Tuesday, June 04, 2019

COMO UNA RULETA RUSA (NOVELA POLICIAL)



Como una ruleta rusa

Alexia Montes





Capítulo 1



Esa mañana de lunes, mientras apagaba el despertador, el inspector Gutiérrez tuvo la certeza de que no iba a ser un día normal. Esa indefinible sensación lo siguió a través de su departamento mientras se lavaba la cara con agua fría y se afeitaba, a la antigua, con la navaja que heredara de su padre. Fue como una sombra mientras se preparaba el café y untaba las tostadas y todo lo que duró el desayuno sentado a la mesita de la cocina e intentando escuchar la radio a pesar de las interferencias que le producía la cercanía del teléfono celular.
En realidad los días de un policía nunca son normales si los observamos desde la posición de alguien que no conoce la actividad policial pero Gutiérrez, como todos sus colegas, ya estaba habituado a la miseria humana que debían ver. Aunque aquella mañana el veterano inspector estaba seguro que algo diferente iba a suceder.
Gutiérrez no tenía aspecto de policía. Era alto, muy alto, delgado, muy delgado y se notaba en su cuerpo, aunque ya pisaba los cincuenta y cinco que aún se mantenía ágil. En realidad lo único que podía delatar su edad era su incipientemente canosa y larga cabellera que solía llevar atada en la nuca con una coleta. Siempre vestía de la misma manera, zapatillas de lona, pantalón de jean, remeras por arriba del pantalón y si el clima lo ameritaba amplios y gruesos suéteres tejidos que resaltaban su delgadez. Lo de usar la navaja de su padre era una manía, por lo demás era un hombre habituado a las nuevas tecnologías y gustaba sentirse actualizado sintiéndose más juvenil que algunos de los compañeros de su edad. Por ello también tenía un auto más original que el resto, su última adquisición era un Smart azul metalizado que consideraba muy útil a la hora de encontrar un sitio para estacionar.
Tenía algunas dificultades con el reglamento al que pocas veces respetaba pero su jefe, el comisario Fernández, le perdonaba todo porque Gutiérrez tenía el impresionante antecedente de no haber fallado jamás en ningún caso. Todos los resolvía casi sin dilación y juntaba las pruebas necesarias para que los delincuentes fueran juzgados y condenados sin ninguna duda. Por eso aquella mañana cuando entraba en la comisaria el sargento Duarte que iba de salida, después de saludarlo, le anunció que el jefe lo estaba esperando en su despacho.
Duarte era otro personaje. Casi a punto de retirarse era solamente sargento porque nunca había aceptado un ascenso mayor pues lo único que deseaba era estar en la calle. Allí donde se sentía útil no solo para la gente sino para el cuerpo de detectives que lo consultaban a menudo pues Duarte era los ojos y los oídos de todos ellos. No era el típico agente que se la pasaba jugando con el celular en su parada sin mirar otra cosa que la pantallita brillante, al contrario, el sargento era como un águila que revolotea buscando su presa mirando aquí y allá y nada se le escapaba. Era capaz de distinguir a un delincuente aunque éste caminara del brazo de su esposa, con un hijo en brazos y mirando vidrieras en el centro comercial.
Que el comisario esperara a Gutiérrez en su despacho a primera hora no era novedad. Pero en cuanto entró a la oficina y Fernández le hizo cerrar la puerta recordó el presentimiento que tuviera en cuanto despertó. El jefe no hizo ninguno de sus habituales comentarios acerca de los resultados de futbol ni sobre el clima y fue directo al asunto, lo que confirmó al inspector que no iba a ser un día habitual.
-¿Se despertó con ganas de trabajar hoy, Gutiérrez?- Dijo el comisario.
Gutiérrez asintió con la cabeza. Fernández le acercó unos papeles que tenía sobre el escritorio.
-Le podría pedir que los lea pero se lo voy a contar. Encontraron hace un par de horas dos personas asesinadas, un masculino de alrededor de cuarenta y cinco años y una femenina de treinta, cerca de la estación de Caballito, una a pocas cuadras de la otra, tienen ambos el cuerpo cosido a puñaladas…-
-Eso puede ser un punto en común, un ladrón anda por ahí haciendo de las suyas y dos víctimas se le resisten, tal vez sea algún drogadicto pasado de paco-
-No, es más grave que eso- Manifestó el comisario molesto por la interrupción.
-Le escucho-
-No hay indicios de robo, las víctimas tenían sus celulares, sus relojes y hasta sus billeteras por eso los tenemos identificados y ya estamos avisando a sus familiares, el tema es…-
El comisario se tomó un segundo para dar más efecto a su palabras.
-…el tema es que ambos tenían los dedos de la mano derecha manchados de tinta como si el asesino hubiera intentado tomar sus huellas dactilares-
Definitivamente ese no iba a ser un día normal, pensó Gutiérrez.
-¿Un maniaco que quiere llevar el registro de sus víctimas?- Preguntó.
-Tal vez, tal vez nos estamos enfrentando a un asesino serial, pero hay algunas cosas que no me cierran- Respondió el comisario.
-Sí, me imagino, los crímenes parecen hechos sin ninguna planificación, al azar. Generalmente un asesino serial ataca personas con una característica en común y sus crímenes son más sofisticados-
-Justamente eso es lo que quiero que averigüe en principio, aquí tiene las direcciones de las víctimas, trate de ver que pueden tener en común, si es que lo tienen, y espero que sea así pues un asesino que ataca aleatoriamente y sin un hilo conductor va a ser más difícil de apresar.-
-¿Qué dice el forense acerca de la hora de las muertes?- Interrogó Gutiérrez.
-Alrededor de las cinco de la mañana, ambas víctimas iban a sus trabajos y no puede dilucidar cuál fue el primero pues parece evidente que se produjeron con muy poco tiempo entre ambas, y…otra cosa…no hay registro de cámaras de seguridad-
El inspector tomó los papeles con las direcciones y salió al pasillo. Allí lo esperaban sus leales ayudantes, Márquez y Alonso que advertidos de su presencia en el despacho del comisario ya se imaginaban que tendrían trabajo que hacer. En cuanto estuvo a su lado Gutiérrez les dijo.
-Vamos muchachos a pasear, tenemos un lindo caso entre manos que va a requerir que estemos muy despiertos-
Ambos ayudantes sonrieron de satisfacción. Estaban de nuevo en acción.




Capítulo 2


La parte que Gutiérrez detestaba de su trabajo era tener que hablar con los parientes de las víctimas. Ojala los muertos no tuvieran parientes, pensaba a veces. Entonces todo su trabajo sería como el de un científico en su laboratorio cotejando pruebas y analizando posibilidades.
Pero era inevitable y, afortunadamente para él, en esta ocasión los parientes ya habían sido notificados por otros y se ahorraba el trabajo de hacerlo. Primero fueron a la casa del hombre y lo único que pudieron saber, por su esposa, era que no tenía enemigos, que era obrero metalúrgico de una de las pocas fábricas que subsistían en la zona de Avellaneda y que todos los días salía a la misma hora para su trabajo. No le debían dinero a nadie ni tampoco atravesaban por conflictos familiares. O sea que no había a la vista ningún motivo aparente.
Con la hermana de la mujer asesinada no les fue mejor. Las respuestas eran las mismas. La victima también estaba camino a su trabajo. Era encargada de la sucursal del barrio de Belgrano de una gran cadena de farmacias. Sin enemigos, sin deudas, sin novio conflictivo. Nada. Ni siquiera había una relación entre las víctimas, a pesar de vivir en el mismo barrio sus parientes afirmaban que no se conocían.
-Ya me esperaba que no conseguiríamos nada- Manifestó Gutiérrez a sus ayudantes en cuanto salieron de la segunda casa.
-¿Vamos a ver los escenarios de los crímenes?- Preguntó Márquez.
-Vamos, quizá encontremos a los chicos del laboratorio y nos puedan contar algo nuevo, pero no tengo esperanzas-
El hombre había sido asesinado en la confluencia de Nicasio Oroño y Aranguren, una típica esquina de casa bajas, sin negocios ni más movimiento que el de los vecinos cuando salen a hacer las compras por la zona. La mujer en Martin de Gainza y Avellaneda, cerca del estadio de Ferro Carril Oeste, una zona con mayor tránsito y algún que otro negocio pero con un largo paredón perteneciente a unos monoblocks en la manzana de la cancha. En esa vereda, poco iluminada, se produjo el ataque.
En el primer sitio no encontraron a nadie. Los técnicos de levantamiento de huellas y rastros se habían retirado habiendo cumplido con su trabajo. A primera vista solo se podía ver que se trataba de un sitio muy tranquilo. Parados en la esquina atinaron a detener a algún ocasional vecino que salía de su casa para interrogarlo pero salvo alguno que creyó oír un grito, nadie había visto nada.
Desalentados, se dirigieron al segundo de los escenarios y allí encontraron a sus colegas revisando el lugar del crimen y sus adyacencias.
-¿Encontraron algo digno de ser tomado en cuenta?- Preguntó Gutiérrez.
-Nada- Le contestó el teniente Ballesteros, que conocía bien al inspector.
Después de unos segundos en que Alonso le ofreció un cigarrillo al teniente, éste, una vez que lo encendió, continuó hablando.
-Los de balística no pueden hacer nada. Los asesinatos se cometieron con un cuchillo cuyas características las van a determinar los forenses. Tomamos muestras de sangre pero seguramente son solo de la víctima. Como encontraron los cuerpos es evidente que fueron tomados por sorpresa y ni siquiera atinaron a defenderse. De todas maneras intentaran ver si hay sobre los cuerpos algún rastro de ADN de otra persona. Todo está muy confuso y allá en donde mataron al hombre la situación es igual-
Gutiérrez y sus ayudantes se miraron mientras el teniente daba dos largas pitadas al cigarrillo. Tosió una vez y dijo.
-No sé para que sigo fumando, el tabaco me está matando…ah! y si quieren interrogar a alguien les comento que los muchachos de la brigada ya estuvieron haciendo preguntas y nadie vio nada, no sé si es cierto o por miedo pero va a ser difícil que le saquen palabra a alguien-
El inspector coincidió con esa opinión y decidió que era inútil seguir ahí por lo que ordenó a Márquez y Alonso regresar a la comisaría.
-Vamos a tomar unos mates y sentarnos a pensar mientras esperamos el informe final de los forenses-
Y los tres hombres subieron al Smart de Gutiérrez partiendo a su destino.
El chacal de Caballito. Los noticieros del mediodía ya habían bautizado al asesino. Y los vecinos del barrio miraban los aparatos de televisión, verdaderamente asustados mientras noteros de ambos sexos mostraban con manifiesta morbosidad los sitios de los crímenes incluidas las manchas de sangre en las veredas y hacían a los transeúntes preguntas obvias y rayanas en lo ridículas, especulando hipótesis de toda clase sin ningún tipo de lógica al igual que sus colegas en los estudios que ya habían logrado llevar al piso a alguno de todos esos especialistas que surgen de pronto ante casos similares y a los que les hacen repetir una y otra vez conclusiones disparatadas sin ningún asidero pues si la policía no tenía la más mínima idea de lo ocurrido menos podrían tenerla quienes estaba ajenos a la investigación. Pero, en el afán del rating, todos ocupaban minutos y minutos de trasmisión llenando el tiempo con naderías.
Llegó la tarde y con ella el informe forense. Las muertes se produjeron debido a la pérdida de sangre y a la acción del arma homicida sobre órganos importantes como corazón y pulmones. Ambas víctimas habían sido apuñaladas en el pecho, entre diez o doce veces y la conclusión era que se trataba de la misma arma. Un vulgar cuchillo de cocina que no había sido descartado en la zona de los crímenes.
No había rastros de cabello o piel en las uñas de las víctimas como suele suceder cuando se resisten al ataque. Solo se advertía una presión sobre la cara, señal de que habían sido tomadas por detrás y les fue tapada la boca para que no griten mientras eran apuñalados. Y luego esa inexplicable mancha de tinta en los dedos de sus manos derechas que era lo que más inquietaba a Gutiérrez. Aparte de eso no había otro dato, ni siquiera huellas dactilares de la mano que sirvió de mordaza.
El inspector estaba desconcertado. Por un lado, pues por el otro lo invadía la adrenalina del desafío, pero se sentía cansado y deseó estar en su departamento tomándose una cerveza y escuchando música. De modo que les dijo a sus ayudantes que se fueran a sus casas.
-Mañana pensaremos mejor. Nos reunimos aquí para cotejar todo lo que tenemos y analizarlo detenidamente-
La idea era buena. Lo que no sabía entonces Gutiérrez era que al día siguiente, martes, se encontraría con otros dos nuevos asesinados con sus manos entintadas, esta vez en Balvanera.



Capítulo 3



El inspector no podía dar crédito a sus oídos cuando el comisario Fernández le comentó las novedades. Esta vez los crímenes se habían cometido en otro barrio, el primero en una de las entradas del Abasto Shopping y el otro en la Plaza Miserere.
-Bueno, al menos estamos detrás del mismo asesino- Comentó Gutiérrez como si tratara de sacarse un peso adicional de encima.
-Yo no estaría tan seguro, si bien las víctimas tenían los dedos entintados como los de ayer, esta vez fueron asesinados con una balazo en la sien a quemarropa. La cámara del Abasto no funcionaba y en la Plaza no hay-
-¿Un caso de copycat?- Preguntó el inspector.
-No lo creo, estoy empezando a creer que se trata de una conspiración-
-Bueno, aún es demasiado pronto para pensar en eso-
Lo bueno para Gutiérrez es que esta vez no tendría que visitar a parientes dolidos pues ambas víctimas eran indigentes y aunque se les encontraron unos raídos documentos encima y la policía informó su identidad a los medios por si aparecía alguien que los conociera todavía no había novedades al respecto.
Sin saber qué otra cosa hacer fue a ver las escenas de los crímenes y llevó consigo a su par de fieles ayudantes. Cuando llegaron al primero, bajo el arco de una de las puertas del shopping, el cadáver aún estaba allí tal como se lo encontró. Acostado sobre un colchón roto y tapado con una mugrosa frazada, como si estuviera durmiendo plácidamente.
-Se murió y ni se dio cuenta. Es evidente que estaba dormido, el asesino vio la oportunidad, se acercó y le disparó apoyando el caño del arma en la cabeza- Dijo el policía que levantaba huellas.
-¿Encontraron algo digno de mencionar?-
-Nada, salvo la vaina del proyectil, aparentemente era una 22, nada especial. Ya se la llevaron los de balística. Aquí no hay mucho más que hacer…-
Y en ese momento llegó la ambulancia para retirar el cuerpo.
-Vayamos a la otra escena- Ordenó Gutiérrez y se fueron caminado lentamente mientras observaban el incesante bullicio de la zona entre gente que iba al trabajo, vendedores ambulantes y un tránsito infernal.
Cuando llegaron a la Plaza Miserere encontraron a otro grupo de peritos analizando la zona. En este lugar el cadáver ya había sido retirado.
-Estaba aquí- Dijo uno de los policías señalando un cantero bajo la gran arboleda en la esquina de Ecuador y Bartolomé Mitre, enfrente de donde había existido Cromagñon y agregó.
-Dormía cuando lo mataron, según parece igual que la otra víctima por lo que lo único que podemos deducir es que el  asesino los encontró vulnerables y aprovechó la ocasión. Se acercó, le apoyó el caño en la cabeza y ¡pum! A otra cosa-
-¿Alguien vio algo?-
-Nadie quiere hablar, las únicas personas que andaban por la zona son indigentes y pibes chorros, imagínese que nadie quiere involucrarse-
La observación del policía del perito era lógica. En cuanto llegó la policía, al descubrirse el cuerpo, desapareció como por encanto toda la fauna de delincuentes que suele poblar la plaza asolando a los pacíficos y honrados transeúntes. Arrebatadores, motochorros, charlatanes, vendedores de humo, aprendices de violadores, todos salieron despavoridos como hormigas cuando se patea el hormiguero.
-Algún día me gustaría poner presos a toda esa gente y que no salga nunca más- Dijo Alonso.
-Matarlos es más práctico, así no tenemos que pagar para mantenerlos en la cárcel y que, luego un juez imbécil los libere para que vuelvan a delinquir- Acotó Gutiérrez.
-¿No se siente impotente cuando liberan a algún hijo de perra al que nos costó tanto trabajo encerrar?- Agrego Márquez.
-Sí, y si no fuera porque después iría yo preso juro que saldría a la calle a exterminarlos- Concluyó el inspector.
Unos muchachos vistiendo suéteres con capuchas pasaron no muy lejos con la cabeza baja para no ser reconocidos.
-Ahí van tres tipos clásicos, en cuanto nos vayamos y no quede consigna en la escena del crimen empezarán a hacer de las suyas arrebatando carteras o celulares-
-¿Y si los detenemos ahora?- Acotó Márquez.
-No. No están haciendo nada por ahora, y tenemos mucho que hacer para estar esperando a pescarlos infraganti. La ley los protege y ni siquiera podemos llevarlos por averiguación de antecedentes, vámonos antes de que empiece a vomitar-

