Dominada
por los celos
¿Que me estaba pasando?. ¿Acaso sentía
que esta vez podía perder a Susan? Nunca antes había experimentado semejante
desasosiego. Tratando de olvidar el gusto amargo que sentía en la boca compartí
el desayuno sin dejar traslucir mi estado de ánimo para no mortificar a las
demás, quienes parecían no haber notado lo que estaba sucediendo. Un bocinazo
desde la calle sacudió a Susan. Se levantó inmediatamente, tomó su bolso y
partió saludando con la mano desde la puerta.
-Tu también deberías haber aceptado la
invitación de tu admirador- Dictó Madame.
-Eso, eso- agregaron Sabrina y Rocío a
coro. Esa coincidencia de voces me hizo observarlas con atención y noté como se
tomaban la mano con afecto. Nunca antes las había visto así y comencé a pensar
que, indudablemente, el aire de París influía en las personas.
No contesté los comentarios y tampoco
estuve muy locuaz el resto del día. Me mantuve ensimismada en mis pensamientos
mientras, gracias a la idea de Madame de tomar un taxi para visitar varios
sitios de la ciudad, estuvimos ocupadas todo el tiempo. Hicimos una primer
parada en Notre Dame, que recorrimos emocionadas, prorrumpiendo a cada rato en
exclamaciones de admiración. Mas tarde un breve paseo por la Ile de la Cité y
luego por los Champs Elysees hasta La Defense donde están los más modernos edificios
y Paris parece cualquier cosa menos Paris. Recalamos en el Champs de Mars y
subimos, por primera vez desde nuestra llegada, a la Torre Eiffel. El magnífico
panorama de toda la ciudad en su mayor esplendor visible desde la cúspide me
distrajo lo suficiente como para pensar que seguramente estaba exagerando mi
miedo. Almorzamos en el restaurante a trescientos veinte metros de altura. Tuve
bastante apetito y, mientras sorbía con placer un vaso de vino borgoña me
propuse ser más comprensiva con Susan debiendo suponer, sin egoísmo, que lo
suyo podía ser solo otra aventura pasajera.
El taxista nos esperaba al pie de la
Torre, al subir le habíamos preguntado si quería venir con nosotras pero no
aceptó.
-Ya he estado muchas veces ahí-
Aseguró lacónicamente.
-Yo vendría todos los días- Comentó
Sabrina.
-Si, eso por que no vive aquí-
Contestó mientras se dirigía adonde había dejado su vehículo.
Nuestro próximo destino era Montmartre
y la Iglesia del Sacre Coeur, sitio ideal para conocer la bohemia de los artistas
callejeros donde seguramente muchos genios terminaron haciendo, por cinco
dólares, pinturas para turistas. En una esquina, el joven que nos invitara a
visitarlo cuando estábamos en la vereda del café George V, nos reconoció y
llamó nuestra atención haciendo gestos desde media cuadra. Dejó de lado un
cuadro pintado a medias y en pocos minutos realizó los cuatro retratos y nos
los entregó envueltos entre cartones para evitar su deterioro. Luego de caminar
unos minutos por la Place du Terte, al internarnos dentro de la imponente
Iglesia del Sacre Coeur nos abrumó la misma sensación mística experimentada en
Notre Dame. Para mí era la arquitectura llevada a su máxima expresión, para
Sabrina y Rocío, creyentes ambas, era la presencia de Dios. Madame callaba, imposibilitándome
de saber que sentimientos la embargaban aunque supuse que algo escondido dentro
de ella despertaba su emoción pues en ambas ocasiones pude ver alguna lágrima
corriendo por sus mejillas, mientras se apresuraba a secársela con el dorso de
la mano en un gesto poco elegante para ella.
El café con masas lo tomamos en Au
Lapin Agile, un pequeño restaurante y por las noches cabaret en la esquina de
la Rue Norvins y la Rue Saules, disfrutando de una velada literaria donde
desconocidos poetas leían sus creaciones, muchas de las cuales no hubiéramos
entendido de no ser por la rápida traducción simultanea de Madame.
