La continua lucha de tantas personas que hicieron de la visibilidad el mejor argumento para lograr el matrimonio igualitario tiene un nuevo desafio: La ley de identidad de género. ¡Por la marcha del orgullo gay! Por que las personas trans tengan la identidad que les pertenece, que puedan estudiar, trabajar y ser reconocidas por lo que son realmente sin homofobia ni discriminación ni transfobia.
Saturday, November 06, 2010
Saturday, October 23, 2010
Friday, August 27, 2010
El juez Atilio Perrone (cuento)
Yo lo conocí al juez Atilio Perrone. Era un magistrado honesto y justo como pocos si es que en realidad había otros como él. Sus fallos eran inapelables y no por que no existieran los procedimientos adecuados sino por que tanto los fiscales como los abogados defensores aceptaban sin discusión sus resoluciones considerándolas de lo más acertadas.
En el matrimonio no le fue tan bien. Conminado por sus padres a casarse con la hija mayor del decano de la Facultad de Derecho con el afán de obtener urgentes resultados para bien terminar su carrera duró casado solo cinco años. Se separó cuando todavía no había iniciado su meteórica carrera al estrellato judicial quedando como único producto de esa relación un hijo que pronto fue malcriado en exceso por su madre y su abuela convirtiéndose con el paso de los años en un adolescente al borde de la perdición legal o la idiotez mental.
El juez Atilio Perrone no volvió a casarse. Durante un tiempo fue objeto de una tenaz persecución de cuanta dama en estado de ofrecerse se cruzó por su camino. Su parquedad y lo que todos diagnosticaban como una leve misoginia echaron por tierra todos esos intentos y de a poco conquistó el inestimable titulo de solterón.
Pero el juez Atilio Perrone tenía un secreto. De noche en su casa, al abrigo de las miradas de sus vecinos, mientras todos aquellos que dependían de sus fallos intentaban conciliar el sueño, él se vestía de lencería erótica con zapatos taco aguja, se colocaba una blonda peluca y maquillaba su rostro con profusión de colores en los ojos y un excitante rojo en los labios.
Así preparado se sentaba frente a la computadora, encendía el Messenger y se conectaba con toda su creciente red de admiradores que esperaban ese momento para verlo en acción. Es decir verlo realizar un strip tease que luego de varios minutos proseguía en una desaforada demostración de cómo se penetraba a si mismo con un dildo de generosas dimensiones mientras veía en las exiguas pantallas a sus seguidores masturbarse. Al procurarse él mismo aquel placer terminaba eyaculando junto con todos ellos en una orgía de semen que si la tecnología lo permitiera podría desbordar las computadoras.
Luego, cuando sobrevenía el relax apagaba el aparato y se iba a dormir con la tranquilidad de un niño. En ocasiones se sentía tentado de aceptar las múltiples invitaciones que le hacían llegar para una verdadera relación. Pero el temor de ser descubierto aún era una barrera que lo mantenía salvo de riesgos innecesarios. Nada podía saber de lo que se escondía detrás de un nick que no servía de identificación certera. De modo que continuaba sintiéndose seguro entre las cuatro paredes que lo protegían del mundo exterior.
Cada mañana volvía a su juzgado. Determinaba sobre vidas y bienes de otras personas y era un señor respetado y a la vez temido. Un padre tolerante, ya que otra cosa no le quedaba por hacer con su hijo descarriado y un amoroso hijo que visitaba a su madre en el Hogar de Ancianos de lujo en donde la había internado cuando descubrió que ella ya casi ni recordaba quien era él.
Todo parecía perfecto en la vida del juez Atilio Perrone hasta aquella noche en que a un raterito de poca monta se le ocurrió treparse a los techos y entrar por la ventana de la cocina creyendo que la casa estaba vacía. Sin hacer el menor ruido pasó al pasillo y ahí vio lo que menos esperaba. A ese hombre vestido de mujer sentado sobre el dildo y haciendo muecas de placer ante la cámara. El ladrón quiso huir con tal mala suerte que se tropezó con una silla. El juez Atilio Perrone, abrumado por la sorpresa, quiso taparse pero era tarde. Inmovilizado de terror, el ladrón lo miraba sin entender y a su vez no era menor el terror del juez.
El juez Atilio Perrone saltó de su sitio para atrapar al intruso. No debía dejarlo escapar. Debía detenerlo. Sin saberlo ambos, un vecino trasnochado había visto al ratero entrar en la casa y consecuente con ello llamó a la policía. Al momento de sonar las sirenas de los patrulleros, el juez sorprendió a ladrón y lo derribó de un golpe. Este cayó desmayado. Rápidamente se sacó el maquillaje de la cara, se cambió de ropas y para cuando los policías llegaron a su puerta salió a abrirles con toda naturalidad.