Por suerte para ellos se fueron antes de que llegara la otra lacra, el periodismo amarillista que se regodea con las malas noticias. Pocos minutos después la plaza se llenó de camionetas de exteriores con sus antenas parabólicas, de camarógrafos, de asistentes y de periodistas noteros tratando de encontrar el detalle más macabro que suba el rating. De “el chacal de Caballito” se pasó a “un chacal suelto en la ciudad”. Lo que, por supuesto, multiplicó exponencialmente  cantidad de ciudadanos asustados.
Si la absoluta falta de conexión entre las dos primeras víctimas ya era un galimatías difícil de desentrañar, la aparición de las dos segundas acrecentaba el misterio al punto que, por primera vez en su carrera, Gutiérrez no tenía la más mínima idea de cómo seguir. Esa tarde estuvo sentado a su escritorio mirando papeles e informes y nada parecía tener sentido. Unos datos parecían indicar un solo asesino pero otros datos contradecían totalmente esa hipótesis.
Llamó al sargento Duarte. Si él no había oído o visto nada otro cualquiera no hubiera logrado  más. El sargento que estaba en ese momento en las cercanías de la comisaria en su ronda habitual se acercó a pedido del inspector.
-¿Qué crees tú acerca de todo esto?- Le preguntó Gutiérrez.
-Lo único que le puedo asegurar es que no se trata de algo orquestado por alguna de las bandas que andan operando. Siempre que sucede algo en el mundo del hampa hay rumores, alguien que habla de mas, algún traidor, algún despechado por quedar afuera de un reparto, alguien que busca armas sin marcas o vehículos sin antecedentes y la realidad es que no hay nada. Nadie sabe nada ni mis informantes más informados. Todo es silencio-
Pero en ese silencio, al otro día, miércoles, aparecieron dos nuevas víctimas, en el barrio de Núñez

Capítulo 4


Gutiérrez estaba al borde de un ataque de nervios. Cuando supo de los nuevos crímenes en Núñez pensó que toda su carrera estaba en juego. No era posible que sucediera algo así sin ningún tipo de lógica. Por más disparatados y misteriosos que parezcan en ocasión algunos asesinatos siempre hay un hilo conductor, un primer sospechoso aunque luego no sea el culpable, un motivo, algo por donde comenzar.
Parado en la esquina de Ramallo y Arcos miraba todo el entorno como si un árbol, un banco de la Plaza Félix Lima, un adoquín, le pudieran dar la respuesta. Todo indicaba un barrio tranquilo, casas de familia, una plaza y el restaurante El Portal, clásico de la zona.
-Fue con un objeto pesado, un martillo tal vez. Un golpe certero en la cabeza y a otra cosa, ni siquiera se nota un segundo golpe. Como los otros también tiene los dedos entintados- Le informó el técnico levanta huellas.
-Cambió de arma- Comentó Alonso.
-Lo hace para despistar, para que creamos que hay más de un asesino- Opinó Márquez.
-Tal vez, pero… ¿y los dedos manchados? Esa es su marca- Dijo Gutiérrez y agregó -Me recuerda a aquella vieja serie de Ibáñez Menta, el Pulpo Negro, ¿la recuerdan?-
Ni Márquez ni Alonso la podía recordar pues eran muy jóvenes. Se quedaron en silencio esperando que el inspector les aclarara el comentario.
-Había varios asesinatos y el criminal dejaba un pulpo negro junto a las víctimas, la historia parecía muy loca pero había una conexión entre las victimas…o al menos eso recuerdo, la vi hace tantos años…-
Y se quedó callado oteando de nuevo el entorno buscando respuestas. Sus ayudantes se miraron entre si y se cruzaron una sonrisa. Después de varios segundos Márquez abrió la boca.
-¿Y…si en verdad fueran varios asesinos?-
-Imposible- Sentenció Gutiérrez.
El otro asesinato había sido en la esquina de O´Higgins y Juana Azurduy. Las mismas características de barrio y también frente a una plaza, el Parque Núñez y cerca de la estación de ferrocarril. Una esquina bastante oscura, según le comentaron los vecinos a los policías. Ideal para un crimen. Aquí también el arma había sido un objeto contundente.
De regreso en la comisaría Gutiérrez se encontró con lo que más temía. En cuanto ingresaron al edificio la sargento Ledesma, ayudante del comisario le avisó que Fernández lo quería ver en su despacho. Pensando mil cosas a la vez el inspector se dirigió a la oficina y frente a la puerta la golpeó con los nudillos.
-¡Adelante!- Se oyó la voz del jefe.
-¿Me buscaba señor?- Preguntó Gutiérrez una vez que cerró la puerta tras de sí.
El comisario hizo un gesto al inspector para que se siente. Mala espina, pensó éste, cuando te invita a sentarte es señal de malas noticias.
-Mire Gutiérrez, usted sabe que tengo total confianza en su trabajo, y más que eso, usted sabe cuánto lo admiro, pero tenemos un problema. La superioridad, allá en el Ministerio, escondidos tras sus escritorios creen que no estamos haciendo nada y, lo que es peor, el periodismo se está poniendo insoportable, hoy quisieron tener una declaración mía a toda costa y yo no tengo nada para darles más que los detalles morbosos de como aparecen las víctimas. Pero usted sabe, los políticos del ministerio también están acuciados por la prensa que se cree juez de todo y tiemblan por sus cargos…-
-Ahórrese los detalles. ¿Qué es lo que quiere de mí?-
-En principio usted va a seguir a cargo de la investigación, pero ahora debemos compartir todo con unos enviados de la superioridad, gente que no tiene ninguna experiencia en la calle pero que confía en la tecnología para resolver todo, lamento que va a tener que tolerarlos y sepa que incluso van a querer pasar por sobre la autoridad que yo le confiero, pero no puedo hacer nada, mi cabeza también corre peligro-
Gutiérrez salió de la oficina pensando que el comisario también era un hipócrita que pensaba en su carrera, pero debía reconocerle que era un policía de alma que se había forjado una carrera desde lo más bajo del escalafón y le debía respeto. Pero en cuanto a esos oficinistas del Ministerio tenía el peor concepto de ellos. Eran unos inútiles bien vestidos que ni siquiera habían estado alguna vez en medio de una balacera. Hasta sospechaba que ni siquiera sabían disparar un arma.
Sus ayudantes se acercaron en cuanto lo vieron llegar por el largo pasillo.
-¿Problemas jefe?- preguntó Márquez, como si no tuvieran bastantes.
Y el inspector los puso al tanto de la conversación con el comisario.
A Alonso se le escapó una puteada.
-¡Pero la puta madre! ¡Esos inútiles lo único que van a conseguir es demorarnos y traernos problemas!-
Gutiérrez intentó calmarlo.
-No hables en voz alta, la comisaria está llena de gente que no conocemos y cualquiera podría ser uno de estos petimetres de escritorio-
Pero los funcionarios que acompañarían al inspector y su gente estaban en la vereda dando notas a la prensa-
-¿Hay alguna pista?- Preguntó el notero de Canal 13.
-Estamos evaluando todas las posibilidades, no descartamos nada pero no podemos hacer declaraciones sobre el avance de las investigaciones para no alertar al asesino- Respondía el funcionario.
-¿De que “avance” de la investigación habla éste?- Comentó Alonso.
-No te preocupes, ellos tienen que decir cualquier cosa con tal de tranquilizar a la gente- Manifestó Gutiérrez.
Las preguntas de los periodistas se convirtieron, como siempre, en un montón de obviedades que no conducían a ningún lado. Los funcionarios ministeriales se los sacaron de encima y fue cuando vieron a Gutiérrez que los estaba observando. Se acercaron al inspector y uno de ellos dijo-
-Soy Adalberto Montes y este es mi compañero Néstor Vivas. Va a ser un enorme placer trabajar con usted. Sepa que su fama es bien conocida en el Ministerio y pretendemos ayudarle con toda nuestra tecnología para resolver este caso-
-Ni mi fama ni su tecnología van a resolver nada, esto está muy complicado, demasiado…- Dijo Gutierrez en el preciso momento en que un sargento le informaba que en las cámaras de seguridad no había nada acerca de los crímenes-
Como confirmando las palabras de Gutiérrez, al otro día, jueves, aparecieron otros dos cadáveres en la zona de la Estación Retiro.

Capítulo 5


Los cinco hombres estaban reunidos en la Sala de Descanso de los detectives. Ya habían comenzado las divergencias entre los policías habituados a la calle y los de escritorio.
-Yo quisiera que ustedes pongan todos esos datitos que consiguieron, usen la computadora y me digan algo que parezca coherente o si no salgan a la calle a ver la realidad- Dijo Gutiérrez casi fuera de sí ante los comentarios críticos de cómo había llevado la investigación hasta ese momento.
-Lo suyo es prejuicio, Gutiérrez- Manifestó Vivas.
-Lo mío es realidad, ustedes no aportan nada a esta investigación- Gruñó el inspector.
-Bueno, digamos que usted tampoco ha avanzado demasiado- Le contestaron.
Estuvieron a punto de irse a las manos pero los ayudantes de Gutiérrez lo detuvieron a tiempo. En ese preciso momento fue cuando llego la noticia de los crímenes en Retiro. En autos separados para no seguir discutiendo ambos equipos de trabajo fueron al sitio. Uno de los asesinatos había sido al pie de la Torre de los Ingleses, un joven de profusa melena y ropa informal, a su costado yacía una guitarra y en sus dedos las infaltables marcas de tinta. A no muchos metros de allí, en la calle entre las estaciones del Ferrocarril Belgrano y la del San Martin, sobre el adoquinado, estaba el otro. A ambos les habían disparado de cierta distancia con una pistola de calibre 45.
Gutiérrez y los suyos llegaron primero y se hicieron de todos los datos que les pudieron dar los peritos. Cuando estaban siendo informados llegaron los otros dos policías que sin siquiera presentarse comenzaron a atosigarlos a preguntas.
-¿Y estos, quiénes son?- Preguntó uno de los peritos al inspector.
-Burócratas que recién se sacaron los pañales- Contestó Gutiérrez causando la risa de todos, excepto de los mencionados.
-Pero lo cierto es que nuevamente no tenemos nada- Dijo Márquez poniendo un poco de seriedad en el ambiente.
-Nada, nada de nada y las cámaras solo dan imágenes tan borrosas que ni siquiera podemos ver las marcas de los autos que pasan- Respondió un perito.
Dar vueltas sobre el mismo tema y sin poder lograr ni siquiera un pequeño dato que relacionara los crímenes de la manera que fuera, salvo por los dedos entintados ya estaba poniendo nerviosos a Gutiérrez y a su jefe. Este último seguía recibiendo presión por parte del jefe de policía, el comisario mayor Ordoñez y del ministro de seguridad.
-Por pedido de ustedes acepté dos investigadores más que me presentaron como expertos y sin embargo sigo sin poder avanzar- Replicó Fernández al comisario mayor y como tenía algo de confianza por haber sido compañeros en la academia continuó -¿No tiene otra idea genial que aportar?-
-No te pases Fernández- Respondió el comisario mayor, que caminó hacia la ventana del despacho y mirando hacia la calle siguió con su discurso -Querido amigo esto se nos está yendo de las manos y cuando algo se va de las manos empiezan a intervenir los políticos porque, como sabes, su mayor miedo es perder votos-
-Eso es problema de ellos-
-No, es problema nuestro y más vale que logremos algún avance porque si no rodaran nuestras cabezas, y antes que rueden nuestras cabezas…-
En el segundo de silencio que se produjo intervino Fernandez.
-Ya me la veo venir, tendrán que rodar las de quienes estén por debajo nuestro-
-Exacto-
-O sea que tengo que deshacerme de mi mejor investigador para calmar el miedo de los inútiles que hacen de la política su modo de vida-
-No hay más remedio, debemos dejar esto en manos de los servicios, les ayudaremos con gente en las calles. Sé que no te gusta la idea, a mí tampoco, pero el ministro me tiene las bolas llenas llamándome todos los días-
Fernandez miró hacia el suelo. Estaba harto de la intromisión de los que nada saben del trabajo policial pero tal como le dijera el comisario mayor había que conservar la cabeza.
-Está bien, cuando lo vea a Gutiérrez lo pongo en otro caso-
-Me parece bien que hayas entendido, mándalo con el tema de los desarmaderos de autos, ahí va a estar entretenido-
Lo que no vio Ordoñez cuando salió del despacho de Fernandez fue la enigmática sonrisa de éste pues aún continuaba mirando hacia el suelo. Te voy a dar meterte con mi gente, pensó el comisario que ya tenía una idea rondando en su cabeza.
Cuando Gutiérrez supo que el comisario Fernandez lo andaba buscando se imaginó claramente cuál era el motivo. Le dijo a sus muchachos que esperaran en el escritorio y subió al despacho de su jefe. Golpeó a la puerta, recibió un ¡Pase! Como respuesta y entró.
-Sí, ya sé, no me diga nada- Dijo el inspector al entrar- me va a sacar del caso porque no podemos resolverlo, pero recuerde que han pasado solo cuatro días-
-No te preocupes Gutiérrez, he tomado una decisión, para Ordoñez estarás tratando de resolver el caso de los desarmaderos de autos, eso te va a mantener en calle junto con tus ayudantes. Cada tanto harás un movimiento como para que se crean que estas en eso, pero lo que vas a hacer es seguir la investigación de estos crímenes en otro lugar. Fija tu centro de operaciones en tu casa o donde creas conveniente, toma toda la documentación que requieras y tratando de pasar desapercibido mira si podemos avanzar en algo de este misterio-
El inspector no se hizo esperar más para cumplir la orden. Para que no sospecharan quienes prosiguieran oficialmente la investigación sacó fotocopias de todos los datos que había recogido en las escenas de los asesinatos y los informes forenses. Buscó a sus ayudantes y les dio la noticia.
-Desde ahora vamos a trabajar en mi casa, vendremos por aquí para hacernos ver nada más y cada tanto haremos algún allanamiento en los desarmaderos que conocemos, el resto del tiempo seremos una sombra-
Al otro día un joven ciclista fue arrollado por un automóvil sin patente en la esquina de la Avenida Belgrano y la Avenida 9 de Julio y un peatón mientras cruzaba la Avenida Paseo Colon a la altura del monumento al trabajo. Podían haber pasado como otros accidentes de tránsito tan comunes en la Capital, pero las víctimas tenían los dedos entintados. El Ministro de Seguridad debió dar una conferencia de prensa para calmar a la población.

