Monday, October 16, 2017

RELATOS EROTICOS "EL AMANTE DE MI VECINA"




Todo comenzó debido a la más absoluta casualidad. Es muy probable que si pequeños sucesos no se hubieran concatenado nada de lo que me sucede sería posible.

Lo primero fue que debí buscar unos documentos para preparar mi declaración de impuestos en mi escritorio, lo segundo que cuando me hallaba en el estudio, en la planta alta de mi casa escuche una violenta frenada en la calle, lo tercero que pudo mas mi curiosidad y me asomé a la ventana, lo cuarto que viendo que no había pasado nada serio, seguí mirando y lo quinto que vi entrar en la casa de enfrente a un señor muy bien vestido, que no era, a todas luces, ni un plomero, ni el operario del cable u otro similar ni el marido de la señora que abría la puerta, lo que podía asegurar pues conocía bien a mi vecino.

Podría haber pensado que se trataba de algún pariente pero algo me indujo a seguir observando. Pocos minutos después se prendió la luz del dormitorio mostrando, disimuladas por la cortina dos siluetas que se unían en lo que era evidente un abrazo. Luego se separaron, la mujer se acercó a la ventana y cerró las persianas como si supiera que alguien los estaba espiando.

Le dije a mí esposa que continuaría trabajando en el estudio. Sentado a mi escritorio de manera que podía observar su puerta de entrada me mantuve vigilante hasta que dos horas después el anónimo individuo salio tranquilamente de la casa y se alejo por la vereda. Minutos después llegó mi vecino.

Me bastaron dos semanas para darme cuenta de la regularidad de las visitas. El amante de la mujer, llegaba los lunes, miércoles y viernes a la misma hora y se retiraba puntualmente. Eran los días que mi vecino solía practicar tenis en el club de su empresa. Lo sabía por que alguna vez me había invitado a jugar.

A partir de allí se desataron en mi mente las mas disparatadas especulaciones sobre como la mujer era capaz de correr semejante riesgo por unas pocas horas de sexo. ¿Su marido no la satisfacía? ¿Era ninfomana? ¿Estaba enamorada? ¿O simplemente quería agregar algo de aventura a la aburrida vida de un ama de casa de cincuenta años?

ero lo más insólito fue lo que me ocurrió a mí. Excitado ante semejante situación fue naciendo en mí el deseo de saber que era capaz de ofrecer esa mujer para que un hombre también corriera el riesgo de ser su amante. Seguro que no era como mi esposa, que nunca fue capaz de aceptar algunas de mis ideas para hacer más eróticas nuestras relaciones sexuales. Durante todo nuestro matrimonio habíamos tenido sexo en la misma posición, mecánicamente, como si solo fuéramos animales en celo. Debo decir que al menos satisfacía mis ansias eyaculatorias pero nada más que eso. Veinte años de repetir lo mismo y cada vez mas esporádicamente. En algún momento habían comenzado a aparecer los dolores de cabeza, el cansancio o alguna otra excusa. Lo del cansancio era increíble. No trabajaba, en la casa un par de empleadas le hacían todas las tareas, hasta le dejaban la comida preparada. Nuestros hijos no estaba en todo el día ocupados en sus estudios y su única actividad era reunirse dos veces a la semana con sus amigas a tomar el te.

Una amante, eso es lo que yo necesitaba. No soy un adonis pero todavía los años no me han pasado por encima. Por primera vez en vida de casado comencé a ver a las mujeres con otras intenciones. Resultó un frustrante fracaso. Hasta ese otro día de casualidades que hicieron que me encontrara un domingo por la mañana con mi vecina en la panadería. Nunca nos habíamos tratado con familiaridad, pero luego del saludo y hacer nuestras compras nos quedamos tomando un café. En ese momento era solo una charla informal y casi banal. Pero los encuentros en la panadería se fueron haciendo regulares y un poco por que ella se mostraba seductora y otro poco por que mis fantasías estaban por explotar, casi como si fuera lo mas normal del mundo decidimos tener sexo.

No fue en su casa. Era demasiado evidente, por lo que nos encontramos en un albergue transitorio a muchas cuadras del barrio. Que puedo decir de aquel encuentro. Todo el vocabulario es exiguo para semejante desborde de pasiones y locura. Ella era perfecta. Su piel tersa, suave, perfumada, era una invitación lujuriosa a explorarla por todos sus montes, valles y bahías. Su vello pubico, rubio, un trigal mecido por el viento, sus senos turgentes coronados por enormes pezones la excusa para una suave mordida, su boca una caverna rosada abierta a toda invasión. Sin maquillaje, sin aditamentos falsos, era natural, joven de espíritu, ansiosa, sensual, dominante y dominada.

Comenzamos en la cama, luego, como consecuencia de nuestros arrebatos sobre la frazada que había caído al piso, seguimos por la alfombra y hasta bajo la ducha lo que nos volvió a la cama. Hacia tantos años que mi hombría no estaba puesta a prueba de semejante manera que me sorprendía mi respuesta. Había rejuvenecido tal como ella lo había hecho.

No fue necesario conversarlo demasiado. Quedamos en nuevos encuentros. Entonces fue que vino a mi mente el origen de toda mi locura, su amante, el de los lunes miércoles y viernes. No me preocupaba compartirla, de manera que le confesé que la había estado observando. Temí que se molestara pero no lo hizo. Le propuse otros días para nuestros encuentros pero ella fue clara. Su amante había desaparecido sin dar explicaciones. Que en su momento lo había lamentado pero por otro lado le estaba agradecida, pues ese hombre le había enseñado a vivir nuevamente, a gozar, a entregarse sin reservas y que yo era el beneficiado de su nueva vida. De manera que la tenía toda para mí, madura y joven a la vez.

Continuamos viéndonos los lunes, miércoles y viernes. Su marido seguía rebotando pelotitas de tenis en el club y yo le mentía descaradamente a mi esposa acerca de reuniones de trabajo u otros compromisos ineludibles y ella lo creía. En el albergue transitorio ya éramos clientes conocidos. Continuábamos haciendo el amor por todos los rincones de la habitación, desaforados como adolescentes. Vertiendo nuestras ansias contenidas tantas veces como era posible. Salvajes, ella como una mujer fatal  y yo como el macho alfa de la manada, poseyéndola como ella me poseía a mí.

Un miércoles, ella tuvo que visitar a su madre enferma. Pospusimos nuestro encuentro lo que me posibilito llegar temprano a mi casa. En el momento de estacionar el auto, pude ver, con claridad al ex amante de mi vecina despidiéndose de mi esposa.



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