Saturday, June 24, 2017

Llueve en Paris. Capitulos finales,23,24,25, y 26

Dominada por los celos

¿Que me estaba pasando?. ¿Acaso sentía que esta vez podía perder a Susan? Nunca antes había experimentado semejante desasosiego. Tratando de olvidar el gusto amargo que sentía en la boca compartí el desayuno sin dejar traslucir mi estado de ánimo para no mortificar a las demás, quienes parecían no haber notado lo que estaba sucediendo. Un bocinazo desde la calle sacudió a Susan. Se levantó inmediatamente, tomó su bolso y partió saludando con la mano desde la puerta.
-Tu también deberías haber aceptado la invitación de tu admirador- Dictó Madame.
-Eso, eso- agregaron Sabrina y Rocío a coro. Esa coincidencia de voces me hizo observarlas con atención y noté como se tomaban la mano con afecto. Nunca antes las había visto así y comencé a pensar que, indudablemente, el aire de París influía en las personas.
No contesté los comentarios y tampoco estuve muy locuaz el resto del día. Me mantuve ensimismada en mis pensamientos mientras, gracias a la idea de Madame de tomar un taxi para visitar varios sitios de la ciudad, estuvimos ocupadas todo el tiempo. Hicimos una primer parada en Notre Dame, que recorrimos emocionadas, prorrumpiendo a cada rato en exclamaciones de admiración. Mas tarde un breve paseo por la Ile de la Cité y luego por los Champs Elysees hasta La Defense donde están los más modernos edificios y Paris parece cualquier cosa menos Paris. Recalamos en el Champs de Mars y subimos, por primera vez desde nuestra llegada, a la Torre Eiffel. El magnífico panorama de toda la ciudad en su mayor esplendor visible desde la cúspide me distrajo lo suficiente como para pensar que seguramente estaba exagerando mi miedo. Almorzamos en el restaurante a trescientos veinte metros de altura. Tuve bastante apetito y, mientras sorbía con placer un vaso de vino borgoña me propuse ser más comprensiva con Susan debiendo suponer, sin egoísmo, que lo suyo podía ser solo otra aventura pasajera.
El taxista nos esperaba al pie de la Torre, al subir le habíamos preguntado si quería venir con nosotras pero no aceptó.
-Ya he estado muchas veces ahí- Aseguró lacónicamente.
-Yo vendría todos los días- Comentó Sabrina.
-Si, eso por que no vive aquí- Contestó mientras se dirigía adonde había dejado su vehículo.
Nuestro próximo destino era Montmartre y la Iglesia del Sacre Coeur, sitio ideal para conocer la bohemia de los artistas callejeros donde seguramente muchos genios terminaron haciendo, por cinco dólares, pinturas para turistas. En una esquina, el joven que nos invitara a visitarlo cuando estábamos en la vereda del café George V, nos reconoció y llamó nuestra atención haciendo gestos desde media cuadra. Dejó de lado un cuadro pintado a medias y en pocos minutos realizó los cuatro retratos y nos los entregó envueltos entre cartones para evitar su deterioro. Luego de caminar unos minutos por la Place du Terte, al internarnos dentro de la imponente Iglesia del Sacre Coeur nos abrumó la misma sensación mística experimentada en Notre Dame. Para mí era la arquitectura llevada a su máxima expresión, para Sabrina y Rocío, creyentes ambas, era la presencia de Dios. Madame callaba, imposibilitándome de saber que sentimientos la embargaban aunque supuse que algo escondido dentro de ella despertaba su emoción pues en ambas ocasiones pude ver alguna lágrima corriendo por sus mejillas, mientras se apresuraba a secársela con el dorso de la mano en un gesto poco elegante para ella.
El café con masas lo tomamos en Au Lapin Agile, un pequeño restaurante y por las noches cabaret en la esquina de la Rue Norvins y la Rue Saules, disfrutando de una velada literaria donde desconocidos poetas leían sus creaciones, muchas de las cuales no hubiéramos entendido de no ser por la rápida traducción simultanea de Madame.
Tanta actividad nos dejó agotadas. De regreso al departamento solo cenamos unos sencillos pero suculentos sándwich. Susan no había llegado, lo que me retrotrajo a mi estado de mal humor.
-Mañana es el gran día- Declaró Madame- Así que hoy se van a acostar temprano pues deben verse descansadas y frescas, habrá muchas pupilas en la reunión y deben demostrar que son unas reinas-
-¡Eso es lo que somos!- Contestaron a coro Sabrina y Rocío.
-¿Y vos?- Me preguntó Madame.
-Soy la reina, la reina de corazones, de corazones solitarios-
Al irse Sabrina y Rocío a su habitación, Madame se acercó a mí y me abrazó tiernamente como nunca me imaginé que podría hacerlo, siendo tan respetuosa de la formalidad.
-El fin de algo siempre es el principio de una nueva oportunidad- Dijo como si mis pensamientos estuvieran revelados en una placa de rayos x.
Apoyé mi cara en su pecho y la miré a los ojos. Pocas veces me había abrazado así mi madre. Continuábamos en esa posición cuando llegó Susan radiante de felicidad.



Marchando por el orgullo

Muchas veces habíamos visto en la televisión las Marchas del Orgullo Gay en otras partes del mundo con el inocultable deseo de participar en un evento así, por ello cuando supimos que se realizarían en Buenos Aires no dudamos un instante. Susan había escuchado la noticia en la radio e inmediatamente se puso en contacto con todas nosotras. Esa misma noche nos reunimos en el estudio. La idea era ir vestidas iguales y nos llevó poco tiempo tomar una decisión. Lo haríamos de odaliscas.
Con votación unánime me encargaron de que alquilara los disfraces. Estuve una mañana completa tratando de encontrar un sitio en donde tuvieran cuatro trajes mas o menos parecidos. El problema se presentó cuando me preguntaron para que los usaría. Estúpidamente les dije la verdad y se negaron a alquilármelos argumentándome que seguramente se los devolvería estropeados.
-Les pagamos los daños, si los hubiera- Aseguré.
Dudaron, hablaron entre los empleados y a la única conclusión que llegaron fue consultar con el dueño del local. Después de escuchar de éste, nuevamente los mismos argumentos decidí dar un corte a la situación.
-Se los compro-
-No, no puedo venderlos-
-Bien- Manifesté mientras me encaminaba a la entrada.- Ya habrá otro comerciante mas razonable-
Estaba por trasponer la puerta cuando me llamó.
-¡Señorita! Por favor venga que podemos llegar a un arreglo-
Me volví y luego de una breve discusión salí con los trajes, pero fue la única vez que le alquilamos un disfraz. Le aplique la misma política que a nuestros proveedores del estudio cuando nos fallaban.
En las siguientes ocasiones y para evitarnos los alquileres trabajamos nosotras en la confección como cuando conseguimos trajes de sirvienta en una casa de uniformes y los cortamos para convertirlas en inquietantes minifaldas. Otro año nos compramos pantalones y chaquetas de cuero con el agregado de gorras que nos vendieron en una tienda de rezagos militares. Una cuarta vez adquirimos polleras tableadas escocesas y remeras de colegialas.
Pero la peor experiencia fue al decidir vestirnos con trajes de novia. No podíamos confeccionarlos y no tuvimos mas remedio que volver a las casas de alquiler. A cuatro, ya que convinimos en que resultaría sospechoso encargar varios trajes en un solo local. Si bien estábamos felices con los atuendos resultaron incómodos, debido a su largo, para caminar por las calles y bailar. Debíamos mantenerlos hasta la altura de las rodillas para no arrastrarlos por el piso y no pudimos evitar mancharlos de tierra lo que nos costó una buena suma de dinero al devolverlos.
El bullicio y la alegría del encuentro con tantas personas viviendo la vida a su manera, sin tener que rendir cuentas a nadie siempre resultó gratificante. Era el gran momento de aunar los espíritus, de saber cuantos somos, de saber que existimos. Por supuesto no faltaban quienes, desde las veredas nos gritaban sandeces, en nombre de la moral, de la religión o de la hipocresía.
-¡No somos anormales, no somos pervertidas, no somos diferentes!- solía gritar cuando me sacaban de quicio pues siempre afirmé la idea de que nuestra actitud es solo una manera de vivir, como cualquier otra, y aceptar ser llamados diferentes es lo mismo que aceptar ser llamados anormales.
Al culminar cada una de estas marchas terminábamos agotadas de tanto bailar y saltar y las gargantas afónicas de cantar y gritar de entusiasmo pero no podíamos parar. En el estudio dejábamos los disfraces, nos poníamos algo más cómodo y volvíamos a la calle a sentarnos en una pizzería a devorar dos de muzzarela y por lo menos tres cervezas tratando de prolongar el festejo de esas jornadas tan especiales. Al otro día comenzábamos a pensar en el vestuario para el año siguiente. La comunión había sido realizada y nos sentíamos renovadas.