Capítulo 6


-Lo bueno- Decía el comisario Fernandez mientras conversaba con sus subordinados -Es que han bajado notoriamente en solo cinco días el delito común, hay menos motochorros por la calle e incluso mermaron las entraderas-
-¿Será que hasta los delincuentes tienen miedo?- Preguntó uno de los policías que estaba escuchando.
-Sí, lo único que espero es que ustedes no lo tengan. Pero por precaución de ahora en adelante las rondas nocturnas serán de a dos sin excepción-
El grupo asintió en silencio y se disolvió yendo cada uno a sus tareas. El comisario Fernandez deseaba que Gutiérrez le pudiera llevar una novedad pues no les tenía ninguna fe a los de los servicios porque esos inútiles lo único que sabían era espiar a políticos y periodistas para extorsionarlos.
En tanto el inspector llevó todo lo poco que había logrado reunir de información a su departamento. Instaló allí un pizarrón con imanes y distribuyó los datos, día por día, barrio por barrio y por arma homicida. Sus ayudantes, Márquez y Alonso lo acompañaron con la condición de que se pagaran el café y las facturas a los que Gutiérrez lo sabía tan propensos.
Era el quinto día, viernes, y se habían cometido los dos asesinatos que simulaban ser producto de la pésima manera que conducen los porteños pero el inspector no tenía ningún dato y sabía que los nuevos encargados de la investigación no se los iban a dar, de cómo que convocó al sargento Duarte a su nuevo centro de operaciones. Duarte no solo era un experto en detectar delincuentes, también lo era para pasar desapercibido, casi como invisible, mientras husmeaba aquí y allá. Era el individuo ideal para encomendarle búsqueda de información.
De modo que cuando el sargento se presentó con Gutiérrez éste le encomendó que fuera a los sitios de los hechos y volviera con todo lo que pudiera lograr. Duarte estaba feliz con la misión y partió de inmediato. Mientras tanto, Gutiérrez reunió a sus ayudantes y les comunicó como iban a operar pues el tema era que debían simular que estaban en otro caso.
-El jefe estuvo inteligente, nos encomendó que nos ocupáramos de los desarmaderos de autos y eso no requiere un trabajo de investigación, los conocemos y  sabemos a quienes coimean en las comisarías, así que vamos, una vez voy yo con uno de ustedes, la otra con el otro, solo dos veces en la semana, los apretamos y le mandamos un allanamiento, el juez Castaño me hace las ordenes enseguida y actuamos, y en la semana siguiente vamos por otros dos más-
-Así parece que estamos muy activos, bien pensado. ¿Y mientras tanto?- Dijo Márquez.
-Mientras tanto voy a tener a Duarte en la calle siendo nuestros ojos y oídos, es lo que le encanta. Estará en contacto con los tres por cualquier emergencia, los días que no nos ocupamos de los desarmaderos nos reunimos aquí y procesamos la información, esos sí, se me compran el café instantáneo y las medialunas-
-Sí, jefe, no hay problema- Contestó Alonso
Duarte era un maestro no solo para pasar desapercibido sino también para mimetizarse. En los escenarios de los crímenes se mezcló con los investigadores de los servicios. Obviamente, para ello se había vestido con ropas de civil y mientras conversaba con los encargados sacaba fotos disimuladamente con su celular de las marcas que habían hecho en el pavimento para determinar el sitio del atropellamiento y la dirección que llevaba el vehículo. Supo también que no había testigos fidedignos por lo avanzado de la hora y un muchacho, kiosquero que iba a buscar los diarios del día era el único que podía decir que, al menos, el auto era de color blanco y que solo lo vio alejarse cuando el conductor ya había sacado las huellas dactilares del muerto.
En el segundo de los escenarios casi descubren a Duarte pues los peritos forenses lo conocían, pero él tuvo la rapidez mental para desaparecer de allí lo más rápido posible e ir al departamento de Gutiérrez a llevarle todo lo que recogiera.
Para no llamar demasiado la atención el inspector envió a Alonso y a Márquez a las casa de las victimas haciéndose pasar por empleados de una compañía de seguros y tratar de averiguar algo consistente de la vida de los fallecidos. Ambos salieron mientras Duarte ayudaba a Gutiérrez a distribuir sobre el pizarrón la información y le contaba todo aquello que su olfato de sabueso captara en los sitios de los atropellamientos.
-No tienen idea de cómo empezar, esos de los servicios son unos tarambanas totales, imagínese que uno de ellos me ordenó que tomara nota de todo lo que decían y ni siquiera me conocía ni sospecharon que no fuera uno de ellos, yo recién me había acercado al grupo y me metí en medio sin pronunciar palabra, imagínese ni siquiera habían puesto una banda de contención para que no se acerquen los curiosos-
Gutiérrez rio con ganas.
-No te preocupes, Duarte, ya vamos a conseguir resolver esto y esos presuntuosos van a quedar como los imbéciles que son. ¿Tienen alguna teoría por lo menos?-
-Sí, creen que es un asesino solitario, pero nada más que eso-
-Sí, claro, es lógico pensarlo, nadie se imagina que cinco personas se ponen de acuerdo para cometer crímenes sin sentido, pero…-
Gutiérrez se quedó cavilando mirando hacia el piso mientras se tomaba el mentón con la mano derecha. Duarte, terminada su tarea se quedó sin saber qué hacer y se dirigió a la cocina a prepararse un café. Cuando volvió el inspector continuaba en la misma posición.
-¿Le preocupa algo jefe?- Preguntó intrigado.
Gutiérrez, ante las palabras del sargento reaccionó como si volviera de un sueño.
-No, nada, un ruido interno que no tiene importancia-
Y cuando vio a Duarte con la taza en la mano prosiguió.
-Más vale que no dejes huellas de tu incursión en la cocina pues sino Márquez y Alonso van a querer cobrarte el café-
Duarte se sonrió.
-Pierda cuidado jefe, soy un maestro para eso- Y luego de un sorbo preguntó- ¿Mañana nos vemos?-
-No, no te preocupes y descansa, mañana no va a pasar nada, es fin de semana-
Y tenía razón, ese fin de semana no ocurrió ningún crimen, para desdicha de los noticieros amarillistas que no tenían otra cosa que informar.


Capítulo 7


Los ayudantes de Gutiérrez volvieron de sus visitas con las manos vacías, no había enemigos, deudas, conflictos familiares, ni relación entre las víctimas. Nada. Pero lo más desconcertante fue que no solo estuvo tranquilo el fin de semana tal como lo había imaginado Gutiérrez, sino toda las semana siguiente. ¿La ola de crímenes estaba concluida? ¿El asesino había cubierto su sed de sangre?
El comisario Fernandez concurrió al departamento de Gutiérrez. Solo, manejando su propio auto y tomando todas las medidas posibles para que nadie supiera adónde iba. En cuanto vio detenerse el vehículo de su jefe, el inspector abrió la puerta para que no se demorara en entrar.
-Y, bien. ¿Qué me dice acerca de que ya no se comentan asesinatos?- Preguntó Fernandez en cuanto entró.
Márquez le sirvió una taza de café al comisario. Gutiérrez se acomodó en su sillón favorito e invitó al comisario a sentarse en el otro. Después de encender un cigarrillo comenzó a hablar.
-Supuse que los crímenes se detendrían durante el fin de semana. Me parecía sugestivo que hubieran comenzado en lunes, solo por eso creí que los del viernes serían los últimos pero mi olfato de sabueso me falló pues mi conclusión era que recomenzarían este lunes-
Fernandez terminó la taza de café y la dejó en una mesa aledaña.
-Le voy a decir lo que pienso. Yo creo que el asesino nos dejara unos días de paz para que nos relajemos y cuando estemos distraídos atacará nuevamente-
-No es una idea descabellada…- Comenzó a decir Gutiérrez.
-Obvio, por eso soy comisario- Le interrumpió el jefe sonriendo y luego continuó --Por eso voy a dejar la gente en la calle con patrullas reforzadas-
Se hizo un instante de silencio. Entró Alonso en la habitación trayendo una bandeja con una botella de licor de cacao y varias copitas.
-Esto se está relajando, yo no bebería en horas de servicio- Comentó Fernandez.
-Relájese, para nosotros las horas de servicio se han convertido en todo el día, esto es solo un pequeño recreo y supongo que no lo van a detener para hacer un control de alcoholemia-
-A propósito de todo el día, sé que lo tiene a Duarte trabajando para usted, ¿le averiguó algo importante?-
-Me trajo todos los datos de las víctimas y los resultados forenses pero como siempre no hay nada. Lo que no pudo llegar a averiguar es si los de los servicios saben algo que nosotros no-
-No saben nada, se lo puedo asegurar- Aseveró Fernandez.
-Ya allanamos el desarmadero de Warnes y Dorrego para hacer de pantalla, no encontramos nada significativo en autopartes pero si hay facturas truchas para justificar coimas. ¿Quiere que siga averiguando eso?-
-Téngalo en carpeta, por si tenemos que apretar a alguien, pero por ahí tocamos a algún poderoso fuera de tiempo y nos lo echamos encima arruinado la otra investigación-
Respondió Fernandez.
El inspector solo dijo Ok. Y les ordenó a sus ayudantes que mantuvieran lo incautado bajo siete llaves. Sobre todo por que sospechaba que el comisario era uno de esos peces gordos.
Lo acompañó hasta la puerta y cuando estaba por salir le preguntó.
-¿Está seguro de que no lo andan vigilando los de los servicios y se enteran de que vino a mi casa?-
-Perdé cuidado Gutiérrez. Estos idiotas todavía estaban en el colegio cuando yo ya era inspector-
Gutiérrez miró por la ventana hasta que el comisario arrancó su auto y se marchó. Por las dudas se quedó unos minutos esperando ver si salía otro auto detrás de él, pero fue en vano. La calle estaba vacía.
La falta de noticias con respecto a algún tipo de resolución de los asesinatos y para completar el cuadro de desconcierto el hecho de que pasara una semana sin ningún otro llevó a los noticieros a dejar de interesarse en el tema. Los especialistas desaparecieron de los programas de opinión, esos con un conductor y varios impresentables que trabajan de opinadores sin tener la más mínima idea de lo que están diciendo y por lo tanto volvieron a los temas banales de siempre como con quien se acuesta la nueva estrellita en ascenso o los últimos escándalos de algún famoso deportista.
Los noticieros se acordaron de que existe un país más allá de los límites de la Capital y, lo que es más increíble aun, se acordaron de que hay un mundo más allá de los límites del país y por lo tanto pudimos saber que los chalecos amarillos seguían haciéndole lio en Paris al presidente o que en algún estado del medio oeste norteamericano un enajenado, protegido por la ley de armas y la Asociación del Rifle había hecho otra masacre en un colegio.
Gutiérrez se sentía como un león enjaulado mientras estaba en su departamento cotejando por milésima vez todos los pocos datos que tenía. El comisario pasó a verlo todos los días aunque viendo que no se presentaba ninguna novedad el tema de conversación entre ambos policías pasó del caso de “los dedos pintados”, como lo bautizara el periodismo, a recordar viejos tiempos, el futbol, el clima o la política.
Cuando llegaron al tema de la política el inspector creyó tener una idea. Se estaba aproximando la fecha de elecciones y era posible imaginar que el partido de la oposición, que tenía entre sus punteros a ciertos individuos que la policía conocía bastante bien porque tenían antecedentes penales por narcotráfico, ser miembros de barrabravas de clubes o simplemente delincuentes de notoria violencia, podía estar generando el caos para hacer caer en descredito al partido gobernante. Después de mascullarlo un par de día se lo dijo a Fernandez. El comisario no lo tomó en serio al principio. Luego recordó que los servicios estaban conformados por agentes que habían sido nombrados cuando el partido opositor era gobierno y comenzó a sospechar sobre el verdadero motivo de que la policía fuera desplazada del caso y entregado a estos esbirros del ahora partido opositor.
Había pasado el fin de semana siguiente. Ese lunes el comisario iba a hablar con Gutiérrez sobre lo que pensaba pero una novedad volvió todo al punto de inicio. Habían aparecido dos asesinados, metidos en contenedores de la basura, en el barrio de la Boca.

Capítulo 8


Uno de los cadáveres se encontraba casi al pie del Puente Nicolás Avellaneda y cerca del borde de la calle hacia el mugroso Riachuelo, el otro en la esquina de Suarez y Necochea, frente a una antigua casa abandonada en un barrio de veredas altas para evitar las inundaciones, con construcciones mezcla de ladrillos, cemento y chapa.
Para que no quedaran dudas tenían los dedos marcados con tinta. El del puente era un joven vestido a la usanza de los raperos, el de la esquina donde todavía funciona una vieja cantina, Il piccolo vapore, era un anciano bastante conocido en el barrio. El arma homicida, un objeto que podía tener un filo gastado. Los forenses pensaron en un hacha.
Nuevamente el terror invadió las calles. Casi como si se hubiera ordenado un toque de queda por parte del gobierno, la gente se recluyó en sus hogares en cuanto bajaba el sol. Los noticieros volvieron a tener picos de rating contando una y otra vez lo poco que sabían y volvieron los especialistas a sacar sus afiebradas conclusiones. En el área de seguridad del estado, el ministro convocó a los responsables de los servicios y, una vez que estuvieron en su despacho y cuando se habían marchado los periodistas montó en cólera. Trascendió que sus gritos se escuchaban en los pasillos aledaños y que no paraba de mostrar su desencanto mientras los demás presentes se mantenían en silencio. El funcionario tenía la misma sospecha que Fernandez. Los acusó de estar trabajando para la oposición y, al mismo tiempo, les amenazó con echarlos a todos si no le llevaban alguna respuesta para el día siguiente.
Cuando el comisario se enteró, por amigos, del desarrollo de esta reunión se restregaba las manos de placer. Estaba seguro de que la investigación volvería a su órbita y tendría la posibilidad de recuperar el prestigio de la fuerza. Aunque, por el otro lado, tenía sus dudas de no poder resolver el caso y correr el mismo riesgo de los jefes de los servicios. Pero, al menos, contaba con que no sospecharan que trabajaba para la oposición pues el ministro conocía muy bien sus ideas políticas.
Duarte anduvo husmeando por los sitios de los crímenes y además de averiguar quiénes eran las víctimas y donde vivían, lo único que supo con seguridad era que los servicios continuaban a cargo de la investigación. Y, al parecer, no por voluntad del ministro sino por la presión que ejercieron los hombres de la inteligencia amenazando al funcionario con hacer ciertas revelaciones de su vida privada. La conclusión del policía fue producto de una conversación escuchada al azar donde dos miembros de los servicios se jactaban de su poder sobre los políticos, incluido el presidente. Duarte, contaría luego a Gutiérrez, que estaban a la vuelta de la esquina sobre la calle Necochea mientras él se encontraba protegido por la sombra de los árboles y no lograron verlo. De todas maneras esa conversación hecha sin demasiado cuidado por quién podría escucharla revelaba el sentido de impunidad que tenían
El inspector fue rápidamente a verlo a Fernandez en su despacho pues no deseaba pasarle esa información por teléfono sabiendo que toda comunicación era factible de ser interceptada. A este punto de desconfianza se había llegado a raíz de los asesinatos.
Fernandez perdió las esperanzas de volver a retomar la investigación. Pero estaba decidido a no renunciar a su plan. Por lo tanto pidió extremo cuidado al inspector sobre todo porque temía que corriera peligro su vida y la de su gente, Márquez, Alonso y Duarte si llegaban a ser descubiertos. Sabía muy bien que a los de los servicios no les iba a temblar el pulso para sacárselo de encima y si los asesinaban iban a publicar cualquier excusa por su muerte, como acusarlos de narcotraficantes o algo así. Gutiérrez era muy hábil y conocedor de estos riesgos pero si podían dominar a un ministro los servicios podían hacer lo que se les antojara.
Como si no bastara con el caos reinante la noticia, en estos tiempos globales, trascendió al mundo. Los portales de los diarios de una gran cantidad de países importantes reflejaron el estado de inseguridad en la ciudad de Buenos Aires y comenzó a mermar la cantidad de visitantes que llegaban al país. En todas las agencias de turismo se incrementaban las cancelaciones de reservas de viajes. En una economía que pendía de la venta de soja y el turismo externo pronto se hizo notable la disminución de la entrada de divisas y de la actividad de todo aquello que estuviera relacionado como hoteles, restaurantes, líneas aéreas y negocios de venta de calzado y ropa de cuero entre otros. Lo que trajo aparejado, por supuesto, el cierre temporal de algunos y la consiguiente licencia a sus empleados. En las embajadas se trataba de ofrecer información a los turistas pero, como era lógico, era bastante escasa. Al no haber un patrón en los sitios de los crímenes ni siquiera podían decirles que barrios no transitar.
En el atardecer de ese lunes Duarte estaba tomando un café en un bar del centro cuando se le apareció un viejo amigo del secundario. El individuo lo había visto por la ventana y como hacía varios años que no se veían no vaciló en entrar a saludarlo. Primero intercambiaron  novedades sobre lo que había sucedido en sus vidas privadas durante todo ese tiempo y con el transcurso de la conversación se derivó inevitablemente al tema del momento. El viejo sabueso se cuidó muy bien de contar que estaba involucrado en la investigación lo que fue un acierto pues su amigo le confesó inesperadamente que estaba trabajando como administrativo en el servicio de inteligencia. Duarte disimuló muy bien el interés que le produjo esta revelación y casi como al pasar le preguntó si era cierto que estaban ocupados con la resolución de los crímenes.
-Sí, pero hay un desconcierto total- Respondió su amigo para luego agregar -No tienen la más mínima idea de lo que está ocurriendo-
El policía, ávido de información llevó la conversación un poco más lejos y le preguntó algo que se le ocurrió en el momento.
-Si el gobierno les dio a ustedes la responsabilidad de la investigación ¿No será posible que piensen que se trata de una serie de actos terroristas que provengan del extranjero?-
La respuesta lo dejo helado.
-Ja! Si piensan eso están fritos. Los servicios ni siquiera se molestan por las amenazas externas, están demasiado ocupados armando carpetas de políticos y periodistas-
Esa noche Duarte pasó por el departamento de Gutiérrez para contarle la novedad y quedaron en ver al comisario al día siguiente, pero no tuvieron tiempo. Ese martes aparecieron otros dos cadáveres, degollados limpiamente y con los dedos marcados, esta vez en Parque Patricios.


