Monday, May 14, 2018

MI VECINA (UN CUENTO EROTICO)


Soy de esos que están convencidos que homosexual se nace y que cualquier cosa que nos suceda no hará más que reforzar o sacar a la luz esa pasión escondida. A los que no han nacido homosexuales cualquier intento de abuso sexual los puede traumar de por vida pero a nosotros no. Tarde o temprano vamos a descubrir que este es nuestro destino.
Yo comencé a sentir esa sensación a los diez años, cuando me vestí por primera vez con las ropas de mi madre o las de mi tía y mientras me escondía para ponerme sus corpiños, sus bombachas y sus medias de nylon me imaginaba una seductora mujer enamorada de los hombres.
En un primer momento mis pensamientos solo pasaban por una atracción platónica. A los doce años, un vecino que descubrió mi secreto comenzó a acosarme insistentemente proclamándose mi novio y fue en su casa que, vestido con lencería de su madre y en complicidad con su hermana que nos dejó encerrados con llave en el dormitorio principal, me obligó a saborear su pene hasta derramar todo su semen en mi inexperta boca. Ese fue mi verdadero inicio. Muchas veces debí complacerlo ante su extorsión de contarle a todos los conocidos que yo era puto y cada vez que había oportunidad lograba que me convirtiera en su amante sumiso.
Lo que nunca hizo fue penetrarme lo que exacerbó mi curiosidad por saber que se sentía pero no pude averiguarlo pues se mudó de barrio dejándome con la duda. Esa inquietud hizo que decidiera explorar esa sensacione y un día, vestido con un camisón de mi madre me introduje un palo de escoba untado en manteca en mi ano lo que me hizo eyacular sin siquiera haberme tocado. Fue como tocar  el cielo con las manos y ese nuevo placer fue tan fascinante que me hizo repetirlo una y otra vez aprovechando cuando me quedaba solo en casa necesitando cada vez más ese goce profundo, para el cual me vestía con prendas femeninas.
Transcurrí todo el colegio secundario tratando de que no se notara mi deseo por los hombres pues eran épocas difíciles para salir del closet. En esos cinco años no tuve el más mínimo contacto con un cuerpo masculino y solo lograba saciar mi ansiedad en esas placenteras masturbaciones en mi casa. Pero algo debieron sospechar mis compañeros, o tal vez solo fue casualidad lo que motivó que en la reunión de egresados que hicimos en la casa quinta del padre de uno de ellos terminé en la cama matrimonial, desnudo y siendo penetrado una y otra vez por quince jóvenes ávidos de vaciar su esperma. Confieso que no me resistí, fui yo mismo quien se quitó toda la ropa cuando advertí sus intenciones. Gocé y me gozaron. Sentí que había llegado por fin a lo que más deseaba.
Lo sorprendente fue que no termine enemistado con ninguno.  No me senti indignado por lo que me habían hecho. Aquellos que volvi a ver después de la graduación jamas me molestaron ni se burlaron de mí. Las ocasiones en que se cruzaban nuestras vidas me permitían saber que mientras yo estaba feliz liberado de todo miedo y acostándome con cuanto hombre me cruzaba por el camino, ellos en cambio se quejaban de sus infelices matrimonios. Incluso llegué a pensar que hasta sentían un dejo de envidio por mi libertad.
Paralelamente mi pasión por travestirme iba en aumento. Solía andar por la calle vestido con inquietantes minifaldas o pantalones muy ajustados lo que me permitió seducir a quien se me antojaba y terminaba invariablemente en la cama de un hombre satisfaciendo su deseos, los que se les ocurriera porque además me encantaba jugar el rol de mujercita sumisa y obediente, lo que hacía a medias pues no podía contenerme y de pronto era yo quien tomaba la iniciativa haciendolos excitar aún más de lo que estaban.
Dado que mi trabajo de decorador y creador de escenografías para obras de teatro me permitía libertad en cuanto a mi aspecto me dejé el cabello largo lo que me evitaba el uso de pelucas que, a veces, volaban de mi cabeza en plena relación sexual. Pronto tuve una larga y frondosa cabellera negra azabache que llamaba la atención aun vestido de hombre.
Unos años después comencé a explorar los sitios gays donde solía concurrir en mi versión femenina a buscar aunque fuera un pene que alegrar en los pasillos o en los baños para luego, si no conseguía algo más, volver a mi casa y con un enorme consolador que me había comprado satisfacerme hasta eyacular. En una de esas recorridas me encontré con dos de mis antiguos compañeros de secundario que no me reconocieron hasta que les dije quien era. Pasada la sorpresa mutua me confesaron que andaban en busca de putos para pasarla bien.
