Llueve mansamente. Estoy sentado en el sillón triple mirando por el amplio ventanal el intensamente verde jardín.
Llueve, “detrás de los cristales llueve y llueve…” dice una canción de Serrat. La lluvia, generalmente no me produce algún sentimiento en especial. Pero ahora estoy sintiendo que algo se me atraviesa en la garganta y tengo ganas de llorar.
Pero no lloro. No debo. Debo mantenerme firme y con la mente fría. Pues si no es probable que ya no tenga fuerzas para seguir luchando.
Él esta acostado con su cabeza apoyada en mis piernas. Y habla. Y yo lo escucho a través del sonido de la lluvia, por que su voz por momentos desciende de volumen y tengo que hacer un esfuerzo por comprenderle.
Me habla del dolor, de sus miedos, de sus angustias, sus depresiones y…de la muerte. Y yo, en el fondo no quiero escucharlo. Debo animarlo, pienso, pero no sé cómo, más allá de tomar su mano y apretársela con fuerzas o atraer su cara a la mía y cubrirle la cabeza con mis brazos como si quiera protegerlo del mundo.
Del mundo externo, tal vez, pero no puedo con su mundo interior. Nunca me preparé para esto. No soy mas que un simple individuo, si, con algunas virtudes, la salud, la inteligencia, la habilidad para arreglar cosas o crear obras artísticas, la capacidad de querer seguir aprendiendo aun en la vejez.
En la vejez…
Estoy viejo. Tal vez no les parezca quizá por que camino rápido y no tengo canas. Pero estoy viejo. Él tiene solo cuatro años mas que yo y algunos nos han preguntado si es mi padre.
Tuvimos infancias muy diferentes, adolescencias muy diferentes, e incluso ahora, a pesar de estar juntos, tenemos vivencias muy diferentes. Yo me llevo bien con mis hijos. El tiene sus conflictos y para peor una hija que se está muriendo lentamente
Yo veo la vida con optimismo, a pesar de estar rodado de médicos y tratamientos, remedios y burocracias agobiantes. Él ya no puede.
Ha viajado mucho, es inteligente, un gran médico. Es quien me protegió en los primeros años de la relación. Ahora, paradojas de la vida, soy yo quien lo protege, quien lo cuida y quien sufre cuando me habla de enfermedades y muerte…
Mi único miedo si me pasara algo es que él quedaría desvalido sin saber que hacer. Y yo, si algo le pasara a él me quedaría muy solo. Autosuficiente, supongo, resiliente, también, pero solo. Por primera vez en mi vida sufriría la soledad.
Y también tengo miedo
Lo beso, una, dos, montones de veces. Afuera una mariposa amarilla revolotea entre un ramillete de flores color violeta. La miro, me trae le recuerdo de aquellas mariposas amarillas que revoloteaban siguiendo a Mauricio Babilonia en “Cien años de soledad”. Me quedo hipnotizado con las volteretas de su vuelo.
Como quisiera volar.
Como quisiera tener algún poder mágico para apoyar mis manos sobre las partes sufrientes del cuerpo de él y curarle para siempre.
Y no quiero llorar.
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