Tuesday, June 20, 2017

Llueve en Paris. Capitulos 11, 12, 13 Y 14

Sorteando la burocracia

Susan acompañó a Sabrina y a Rocío a tramitar los Pasaportes. Además de hacerlo por disfrutar del paseo, el motivo era evitarles las molestias de superar los trámites sin tener que dar interminables explicaciones debido a la diferencia entre su aspecto y los datos reales de filiación. Las llevó por todas las oficinas ostentando un papel firmado por el Comisario Inspector Hernández, ordenando que se las atendiera con presteza y sin poner objeciones. Susan y yo ya habíamos utilizado esa recomendación luego de haber ofrecido al Comisario una sesión de sexo que lo dejó agotado y dispuesto a ayudarnos en cuanto le pidiéramos. Incluso, con semejante recomendación, lograron obtener el documento en tiempo record. Al reunirme con ellas, pocos días después, ya lo tenían en sus manos.
Afortunadamente, el viaje se haría en nuestro invierno, por lo tanto, verano en Francia. Eso implicaba llevar poca ropa, pero nosotras, mujeres al fin, llenábamos valijas como si fuéramos a realizar una expedición al fin del mundo.
-¿Y sí tenemos que ir a una fiesta de gala? ¿Que nos ponemos para pasear por la ciudad? ¿Y si vamos al Moulin Rouge? ¿Que nos ponemos para entrar en Notre Dame? ¿Y para viajar en el avión?-
Las preguntas nos abrumaban y cada respuesta conllevaba colocar más prendas en las valijas prontas a estallar. Luego decidíamos sacar algo y más tarde lo volvíamos a poner. Así estuvimos varios días hasta optar por una solución práctica. Llevaríamos lo menos posible y si nos hacía falta algo lo compraríamos allá, idea de Susan, aunque sospecho que su verdadera intención era solamente comprar y comprar.
-¡Galerías Lafayette, allá voy!- Exclamó revelando su deseo.
Sabrina y Rocío debieron adquirir valijas y renovar su vestuario antes de viajar. Ambas, imbuidas de su nueva educación optaron por verse elegantes y discretas. Además cargaron con varios libros para leer durante el vuelo, aunque les aclaré que al viajar por primera vez en avión seguramente iban a pasar mucho tiempo mirando por la ventanilla. Sin confesar que yo, a pesar de haber hecho varios viajes por el país, a Brasil o Punta del Este, lo seguía haciendo, embobada, como una novata.
Era una mañana de frío invernal, contrarrestado por un sol radiante, cuando bajamos del remise que nos llevó al Aeropuerto,  a nosotras y nuestras ocho valijas. Rocío y yo habíamos coincidido en usar botas y polleras hasta las rodillas, camisa blanca con pañuelo en el cuello ella, musculosa rosa, yo. Sabrina y Susan de pantalones y suéteres de cuello redondo, todas abrigadas con sacones de color claro.
Nuestro paso por el hall no pasó inadvertido. Hombres y mujeres nos miraban. En cierta forma eso me enorgullecía. Si alguien se daba cuenta de nuestra condición de travestís no nos importaba. Era una manera de demostrar nuestro derecho a ser como todo el mundo.
El único momento incómodo fue, tal como de costumbre, el de presentar los documentos en Migraciones. El empleado nos miró de la punta de los cabellos hasta la punta de los pies.
-¿Cómo sé que ustedes son ustedes?- Preguntó ingenuamente.
No teniendo fotos recientes como varones de ninguna de nosotras, habíamos apelado, para el Pasaporte,  a sacárnoslas con el cabello recogido y sin maquillaje. Eso nos daba un aspecto andrógino que más bien movía a risa y a la duda, pues el hombre continuaba sin saber cuál era la actitud a tomar.
Estaba por llamar a un superior cuando una voz a nuestras espaldas reclamó su atención.
-¿Que sucede aquí? ¿Que es esta demora?-
Madame Courtesie, con varias valijas a cuestas, más que nosotras, se había colocado a la espera del control y viendo el problema intervino.
-¡Vamos, vamos que perdemos el check in!-
El empleado la miraba atónito. El aspecto distinguido de Madame lo había apabullado, mientras tanto ella lo seguía atosigando.
-¡Vamos chicas, que perdemos el avión, vamos que a personas de nuestra importancia no nos pueden demorar!-
Nos devolvieron los pasaportes con celeridad y el de Madame ni siquiera lo revisaron.
-Estos burócratas merecen ser tratados así, si los dejas pensar sobreviene el caos-
Reíamos las cinco mientras caminábamos por la manga.