Aún aturdido por el golpe, el ladrón fue trasladado a la comisaría. En poco tiempo fue sentenciado a cuatro años de cárcel por otro juez ya que Atilio Perrone no podía hacerlo por cuestiones de jurisdicción o de competencia. Pero su mayor temor era que el imbécil hablara de más. Enterado de que había sido trasladado a la cárcel de Marcos Paz, hizo llevar a su despacho a un asesino que había condenado a veinte años y que estaba recluido en la misma prisión.
-Puedo rebajarte la condena y salís en pocos meses si haces un trabajito para mí- Le dijo en cuanto estuvieron solos.
En el matrimonio no le fue tan bien. Conminado por sus padres a casarse con la hija mayor del decano de la Facultad de Derecho con el afán de obtener urgentes resultados para bien terminar su carrera duró casado solo cinco años. Se separó cuando todavía no había iniciado su meteórica carrera al estrellato judicial quedando como único producto de esa relación un hijo que pronto fue malcriado en exceso por su madre y su abuela convirtiéndose con el paso de los años en un adolescente al borde de la perdición legal o la idiotez mental.
El juez Atilio Perrone no volvió a casarse. Durante un tiempo fue objeto de una tenaz persecución de cuanta dama en estado de ofrecerse se cruzó por su camino. Su parquedad y lo que todos diagnosticaban como una leve misoginia echaron por tierra todos esos intentos y de a poco conquistó el inestimable titulo de solterón.
Pero el juez Atilio Perrone tenía un secreto. De noche en su casa, al abrigo de las miradas de sus vecinos, mientras todos aquellos que dependían de sus fallos intentaban conciliar el sueño, él se vestía de lencería erótica con zapatos taco aguja, se colocaba una blonda peluca y maquillaba su rostro con profusión de colores en los ojos y un excitante rojo en los labios.
Así preparado se sentaba frente a la computadora, encendía el Messenger y se conectaba con toda su creciente red de admiradores que esperaban ese momento para verlo en acción. Es decir verlo realizar un strip tease que luego de varios minutos proseguía en una desaforada demostración de cómo se penetraba a si mismo con un dildo de generosas dimensiones mientras veía en las exiguas pantallas a sus seguidores masturbarse. Al procurarse él mismo aquel placer terminaba eyaculando junto con todos ellos en una orgía de semen que si la tecnología lo permitiera podría desbordar las computadoras.
Luego, cuando sobrevenía el relax apagaba el aparato y se iba a dormir con la tranquilidad de un niño. En ocasiones se sentía tentado de aceptar las múltiples invitaciones que le hacían llegar para una verdadera relación. Pero el temor de ser descubierto aún era una barrera que lo mantenía salvo de riesgos innecesarios. Nada podía saber de lo que se escondía detrás de un nick que no servía de identificación certera. De modo que continuaba sintiéndose seguro entre las cuatro paredes que lo protegían del mundo exterior.
Cada mañana volvía a su juzgado. Determinaba sobre vidas y bienes de otras personas y era un señor respetado y a la vez temido. Un padre tolerante, ya que otra cosa no le quedaba por hacer con su hijo descarriado y un amoroso hijo que visitaba a su madre en el Hogar de Ancianos de lujo en donde la había internado cuando descubrió que ella ya casi ni recordaba quien era él.
Todo parecía perfecto en la vida del juez Atilio Perrone hasta aquella noche en que a un raterito de poca monta se le ocurrió treparse a los techos y entrar por la ventana de la cocina creyendo que la casa estaba vacía. Sin hacer el menor ruido pasó al pasillo y ahí vio lo que menos esperaba. A ese hombre vestido de mujer sentado sobre el dildo y haciendo muecas de placer ante la cámara. El ladrón quiso huir con tal mala suerte que se tropezó con una silla. El juez Atilio Perrone, abrumado por la sorpresa, quiso taparse pero era tarde. Inmovilizado de terror, el ladrón lo miraba sin entender y a su vez no era menor el terror del juez.
El juez Atilio Perrone saltó de su sitio para atrapar al intruso. No debía dejarlo escapar. Debía detenerlo. Sin saberlo ambos, un vecino trasnochado había visto al ratero entrar en la casa y consecuente con ello llamó a la policía. Al momento de sonar las sirenas de los patrulleros, el juez sorprendió a ladrón y lo derribó de un golpe. Este cayó desmayado. Rápidamente se sacó el maquillaje de la cara, se cambió de ropas y para cuando los policías llegaron a su puerta salió a abrirles con toda naturalidad.
