1
Me sumerjo, pálida
en el aceite primordial de la vida
buscando la eterna caricia
que me transporta, que me eleva,que me transforma
buceando profundidades no holladas
más lejos, me dice mi alma, más lejos
2
Cuando dices que me amas
comprende mi silencio
mi arrobada mirada
mi enigmática sonrisa
la pequeña lágrima que cae liberada
todo dice que me halagas
3
Puedo parecerme a ti
puedohacer todo lo que tu haces
puedo llevarme el mundo por delante
puedo aventurarme en tierras desconocidas
puedo pelear batallas y conquistar nuevos territorios
puedo ponerme pantalones
lo que no puedo es olvidar que sigo siendo mujer
4
Estoy pendiente del teléfono
de tu voz en la distancia
antes del hasta pronto
por favor
dime que me amas
5
La rosa en mi mano
de trémulos petalos conformada
corre riesgo de desmenbrarse
con el temblor de mis dedos
mientras tu mano me acaricia
tambien corro el mismo riesgo
6
En la espera
y tras la despedida
hay un momento de silencio en que comprendemos
que ellos también forman parte de la vida
7
Como iniciada
en algún rito secreto
muero cada noche para renacer al día siguiente
siendo otra y a la vez la misma
con la experiencia de los años
y la feliz arrogancia de la juventud
en cada muerte me despojo del lastre de las dudas
en cada nacimiento adquiero nuevas certezas.
8
Si un hombre es capaz de llegar al fin del mundo
si las empresas que acomete son un desafío para él
si tiene el valor de enfrentar los peligros
si tiene la fuerza de vencer la adversidad
y la constancia de no darse por vencido
¿por que nosotras vamos a ser menos?
y en lugar de encerrarnos en nuestros vanos egoismos
corremos a su lado
9
Tengo el Sol ardiente en las mejillas
la Luna reflejada en el iris de los ojos
el Mar latiendo en el corazón
las Montañas erguidas en el pecho
la Noche hundida en el cabello
los Ríos corriendo por las arterias
las Dunas conformando las caderas
un Bosque para ser explorado
una Bahía para que eche anclas tu navío
10
Mirame a los ojos
los verás negros, profundos y misteriosos
pues son mi ventana
asi soy yo
morocha, profunda y misteriosa
un laberinto donde te dara gusto perderte
y no encontrar jamás la salida
11
Río contigo
lloro contigo
sueño contigo
amo contigo
vuelo contigo
a los cielos en donde no hay mas límite que la eternidad
Monday, July 17, 2006
Love Story
Nos conocimos en nuestra tierna y despreocupada infancia. Yo vivía en un departamento del primer piso de un edificio de la mitad de cuadra y tú en la casa de la esquina, la única que ostentaba un patio con parra y macetas con alegrías del hogar.
A pesar de las diferencias de sexo éramos buenos amigos que, dejando por mi lado las muñecas y por el tuyo la pelota de cuero, solíamos pasar las tardes conversando en el zaguán y soñando con futuros imposibles.
Recuerdo, especialmente, aquellas en que nuestros padres nos dejaban estudiar juntos en tu casa mientras ellos salían a realizar las compras. Libres de las miradas vigilantes, dejábamos los libros de lado y saltábamos alegres sobre los sillones riéndonos sin poder detenernos. En esas ocasiones advertí que simulabas caer al piso para poder verme la bombachita de voladitos de encaje bajo mi falda tableada. Algunas veces fuiste más audaz y simplemente me levantabas la pollera. En ese caso era yo la que simulaba. Simulaba molestarme.
El paso de los años nos separó, Al final del Primario nuestros rumbos se dividieron. Tú fuiste al Comercial y yo al Normal. Circunstancia agravada por que estaban a veinticinco cuadras uno del otro y por que nuestros horarios no coincidían.
Formaste tu barra de amigos, yo me junté con las chicas del Club. Un buen día mi padre compró una casa en la Provincia y ni siquiera pude pasar por la tuya a despedirme.
¿Diez años? ¿Once?. No se cuantos pasaron. Entre la Universidad y las pocas ganas de comprometerme aún seguía soltera. Linda, simpática, agradable, sensual, tentadora. No me faltaban pretendientes a los que rechazaba sin demasiado trámite para desdicha de mis padres.
Y finalmente sucedió. El trámite que debía hacer me llevó a una oficina donde abrumado de burocráticas montañas de papel te encontré
Tratando de que no te viera el jefe charlamos un rato. Para facilitarte las cosas te dije que te esperaba a la salida. Aceptaste.
Y en un mugroso café de escasas lamparitas nos contamos presurosos todo lo que nos habíamos perdido uno del otro.