Tanta actividad nos dejó agotadas. De
regreso al departamento solo cenamos unos sencillos pero suculentos sándwich.
Susan no había llegado, lo que me retrotrajo a mi estado de mal humor.
-Mañana es el gran día- Declaró
Madame- Así que hoy se van a acostar temprano pues deben verse descansadas y
frescas, habrá muchas pupilas en la reunión y deben demostrar que son unas
reinas-
-¡Eso es lo que somos!- Contestaron a
coro Sabrina y Rocío.
-¿Y vos?- Me preguntó Madame.
-Soy la reina, la reina de corazones,
de corazones solitarios-
Al irse Sabrina y Rocío a su
habitación, Madame se acercó a mí y me abrazó tiernamente como nunca me imaginé
que podría hacerlo, siendo tan respetuosa de la formalidad.
-El fin de algo siempre es el
principio de una nueva oportunidad- Dijo como si mis pensamientos estuvieran
revelados en una placa de rayos x.
Apoyé mi cara en su pecho y la miré a
los ojos. Pocas veces me había abrazado así mi madre. Continuábamos en esa
posición cuando llegó Susan radiante de felicidad.
Marchando por el orgullo
Muchas
veces habíamos visto en la televisión las Marchas del Orgullo Gay en otras
partes del mundo con el inocultable deseo de participar en un evento así, por
ello cuando supimos que se realizarían en Buenos Aires no dudamos un instante.
Susan había escuchado la noticia en la radio e inmediatamente se puso en
contacto con todas nosotras. Esa misma noche nos reunimos en el estudio. La
idea era ir vestidas iguales y nos llevó poco tiempo tomar una decisión. Lo
haríamos de odaliscas.
Con
votación unánime me encargaron de que alquilara los disfraces. Estuve una
mañana completa tratando de encontrar un sitio en donde tuvieran cuatro trajes
mas o menos parecidos. El problema se presentó cuando me preguntaron para que
los usaría. Estúpidamente les dije la verdad y se negaron a alquilármelos
argumentándome que seguramente se los devolvería estropeados.
-Les
pagamos los daños, si los hubiera- Aseguré.
Dudaron,
hablaron entre los empleados y a la única conclusión que llegaron fue consultar
con el dueño del local. Después de escuchar de éste, nuevamente los mismos
argumentos decidí dar un corte a la situación.
-Se
los compro-
-No,
no puedo venderlos-
-Bien-
Manifesté mientras me encaminaba a la entrada.- Ya habrá otro comerciante mas
razonable-
Estaba
por trasponer la puerta cuando me llamó.
-¡Señorita!
Por favor venga que podemos llegar a un arreglo-
Me
volví y luego de una breve discusión salí con los trajes, pero fue la única vez
que le alquilamos un disfraz. Le aplique la misma política que a nuestros
proveedores del estudio cuando nos fallaban.
En
las siguientes ocasiones y para evitarnos los alquileres trabajamos nosotras en
la confección como cuando conseguimos trajes de sirvienta en una casa de
uniformes y los cortamos para convertirlas en inquietantes minifaldas. Otro año
nos compramos pantalones y chaquetas de cuero con el agregado de gorras que nos
vendieron en una tienda de rezagos militares. Una cuarta vez adquirimos
polleras tableadas escocesas y remeras de colegialas.
Pero
la peor experiencia fue al decidir vestirnos con trajes de novia. No podíamos
confeccionarlos y no tuvimos mas remedio que volver a las casas de alquiler. A
cuatro, ya que convinimos en que resultaría sospechoso encargar varios trajes
en un solo local. Si bien estábamos felices con los atuendos resultaron
incómodos, debido a su largo, para caminar por las calles y bailar. Debíamos
mantenerlos hasta la altura de las rodillas para no arrastrarlos por el piso y
no pudimos evitar mancharlos de tierra lo que nos costó una buena suma de
dinero al devolverlos.
El
bullicio y la alegría del encuentro con tantas personas viviendo la vida a su
manera, sin tener que rendir cuentas a nadie siempre resultó gratificante. Era
el gran momento de aunar los espíritus, de saber cuantos somos, de saber que
existimos. Por supuesto no faltaban quienes, desde las veredas nos gritaban
sandeces, en nombre de la moral, de la religión o de la hipocresía.
