Thursday, February 26, 2015

CLARITA



 Clarita amaba la vida, como usted, como yo, como todos nosotros, pero una noche una bala asesina, anónima, traicionera, la dejó tirada al costado de la ruta. Y no fue solo obra de un desequilibrado mental, ella murió asesinada por toda la sociedad. Por que estaba en el momento y en el lugar donde no debía estar.
Allí donde muchos, ellos, nosotros, la moral hipócrita, sus familiares, las jerarquías de las iglesias, los docentes que no la entendieron, los que le negaron un trabajo, la arrojamos por una sola razón.
Por ser diferente.
¿Diferente a que? Todos somos diferentes. Cada uno acarrea su singularidad pero nos erigimos en jueces de la singularidad de otros, sobre todo por que nos da miedo. El peor de los miedos, el de lo que no conocemos.
Clarita, tenía sueños, como usted, como yo, como todos nosotros. Quería dejar esa vida de la calle, a pesar de que la habían echado de su casa quienes tenían la obligación de contenerla y ayudarla, a pesar de no poder seguir con sus estudios, a pesar de no conseguir un trabajo.
Clarita tenía sueños, por eso había hecho el curso de peluquería y planeaba junto con otras dos compañeras abrir un salón, por eso iba al taller de la Cooperativa Nadia Echazú a coser sabanas y conseguir unos pesos extra. Por eso, para vivir otras realidades estudiaba teatro y trataba de terminar el secundario en el Instituto Mocha Celis.
Clarita era creyente, a pesar de los hombres que dicen representar a Dios. En su casilla, tenía sobre una mesa la imagen del Virgen del Rosario de San Nicolás, a la que le rezaba cada mañana, agradeciéndole que le había hecho el milagro de salvarla cuando se hizo implantar aceite de maquina para agrandarse los senos y tuvo una infección que la llevó a borde de la muerte.
Clarita sabía que era, quizá, solo un mes más el plazo para comenzar su negocio. Un mes para abandonar la calle, esa calle donde los fascistas de siempre la insultaban durante el día y la buscaban por la noche.
Clarita, en la morgue es NN, no tiene identidad, esa identidad solo legitimada por una foto y una firma en un plástico barato que no llegó a conseguir por que su aspecto no coincidía con el sexo que le imponía la Partida de Nacimiento. Ni sus compañeras de parada sabían su nombre real, siempre la conocieron como Clarita.
Nadie podrá avisar a sus padres, aunque para ellos hace mucho que está muerta.
Unas pocas flores en su tumba se marchitaran con los días y la lluvia borrará el nombre que con lápiz de labios, a falta de otra cosa, escribieron en su cruz. Clarita.
Ni solo por razones políticas, ni solo en épocas de dictadura hay desaparecidos.






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