Aún aturdido por el golpe, el ladrón fue trasladado a la comisaría. En poco tiempo fue sentenciado a cuatro años de cárcel por otro juez ya que Atilio Perrone no podía hacerlo por cuestiones de jurisdicción o de competencia. Pero su mayor temor era que el imbécil hablara de más. Enterado de que había sido trasladado a la cárcel de Marcos Paz, hizo llevar a su despacho a un asesino que había condenado a veinte años y que estaba recluido en la misma prisión.
-Puedo rebajarte la condena y salís en pocos meses si haces un trabajito para mí- Le dijo en cuanto estuvieron solos.
Thursday, July 15, 2010
IGUALDAD
Finalmente los legisladores han dado una prueba de madurez intelectual. Frente a los arteros ataques de las jerarquias de las Iglesias que no vacilaron a recurrir a los mas inconsistentes, vanos y reproblables argumentos, a la coercion para lograr adeptos y a las amenazas, cuando su propia institucion esta mancillada por sacerdotes pederastas a los que proteje, ha triunfado el sentido comun.
Recordemos que no es todo. Aun quedan pendientes la posibilidad de trabajo, educacion y un documento con su nombre para las travestis. La distribucion organizada de retrovirales para los pacientes con HIV, la educacion sexual, la despenalizacion del aborto, la eliminacion de los edictos policiales que subsisten en varias provincias.
Este ley eliminará la homofobia? Claro que no. Pero el debate esta dado y los retrogrados de siempre ya no podran esconder la cabeza en la tierra como el avestruz.
Es hora de que sepan que hay un nuevo mundo. Un mundo que requiere de amor y tolerancia, de diversidad y de intercambio. Y sobre todo sin ignorancia acerca de que somos y que sentimos las personas homosexuales.
Alexia Montes
Friday, June 18, 2010
Te esperaré, Roberto (cuento)
Otra vez más voy camino de la cárcel. Como tantas otras, dispuesta, aunque de mala gana a tolerar que los guardias me miren sin disimulo, mientras se tocan la entrepierna de manera que yo lo note y después discutan entre ellos quien debe revisarme al entrar pues o no hay guardias mujeres para que lo hagan o habiéndolas no están dispuestas debido a mi sexo.
La humillación a la que me someten me resulta intolerable pero se compensa cuando estoy en la sala de visitas o en la habitación que una vez al mes nos otorgan para que tengamos relaciones con el Roberto.
Yo amo a Roberto, y lo amaré toda mi vida. Lo voy a esperar hasta que salga de esta inmunda prisión aunque el abogado me diga que no tiene muchas posibilidades, después de todo es un don nadie y la sentencia de veinticinco años que le dio el juez parece inamovible.
Claro, que si tiene buena conducta hay una esperanza. Pero para ello debe tolerar las burlas de sus compañeros de celda que al verme llegar lo mortifican diciéndole: “Ahí viene la puta de tu hembra” o “Seguro que cuando esta en la calle se acuesta con cualquiera” o lo que más le indigna “¿Vos le das o te da ella?
Y el pobre se la aguanta y no dice nada. Cree en mi, yo quiero pensar que él también me ama. Al menos lo consuelo cuando me acaricia el cuerpo y me convierte en su mujer, en su hembra, en su esposa, en su vuelo lejos de las altas murallas y los guardias violentos.
Pensar que está ahí encerrado por culpa mía. En realidad podría haberse ahorrado la pena si solo se hubiera mantenido alejado de su padre y sin importarle lo que me pasaba. Pero no pudo con su genio y quiso sacarme de la vida miserable a que estaba sometida.
Todo comenzó hace mucho tiempo atrás. Yo acarreaba una historia de frustraciones que comenzó cuando mis padres se dieron cuenta que andaba por la casa vestida de mujer y fingiendo que lo era. Mi padre me dio una paliza que no olvidaré jamás y me echó del hogar ante la pasividad de mi madre que nada dijo. A los trece años tuve que vivir en la calle, robando y mendigando. Como pude, pagando mi viaje manteniendo relaciones sexuales con camioneros, llegué hasta la capital.
Un individuo que merodeaba por la estación terminal de ómnibus me llevó a su casa, en cuanto descubrió que yo tenía experiencia en complacer hombres y que me gustaba la ropa femenina me convirtió en una putita explotándome para su beneficio.
Unas travestis me rescataron de su dominio y me enseñaron como desenvolverme en la calle. Aprendí a ganarme mi dinero. Pude ponerme las tetas e inyectarme hormonas. A los diecinueve años era una mas de ellas, condenada a ser una prostituta tolerando a los clientes a los que se les va la mano con las drogas, golpeándome o obligándome a tener relaciones sin preservativo, con el riesgo de contagiarme el SIDA, sin contar a la policía que nos arrestaba cada vez que se les ocurría y sin la posibilidad de tener un trabajo decente, educación y una identidad acorde con nuestro aspecto.