Capítulo 9


Los investigadores, los periodistas y el público en general no salían de su asombro al saberse de la ubicación de los nuevos crímenes. Habían sido realizados en pleno Parque a pocos metros del Hospital Churruca de la Policía Federal y de la sede el Gobierno de la Ciudad, sitios que supuestamente estaban mejor custodiados que otros sectores del entorno.
Duarte apareció a colarse, aprovechando el caos que siempre se genera en las escenas de los crímenes, como un topo en medio de los agentes de los servicios pero empezó a notar que lo estaban observando con recelo y decidió poner prudente distancia entre esos esbirros y su persona. De todas maneras no estaba muy preocupado porque lo reconocieran pues previendo esa situación se había puesto anteojos para sol y una frondosa barba que imposibilitaban cualquier reconocimiento facial.
Al viejo policía se le había ocurrido la idea pues sabía que el sitio estaba plagado de cámaras de seguridad. Hasta ese entonces las cámaras le habían servido de poco al inspector Gutiérrez, unas por que apuntaban a cualquier lado, otras porque solo se veía en tiempo real pero no grababan, otras simplemente porque no funcionaban o por que la imagen era defectuosa por falta de iluminación. Pero esa información la tenía solamente de los cuatro primeros asesinatos en el momento en que comandaba la investigación. En los tres siguientes ya no tuvo acceso debido a la intervención de los servicios. Cuando Duarte le comentó de manera un tanto graciosa lo que había hecho para evitar ser reconocido el inspector cayó en la cuenta de que pudiera ser que los agentes de inteligencia hubieran logrado alguna imagen que seguramente jamás iban a compartir.
-¿No les parece posible que en realidad en los servicios sepan algo y lo estén ocultando haciéndonos creer que no tienen nada probablemente sabiendo que nosotros les andamos a su retaguardia?- Preguntó Gutiérrez a su hombres reunidos en su casa.
-Bueno, eso es posible, ya es vox populi que pueden ser cómplices del anterior gobierno y que ante esa sospecha se van a auto defender como una corporación hasta que este gobierno caiga- Dijo Márquez.
-Sí, bien. El tema es que hasta ahora los estamos creyendo unos inútiles, pero ¿y si de verdad tuvieran información y pistas para resolver los crímenes?-
-Si no la dan a conocer seria complicidad o encubrimiento- Afirmó Alonso.
-Como si a ellos les importara- Musitó el inspector.
Y después de unos segundos en que se quedó mirando al piso, levantó la vista y mirando a sus ayudantes dijo.
-Muero por saber si estos malparidos tienen información de las otras cámaras de seguridad-
-¿Vamos y se las pedimos?- Preguntó Duarte en tono de sarcasmo.
-Si, ¡ja! Pero podemos hacer otra cosa, ver si los dueños de las cámaras nos dejan verlas-
-No creo que podamos sin poner en alerta a los servicios. En la 9 de Julio y en Parque Patricios las cámaras existentes son del Gobierno de la Ciudad. La única que podríamos ver, si tenemos suerte, es la de la cantina en la Boca- Aseguró Duarte.
-¿Y si vamos a visitarlos?-
-Vayamos jefe, ya me estoy anquilosando sentado aquí sin poder hacer nada- Dijo Alonso aprestándose a tomar su abrigo.
-Vayamos todos, no estará de más un poco de protección- Opinó Duarte.
Para evitar cualquier sospecha salieron del edificio separados de a dos y subieron Gutiérrez y Márquez en el Smart del inspector y Duarte y Alonso en el antiguo Taunus del veterano policía. Incluso, tal era su aprensión, que fueron por caminos diferentes de acuerdo a un plan previsto. En cuanto llegaron a la esquina de Suarez y Necochea vieron que la cantina estaba cerrada. Gutiérrez y su ayudante bajaron del auto, se pararon en la vereda hasta que vieron al vehículo de Duarte estacionarse a pocos metros. Entonces tocaron el timbre de una puerta lateral.
Un par de ojos asomaron por la mirilla inquisitivamente.
-¿Qué desean?- Preguntaron desde adentro.
Gutiérrez sacó su placa y la mostró rápidamente como para que no pudieran ver su nombre. El hombre de los ojos en la mirilla abrió lentamente la puerta y los dejó pasar.
-Queremos ver su cámara de seguridad- Dijo el inspector.
-¿Otra vez?- Pregunto el hombre.
-Sí, creemos que no hemos visto todo-
-No hay mucho más que ver. Sus compañeros grabaron lo que había en un CD y me obligaron a borrar la memoria-
-¿Y no quedó nada del día del crimen?-
-Me temo que no, pero véalo usted mismo si no me cree-
El hombre los guió por un largo pasillo hasta una habitación donde había un par de monitores. En ese momento la cámara estaba funcionando y realmente no parecía muy precisa en cuanto al foco, la calle se veía medio borrosa y las personas que pasaban parecían esfumarse sin poder observar sus rostros-
-¿Siempre funcionó así?- Preguntó Márquez.
-Sí, más o menos, desde que la instalaron fue un desastre-
Gutiérrez le pidió al hombre que le mostrara lo grabado y fue evidente que lo sucedido el día del crimen ya no estaba allí. Agradeció su atención y salieron a la calle.
-Encontraron algo valioso y por eso se llevaron la grabación- Dijo Márquez.
-O no- Respondió Gutiérrez para luego continuar- Tal vez sea todo lo contrario, ¿Te fijaste cómo funcionaba esa cámara? Estoy empezando a creer que no encontraron nada pero hacen toda esta movida por que casi con seguridad saben que andamos detrás y nos quieren hacer creer que tienen algo-
-¿Con que motivo?-
-Despistarnos y que a través nuestro trascienda que están encaminados y justificar que sigan con la investigación-
-Puede ser, ¿Sabe? me causó gracia los de “compañeros” que dijo el cantinero- Comentó Márquez.
-Sí, bueno no le podes pedir a la gente civil que distinga entre un imbécil de los servicios…-
-¿Y un policía imbécil?-
-Si, ja, ja, casi digo eso…pero vayamos a descansar que mañana habrá otros dos crímenes-
Y así fue, otros dos cadáveres aparecieron en los bosques de Palermo


Capítulo 10


En el caso de Palermo había una relación entre ambas víctimas. Era una pareja de jóvenes, un chico y una chica. Habían sido asesinados juntos y era evidente que los tomaron de sorpresa y golpeados en la cabeza con un objeto contundente pues aún estaban tomados de la mano.
En esta ocasión fue Alonso a hurgar en la escena del crimen. Gutiérrez no quiso enviar a Duarte pues temía que lo hubiesen reconocido. El ayudante del inspector no pudo saber más de lo que informaban los respectivos documentos pues los tuvo en las manos debido a la distracción de los agentes de los servicios. La parejita era de La Matanza y el varón tenía un par de entradas por robo a mano armada. Pero esta vez no le sirvió su fama de violento y pendenciero. No le dieron tiempo ni para ver a su asesino, o al menos eso informaban los forenses debido a la posición de los cuerpos. Hubiera pasado por un ajuste de cuentas entre pandillas, pero no, allí estaban sus dedos manchados con tinta.
En el departamento de Gutiérrez, Alonso informó a su jefe.
-El pendejo tenía que estar preso pero uno de los aprendices de Zaffaroni lo soltó antes de tiempo-
-Se jodió por eso. Se habrá creído muy afortunado el boludo. En fin, uno menos- Opinó el inspector.
-Estaría bueno que el asesino se dedicara a matar delincuentes- Manifestó Duarte.
-Sería más eficiente que nosotros- Concluyó Márquez.
-O sea que ni vale la pena averiguar en que andaba el chorrito ni su novia- Dijo Gutiérrez.
-No, ni siquiera darle el pésame a la familia- Agregó Alonso.
-Bueno, no sea tan severo- Insistió el inspector.
-Bueno, vaya usted si tiene ganas de ir a Marcos Paz y a Ezeiza- Dijo Alonso.
-¿Qué? ¿Los dos padres están presos?- preguntó Duarte.
-Y, si, es el signo de esta época- Insistió Alonso sonriendo.
-Está bien, un médico desea que su hijo sea médico, porque un hijo de un chorro no va a ser chorro- Manifestó Gutiérrez.
En definitiva decidieron no insistir en este caso, ni siquiera había cámaras en las cercanías de la escena del crimen y, por supuesto no había testigos.

Los noticieros mostraron una cara novedosa ese día, la gente, que hasta ese momento temblaba con la sola mención del asesino serial suelto aparecía en los móviles de los canales de televisión elogiándolo debido a la muerte del delincuente. Al mismo tiempo arreciaban críticas contra la policía por su incapacidad, no de encontrar al asesino, sino de no combatir la delincuencia. De todas maneras el público tampoco conocía que la investigación estaba a cargo de los servicios. Como sucede en toda sociedad ignorante la gran mayoría ni siquiera sabía que eran ni que existieran.

Fernandez estaba en el departamento de Gutiérrez. Iba tan solo a tomar unos mates pues no esperaba que su subordinado le pudiera dar una novedad. Estaban viendo el noticiero y cuando escucharon las declaraciones de las personas acerca del último doble  homicidio comentaron.
-Hay gente que habla solo porque puede mover la lengua- Dijo Fernandez.
-Manga de imbéciles desagradecidos. Cuando muere un policía en el cumplimiento de su deber no dicen ni mu, ahora si, si se los reprime en una manifestación por que están rompiendo todo somos unos hijos de puta y ahora nos dicen ineptos- Contestó el inspector.
Las reuniones de ambos policías ya hacía tiempo que se habían convertido en un hecho social. De todas maneras cada vez que se marchaba el comisario le recomendaba dos cosas al inspector.
-Ojo Gutiérrez, cuídese de los servicios y…si tiene algo no vacile en llamarme con la clave que acordamos-
-No se preocupe jefe- Le reiteraba cada vez el inspector.
A Gutiérrez le resultaba raro que nunca hubiera testigos. ¿Era pura coincidencia o estaba instalado en la sociedad el terror de tal manera que, si los hubiera, nadie se atrevía a hablar? Hasta ese momento siete dobles crímenes, con catorce victimas ¿Y nadie había visto la más mínima cosa? Salió a la calle, ya era de noche, se levantó el cuello del abrigo comenzó a caminar con las manos en los bolsillos, en uno tenía la reglamentaria y en la otra un Mágnum 44. Por las dudas.
Había comenzado unos días antes a hacer esas pequeñas recorridas. No por que esperara encontrar al asesino sino para despejar un poco la mente y no caer en la rutina de ver noticieros todo el tiempo.
Después de siete cuadras llego hasta una esquina donde solían parar varias travestis. Todas lo conocían. Intercambiaban información por el pacto de dejarlas tranquilas si las encontraban con merca para consumo. Tampoco era cuestión de que hicieran lo que quisieran y anduvieran traficando. Dio vuelta por la vereda de una vieja carnicería, a esta hora cerrada, y para su desencanto no encontró a ninguna. No le sorprendió, eran víctimas propiciatorias sin necesidad de que hubiera un loco suelto y no iban a andar expuestas por que si, pues ya ni clientes aparecían una vez que caía el sol. Lo lamentó, pensaba que alguna pudiera tirarle una pista. Las muy guachas saben todo lo que pasa, pensó. Seguramente deben estar en lo de la Chola, se imaginó.
Tomo su celular y marco un número. La voz grave de la Chola surgió del otro lado de la línea.
-Hola inspector. ¿Qué se le ofrece?-
-Charlar un rato. Sobre ustedes y sobre los crímenes-
-Bueno. Vengase. Acá están todas. No salimos a la calle ni locas-
Gutiérrez caminó las dos cuadras hasta el departamento de la Chola. La trava solía tener siempre un buen vino. Tomaría algo y conversaría con todas. Paso por una rotisería a comprar unas empanadas. De paso, tal vez, se podría tirar unos “tiritos”.
Y se quedó esa noche con las chicas. A la mañana siguiente lo despertó un llamado de Márquez. Habían aparecido otros dos cadáveres con los dedos marcados en cercanías del Puente de la Noria.


Capítulo 11


Gutiérrez volvió a su departamento y se comunicó con Alonso para enviarlo a husmear en la escena del crimen. Los asesinados en esta ocasión eran dos trabajadores que en la madrugada aun oscura iban a sus labores muy temprano pues debían realizar, ambos, largos viajes con varios medios de transporte. La distancia que separaba a ambos cuerpos era de dos cuadras, uno en cada parada del mismo colectivo.
En cuanto llegó a su vivienda y centro de control recibió una llamada del comisario Fernandez diciéndole que viera la televisión. Sin demora encendió el aparato y se encontró con los noticieros de la mañana que coincidían en una nota, la reunión de las autoridades máximas del país con los líderes de la oposición. Hasta estos últimos había llegado el rumor de que en el área de seguridad se decía que ellos eran los responsables de los crímenes para lograr la desestabilización del país.
Por el momento los móviles de los diferentes canales solo habían logrado mostrar la llegada de los políticos opositores al Ministerio de Seguridad y sin hacer ningún tipo de declaración. Era evidente su descontento lo que quedo demostrado por su rostros mientras se negaban a la requisitoria periodística aunque, como es bien sabido, a los políticos no hay que creerles ni aunque juren por la salud de sus madres.
Se abrió un paréntesis de espera mientras se efectuaba la reunión para poder saber luego si el gobierno o los opositores iban a dar una conferencia de prensa. Gutiérrez entretanto se mantenía en contacto con Alonso mientras Márquez y Duarte llegaban a su departamento.
Alonso llamo para informar que el arma homicida era un simple revolver calibre 22 que no suele ser muy efectivo para matar pero que los disparos habían sido a quemarropa, por la espalda y a la altura del corazón. Las victimas ni siquiera se enteraron de su propia muerte. Además confirmó que en esta ocasión había cámaras que registraban ambos hechos y que las estaban observando los de los servicios pues eran de dos negocios particulares y ya se habían encargado de incautar su grabación.
Una hora después volvió a llamar. Nuevamente se había infiltrado entre los agentes de inteligencia y visto los videos.
-No sirven de nada, el asesino actuó tal como lo presupusieron los forenses. Vino de atrás y disparó sin mediar ningún otro gesto que delate una pelea o un robo, inmediatamente  se ve como tomó las huellas y salió corriendo en ambos casos y no hay, por ahora registro de otras cámaras para saber hacia donde fue. El hecho es que se trata de un individuo, delgado, alto y tenía puesto una campera con capucha, no hay manera de verle la cara. Podría ser cualquiera-
Márquez se comunicó con la oficina de los forenses porque había recordado que el arma utilizada en los asesinatos en Balvanera también habían sido hechos con una 22 y a quemarropa aunque en la cabeza. La respuesta que obtuvo no le aclaró nada concluyente. Era otra arma. Y era bien posible, en el mercado negro se consiguen todo tipo de armas y una calibre 22 es la más fácil de obtener.
-¿Sigue creyendo que es un solo asesino?- Le pregunto al inspector.
-Por ahora sí, no puedo pensar más que se trata de la obra de un enajenado mental porque aunque los políticos de la oposición son una banda de delincuentes no los creo capaces de semejante conspiración, eso sí, lo cierto es que se van a aprovechar de la situación y no puedo imaginar nada más, toda otra hipótesis puede llegar a ser casi monstruosa-
Se quedaron en silencio hasta que en la pantalla del televisor se pudo ver a los políticos de la oposición junto al ministro de seguridad prestos a dar una improvisada conferencia de prensa. Tardaron unos segundos en comenzar a hablar mientras se acomodaban como podían todos los periodistas de los diferentes medios y se pedía silencio para escuchar a los disertantes.
La información fue breve, el ministro dijo que había tenido esta reunión a pedido de los políticos de la oposición para aclarar los rumores circulantes. Manifestó que habían proclamado su total ignorancia en el tema y que estaban dispuestos a colaborar con las autoridades en cuanto les fuera posible. Tras ellos habló un diputado opositor que repitió sobre la inocencia de su partido en estos hechos y que se comprometían a colaborar de acuerdo a lo que habían conversado con el ministro puertas adentro. Se manifestó sorprendido y molesto por que circularan esas versiones y dijo que eran una organización democrática y pluralista y que siempre estarían en defensa del pueblo-
-Mira como copó el atril para hacer proselitismo- Opinó Duarte.
-Sí, para eso sí que son maestros-
-¿Les cree?- Preguntó Márquez.
-En principio sí, pero si llegamos a estar equivocados no quiero pensar hacia que abismo va este país-
Transcurría otra tarde en que lo único que podían hacer Gutiérrez y sus ayudantes era tomar mate y volver a cotejar los datos recopilados. El inspector desplegó un mapa de la ciudad que había comprado en una gran librería escolar y lo colgó de la pared. La idea era ver si encontraba una relación geográfica entre los puntos de los asesinatos pero al menos logro una conclusión. No había ni la más mínima, ni en distancia y ni siquiera seguían un patrón geométrico, algo que pudiera darles una pista.
-Sí, que tiré la guita con este mapa. Comentó mientras lo descolgaba-
Después de unos minutos les dijo a Márquez y Alonso que fueran a conseguir una orden para allanar otro desarmadero.
-Por lo menos así dejamos contento a Fernandez en algo-
Una vez que se fueron ambos policías se dirigió a Duarte y le preguntó.
-Che, Duarte ¿nunca te tiraste una travesti?-
-Jamás jefe-
-Bueno, esta noche vamos a tomar un poco de fresco y a visitar a unas amigas. Si te da pudor al menos poder quedarte tomando unos mates con ellas-
-Usted invita- Respondió Duarte entre risas.
Esa noche salieron a la calle, caminaron lentamente con las manos en los bolsillos acariciando la culata de sus armas. Todo estaba muy tranquilo. No hacia demasiado frio y se podía disfrutar del paseo. Al dar vuelta una esquina escucharon gritos. Corrieron hasta el lugar y encontraron tirado en la calle a un hombre vestido de sacerdote mientras un par de vecinos les informaban que el agresor había huido rápidamente.
Gutiérrez miro los dedos de la víctima y comprobó que estaban marcados. También comprobó que estaba vivo a pesar de tener una puñalada en el abdomen. A lo lejos se escuchó la sirena de la ambulancia