-¡No
somos anormales, no somos pervertidas, no somos diferentes!- solía gritar
cuando me sacaban de quicio pues siempre afirmé la idea de que nuestra actitud
es solo una manera de vivir, como cualquier otra, y aceptar ser llamados
diferentes es lo mismo que aceptar ser llamados anormales.
Al
culminar cada una de estas marchas terminábamos agotadas de tanto bailar y
saltar y las gargantas afónicas de cantar y gritar de entusiasmo pero no
podíamos parar. En el estudio dejábamos los disfraces, nos poníamos algo más
cómodo y volvíamos a la calle a sentarnos en una pizzería a devorar dos de
muzzarela y por lo menos tres cervezas tratando de prolongar el festejo de esas
jornadas tan especiales. Al otro día comenzábamos a pensar en el vestuario para
el año siguiente. La comunión había sido realizada y nos sentíamos renovadas.
Un evento con sorpresas
Mientras
desayunábamos Madame explicó a Sabrina y Rocío los pormenores del evento al que
íbamos a asistir. No se trataba de un desfile de belleza aunque serían
evaluadas por la forma de caminar, de lucir sus vestidos o de sentarse, como se
presentaban, hablaban, aunque no era imprescindible hacerlo en francés,
disponían los cubiertos en la mesa, comían, por los temas tratados en las
conversaciones, su nivel cultural y hasta como bailaban. Un jurado formado por
gerentes de revistas femeninas, de casas de moda y de representantes de
modelos, serían implacables hasta otorgar al final del día menciones a las
diferentes especialidades y un premio destacado a la mejor alumna y su
profesora.
Susan tomaba té y tostadas con
mermelada dietética junto a nosotras. No había partido raudamente como los días
anteriores y nos extrañó.
-¿Hoy no sales?- La interrogó Madame.
-No, hoy Pierre debe trabajar-
-¿Ah, se llama Pierre?- Pregunté,
forzando un tono de sarcasmo en mi voz.
-Si, y es encantador, ¡no sabes lo que
es su casa!-
-¡Y no quiero saberlo!- Exclamé
furiosa y me levanté de la mesa.
Susan corrió detrás de mí. Cuando me
alcanzó en el pasillo me tomó del brazo bruscamente.
-¿Que te pasa?. Decime, por que tu
preocupación no es que ande por ahí con un desconocido, se trata de algo mas
serio-
-No es nada de lo que no te hubieras
dado cuenta sola- Contesté tratando de transferirle la culpa que sentía por no
haber tenido la lucidez de haberle demostrado mis sentimientos cuando todavía
estaba a tiempo.
-Sabés que no me gusta jugar a las
adivinanzas, pero ya que estamos y por que yo digo lo que siento te contaré
algo para que ya lo vayas sabiendo, Pierre me pidió que me quede con él en
París y acepté-
No pude evitar una pregunta.
-¿Y ya sabe lo que sos?-
-Por supuesto, lo adivinaron el primer
día que nos vieron-
Me solté como pude. Corrí hasta la
habitación y me arrojé en la cama, apretando la cara contra la almohada hasta
sentir que me ahogaba. Susan no me siguió, volviéndose inmediatamente al
comedor. Lloré desconsolada, en silencio para que no lo advirtieran, hasta que
sentí una mano sobre mi hombro. Era Sabrina que había venido a buscarme.
-Vamos reina, dale que el mundo nos
espera allá afuera-
Haciendo un esfuerzo me vestí y
maquillé pues no podía arruinarles el día tan esperado, y finalmente salimos
las cinco a la calle. Sabrina y Rocío lucían espléndidas, acordes con el
momento que iban a vivir, Madame parecía, tal vez influida por la importancia
del acontecimiento, varios años más joven. Susan, debo reconocerlo, estaba más
linda que nunca y yo, en tanto, andaba renegando con los tacos altos mientras
me sentía molesta por no haberme puesto un vestido más cómodo.