Hablamos de tiempos idos y de todo el resto de quienes fueran los alumnos de aquella división. Y estando parados al costado de la barra con nuestras ultimas cervezas de la noche acordamos que nos tomaríamos los tres juntos una quincena en Las Grutas.
Fue una experiencia formidable. De acuerdo con ellos, realize el viaje hecho toda una mujercita. Tuvimos relaciones desde la cama del hotel hasta las playas solitarias alejadas de la ciudad. Me penetraron tantas veces que perdí la cuenta, cumpliendo mi fantasía de ser sometido por ambos a la vez. Cuando regresamos a Buenos Aires nos despedimos con la promesa de un reencuentro pero jamás los volví a ver.
Como mi situación laboral mejoraba constantemente abandoné el estrecho departamento que habitaba para comprar uno muy espacioso en la zona de Recoleta con un gran balcón a la calle y varias habitaciones al punto que una la convertí en mi dormitorio, otra mi estudio y la tercera en el vestidor de mi parte femenina con enormes placares rebosantes de ropa. Me sentía muy cómodo en ese lugar sin saber cuánto influiría en mi futuro. El edificio tenia pocos departamentos, solo dos por piso, yo habitaba el del frente del octavo y del otro lado del pasillo estaba el del contra frente.
Una tarde, mientras conversaba con el portero en el hall de entrada, la vi por primera vez. Era una mujer impresionante, alta, morocha, cuerpo bien modelado aunque sin exagerar, cabello muy corto y cara de muchachito andrógino. Jamás me detengo a mirar  las mujeres, salvo para ver cómo van vestidas pero en esta ocasión no podía dejar de observarla. Había algo en ella que me atraía, quizá fuera la parte varonil de su aspecto pero el hecho fue que ya no pude apartarla de mi mente. El portero, dándose cuenta  que me había llamado la atención me informó de inmediato como siempre lo hacen los porteros. Me dijo que era la del octavo B, o sea mi vecina de piso.
Encontré a mi vecina varias veces por distintos negocios del barrio o en la vereda. Ella me ignoraba, tal vez porque no supiera de nuestra vecindad y francamente no me animaba a decirle algo pues su presencia paradójicamente me cohibía. Por supuesto que no tenía ninguna intención sexual con ella solo pretendía que confraternizáramos un poco por ser vecinos de piso.
Una noche, en uno de esos boliches a los que voy travestido en busca de aventuras, sucedió que para mi sorpresa la descubrí conversando con otra mujer a un costado de la pista de baile. La observé desde mi posición  y aunque no estaba muy expuesta a su vista de pronto me di cuenta que me miraba insistentemente. No pude soportar la forma en que sus ojos me taladraban y después de un par de segundos baje la vista y me hice el distraido como si no hubiera notado su actitud.
Dos cosas podía ser mi enigmática vecina, o una lesbiana o una travesti. Interrogué al portero pero no supo que decirme salvo que jamás la había visto entrar al edificio con un hombre o con una mujer.
Pasó un tiempo en que vestido de varon me cruzaba con ella sin lograr que me dirigiera una mirada aunque fuera por curiosidad y ya estaba por rendirme ante su indiferencia cuando volví a encontrarla  en el mismo boliche. Yo, vestido de mujer, estaba siendo acosado por un muchacho muy apuesto empeñado en llevarme a su casa y cuando estaba por darle el sí sentí aquella mirada inquietante.  Esta vez era ella la que estaba sola y con una copa en la mano hasta parecía que se sonreía. Yo no estaba dispuesta a perderme la noche que me esperaba y acepté la invitación de mi pretendiente.
Pasé una noche maravillosa. Mi amante resultó ser una persona muy educada y amable, me hizo sentir de maravillas y yo le correspondí siendo lo más sensual que pude para satisfacerlo. Pero por alguna razón que no me explicó, tal vez el miedo a ser descubierto, me llamó un taxi a las cinco de la mañana  y tuve que irme. Su gesto caballeroso me salvó de penar en la calle esperando un transporte sobre todo porque estaba lloviendo. Un domingo para ver la televisión o terminar alguno de los libros que tengo en la mesita ratona de mi  estudio, pensé.