Un evento con sorpresas

Mientras desayunábamos Madame explicó a Sabrina y Rocío los pormenores del evento al que íbamos a asistir. No se trataba de un desfile de belleza aunque serían evaluadas por la forma de caminar, de lucir sus vestidos o de sentarse, como se presentaban, hablaban, aunque no era imprescindible hacerlo en francés, disponían los cubiertos en la mesa, comían, por los temas tratados en las conversaciones, su nivel cultural y hasta como bailaban. Un jurado formado por gerentes de revistas femeninas, de casas de moda y de representantes de modelos, serían implacables hasta otorgar al final del día menciones a las diferentes especialidades y un premio destacado a la mejor alumna y su profesora.
Susan tomaba té y tostadas con mermelada dietética junto a nosotras. No había partido raudamente como los días anteriores y nos extrañó.
-¿Hoy no sales?- La interrogó Madame.
-No, hoy Pierre debe trabajar-
-¿Ah, se llama Pierre?- Pregunté, forzando un tono de sarcasmo en mi voz.
-Si, y es encantador, ¡no sabes lo que es su casa!-
-¡Y no quiero saberlo!- Exclamé furiosa y me levanté de la mesa.
Susan corrió detrás de mí. Cuando me alcanzó en el pasillo me tomó del brazo bruscamente.
-¿Que te pasa?. Decime, por que tu preocupación no es que ande por ahí con un desconocido, se trata de algo mas serio-
-No es nada de lo que no te hubieras dado cuenta sola- Contesté tratando de transferirle la culpa que sentía por no haber tenido la lucidez de haberle demostrado mis sentimientos cuando todavía estaba a tiempo.
-Sabés que no me gusta jugar a las adivinanzas, pero ya que estamos y por que yo digo lo que siento te contaré algo para que ya lo vayas sabiendo, Pierre me pidió que me quede con él en París y acepté-
No pude evitar una pregunta.
-¿Y ya sabe lo que sos?-
-Por supuesto, lo adivinaron el primer día que nos vieron-
Me solté como pude. Corrí hasta la habitación y me arrojé en la cama, apretando la cara contra la almohada hasta sentir que me ahogaba. Susan no me siguió, volviéndose inmediatamente al comedor. Lloré desconsolada, en silencio para que no lo advirtieran, hasta que sentí una mano sobre mi hombro. Era Sabrina que había venido a buscarme.
-Vamos reina, dale que el mundo nos espera allá afuera-
Haciendo un esfuerzo me vestí y maquillé pues no podía arruinarles el día tan esperado, y finalmente salimos las cinco a la calle. Sabrina y Rocío lucían espléndidas, acordes con el momento que iban a vivir, Madame parecía, tal vez influida por la importancia del acontecimiento, varios años más joven. Susan, debo reconocerlo, estaba más linda que nunca y yo, en tanto, andaba renegando con los tacos altos mientras me sentía molesta por no haberme puesto un vestido más cómodo.
La ceremonia era en el Hotel Ritz, frente a la Place Vendome. Todo el lujo imaginable desbordaba por las paredes empapeladas, los cielorrasos con pinturas alegóricas, muebles de roble, alfombras de Persia, grandes luminarias de cientos de luces colgando del techo y pisos de mármol veteado en rosa. Al entrar nos recibió una asistente, colocando a Madame, Sabrina y Rocío sus respectivas identificaciones.
-¡Ah, ah!- Exclamó una señora, de baja estatura, cabello totalmente cano, arrugas sobre las arrugas, aros y collar de oro con diamantes, exagerados al igual que su vestido de tafetán azul que arrastraba por el suelo, dirigiéndose a Madame y dando señas inconfundibles de conocerla.
-¡Que suerte que has logrado venir, querida! Se dice que este año traes una verdadera sorpresa-. Agregó mientras la besaba en ambas mejillas.
-Así es- Respondió Madame y tratando de librase de la euforia de la dama, dándose vuelta le presentó a sus alumnas.
-¡Ah, ah! ¡Hermosas, hermosas!, vengan, vengan, que tengo que presentarles al nuevo presidente del jurado y su asistente-
Al encaminarse a paso rápido hacia un grupo de personas que conversaba animadamente en un rincón del salón no tuvimos más remedio que seguirla.
-¡Aquí, aquí!- Y tomó del brazo a un señor vestido con traje de seda italiana, del cuál veíamos solo su espalda.
-¡Mira!, Madame Courtesie y sus alumnas- Le anunció mientras este giraba sobre sus pies.
Madame, Sabrina y Rocío a su lado, Susan y yo unos pasos más atrás no pudimos reprimir una mueca de asombro mientras la señora continuaba con las presentaciones-
-Monseiur Pierre Arnel y su asistente Michel Voulet, gerentes de la casa Dior-
Los dos individuos que nos habían estado persiguiendo por medio Paris, uno de los cuales había logrado seducir a Susan estaban parados frente a nosotras, sorprendidos también por el inesperado encuentro.
-¿Por que no me dijiste que ibas a estar aquí?- Preguntó Susan a Pierre tratando de no ser escuchada por la gente a nuestro alrededor.
-Te recuerdo que tu tampoco me dijiste donde ibas a estar hoy- Contestó el sujeto visiblemente incómodo.
Linda manera de empezar una relación, pensé.
-¿Están locos?- Observó Madame a punto de perder la compostura- Imaginen que se sepa que se conocen, van tirar por la ventana todo mi trabajo y el de las chicas-
Con gesto decidido aparté a Susan de Pierre.
-Ahora se van cada cuál por su lado y no se hablan ni para preguntarse la hora- Ordené con firmeza.
El secretario de Pierre, mi insistente admirador, se acercó susurrándome al oído:
-¿Yo también tengo que permanecer alejado de ti?-
-Si, y hasta que se caiga la Torre Eiffel- Contesté malhumorada
El comienzo de las actividades distendió la situación. Los dos hombres fueron a ocupar sus lugares, Sabrina y Rocío pasaron al salón en donde iban a ser examinadas, Madame se reunió con sus colegas, Susan y yo nos quedamos paradas sin saber que hacer ni decir.
Ella rompió el silencio.
-Jamás creí que iba a suceder esto, todo fue tan repentino-
-No me expliques, no puedo pretender ser dueña de tu vida, ambas hemos pasado muchos momentos felices y problemáticos y jamás hablamos de lo que podía suceder entre nosotras, ahora es tarde, debimos sincerarnos antes-
-¿Te vas a arreglar sin mí?-
-En el trabajo supongo que si, ahora, con respecto a mis sentimientos, tal vez me lleve más tiempo-
Luego permanecimos calladas. Ella caminó por el salón observando las pinturas, yo me senté en la confitería a tomar un café. Mientras la miraba pasearse me invadía la sensación de sentirla una extraña, una más de las tantas personas anónimas que poblaban el lobby del hotel.
Salí a pasear por la Place Vendome, no había mucho para ver, salvo la columna de hierro en homenaje a Napoleón y sus victorias militares, el resto parece un gigantesco estacionamiento de lujo pues no hay canteros con flores, ni árboles, ni bancos y toda su superficie es un continuo pavimento de arcaicos adoquines. Anduve recorriendo las veredas del contorno, mirando las vidrieras de las joyerías y las boutiques, hasta ver a Madame salir del Hotel y hacerme señas.
-Hasta ahora todo anda bien, las chicas pasaron todas las pruebas, ahora vamos a almorzar, es solo para alumnas y profesoras. ¿Por que no van Susan y vos por ahí a comer algo juntas?-
-No, gracias por la idea, pero no puedo, volveré a la hora que termine todo- Y tras desearle suerte, di media vuelta y comencé a caminar sin rumbo fijo.
Mi vestimenta, más acorde para una fiesta de noche que para el mediodía de París llamaba la atención de los transeúntes, algunos me miraban en silencio, otros me dijeron piropos, o algo así, pues en francés cualquier frase parece un poema. No les entendía nada, salvo aquellos que musitaron: mon amour, je t´aime,  petit belle o tre joli, las pocas palabras conocidas por mí.
Volví al Hotel en el preciso momento de la entrega de premios. El salón estaba repleto de personas expectantes. Me resultaba gracioso ver a quienes participaban cruzar los dedos por abajo de las mesas o hacer cuernitos apuntando a las otras competidoras, olvidando todo decoro. Se anunciaron las ganadoras en diferentes rubros, una por una fueron subiendo al escenario a recibir unas pequeñas estatuillas de cristal de forma indefinida y pronunciar breves discursos de agradecimiento. Algunas estaban tan exageradamente emocionadas que parecían actrices habiendo ganado el Oscar. Mis amigas y su profesora estaban en una mesa, cerca del podio, esperando y desilusionándose con cada mención.
Ni Sabrina, ni Rocío, ni Madame recibieron premio alguno. En un principio me invadió tristeza ajena. Suponía que después de tanto trabajo iban a sentirse frustradas, pero no era así. Parecían felices a pesar de todo. Tomadas de la mano caminaron hacia donde estaba yo y abrazándome fuerte casi me quitan la respiración.
Susan se acercó al grupo. Abrazó a las chicas y a Madame. Me tendió la mano y se la tomé tratando de demostrarle que no guardaba ningún rencor. Finalmente nos abrazamos también.
-Me voy con Pierre, mañana voy a buscar mi ropa al departamento- Anunció y sin esperar una contestación, por demás innecesaria, dio vuelta y se marchó.
Nos quedamos mirándola hasta que se mezcló entre el gentío reunido. Pierre la presentaba a todos, ambos sonreían y se mostraban amables y felices.
-Vamos a festejar a la Torre- Propuso Sabrina rompiendo ese instante de inmovilidad.
-Vamos- Agregué, sin imaginar un motivo para el festejo.
Mientras caminábamos en medio de la multitud de turistas y de parisinos volviendo del trabajo, nos mantuvimos en silencio, cada una en sus cavilaciones. De pronto, Sabrina, expresando un pensamiento que, evidentemente no podía digerir habló:
-Tal vez nos hubieran premiado si no fuera por Susan, ese Pierre tuvo miedo de que lo acusaran de ser parcial-
La tomé de la cintura y mirándola a los ojos sentí la obligación salir en defensa de Susan.
-No la juzgues, ella no tiene la culpa de la cobardía de Pierre, recuerda que no sabía que lo encontraría en el Concurso-
-Eres demasiado buena con ella después de lo que te hizo-
-No se trata de ser o no ser buena, solo veo la realidad, hemos estado juntas durante diez años y si nunca le expresé mis sentimientos es por que ni siquiera yo estaba conciente de ellos-
-Olvidemos el Concurso y sus vicisitudes- Señaló Madame- Aquí estamos y el premio más importante hace tiempo que lo han ganado-
La noche de París era perfecta. La temperatura, ideal. La luna, vista desde el último piso de la torre, un enorme círculo plateado que parecía pronto a caer en medio de los Campos Elíseos. A pesar de los diferentes estados de ánimo, nos sentíamos inmersas en uno de nuestros mejores sueños. Con las copas de champagne en lo alto brindamos por el futuro, por Paris, por la felicidad. Abajo la ciudad era una superficie poblada de millones de lucecitas vibrantes, extendida hasta el horizonte, reflejándose en la oscuridad del cielo.
-Ahora tengo algo que anunciar- Declaró Roció mirándome a los ojos, suponiendo alguna reacción mía.
Y agregó
–Sabrina y yo nos amamos, hemos comprendido que ya no podemos seguir teniendo aventuras sin sentido por ahí, si nos tenemos la una a la otra-
Sonreí. Su felicidad era la contracara de mi desasosiego, pero al menos alguien había logrado llevarse algo más que un simple recuerdo de París.
-Todo para ustedes, se lo tienen merecido- Manifesté mientras les chocaba las copas, olvidando que Madame insiste en que es un gesto de mala educación, e inclusive en ese momento tan especial no perdió la oportunidad de echarme una mirada de reprimenda.
Rocío respiró aliviada, había temido lastimarme, aunque era imposible que lo hiciera un ser tan dulce como ella.
-No te preocupes- Le aclaré- Yo las quiero a ambas y sobre todo a ti que eres como una hermanita menor-
Las enamoradas salieron al balcón a ver la ciudad. Madame y yo nos quedamos sentadas a la mesa.
-Las vueltas de la vida- Opinó ella
-El amor, que aparece donde menos se lo espera- Agregué yo
-¿Tenían que venir a Paris para darse cuenta que se amaban?-
-A mi no me lo digas, pues parece que yo también tuve que venir a Paris para averiguar lo mismo-
El llamado del celular, mudo todos estos días me sobresaltó.
-¿Dónde estás muñeca?- Gritaba a miles de kilómetros mi tío Roberto.
-En París- Contesté.
-¿Fuiste a pasear con Susan?- Preguntó
-No, Susan no está conmigo- Atiné a decir, quedando luego en silencio sin saber que más agregar.
-¿Que te sucede?-
-Ya te voy a contar cuando vuelva-
-¿Cómo está la noche en Paris?-
Le respondí sin imaginar por que me lo preguntaba.
-Hermosa, hermosa-
-Pues a mí me parece que está lloviendo, ¿no, muñeca?-
Tragué saliva.
-Sí, tío, sí-
No podía engañar a alguien que estaba viendo pasar la vida mientras buscaba infructuosamente el amor.