Hasta que apareció Cosme. El hombre no era de la ciudad. Viajaba a menudo para hacer negocios que tenían que ver con su establecimiento rural y no perdía ocasión para pasar por Palermo y buscar una travesti. Después de dos o tres veces que eligió a compañeras mías, me descubrió. Desde ese momento me convertí en su favorita. Al poco tiempo comenzó a hacer esas promesas que escuchamos todas. Que me iba a sacar de ese ambiente y me iba a llevar a vivir con él. Que tenía una casa en el campo y allí podríamos vivir juntos y en paz. Yo no le creía, y así continuamos hasta que un día se apareció por la pensión que compartía con otras travestis. Y me convenció. Junté mis pocas prendas en una valija y partimos rápidamente. Las chicas salieron a la puerta a despedirme y desearme suerte.
En pocas horas llegamos a su propiedad. Yo no tenía idea de donde estaba, pero al ver la hermosa casita que iba a ser mi hogar no me importó. Era un pequeño pero acogedor chalet en medio de un monte de eucaliptos, totalmente apartado de la ruta. El silencio era tal que se oía con claridad el canto de los pájaros. Cosme me mostró la habitación que sería nuestro dormitorio y dejó que me acomodara mientras se ocupaba de sus tareas.
Comencé a vivir una existencia idílica. Me había convertido en su esposa, no solo en la cama. Le cocinaba, le lavaba y planchaba la ropa, limpiaba la casa y teníamos por las noches fogosas relaciones que nos dejaban agotados y felices. Pero había algo extraño en su comportamiento. Jamás me dejaba salir de la propiedad, el se encargaba de las compras, no solo para la casa sino que para mi también. Me traía vestidos, lencería y maquillajes. Al principio acepte sin chistar esa situación y todo andaba bien pero en cuanto comencé a insistir en salir y pasear por el pueblo se negó rotundamente.
Se volvió hosco y malhumorado y aunque yo había dejado de insistir con el tema, el comenzó a volverse obsesivo pensando que tenía intenciones de abandonarlo. Nada fue igual. Para demostrarme que era quien mandaba comenzó a pegarme. En sus salidas al pueblo o a otros campos se aseguraba de que no iba a escapar sujetándome con una cadena a la pata de la cama. Me gritaba por cualquier cosa y me encerraba en nuestra habitación cuando venía alguno de los peones a verlo.
Todo lo que yo había soñado, el poder ser una verdadera mujer para mi hombre, se desvaneció. Cayó como un castillo de naipes y comencé a pensar que ese era mi sino, el no poder ser feliz.
Así se mantuvieron las cosas por varios meses hasta que llegó de improviso Roberto, el hijo de Cosme. Venía de la capital con su flamante título de veterinario dispuesto a ayudar a su padre con la hacienda. Cosme no puedo evitar que Roberto me conociera, no teniendo otro lugar para alojarse se quedó a vivir con nosotros. Durante un tiempo me trató bien pero la paranoia continuó y tras unas pocas semanas la violencia volvió, esta vez para amedrentarme por si tenía intenciones de intimar con su hijo lo que era solo idea suya ya que, a pesar de todo, no pensaba en serle infiel.
Roberto descubrió lo que sucedía. Al principio se limitaba a tratarme con sumo respeto lo que me resultó agradable, pero poco después, al ver como me maltrataba Cosme, tomó con decisión partido en mi defensa. El choque entre ambos fue inevitable. Cada vez fueron más violentas sus discusiones, tras las que yo le pedía a Roberto que no interviniera para no disgustar a su padre, pero debo admitir, que comenzaba a encariñarme con él.
No pude resistirme a su simpatía ni a la manera caballeresca como me trataba. Finalmente sucumbí y le dejé que me poseyera en la misma cama que compartía con Cosme. No nos descubrió pues estaba de viaje por sus otras propiedades pero el drama se desato cuando Roberto me convenció de irnos de allí. Estábamos juntando mi ropa en una maleta cuando llegó. Cosme quiso castigarme y Roberto se interpuso. Discutieron, se tomaron a golpes y al caerse del cinturón de Cosme el revolver que llevaba siempre consigo, este llegó hasta los pies de Roberto que lo tomó y decidido le disparó dos tiros a su padre ante mi desesperación y la mirada atónita de dos peones que, ignorándolo nosotros, habían acompañado a su patrón. Sus declaraciones fueron las que condenaron a Roberto.
