer de acero inoxidable- Le retrucaba.
-Si, pero no voy a poder pasar el detector de metales del aeropuerto-
Cuando conocimos a Sabrina y Rocío, ambas se habían colocado solamente los senos, y como yo, era a lo único que se habían animado, el resto, hormonas.
No veía la hora de estrenar los míos y en la ansiedad seduje, desabrochándome la camisa hasta el borde del corpiño, a un señor que me crucé por la calle, de traje gris y portafolio negro, elegido al azar. Cuando, en la intimidad de un Albergue Transitorio me sacó la ropa y se encontró con semejantes tetas me puso una mano en cada una y se hubiera quedado así, extasiado, si no fuera por que lo llamé a la realidad.






Susan sucumbe

El arte murió con los impresionistas, tal vez pueda darle algo de mérito al cubismo de Picasso y al surrealismo de Dalí pero de ahí en mas llamar arte a lo posterior es una benevolencia innecesaria. Por ello cuando fuimos al Centro Pompidou lo único que me llamó la atención fue la estructura del edificio, apasionada por la evolución del diseño de la arquitectura, de muebles y objetos de uso. En lugar de mirar las obras me detuve a ver la compleja maraña de tubos, perfiles y escaleras rodeando la caja vidriada del Museo. Susan y el resto de las chicas andaban, incansables, de sala en sala. Mientras contemplaba la ciudad a través de los cristales de la fachada se me acercó subrepticiamente uno de los conocidos individuos de los días anteriores.
-Excuse moi, mademoiselle, ¿parle vous francais?-
-No monsieur ¿parle vous espagnol?-
-¡Oh, yes, oui, sí!-
Su turbación me causó gracia. Una leve sonrisa asomó a mis labios pero la reprimí rápidamente para que no la confundiera con un gesto de simpatía.
Cuando se repuso habló
-Que hermosa es Paris- Sostuvo mirando también hacia afuera.
-Eso ya lo sé, ahora dígame algo que no sepa- Contesté duramente.
-Simple, mi compañero y yo deseábamos invitar a usted y a su amiga, la morocha, a recorrer la ciudad pues son dos mujeres muy atractivas con toda la sensualidad de las latinas-
-No gracias- Aseveré en forma un tanto brusca- Vine a conocer la ciudad, no los parisinos-
Bajó la cabeza como un niño sorprendido en una falta.
-Si es así... - Y dio dos pasos hacia atrás
-Disculpe usted- Lo detuve- Pero comprenderá que soy una dama y no puedo andar aceptando invitaciones de desconocidos sin más preámbulos-
-Me parece justo- Contestó y se alejó a marcha rápida.
Estaba deseosa de contarle la experiencia a las demás cuando de pronto me encontré a Susan del brazo del otro hombre charlando como si fueran íntimos conocidos. Ella reía sin parar. Le mostraba toda su prolija fila de dientes ante los seguramente estúpidos comentarios, propios de los hombres, con los que trataba de seducirla. Me sentí molesta y me dirigí a ellos sin tener conciencia de lo que hacía. Un segundo antes de interrumpirlos comprendí que me estaban dominando los celos. Si hablo ahora voy a quedar como una idiota, pensé y tratando de forzar una sonrisa sólo atine a decir.
-Bon jour monsieur- Al oído de Susan agregué- Después hablamos- Y continué mi camino para buscar a Sabrina, Rocío y Madame.
Pero no pude hablar con Susan el resto del día pues desapareció hasta volver al departamento a la una de la madrugada. Yo la esperaba, sentada en la alfombra del living, con la televisión encendida.
Por la tarde había acompañado a las demás al Palacio de Versailles para admirar la decoración del único lugar que hacía aparecer al departamento de Madame como un ámbito minimalista. Ni la decoración del Salón de los espejos, ni los jardines, ni las fuentes, ni todo el recorrido realizado de regreso pasando por la Madelaine y el Hotel de les Invalides con féretro de Napoleón incluido, mejoraron mi ánimo. Al llegar Susan se detuvo frente a mí e iba a comenzar a relatarme su aventura cuando advirtió la persistencia de mi enojo.
-¿Que pasa?- Preguntó
-Nada, que simplemente te vas con un hombre que ni siquiera conoces en una ciudad que tampoco conoces y pretendes que me quede tranquila-
-¡Vamos!. ¿Cuantas veces hemos tenido aventuras con hombres en la peligrosa Buenos Aires y nunca nos importó?-
Mi silencio fue elocuente.
-¿O de veras te importó y nunca lo supe?-
-Tal vez si, o tal vez no- Musité sin estar segura de lo que decía.
-Bueno, el hecho es que mañana nos veremos de nuevo, me va a llevar a conocer su casa en el Boulevard Voltaire- Y dicho esto se dirigió al dormitorio dejándome sola con mis pensamientos.