Regreso sin gloria

Dos días después, tras haber gastado las suelas de los zapatos por las calles de la ciudad, llenado más valijas con cuanta cosa se nos ocurrió comprar, y jurado solemnemente, paradas junto al Sena, volver en otra ocasión, estábamos camino al Aeropuerto de Orly.
 Habíamos llegado cinco y volvíamos cuatro. Pasamos los trámites de chek in sin inconvenientes y cuando nos acomodamos en el avión sentí una desagradable opresión invadiéndome el pecho. Allá en una casa del Boulevard Voltaire había quedado Susan enamorada, por primera vez creyendo en un hombre, por primera vez perdiendo la cabeza, por primera vez proyectando algo en lo que yo no estaba incluida.
En el asiento de adelante Sabrina y Rocío reían por cualquier cosa, como siempre, pero ahora mirándose a los ojos y entendiéndose sin palabras. Al levantar el vuelo jugaban, como a la llegada, a ver quién descubría mas sitios conocidos de la ciudad.
Madame, a mi lado, me tomaba la mano y me miraba en silencio. No quería molestarme pero al mismo tiempo me hacía saber que estaba allí por si la necesitaba.
Lloré por ultima vez, decidida a desahogarme del todo. Cuando llegara a Buenos Aires debía comenzar de nuevo y no era conveniente cargar con mochilas innecesarias.




FIN







Friday, June 23, 2017

Lueve en Paris. Capitulos 19,20,21 y 22

Los franceses insisten

Cuando desperté estaba parada en la gran plaza del Louvre frente a la pirámide de cristal. Y no por haber pasado la noche allí. La resaca del día anterior nublaba todavía mis sentidos y recuerdo vagamente, como un mal sueño, a Susan levantándome rápidamente y empujándome hasta la ducha, para luego maquillarme y  vestirme como si fuera un autómata. Del desayuno solo me quedó el sabor amargo del café y de una tostada con manteca. El tropel de señoritas sudamericanas me encaminó hasta el museo y no por estar ellas más lúcidas, a su vez todas se dejaban llevar por Madame, la única que parecía haber dormido ocho largas horas en el mejor de los lechos.
Alguien nos dio folletos para no perdernos en los laberínticos edificios, incluso nos ofrecieron uno de esos aparatos con  todas las explicaciones grabadas en idioma a elección, pero como se debe respetar un recorrido prefijado y Madame no estaba dispuesta a ninguna imposición, rechazó la tecnología y fue ella la guía personal. Se movía por las diferentes salas como si hubiera vivido en el Palacio en época de Luis XIII, humorada que se me ocurrió pero que evité comentar, no fuera que ella la escuchara y se sintiera ofendida
A esta altura había comenzado a interesarme el recorrido. Mi pasión en Buenos Aires es visitar los Museos, la impaciencia de ver otras cosas de Paris me habían obnubilado un poco, pero ahora lo estaba disfrutando. Seguramente no hay nadie capaz de sustraerse a la magia del “Rapto de las Sabinas”, o la “Gioconda” o la “Libertad que guía al pueblo” y no soy la excepción. Pero no era cuestión de detenerse. Madame nos llevaba a toda velocidad y dejamos atrás el Louvre, después del mediodía, habiendo visto una mínima parte, la más importante según ella y quedándome con las ganas de conocer las esculturas antiguas.
Cruzamos el Sena por el Pont Royal y en la orilla opuesta nos encontramos en el Musee D`Orsay que me interesaba más particularmente pues es sede de las más famosas pinturas del impresionismo. Allí estaban mis favoritos, Pisarro, Tolouse Lautrec, Seurat, Cezanne, Gauguin y Van Gogh por citar algunos.
Además de los museos y sus obras expuestas, algo me había llamado la atención. En el Louvre supuse que debía ser obra de algunos restos de alcohol circulando por mis venas y callé prudentemente a pesar de haber notado a aquellos individuos que la noche anterior nos habían invitado a Susan y a mí, seguirnos a prudente distancia. En medio del puente y mientras las demás observaban la Ile de la Cité me volví para confirmar mis temores. Continuaban allí, tras nuestros pasos. Se lo hice ver a Susan y ella les prodigó una sonrisa.
-¡Que haces!- Le señalé reprendiéndola.
-¿Y que querés que haga?, son simpáticos y hay que ser amables-
-¿Y no te preguntaste por que nos siguen?-
-Obvio, por que les gustamos-
-¿Y si son asesinos?-
-Querida, vos ves demasiadas películas yanquis-
-¿Y si son policías?-
-¿Que tiene? No tenemos nada que ocultar-
Madame, Sabrina y Rocío se acercaron a escucharnos para saber de que se trataba. Cuando se enteraron rieron con ganas.
-Como si nunca te hubiera seguido un hombre- Comentó  Sabrina
-Es que la asusta el no saber que decirle- Ironizó Rocío.
-Es fácil, solo di oui, siempre oui- Agregó Susan.
Aunque era notorio que los habíamos visto no dejaron de andar tras nuestros pasos. En el interior del D´Orsay recorrieron todas las salas como si estuvieran apreciando los cuadros. Alumbraba la Luna cuando salimos a la calle nuevamente. En ese momento los perdí de vista.
-Mañana vamos al Pompidou y a Versailles- Informó Madame mientras cenábamos en un restaurante de la Rue de Vaugirard frente al Palais de Luxembourg y a cuatro cuadras del departamento, las suficientes para regresar caminando y bajar la comida con que nos habíamos atiborrado.



Transformaciones

Tomar la decisión de colocarme los senos no fue fácil. Estaba harta de poner bolsitas con mijo en la copa de los corpiños y deseaba, al tener relaciones con un hombre, que éste tuviera el placer, y yo también, de acariciarme el pecho. Pero las operaciones me asustan. La única vez que había entrado en un quirófano había sido a los ocho años para la extirpación de las amígdalas y resultó ser una terrible experiencia.
Algún conocimiento de los pormenores tenía, había acompañado a Susan cuando se las puso un eminente cirujano plástico pero, a pesar de todo, dudaba y lo iba posponiendo una y otra vez. De momento, mi cuerpo iba tomando una delicada forma femenina gracias a las hormonas, mi cintura se afinaba y mis caderas y los glúteos formaban inquietantes curvas para disfrute de los hombres aunque el pecho era tan liso como una tabla.
Una noche, frente al espejo, tomé la decisión.
-¡Era hora!- Exclamó Susan cuando lo supo y cambiando los roles fue ella quien me acompañó a todos los estudios y el día de la operación, sobre todo, pues temía mi arrepentimiento en la mitad del camino.
Pero no me arrepentí. Y orgullosa como nunca antes, salí de la Clínica con el corpiño relleno de mi anatomía. Frente al espejo los miraba cada noche o en cada cambio de ropa, me colocaba de frente, de perfil, me los acariciaba, los sopesaba, eran hermosos, turgentes, redondos.
Al acostarme, durante un tiempo, evitaba cuidadosamente colocarme boca abajo, mi posición favorita en la  que dormía desde chica, pues temía reventarlos. El médico se rió de mí al saberlo y me aseguró que no explotarían. A pesar de la aclaración o por estar acostumbrada, solo volví a dormir boca arriba.
Susan se había hecho toda clase de intervenciones, la nariz, los pómulos, los glúteos, Botox y liposucción. Por épocas parecía una especie de adicción y me recordaba a la madre del personaje de la película Brazil.
Yo había fijado mi límite. Además mi cara resultaba atractiva como estaba y mis glúteos naturales ya eran algo notorios de por sí. A veces le preguntaba:
-Si te haces todo esto ahora que todavía somos jóvenes ¿qué vas a intentar cuando lleguemos a jovatas?-
-En vez de ir a la Clínica iré a un taller de chapa y pintura- Me contestaba jocosa.
-Las próximas tetas te las van a hacer de acero inoxidable- Le retrucaba.
-Si, pero no voy a poder pasar el detector de metales del aeropuerto-
Cuando conocimos a Sabrina y Rocío, ambas se habían colocado solamente los senos, y como yo, era a lo único que se habían animado, el resto, hormonas.
No veía la hora de estrenar los míos y en la ansiedad seduje, desabrochándome la camisa hasta el borde del corpiño, a un señor que me crucé por la calle, de traje gris y portafolio negro, elegido al azar. Cuando, en la intimidad de un Albergue Transitorio me sacó la ropa y se encontró con semejantes tetas me puso una mano en cada una y se hubiera quedado así, extasiado, si no fuera por que lo llamé a la realidad.






