Todo comenzó cuando la crisis económica me dejó
sin trabajo. Tenía entonces solo treinta años y mucho por dar pero mi
profesión, dibujante de arquitectura, no era necesaria en un país devastado por
la inflación y la ausencia total de proyectos y construcciones. Decidí que si
quería sobrevivir tenía que bajar la cabeza y aceptar cualquier empleo.
La búsqueda fue larga y desanimante. Siempre en
largas colas de gente que perseguía el mismo interés y que como yo terminaba
frustrada al cabo del día. Estaba sin la menor posibilidad cierta de conseguir
trabajo cuando leí en el diario un aviso que me llamo la atención.
“Se busca joven, buena presencia, con voluntad de
enfrentar nuevos desafíos, y experiencia de oficina para colaborar en un
establecimiento de campo”
Estaba bueno eso de salir de la ciudad y buscar
nuevos aires pero no me presenté. Todavía me parecía un gran paso dejar mi
ámbito conocido. Pero ocurrió que pasados los días el aviso se repetía como si
no se hubiera presentado nadie o los postulantes fueran rechazados. Es hora de
jugarme, me dije y a la mañana siguiente estaba en las oficinas mencionadas en
la solicitud.
Encontré solo dos personas delante de mí que
salieron rápidamente de la entrevista y tras ellos se asomó por la puerta del
despacho un hombre de unos cincuenta años, cabello abundante con canas incipientes
pero que si no hubiera sido pro ese detalle viendo el resto de su cuerpo se le
podían dar varios años menos.
Cuando me vio me hizo pasar inmediatamente. Se sentó
en un enorme sillón de cuero tras el escritorio y me invitó a hacer lo mismo en
una de las sillas frente a él. Me hizo varias preguntas como para evaluar mis conocimientos.
Le aclaré que nunca había hecho trabajos administrativos. Me dijo.
-No importa, lo que necesito que sepas lo vas a aprender
conmigo. Además siempre vamos a trabajar juntos pues yo me paso todo el tiempo
en el campo, solo vine aquí para las entrevistas, no tolero la ciudad- Y agregó
algo que me llamo la atención –En realidad lo que mas necesito es una compañía,
vas a tener un buen sueldo pero me gustaría que la persona que elija sea
obediente y amable, muy amable-
Y remarcó ese “muy amable” como para que quedara
bien en claro que exigía fidelidad absoluta.
-Necesito el trabajo- Contesté - Y hago lo que se
me pida-
-Entonces veo que nos vamos a entender- Se levantó
y me ido la mano por encima del escritorio.
Luego dio la vuelta al costado del mueble y
acercándose a mí me dio un fuerte abrazo. Yo no supe que hacer pero intuí que
si congeniaba correctamente con ese hombre nos llevaríamos muy bien.
-Mañana a las diez de la mañana venite y nos vamos
al campo. No lleves mucha ropa, allá vas a tener todo lo necesario-
Al otro día estaba puntual en la puerta de la
oficina munido de un bolso con mínima cantidad de ropa tal como me lo ordenara.
Mi nuevo patrón ya estaba dentro
acomodando un bolso y me dijo que estaba por salir. Unos segundos después
apareció por la puerta y haciéndome señas de que lo siga fuimos hasta un
estacionamiento en donde estaba su vehículo, una portentosa cuatro por cuatro.
-Vamos a ir en la camioneta, así disfrutamos un
poco del paisaje y nos vamos conociendo mejor- Dijo mientras abría la puerta y
me invitaba a subir.
Una vez que arrancó me sentí más distendido.
Sentía que iba camino a una nueva aventura. Ni siquiera me molestó que el
hombre posara su mano sobre mi pierna. Incluso hasta me pareció agradable. Está
lindo el tipo, pensé a pesar de que nunca antes había sentido algo por ningún
hombre. Y tampoco por ninguna mujer. Siempre fui un solitario que se las
arreglaba solo pensado que relacionarme con otra persona era para problemas.
Paramos para almorzar en una estación de servicio.
Sentados frente a frente volví a experimentar el roce de su mano sobre mi rodilla
por debajo de la mesa. Ni me molesté ni la aparté. No sabía hasta donde pensaba
llegar pero además del hecho de tener un trabajo comencé a experimentar un
incierto placer en adoptar una posición sumisa ante sus requerimientos.