Nos convertimos en la comidilla de todos los hipócritas del pueblo en cuanto se enteraron, sobre todo, que yo era travesti. No solo debí sufrir al ver a Roberto en el banquillo de los acusados sino que también tuve que soportar que se me mencionara como una perdida que había llevado a ambos hombres a semejante desgracia. Mujeres y hombres me insultaban cada vez que llegaba o salía del juzgado.
Cuando terminó el juicio y trasladaron a Roberto a la cárcel me mudé de pueblo para estar más cerca de él. Al menos en mi nueva morada no me conocían. Una travesti de la capital me consiguió empleo de sirvienta en lo de una señora rica y viuda. Trabajo como una burra pero no me quejo. Al menos tengo una cama, un techo y en la casa no hay hombres.
Los martes, jueves y sábados voy a la prisión a ver a Roberto. Le llevo alguna pavada para comer, hablamos el futuro como si lo tuviéramos asegurado, nos acariciamos, nos besamos y al partir yo siempre le digo: Te esperare Roberto.
La humillación a la que me someten me resulta intolerable pero se compensa cuando estoy en la sala de visitas o en la habitación que una vez al mes nos otorgan para que tengamos relaciones con el Roberto.
Yo amo a Roberto, y lo amaré toda mi vida. Lo voy a esperar hasta que salga de esta inmunda prisión aunque el abogado me diga que no tiene muchas posibilidades, después de todo es un don nadie y la sentencia de veinticinco años que le dio el juez parece inamovible.
Claro, que si tiene buena conducta hay una esperanza. Pero para ello debe tolerar las burlas de sus compañeros de celda que al verme llegar lo mortifican diciéndole: “Ahí viene la puta de tu hembra” o “Seguro que cuando esta en la calle se acuesta con cualquiera” o lo que más le indigna “¿Vos le das o te da ella?
Y el pobre se la aguanta y no dice nada. Cree en mi, yo quiero pensar que él también me ama. Al menos lo consuelo cuando me acaricia el cuerpo y me convierte en su mujer, en su hembra, en su esposa, en su vuelo lejos de las altas murallas y los guardias violentos.
Pensar que está ahí encerrado por culpa mía. En realidad podría haberse ahorrado la pena si solo se hubiera mantenido alejado de su padre y sin importarle lo que me pasaba. Pero no pudo con su genio y quiso sacarme de la vida miserable a que estaba sometida.
Todo comenzó hace mucho tiempo atrás. Yo acarreaba una historia de frustraciones que comenzó cuando mis padres se dieron cuenta que andaba por la casa vestida de mujer y fingiendo que lo era. Mi padre me dio una paliza que no olvidaré jamás y me echó del hogar ante la pasividad de mi madre que nada dijo. A los trece años tuve que vivir en la calle, robando y mendigando. Como pude, pagando mi viaje manteniendo relaciones sexuales con camioneros, llegué hasta la capital.
Un individuo que merodeaba por la estación terminal de ómnibus me llevó a su casa, en cuanto descubrió que yo tenía experiencia en complacer hombres y que me gustaba la ropa femenina me convirtió en una putita explotándome para su beneficio.
Unas travestis me rescataron de su dominio y me enseñaron como desenvolverme en la calle. Aprendí a ganarme mi dinero. Pude ponerme las tetas e inyectarme hormonas. A los diecinueve años era una mas de ellas, condenada a ser una prostituta tolerando a los clientes a los que se les va la mano con las drogas, golpeándome o obligándome a tener relaciones sin preservativo, con el riesgo de contagiarme el SIDA, sin contar a la policía que nos arrestaba cada vez que se les ocurría y sin la posibilidad de tener un trabajo decente, educación y una identidad acorde con nuestro aspecto.
Hasta que apareció Cosme. El hombre no era de la ciudad. Viajaba a menudo para hacer negocios que tenían que ver con su establecimiento rural y no perdía ocasión para pasar por Palermo y buscar una travesti. Después de dos o tres veces que eligió a compañeras mías, me descubrió. Desde ese momento me convertí en su favorita. Al poco tiempo comenzó a hacer esas promesas que escuchamos todas. Que me iba a sacar de ese ambiente y me iba a llevar a vivir con él. Que tenía una casa en el campo y allí podríamos vivir juntos y en paz. Yo no le creía, y así continuamos hasta que un día se apareció por la pensión que compartía con otras travestis. Y me convenció. Junté mis pocas prendas en una valija y partimos rápidamente. Las chicas salieron a la puerta a despedirme y desearme suerte.
En pocas horas llegamos a su propiedad. Yo no tenía idea de donde estaba, pero al ver la hermosa casita que iba a ser mi hogar no me importó. Era un pequeño pero acogedor chalet en medio de un monte de eucaliptos, totalmente apartado de la ruta. El silencio era tal que se oía con claridad el canto de los pájaros. Cosme me mostró la habitación que sería nuestro dormitorio y dejó que me acomodara mientras se ocupaba de sus tareas.
