Thursday, June 27, 2019
POSTALES DE PUEBLO CHICO. LA POSIBLE CAIDA DE UN ICONO
La casa de la familia Rodriguez Ortega en el pueblo de Olivos corre riesgo de desaparecer. Se lo puede considerar un patrimonio del Partido de Vicente Lopez, pero lo cierto es que sus dueños no pueden mantenerla. Muchas asociaciones locales intentan convencer a la Municipalidad que la compre o decrete que el comprador no pueda demolerla, pero no sera la primera que pasará a la historia en un pais que hace poco por preservar su patrimonio arquitectonico
Monday, June 10, 2019
POSTALES DEL PUEBLO CHICO
Las siguientes fotos muestran dos pilares que durante mucho tiempo estuvieron rodeados de basura y escombro al costado del anden de la Estacion Vicente Lopez, en el conurbano norte bonaerense a pocas cuadras de la Ciudad Autonoma de Buenos Aires. En general los vecinos del lugar ignoraban totalmente de que se trataba. A pesar de ello a mi, que no soy vecina de este Municipio me llamaron la atencion y pude saber muchos años despues de haberlos conocido que se trataba de la construccion mas antigua, en pie, de Vicente Lopez. Mi pareja como miembro de una asociacion de vecinos fue uno de los impulsores para que se los pusiera en valor y se colocara al menos una placa explicativa. lo que consiguieron finalmente en 2013 bajo el gobierno municipal de Jorge Macri.
Los pilares en cuestion enmarcaban la entrada a la Quinta San Antonio que fue propiedad, a lo largo de los años, de varias familias de la sociedad de Buenos Aires desde la epoca colonial.
Algunos dueños fueron los Azcuenaga, los Ocaña y los Ibañez.
En realidad son conocidos como "Los pilares del Virrey" debido a que en esta quinta solia pasar largas temporadas el entonce virrey Vertiz y Salcedo alla por los años siguientes a la creacion del Virreynato en 1776.
La propiedad se fue loteando y dividiendo y ya no queda nada de su antiguo esplendor. La casa principal fue demolida en 1930.
Tuesday, June 04, 2019
COMO UNA RULETA RUSA (NOVELA POLICIAL)
Como una ruleta
rusa
Alexia Montes
Capítulo 1
Esa mañana de lunes, mientras apagaba el
despertador, el inspector Gutiérrez tuvo la certeza de que no iba a ser un día
normal. Esa indefinible sensación lo siguió a través de su departamento
mientras se lavaba la cara con agua fría y se afeitaba, a la antigua, con la
navaja que heredara de su padre. Fue como una sombra mientras se preparaba el
café y untaba las tostadas y todo lo que duró el desayuno sentado a la mesita
de la cocina e intentando escuchar la radio a pesar de las interferencias que
le producía la cercanía del teléfono celular.
En realidad los días de un policía nunca
son normales si los observamos desde la posición de alguien que no conoce la
actividad policial pero Gutiérrez, como todos sus colegas, ya estaba habituado
a la miseria humana que debían ver. Aunque aquella mañana el veterano inspector
estaba seguro que algo diferente iba a suceder.
Gutiérrez no tenía aspecto de policía.
Era alto, muy alto, delgado, muy delgado y se notaba en su cuerpo, aunque ya
pisaba los cincuenta y cinco que aún se mantenía ágil. En realidad lo único que
podía delatar su edad era su incipientemente canosa y larga cabellera que solía
llevar atada en la nuca con una coleta. Siempre vestía de la misma manera,
zapatillas de lona, pantalón de jean, remeras por arriba del pantalón y si el
clima lo ameritaba amplios y gruesos suéteres tejidos que resaltaban su
delgadez. Lo de usar la navaja de su padre era una manía, por lo demás era un
hombre habituado a las nuevas tecnologías y gustaba sentirse actualizado sintiéndose
más juvenil que algunos de los compañeros de su edad. Por ello también tenía un
auto más original que el resto, su última adquisición era un Smart azul
metalizado que consideraba muy útil a la hora de encontrar un sitio para
estacionar.