En cuanto llegamos a su campo sentí que era lo más
cercano al paraíso. Después de salir de la ruta entramos en un camino con
grandes eucaliptos a sus lados que nos llevó hasta la casa principal oculta por
un monte de árboles varios. Detuvo la camioneta frente a la casa y como de la
nada aparecieron dos peones listos a ayudarle a bajar el equipaje del vehículo.
Ambos sujetos me escudriñaban con la mirada y hasta me pareció que sonreían,
los salude con toda amabilidad y cuando mi patrón me llamo fui tras él.
Entramos en un espacioso living con grandes
ventanales hacia el campo y un mobiliario de algarrobo que hacia juego con el
techo de machimbre y los pisos cerámicos, las paredes eran blancas y tenían
colgados algunos cuadros de pintores que no reconocí.
-Esta va a ser tú casa, quiero que te sientas en
ella como si fuera yo- Me dijo.
Giró sobre si y agregó.
-Vamos a la planta alta-
Después de subir una escalera también de baranda y
escalones de madera estuvimos en el piso superior. Abrió una puerta y entró en
una habitación. Yo me quedé en el pasillo hasta que me llamó.
-Vení. Tenemos que charlar- Manifestó mientras me
señalaba un par de silloncitos frente a la cama matrimonial.
Sin saber que sucedería me senté y esperé que
comenzara a hablar.
Se sentó en el otro silloncito y encendió un
cigarrillo.
-Mira, la cosa es así. Yo te dije claramente que además
de un empleado fiel necesitaba compañía. Yo soy solo y las noches son largas
cuando no se tiene a nadie. Por eso cuando te elegí no fue solamente por tu
capacidad sino también porque me gustaste mucho-
A esa altura yo estaba asombrado pero ni me imaginaba
el resto.
-Yo quiero tener una mujercita conmigo, una
mujercita que me obedezca y sea sumisa. Que me complazca sexualmente y que este
pendiente de mi bienestar. Y quiero que esa mujercita seas vos-
Me levanté súbitamente del silloncito. De pronto
sentí miedo. Pero era un miedo mezclado con curiosidad y con un deseo anhelante
y profundo de hacer realidad mis fantasías masturbatorias. Ese hombre me estaba
proponiendo ser su esposa.
-¿Por qué no contrató una mujer real?- Le
pregunté.
-Por qué no quiero problemas y las mujeres son
especialista en generarlos. Además solo un hombre puede ser tan sumiso como yo
deseo-
Al verme vacilar acercó su mano a la mía y me hizo
sentar nuevamente. Yo obedecí. Me di cuenta que me estaba gustando que me
hiciera sentir su superioridad.
-¿Pero cómo quiere que sea su mujer? No tengo
aspecto de mujer- Afirmé.
-Lo tendrás, aquí en la habitación contigua hay
todo un placard lleno de ropa femenina. Una prima mía me regaló todo cuando se
fue a Europa, estoy seguro de que te irá bien. Además hay maquillaje y zapatos
y pelucas. Aprenderás a maquillarte y a verte bonita. Yo te voy a ayudar-
-¿Pero y los peones? ¿Qué van a pensar de todo
esto?-
-Por ellos no te preocupes. Ya saben que deberán
respetarte-
-¿Y por qué esperó hasta ahora para decirme todo
esto?-
-Porque si te lo decía en la capital seguro que no
ibas a aceptar-
-¿Y si me niego?-
-Mañana tomas tu bolso, caminas hasta la ruta,
luego hasta el pueblo más cercano y te tomas un ómnibus de regreso, pero
pensalo bien, vas a perder el trabajo y no son épocas para no tener empleo-
Me senté como si tuviera cien kilos en cada
hombro. Imaginaba algo de su actitud durante el viaje pero ni me sospechaba
esto. Me quedé en silencio. Él me miró y tomando mi mano dijo.
-Entonces ¿cuento con vos?-
Le dije que sí. Que sería su mujer. Que lo
complacería en todo. Que podía hacer lo que quisiera de mí-
-Bien, entonces estamos de acuerdo. Ven que te
muestro tu guardarropa. Quiero que te prepares bien porque te voy a presentar a
la peonada-
Entramos en la habitación contigua y no podía
creer lo que veía. Los placares rebosaban de ropa femenina y había varios pares
de zapatos en el suelo. Una mesita con espejo y cajas con elementos de
maquillaje. Lo primero que hice fue probarme un zapato para comprobar que me iban
perfectos. Seguí recorriendo con la vista todo aquel conjunto de prendas. Mi
patrón, y ahora marido, caminó hacia la puerta y cuando estaba por salir dijo.