Comencé a vivir una existencia idílica. Me había convertido en su esposa, no solo en la cama. Le cocinaba, le lavaba y planchaba la ropa, limpiaba la casa y teníamos por las noches fogosas relaciones que nos dejaban agotados y felices. Pero había algo extraño en su comportamiento. Jamás me dejaba salir de la propiedad, el se encargaba de las compras, no solo para la casa sino que para mi también. Me traía vestidos, lencería y maquillajes. Al principio acepte sin chistar esa situación y todo andaba bien pero en cuanto comencé a insistir en salir y pasear por el pueblo se negó rotundamente.
Se volvió hosco y malhumorado y aunque yo había dejado de insistir con el tema, el comenzó a volverse obsesivo pensando que tenía intenciones de abandonarlo. Nada fue igual. Para demostrarme que era quien mandaba comenzó a pegarme. En sus salidas al pueblo o a otros campos se aseguraba de que no iba a escapar sujetándome con una cadena a la pata de la cama. Me gritaba por cualquier cosa y me encerraba en nuestra habitación cuando venía alguno de los peones a verlo.
Todo lo que yo había soñado, el poder ser una verdadera mujer para mi hombre, se desvaneció. Cayó como un castillo de naipes y comencé a pensar que ese era mi sino, el no poder ser feliz.
Así se mantuvieron las cosas por varios meses hasta que llegó de improviso Roberto, el hijo de Cosme. Venía de la capital con su flamante título de veterinario dispuesto a ayudar a su padre con la hacienda. Cosme no puedo evitar que Roberto me conociera, no teniendo otro lugar para alojarse se quedó a vivir con nosotros. Durante un tiempo me trató bien pero la paranoia continuó y tras unas pocas semanas la violencia volvió, esta vez para amedrentarme por si tenía intenciones de intimar con su hijo lo que era solo idea suya ya que, a pesar de todo, no pensaba en serle infiel.
Roberto descubrió lo que sucedía. Al principio se limitaba a tratarme con sumo respeto lo que me resultó agradable, pero poco después, al ver como me maltrataba Cosme, tomó con decisión partido en mi defensa. El choque entre ambos fue inevitable. Cada vez fueron más violentas sus discusiones, tras las que yo le pedía a Roberto que no interviniera para no disgustar a su padre, pero debo admitir, que comenzaba a encariñarme con él.
No pude resistirme a su simpatía ni a la manera caballeresca como me trataba. Finalmente sucumbí y le dejé que me poseyera en la misma cama que compartía con Cosme. No nos descubrió pues estaba de viaje por sus otras propiedades pero el drama se desato cuando Roberto me convenció de irnos de allí. Estábamos juntando mi ropa en una maleta cuando llegó. Cosme quiso castigarme y Roberto se interpuso. Discutieron, se tomaron a golpes y al caerse del cinturón de Cosme el revolver que llevaba siempre consigo, este llegó hasta los pies de Roberto que lo tomó y decidido le disparó dos tiros a su padre ante mi desesperación y la mirada atónita de dos peones que, ignorándolo nosotros, habían acompañado a su patrón. Sus declaraciones fueron las que condenaron a Roberto.
Nos convertimos en la comidilla de todos los hipócritas del pueblo en cuanto se enteraron, sobre todo, que yo era travesti. No solo debí sufrir al ver a Roberto en el banquillo de los acusados sino que también tuve que soportar que se me mencionara como una perdida que había llevado a ambos hombres a semejante desgracia. Mujeres y hombres me insultaban cada vez que llegaba o salía del juzgado.
Cuando terminó el juicio y trasladaron a Roberto a la cárcel me mudé de pueblo para estar más cerca de él. Al menos en mi nueva morada no me conocían. Una travesti de la capital me consiguió empleo de sirvienta en lo de una señora rica y viuda. Trabajo como una burra pero no me quejo. Al menos tengo una cama, un techo y en la casa no hay hombres.
Los martes, jueves y sábados voy a la prisión a ver a Roberto. Le llevo alguna pavada para comer, hablamos el futuro como si lo tuviéramos asegurado, nos acariciamos, nos besamos y al partir yo siempre le digo: Te esperare Roberto.
Saturday, June 05, 2010
Opinion sobre el matrimonio homosexual
En el numero 116 de la Revista Soy (mi revista de cabecera) un lector llamado Gastón vertió conceptos a mi entender equivocados respecto del matrimonio homosexual al que llamo, para no extenderme en detalles y utilizando mi propias palabras, una especie de dadiva divina que nos otorga la comunida heterosexual con tal de conformarnos y domarnos dentro de su redil.
