Thursday, February 26, 2015

ELLA


                                   
Era la mujer más voluptuosa que había visto en la corta etapa desde que comenzaran a interesarme en mi incipiente adolescencia. Ella no era como mis compañeritas de división en el colegio, aun aniñadas, sin senos notorios, las piernitas como patitas de tero y ninguna diferencia notable entre el diámetro de su cintura y el de sus caderas.
Tampoco era como las vecinas del barrio, además de las notorias curvas que la conformaban establecía una gran diferencia en la manera de vestirse. Jamás se la veía en un vulgar equipo de gimnasia ni calzando zapatillas. Ella siempre usaba vestidos ajustados, minifaldas al borde de la revelación, y los zapatos, esos fascinantes zapatos de plataforma de acrílico y taco tan fino que parecía que se iba a hundir en el suelo.
Ni siquiera se podía comparar con las amigas de mi madre, aunque estas, por ser de buenas posición económica accedían a vestimentas mas elegantes, nunca, ninguna de ellas parecía dispuesta a mostrar abiertamente su sensualidad, si es que la tenían, a lo sumo oculta bajo largas polleras y prendas holgadas que disimulaban la forma de su cuerpo.
Ella era especial. Piernas largas, torneadas, fuertes, caderas ampulosas y cintura estrecha, cara redondeada, enormes ojos verdes, labios siempre pintados en cereza, la cabellera negra azabache, amplia, cubriendo su cuello y sus hombros. Todo su cuerpo emanaba fuerte presencia donde fuera. A su paso se volteaban las miradas, la de los hombres y también las de las mujeres. Por admiración o por envidia, ella dejaba un rastro de murmuraciones a su paso junto a la dulce impronta del perfume que utilizaba.
Ella se convirtió en el primer amor de mi vida. Si es que puede llamarse amor a la pasión que me despertara. La vi por primera vez en la playa, uno de esos veranos en que toda la tribu de padres, madres, tíos, tías, primos y primas solíamos tomarnos esos magníficos días de vacaciones que duraban hasta un mes alquilando varias casas sobre la costa en Monte Hermoso, donde íbamos pertinazmente a pesar del viento y las aguavivas, pero que se compensaban con la tranquilidad del lugar.
Fue de lejos, yo estaba jugando a las cartas con mis primos cuando pasó caminando lentamente, segura de si misma, sabiendo que todos los ojos la estaban observando. Dejé el juego, me levanté de un salto y sin dar ninguna explicación caminé detrás de ella hasta que se refugió en una carpa. En ese momento sentí vergüenza pensando que se habría dado cuenta de mi osadía y sin atreverme a mirarla un segundo mas volví sobre mis pasos.
Mis primos se dieron cuenta de mi actitud y me recibieron con una interminable andanada de burlas. Pobres, pensé, todavía son unos niños inmaduros y les falta tiempo para descubrir lo maravilloso de desear a una mujer. Mis parientes mayores ni siquiera se dieron cuenta de lo que había sucedido  y, ajenos a todo, continuaban con sus estupidas charlas de fútbol, trabajo o modas.
A partir de ese día ella pobló mis sueños y mis deseos. Nos imaginaba paseando juntos por la playa, tomados de la mano, haciendo planes para el futuro, y yo anhelando ese cuerpo, deseando acariciarlo, olerlo, peinando sus larga cabellera con mis dedos, besando esa boca de cereza y descubriendo que sus senos eran una fuente de placer, no la teta que solo sirve para amamantar.
Cada día esperaba con ansiedad su aparición paseando descalza por la arena, vestida con un conjunto de tanga y corpiño diminutos, siempre sola, sin un marido o un novio a la vista. Y la espiaba de lejos cuando se sentaba en una sillita mientras leía o simplemente observaba, como ausente, el juego incansable de las olas. O me detenía en la vereda si nos cruzábamos a la hora en que todo el mundo anda buscando un sitio donde poder cenar. Si la veía venir de frente, luego observaba como se alejaba moviéndose con la regularidad de un péndulo zigzagueante.
Una tarde de lluvia mi padre me envió a comprar cigarrillos. Iba camino al quiosco cuando la descubrí dentro de un negocio de ropa. Estaba eligiendo algunas prendas, dubitativa tomaba una y otra y otra, luego dejaba alguna y seguía hacia otro sector del local. Movido por un irrefrenable impulso entré. Haciendo como que también estaba por comprar algo me le acerqué lentamente para llegar a su lado. Lo más cerca que había estado hasta entonces. Ella, desde su altura, era tan alta como mi padre, parecía ignorarme por completo. Después de tomar una remera con el nombre del balneario miró a ambos lados y me descubrió, ahí, embobado, sin saber que hacer.
Abrió su boca enmarcada por los labios cereza, se sonrió y me preguntó.
-¿Te parece que esta remera me quedará bien?-
Yo estaba idiotizado, no respondí, ella abrió más los ojos y agrandó su sonrisa. Apelé a una de esas frases que mi padre suele decir a mi madre en circunstancias semejantes.
-Todo le quedará bien…señorita- Vacilé.
Ella sin perder la sonrisa jugó revolviendo mi cabello como lo suele hacer mi abuela, dijo gracias y se marchó a pagar la compra.
De más esta decir que oír su voz y ese breve contacto de mi cabeza con su mano contribuyeron a enriquecer mis sueños. El cuerpo tenía voz pero lo que lamentaba era no saber aún su nombre. Necesitaba un nombre para completarla y tomando valor le pregunté a la cajera del negocio si lo sabía.
-Claro que si, es una de nuestras mejores clientas, se llama Noelia-
Y Noelia atravesó mis sueños, mis fantasías, mi despertar juvenil, mi pasión, mi amor, mi locura. Además de acariciarla, besarla, hundirme en ella, protegerla entre mis brazos, velar su descanso, reír junto a su risa, podía llamarla, podía escribir poemas con su nombre, podía, podía, podía…
Una de aquellas tardes, casi al fin de las vacaciones, los adultos mayores de la tribu en un descanso entre la catarata de pavadas que intercambiaban habitualmente descubrieron el paso de Noelia. Mi madre recordó que la había visto el año anterior, mi padre, contrariamente a lo que yo imaginé que diría despachó un insulto y otra palabra que no entendí. Uno de mis primos, el mas avispado a pesar de ser menor que yo, me la tradujo.
-Tu viejo dice que es un travesti, que no deberían dejarlo andar así por la playa-
-¿Travesti?- Pregunte.
-Un hombre, bobo, un hombre- Me aclaró.
Ni aquella manera brutal en que me fue revelada la verdad cambió lo que sentía. Yo preferí seguir recordándola tal como la había conocido.
Fin

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