Susan sucumbe

El arte murió con los impresionistas, tal vez pueda darle algo de mérito al cubismo de Picasso y al surrealismo de Dalí pero de ahí en mas llamar arte a lo posterior es una benevolencia innecesaria. Por ello cuando fuimos al Centro Pompidou lo único que me llamó la atención fue la estructura del edificio, apasionada por la evolución del diseño de la arquitectura, de muebles y objetos de uso. En lugar de mirar las obras me detuve a ver la compleja maraña de tubos, perfiles y escaleras rodeando la caja vidriada del Museo. Susan y el resto de las chicas andaban, incansables, de sala en sala. Mientras contemplaba la ciudad a través de los cristales de la fachada se me acercó subrepticiamente uno de los conocidos individuos de los días anteriores.
-Excuse moi, mademoiselle, ¿parle vous francais?-
-No monsieur ¿parle vous espagnol?-
-¡Oh, yes, oui, sí!-
Su turbación me causó gracia. Una leve sonrisa asomó a mis labios pero la reprimí rápidamente para que no la confundiera con un gesto de simpatía.
Cuando se repuso habló
-Que hermosa es Paris- Sostuvo mirando también hacia afuera.
-Eso ya lo sé, ahora dígame algo que no sepa- Contesté duramente.
-Simple, mi compañero y yo deseábamos invitar a usted y a su amiga, la morocha, a recorrer la ciudad pues son dos mujeres muy atractivas con toda la sensualidad de las latinas-
-No gracias- Aseveré en forma un tanto brusca- Vine a conocer la ciudad, no los parisinos-
Bajó la cabeza como un niño sorprendido en una falta.
-Si es así... - Y dio dos pasos hacia atrás
-Disculpe usted- Lo detuve- Pero comprenderá que soy una dama y no puedo andar aceptando invitaciones de desconocidos sin más preámbulos-
-Me parece justo- Contestó y se alejó a marcha rápida.
Estaba deseosa de contarle la experiencia a las demás cuando de pronto me encontré a Susan del brazo del otro hombre charlando como si fueran íntimos conocidos. Ella reía sin parar. Le mostraba toda su prolija fila de dientes ante los seguramente estúpidos comentarios, propios de los hombres, con los que trataba de seducirla. Me sentí molesta y me dirigí a ellos sin tener conciencia de lo que hacía. Un segundo antes de interrumpirlos comprendí que me estaban dominando los celos. Si hablo ahora voy a quedar como una idiota, pensé y tratando de forzar una sonrisa sólo atine a decir.
-Bon jour monsieur- Al oído de Susan agregué- Después hablamos- Y continué mi camino para buscar a Sabrina, Rocío y Madame.
Pero no pude hablar con Susan el resto del día pues desapareció hasta volver al departamento a la una de la madrugada. Yo la esperaba, sentada en la alfombra del living, con la televisión encendida.
Por la tarde había acompañado a las demás al Palacio de Versailles para admirar la decoración del único lugar que hacía aparecer al departamento de Madame como un ámbito minimalista. Ni la decoración del Salón de los espejos, ni los jardines, ni las fuentes, ni todo el recorrido realizado de regreso pasando por la Madelaine y el Hotel de les Invalides con féretro de Napoleón incluido, mejoraron mi ánimo. Al llegar Susan se detuvo frente a mí e iba a comenzar a relatarme su aventura cuando advirtió la persistencia de mi enojo.
-¿Que pasa?- Preguntó
-Nada, que simplemente te vas con un hombre que ni siquiera conoces en una ciudad que tampoco conoces y pretendes que me quede tranquila-
-¡Vamos!. ¿Cuantas veces hemos tenido aventuras con hombres en la peligrosa Buenos Aires y nunca nos importó?-
Mi silencio fue elocuente.
-¿O de veras te importó y nunca lo supe?-
-Tal vez si, o tal vez no- Musité sin estar segura de lo que decía.
-Bueno, el hecho es que mañana nos veremos de nuevo, me va a llevar a conocer su casa en el Boulevard Voltaire- Y dicho esto se dirigió al dormitorio dejándome sola con mis pensamientos.



Experiencias variadas

Ninguna de nosotras habíamos tenido una relación estable. Los hombres asocian la palabra travestido con prostitución o sexo al paso y como todos los preconceptos es difícil de erradicar. En nuestras idas a Angel´s tratamos a muchas chicas que no habían tenido más remedio que ofrecer su cuerpo para poder vivir, pero ello no significaba que lo hacían por gusto. Varias tenían estudios que le hubieran posibilitado lograr un trabajo decente pero la sociedad les cerraba todas las puertas.
Cada vez que tuvimos oportunidad presentamos a alguna de ellas a nuestros conocidos, clientes en su mayoría, que tenían empresas o negocios, para que les dieran empleo, pero siempre tropezábamos con respuestas evasivas. Finalmente comprendimos que para esas personas era aceptable tener dos decoradoras travestis pero no empleadas en sus oficinas nueve horas al día, por el temor, no confesado, que les alteraran el orden. Tampoco nos extrañaba que esa misma gente fuera a los teatros de revista a aplaudir a las dos o tres que habían logrado trascender a la fama.
La carencia de afecto varonil no nos quitaba el sueño. Sabíamos que un hombre que nos amara debía ser muy especial y en nuestro interior no creíamos que existiera. Teníamos algunas aventuras pasajeras, y sabíamos que no pasarían de eso. Los hombres buscan aquello que tenemos entre las piernas, por puro morbo, por ser homosexuales reprimidos o por curiosidad, pero jamás por amor.
En todos estos años, Susan y yo habíamos tenido mas relaciones sexuales entre nosotras que con varones a pesar de aprovechar toda ocasión que se nos presentaba aún conociendo sus hipócritas intenciones. Lo mismo sucedía entre Sabrina y Rocío. No siendo parejas, manteníamos un cómodo e implícito estado de amigas íntimas.
Susan y yo, pudimos mudarnos a nuestras respectivas viviendas. A pocas cuadras una de la otra, equidistantes de la plaza de San Isidro. Ella se había construido un pequeño chalet estilo inglés de paredes de ladrillo a la vista, carpintería de madera y techo de tejas esmaltadas azules, frente al Club Atlético, donde solíamos ir los sábados por la mañana a ver los rugbiers. Yo había comprado una casa colonial, sobre una tranquila callecita empedrada, de veredas poblabas de tipas, que reciclé totalmente respetando la distribución original, las puertas, ventanas, los pisos de machimbre y sobre todo la glorieta del patio cubierta de una parra acogedora, ideal para sentarse a su sombra a leer y tomar mate.
Sabrina y Rocío compartían el hogar de la madre de la primera, en Villa Adelina, esmerándose también en terminarle algunos detalles de construcción que nunca había podido realizar la sacrificada mujer.
A pesar de nuestra suerte no habíamos estado exentas de agresiones. Susan sufrió el intento de un fulano de doblarle el brazo cuando se negó a acceder a sus requerimientos en Angel´s. El individuo se puso a gritarle en medio de la pista que era una puta, que para lo único que servía era para chuparle la verga. Ella no se conmovió. Lo miraba como si esos exabruptos no le estuvieran dirigidos. Siendo la mayoría de los presentes, travestís, se encargaron de echarlo a la vereda mientras continuaba profiriendo insultos.
Yo había pasado por una situación similar, sin violencia física, pero con el agravante de estar sola. Una tarde de invierno, mirando el diario, en una confitería cerca de mi casa, llamé varias veces al mozo sin lograr su atención. Cuando vio que no podía evitarme se acercó a mi mesa y me manifestó:
-Acá no atendemos a pervertidos-
Me levanté y me fui. No podía propinarle un golpe, aunque lo tuviera merecido y yo la fuerza para derribarlo. Pero eso significaba exponerme al escándalo y darle la razón. A pesar de estas experiencias siento que tengo el valor de caminar con la frente alta y orgullosa de ser lo que soy.
Sabrina no se andaba con remilgos en esas ocasiones. Una vez, caminando por Palermo dos hombres la siguieron mientras la insultaban. Los toleró dos cuadras, en la tercera se detuvo y se dio vuelta.
-Epa, ¿qué le pasa a la putita?- Fue lo ultimo que dijo uno de ellos, pues cayó al suelo desparramando su cuerpo por la vereda al recibir una trompada en pleno rostro. El otro se alejó unos pasos, pero al ver a Sabrina dispuesta a su persecución, corrió hasta comprobar que había puesta prudente distancia entre él y ella.
Rocío, después de las desventuras vividas en la adolescencia no volvió a sufrir mas agresiones y eso lo debía a que fácilmente pasaba por mujer y nadie a su alrededor tenía sospechas de su verdadero género.