-Bueno, te dejo solita. Ponete linda-
Me vestí de manera más discreta posible y me calcé
una peluca negra. Viéndome en el espejo no me sentía tan disconforme con lo que
aparentaba desde mi cuello para abajo. Además tenía el cuerpo depilado por una
razón de gusto personal pero que resultó ser muy conveniente. El tema era mi
cara. Comencé a buscar entre todo lo que había sobre la mesita elementos que me
recordara a los que usaba mi madre cuando yo la observaba como se maquillaba.
Hice lo mejor que pude y la verdad no me veía tan mal. En cuanto estuve
listo…digo lista, fui hasta el living y allí encontré a mi hombre revisando
unos papeles en una carpeta.
-Ven, antes de presentarte a los peones te voy a
mostrar tu lugar de trabajo. Allí mismo en la planta baja, tras un corto
pasillo había una habitación amueblada como una oficina.
-Este es mi escritorio y este es el tuyo. Todos los
archivos están en este mueble. Como verás hay toda clase de comodidades, la
oficina tiene su propio baño y cocinita-
Miré todo con atención y unos minutos después me
tomó de la mano y llevándome a la galería exterior hizo reunir a la peonada y
me presentó formalmente.
-Esta es Noelia, mi esposa. Ustedes saben muy bien
que deben respetarla y obedecerle pues será mis ojos en los temas administrativos
y económicos del campo-
Los hombres me miraron curiosos pero nada delató
que fuera objeto de burla, aunque pensé, seguro de irían a reír del patrón y su
mujer cuando estuvieran solos en su barraca.
El resto de la tarde me fue interiorizando sobre
los manejos del campo. Salvo unas pocas caricias nada delataba su ansia sexual.
Ni siquiera me había besado hasta entonces. Comprendí que se estaba reservando
para la noche en la cama. Y así fue, luego de la cena fuimos hasta el
dormitorio. Reinaba un silencio absoluto lo que noté por primera vez pues todas
las emociones vividas no me dejaron habituarme a dormir por primera vez en mi vida
en un lugar por donde no transitan autos ni hay carteles de neón iluminando el
cielo.
Mi hombre me llevó al borde de la cama y tomó una
caja que estaba sobre ella.
-Abrelo, es mi regalo de bodas- Dijo.
Abrí la caja y me encontré con el más hermoso
camisón rojo transparente que había soñado en mi vida haciendo juego con un
baby doll y un conjunto de tanga y corpiños adornados todos con los mismos
detalles de encaje.
-Ponételo- Me ordenó.
Y yo me fui al vestidor, me saqué la ropa que
llevaba y me vestí con la lencería. Cuando volví al dormitorio mi hombre estaba
en la cama con una robe de chambre negra de seda, la luz de la habitación estaba
reducida a unas diminutas lámparas de color rojo lo que le daba al lugar el
aspecto de un burdel. En ningún momento dudé, fui derecho a la cama y él se
abrió la robe dejándome ver que estaba completamente desnudo. Tenía, en verdad,
un cuerpo hermoso, sin la pancita que tiene los hombres a los cincuenta y lo
que era mejor un pene erecto que se hacía notar. Él tomo su pene y lo movió un
poco mientras me decía.
-Veni acá encima mío que vamos a convertirnos realmente
en marido y mujer-
Me acosté arriba y lo besé tan apasionadamente que
ni yo misma entendía como tenía tanta destreza. Después de un rato en que
estuvimos juntando nuestras lenguas comencé a bajar por su cuerpo siempre
besándolo, de la bocas bajé al cuello, luego al pecho, más tarde al abdomen y
terminé besando su pene. Él gemía de placer. Puse semejante artefacto dentro de
mi boca extrañándome de que me entrara y lo fui mamando. De pronto de corrió a
un costado, me acomodó para que quedara boca abajo y me ordenó que abriera las
piernas. Tras eso me introdujo los dedos untados con crema y finalmente su
pene. En ese instante comprendí realmente que eso era lo siempre había querido
ser, el objeto sexual de un hombre. Cuando derramó su semen en mi recto fue que
consumamos el acto matrimonial. Ya éramos esposo y esposa.