La ceremonia era en el Hotel Ritz,
frente a la Place Vendome. Todo el lujo imaginable desbordaba por las paredes
empapeladas, los cielorrasos con pinturas alegóricas, muebles de roble,
alfombras de Persia, grandes luminarias de cientos de luces colgando del techo y
pisos de mármol veteado en rosa. Al entrar nos recibió una asistente, colocando
a Madame, Sabrina y Rocío sus respectivas identificaciones.
-¡Ah, ah!- Exclamó una señora, de baja
estatura, cabello totalmente cano, arrugas sobre las arrugas, aros y collar de
oro con diamantes, exagerados al igual que su vestido de tafetán azul que
arrastraba por el suelo, dirigiéndose a Madame y dando señas inconfundibles de
conocerla.
-¡Que suerte que has logrado venir,
querida! Se dice que este año traes una verdadera sorpresa-. Agregó mientras la
besaba en ambas mejillas.
-Así es- Respondió Madame y tratando
de librase de la euforia de la dama, dándose vuelta le presentó a sus alumnas.
-¡Ah, ah! ¡Hermosas, hermosas!,
vengan, vengan, que tengo que presentarles al nuevo presidente del jurado y su
asistente-
Al encaminarse a paso rápido hacia un
grupo de personas que conversaba animadamente en un rincón del salón no tuvimos
más remedio que seguirla.
-¡Aquí, aquí!- Y tomó del brazo a un
señor vestido con traje de seda italiana, del cuál veíamos solo su espalda.
-¡Mira!, Madame Courtesie y sus
alumnas- Le anunció mientras este giraba sobre sus pies.
Madame, Sabrina y Rocío a su lado,
Susan y yo unos pasos más atrás no pudimos reprimir una mueca de asombro
mientras la señora continuaba con las presentaciones-
-Monseiur Pierre Arnel y su asistente
Michel Voulet, gerentes de la casa Dior-
Los dos individuos que nos habían
estado persiguiendo por medio Paris, uno de los cuales había logrado seducir a
Susan estaban parados frente a nosotras, sorprendidos también por el inesperado
encuentro.
-¿Por que no me dijiste que ibas a
estar aquí?- Preguntó Susan a Pierre tratando de no ser escuchada por la gente
a nuestro alrededor.
-Te recuerdo que tu tampoco me dijiste
donde ibas a estar hoy- Contestó el sujeto visiblemente incómodo.
Linda manera de empezar una relación,
pensé.
-¿Están locos?- Observó Madame a punto
de perder la compostura- Imaginen que se sepa que se conocen, van tirar por la
ventana todo mi trabajo y el de las chicas-
Con gesto decidido aparté a Susan de
Pierre.
-Ahora se van cada cuál por su lado y
no se hablan ni para preguntarse la hora- Ordené con firmeza.
El secretario de Pierre, mi insistente
admirador, se acercó susurrándome al oído:
-¿Yo también tengo que permanecer alejado
de ti?-
-Si, y hasta que se caiga la Torre
Eiffel- Contesté malhumorada
El comienzo de las actividades
distendió la situación. Los dos hombres fueron a ocupar sus lugares, Sabrina y
Rocío pasaron al salón en donde iban a ser examinadas, Madame se reunió con sus
colegas, Susan y yo nos quedamos paradas sin saber que hacer ni decir.
Ella rompió el silencio.
-Jamás creí que iba a suceder esto,
todo fue tan repentino-
-No me expliques, no puedo pretender
ser dueña de tu vida, ambas hemos pasado muchos momentos felices y
problemáticos y jamás hablamos de lo que podía suceder entre nosotras, ahora es
tarde, debimos sincerarnos antes-
-¿Te vas a arreglar sin mí?-
-En el trabajo supongo que si, ahora,
con respecto a mis sentimientos, tal vez me lleve más tiempo-
Luego permanecimos calladas. Ella
caminó por el salón observando las pinturas, yo me senté en la confitería a
tomar un café. Mientras la miraba pasearse me invadía la sensación de sentirla
una extraña, una más de las tantas personas anónimas que poblaban el lobby del
hotel.