No ignoro que independientemente de las caracteristicas de los grupos que conformanos la gran comunidad no heterosexual, hay por encima de ellas dos posiciones diferentes. Una es la de la trasgresión permanente, del riesgo en las relaciones ocasionales, de las marchas del orgullo y otra de los que pensamos que se puede vivir nuestra sexualidad dentro de la sociedad sin necesariamente hacer alarde de ello ( y esto lo digo aclarando que tambien he tenido sexo con desconocidos en sitios riesgosos y que hoy dia salgo a la calle travestida de noche y de día). Aquella carta me impulsó a contestarla y la Revista Soy tuvo la amabilidad de publicarla en el siguiente número 117 del 3 de junio.
Esta es la carta:
Cuesta pasar por la carta de Gastón publicada en el número pasado y evitar una opinión. Creo que comete el error de volverse, digamos, un tanto fundamentalista. En primer lugar, sancionada la nueva ley de matrimonio(recordemos que aún falta un trámite importante) no implica que pasemos a llamar a nuestras parejas "mi marido" o "mi esposa". Ese comentario y otros similares no hacen mas que demostrar que Gastón adolece de falta de información. Según parece, ignora que el matrimonio para personas del mismo sexo no es un invento de las clases heteronormativas o del Estado para ponernos un anillo en el dedo. En esta ocasión, como en tantas otras, la ley no hará mas que legitimar algo que ya existe. Cientos de parejas que corren el riesgo de que al fallecer uno, el otro quede desamparado, hasta sin vivienda, que los hijos de esas parejas queden desprotegidos y, bueno, todo el resto de las cosas que ustedes conocen.
Por supuesto que hay que seguir luchando por la atención a los portadores de HIV, por la documentación, trabajo y estudio para las personas trans y muchas otras cosas, de eso se trata la militancia. Cada una de las personas que no estamos comprendidas dentro de la sociedad heterosexual tenemos nuestras necesidades específicas además de las generales. Yo, como crossdresser, no puedo circular por las calles de algunas provincias sin correr el riesgo de ser vícima de un edicto policial, algo que hasta no hace mucho sucedia tambien en Buenos Aires.
Por eso te digo, Gastón, lo que se logró se logró, muchas parejas lo estarán celebrando y no creo que eso cambie sus intenciones de voto en las elecciones o hará que "nos reunamos en los palieres de los edificios a contarnos las heladeras que compramos a medias".
Hay mucho por que luchar, no perdamos el tiempo destilando bronca.
Despues de escrita esta carta adverti que podía haber agregado algunas aclaraciones. Por ejemplo, en la necesidad que la relación de matrimonio permita que si alguno de los miembros esta enfermo e internado, su pareja pueda verlo y tomar decisiones como lo que es y que no sean parientes sanguineos que problablemente hasta hayan echado a ese homosexual de su casa, los que pretendan tomar las determinaciones en cuanto a tratamientos médicos.
Ademas, debo aclarar que estoy en pareja con un hombre, Hace catorce años tenemos una relacion de cada uno en su casa por lo que no sufriremos el problema de la vivienda si uno de los dos fallece y ademas hemos arregaldo nuestras cuentas personales para que cada uno herede al otro, pero no pensamos casarnos ni mucho menos adoptar hijos, lo que no excluye que estemos totalmente de acuerdo con la existencia de la ley que proteja a todos por igual.
Alexia Montes
Friday, February 26, 2010
Aclaracion
La nota titulada Pesadilla, se trata de una ficción pero fue publicada en la Revista Soy como una carta de lectores. Para aclaracion de quien la lea, afortunadamente aún no estoy para geriátrico y no pienso estarlo nunca.
Alexia Montes
Alexia Montes
Monday, February 15, 2010
Pesadilla
Nunca creí que iba a llegar a esto.Claro, cuando se es joven parece que la vejez es algo tan lejano que no existe, pero inexorablemente se hace presente. No le tengo miedo a la muerte, la muerte suele ser una liberación y en mi caso debe ser así, por que ya no soporte esta vida.
Ser anciana no me molesta, lo malo es caer bajo la dependencia de otras personas que no tienen el más mínimo interés en una. Y aunque haya sido una destacada personalidad del arte y la cultura, todos se empeñan en tratarme como si fuera una idiota que no sabe pensar por si misma.
No solo se trata de que quieren imponerme donde sentarme, cuando acostarme, cuando levantarme, si debo tomar fresco o ver la televisión. Lo mas grave es que ya no puedo vestir mis prendas femeninas. Por que soy crossdresser, ¿sabe?. Primero tuve que renunciar a mantenerme depilada y ver crecer ese vello que me remite a la parte de mí que detesto. Y de la ropa ni hablar. Le pedí a mis hijos que me trajeran algo, aunque sea, de todo lo que tenía en los roperos pero ellos no contestaban, era como si le hablara a la pared.