Capítulo 12


No faltaron los delirantes tanto entre el público como en el periodismo que afirmaran que el sacerdote se había salvado de la secuela de asesinatos solo por su condición de siervo de Dios. Simplemente había tenido suerte. No le había sucedido lo mismo a un repartidor de diarios asesinado a unas diez cuadras de allí, en pleno barrio de Villa Urquiza, más precisamente en la esquina de Holmberg y Blanco Encalada, donde se lo encontró con las manos entintados.
En el sitio en que la suerte los pusiera, finalmente tenían tres testigos, la propia víctima y los dos vecinos. Pero, no lograron nada con su testimonio, ya fuera por miedo o porque eran incapaces de distinguir una mosca de un elefante. Tampoco tuvieron tanto tiempo, cuando un auto negro con vidrios polarizados se detuvo a pocos metros del sitio, Duarte lo reconoció como de los agentes de los servicios.
-Vayámonos, seamos prudentes, total ya no tenemos nada que hacer acá- le dijo a Gutiérrez.
El inspector estuvo de acuerdo.
-La noche es joven aún, Duarte, que le parece si seguimos con nuestro plan-
-Sigamos, jefe, unos mates con unas travestis es el mejor programa hoy día con tal de no estar en la calle-
-No te preocupes, ¿Hoy es viernes no?-
-Si jefe, ¿Por?-
-Porque hoy terminaron los crímenes-
-¿Cómo puede estar tan seguro?-
-Por qué terminó la secuencia. Diez muertos por semana, dos por día, de lunes a viernes-
-¿Usted cree que hay por lo menos una lógica en medio de todo este caos? ¿Qué hay algo así como un plan programado?-
-No sé si es un plan programado, y no he hecho ninguna deducción magistral, simplemente creo que sucederá lo de dos semana atrás, el asesino se tomará un descanso-
-Claro, pobre, debe estar muy cansado- Musitó Duarte sarcásticamente.
Unas pocas cuadras mas adelante Gutiérrez se detuvo ante un pequeño pero coqueto chalecito de tajas rojas y paredes blancas con un cuidado jardincito de canteros con flores de varios colores. Tocó el timbre y al abrirse la puerta de entrada apareció la silueta de una mujer alta de larga cabellera rubia.
-Bienvenido Inspector- Dijo una voz grave que intimidó a Duarte.
-Aquí estoy y traje a un amigo- Dijo el inspector y girando hacia el viejo policía continuó.
-Te presento a la Chola-
Duarte se sentía incómodo, durante toda su actividad como policía había tenido que tratar muchas veces con travestis. En la épocas de los edictos solía llevarlas presas hasta la comisaria por atentado al pudor y allí las dejaba, pues si bien tenia sus prejuicios no compartía la actitud de su colegas que solían maltratarlas, obligándolas a tener relaciones con ellos o haciéndoles limpiar las dependencias policiales, cuando no se les ocurría golpearlas. Pero los tiempos habían cambiado y los edictos desaparecieron. Las travas abundaban por las calles sobre todo por la cantidad de ellas que llegaran del interior echadas de sus casas. La policía acostumbraba detenerlas por venta de drogas pero Duarte se abstuvo de participar de esas acciones y se mantuvo alejado de los sitios en donde las travestis ejercían la prostitución.
Ahora era diferente, iba a socializar con ellas como nunca antes y para colmo llevado por su superior. Trago saliva, intento darle la mano a la Chola para saludarla pero ella le dio un beso en la mejilla. Se quedó duro, lo que motivó la risa de Gutiérrez.
-Vamos Duarte, que no se va a contagiar nada por un beso- Le dijo.
El viejo policía sintió que iba a ser una larga noche, sobre todo cuando el inspector desapareció con la Chola yéndose ambos al dormitorio. Pero luego, con los mates, la cantidad de paquetes de bizcochitos que se devoró y la conversación con las otras dos chicas, Luli y Sara, comenzó a sentirse más cómodo. Se dio cuenta lo que nunca antes, la calidez y la inteligencia de esas criaturas.
Pensar que siempre las he visto como si fueran seres inferiores y pervertidos, pensaba mientras conversaba con ellas de temas tan variados como interesantes. Y no estaban allí tratándose de sacarle dinero por sexo. Ni siquiera se le insinuaron.
Ya estaba el sol asomando por sobre los techos cuando Gutiérrez y Duarte salieron de la casa de la Chola.
-¿Qué tal, Duarte?- Le dijo el inspector palmeándole el hombro.
-Digamos que a mi edad he aprendido algo nuevo-
-Genial, ahora vayamos a descansar que nos lo tenemos merecido-

Al llegar a su departamento Gutiérrez encendió la televisión. Todos los noteros de los canales de aire y cable de la Capital estaban en la puerta del Hospital Pirovano donde fuera internado el sacerdote que había salvado su vida. De alguna manera intentaban lograr aunque fuera la más mínima información y cada vez que veían a un individuo con guardapolvo blanco se le echaban encima para acosarlo a preguntas, lo que era en vano pues el profesional no tenía por qué saber lo que sucedía puertas adentro.
El inspector odiaba estar sometido a la presión de los periodistas cuando le interrogaban sobre temas de los que no sabía o no podía o no debía contestar. La insistencia de las preguntas lo molestaba y por ello le causaba indignación ver en la pantalla a los pobres médicos expuestos a la voracidad de los noticieros.
El hecho de que una de las victimas salvara su vida era un imán para los opinadores. Todos parecían saber el porqué, el cómo y el cuándo de la supervivencia del sacerdote y en realidad nadie sabía nada. En el interior del Hospital, en una sala aislado del resto de los pacientes se reponía con bastante rapidez, la herida en el abdomen no había sido más que un puntazo leve que ya le habían cosido. Los agentes de los servicios irrumpieron, a pesar de la negativa de las autoridades del nosocomio, y lo interrogaron, pero fue en vano.
No sé, no vi nada, no sentí ningún ruido, fue muy rápido, me desmayé y ni me di cuenta que me habían entintado los dedos. Fueron las respuestas. Los investigadores se fueron con las manos vacías y mascullando bronca.
-Deberían haberlo asesinado, así no nos sirve para nada- Dijo uno de los agentes
Y salieron a la calle empujando con violencia a los periodistas agolpados en la vereda.


Capítulo 13



Ese domingo caía una pertinaz llovizna que molestaba más que lo que mojaba. El Cementerio de la Recoleta suele estar lleno de turistas y habitantes locales que recorren sus callejones entre tumbas buscando la de algún personaje famoso ya sea político o artista pero esa tarde no eran muchos los que se animaban a tal excursión y la sensación era de un silencio mayor de lo acostumbrado.
El cielo gris iluminaba poco con sus gruesos nubarrones tapando el sol. El ambiente era casi opresivo, por momentos parecía que todo el sitio estaba trasladado a otra dimensión, lejos de estar ubicado en el centro de una gran ciudad.
Por uno de los pasillos transitaba un hombre alto, de fuerte contextura, notable a pesar del amplio impermeable que vestía. Completaba su atuendo con un sombrero de fieltro acomodado de manera que no se le veían los ojos. En cada cruce de callejones miraba hacia ambos lados, se podría suponer que vigilaba que nadie lo siguiera aunque su andar era firme y decidido.
Llegó a una esquina entre dos callejones y se detuvo. Frente a él un panteón cuadrangular, de aspecto bastante modesto comparado con los vecinos, pero cubierto de placas, alguna con aplicaciones de coronas de laureles realizados en metal. Se detuvo, miró hacia todo el entorno y luego se acercó a la puerta. A través del vidrio de podían observar varios ataúdes, entre ellos destacaba uno cubierto con la bandera argentina y un gran moño color rojo en un extremo.
Así que ahí estas, traidor a la patria. Y pensar que hicieron tanto escándalo cuando trajeron tus restos de Inglaterra adonde huiste como un cobarde, a que te protegieran esos a los que nos vendiste todo el tiempo mientras decías defender la causa nacional, hipócrita. Qué lugar apropiado para el encuentro que voy a tener. La tumba de un asesino. Pensó el individuo del impermeable. Luego recorrió casi distraídamente las placas que identificaban la tumba con el nombre de la familia Ortiz de Rosas y su cadáver famoso, el del ex dictador Don Juan Manuel.
Distraído por la lectura no vio que se acercaba otro individuo, éste un poco más bajo, también vestido con un impermeable con las solapas levantadas de manera que le cubrían la mitad de la cara. De pronto  gracias al instinto de conservación que tenía por  deformación profesional se dio cuenta que no estaba solo y girando la cabeza miró al que llegaba.
-Llega tarde Repetto- Le dijo al recién llegado.
El otro ni se inmutó por la observación y saludó.
-Buenas tardes, Coronel Galindez, ya ve, más vale tarde…- Y se interrumpió creyendo que no era necesario agregar nada más.
-No sea tan formal Repetto que hace años que no estamos en el Ejercito, a mí me cuesta llamarlo Teniente Coronel-
-Tiene razón, lo que pasa es que el grado con el que me retiré requiere muchas silabas para ser mencionado-
-Hubiera esperado a ascender- Manifestó Galindez.
Repetto sonrió. Metió su mano derecha en el bolsillo del impermeable y sacó un paquete envuelto en plástico, mientras alargaba el brazo para entregárselo a Galindez le dijo
-Aquí esta lo convenido, diez mil dólares, todo en billetitos de cien para que no abulte demasiado, como ve soy hombre de palabra. Cuéntelos si lo desea-
-Hombre, no me voy a poner a contar todo esto ahora, además nunca he dudado de su palabra, nos conocemos desde hace tanto tiempo que lo considero un hermano- Dijo Galindez
-Sí, ¿pero se da cuenta de una cosa? Jamás nos hemos tuteado-
-Creo que la disciplina castrense nos terminó abrumando, pero no vamos a cambiar ahora-
El Teniente Coronel Repetto miró a su compañero de armas mientras el Coronel se guardaba el paquete en el bolsillo de su impermeable y luego que éste hubo terminado con la operación le preguntó.
-¿No tiene ganas de ir a festejar?-
-Iría, tal vez unos whiskies no nos vendrían mal pero no es conveniente que nos vean juntos mucho más tiempo en un lugar público-
-Como quiera-
El Coronel Galindez movió su brazo para estrechar la mano del Teniente Coronel Repetto.
-¿Sabe qué? Voy a ir a mi casa a dejar este paquete antes que a algún delincuente se le ocurra ponerme un revolver en la cabeza. Hagamos una cosa, dejemos pasar unos días hasta que el polvo se aplaque y podamos ver el camino. Una vez que estemos seguros nos juntaremos a festejar-
El Teniente Coronel miró hacia los cuatro sectores que conformaban el cruce de callejones. La llovizna continuaba como si no quisiera detenerse nunca. Aparte de ellos nadie transitaba por el Cementerio. Después de unos segundos habló.
-Un pequeño error de parte de uno de mis “enviados” le ha hecho ganar a usted esta bonita suma. El muy idiota creyó que había acabado con el cura y le entintó los dedos a las apuradas. Claro, parece que alguien lo vio y escuchó gritos, por eso salió corriendo, si no hubiera sido así hubiéramos empatado-
-Bueno, esas eran las reglas del juego- Respondió Galindez y agregó -Pero no veo adonde quiere ir con este discurso-
-Hicimos un pacto de caballeros, como militares que hemos sido. Respetando la palabra por sobre todo papel escrito-
-Exacto, explíquese usted-
-Le quiero hacer una propuesta, usted es libre de aceptarla, o no-
-Le oigo Repetto-
El Teniente Coronel volvió a mirar a su alrededor como si temiera que los estuvieran escuchando. El Coronel lo miró y dijo.
-Hable Repetto, acá solo estamos rodeados de muertos-
-Pues bien mi Coronel, me gustaría que usted me dé la revancha-
Galindez sonrió. Observó a su camarada que esperaba impaciente la respuesta.
-Bien, ¿No somos caballeros acaso? Está bien, estoy de acuerdo. Le doy la revancha. Bajo las mismas reglas, pero hagamos una cosa, dejemos pasar un par de semanas para comenzar así se aplaca la cosa un poco-
-¡Bravo! Después de dos semanas arrancamos- Concluyó Repetto-
Y ambos ex militares se fueron por separado, cada uno por un callejón distinto.


