Monday, October 23, 2017

LA SOCIA (2003)



              Se miró detenidamente en el espejo. Trataba de asegurarse que no hubieran quedado huellas en su rostro de la reunión del día anterior. Pudo comprobar que no tenía marcas de maquillaje, ni lápiz de labios o delineador de ojos. Lentamente comenzó a afeitarse. Luego en una ceremonia que le agradaba se hizo el desayuno con café caliente y tostadas con manteca. Lo tomó mientras escuchaba las noticias en la radio.
Al salir a la calle le resultó agradable el calor reinante. Amaba el verano. Le permitía estar liviano de ropas y el ambiente reinante era festivo. Observó a las chicas con sus insinuantes minifaldas y sus camisas cortas que descubrían la línea de la cintura. Me tendré que comprar una camisa así pensó mientras se dirigía al estudio.
Cuando llegó su secretaría ya estaba ordenando algunos papeles en su escritorio. La saludó y pasó a su despacho. Hizo algunos llamados y se sentó a dibujar el proyecto que estaba realizando.
“Te quedó bien el vestido que te presté?”. Le preguntó ella desde la puerta mientras en su mano sostenía una taza de té.
“Estupendo. Fui la reina de la noche. Me divertí bastante. Hasta cantamos karaoke luego de cenar”.
Ella era la única que conocía su secreto. Un secreto que guardaba desde niño cuando comenzó a jugar con las prendas de su madre aprovechando los momentos en que  quedaba solo en la casa. La ropa femenina ejercía una fascinación morbosa en él. Sumergirse en ella era como trasladarse a otra dimensión.
No era gay. No se le hubiera ocurrido nunca. Muchas mujeres, entre ellas su secretaria, podían dar fe de su hombría. Pero estaba condenado dulcemente a una doble vida.
“¿Llamó el señor Gutierrez?”.
“No”. Fue la lacónica respuesta.
Las cosas no andaban bien en el estudio. Como consecuencia de la situación del país el trabajo escaseaba. Urgía conseguir nuevos clientes o debería cerrar. Gutierrez era una buena posibilidad de salir adelante. Una obra que llevaría un año de trabajo y jugosas ganancias. Si lo tomaba hasta podría darse el lujo de dejar otros proyectos para más adelante.
Desde la primera vez que se pusieron en contacto, prometiéndole volver, lo llamó varias veces hasta que por prudencia dejó de hacerlo para que no advirtiera su desesperación. Pero conforme pasaba el tiempo perdía las posibilidades de hacer la obra.
Durante toda la semana siguiente ocupó su tiempo pensando que buena excusa utilizar para acercarse a Gutierrez y lograr el contrato. No se le ocurría nada que lo satisfaciera.
Una noche mientras se vestía para encontrarse con sus amigos, en el momento en que frente al espejo se pintaba los labios tuvo la idea. La desechó. Era muy audaz. Luego se prometió pensarlo más detenidamente.
Cuando le expuso la decisión a su secretaría esta no lo podía creer. Debía llamar al señor Gutierrez y decirle que la nueva socia del estudio deseaba tener una reunión para informarse de su propia voz el estado de las negociaciones del contrato.
Era una jugada que podría resultar mal y arruinar el negocio para siempre. Pero más allá de los cálculos optimistas Gutierrez aceptó de inmediato.
Al otro día enfundado en un sobrio traje con pollera y saco de cuero, medias negras, botas de taco alto y anteojos para sol esperó al posible cliente.
“¿El arquitecto Gomez no está?”. Preguntó Gutierrez mientras dudaba en recorrer con la vista el despacho para comprobar su ausencia o mirar fijo a la espectacular morocha que le tendía la mano en gesto de saludo.
“Salió a ver unos clientes”. Le contestó rogando que el tono de voz no lo delatara.
“Conversaremos entre nosotros, solos”.
“Mejor, el arquitecto no me parecía muy seguro como profesional, pero siendo una bella dama su nueva socia podemos llegar a un acuerdo”.
En ese momento se hubiera arrancado la peluca y mostrándose le hubiera echado a patadas. Pero se contuvo. Utilizando toda su experiencia se sentó displicente en el sillón y dio comienzo a las tratativas.
Necesitó de varias reuniones para llegar a un acuerdo. El emprendimiento de Gutierrez no era para decidirlo en poco tiempo. Se trataba de un conjunto de edificios de oficinas de diez pisos incluida toda la estructura de apoyo, servicios y pavimentación desde la ruta. En cada reunión Gutierrez preguntaba por el arquitecto Gomez para asegurarse que estaba solo con su socia. Finalmente para terminar con sus dudas le inventó una dolencia que no le permitía salir de su casa. No preguntó más.
El contrato fue firmado y la obra comenzó. Gomez, cada vez más cómodo en la situación en la que estaba se ufanaba por dentro acerca de la manera en que había engañado a su nuevo cliente. Debió sortear algunos obstáculos burocráticos con respecto a firmas y papeles pero se las arregló sin mayores problemas.
Finalmente, luego de un largo y arduo año de trabajo fue inaugurado el complejo. Gomez respiró aliviado. Había valido la pena. Decidió hacer un viaje a Brasil para visitar a amigos con los que compartía su actividad.
Cuando llegó a la casa sobre la playa en la que había quedado en reunirse la fiesta estaba en su apogeo. Unos bailaban, otros conversaban sentados alrededor de la pileta. Más lejanos algunos contemplaban el mar tomando una caipiriña en silencio. Recorrió los grupos saludó a diestra y siniestra. Cruzó elogios por las vestimentas y datos en donde habían sido compradas. En el camino notó que un bretel del vestido se le caía molestándolo. Se dirigió a un baño para ver como se lo podía arreglar. Al entrar se cruzó con alguien que salía. La mala suerte hizo que se tropezara en un escalón. Al mover la mano para hacer equilibrio un anillo se enganchó en la peluca del otro.
Solo atinó a decir:
“¡Que tal Gutierrez!, ¿cómo está?”.


Fin


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