Allí donde
muchos, ellos, nosotros, la moral hipócrita, sus familiares, las jerarquías de
las iglesias, los docentes que no la entendieron, los que le negaron un
trabajo, la arrojamos por una sola razón.
Por ser
diferente.
¿Diferente a
que? Todos somos diferentes. Cada uno acarrea su singularidad pero nos erigimos
en jueces de la singularidad de otros, sobre todo por que nos da miedo. El peor
de los miedos, el de lo que no conocemos.
Clarita, tenía
sueños, como usted, como yo, como todos nosotros. Quería dejar esa vida de la
calle, a pesar de que la habían echado de su casa quienes tenían la obligación
de contenerla y ayudarla, a pesar de no poder seguir con sus estudios, a pesar
de no conseguir un trabajo.
Clarita tenía
sueños, por eso había hecho el curso de peluquería y planeaba junto con otras
dos compañeras abrir un salón, por eso iba al taller de la Cooperativa Nadia
Echazú a coser sabanas y conseguir unos pesos extra. Por eso, para vivir otras
realidades estudiaba teatro y trataba de terminar el secundario en el Instituto
Mocha Celis.
Clarita era
creyente, a pesar de los hombres que dicen representar a Dios. En su casilla,
tenía sobre una mesa la imagen del Virgen del Rosario de San Nicolás, a la que
le rezaba cada mañana, agradeciéndole que le había hecho el milagro de salvarla
cuando se hizo implantar aceite de maquina para agrandarse los senos y tuvo una
infección que la llevó a borde de la muerte.
Clarita sabía
que era, quizá, solo un mes más el plazo para comenzar su negocio. Un mes para
abandonar la calle, esa calle donde los fascistas de siempre la insultaban
durante el día y la buscaban por la noche.
Clarita, en la
morgue es NN, no tiene identidad, esa identidad solo legitimada por una foto y
una firma en un plástico barato que no llegó a conseguir por que su aspecto no coincidía
con el sexo que le imponía la Partida de Nacimiento. Ni sus compañeras de
parada sabían su nombre real, siempre la conocieron como Clarita.
Nadie podrá
avisar a sus padres, aunque para ellos hace mucho que está muerta.
Unas pocas
flores en su tumba se marchitaran con los días y la lluvia borrará el nombre
que con lápiz de labios, a falta de otra cosa, escribieron en su cruz. Clarita.
Ni solo por
razones políticas, ni solo en épocas de dictadura hay desaparecidos.
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