Capítulo 14



Ese lunes no hubo crimen alguno que estuviera relacionado con el caso de los dedos entintados. De otra clase no faltaron, hechos de inseguridad y un femicidio.
Gutiérrez solía tomar en broma el hecho de la caratula femicidio, porque creía que una víctima era una víctima sea cual sea su género y por lo general solía evitar esos casos ya que atraían a la prensa complaciente con las nuevas tendencias de lo políticamente correcto, lo que no sucedía cuando la víctima era un hombre.
Fernandez lo llamó a su despacho y cuando estuvieron a solas le preguntó.
-¿Y Gutiérrez, ahora que hacemos? ¿Qué nos dice su intuición?-
-Nos dice que no habrá crímenes por una semana. El asesino está esperando que nos calmemos y atacará de nuevo. El tema es que hacemos nosotros mientras tanto-
-A mí no se me ocurre otra cosa que tener a toda la gente posible en la calle, con esta actividad hemos logrado evitar varios actos de inseguridad comunes y detenido algunos prófugos pero no puedo tenerlos así todo el tiempo, necesito hacer regresar algo del personal a las comisarias a hacer el papeleo que está muy atrasado-
-¿Y qué quiere que haga yo? ¿Sigo con los desarmaderos?- Interrogó Gutiérrez.
-Sí, quiero que investigues quien cobra las coimas de las facturas truchas que recolectaste del último allanamiento, tengo la sospecha, bueno, mejor dicho un soplón que me dijo que hay un par de comisarios en el tema y quiero arruinarles la vida si puedo-
-¿Por qué?- Preguntó asombrado el inspector.
-A vos solo te lo puedo decir, tuvimos algunas diferencias cuando estábamos en la Pirker siendo cadetes, asunto de polleras, los muy malditos me fumaron una novia y encima se la cogieron. La pobre piba me lo contó pero nunca pude probarlo y me quedé con la sangre en el ojo desde entonces-
-Es un buen motivo, cuente conmigo- Aseguró Gutiérrez.
-Ojo, sabes que solo en vos confío, no se te ocurra contarlo por ahí-
-Pierda cuidado jefe, si esos comisarios están involucrados los vamos a agarrar. Lo mantendré informado, pero lo que temo es que la cosa siga para arriba. ¿Y si despertamos algún monstruo?-
-Según la información que tengo estos dos trabajan para su propio beneficio, no hay oficiales superiores involucrados-
-Si usted lo dice…- Concluyó Gutiérrez y se marchó decidido a mantenerse ocupado.
El inspector junto a su equipo y durante esa semana se la pasaron siguiendo a los empleados y dueños de los desarmaderos. Era una tarea tediosa, no precisamente la que más le atraía pero estaba decidido a ayudar a su jefe. Lo que le había pasado no era cosa de olvidarse ni perdonarse.
Pasaron un par de días y todo estaba muy tranquilo hasta que, descansando en su departamento, Gutiérrez recibió una llamada de Márquez. Estaban frente a uno de los desarmaderos y habían visto llegar un camión escoltado por un patrullero y lo más sospechoso era que la única persona que iba en el vehículo policial era el Comisario Anselmi lo cual iba en contra de las reglas de ir siempre dos agentes y que si se tratara de una escolta oficial no tenía por qué hacerla un oficial del grado de comisario. Para completar las sospechas de Márquez el patrullero ingresó al predio detrás del camión cuando debió permanecer en la calle.
Gutiérrez, en cuanto recibió el llamado de su ayudante, llamó a Fernandez. Éste último le pidió la dirección y le ordenó que su gente esperara en el lugar para saber si había otro movimiento y que el inspector en persona fuera también para ser testigo del procedimiento que pensaba hacer.
Minutos después Gutiérrez llegó al sitio, bajó de su auto, caminó unos metros golpeó el vidrio del auto donde estaban Márquez y Alonso. Le abrieron la puerta y entro en el asiento trasero.
-¿Cómo sigue todo?- Pregunto.
-Igual. Jefe, el patrullero sigue ahí dentro-
-Segundos después aparecieron dos patrulleros y un auto particular. De éste último bajó Fernandez. Gutiérrez salió del auto y se unió a su superior. El comisario, en silencio, por señas, indicó a los agentes que iban con él que bloquearan todas las puertas de salida. Luego, acompañado del inspector y un agente irrumpieron en la oficina. Allí encontraron al comisario Anselmi en el preciso instante en que recibía un sobre de parte de un señor de civil. Fernandez grito.
-¡Quedan arrestados!-
Anselmi no hizo el menor intento de resistirse. Se quedó mirando fijo a su colega. Luego se levantó de su asiento y mientras el agente lo esposaba le dijo por lo bajo a Fernandez.
-Ya sé por qué estás haciendo esto, pero te vas a arrepentir-
Fernandez no contestó. Llamó por el Handy a otros agentes e hizo que se llevaran presos al comisario y al civil.
-Yo soy solo un empleado, hago lo que me ordenan- Protestó el individuo.
-No le haga caso, es el dueño, lo sabemos muy bien- Manifestó Gutiérrez.
Llevaron al comisario Anselmi y al civil a cada uno de los patrulleros que esperaban en la vereda. En el momento de entrar Anselmi al auto pasó cerca de Gutiérrez.
-Sos un imbécil si te mezclas en esto que es un problema privado de Fernandez. Cuando salga de ésta vas a saber por qué te lo digo-
El inspector ni se molestó en contestar. Cerró la puerta del vehículo y se quedó parado en la vereda viendo partir la comitiva liderada por su jefe. Al pasar más tarde por la comisaria se enteró que Fernandez había entregado a Anselmi a Asuntos Internos, junto con todas las pruebas del cohecho.
Al parecer Anselmi no se esperaba que los investigadores de Asuntos internos se ocuparan del asunto y dejando de lado la soberbia que demostrara anteriormente, cantó como un pajarito develando todo el entramado de sobornos que manejaban junto al comisario Zabaleta, el otro del que se quería vengar Fernandez. Gutiérrez y los suyos se tomaron varios días para descansar. El tema de los desarmaderos le había dejado un mal gusto en la boca y la ola de crímenes podría recomenzar en la semana siguiente pero los días pasaron, llegó el domingo siguiente y el lunes y no aparecieron nuevos cadáveres. El inspector estaba desconcertado, no era lo que esperaba ¿Y si se hubiera acabado todo?
Pasó una semana más. El lunes siguiente aparecieron los primeros dos cadáveres, esta vez en el Parque Sarmiento, en el barrio de Saavedra.



Capítulo 15



Las víctimas eran dos hombres jóvenes que estaban corriendo alrededor del Parque Sarmiento haciendo ejercicios matinales. Fueron asesinados a unos doscientos metros uno del otro y, como anteriormente, tenían los dedos entintados. El arma homicida era un cuchilla de asador toda oxidada, y esto se supo por que, por primera vez, fue encontrada a unas pocas cuadras descartada por el asesino.
El comisario Fernandez llamó a Gutiérrez para que continuara oficialmente con la investigación lo que sorprendió al inspector.
-¿Nos estaban los servicios ocupándose del caso?- preguntó a su superior.
-Usted lo dijo, estaban, pero se generaron novedades ¿No leyó los diarios?-
Gutiérrez había estado tan ausente durante el periodo de descanso que ni siquiera había visto los noticieros de la televisión. De manera que buscó las portadas de los diarios en Internet y pudo leer las ultimas noticias. El ministro de seguridad, harto de la presión de los hombres de los servicios que amenazaban con contar sus secretos personales echó, sin previo aviso, a toda la cúpula de la Agencia de Inteligencia e hizo una feroz purga también entre los mandos medios que generó tal tembladeral que los sobrevivientes enviaron una delegación al despacho del funcionario para jurarle lealtad. Y para demostrarle su buena voluntad le llevaron todas las carpetas con los archivos del espionaje a que fuera sometido.
Finalmente el ministro tuvo tiempo para reírse pues en las carpetas solo había seguimientos sin importancia de su vida cotidiana. Era para preocuparse saber que lo habían estado siguiendo pero no había nada en aquellos papeles que significara un acto de corrupción o problemas conyugales. Aunque sabía que a todos los que había echado podían buscar una manera de vengarse y los hizo seguir por gente de su confianza para saber en qué andaban.
De modo que Gutiérrez y los suyos volvieron a la calle sabiendo que no serian interferidos en su trabajo. Al acudir al sitio de los crímenes se reunieron con el personal de peritos y no supieron más que el atacante había sorprendido a las víctimas por atrás y las degolló con la cuchilla.
-Me parece que se le acabaron las ideas al asesino, está repitiendo el modus operandi- Opinó Anselmo.
-Parece que si- Contestó mecánicamente Gutiérrez mientras miraba las manchas de sangre en la vereda.
¿Hasta cuándo seguirá esto? Se preguntaba el inspector. Cada día tenían más víctimas y no habían logrado avanzar nada.
La esperanza de que en la cuchilla hubiera huellas digitales se diluyo esa misma mañana, el arma estaba limpio. Los forenses no encontraron, salvo el óxido, nada que les pudiera dar una pista. Todo estaba como al principio.

También estaba como al principio la repercusión en los medios, volvieron los expertos a dar opiniones en el aire y los conductores de los noticieros a llenar espacios de horas completas de programación repitiendo una y otra vez las mismas especulaciones mientras se repetían constantemente imágenes del lugar del hecho y las fotos de las víctimas.
En el gobierno no sabían si agradecer o alarmarse por lo que estaba sucediendo. Por un lado la gente volvió a estar aterrada de salir después de ciertas horas y hasta que estuviera el sol lo suficientemente alto para dar luz en las calles pues todos los crímenes se habían producido durante las horas nocturnas. Y por el otro, los habitantes ya no prestaban atención a la inflación ni a los reclamos sociales, aturdidos por el miedo.
Los que comenzaron a sufrir las nuevas costumbres del público fueron los cines, los teatros, los restaurantes, los boliches bailables  y los locales de comida rápida. Calles habitualmente abarrotadas de gente hasta altas horas de la noche como la avenida Corrientes, comenzaron volverse más y más solitarias. Solo los homeless andaban a sus anchas y por qué no tenían otro remedio, por las calles vacías.

Gutiérrez ya no contaba solo con Márquez, Anselmo y el viejo Duarte. El comisario Fernandez le había puesto toda una división bajo su mando, conformada por los mejores investigadores de cada comisaría. Gracias a tener nuevamente el control de la investigación, el inspector volvió a mudar desde su departamento su centro de operaciones, esta vez a una enorme oficina cercana a la de su jefe.
Volvió a desplegar mapas, a estudiar los informes de cada caso y pidió a su nuevo equipo que lo hicieran también, que analizaran cada detalle de lo escrito por los forenses y los instó a ser creativos y no descartar nada aunque pareciera ilógico, como si no fuera ilógico todo lo que sucedía.
No conforme con revisar los resultados de las pericias comenzó una frenética búsqueda en Google de casos similares en otros países e inclusive en otras épocas. Encontró resultados parecidos, sobre todo en los Estados Unidos donde los asesinos seriales parecen brotar de los arboles pero a pesar de todo ninguno de ellos tenía la virulencia de lo que estaba investigando. Solían ser series de pocos casos en comparación y ninguno tenía tal sistematización de cantidad y diferencia de armas. En el país del norte siempre había un modus operandi, un arma homicida y alguna que otra relación entre las víctimas, su sexo, su raza o su actividad.
Fernandez también dispuso más patrulleros rondando la ciudad pero los sitios de los asesinatos eran aleatorios que solo un milagro podía salvar a cualquiera que estuviera expuesto al criminal.

Pero el comisario también tenía sus propios problemas. Asuntos internos estaba investigando los casos de corrupción de los comisarios Anselmi y Zabaleta pero no los dejaron detenidos, por lo que andaban por ahí sueltos. Ese mismo lunes por la tardecita recibió un mensaje de Whats App amenazándolo de muerte. Sabía que se trataba de sus históricos enemigos e intento probarlo por lo que llevo su celular a un especialista para que determine saber de dónde llego la llamada pero fue inútil.
Luego puso dos agentes para que pasen observando esa noche en cada una de las lujosas casas donde vivían los comisarios corruptos. Estaba decidido a no dejarse amedrentar, aunque fuera por el recuerdo de aquella que fuera su novia.
En tanto en la mañana del martes aparecieron otros dos cuerpos ahorcados con una soga y con los dedos entintados en Barracas, en la zona donde estuvieran las viejas curtiembres.



Capítulo 16


El Coronel Galindez estuvo, el lunes por la noche, sentado a la mesa en una mugrosa fonda de Barracas. Bebía lentamente un vaso de vino y observaba a los parroquianos, la mayoría estibadores y changarines, hombres fuertes y de escasa instrucción. Los fue estudiando uno a uno, hasta que fijó su atención en el más pequeño de estatura. Seguramente era tan fuerte como los demás y se apreciaba en su cara cierta fiereza que no dejaría tranquilo a quien se lo cruzara una noche en una calle oscura.
El hombre sintió la mirada del ex militar y se turbó un poco. Lo primero que pensó fue que aquel individuo demasiado bien vestido para esa zona de la ciudad lo estaba tratando de seducir. De inmediato imaginó que podía seguir su juego y tener la posibilidad de sacarle unos pesos por lo que le devolvió la mirada. Era lo que Galindez estaba esperando y con un gesto imperceptible lo invitó a su mesa.
El hombre dudó un instante, incluso miró a su alrededor para verificar si los otros parroquianos se habían dado cuenta de lo que sucedía. No fuera que después se convirtiera en la comidilla del puerto. Lentamente se acercó a la mesa del coronel.
-Buenas…- Dijo el changarin sin saber que agregar.
-Hola, siéntese amigo- Respondió Galindez y con otro gesto le señaló la silla vacía.
-¿Gusta un trago?- Preguntó.
-Si usted gusta pagarlo- Balbuceó el changarin.
El ex militar llamó al mozo y pidió dos vasos más de vino y un choripán para su invitado. Una vez que le trajeron la orden lo distrajo con una conversación intrascendente en donde dejaba traslucir que lo invitaría su departamento para tener relaciones sexuales. El obrero se tragó el anzuelo, no le importaba acostarse con ese fulano con tal de que le diera algo de dinero. Lo que no vio fue que el invitante dejó caer dos pastillas en su vino. Apurado, como estaba, por hacer su negocio se tomó el contenido del vaso de un trago.
Allí comenzó su pesadilla. Con la misma calma y el tono pausado con que le hablara anteriormente el coronel comenzó su discurso.
-Amigo, el vino que usted se acaba de tomar estaba envenenado, en minutos comenzara a sentir los efectos del veneno y en pocas horas morirá-
El changarin se rió pensando que era una broma, pero el semblante serio de Galindez le convenció de que no lo era, y aún más cuando sintió ganas de vomitar y salió corriendo al baño.
-Permissss…- Atinó a decir tratando de que escapara el vómito de su garganta
-Bien, vaya usted, pero no intente fugarse, porque yo soy el único que puede darle el antídoto-
Evidentemente, el susto pudo más que cualquier otro razonamiento pues después de unos minutos el changarin volvió a la mesa blanco como una hoja de cuaderno.
-¿Qué le hice para que me envenene?-
-Nada, se trata en realidad de lo que debe hacer usted-
-¿Y qué debo hacer?-
-Algo muy sencillo, matar a dos personas esta noche antes que amanezca, una vez que lo logre concurrirá aquí y yo le daré el antídoto-
-Usted está loco-
-Y usted estará muerto si se pasa del plazo-
-¿Y cómo sabrá usted que he matado a alguien? ¿Me va a seguir?-
-No, no es necesario, usted llenará de tinta los dedos de su mano derecha y le tomará las huellas dactilares a cada muerto con estos elementos que le doy y yo lo cotejare con mi base de datos dactilares y en la mañana lo corroboraré con los noticieros- Dijo el coronel, entregándole con su mano enguantada un frasco de tinta y unas hojas de papel.
-¿A quién debo matar?-
-A quien se le antoje, siempre y cuando no sea un conocido o un pariente, y puede hacerlo de la manera que más le venga en gana-
El changarín miró a Galindez, a pesar de su mirada vidriosa, tratando de memorizar su rostro pero aún en su ignorancia sospechaba que el individuo debía estar maquillado o con algún postizo que disimulara sus facciones. Se rindió ante lo inevitable.
-¿Cuándo comienzo?-
-Ya mismo le aconsejaría, no olvide que el veneno comenzó a hacer efecto en su cuerpo-
Y no pudo decirle más, el changarin se levantó nuevamente para ir al baño a vomitar. Cuando regresó preguntó.
-¿Cuándo lo veo con el antídoto?-
-Para mañana por la mañana después de los noticieros  estaré aquí-
-No se le ocurra fallarme-
-Tiene mi palabra, y a usted no se le ocurra avisar a la policía, pues entonces es hombre muerto-
El changarin salió precipitadamente del bodegón mientras el ex militar sonreía de satisfacción. El muy estúpido ni siquiera tuvo curiosidad por saber los motivos del insólito pedido.
 Pálido y descompuesto, pensando que solo le quedaban pocas horas de vida si no mataba a nadie, se cruzó en las calles oscuras y solitarias con un individuo de pequeña estatura, igual a él. Mientras pensaba como lo mataría vio una soga junto a un montón de basura junto al cordón, la tomó y sin pensarlo más atacó al desconocido de atrás ciñendo la soga en su garganta. No hubo resistencia. Mirando a todos lados entintó la mano derecha y tomó sus huellas. Se alejó rápidamente y dobló en una esquina, sin proponérselo se encontró con un joven de aspecto de changarin, tuvo la sangre fría como para saludarlo mientras se cruzaban y una vez que hizo dos pasos se volvió y repitió la actuación anterior. Tomo sus huellas y corrió a refugiarse en un terreno baldío hasta que se hiciera la hora de ver la sujeto del bodegón.
  Llegó como pudo al local y le entregó los papeles con las huellas a Galindez que tranquilamente lo esperaba. A cambio recibió un frasco con solo dos pastillas que se tragó de una vez sin demora. Sintiéndose mejor huyó lo más rápido que pudo.
Los asesinados en Barracas fueron lo que se encontraron el martes por la mañana