Thursday, June 22, 2017

Llueve en Paris. Capitulos 15,16,17,y 18

Instalándonos

Los empleados de migraciones y aduana fueron corteses con nosotras. Ni siquiera les importó si éramos hombres, mujeres, travestís o inmigrantes etíopes ilegales. Revisaron, con premura y poca dedicación las valijas y nos hicieron algunas preguntas de rutina acerca del motivo de nuestro viaje que contestamos como pudimos, con la ayuda de Madame y su dicción del francés tan dulce como el de Amelie.
El Jet Bus nos dejó en la terminal del Metro en Villejuif, bajo tierra viajamos hasta Place d`Italie donde, resoplando por el peso del equipaje, atravesamos andenes, escaleras y pasillos para tomar otra línea hasta Edgar Quinet, en pleno Montparnasse. Desde esa estación salimos por primera vez, como un alumbramiento, a las calles de París.
Nos esperaban todavía cuatro cuadras. Olvidándonos por un momento de donde estábamos las recorrimos maldiciendo por el acarreo de las valijas, a pesar de sus rueditas, y aunque sospecho que los parisinos, además de decirnos incomprensibles frases en francés, tal vez nos hubieran podido ayudar pasamos entre nuestros admiradores sin poner atención a sus galanterías.
Madame había conseguido que una amiga suya le prestara un departamento en el quinto piso de un viejo pero bien conservado edificio de la Rue Vavin. Debimos hacer varios viajes en el pequeño ascensor de hierro forjado para no sobrecargarlo de peso. Cuando entramos, dejamos nuestros bártulos al lado de la puerta y corrimos a los balcones para empaparnos del panorama. Si mirábamos hacia el frente en primer lugar se veía la Torre Montparnasse, el único edificio moderno y de gran altura contrastando con el mar de tejados rojos y chimeneas de caños de cerámica, más atrás la inconfundible Torre Eiffel y el Campo de Marte, a la vera del río Sena, cuyo curso más se adivinaba que verse, tapado por las construcciones. Si girábamos la mirada hacia nuestra derecha, podíamos contemplar en todo su esplendor, a nuestros pies, los Jardins du Luxembourg y el Palacio, tras ellos, de nuevo el Sena describiendo una gran curva, la Ile de la Cité, Notre Dame y en la otra orilla el Louvre y las Tulleries. A la izquierda el Cementerio de Montparnasse y más tejados hasta el horizonte.
Tras saciar, por el momento, el hambre de nuestro sentido visual comenzamos a explorar el departamento. Tenía pisos machimbrados, realizados en diferentes maderas para realzar las guardas que acompañaban la línea de los muros, estos decorados con molduras, multitud de reproducciones de cuadros famosos, muebles estilo Luis XV, más discretos que los de Madame y una gran cantidad de lámparas ubicadas cerca de los sillones, la mesa del comedor y en las mesitas de los dormitorios, como si la dueña no quisiera utilizar nunca la luz de las grandes arañas pendientes del techo. En la cocina, por contraste con el resto, el amoblamiento era de acero inoxidable, incluidas las puertas de las alacenas, de líneas puras, casi futuristas. Todo el sitio estaba conformado por una salita de recibo, un espacioso living, comedor, tres dormitorios, cada uno con su baño además de las dependencias de servicio, espacio suficiente para cinco mujeres, sus bártulos y sus manías de permanecer en la toilette bastante más tiempo de lo prudencial. Todas sabíamos cocinar y no éramos remisas a hacer las tareas de la casa, pero Madame consiguió de su amiga el préstamo momentáneo de una empleada doméstica para todos los menesteres, por lo tanto estábamos casi como en un hotel teniendo como única preocupación pasar el tiempo.
El reparto de habitaciones no generaba dudas, Susan y yo en una, Sabrina y Rocío en otra y Madame en la tercera. Dejamos a la señora elegir la de su agrado y sorteamos las otras tirando una moneda. En realidad no había diferencia entre ambas, salvo que una poseía dos camas gemelas, la otra una enorme cama con dosel ambicionada por todas.
Salimos favorecidas. Mientras Susan se daba un baño yo me recosté sin sacarme la ropa. El colchón mullido invitaba al sueño, pero no nos demoramos, en cuanto estuvimos cambiadas comenzamos a llamar a las demás. Era hora de hacer el primer paseo y no debíamos perder tiempo.



Estrenando ropa en la calle

Jamás voy a olvidar la primera vez que salí a la calle totalmente travestida. Tuve la suerte de contar con compañía, pues Susan iba a realizar el experimento junto conmigo y de esa manera nos apoyaríamos mutuamente. Había pasado un mes del inicio de actividades con don Gervasio y el aspecto andrógino, mezclando prendas de hombre con aritos, cabello largo y algún detalle como pañuelos al cuello, retocarnos las pestañas o delinearnos los ojos, era nuestra mayor osadía.
-Debemos tomar el toro por las astas- Afirmó Susan- Si queremos ser mujeres, tenemos que ser mujeres y no mariquitas mostrando las plumas-
Estuve de acuerdo. Era ahora o nunca. Decidimos ir a pasear por el centro una noche, cuando hay mas personas por las calles, en el horario de los cines, los teatros y las largas veladas en las confiterías. Mucha gente para pasar desapercibidas. Nos aterraba la idea de sabernos observadas pero era más seguro que andar por sitios despoblados a merced de ladrones o policías que nos confundieran con prostitutas.
Nuestra sensatez estuvo ausente en la manera de vestirnos. Queríamos lucir nuestras mejores prendas y no tuvimos mejor idea que ponernos sintéticas minifaldas y camisas de seda abiertas hasta donde lo permitía, no el decoro, sino el límite en el cuál no se notaran nuestros falsos senos. Pero lo peor fue usar las sandalias con taco aguja. Durante varios días habíamos estado practicando caminar con elegancia subidas a semejantes artilugios, más, una cosa era el piso nivelado de la casa y otra las vereditas de Buenos Aires, que tienen ese que sé yo, como dice la canción. A pesar de saber la diferencia creímos poder superarlo sin mayores problemas.
Salimos del departamento, en donde vivíamos en aquel entonces, tratando de no encontrar algún vecino en el ascensor o en el hall, pero no pudimos evitar al portero, en su puesto de vigía, que al vernos nos reconoció inmediatamente.
-Ahora si que están como corresponde- Comentó, y nosotras no supimos si sentirnos halagadas o mandarlo al diablo. De todas maneras era seguro que al otro día lo sabría todo el edificio.
El mayor suplicio fue subir y bajar las escaleras del subte. Muy despacio, tomándonos de la baranda, con el permanente temor de dar un resbalón, parecíamos dos campesinas que nunca hubieran usado otra cosa que alpargatas.
Evitamos las escaleras mecánicas, enganchar el taco entre los escalones y suponer que seríamos tragadas por el monstruo de acero se nos asemejaba a la caída en los siete infiernos. Invictas de resbalones y tropezones, traspirando de nervios llegamos hasta la superficie y salimos a plena avenida Corrientes desde la estación Callao. Una multitud se dirigía de aquí para allá, entre las librerías, las entradas a las salas de espectáculos, los bares, las confiterías y por la calle cada vez que el semáforo daba vía libre. Una vez en la vereda nos detuvimos unos segundos para retomar confianza y aspirar una bocanada de aire reparador. Notamos que nadie nos observaba aunque creo que un fulano se detuvo para verme la espalda mas abajo de la cintura. De todas maneras confiamos y arrancamos, o mejor dicho nos llevó la marea.
Paso a paso comenzamos a sentirnos como unas diosas, como modelos en la pasarela de Giordano, como Naomi Campbell en la escalinata de la Piazza España, finalmente como unas idiotas. Sin mirar el piso, por ver a los hombres, me enganché el taco en una baldosa floja, de pronto me vi más cerca del piso de lo que hubiera deseado y tratando de no llegar a el me agarré de la camisa de Susan quien había comenzado instantáneamente a putearme. En definitiva, culminamos las dos cayendo de rodillas en medio de la gente, volando nuestras carteras por los aires, mientras, por milagro, las bolsitas de mijo se mantuvieron dentro de los corpiños. Un señor me dió el brazo para ayudar a levantarme, otro hacía lo mismo con Susan, un tercero nos alcanzó las carteras. No sabía como agradecerles, tenía miedo de hablar para no delatarnos y la vergüenza me invadía. Solo atine a un gesto, ellos sonrieron y se marcharon.
-Se dieron cuenta- Manifestó Susan
-Niñas, niñas, hay que aprender para largarse con esos tacos- Opinó una enorme mujer parada a nuestro lado.
Conocimos, de esa manera a Verónica, experimentada travestí con la que continuamos el paseo, aferradas a sus brazos para afirmarnos, para olvidar nuestra vergüenza y para que nos enseñara a sortear las dificultades de la calle. Después de aquella noche no la volvimos a ver, por esas circunstancias que no se pueden explicar, pero la recordamos siempre que salimos y nos ponemos las sandalias de taco alto.



Unos franceses atrevidos

Anochecía cuando salimos las cinco mujeres a la calle. Habíamos pedido a Madame que esta primera jornada en París fuera un recreo, ampliamente merecido tras el largo viaje. Detuvimos un taxi que nos llevó raudamente por el Boulevard Raspail hasta el Boulevard Saint Germain y cruzando el Sena en el Point de la Concorde nos dejó en la Place de la Concorde justo donde comienzan los Champs Elysees. A lo lejos, con su silueta inconfundible, el Arco del Triunfo nos atraía como un imán. Caminamos por las amplias veredas enmarcadas en multitud de típicos cafés y en el George V nos detuvimos a tomar unas cervezas.
Sentadas a una de las mesitas de madera oscura con manteles amarillos contemplábamos todo, los edificios, la avenida, la gente paseando, los autos, y cuanto se cruzaba ante nuestra vista como si fuéramos pueblerinas llegadas por primera vez a la capital. Un hombre se quedó mirándonos durante varios segundos y continuó su camino. Un muchacho nos invitó a pasar al día siguiente por Montmartre para realizarnos un retrato. Le sonreímos y farfullando algo de su idioma le dimos a entender que lo haríamos un día de estos. Se marchó dándose vuelta cada dos pasos para hacer gestos de mímica como si nos estuviera dibujando hasta que lo perdimos de vista entre el gentío. La dueña del local nos preguntó si éramos artistas de alguna clase. A pesar de negarlo se fue, no muy convencida.
En una mesa vecina dos hombres nos miraban. Se levantaron y se acercaron a nuestra mesa. Dirigiéndose a Susan y a mí nos preguntaron, en francés y en inglés, si estábamos dispuestas a dar un paseo con ellos.
-Audaces estos parisinos- Observé en castellano, y procuré ignorarlos, pero Susan le sonreía a uno de ellos.
El resto de la mesa permaneció mudo, todas miraban hacia otro lado. El sujeto más cercano a mí, incómodo, no sabía ni como pararse. El otro hablaba con Susan. A pesar de que las contestaciones de ella eran una mezcla incierta de gestos de simpatía y evasivas, el hombre a pesar de todo, al retirarse, parecía satisfecho. Tomó de un brazo a su desconcertado amigo y se fueron caminando hacia el Louvre. En tanto nosotras comenzábamos a sentir hambre lo que nos llevó a un pequeño pero acogedor restaurante recomendado por Madame, sobre la Place Blanche, en Montmartre, justo enfrente del Moulin Rouge. La cercanía del mítico lugar nos decidió y tras una agradable cena de típicos platos de la nouvelle cuisine, nos cruzamos para ver el espectáculo.
Quedamos fascinadas por el despliegue en escena de los ilusionistas, las bailarinas de can can y los humoristas, a pesar de perdernos la mayoría de los chistes. Mientras bebía una copa de champagne y recorría con la vista todo el salón, fue grande mi sorpresa al ver al individuo que había abordado a Susan, parado junto a la pared observándonos. Disimuladamente la toque en el hombro y se lo señalé. Ella giró la cabeza y le sonrió imperceptiblemente. No supimos si el hombre distinguió el gesto en medio de la oscuridad reinante pero estuvimos totalmente de acuerdo en que no estaba allí por casualidad.
A llegar al departamento, la sirvienta nos esperaba con café recién preparado, útil  para quitarnos el efecto devastador de las bebidas alcohólicas.
-¡A dormir que mañana comienza mi itinerario!- Ordenó Madame.
Sabrina y Rocío estaban encantadas con el programa. Susan y yo nos resignamos. Recuerdo haberme sacado la ropa y tirarla por cualquier lado. A los pocos minutos estaba totalmente desnuda y profundamente dormida.