Intercambiamos teléfonos. Después de dos días esperando que dieras el primer paso, te llamé. Algo debió haber sacudido tu anomia por que a partir de ese momento fuiste tú quien propuso las citas. Citas en donde caminábamos, ibamos al cine, charlábamos...
Me regalaste flores, bombones y hasta un par de aros. Eras atento, gentil, educado. Esperabas que me rindiera a tu cortejo a la antigua y yo comencé a negarme. No te contestaba el teléfono, me hacía rogar para cada cita, llegaba tarde, me mantenía en incómodos silencios.
Una noche fría y lluviosa mientras caminaba sola a mi departamento, una mano fuerte me tomó de la cintura, mientras otra me colocaba un trapo en la boca. Sin poder defenderme, me desvanecí. Desperté en esta habitación sin ventanas, para comprobar que estaba desnuda, atada a la cama y amordazada. Una máscara de cuero me cubría la cara con sólo dos pequeños agujeros a la altura de los ojos que no me permitían ver demasiado. Pero lo suficiente para verte cuando entrabas y colocándote encima mío me violabas una y otra vez, sin dejar de humillarme con cuanto insulto se te ocurría.
Sin poder responderte, sin poder gritar, yo me mordía los labios a cada embate tuyo. Es mejor así, si hubiera podido hablarte te hubiera dicho que eso era lo que estaba esperando de vos.
Y corría el riesgo de que una vez que lo supieras ya no quisieras seguir haciéndolo.
A pesar de las diferencias de sexo éramos buenos amigos que, dejando por mi lado las muñecas y por el tuyo la pelota de cuero, solíamos pasar las tardes conversando en el zaguán y soñando con futuros imposibles.
Recuerdo, especialmente, aquellas en que nuestros padres nos dejaban estudiar juntos en tu casa mientras ellos salían a realizar las compras. Libres de las miradas vigilantes, dejábamos los libros de lado y saltábamos alegres sobre los sillones riéndonos sin poder detenernos. En esas ocasiones advertí que simulabas caer al piso para poder verme la bombachita de voladitos de encaje bajo mi falda tableada. Algunas veces fuiste más audaz y simplemente me levantabas la pollera. En ese caso era yo la que simulaba. Simulaba molestarme.
El paso de los años nos separó, Al final del Primario nuestros rumbos se dividieron. Tú fuiste al Comercial y yo al Normal. Circunstancia agravada por que estaban a veinticinco cuadras uno del otro y por que nuestros horarios no coincidían.
Formaste tu barra de amigos, yo me junté con las chicas del Club. Un buen día mi padre compró una casa en la Provincia y ni siquiera pude pasar por la tuya a despedirme.
¿Diez años? ¿Once?. No se cuantos pasaron. Entre la Universidad y las pocas ganas de comprometerme aún seguía soltera. Linda, simpática, agradable, sensual, tentadora. No me faltaban pretendientes a los que rechazaba sin demasiado trámite para desdicha de mis padres.
Y finalmente sucedió. El trámite que debía hacer me llevó a una oficina donde abrumado de burocráticas montañas de papel te encontré
Tratando de que no te viera el jefe charlamos un rato. Para facilitarte las cosas te dije que te esperaba a la salida. Aceptaste.
Y en un mugroso café de escasas lamparitas nos contamos presurosos todo lo que nos habíamos perdido uno del otro.
Intercambiamos teléfonos. Después de dos días esperando que dieras el primer paso, te llamé. Algo debió haber sacudido tu anomia por que a partir de ese momento fuiste tú quien propuso las citas. Citas en donde caminábamos, ibamos al cine, charlábamos...
Me regalaste flores, bombones y hasta un par de aros. Eras atento, gentil, educado. Esperabas que me rindiera a tu cortejo a la antigua y yo comencé a negarme. No te contestaba el teléfono, me hacía rogar para cada cita, llegaba tarde, me mantenía en incómodos silencios.
Una noche fría y lluviosa mientras caminaba sola a mi departamento, una mano fuerte me tomó de la cintura, mientras otra me colocaba un trapo en la boca. Sin poder defenderme, me desvanecí. Desperté en esta habitación sin ventanas, para comprobar que estaba desnuda, atada a la cama y amordazada. Una máscara de cuero me cubría la cara con sólo dos pequeños agujeros a la altura de los ojos que no me permitían ver demasiado. Pero lo suficiente para verte cuando entrabas y colocándote encima mío me violabas una y otra vez, sin dejar de humillarme con cuanto insulto se te ocurría.
Sin poder responderte, sin poder gritar, yo me mordía los labios a cada embate tuyo. Es mejor así, si hubiera podido hablarte te hubiera dicho que eso era lo que estaba esperando de vos.
Y corría el riesgo de que una vez que lo supieras ya no quisieras seguir haciéndolo.
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