Capítulo 17


De pronto toda la ciudad cayó en una especie de aletargamiento. En las horas diurnas la gente salía a la calle por las obligaciones ineludibles, pero cuando comenzaba a caer la tarde y las sombras se alargaban, se apuraban los pasos para regresar a la seguridad de los hogares. En la noche la calle estaba más desierta que el Sahara en pleno verano.
Lo único que se movía en las horas nocturnas eran los patrulleros de la policía. Los camioneros que se dedicaban al reparto de mercaderías en la madrugada para abastecer a los negocios habían solicitado salir más tarde y también sucedía lo mismo con los distribuidores de diarios. Las estaciones de servicio cerraban y por consiguiente sus confiterías, sitios que normalmente eran poblados por la gente que salía de los boliches bailables que también cerraron sus puertas. Esta situación se estaba haciendo notoria desde semanas atrás pero llego a un momento culminante tras las muertes en Barracas.
Caminando por las calles solitarias, con las manos en los bolsillos del impermeable, Gutiérrez era el único transeúnte que se animaba en las horas de los asesinatos. Recorría las pocas cuadras que separaban su departamento de la casa de la Chola. Había algo de desafío en esa actitud. Era como decir si no puedo atrapar al asesino por medios policiales, lo atraeré a una trampa ofreciéndome como carnada. Pero nada sucedía. Finalmente terminaba en casa de la travesti, tomando unos mates y teniendo sexo hasta la madrugada.
La frustración del inspector iba en aumento. El equipo de gente que habían puesto bajo su mando no lograba de ninguna manera encontrar un hilo conductor.
-Es evidente que nada relaciona los crímenes. Yo creo que está eligiendo sus víctimas con ese criterio, para desorientarnos- Le dijo Duarte en la mañana cuando Gutiérrez llegó a la oficina.
-Es probable, pero hay algo que se nos escapa. De todos los casos que he leído llegue a un conclusión, siempre hay un motivo para matar. Aunque no sea visible, como que las victimas fueran de una religión o de una raza o de una orientación política o sexual, o por su aspecto o por su posición social. Siempre hay algo que impulsa al asesino a dar el golpe, un problema siquiátrico, una obsesión…algo-
-Puede ser un enajenado metal que ha perdido todo límite de culpa y temor al castigo- Insistió el viejo policía.
-Sí, pero eso no concuerda con tu teoría, si esta tan loco no elegiría a sus víctimas razonando que así nos despista-
-O sea que las mata por puro azar-
-Sí, y me temo que esa es la única conclusión a la que puedo llegar en todas estas semanas-
De nada vale alargar este relato con detalles, ya que es casi obvio como sigue. El miércoles por la mañana aparecieron muertas dos prostitutas en Parque Lezama, las dos pobres mujeres regresaban de una buena noche en un lujoso hotel de Puerto Madero y fueron sorprendidas a unos metros de la pensión en que vivían.
El jueves un sereno de una estación de servicio y un homeless en cercanías de la entrada del Autódromo.
Pero el viernes volvió a ocurrir algo anormal. Una de las víctimas se salvó por milagro. Todo comenzó un rato antes cuando vecinos de las inmediaciones de la Plaza Arenales, más precisamente en la esquina de Bahía Blanca y Pareja, escucharon gritos de una mujer pidiendo auxilio. Al parecer había salido en las horas peligrosas de la noche a buscar su perro pues creía que había quedado en la calle. El asesino no le dio tiempo de reaccionar, con un objeto contundente prácticamente le partió la cabeza.
Pero el alerta hizo que llegaran dos patrulleros de la policía, los que debieron separarse pues mientras uno trataba de asistir a la mujer, encontrando que ya estaba muerta, el otro acudió a otro pedido de auxilio, esta vez de un hombre que luego se supo, era chofer de una línea de colectivos yendo a su trabajo. Este último tuvo fuerzas para ponerse en pie y tratar de caminar hasta el Hospital Zubizarreta, justo a media cuadra, pues este segundo intento se había cometido en la esquina de Nueva York y Mercedes.
Solo tenía una herida en el hombro, de la que sangraba pero no era profunda. El asesino habría querido matarlo de la misma manera que a la mujer y erró el golpe. Aun así la victima cayó y su atacante intentó tomarle las huellas pero al ver que reaccionaba y sentir las sirenas de los patrulleros huyó derramando algo de tinta sobre la vereda.
Llegaron otros patrulleros y rodearon la plaza, que está formada por cuatro manzanas, pensando que el asesino estaba oculta entre la profusa vegetación y las sombras, pero luego de peinar toda su extensión se dieron cuenta que no estaba allí. El colectivero fue curado de su herida en el hospital y fue la segunda persona en haber sobrevivido a un ataque del que no se pudieron salvar otras veintiocho.
Revisando el lugar de los hechos, al inspector Gutiérrez y sus ayudantes se les presento una nueva duda.
-¿Usted cree que al fallar en un asesinato dejaran de atacar?- Preguntó Márquez.
-Así parecería, la vez pasada hubo una serie de una semana, un fin de semana de descanso y luego comenzó otra serie. El ultimo día de esa segunda serie se produjo el primer fracaso y todo se calmó durante una semana hasta que comenzó la actual serie donde hubo un nuevo fracaso, pero…-
-¿Pero qué?-
-No sé, de pronto algo me hizo ruido en la cabeza, parece que las fechas y los tiempos de descanso son la única constante. Los fracasos fueron solo cuestión de suerte de la víctima.
-¿Entonces usted cree…?- Interrogo Alonso.
-Que tendremos un fin de semana sin crímenes y que el lunes recomenzará la otra serie-
Al comisario Fernandez no le gustó nada la especulación de Gutiérrez. Esta situación se estaba convirtiendo en un cuento de nunca acabar.
-De manera que usted piensa que tendremos diez muertos más, salvo que alguno se salve por milagro- Le dijo al inspector.
-Sí, seguiremos así hasta que el asesino cometa un error-
-Espero que se equivoque y esto haya terminado-
Pero el inspector Gutiérrez no se equivocó. Pasó el fin de semana y al lunes siguiente aparecieron dos nuevas víctimas.

Capitulo 18

Era domingo por la tardecita. Las últimas luces del sol generaban largas sombras sobre la pista. El Teniente Coronel Repetto, vestido elegantemente, miraba con sus prismáticos, desde la parte alta de las tribunas, a los cuidadores de caballos en los studs del Hipódromo de Palermo. Esos hombres habituados a manejar bestias corpulentas debían tener la fuerza necesaria para su propósito.
Bajó de la tribuna, cruzó por los jardines del Tattersall y caminó lentamente hacia la zona de los cuidadores. Por su andar altivo y seguro, su ropa cara, de confección y su mirada seria nadie se molestó en detenerlo y preguntarle adónde iba, tal es el respeto que infunden personas así entre la gente más humilde. Caminó por el pasillo entre los galpones donde se guardan los nobles brutos que enriquecen a sus dueños y que están mejor alimentados y cuidados que un niño promedio. Lo hizo lentamente, observando a los trabajadores para elegir el que le parecía más conveniente. Luego de un par de pasadas se decidió y determinado a hacerse pasar por dueño de caballos se acercó a uno de los hombres que cepillaba prolijamente las crines del animal.
-Hola amigo- Dijo sin preámbulos.
El otro lo miró desconfiado, era habitual que aparecieran individuos prestos a poner unos pesos para dopar o estimular a determinado caballo y después influir en las apuestas pero generalmente eran casi siempre las mismas personas, en cambio a este individuo no lo conocía ni lo había visto anteriormente. Contestó el saludo con un Buenas tardes que apenas se escuchó y siguió cepillando sin siquiera quitar los ojos de lo que estaba haciendo mientras esperaba que el recién llegado delatara sus intenciones. No tuvo que esperar mucho.
-Vea amigo, soy dueño de una cabaña en Pozo del Molle, Córdoba y tengo varios caballos de los que ya he probado su velocidad en el Hipódromo de Córdoba capital, pero los quiero hacer correr en los hipódromos de Buenos Aires y ando buscando gente de confianza y experiencia para cuidarlos. No conozco mucho del ambiente de aquí y por eso recurro a quienes ya están habituados a manejarse con todo el personal incluso que me recomienden los jockeys que están disponibles-
El cuidador, ante la posibilidad de un aumento en sus ingresos, bajó la guardia y se aprestó a escucharlo. Repetto continuó hablando.
-Vea, estoy dispuesto a pagar lo que sea para tener un equipo de cuidadores y vareadores. Dígame cuánto gana usted y donde puedo conseguir el personal que deseo-
-Quince mil- Contestó lacónicamente el cuidador que siempre era remiso a decir cifras cuando se lo preguntaban.
-Le ofrezco el doble, ya mismo-
La oferta era impensable. El empleado creyó que había llegado su gran día de suerte. Todavía le parecía estar viviendo un sueño y visiblemente animado por la tentación de ganar más, sin pensarlo dos veces estrechó la mano del Teniente Coronel.
-Venga, vamos a festejarlo- Sugirió Repetto y de inmediato fueron al Bar Ireneo, bajo las tribunas del Hipódromo a tomar lo que se les ocurriera.
Repetto pidió un coñac, el cuidador, más modesto, una Coca. En un segundo el ex militar ya había puesto dos pastillas en el vaso de su invitado, cuando éste se lo tomo casi de un trago le dijo
-Lo que usted se acaba de tomar estaba envenenado, en minutos comenzara a sentirse mal y en pocas horas morirá-
Casi inmediatamente de que Repetto terminara de pronunciar estas palabras el cuidador vomitó sobre una servilleta que alcanzo a sujetar. Todo el mundo se dio vuelta a verlo pero fueron tranquilizados.
-No es nada, algo que comió- Dijo el Teniente Coronel.
Cuando el hombre se repuso preguntó
-¿Qué le hice para que me envenene?-
-Nada, usted deberá hacer algo si quiere sobrevivir-
-¿Y qué debo hacer?-
-Matar a dos personas esta noche antes que amanezca, una vez que lo logre concurrirá a la esquina de Libertador y Dorrego y yo le daré el antídoto-
-¿Y si me niego?-
-Muere, si se pasa del plazo-
-¿Y si le miento y le digo que mate a alguien y no lo hice?-
-No lo hará, conmigo no se juega, llenará de tinta los dedos de su mano derecha y le tomará las huellas dactilares a cada muerto y yo lo cotejaré con mi base de datos dactilares y luego esperaré los noticieros-
-¿A cualquiera debo matar?-
-A cualquiera, que no sea un conocido o un pariente, y como se le ocurra-
El cuidador miró a Repetto mientras este le entregaba el frasco de tinta y los papeles.
-¿Cuándo comienzo?-
-Comience ya, recuerde que ya vomitó una vez-
-¿Cuándo lo veo con el antídoto?-
-Mañana por la mañana después de los noticieros-
-¿Vendrá?-
-Por supuesto, una vez que usted haga lo suyo, y no se le ocurra avisar a la policía, yo lo voy a saber y será hombre muerto-
El cuidador salió precipitadamente. Esa noche encontró a una parejita de muchachos que iban caminado por la vereda del Campo de Polo. Los asesinó clavándoles a ambos un cuchillo por la espalda. Cuando los encontraron el lunes por la mañana se pensó que era un crimen por homofobia pero al encontrárseles los dedos manchados de tinta quedó confirmado que no era así. Solo una simple y fatal coincidencia. Así comenzó otra semana de horror.


 Capítulo 19



La cotidianidad de los crímenes de las manos entintadas ya no alteraba el humor del inspector Gutiérrez. En realidad ya se estaba habituando al fracaso. Que no era solo suyo, pues si bien por jurisdicción se tuvo que ocupar de los dos primeros asesinatos y luego porque se trataba del mismo caso continuo con la investigación, ya no estaba solo, toda la policía cargaba con el estigma de no poder resolver el gran acertijo.
Lo que en realidad lo alteró aquella mañana de lunes fue que supo de un atentado contra la vida de su jefe el comisario Fernandez.
Fernandez, desde que pusiera fuera de circulación a sus compañeros Anselmi y Zabaleta, sospechaba que éstos iban a procurar vengarse. De nada sirvió poner custodia en las puertas de sus casas, adonde los enviaron inexplicablemente, con detención domiciliaria, las altas autoridades policiales contraviniendo incluso el pedido del fiscal para que permanecieran en prisión.
Si la más alta plana policial es benigna con los corruptos significa solo una cosa, pensó Fernandez, que son cómplices. Y, los acusados en sus viviendas podían, sin moverse más allá del living, contratar uno o varios sicarios a través de los tantos medios que nos brinda la tecnología. Y si la plana mayor era cómplice, estaba condenado.
Estaba saliendo de su casa, dentro del auto cuando pasaron dos motos a mediana velocidad. En cada una de las motos iban dos sujetos, uno manejaba y el otro disparaba. Evidentemente los sicarios no eran muy buenos apuntando pues si bien el auto presentaba  varios agujeros de balas, ninguno había impactado en el cuerpo del comisario.
Raudos como llegaron, los criminales se fueron sin comprobar siquiera si habían logrado su propósito. Fernandez cambió de auto, utilizando el de su esposa y llegó a la comisaria, seguramente, para sorpresa de algunos.
-Menos mal que esos imbéciles no son tan efectivos como el asesino de los dedos manchados- Le comentó a Gutiérrez una vez que se encontraron en su despacho, tomándose el tema con humor, o al menos aparentando tener calma.
El que perdió la calma en ese momento fue el inspector, después de todo habia participado de la investigación que llevara a los dos comisarios ante el juez. No teniendo nada nuevo que informar a su jefe además de la aparición de los cadáveres en la zona de Palermo, regresó caminando lentamente hasta su escritorio. Estaba junto al mueble cuando sonó el interno. Levantó el tubo y antes que pudiera decir algo escuchó una voz, evidentemente disimulada por algún medio, que le decía:
-No te preocupes Guti, la cosa no es con vos mientras no te comprometas más con el tema-
Al igual que Fernandez con el atentado, el inspector no tenía la más mínima duda de dónde provenía la advertencia, pero se calló la boca prudentemente y sin siquiera contestar colgó el teléfono y llamando a sus ayudantes decidió salir a la calle para poner distancia entre su personas y el ambiente enrarecido de la comisaría. Al fin y al cabo era preferible seguir con el caso del asesino de los dedos manchados.
Como antes, es conveniente acelerar el relato de los hechos sobre todo teniendo en cuenta que se habían vuelto reiterativos. El martes por la mañana aparecieron muertos dos serenos en las instalaciones del Autódromo Municipal. El miércoles pareció que no habría novedades pero cuando la policía y el periodismo se preguntaban si habría habido un cambio en la rutina recién a media mañana encontraron dos cuerpos dentro de la Reserva Ecológica. A pesar de que los crímenes presentaban la constante de los dedos entintados lo que llamó la atención a los investigadores fue que era el primer caso en que los cuerpos no estaban en el lugar del crimen, era evidente que el criminal, por miedo, o lo que fuera los había escondido, atentando de esa manera con la posibilidad de que el Teniente Coronel Repetto le proveyera del ansiado antídoto.
El jueves una travesti en el barrio de Constitución y un recolector de basura que iba en la madrugada a su trabajo fueron las siguientes víctimas. La muerte de ella se produjo en Pavón y Salta, la de él en la Avenida Brasil y Solís.

Ya no había nada que pudiera detener la paranoia justificada de los habitantes de la ciudad y de todas aquellas personas que por razones de trabajo llegaban desde el conurbano profundo a la ciudad. Se había pasado a la costumbre de formar grupos para viajar aunque el miedo era tan fuerte que cuando una persona solicitaba ser admitida en uno de esos grupos había cierto rechazo hasta que la conocían, pero durante los primeros días se la mantenía bajo estricta vigilancia por el resto de los miembros. Aumentó considerablemente el número de armas vendidas, que ya venía creciendo desde el inicio de la serie de asesinatos y por supuesto la industria gastronómica y la del entretenimiento cayeron aún más siendo que los pocos que se todavía se atrevían a salir ya se quedaban en el refugio de sus hogares.

Quedaba un solo día para terminar esta tanda de crímenes según lo deducía Gutiérrez. ¿Y después, qué? Se preguntaba. Y no tenía ni la más mínima respuesta. Se reunía con otros investigadores, con sicólogos y hasta llego a consultar a un mentalista. Se burlaron de él cuando sus compañeros se enteraron acerca de la consulta, aunque algunos por lo bajo murmuraban. ¿Por qué no se me ocurrió a mí?
El inspector se reunió con el vidente en el despacho de Fernandez                                                                                                                                                                                                                                        que estaba vacío debido a que los superiores del comisario le habían recomendado que se tomara unos días y sin pensarlo voló de inmediato muy lejos, hasta las playas de Cancún para olvidarse de las amenazas y de los dedos manchados por un buen tiempo.
Gutiérrez compartió  toda la información que tenía con el mentalista. Éste, un hombre flaco, alto, encorvado, parecía salido de una película de terror a lo que contribuía su cabello largo y desordenado. El hombre se tomó todo un día para chequear y re chequear los datos. Parecía que su cabeza asimilaba, copilaba y procesaba como una computadora.
Gutiérrez decidió no apurarlo, no quería influir con sus comentarios sobre lo que viera aquel extraño individuo, de manera que lo dejó que se tomara el tiempo necesario. Solo le envió a un agente con algo de comer y beber cuando ya habían pasado varias horas pero como el vidente estaba tan absorto en su investigación que ni siquiera tocó la vianda.
De pronto se levantó del sillón en donde estuviera sentado. El inspector que lo veía desde la sala de la comisaria a través de los vidrio traslucidos del tabique intuyó que había completado su trabajo y entró en la oficina.
-¿Descubrió algo?- Le preguntó.
-Solo tengo una certeza, amigo, ustedes están equivocados. No hay un solo asesino. Me temo que son muchos, cada día uno diferente-
Gutiérrez, asombrado, se dejó caer en el otro sillón de la oficina.