Pasamos noches
gloriosas en las que me sometía y yo aceptaba totalmente sumisa. Me penetraba
en todas las poses posibles y me deleitaba con su pene en mi boca largas horas.
Así fue pasando un año. Para la peonada éramos una pareja formal pues durante
el día yo me ocupaba de los asuntos de la administración del campo y en muchas
ocasiones debí darles órdenes a los hombres que fueron cumplidas sin protesta.
Por supuesto que no me hacia ilusiones pensando que me respetaban por mí misma
sino por ser la mujer del patrón. El hecho era que nadie se propaso conmigo en
ningún momento.
Para afuera del campo yo no existía. Jamás me
llevo al pueblo cuando iba a hacer compras o vender la producción. Estaba
encerrada en mi jaula de oro pero había aprendido a disfrutarlo.
Pero una tarde sucedió lo inesperado. Mi hombre
debía salir a hacer algunos trámites y yo me quede sola en la casa. Como tenía
mi trabajo al día decidí quedarme en la cama leyendo, solo vestida con un
camisón negro transparente, corpiño y tanguita. Más o menos una hora después de
su partida sentí golpes en la puerta del dormitorio. Me extrañó porque nadie se
aventuraba a entrar en la casa sino era con permiso. No tuve que esperar
demasiado, como la puerta no estaba cerrada con llave se abrió lentamente y tras
ella apareció un peón, y luego otro, y luego otro, hasta que tuve a los diez
hombres mirándome con lascivia.
Intenté echarlos haciendo uso de mi autoridad pero
fue imposible. De pronto se me abalanzaron encima, dos de ellos me sujetaron por
los brazos y otros dos por las piernas. Me resultaba imposible resistirme, me
colocaron boca abajo y me ataron manos y pies a los extremos de la cama. Luego,
uno de ellos se me puso por detrás y me amordazó con una cinta de embalar. Me
arrancaron la ropa y comenzaron a manosearme todo el cuerpo. Me abrieron los
glúteos y me introdujeron varios dedos untados en crema. Con el ano dilatado no
se hicieron esperar y me fueron penetrando uno a uno, los diez hasta dejar su
semen en mi recto e incluso lo que rebalsaba por la sábana.
Después que satisficieron su salvajismo se fueron
dejándome atada. No podía soltarme de ninguna manera, los nudos que hicieran
eran imposibles de abrir y no tuve más remedio que esperar que volviera mi
hombre.
Varias horas después sentí sus pasos en el
pasillo. Entró en la habitación y me vió en semejante estado pero no demostró
la más mínima sorpresa. Yo no podía entender lo que pasaba hasta que vi entrar detrás
de él a un muchachito joven, muy lindo que me miraba asombrado. Yo pretendía
una explicación a lo que sucedía pero me di cuenta de pronto. Mi hombre me había
reemplazado por alguien más joven y me entregó a los peones para que me violaran.
Casi no tuvo que decírmelo, lo adiviné al ver a ese jovencito lampiño y bonito
que ahora estaba a su lado.
Me desató riéndose de mí y cuando estuve libre y
sin saber que hacer me dijo.
-Toma tu ropa y ándate a vivir con los peones,
desde ahora vas a ser su prostituta-
Junté algo de ropa y en silencio salí de la casa.
Afuera, en la puerta de su galpón los peones estaban esperándome. Caminé hacia
ellos y cuando estuve cerca me rodearon y me llevaron a su dormitorio. No voy a
dar detalles de en lo que se convirtió mi vida. Todas las noches fui penetrada
por los diez hombres, todas las noche mamé diez penes, todas las noches quedaba
exhausta en alguna de las camas agotada por tanto ejercicio sexual. Me hicieron
y me siguen haciendo todo lo que quieren. Yo soy un juguete en sus manos y la
felicidad de todos ellos.
Cuando se van al campo por la mañana tengo un poco
de descanso. Entonces salgo al patio y me siento tranquila a tomar mate a la
sombra de un algarrobo. Aprovecho para arreglarme y permanecer linda, me depilo
para que puedan disfrutar de mi piel suave y elijo que me voy a poner la noche
siguiente.
A veces, mi
reemplazante sale al patio y me mira. Al principio lo hacía con sorna pero de a
poco fue cambiando la cara. Ahora esta serio. Me observa y comprende que soy
feliz en esta nueva vida. Estoy segura que me envidia.
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