Primeras relaciones

Mi encuentro con Susan no había sido mi primer experiencia homosexual. A los doce años y durante varios meses fui la noviecita ingenua de un muchacho del barrio seis años mayor. Pedro se había convertido en una persona de confianza para mi madre pues, en varias oportunidades, había acompañado a sus hermanas cuando ellas la visitaban para encargarle trabajos de costura. Vivía con toda su familia enfrente de la casa de mis padres y compartía mis juegos infantiles, pero un día me propuso pasatiempos novedosos tales como acostarme boca abajo mientras él me acariciaba piernas y glúteos, colocándose encima de mí y abrazándome fuertemente.
De esas caricias, aceptadas, temerosamente y en silencio pasó a pedir que me quitara los pantalones y me vistiera con alguna ropa de mi madre. El juego me parecía peligroso pero a la vez excitante. Consentí todos sus pedidos e incluso me vi obligada a complacer a su hermano mayor quien me tomaba en sus brazos y me besaba, introduciéndome la lengua en la boca. Pedro me recordaba constantemente que yo era su novia y que algún día me iba a enseñar como hacían los mayores cuando se casan.
Tras poca insistencia, logró su cometido. Una tarde en su casa me convirtió en su mujer. Me enseñó muchas cosas que yo ignoraba totalmente y de las cuales mis padres, ni antes ni después de estos hechos que siempre ignoraron, jamás me hablaron. Al principio tenía mucho miedo, pero me fue tranquilizando. Completamente desnudos y acostados en la cama matrimonial comencé, con curiosidad, a acariciarle todo el cuerpo, sobre todo aquella parte que por primera vez veía en otro varón. La tomé con mis pequeñas manos y a un gesto de él me la llevé a la boca. Fue suficiente para entrar en éxtasis. Luego, sumisamente, acepté ser penetrada por primera vez. El dolor dio paso a un goce como nunca hubiera imaginado. Cuando pude relajarme supe, con certeza, que había iniciado un camino sin regreso.
Pedro continuó excitado. Volvimos a tener otra sesión de sexo en su casa y luego me compartió con su hermano, en el taller mecánico donde éste trabajaba. Seguramente yo estaba muy adelantada sexualmente para mi edad pues jamás lo sentí como una violación. Inesperadamente, para ellos, los provocaba, insaciable, les pedía mas de aquello que me estaban dando. Un mes después se mudaron, dejando mis deseos de sexo en plena efervescencia. No volví a tener otra relación hasta mi encuentro con Susan, salvo las incontables masturbaciones recordando a mis primeros amantes.
Susan en cambio tuvo su primer relación conmigo. Se quedó mirándome extasiada mientras yo, con toda tranquilidad me sacaba la ropa. Estaba arrodillada en la cama y parada frente a ella giré mi cuerpo y se lo mostré desafiante. Después de unos segundos la apresuré:
-Dale, no seas tontita-
Las palabras ejercieron un efecto electrizante. Se quitó la ropa rápida y desordenadamente quedando desparramadas las prendas por el suelo. En medio del frenesí intercambiamos roles varias veces. Ambas gozamos al punto que nuestros gritos, al eyacular, resonaban  en toda la casa, afortunadamente vacía.
-¿Que te gustó más?- Preguntó Susan.
-Ser mujer- Expresé segura.
-Yo también- Aseveró ella.
-¿Te gusta la ropita de mujer?- Volvió a interrogarme.
-¡Si!-
-A mí también- Y señalándome la puerta agregó- Ven, vamos a ver el ropero de mi madre-