Salí a pasear por la Place Vendome, no
había mucho para ver, salvo la columna de hierro en homenaje a Napoleón y sus
victorias militares, el resto parece un gigantesco estacionamiento de lujo pues
no hay canteros con flores, ni árboles, ni bancos y toda su superficie es un
continuo pavimento de arcaicos adoquines. Anduve recorriendo las veredas del
contorno, mirando las vidrieras de las joyerías y las boutiques, hasta ver a
Madame salir del Hotel y hacerme señas.
-Hasta ahora todo anda bien, las
chicas pasaron todas las pruebas, ahora vamos a almorzar, es solo para alumnas
y profesoras. ¿Por que no van Susan y vos por ahí a comer algo juntas?-
-No, gracias por la idea, pero no
puedo, volveré a la hora que termine todo- Y tras desearle suerte, di media
vuelta y comencé a caminar sin rumbo fijo.
Mi vestimenta, más acorde para una
fiesta de noche que para el mediodía de París llamaba la atención de los
transeúntes, algunos me miraban en silencio, otros me dijeron piropos, o algo
así, pues en francés cualquier frase parece un poema. No les entendía nada,
salvo aquellos que musitaron: mon amour, je t´aime, petit belle o tre joli, las pocas palabras
conocidas por mí.
Volví al Hotel en el preciso momento
de la entrega de premios. El salón estaba repleto de personas expectantes. Me
resultaba gracioso ver a quienes participaban cruzar los dedos por abajo de las
mesas o hacer cuernitos apuntando a las otras competidoras, olvidando todo
decoro. Se anunciaron las ganadoras en diferentes rubros, una por una fueron
subiendo al escenario a recibir unas pequeñas estatuillas de cristal de forma
indefinida y pronunciar breves discursos de agradecimiento. Algunas estaban tan
exageradamente emocionadas que parecían actrices habiendo ganado el Oscar. Mis amigas
y su profesora estaban en una mesa, cerca del podio, esperando y
desilusionándose con cada mención.
Ni Sabrina, ni Rocío, ni Madame
recibieron premio alguno. En un principio me invadió tristeza ajena. Suponía
que después de tanto trabajo iban a sentirse frustradas, pero no era así.
Parecían felices a pesar de todo. Tomadas de la mano caminaron hacia donde
estaba yo y abrazándome fuerte casi me quitan la respiración.
Susan se acercó al grupo. Abrazó a las
chicas y a Madame. Me tendió la mano y se la tomé tratando de demostrarle que
no guardaba ningún rencor. Finalmente nos abrazamos también.
-Me voy con Pierre, mañana voy a
buscar mi ropa al departamento- Anunció y sin esperar una contestación, por
demás innecesaria, dio vuelta y se marchó.
Nos quedamos mirándola hasta que se
mezcló entre el gentío reunido. Pierre la presentaba a todos, ambos sonreían y
se mostraban amables y felices.
-Vamos a festejar a la Torre- Propuso
Sabrina rompiendo ese instante de inmovilidad.
-Vamos- Agregué, sin imaginar un motivo
para el festejo.
Mientras caminábamos en medio de la
multitud de turistas y de parisinos volviendo del trabajo, nos mantuvimos en
silencio, cada una en sus cavilaciones. De pronto, Sabrina, expresando un
pensamiento que, evidentemente no podía digerir habló:
-Tal vez nos hubieran premiado si no
fuera por Susan, ese Pierre tuvo miedo de que lo acusaran de ser parcial-
La tomé de la cintura y mirándola a
los ojos sentí la obligación salir en defensa de Susan.
-No la juzgues, ella no tiene la culpa
de la cobardía de Pierre, recuerda que no sabía que lo encontraría en el
Concurso-
-Eres demasiado buena con ella después
de lo que te hizo-
-No se trata de ser o no ser buena,
solo veo la realidad, hemos estado juntas durante diez años y si nunca le
expresé mis sentimientos es por que ni siquiera yo estaba conciente de ellos-
-Olvidemos el Concurso y sus
vicisitudes- Señaló Madame- Aquí estamos y el premio más importante hace tiempo
que lo han ganado-
La noche de París era perfecta. La
temperatura, ideal. La luna, vista desde el último piso de la torre, un enorme
círculo plateado que parecía pronto a caer en medio de los Campos Elíseos. A
pesar de los diferentes estados de ánimo, nos sentíamos inmersas en uno de
nuestros mejores sueños. Con las copas de champagne en lo alto brindamos por el
futuro, por Paris, por la felicidad. Abajo la ciudad era una superficie poblada
de millones de lucecitas vibrantes, extendida hasta el horizonte, reflejándose
en la oscuridad del cielo.