Trate de hacerme de unas prendas que encontré en el canasto de la ropa sucia y me descubrieron las empleadas del geríatrico.
-¿Que?.¿Ahora se hizo maricón?- Dijo una de ellas y las demás rieron como fuera realmente gracioso.
Cuando insistí con mis hijos, finalmente confesaron que Elena y Sara habían tirado todo a la basura. Elena y Sara son mis nueras, las muy brujas.
Luego, les pedí las fotos, como esas que adornaban mi dormitorio donde aparecía, entre otras cosas, con mis botas favoritas o con el vestido de seda verde que tanto me gustaba. Tambien las tiraron, admitieron. Mis nueras dijeron que era una inmoralidad, que yo era un pervertido y que sería la verguenza de la familia si se sabía que me pasé la vida andando por ahí vestido de mujer.
Usted ya esta viejo para esas cosas, argumentó la única empleada que me escuchó atentamente. El tiempo que prestó atención a mis reclamos antes de decirme estas palabras fué la única muestra de amabilidad que he conseguido en todo este tiempo.
¿Que voy a hacer sin mis prendas femeninas, sin mi bolsito de maquillaje, las pelucas y la bijouterie? ¿Por que tengo que renunciar a una parte de mi? Me han aprisionado. Dos veces. Una en este maldito hogar de ancianos y la otra dentro de mi cuero de varón que ya no puede volar, como antes, adonde la fantasía no tiene límites.
Así que ahí ando, llorando por los rincones. Bueno, a veces llorando y otras mirando atentamente donde, el empleado de mantenimiento suele dejar el veneno para las ratas.
Esto es ficción, pero desde que se me ocurrió la posibilidad de que me ocurriera algo así a mi o a otras cross me puso realmente mal y por eso decidí escribirlo como una forma de exorcisarla
Ser anciana no me molesta, lo malo es caer bajo la dependencia de otras personas que no tienen el más mínimo interés en una. Y aunque haya sido una destacada personalidad del arte y la cultura, todos se empeñan en tratarme como si fuera una idiota que no sabe pensar por si misma.
No solo se trata de que quieren imponerme donde sentarme, cuando acostarme, cuando levantarme, si debo tomar fresco o ver la televisión. Lo mas grave es que ya no puedo vestir mis prendas femeninas. Por que soy crossdresser, ¿sabe?. Primero tuve que renunciar a mantenerme depilada y ver crecer ese vello que me remite a la parte de mí que detesto. Y de la ropa ni hablar. Le pedí a mis hijos que me trajeran algo, aunque sea, de todo lo que tenía en los roperos pero ellos no contestaban, era como si le hablara a la pared.
Trate de hacerme de unas prendas que encontré en el canasto de la ropa sucia y me descubrieron las empleadas del geríatrico.
-¿Que?.¿Ahora se hizo maricón?- Dijo una de ellas y las demás rieron como fuera realmente gracioso.
Cuando insistí con mis hijos, finalmente confesaron que Elena y Sara habían tirado todo a la basura. Elena y Sara son mis nueras, las muy brujas.
Luego, les pedí las fotos, como esas que adornaban mi dormitorio donde aparecía, entre otras cosas, con mis botas favoritas o con el vestido de seda verde que tanto me gustaba. Tambien las tiraron, admitieron. Mis nueras dijeron que era una inmoralidad, que yo era un pervertido y que sería la verguenza de la familia si se sabía que me pasé la vida andando por ahí vestido de mujer.
Usted ya esta viejo para esas cosas, argumentó la única empleada que me escuchó atentamente. El tiempo que prestó atención a mis reclamos antes de decirme estas palabras fué la única muestra de amabilidad que he conseguido en todo este tiempo.
¿Que voy a hacer sin mis prendas femeninas, sin mi bolsito de maquillaje, las pelucas y la bijouterie? ¿Por que tengo que renunciar a una parte de mi? Me han aprisionado. Dos veces. Una en este maldito hogar de ancianos y la otra dentro de mi cuero de varón que ya no puede volar, como antes, adonde la fantasía no tiene límites.
Así que ahí ando, llorando por los rincones. Bueno, a veces llorando y otras mirando atentamente donde, el empleado de mantenimiento suele dejar el veneno para las ratas.
Esto es ficción, pero desde que se me ocurrió la posibilidad de que me ocurriera algo así a mi o a otras cross me puso realmente mal y por eso decidí escribirlo como una forma de exorcisarla
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