Estrenando ropa en la calle parte 2

Sabrina inauguró, a los trece años, su travestismo puertas afuera, en su mismo vecindario. Recién había terminado el colegio primario y su madre se ocupó de prepararla para el acontecimiento. Una discreta falda de jean larga hasta las rodillas y una camisa con bordados de flores, en los pies zapatillas, de nena color rosa, pero zapatillas al fin, para caminar con confianza. La maquilló con discreción y le peinó el cabello, que llevaba ni muy largo ni corto, haciéndole dos colitas sujetas con elásticos.
Al salir a la vereda tuvo un espasmo de temor, era verano y los chicos inundaban las aceras jugando, las vecinas se reunían en corrillos a comentar las telenovelas o lo sucedido a la Azucena, embarazada del Jacinto que se había mandado mudar a su pueblo desentendiéndose de ella. De pronto tuvieron un nuevo tema. Verla a Sabrina hecha toda una mujercita fue el detonante del chisme que más rápido cruzó todo el barrio. Nadie se engañaba, esa no era una sobrina venida del campo, como intentó decir al principio su mamá. Descubierta, lo admitió ante todos.
-Ahora es así, como quiso ser y se llamará Sabrina-
Risas, burlas, empujones, señales de la cruz hechas con disimulo por viejas moralistas, reconvenciones del sacerdote para obligarla a volver a su ropa de varón fueron moneda corriente en la vida de Sabrina y su madre después de aquel día en que, de la mano, fueron al supermercado.
Rocío salió a la calle por primera vez travestida cuando su proxeneta se apareció un día por el departamento en donde la tenía recluida obligándola a ejercer la prostitución.
-Vas a ganar mucho mas dinero caminando por ahí- Le señaló arrojándole sobre la cama unas prendas que había conseguido, un estuche de maquillaje y una peluca.
Sin posibilidad de negarse, se vistió la minifalda de cuerina negra, una musculosa rosa y corpiños penosamente vacíos. La falta de vello le evitó depilarse, pero era inexperta para travestirse. Cuando completó su atuendo y se colocó la peluca poco tenía de sensual, el maquillaje era desparejo y parecía lo que realmente era, una provinciana recién llegada. El delincuente la dejó frente a la Estación del ferrocarril haciéndola bajar del auto casi a los empujones. Del brazo la llevó a hasta donde estaban varias travestís.
-Acá les traigo una pupila, así que me la tratan bien y la cuidan para que no se escape, en unas horas vuelvo a buscarla- Ordenó y la dejó sin más trámite.
Las chicas de la vereda se apiadaron de ella y le ayudaron a arreglarse un poco. Le acomodaron la peluca y volvieron a maquillarla en un baño de la estación mientras la colmaban de preguntas, de palabras de consuelo y de promesas de protección. Luego, le enseñaron como posar para parecer más seductora, lo que debía preguntar o decir frente a los clientes y la manera de evitar a los policías que recorrían el lugar buscando coimas y amenazando con detenerlas.



Tuesday, June 20, 2017

Nota aclaratoria

Llueve en Paris

Esta novela fue escrita entre fines de 2007 y principios del 2008 cuando aun no se soñaba con las leyes de matrimonio igualitario y mucho menos la de identidad de genero. Por ello aparecen situaciones como las que se les presentan a las protagonistas en el Aeropuerto al viajar.

Llueve en Paris. Capitulos 11, 12, 13 Y 14

Sorteando la burocracia

Susan acompañó a Sabrina y a Rocío a tramitar los Pasaportes. Además de hacerlo por disfrutar del paseo, el motivo era evitarles las molestias de superar los trámites sin tener que dar interminables explicaciones debido a la diferencia entre su aspecto y los datos reales de filiación. Las llevó por todas las oficinas ostentando un papel firmado por el Comisario Inspector Hernández, ordenando que se las atendiera con presteza y sin poner objeciones. Susan y yo ya habíamos utilizado esa recomendación luego de haber ofrecido al Comisario una sesión de sexo que lo dejó agotado y dispuesto a ayudarnos en cuanto le pidiéramos. Incluso, con semejante recomendación, lograron obtener el documento en tiempo record. Al reunirme con ellas, pocos días después, ya lo tenían en sus manos.
Afortunadamente, el viaje se haría en nuestro invierno, por lo tanto, verano en Francia. Eso implicaba llevar poca ropa, pero nosotras, mujeres al fin, llenábamos valijas como si fuéramos a realizar una expedición al fin del mundo.
-¿Y sí tenemos que ir a una fiesta de gala? ¿Que nos ponemos para pasear por la ciudad? ¿Y si vamos al Moulin Rouge? ¿Que nos ponemos para entrar en Notre Dame? ¿Y para viajar en el avión?-
Las preguntas nos abrumaban y cada respuesta conllevaba colocar más prendas en las valijas prontas a estallar. Luego decidíamos sacar algo y más tarde lo volvíamos a poner. Así estuvimos varios días hasta optar por una solución práctica. Llevaríamos lo menos posible y si nos hacía falta algo lo compraríamos allá, idea de Susan, aunque sospecho que su verdadera intención era solamente comprar y comprar.
-¡Galerías Lafayette, allá voy!- Exclamó revelando su deseo.
Sabrina y Rocío debieron adquirir valijas y renovar su vestuario antes de viajar. Ambas, imbuidas de su nueva educación optaron por verse elegantes y discretas. Además cargaron con varios libros para leer durante el vuelo, aunque les aclaré que al viajar por primera vez en avión seguramente iban a pasar mucho tiempo mirando por la ventanilla. Sin confesar que yo, a pesar de haber hecho varios viajes por el país, a Brasil o Punta del Este, lo seguía haciendo, embobada, como una novata.
Era una mañana de frío invernal, contrarrestado por un sol radiante, cuando bajamos del remise que nos llevó al Aeropuerto,  a nosotras y nuestras ocho valijas. Rocío y yo habíamos coincidido en usar botas y polleras hasta las rodillas, camisa blanca con pañuelo en el cuello ella, musculosa rosa, yo. Sabrina y Susan de pantalones y suéteres de cuello redondo, todas abrigadas con sacones de color claro.
Nuestro paso por el hall no pasó inadvertido. Hombres y mujeres nos miraban. En cierta forma eso me enorgullecía. Si alguien se daba cuenta de nuestra condición de travestís no nos importaba. Era una manera de demostrar nuestro derecho a ser como todo el mundo.
El único momento incómodo fue, tal como de costumbre, el de presentar los documentos en Migraciones. El empleado nos miró de la punta de los cabellos hasta la punta de los pies.
-¿Cómo sé que ustedes son ustedes?- Preguntó ingenuamente.
No teniendo fotos recientes como varones de ninguna de nosotras, habíamos apelado, para el Pasaporte,  a sacárnoslas con el cabello recogido y sin maquillaje. Eso nos daba un aspecto andrógino que más bien movía a risa y a la duda, pues el hombre continuaba sin saber cuál era la actitud a tomar.
Estaba por llamar a un superior cuando una voz a nuestras espaldas reclamó su atención.
-¿Que sucede aquí? ¿Que es esta demora?-
Madame Courtesie, con varias valijas a cuestas, más que nosotras, se había colocado a la espera del control y viendo el problema intervino.
-¡Vamos, vamos que perdemos el check in!-
El empleado la miraba atónito. El aspecto distinguido de Madame lo había apabullado, mientras tanto ella lo seguía atosigando.
-¡Vamos chicas, que perdemos el avión, vamos que a personas de nuestra importancia no nos pueden demorar!-
Nos devolvieron los pasaportes con celeridad y el de Madame ni siquiera lo revisaron.
-Estos burócratas merecen ser tratados así, si los dejas pensar sobreviene el caos-
Reíamos las cinco mientras caminábamos por la manga.