-Ahora tengo algo que anunciar-
Declaró Roció mirándome a los ojos, suponiendo alguna reacción mía.
Y agregó
–Sabrina y yo nos amamos, hemos
comprendido que ya no podemos seguir teniendo aventuras sin sentido por ahí, si
nos tenemos la una a la otra-
Sonreí. Su felicidad era la contracara
de mi desasosiego, pero al menos alguien había logrado llevarse algo más que un
simple recuerdo de París.
-Todo para ustedes, se lo tienen
merecido- Manifesté mientras les chocaba las copas, olvidando que Madame
insiste en que es un gesto de mala educación, e inclusive en ese momento tan
especial no perdió la oportunidad de echarme una mirada de reprimenda.
Rocío respiró aliviada, había temido
lastimarme, aunque era imposible que lo hiciera un ser tan dulce como ella.
-No te preocupes- Le aclaré- Yo las
quiero a ambas y sobre todo a ti que eres como una hermanita menor-
Las enamoradas salieron al balcón a
ver la ciudad. Madame y yo nos quedamos sentadas a la mesa.
-Las vueltas de la vida- Opinó ella
-El amor, que aparece donde menos se
lo espera- Agregué yo
-¿Tenían que venir a Paris para darse
cuenta que se amaban?-
-A mi no me lo digas, pues parece que
yo también tuve que venir a Paris para averiguar lo mismo-
El llamado del celular, mudo todos
estos días me sobresaltó.
-¿Dónde estás muñeca?- Gritaba a miles
de kilómetros mi tío Roberto.
-En París- Contesté.
-¿Fuiste a pasear con Susan?- Preguntó
-No, Susan no está conmigo- Atiné a
decir, quedando luego en silencio sin saber que más agregar.
-¿Que te sucede?-
-Ya te voy a contar cuando vuelva-
-¿Cómo está la noche en Paris?-
Le respondí sin imaginar por que me lo
preguntaba.
-Hermosa, hermosa-
-Pues a mí me parece que está
lloviendo, ¿no, muñeca?-
Tragué saliva.
-Sí, tío, sí-
No podía engañar a alguien que estaba
viendo pasar la vida mientras buscaba infructuosamente el amor.
Regreso
sin gloria
Dos días después, tras haber gastado
las suelas de los zapatos por las calles de la ciudad, llenado más valijas con
cuanta cosa se nos ocurrió comprar, y jurado solemnemente, paradas junto al
Sena, volver en otra ocasión, estábamos camino al Aeropuerto de Orly.
Habíamos llegado cinco y volvíamos cuatro.
Pasamos los trámites de chek in sin inconvenientes y cuando nos acomodamos en
el avión sentí una desagradable opresión invadiéndome el pecho. Allá en una
casa del Boulevard Voltaire había quedado Susan enamorada, por primera vez
creyendo en un hombre, por primera vez perdiendo la cabeza, por primera vez
proyectando algo en lo que yo no estaba incluida.
En el asiento de adelante Sabrina y
Rocío reían por cualquier cosa, como siempre, pero ahora mirándose a los ojos y
entendiéndose sin palabras. Al levantar el vuelo jugaban, como a la llegada, a
ver quién descubría mas sitios conocidos de la ciudad.
Madame, a mi lado, me tomaba la mano y
me miraba en silencio. No quería molestarme pero al mismo tiempo me hacía saber
que estaba allí por si la necesitaba.
Lloré por ultima vez, decidida a
desahogarme del todo. Cuando llegara a Buenos Aires debía comenzar de nuevo y
no era conveniente cargar con mochilas innecesarias.
FIN