Viajando

El avión levantó vuelo. Mientras corría por la pista pude ver la cara de susto de Sabrina y Rocío. Después me confesaron su temor por que chocara contra algo antes de elevarse. No les dije nada, incluso me reí, pero yo también tuve la misma sensación en mi primer experiencia. En cuanto pudimos zafarnos de los cinturones de seguridad nos juntamos a conversar. Madame les explicaba el plan preparado para cuando llegáramos a París. Disponíamos de varios días antes de la reunión y lo aprovecharíamos paseando con ella como guía en una suerte de postgrado.
-Iremos al Centro Pompidou, luego al Louvre, al Teatro de la Opera, al Gran Palais, al Petit Palais, al Museo de Orsay, al Palacio Chaillot, al Museo Rodín, al Palacio de Luxemburgo y Versalles-
-¿Solo museos?- Se sorprendió Susan
-¡Eso, ¿y Montmartre? ¿Y la Place du Tertre?, ¿Y el Moulin Rouge?, ¿Y los Campos Eliseos?, ¿Y la Torre Eiffel?, ¿Y la Rue de Rivoli? ¿Y el Forum de Halles?- Pregunté yo, repitiendo los nombres aprendidos de una guía de la ciudad que había hojeado en la casa de un cliente.
-Sí, ¿y la vida nocturna?, En algún lugar debe haber chicas como nosotras- Agregó Susan al borde de la desesperación.
-Antes de la reunión irán donde yo digo, después hagan cuanto se les antoje, pero las quiero hechas unas verdaderas damas en el momento preciso, y a las cuatro, ustedes no se hagan las distraídas- Contestó señalándonos a Susan y mi.
Sabrina y Rocío, sus alumnas, no objetaron nada. Ni siquiera abrieron la boca. Se quedaron con Madame casi todo el viaje escuchando acerca de las obras de arte expuestas en esos museos. Susan y yo volvimos a nuestros asientos. Suficiente historia del arte habíamos tenido en la Escuela.
Mientras el avión sobrevolaba el océano y siendo el único entretenimiento tratar de ver un barco en medio de la inmensidad me sumergí en El Nombre de la Rosa, uno de los libros acarreados por Sabrina. Así me encontraba cuando el capitán anunció la aproximación al Aeropuerto de Orly. En ese momento olvidé la novela y mirando por la ventanilla traté de reconocer los diferentes sitios de la ciudad tomando como punto de referencia el río Sena. Susan, a mi lado, intentaba hacer lo mismo y exclamaba junto a mi oído:
-¡Allá!, ¡La Torre Eiffel!, ¡Notre Dame!, ¡La Concorde!, ¡El Sacre Coeur!...-
Y muchos nombres más hasta que, ya a baja altura y sin la perspectiva suficiente, debimos olvidar el reconocimiento y ajustarnos los cinturones, sobre todo por que una esbelta azafata sin hablar ni pizca de español nos ordenó ubicarnos en nuestros asientos. Como nosotras solo entendemos algo de francés de ver las películas de Depardieu recién comprendimos sus palabras cuando nos señaló imperativamente con el dedo donde debíamos estar.



Primeras relaciones parte 2

Sabrina, ya ni recordaba con quién había tenido su primer relación. Seguramente había sido alguno de sus amigos de la infancia cuando, una vez pasada la sorpresa de verla en su nueva condición, comenzaron a acercarse a ella a escondidas de los otros para evitar las burlas, pero eran tantos que había olvidado quién dio el primer paso y cuando hacía un esfuerzo le venían dos o tres nombres a la mente que generalmente no eran los mismos. A veces José, a veces Juan, a veces Alberto.
-Si lo viera de nuevo desnudo lo reconocería- Solía aseverar.
Lo que conservaba en la memoria era el lugar. Una casa abandonada, cubierta por los yuyos del jardín, sin puertas y con los vidrios rotos. En una de las habitaciones un viejo y mugriento colchón servía de lecho. Era un sitio ideal, al menos otros niños el barrio no entrarían a espiar pues era rumor que la vivienda estaba poblada de fantasmas aullando por las noches y sacudiendo cadenas durante el día. Se había acostado en ese colchón con casi todos los muchachos de la cuadra y del resto del barrio.
La primera experiencia sexual de Rocío fue terriblemente traumática y solo la pudo superar después de muchos años gracias a un espíritu inquebrantable que contrastaba con su aparente fragilidad. Fue violada por su padre una tarde, cuando habiendo vuelto de recorrer el campo la encontró caminando por la casa usando el vestido floreado que el hombre le había regalado a su madre para ir al pueblo. La tomó de un brazo y al caer la arrastró por el piso hasta el dormitorio mientras le pegaba y la insultaba con todo el vocabulario que conocía. Sin ningún cuidado, preso de su furor, le arrancó la ropa y acostándola en el lecho matrimonial se bajó los pantalones y la penetró brutalmente mientras le gritaba.
-¡Así que querés ser mujer, esto te pasa por ser mujer, maricón!-
Ella lloraba y pedía a gritos
-¡Papito, papito! ¡Déjame, déjame! ¡No lo voy a hacer más!-
Los ruegos parecían exasperar más al hombre. El escándalo atrajo a la madre que llegaba desde el gallinero, pero la mujer se quedó parada en el vano de la puerta, aterrada, en silencio, mirando como si no fueran su hijo y su esposo quienes estaban frente a ella. Al dejarla su padre, tras una nueva golpiza, Rocío quedó tirada en la cama gimiendo de dolor sangrando por el ano y cubierta de moretones. La madre, por temor al hombre, no se acercó en ningún momento para consolarla. Esa noche juntó un poco de ropa en una mochila y mientras sus padres aún dormían, escapó de la casa.




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