Todos lo conocíamos en el pueblo como “el loco
Pedro”. No era el único loco del Manicomio local pero debido a la falta de
personal los enfermeros le confiaban ir a la feria a hacer las compras. Y allí
iba, con la lista prendida en el saco y a medida que pasaba por cada puesto los
feriantes le llenaban la bolsa y un papel con la cuenta que luego abonaba el
director del hospicio.
De regreso de su itinerario de aprovisionamiento,
el loco Pedro se detenía en el centro de la Plaza que recordaba a un prócer de
pasadas guerras y dejando las bolsas a un lado se paraba sobre un banco y
comenzaba un vehemente discurso luego de presentarse a sí mismo.
-¡Y ahora, con ustedes, el señor Presidente de la
Nación, Don Pedro Ramírez!-
Y comenzaba a desgranar una cantidad inacabable de
incoherencias imitando en el tono de voz a los políticos que estábamos hartos
de ver por el pueblo solo en época de elecciones. Y tal vez sería eterno su
discurso sino fuera que después de un rato los muchachos atorrantes que al
principio lo rodeaban y parecían escucharlo con atención, terminaban echándolo
de la plaza arrojándole frutas o cualquier otra cosa que tuvieran a mano.
Pero un día el loco Pedro desapareció. Y no le
extrañó a nadie. Más bien se podría decir que lo que podía resultar extraño es
que no se hubiera ido antes dada la libertad de la que gozaba.
Pasaron varios meses y una tarde de verano, el Carnicero
Don Rudecindo López que había ido a la Capital regresó contando que lo había visto en una Unidad Básica
de un Partido acomodando las sillas para un acto político y sirviendo café a
los presentes. Nadie dudó de la veracidad de Don Rudecindo y fueron a ver al
Director del Manicomio para que hiciera buscar al loco Pedro, pero el hombre se
rehusó.
-¿Para qué? Si no molesta a nadie. Además no tengo
personal suficiente-
Y así pasaron los meses. Cada tanto, alguien que
iba a la Capital, traía una noticia del loco Pedro. Al parecer seguía siempre
en el mismo lugar. Pero de asistente había pasado a vocal de la Comisión de la
Unidad Básica, luego a secretario, más tarde a vicepresidente y un día supimos
que era el presidente del local partidario.
Nada nos preparó para la siguiente noticia. El
loco Pedro estaba postulado para Presidente de la Nación en las siguientes
elecciones. Comenzamos a seguir su campaña por el único televisor del pueblo en
el Almacén de Ramos Generales. El loco Pedro daba unos largos discursos en los
actos políticos tan incoherentes como los que decía en la plaza del pueblo.
Pero todo el mundo lo aplaudía a rabiar, inclusive los otros políticos del
Partido. En las reuniones para jugar al truco y la Lotería Familiar
increpábamos al Director del Manicomio para que lo fuera a buscar antes de que
hiciera un desastre pero el hombre se encogía de hombros y decía.
-¿Para qué? ¿No ven lo popular que es? Además no tengo
personal suficiente-
Y llegó a Presidente. El único argumento a favor
de nuestro pueblo es que ninguno lo votó, pero en donde no lo conocían sumo
tantos votos que su victoria fue aplastante. Su discurso de asunción ante el
Congreso fue la más aberrante pieza de incoherencia literaria. ¡Y todos sus
nuevos colegas lo aplaudían! Nosotros seguíamos sin entender.
El caso fue que la presidencia del loco Pedro era
un desastre. De pronto la inflación escaló a niveles altísimos, las
exportaciones se terminaron, las empresas cerraban y despedían personal y
mientras la pobreza aumentaba unos pocos se enriquecían con la especulación
monetaria y la importación de casi todo. Y todos los que aplaudían al loco
Pedro se llenaban los bolsillos con la plata de la corrupción.
En tanto nosotros insistíamos en que el Director
del Manicomio fuera buscarle y el respondía
-¿Para qué? ¿No ven que ahora es el Presidente?
Además no tengo la suficiente cantidad de personal-
No pasó mucho tiempo para que el periodismo fuera perseguido
y las manifestaciones de protesta reprimidas brutalmente. Mientras tanto el
loco Pedro continuaba con sus discursos incoherentes que, dicho sea de paso,
era lo único que se podía escuchar en la radio o la televisión.
Hasta que un día, saliendo de la Casa de Gobierno,
el loco Pedro recibió un balazo con agujero de entrada en medio de los ojos y
de salida por la nuca por donde se le escapo la inútil masa encefálica. No hubo
necesidad de buscar al culpable. Se presentó solo ante las autoridades y
resulto ser el Hermenegildo, uno de los muchachones que corrían al loco Pedro
cuando se ponía a dar su discurso parado en el banco de la plaza de regreso de
la feria.
El juicio fue breve. El sujeto aceptó la culpa con
toda tranquilidad.
-Era lo que había que hacerse- Dijo.
Y cuando los jueces le preguntaron si estaba
arrepentido de algo contestó:
-Sí, de que
lo dejamos hablar demasiado tiempo-
Fin
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