Entré en el edificio, tomé el ascensor y bajé en mi piso. Cuando estaba por poner la llave en la puerta sentí que se abría la del departamento vecino. No pude menos que volver la vista hacia allí y vi a mi vecina, vestida solo con un ajustadísimo body rojo y unas pantuflas con plataforma color rosa, que me miraba sonriente.
-Hola vecina- dijo aun con su sonrisa en los labios.
-Hola- fue lo único que atiné a decir. Ella comenzó a caminar por el pasillo hacia mí  y cuando estuvo cerca dijo.
-¿Recién llegas? Se ve la pasaste bien con el muchacho que te fuiste del boliche-
-Si- fue mi única respuesta.
-¿Cuántos polvos te echó?-
-Dos-
-¿Toda una noche para diez minutos de placer?- Insistió como burlándose de mí.
-Es lo que hay- dije resignado mientras jugaba con la llave entre mis dedos.
Pero ella detuvo mi mano y se acercó más. Sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo me tomó de la cintura y sorpresivamente me dio un beso en la boca obligándome a abrirla para penetrar su lengua. Me rendí instantáneamente, la dejé hacer, rodeó mi cintura con sus dos brazos y continuó besándome. Cuando terminó me dijo.
-Yo puedo darte un placer que los hombres no pueden. Puedo penetrarte durante horas hasta que ya no puedas más. ¿Algún hombre te hizo eso?-
-No, seguro que no- dije azorado mientras trataba de adivinar como podía lograrlo. Pero no tuve que espera mucho por la respuesta
-Tengo un dildo que puede hacerte feliz, veni a mi casa, total, el día no da para andar por la calle y podemos disfrutarlo sin problemas de horario. ¿Aceptas?-
Por su puesto que acepté. Mientras ella me llevaba de la cintura caminé los pocos metros hasta su departamento. Entramos. Me guió directamente al dormitorio. Allí encontré una enorme cama matrimonial con sabanas de seda y una colcha de pelos larguísimos adornada con una gran cantidad de almohadones.
-Sacate la ropa que quiero verte en lencería- me ordenó y yo sumiso obedecí.
Esa fue la primera señal de cómo iba a ser nuestra experiencia, ella mandaba y yo aceptaba lo que me imponía. Me saqué la blusa y la minifalda, quede en tanguita y corpiño, después me saqué los zapatos de taco aguja y me paré ante ella.
-¡Vaya! Sos muy bonita- Exclamó y comenzó a acariciarme, tomándome de la cintura primero y mientras me besaba apasionadamente sus manos se deslizaron luego a mis glúteos a los que pellizcó para luego darme un par de nalgadas. Estaba claro que iba a ser su esclavo. Me lo dejó bien claro cuando me lo dijo.
-Aquí mando yo, vamos a hacer todo lo que yo diga y cuando yo lo diga. Vos vas a tener que complacerme y yo, como premio, te voy a dar la cogida que jamás tuviste-
Asentí en silencio. Era todo lo que podía desear. No me haría la sumisa, iba a serlo de verdad. Sentí que no podía hacer otra cosa más que obedecerle sin imaginar que querría de mí.
Fue un largo domingo, afuera llovía y en el departamento de mi vecina experimenté nuevas sensaciones. Ella continuó con su body rojo puesto mientras yo vestía solo un corpiño negro y una diminuta tanguita. Lo primero que hizo fue besarme apasionadamente durante largos minutos. Me penetraba con la lengua en mi boca o me recorría la cara con ella. Se abrazaba fuertemente a mi haciéndome sentir débil y entregado por completo, luego me ordenó que le mordiera los pezones y después de dar varios grititos de placer y dolor me fue llevando la cabeza hasta su pubis. Era la primera vez que iba a tener delante de mí una vagina. De pensar esa situación anteriormente me hubiera dado asco pero esta vez obedecí sin pensarlo y me vi metiendo mi lengua en esa caverna de sabor acre sintiendo que ese gusto era más delicioso que el que emana de los hombres. Mi vecina seguía gimiendo de placer y se revolvía sin cesar. Era evidente que yo estaba haciendo bien mi trabajo. Pasó otro rato y la siguiente orden fue que le besara los pies y sentí como si hubiera querido hacer eso durante toda mi vida pues no solo se los besé sino que los lamí con fruición y me metí cada dedo en la boca, uno por uno, gozando como nunca. Era mi manera de demostrarle mi adoración. A estas alturas ya sabía que me tenía por completo bajo su poder y que podía ordenarme lo que quisiera.
