Sunday, November 21, 2021

DE PORQUE DETESTO LA MILITANCIA

 

Estudié en una escuela técnica entre 1966 y 1971. Todavia no eran los años de plomo que sobrevendrían luego y los peronistas todavía tenían al tirano depuesto, cómodo, en su casita de Madrid. Pero eran años de dictadura, habíamos comenzado con Ongania y ya andábamos por Levingston o Lanusse.

Mis compañeros y yo éramos un grupo unido. Siendo que había una sola división de la especialidad Construcciones, el mismo grupo estudió junto los últimos cuatro años del secundario. Nos habíamos convertido en una barra de amigos bastante unida. Y a pesar de que no teníamos todos los mismos gustos compartíamos nuestras experiencias solo por conservar la amistad. Unos hacían teatro vocacional, otros eran músicos. A todos los íbamos a ver cuándo actuaban. Solíamos ir los sábados a Zodiaco o a boliches bailables en el conurbano, adonde ahora no iría ni con custodia policial. Los domingos gastamos las suelas en Camelot, Apple y otros boliches de Ramos Mejía.

A veces nos reuníamos en la casa de unos que vivían en Santos Lugares y nos dábamos siempre una vuelta por lo de Don Ernesto Sábato a ver si lo veíamos en el jardín, cosa que una vez sucedió y lo saludamos. Algún partido de futbol, salidas con chicas conocidas, y mucha lectura intercambiando libros (Así fue que leí “La naranja mecánica”) Muchos vinilos escuchados y recitales de rock disfrutando de Manal, Trio Galleta, Pajarito Zaguri, el incipiente Almendra o Vox Dei y tantos otros.

Pero llego el último año y con él la aparición de militantes del Partido Comunista de la Facultad de Arquitectura tratando de captar nuevos adeptos. Y lo lograron con cuatro o cinco. Aquellos compañeros dejaron de compartir nuestras aventuras juveniles. Nadie los alejó. Lo hicieron solos, primero cerrándose en el discurso que les habían inculcado. Se acabaron con ellos las charlas interminables hasta la madrugada sin que interpusieran su nueva ideología adquirida y no hablaron nunca más de otra cosa.

Solo una vez un par de compañeros y yo los acompañamos a uno de sus eventos. Fuimos a ver “La Hora de los hornos” en una presentación casi clandestina en una casa.

Casi todo el grupo ingresó en la facultad. Era ingreso irrestricto. Pero nunca más pudimos retrotraernos con aquellos compañeros al pasado reciente. Al contrario. Los militantes más expertos los acicateaban para que nos convencieran de llevarnos a su redil, sabiendo que éramos un grupo numeroso.

Con los años el grupo se disolvió. Varios, por diferentes motivos, dejamos la facu. Pero aquel recuerdo de como amigos entrañables se convirtieron en extraños debido a la militancia política fue uno de los motivos, además de mi personalidad independiente, que me convencieron de que jamás seria el siervo de una ideología o de una persona con ambiciones políticas personales.

 

 

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