Experiencias variadas

Ninguna de nosotras habíamos tenido una relación estable. Los hombres asocian la palabra travestido con prostitución o sexo al paso y como todos los preconceptos es difícil de erradicar. En nuestras idas a Angel´s tratamos a muchas chicas que no habían tenido más remedio que ofrecer su cuerpo para poder vivir, pero ello no significaba que lo hacían por gusto. Varias tenían estudios que le hubieran posibilitado lograr un trabajo decente pero la sociedad les cerraba todas las puertas.
Cada vez que tuvimos oportunidad presentamos a alguna de ellas a nuestros conocidos, clientes en su mayoría, que tenían empresas o negocios, para que les dieran empleo, pero siempre tropezábamos con respuestas evasivas. Finalmente comprendimos que para esas personas era aceptable tener dos decoradoras travestis pero no empleadas en sus oficinas nueve horas al día, por el temor, no confesado, que les alteraran el orden. Tampoco nos extrañaba que esa misma gente fuera a los teatros de revista a aplaudir a las dos o tres que habían logrado trascender a la fama.
La carencia de afecto varonil no nos quitaba el sueño. Sabíamos que un hombre que nos amara debía ser muy especial y en nuestro interior no creíamos que existiera. Teníamos algunas aventuras pasajeras, y sabíamos que no pasarían de eso. Los hombres buscan aquello que tenemos entre las piernas, por puro morbo, por ser homosexuales reprimidos o por curiosidad, pero jamás por amor.
En todos estos años, Susan y yo habíamos tenido mas relaciones sexuales entre nosotras que con varones a pesar de aprovechar toda ocasión que se nos presentaba aún conociendo sus hipócritas intenciones. Lo mismo sucedía entre Sabrina y Rocío. No siendo parejas, manteníamos un cómodo e implícito estado de amigas íntimas.
Susan y yo, pudimos mudarnos a nuestras respectivas viviendas. A pocas cuadras una de la otra, equidistantes de la plaza de San Isidro. Ella se había construido un pequeño chalet estilo inglés de paredes de ladrillo a la vista, carpintería de madera y techo de tejas esmaltadas azules, frente al Club Atlético, donde solíamos ir los sábados por la mañana a ver los rugbiers. Yo había comprado una casa colonial, sobre una tranquila callecita empedrada, de veredas poblabas de tipas, que reciclé totalmente respetando la distribución original, las puertas, ventanas, los pisos de machimbre y sobre todo la glorieta del patio cubierta de una parra acogedora, ideal para sentarse a su sombra a leer y tomar mate.
Sabrina y Rocío compartían el hogar de la madre de la primera, en Villa Adelina, esmerándose también en terminarle algunos detalles de construcción que nunca había podido realizar la sacrificada mujer.
A pesar de nuestra suerte no habíamos estado exentas de agresiones. Susan sufrió el intento de un fulano de doblarle el brazo cuando se negó a acceder a sus requerimientos en Angel´s. El individuo se puso a gritarle en medio de la pista que era una puta, que para lo único que servía era para chuparle la verga. Ella no se conmovió. Lo miraba como si esos exabruptos no le estuvieran dirigidos. Siendo la mayoría de los presentes, travestís, se encargaron de echarlo a la vereda mientras continuaba profiriendo insultos.
Yo había pasado por una situación similar, sin violencia física, pero con el agravante de estar sola. Una tarde de invierno, mirando el diario, en una confitería cerca de mi casa, llamé varias veces al mozo sin lograr su atención. Cuando vio que no podía evitarme se acercó a mi mesa y me manifestó:
-Acá no atendemos a pervertidos-
Me levanté y me fui. No podía propinarle un golpe, aunque lo tuviera merecido y yo la fuerza para derribarlo. Pero eso significaba exponerme al escándalo y darle la razón. A pesar de estas experiencias siento que tengo el valor de caminar con la frente alta y orgullosa de ser lo que soy.
Sabrina no se andaba con remilgos en esas ocasiones. Una vez, caminando por Palermo dos hombres la siguieron mientras la insultaban. Los toleró dos cuadras, en la tercera se detuvo y se dio vuelta.
-Epa, ¿qué le pasa a la putita?- Fue lo ultimo que dijo uno de ellos, pues cayó al suelo desparramando su cuerpo por la vereda al recibir una trompada en pleno rostro. El otro se alejó unos pasos, pero al ver a Sabrina dispuesta a su persecución, corrió hasta comprobar que había puesta prudente distancia entre él y ella.
Rocío, después de las desventuras vividas en la adolescencia no volvió a sufrir mas agresiones y eso lo debía a que fácilmente pasaba por mujer y nadie a su alrededor tenía sospechas de su verdadero género.




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