Capítulo 20



Gutiérrez esperaba ansioso ese viernes. Era el último día de otros dos posibles crímenes y luego sobrevendría la calma por unas dos semanas al menos, si la rutina continuaba como hasta entonces. La afirmación del mentalista lo tenía anonadado. Si capturar un criminal era casi imposible como haría para detener a…hizo la cuenta…a diecinueve asesinos que andaban por ahí sueltos. Llego a pensar que el vidente estaba totalmente despistado o que solo había hecho su afirmación para zafar y listo.
Duarte llegó a estar de acuerdo con la aseveración sobre varios asesinos, los diferentes barrios, el cambio de armas, la clase de víctimas. El inspector seguía creyendo que todo era una pantalla para hacer creer a la policía, y a los mentalistas, que no se trataba de un solo criminal.
El viernes aparecieron los cadáveres esperados. Es increíble, pensaba Gutiérrez, sabemos que va a haber un crimen y no podemos evitarlo. El primero, un sereno del MALBA, apareció en la esquina de la avenida Figueroa Alcorta y la calle San Martin de Tours, el segundo unas cuadras adentro del barrio que está a un costado del museo, en Ombú y Miguel Cané. De este último cuerpo no se tenían datos, aparentemente había sido atacado mientras sacaba a pasear su perro, un gran danés color gris.
La falta de identificación hizo que se retrasara la noticia en los medios sobre su identidad. Pero en un punto de la ciudad alguien estaba a punto de saberlo. Eran las ocho de la mañana y los noticieros ya habían dado algunos avances. En una esquina solitaria el Teniente Coronel Repetto esperaba al individuo al que le encomendara realizar los dos crímenes.
El sujeto, un muchacho de unos veinte años, vestido con zapatillas de marca, seguramente robadas, camiseta y campera con los colores de un famoso club de futbol, gorra tipo yanqui y capucha cubriéndole la cabeza, llegó jadeando y casi arrastrándose por la vereda, vomitó un par de veces antes de entregarle los papeles marcados con las huellas digitales de su víctimas. El militar le dio el frasquito con la dosis.
-No debería dártelo hasta que en los noticieros confirmen la identidad del segundo muerto- Dijo, y agregó -Pero voy a ser magnánimo, a pesar de que lacras como vos deberían estar muertos-
El joven se tomó el contenido del frasco de un trago y salió corriendo lo más rápido que pudo. Repetto sonrió de satisfacción. Esta vez te gané, Galindez. Pensaba mientras se dirigía a su casa a paso rápido.
Llegó al departamento en que habitaba, subió por las escaleras para no ser visto en el ascensor. Cerró la puerta tras de sí al entrar a su morada y de inmediato encendió la computadora y el escáner para cotejar las huellas digitales con su base de datos. Mientras tanto también encendía la televisión para tener alguna otra novedad.
Después de verificar el del empleado del museo siguió con el otro asesinado. Colocó el papel en el escáner y comenzó la búsqueda. Unos minutos después tenía el nombre. No lo podía creer. Nunca hubiera imaginado algo así. Mientras caía sentado en una silla preso del terror se alcanzaba a escuchar en el televisor le nombre de la víctima, varios vecinos los habían identificado. Era el Coronel Galindez.
Un grito de rabia surgió de las entrañas del Teniente Coronel Repetto. ¿Cómo podía haber sucedido algo así? ¿Cómo fue que salió ese imbécil de Galindez a la calle, de noche, sabiendo el peligro que se corría?
De la desesperación manoteo la computadora y pateó el escáner. Ambos artefactos dejaron funcionar por el golpe, el monitor cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos. La ira del militar no tenía imites. Siguió rompiendo adornos y arrancando el cortinado de las ventanas, lo último que llegó hasta el piso fue el televisor que continuo funcionando de milagro.
-¡Idiota!- Gritaba, como si su amigo pudiera escucharle-
-¡¿A quien le voy a cobrar ahora?!- Continuaba gritando.
De pronto se quedó callado. Alguien había gritado desde uno de los departamentos vecinos, pidiendo silencio. O al menos eso es lo que creyó escuchar. Y ahí fue que tomó conciencia del peligro que corría.
¿Y si allanaban la casa de Galindez para buscar pruebas? ¿Pruebas de que? Se preguntó luego. ¿Quién podía saber que todas esas muertes eran simplemente el resultado de un macabro juego de apuestas y que su amigo asesinado fuera uno de los involucrados?
Claro nadie podía asociar a una víctima como el culpable. Nadie podría imaginar que el juego se había convertido, sin querer, en una ruleta rusa. Se tranquilizó un poco y comenzó a ordenar el desparramo de objetos cuando le asaltó otra duda. ¿Y si Galindez tenía una lista u otro dato entre sus ropas? ¿Y si encontraban el archivo de huellas dactilares en su casa, uno igual al que tenía él para comprobar los datos de las víctimas?
Acomodó el televisor sobre la mesa y se sentó a escuchar. Por el momento no había ninguna novedad que reflejara algo más que la permanente incertidumbre que reinaba desde el comienzo de la locura de los asesinatos. El Coronel Galindez era solo otra víctima más y nada hacía parecer que la policía supiera más que eso.
Pero el pensamiento de Repetto ya no caminaba por carriles normales. El miedo no le dejaba pensar claramente y continuaba imaginando detrás de cada palabra de periodistas o de entrevistados que ya sabían lo que estaba ocurriendo. ¿Y si hablaba alguno de los involuntarios asesinos? ¿Y si contaban como habían sido obligados a matar? ¿Podrían identificarlo a Galindez o a él mismo? Claro que no, decía para calmarse. Ambos se habían colocado postizos, anteojos oscuros u otros artilugios para no ser reconocidos. De todas maneras… ¿Serian capaz de confesar sus crímenes y alguien les creería? A la policía les parecería un cuento fantástico. Pero…eran tantos que con que se atrevieran dos o tres y la cosa cambiaria.
¿Qué hemos estado haciendo? Se preguntaba. ¿Acaso nos creímos tan omnipotentes como para jugar con las personas y creer que no íbamos a sufrir las consecuencias? El terror continuó acosándolo
Lo siguiente que pensó fue en poner distancia entre su persona y el ámbito de los sucesos, tenía una pequeña quinta en las afueras de Pilar. Nadie sabía de su existencia y le sería posible ocultarse allí hasta saber cómo se desarrollaban los acontecimiento, o eventualmente prepararse para fugarse del país. ¿A Uruguay donde tenía viejos amigos militares del país vecino, o a Chile donde podría pasar desapercibido? ¿O mejor al Brasil donde podía ocultarse para siempre en algún pueblito del interior?
Era evidente que ya no estaba en sus cabales.



Capítulo 21



El comisario Fernandez continuaba refugiado en Cancún. Anselmi y Zabaleta seguían esperando en sus domicilios el resultado de las investigaciones de Asuntos Internos, la que se prolongaba en una aparente intención de no culpar los comisarios corruptos hasta que resolvieran su retiro con sueldo completo y así de paso calmarlos para que no volvieran a intentar matar a quien los había denunciado.
Gutiérrez pasó la semana preso de los nervios esperando una nueva tanda de asesinatos. Lo único que lo consolaba era su vieja amiga, La Chola, la travesti que sabía cómo calmarlo. Solía ir todas las noches acompañado de su viejo amigo Duarte que había comenzado a encariñarse con la Jimena, quien compartía la vivienda con la amiga del inspector.
Como si fuera un pacto tácito ni Gutiérrez, ni Duarte, ni los ayudantes tocaban el tema de los crímenes de los dedos entintados. Era como negarlos y de esta manera exorcizarlos para que no vuelvan a ocurrir.
El ministro de seguridad se acercó a las oficinas del comisario Fernandez para charlar con el inspector en ausencia de su jefe. Era extraño ver a un funcionario de tan alto rango descender las trincheras pero todo era como si el mundo se hubiese trastocado y nada sorprendía. El ministro tuvo una larga charla con Gutiérrez, intentando saber en qué andaba la investigación y que pensaba que sucedería en el futuro.
-No se imagina lo que la ciudad ha perdido en materia de ingresos por turismo- Le comentó al policía y luego agregaba -Tanto que hemos tenido que paralizar varias obras públicas. Créame amigo Gutiérrez, esto está llegando al borde del caos absoluto y ya no tenemos margen político para solucionarlo si no encontramos a ese asesino-
-Asesinos- Manifestó el inspector.
-¿Cómo, asesinos?- pregunto el funcionario.
-Sí, varios-
-¿Y quién lo dice?-
-Un vidente, asegura que cada día era un asesino diferente-
-¡Vamos Gutiérrez! No me va a decir que cree en esos charlatanes-
-Y, total tampoco es creíble lo que digamos nosotros-
El ministro se fue tan disconforme como había llegado. Lo único que se le ocurría era militarizar toda la ciudad como en las épocas de la dictadura militar y no quería llegar a ello para no ser atacado por la oposición.
Pasó la semana. Los nervios iban en aumento conforme se acercaba el siguiente lunes. Pero el lunes no hubo novedad. Claro, pensó Gutiérrez, en realidad después de dos tandas de crímenes el tiempo que transcurría era de dos semanas. Y continuaron esperando. En esos días los comisarios Anselmi y Zabaleta fueron pasados a retiro con todos los honores que les correspondían después de tantos años de servicio a la fuerza. El inspector presenció la ceremonia que fue realizada en el patio central del edificio del comando. De los actos de corrupción ni noticias. Los expedientes de ambos comisarios estaban más limpios que ropa de propaganda de jabón en polvo. Hasta estuvieron presentes varios noticieros de televisión para dar más importancia al hecho.
Cuando terminó el acto, los dos retirados se acercaron a Gutiérrez y le dijeron:
-Decile a tu jefe que no hay rencores, hasta nos favoreció su denuncia-
Y pasó otra semana. Cuando al lunes siguiente no hubo novedad. La preocupación de Gutiérrez aumentó en lugar de disminuir. Sospechaba que era una calma engañosa. Pero fueron pasando los días y nada sucedía. De pronto los noticieros pasaron de difundir todo el tiempo novedades sobre los crímenes a investigar que actor famoso se acostaba con que actriz en ascenso y como luego ella lo acusaba de abuso sexual.
Fernandez volvió de México y la tensión en la comisaria disminuyó en forma notoria, El inspector, asumiendo que ya no sucedería nada guardó sus anotaciones, sus mapas, las fotos de los escenarios de los crímenes y todo lo acumulado y lo metió en cajas. Duarte volvió a caminar la calle buscando ladrones con solo su olfato y los ayudantes Márquez y Alonso se dedicaron a tareas menores.

El que no encontraba calma era el Teniente Coronel Repetto. Su angustia iba creciendo conforme pasaban los días y sobre todo desde el momento en que el periodismo se ocupó de otra cosa. Su paranoia lo llevo a pensar que la falta de noticias era con el propósito de tomarlo por sorpresa. Temía que si andaba por la calle lo encontraría y reconocería alguno de los que había convertido en asesino y lo denunciara.
Se recluyó en su departamento. No salía para nada. Se hacía llevar la comida por el delivery pero ya se le estaba acumulando la basura en bolsas de plástico y por consiguiente el olor. No se afeitaba,  no se bañaba, se dejó caer en un creciente estado de abandono.
Hasta que un día reaccionó. Se dio una ducha, se quitó la barba, sacó toda la basura al contenedor de la esquina. Se vistió con ropa deportiva y de mucho mejor aspecto salió a la calle a caminar sin rumbo fijo.
En una cantina de la Boca se detuvo a tomar una cerveza. Sentado mientras masticaba los maníes que acompañaban la bebida observó en torno suyo. No había muchos parroquianos en el lugar que estaba bastante oscuro y desolado. Escogió a uno, un tipo fornido, con pinta de marinero y comenzó a mirarlo fijamente. El otro no tardó en responder a las miradas. Por curiosidad o lo que fuera, cuando Repetto le saludó moviendo imperceptiblemente su vaso aquel individuo se levantó de su silla y se acercó a la del militar.
-¿El amigo es de Boca?- Preguntó el sujeto.
-Sí, claro, venga vamos a brindar por el campeonato- Respondió Repetto.
Y se tomaron un litro de cerveza y luego otro. De pronto el individuo comenzó a sentirse mal. Tuvo una arcada y luego, antes que el militar lo pudiera detener salió corriendo al baño. Cuando regresó el mozo le recrimino que había vomitado en el lavatorio pero el sujeto no le prestaba atención. Sobre todo en el momento en que Repetto le dijo que estaba envenenado y que debía hacer algo si quería el antídoto.
El hombre parecía calmado a pesar de la noticia. Escuchó atentamente las instrucciones del teniente coronel y las repitió.
-Esta noche, a las doce, en la esquina de Iraola y Villafañe, en la vereda de la casa que sirve como sede de la murga Los Amantes de la Boca, habría una persona parada, alto de sombrero, impermeable gris y zapatos negros. Solo tenía que acercársele lo suficiente dispararle lo más certero posible con un revolver que le facilitó. Que no hubiera duda sobre su muerte. Y después que volviera a la cantina y allí lo iba a encontrar para darle el antídoto.
-Y no me juegue ninguna mala pasada porque si no es hombre muerto. Solo yo puedo darle el antídoto- Concluyó Repetto.
Y así fue. En la medianoche, el sujeto, revolver en mano disparo cuatro tiros sobre el hombre de impermeable gris que cayó al suelo para no levantarse más. Habiendo comprobado que no había reacción por parte de su víctima, el asesino corrió hacia la cantina para conseguir su salvación.
Al otro día la novedad apareció en los noticieros de la mañana y se las mencionó durante el día pero sin demasiada relevancia tomándosela como otro vulgar hecho de inseguridad. Ni Gutiérrez ni su gente se molestaron en investigar el hecho dejándoselo a los investigadores principiantes.
El único comentario que cruzaron fue el de Duarte mientras tomaban un café.
-Mira vos, mataron a un militar…Teniente Coronel Repetto…¿qué haría a esa hora en ese lugar?-

Epilogo


En la sala de guardia del Hospital Argerich entró un hombre gritando desesperadamente. Era evidente su malestar pues vomitaba casi sin parar. Los médicos y las enfermeras lo contuvieron como pudieron. Le preguntaron si había tomado algún toxico pero él solo reiteraba que no lo sabía, que lo habían envenenado. De inmediato se ordenaron estudios de los vómitos del paciente para tratar de analizar el contenido de su estómago.
De pronto el sujeto dijo algo acerca de una persona que le daría un antídoto y los médicos se miraron entre sí.
-Debemos avisar a la policía, acá pasa algo raro- dijo uno de ellos.
Una vez que del Comando solicitaron que alguien fuera por el hospital, Duarte, el viejo sabueso, manifestó que se encontraba cerca e iría a ver que sucedía.
En cuanto entró vio al personal de limpieza lavando los pisos. Siguió el rastro de los vómitos y llegó hasta la puerta de una sala donde un medico lo detuvo.
-¿Usted viene por este hombre?- Le preguntó
-Sí, pero cuénteme que pasa-
El doctor le informó lo que habían escuchado y lo hizo pasar a la habitación.
-Ahora está relajado por que le dimos calmantes y le lavamos el estómago. El hombre afirmaba que lo habían envenenado pero no era así-
-¿Por qué?- Pregunto Duarte.
-Solo le dieron un vomitivo, Jarabe de Ipecacuana, se usa justamente para provocar el vomito si el paciente tomo algún veneno, es de origen brasileño. Es cierto, las convulsiones le pueden haber dañado algún tejido y si le hubieran dado mas le habría afectado al corazón, pero no se iba a morir-
-¿Así que jarabe de Ipecu…?-
-Ipecacuana- Le corrigió el doctor.
-Bien- Dijo Duarte y tomando su celular marcó un número, en cuanto le atendieron dijo.
-Gutiérrez, ¿Por qué no se viene por el hospital? Tengo algo interesante que contarle-

FIN


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