Y eso hizo, me sentó en el borde de la cama, tomó dos broches de la ropa y corriéndome el corpiño me los puso en los pezones. Yo sabía en que acababa eso pues lo suelo hacer siempre cuando me masturbo. Al principio no se sienten pero con el paso de los minutos el dolor se va haciendo intenso hasta volverse insoportable y me los saco cuando ya no los tolero pero en esta ocasión debía soportarlos hasta que ella me los quitase. Tras eso me obligó a acostarme en la cama boca abajo y tomando mis manos me las sujetó con esposas al cabezal de la cama, luego con cuerdas hizo lo mismo con mis pies los que ató al pie de la cama. Se colocó sobre mí y me pegó una cinta de embalar en la boca amordazándome por completo. Tras dejarme en esa posición fue a un costado de la habitación y se colocó un arnés con un enorme dildo que al verlo me pareció que me iba a partir en dos, pero, ademas traía en la mano un pedazo corto de manguera con el que comenzó a golpearme en los glúteos. Yo gozaba con el castigo y cada vez que sentía el golpe deseaba otro más y otro más. Quería sentir el dolor. Deseaba que no se detuviera.
Dejó su juego después de un rato y acostándose sobre mi metió su lengua en mi ano unos minutos lo que me llevó al extasis, luego tomó un pote con crema, se embadurnó los dedos y me los introdujo abriéndomelo con fuerza.
-Aquí va tu premio por ser tan sumisa- dijo y de pronto me metió ese enorme dildo con más fuerza que si fuera un hombre. Yo quería gritar de placer y dolor pero me era imposible. Y así fue que durante una hora me penetró salvajemente, entrando y saliendo mientras me susurraba al oído.
-Acá tenés tu premio putita-
El placer que le provocaba someterme le produjo varios orgasmos, creo que veinte por lo menos y cuando, agotada, se tiró a un lado en la enorme cama, sentí que mi ano había quedado dilatado y dolorido. Se levantó, se sacó el dildo y volvió a la cama.
-No te creas que te voy a soltar, ahora sos mi prisionera y voy a hacer cuanto quiera con vos-
Y lo hizo, todo ese domingo me sometió como nunca me habían sometido antes. El dolor de mis pezones era insoportable. Cuando ya era casi la noche me soltó y después de sacarme la mordaza me dio un gran beso y me dijo
-Ahora vas a ser mi novia-
Y así fue que me convertí en su novia. No solo pasábamos largas en su departamento teniendo sexo mientras  me sometía, me castigaba y me humillaba en privado sino que me obligó a ir travestido a las reuniones con sus amigas lesbianas donde se jactaba ante todas y delante de mí, cómo me dominaba y ellas seguramente se hacían la película imaginándome atado en la cama satisfaciendo sus deseos.
Solía acompañarme a mi trabajo en el teatro donde todavía iba vestido de hombre. A mis compañeros y empleados les sorprendió verme con una mujer. Pero cuando decidió que también debía ir travestido a trabajar a nadie le sorprendió. Mis compañeros ya sabían de mi afición a la ropa de mujer así que pronto comprendieron quien era quien en esa relación.
Pasábamos fines de semana en su casa quinta en las afueras. Esos días, lejos de la ciudad parecían exacerbar su deseo sádico y me sometía a toda clase de humillaciones y castigos que no me animo a contar pero que producían en mí un inmenso placer como nunca antes había experimentado.
Finalmente sucedió lo esperado. Ella me amaba, a su manera pero me amaba. No podía estar lejos de mí y cuando no estaba torturándome en la cama se convertía en una mujercita dócil atenta a mis deseos. Y como me amaba me pidió que me convirtiera en mujer, más allá de solo travestirme. Me convenció de ir a un endocrinólogo para comenzar a tomar hormonas. No me pidió que me hiciera los senos, que de toda manera comenzaban a insinuarse por el tratamiento ni una operación de cambio de sexo solo porque sabía de mi terror ante tales intervenciones. Pero con las hormonas fue suficiente y pronto mi cuerpo fue modelándose a su gusto, y el mío, no puedo negarlo.
El nuevo documento con el nombre femenino que me elegí fue el siguiente inevitable paso. Y ahora aquí estoy, vestida de blanco como corresponde a una novia, esperando el momento de la ceremonia y esperándola a ella que también lucirá un vestido de novia igual al mío. Nos vamos a casar. Voy a ser su esclava de por vida. ¿Qué más puedo pedir?



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