Era la mujer más voluptuosa que había visto en la
corta etapa desde que comenzaran a interesarme en mi incipiente adolescencia. Ella
no era como mis compañeritas de división en el colegio, aun aniñadas, sin senos
notorios, las piernitas como patitas de tero y ninguna diferencia notable entre
el diámetro de su cintura y el de sus caderas.
Tampoco era como las vecinas del barrio, además de
las notorias curvas que la conformaban establecía una gran diferencia en la manera
de vestirse. Jamás se la veía en un vulgar equipo de gimnasia ni calzando
zapatillas. Ella siempre usaba vestidos ajustados, minifaldas al borde de la
revelación, y los zapatos, esos fascinantes zapatos de plataforma de acrílico y
taco tan fino que parecía que se iba a hundir en el suelo.
Ni siquiera se podía comparar con las amigas de mi
madre, aunque estas, por ser de buenas posición económica accedían a
vestimentas mas elegantes, nunca, ninguna de ellas parecía dispuesta a mostrar
abiertamente su sensualidad, si es que la tenían, a lo sumo oculta bajo largas
polleras y prendas holgadas que disimulaban la forma de su cuerpo.
Ella era especial. Piernas largas, torneadas,
fuertes, caderas ampulosas y cintura estrecha, cara redondeada, enormes ojos
verdes, labios siempre pintados en cereza, la cabellera negra azabache, amplia,
cubriendo su cuello y sus hombros. Todo su cuerpo emanaba fuerte presencia
donde fuera. A su paso se volteaban las miradas, la de los hombres y también
las de las mujeres. Por admiración o por envidia, ella dejaba un rastro de
murmuraciones a su paso junto a la dulce impronta del perfume que utilizaba.
Ella se convirtió en el primer amor de mi vida. Si es
que puede llamarse amor a la pasión que me despertara. La vi por primera vez en
la playa, uno de esos veranos en que toda la tribu de padres, madres, tíos, tías,
primos y primas solíamos tomarnos esos magníficos días de vacaciones que
duraban hasta un mes alquilando varias casas sobre la costa en Monte Hermoso,
donde íbamos pertinazmente a pesar del viento y las aguavivas, pero que se
compensaban con la tranquilidad del lugar.
Fue de lejos, yo estaba jugando a las cartas con mis
primos cuando pasó caminando lentamente, segura de si misma, sabiendo que todos
los ojos la estaban observando. Dejé el juego, me levanté de un salto y sin dar
ninguna explicación caminé detrás de ella hasta que se refugió en una carpa. En
ese momento sentí vergüenza pensando que se habría dado cuenta de mi osadía y
sin atreverme a mirarla un segundo mas volví sobre mis pasos.
Mis primos se dieron cuenta de mi actitud y me
recibieron con una interminable andanada de burlas. Pobres, pensé, todavía son
unos niños inmaduros y les falta tiempo para descubrir lo maravilloso de desear
a una mujer. Mis parientes mayores ni siquiera se dieron cuenta de lo que había
sucedido y, ajenos a todo, continuaban
con sus estupidas charlas de fútbol, trabajo o modas.
A partir de ese día ella pobló mis sueños y mis
deseos. Nos imaginaba paseando juntos por la playa, tomados de la mano,
haciendo planes para el futuro, y yo anhelando ese cuerpo, deseando
acariciarlo, olerlo, peinando sus larga cabellera con mis dedos, besando esa
boca de cereza y descubriendo que sus senos eran una fuente de placer, no la
teta que solo sirve para amamantar.
Cada día esperaba con ansiedad su aparición paseando
descalza por la arena, vestida con un conjunto de tanga y corpiño diminutos,
siempre sola, sin un marido o un novio a la vista. Y la espiaba de lejos cuando
se sentaba en una sillita mientras leía o simplemente observaba, como ausente,
el juego incansable de las olas. O me detenía en la vereda si nos cruzábamos a
la hora en que todo el mundo anda buscando un sitio donde poder cenar. Si la veía
venir de frente, luego observaba como se alejaba moviéndose con la regularidad
de un péndulo zigzagueante.
Una tarde de lluvia mi padre me envió a comprar
cigarrillos. Iba camino al quiosco cuando la descubrí dentro de un negocio de
ropa. Estaba eligiendo algunas prendas, dubitativa tomaba una y otra y otra, luego
dejaba alguna y seguía hacia otro sector del local. Movido por un irrefrenable
impulso entré. Haciendo como que también estaba por comprar algo me le acerqué
lentamente para llegar a su lado. Lo más cerca que había estado hasta entonces.
Ella, desde su altura, era tan alta como mi padre, parecía ignorarme por
completo. Después de tomar una remera con el nombre del balneario miró a ambos
lados y me descubrió, ahí, embobado, sin saber que hacer.
Abrió su boca enmarcada por los labios cereza, se
sonrió y me preguntó.
-¿Te parece que esta remera me quedará bien?-
Yo estaba idiotizado, no respondí, ella abrió más los
ojos y agrandó su sonrisa. Apelé a una de esas frases que mi padre suele decir
a mi madre en circunstancias semejantes.
-Todo le quedará bien…señorita- Vacilé.
Ella sin perder la sonrisa jugó revolviendo mi
cabello como lo suele hacer mi abuela, dijo gracias y se marchó a pagar la
compra.
De más esta decir que oír su voz y ese breve contacto
de mi cabeza con su mano contribuyeron a enriquecer mis sueños. El cuerpo tenía
voz pero lo que lamentaba era no saber aún su nombre. Necesitaba un nombre para
completarla y tomando valor le pregunté a la cajera del negocio si lo sabía.
-Claro que si, es una de nuestras mejores clientas,
se llama Noelia-
Y Noelia atravesó mis sueños, mis fantasías, mi
despertar juvenil, mi pasión, mi amor, mi locura. Además de acariciarla,
besarla, hundirme en ella, protegerla entre mis brazos, velar su descanso, reír
junto a su risa, podía llamarla, podía escribir poemas con su nombre, podía, podía,
podía…
Una de aquellas tardes, casi al fin de las vacaciones,
los adultos mayores de la tribu en un descanso entre la catarata de pavadas que
intercambiaban habitualmente descubrieron el paso de Noelia. Mi madre recordó
que la había visto el año anterior, mi padre, contrariamente a lo que yo
imaginé que diría despachó un insulto y otra palabra que no entendí. Uno de mis
primos, el mas avispado a pesar de ser menor que yo, me la tradujo.
-Tu viejo dice que es un travesti, que no deberían
dejarlo andar así por la playa-
-¿Travesti?- Pregunte.
-Un hombre, bobo, un hombre- Me aclaró.
Ni aquella manera brutal en que me fue revelada la
verdad cambió lo que sentía. Yo preferí seguir recordándola tal como la había
conocido.
Fin