Primeras relaciones

Mi encuentro con Susan no había sido mi primer experiencia homosexual. A los doce años y durante varios meses fui la noviecita ingenua de un muchacho del barrio seis años mayor. Pedro se había convertido en una persona de confianza para mi madre pues, en varias oportunidades, había acompañado a sus hermanas cuando ellas la visitaban para encargarle trabajos de costura. Vivía con toda su familia enfrente de la casa de mis padres y compartía mis juegos infantiles, pero un día me propuso pasatiempos novedosos tales como acostarme boca abajo mientras él me acariciaba piernas y glúteos, colocándose encima de mí y abrazándome fuertemente.
De esas caricias, aceptadas, temerosamente y en silencio pasó a pedir que me quitara los pantalones y me vistiera con alguna ropa de mi madre. El juego me parecía peligroso pero a la vez excitante. Consentí todos sus pedidos e incluso me vi obligada a complacer a su hermano mayor quien me tomaba en sus brazos y me besaba, introduciéndome la lengua en la boca. Pedro me recordaba constantemente que yo era su novia y que algún día me iba a enseñar como hacían los mayores cuando se casan.
Tras poca insistencia, logró su cometido. Una tarde en su casa me convirtió en su mujer. Me enseñó muchas cosas que yo ignoraba totalmente y de las cuales mis padres, ni antes ni después de estos hechos que siempre ignoraron, jamás me hablaron. Al principio tenía mucho miedo, pero me fue tranquilizando. Completamente desnudos y acostados en la cama matrimonial comencé, con curiosidad, a acariciarle todo el cuerpo, sobre todo aquella parte que por primera vez veía en otro varón. La tomé con mis pequeñas manos y a un gesto de él me la llevé a la boca. Fue suficiente para entrar en éxtasis. Luego, sumisamente, acepté ser penetrada por primera vez. El dolor dio paso a un goce como nunca hubiera imaginado. Cuando pude relajarme supe, con certeza, que había iniciado un camino sin regreso.
Pedro continuó excitado. Volvimos a tener otra sesión de sexo en su casa y luego me compartió con su hermano, en el taller mecánico donde éste trabajaba. Seguramente yo estaba muy adelantada sexualmente para mi edad pues jamás lo sentí como una violación. Inesperadamente, para ellos, los provocaba, insaciable, les pedía mas de aquello que me estaban dando. Un mes después se mudaron, dejando mis deseos de sexo en plena efervescencia. No volví a tener otra relación hasta mi encuentro con Susan, salvo las incontables masturbaciones recordando a mis primeros amantes.
Susan en cambio tuvo su primer relación conmigo. Se quedó mirándome extasiada mientras yo, con toda tranquilidad me sacaba la ropa. Estaba arrodillada en la cama y parada frente a ella giré mi cuerpo y se lo mostré desafiante. Después de unos segundos la apresuré:
-Dale, no seas tontita-
Las palabras ejercieron un efecto electrizante. Se quitó la ropa rápida y desordenadamente quedando desparramadas las prendas por el suelo. En medio del frenesí intercambiamos roles varias veces. Ambas gozamos al punto que nuestros gritos, al eyacular, resonaban  en toda la casa, afortunadamente vacía.
-¿Que te gustó más?- Preguntó Susan.
-Ser mujer- Expresé segura.
-Yo también- Aseveró ella.
-¿Te gusta la ropita de mujer?- Volvió a interrogarme.
-¡Si!-
-A mí también- Y señalándome la puerta agregó- Ven, vamos a ver el ropero de mi madre-



Viajando

El avión levantó vuelo. Mientras corría por la pista pude ver la cara de susto de Sabrina y Rocío. Después me confesaron su temor por que chocara contra algo antes de elevarse. No les dije nada, incluso me reí, pero yo también tuve la misma sensación en mi primer experiencia. En cuanto pudimos zafarnos de los cinturones de seguridad nos juntamos a conversar. Madame les explicaba el plan preparado para cuando llegáramos a París. Disponíamos de varios días antes de la reunión y lo aprovecharíamos paseando con ella como guía en una suerte de postgrado.
-Iremos al Centro Pompidou, luego al Louvre, al Teatro de la Opera, al Gran Palais, al Petit Palais, al Museo de Orsay, al Palacio Chaillot, al Museo Rodín, al Palacio de Luxemburgo y Versalles-
-¿Solo museos?- Se sorprendió Susan
-¡Eso, ¿y Montmartre? ¿Y la Place du Tertre?, ¿Y el Moulin Rouge?, ¿Y los Campos Eliseos?, ¿Y la Torre Eiffel?, ¿Y la Rue de Rivoli? ¿Y el Forum de Halles?- Pregunté yo, repitiendo los nombres aprendidos de una guía de la ciudad que había hojeado en la casa de un cliente.
-Sí, ¿y la vida nocturna?, En algún lugar debe haber chicas como nosotras- Agregó Susan al borde de la desesperación.
-Antes de la reunión irán donde yo digo, después hagan cuanto se les antoje, pero las quiero hechas unas verdaderas damas en el momento preciso, y a las cuatro, ustedes no se hagan las distraídas- Contestó señalándonos a Susan y mi.
Sabrina y Rocío, sus alumnas, no objetaron nada. Ni siquiera abrieron la boca. Se quedaron con Madame casi todo el viaje escuchando acerca de las obras de arte expuestas en esos museos. Susan y yo volvimos a nuestros asientos. Suficiente historia del arte habíamos tenido en la Escuela.
Mientras el avión sobrevolaba el océano y siendo el único entretenimiento tratar de ver un barco en medio de la inmensidad me sumergí en El Nombre de la Rosa, uno de los libros acarreados por Sabrina. Así me encontraba cuando el capitán anunció la aproximación al Aeropuerto de Orly. En ese momento olvidé la novela y mirando por la ventanilla traté de reconocer los diferentes sitios de la ciudad tomando como punto de referencia el río Sena. Susan, a mi lado, intentaba hacer lo mismo y exclamaba junto a mi oído:
-¡Allá!, ¡La Torre Eiffel!, ¡Notre Dame!, ¡La Concorde!, ¡El Sacre Coeur!...-
Y muchos nombres más hasta que, ya a baja altura y sin la perspectiva suficiente, debimos olvidar el reconocimiento y ajustarnos los cinturones, sobre todo por que una esbelta azafata sin hablar ni pizca de español nos ordenó ubicarnos en nuestros asientos. Como nosotras solo entendemos algo de francés de ver las películas de Depardieu recién comprendimos sus palabras cuando nos señaló imperativamente con el dedo donde debíamos estar.



Primeras relaciones parte 2

Sabrina, ya ni recordaba con quién había tenido su primer relación. Seguramente había sido alguno de sus amigos de la infancia cuando, una vez pasada la sorpresa de verla en su nueva condición, comenzaron a acercarse a ella a escondidas de los otros para evitar las burlas, pero eran tantos que había olvidado quién dio el primer paso y cuando hacía un esfuerzo le venían dos o tres nombres a la mente que generalmente no eran los mismos. A veces José, a veces Juan, a veces Alberto.
-Si lo viera de nuevo desnudo lo reconocería- Solía aseverar.
Lo que conservaba en la memoria era el lugar. Una casa abandonada, cubierta por los yuyos del jardín, sin puertas y con los vidrios rotos. En una de las habitaciones un viejo y mugriento colchón servía de lecho. Era un sitio ideal, al menos otros niños el barrio no entrarían a espiar pues era rumor que la vivienda estaba poblada de fantasmas aullando por las noches y sacudiendo cadenas durante el día. Se había acostado en ese colchón con casi todos los muchachos de la cuadra y del resto del barrio.
La primera experiencia sexual de Rocío fue terriblemente traumática y solo la pudo superar después de muchos años gracias a un espíritu inquebrantable que contrastaba con su aparente fragilidad. Fue violada por su padre una tarde, cuando habiendo vuelto de recorrer el campo la encontró caminando por la casa usando el vestido floreado que el hombre le había regalado a su madre para ir al pueblo. La tomó de un brazo y al caer la arrastró por el piso hasta el dormitorio mientras le pegaba y la insultaba con todo el vocabulario que conocía. Sin ningún cuidado, preso de su furor, le arrancó la ropa y acostándola en el lecho matrimonial se bajó los pantalones y la penetró brutalmente mientras le gritaba.
-¡Así que querés ser mujer, esto te pasa por ser mujer, maricón!-
Ella lloraba y pedía a gritos
-¡Papito, papito! ¡Déjame, déjame! ¡No lo voy a hacer más!-
Los ruegos parecían exasperar más al hombre. El escándalo atrajo a la madre que llegaba desde el gallinero, pero la mujer se quedó parada en el vano de la puerta, aterrada, en silencio, mirando como si no fueran su hijo y su esposo quienes estaban frente a ella. Al dejarla su padre, tras una nueva golpiza, Rocío quedó tirada en la cama gimiendo de dolor sangrando por el ano y cubierta de moretones. La madre, por temor al hombre, no se acercó en ningún momento para consolarla. Esa noche juntó un poco de ropa en una mochila y mientras sus padres aún dormían, escapó de la casa.




Monday, June 19, 2017

Llueve en Paris. Capitulos 7, 8 , 9 y 10

Anuncio de viaje

Luego de un largo año de intensivas clases, Madame citó a Sabrina y Rocío pues, según decía el mensaje dejado en el contestador del teléfono de la peluquería, estaba por darles una importante noticia. Para ese entonces ambas parecían otras personas, sin perder su gracia, su concepto de la amistad y su lealtad para con el grupo, era posible sostener largas conversaciones con ellas más allá de cuantas señoras habían peinado o la última prenda adquirida. Lo importante era que se sentían mejor. Incluso las reformas llegaron hasta su propio negocio. Su vestimenta para atender, la decoración del local y el trato con las clientas logró atraer más público obligándolas a tomar una ayudante y como consecuencia los ingresos mejoraron.
Todas estábamos intrigadas con el mensaje. Las horas hasta el lunes siguiente, fecha de la cita, se nos hicieron largas. Ellas tenían motivo para estar ansiosas, Susan y yo compartíamos ese sentimiento. Llegamos las cuatro hasta la puerta del edificio, Sabrina y Rocío entraron, con mi socia nos quedamos sentadas a una mesa del Café de la Paix, esperando.
Dos horas después salieron. La alegría dibujada en sus rostros se notaba a una cuadra de distancia. Antes de llegar a la mesa, Sabrina dejó de lado la compostura.
-¡Vamos a viajar! ¡Vamos a viajar!- Repetía.
Las personas nos miraban pero no me importó. Mientras me preguntaba el destino de su viaje, me paré y las abracé.
Rocío lloraba de emoción. No podía hilar las palabras. Le ofrecí una silla y se sentó. Sabrina seguía abrazándose con Susan y no paraba de decir la misma frase.
-¡Vamos a viajar, vamos a viajar!-
Cuando pudieron calmarse, pedimos té con masas y mientras lo esperábamos supimos todo.
Madame las había invitado a París, a un congreso o concurso, no entendí bien en ese momento, de profesoras de modales y urbanidad. El motivo, hacerlas conocer como una muestra del resultado de su enseñanza.
-Vamos a ser como conejillos de indias, pero ¡qué me importa!- Afirmaba Sabrina.
Rocío no paraba de llorar. Tomé sus manos con fuerza y le sequé las lágrimas tratando de no correrle el maquillaje. Ella se apoyó en mi hombro y me manifestaba por lo bajo.
-¿Te imaginas, yo en Paris, yo que casi muero tirada en la calle?-
Definitivamente me producía ternura, con su cuerpito menudo y su enorme capacidad de superación. La miré a los ojos, detrás de ella alcancé a ver a Sabrina y Susan conversando animadamente y no pude evitar emocionarme.


La reunión

Susan y yo, ingresamos a nuestro nuevo mundo totalmente transformadas. Al principio nos poníamos bolsas de mijo en los corpiños para sugerir los senos. Las hormonas y las operaciones vinieron después cuando ya teníamos ingresos suficientes, junto con ropa de mejor calidad y calzado a medida para nuestros enormes pies talla 44. No teníamos la costumbre de pregonar nuestra condición sexual pero tampoco la ocultábamos en caso de alguna pregunta  y eso fue nuestra carta de presentación, puerta abierta a importantes trabajos. ¿Él porque? Un misterio hasta para nosotras. Tal vez cierto cambio en la sociedad, más tolerante, esto dicho sin demasiada convicción, o tal vez, hipocresía mediante, por que quedaba bien tener algún conocido gay. Algunos nos llamaban “las chicas de don Gervasio”. El hombre nos ayudó más de lo imaginado. Cuando se jubiló nos legó su estudio.
Habiendo abandonado por completo la ropa de hombres, nuestros mayores problemas eran al votar y que los presidentes de mesa pasaran nuestro documento entre todos los fiscales, señalándonos y sonriendo maliciosamente o que en el aeropuerto, los empleados de migraciones nos miraran con desconfianza.
-¿Ya van disfrazadas desde acá?- solía preguntar uno de ellos que nos controló en varias ocasiones cuando íbamos a Río de Janeiro para el Carnaval. 
No faltaba el insulto de algún zafado o un chico exclamando a nuestro paso ¡Mira mamá son travestís! Pero al menos no habíamos corríamos riesgos como Rocío o peor aún los de una generación anterior, permanente expuestos a la persecución policial o de los gobiernos militares, como solía contarme mi tío Roberto, conocido como el “solterón” hasta que un día confesó su homosexualidad convirtiéndose en la oveja negra de la familia y automáticamente en mi padre espiritual al que acudía para relatarle de mis andanzas.
Tampoco teníamos represiones morales. La moral, afirmábamos, solo debería ser hacer todo lo que deseemos sin perjudicar a los demás. Ni religiosas, agnósticas ambas, enfurecíamos cuando la iglesia en su afán de no perder ni un ápice del control sobre las vidas íntimas de las personas realiza extemporáneos manifiestos fundamentalistas acerca del aborto, la educación sexual y la unión de parejas del mismo sexo. 
-La iglesia es como un mosquito que no pica. La única molestia es el zumbido- Le solía manifestar a Susan en esas ocasiones.
Angel´s se convirtió en nuestra guarida amén de algunas ocasiones en que solíamos concurrir a Casa Brandon. Sitios en donde se va a divertirse, a bailar, a lucir las prendas más escandalosas y a buscar una aventura. Así conocimos a Sabrina y Rocío quienes, para entonces habían abierto la peluquería en un nuevo local dejando de atender en la casa de Sabrina. Supusimos que eran pareja y ellas pensaron lo mismo de nosotras. Comenzamos a hablar, basadas en ese equívoco, por la curiosidad de saber como llevábamos adelante cada relación. Al comprobar la no existencia de algún compromiso terminamos en el sofá del estudio, las cuatro con las cuatro. Nuestras apetencias sexuales son los hombres pero, de vez en cuando, sacábamos a relucir el “translesbianismo” como lo bautizó Susan, y nos reuníamos para una fiesta informal.


Todas juntas a París

-Vengan ustedes también- Rogó Rocío, mirándome y agregó -Si no fuera por tu insistencia en que fuéramos más educadas ahora no estaría pasando esto-
-El mérito es tuyo que tuviste la idea y de ambas por llevarla adelante- Contesté
Susan me tocó el brazo para llamar mi atención.
-¿Que te parece? Unos días de descanso no nos van a venir mal. Además vos siempre quisiste conocer Paris-
Nada más cierto, el máximo anhelo de mi vida era poder caminar por los Campos Eliseos, entre el Arco del Triunfo y la Place de la Concorde, subir a la Torre Eiffel, entrar en Notre Dame. El arte, la cultura, la arquitectura, la historia, me atraían tanto que no me perdía una película, un libro o un documental que hablara de la ciudad. Susan había estado en la capital de Francia, a los trece años, de vacaciones con sus padres. La habían arrastrado de aquí para allá sin descanso y sentía como si nunca hubiera sucedido, como si se tratara de un sueño, aumentando también sus deseos postergados de conocer la ciudad en todo su esplendor.
La primer decisión fue confirmarles que las acompañaríamos, la segunda pedir una botella de champagne. El mozo nos miró extrañado, seguramente, por no ser una hora apropiada. Nos bebimos, brindis tras brindis toda la botella ante la mirada curiosa de los parroquianos, algunos visiblemente ávidos de conocer el motivo de nuestro festejo.
Al saber la noticia, horas después, la madre de Sabrina exclamaba sin cesar:
-¡Si te viera tu padre! ¡Estaría orgulloso de vos!-
Rocío, al escuchar estas palabras, recordó a su padre y la manera en que había abusado de ella. Y también a su madre, impasible y sumisa aceptando la conducta del hombre.
Susan y yo, teníamos algunas certezas en cuanto a la opinión de nuestros padres. Del mío solo había tenido vagas noticias, gracias a mi tío Roberto, acerca de su emigración, junto con mi madre, a España en busca de mejores oportunidades y sin siquiera llamar para despedirse.
-Tenes que entenderlos- Me consoló mi tío- Algún hijo de puta les fue con el cuento de la vida que llevás y sintieron vergüenza-
 Susan, lo supe mucho después de acontecido, se cruzó con el suyo en el hall del Hotel Sheraton, se miraron, pero él no la reconoció, o tal vez no quiso hacerlo. Susan no sintió pena por ello. Nunca lo había amado, sabiéndolo inmerso en la corrupción, ni tampoco a su madre a la que recordaba gastando el dinero mal habido, tan solo para sentirse aceptada en su círculo social y ambos siempre ausentes en los momentos más necesarios.
Las semanas siguientes fueron vividas a ritmo vertiginoso. Culminamos como pudimos las obras en ejecución. Algunos clientes protestaron un poco, pues deseaban hacer más arreglos pero los convencimos de continuar donde habíamos dejado en cuanto volviéramos en pocos días. No nos faltaron consejos acerca de como conocer mejor París. La mayoría de nuestros conocidos ya habían estado allí en las épocas de la convertibilidad y no dejaban de mencionarlo para darse importancia.
Sabrina y Rocío fueron despedidas en una gran fiesta organizada por sus vecinos en las instalaciones de la Sociedad de Fomento. Fue una reunión sencilla y emotiva, con abundante cantidad de gaseosas, sándwich de miga, mesas improvisadas con tablones sobre caballetes y cubiertas de manteles de plástico. Susan y yo estuvimos invitadas. En cierta manera nos convertimos en la atracción debido a que nuestras amigas no cesaban de contar a quien quisiera escucharlo que éramos nosotras las responsables de todo lo sucedido y sus consecuencias.
-Henos aquí entre el pueblo- Señalaba Susan con humor mientras tomaba cuantos saladitos le cabían en la mano.


 Descripciones

Nuestras estaturas corresponden con nuestras edades. Sabrina es la más alta y con treinta años, la mayor. Su metro con noventa es imponente, sobre todo cuando insiste en usar tacos de trece centímetros. Es la única rubia del grupo, de ojos verdes, usa el cabello corto y sus rasgos recuerdan a Brigitte Nielsen, al punto que la llamamos, para hacerla rabiar, como a la ex esposa de Stallone. El físico y el color son herencia de su padre, hijo de inmigrantes polacos escapados, entre penosas dificultades, justo a tiempo antes de que los rusos se apropiaran de su tierra al fin de la segunda guerra mundial. Paradójicamente, en la Argentina considerada por ellos un remanso de paz, vieron morir, años después, a su hijo víctima de la brutalidad implementada por la misma ideología imperante por entonces en su amada patria.
Rocío, la menor, de veinticinco años, mide metro con sesenta y tiene la fortuna de evitarse comprar zapatos de número especial con el consiguiente ahorro de dinero. El cabello es negro azabache y lo lleva largo, casi hasta la cintura. Sus rasgos redondeados, con finura, le posibilitan ser, también, la única que nadie confundiría con una travesti. Los ojos marrones, enormes y con pestañas abundantes se mueven con rapidez y gracia, haciendo recordar la mirada de los gatos cuando se los hace jugar con un cordel. Susan afirma que tiene un cierto parecido con Penélope Cruz, y como no comparto esa opinión lo discutimos cada vez que vemos por enésima vez, Todo sobre mi madre, la película de Almodóvar.
Susan tiene veintiocho años y un metro con ochenta. El cabello, cuando no lo tiene teñido de un furioso rojo, es castaño, lacio y le llega hasta la base del cuello por detrás y en un sensual flequillo a la altura de las cejas por delante. Ojos marrones, rasgos angulosos con tenues curvas, nariz pequeña, operada, al igual que Sabrina suele lucir con desenfado sus senos, pues aunque todas nos hemos operado, Rocío y yo solemos, aunque con excepciones según la ocasión, ser más discretas en ese aspecto.
Yo, ¿cómo podría describirme?, Veintiocho años, un metro ochenta, delgada, cabello negro, abundante, largo hasta por debajo de los hombros. Tez morena, ojos negros, un negro profundo que, a pesar de mis otros atributos, es lo primero en llamar la atención. Cara redonda, nariz recta, pues no me la he retocado, y piernas largas y derechas, mi mayor orgullo, motivo para usar pantalones muy pocas veces. La altura, la delgadez y las piernas, genes de mi padre, el color de piel, ojos y cabello, de una lejana influencia indígena en la familia de mi madre.