Tenía algunas dificultades con el
reglamento al que pocas veces respetaba pero su jefe, el comisario Fernández,
le perdonaba todo porque Gutiérrez tenía el impresionante antecedente de no
haber fallado jamás en ningún caso. Todos los resolvía casi sin dilación y
juntaba las pruebas necesarias para que los delincuentes fueran juzgados y
condenados sin ninguna duda. Por eso aquella mañana cuando entraba en la
comisaria el sargento Duarte que iba de salida, después de saludarlo, le
anunció que el jefe lo estaba esperando en su despacho.
Duarte era otro personaje. Casi a punto
de retirarse era solamente sargento porque nunca había aceptado un ascenso
mayor pues lo único que deseaba era estar en la calle. Allí donde se sentía
útil no solo para la gente sino para el cuerpo de detectives que lo consultaban
a menudo pues Duarte era los ojos y los oídos de todos ellos. No era el típico
agente que se la pasaba jugando con el celular en su parada sin mirar otra cosa
que la pantallita brillante, al contrario, el sargento era como un águila que
revolotea buscando su presa mirando aquí y allá y nada se le escapaba. Era
capaz de distinguir a un delincuente aunque éste caminara del brazo de su
esposa, con un hijo en brazos y mirando vidrieras en el centro comercial.
Que
el comisario esperara a Gutiérrez en su despacho a primera hora no era novedad.
Pero en cuanto entró a la oficina y Fernández le hizo cerrar la puerta recordó
el presentimiento que tuviera en cuanto despertó. El jefe no hizo ninguno de
sus habituales comentarios acerca de los resultados de futbol ni sobre el clima
y fue directo al asunto, lo que confirmó al inspector que no iba a ser un día
habitual.
-¿Se despertó con ganas de trabajar hoy,
Gutiérrez?- Dijo el comisario.
Gutiérrez asintió con la cabeza. Fernández
le acercó unos papeles que tenía sobre el escritorio.
-Le podría pedir que los lea pero se lo
voy a contar. Encontraron hace un par de horas dos personas asesinadas, un
masculino de alrededor de cuarenta y cinco años y una femenina de treinta, cerca
de la estación de Caballito, una a pocas cuadras de la otra, tienen ambos el
cuerpo cosido a puñaladas…-
-Eso puede ser un punto en común, un ladrón
anda por ahí haciendo de las suyas y dos víctimas se le resisten, tal vez sea
algún drogadicto pasado de paco-
-No, es más grave que eso- Manifestó el
comisario molesto por la interrupción.
-Le escucho-
-No hay indicios de robo, las víctimas
tenían sus celulares, sus relojes y hasta sus billeteras por eso los tenemos
identificados y ya estamos avisando a sus familiares, el tema es…-
El comisario se tomó un segundo para dar
más efecto a su palabras.
-…el tema es que ambos tenían los dedos
de la mano derecha manchados de tinta como si el asesino hubiera intentado
tomar sus huellas dactilares-
Definitivamente ese no iba a ser un día
normal, pensó Gutiérrez.
-¿Un maniaco que quiere llevar el
registro de sus víctimas?- Preguntó.
-Tal vez, tal vez nos estamos
enfrentando a un asesino serial, pero hay algunas cosas que no me cierran- Respondió
el comisario.
-Sí, me imagino, los crímenes parecen
hechos sin ninguna planificación, al azar. Generalmente un asesino serial ataca
personas con una característica en común y sus crímenes son más sofisticados-
-Justamente eso es lo que quiero que
averigüe en principio, aquí tiene las direcciones de las víctimas, trate de ver
que pueden tener en común, si es que lo tienen, y espero que sea así pues un
asesino que ataca aleatoriamente y sin un hilo conductor va a ser más difícil
de apresar.-
-¿Qué dice el forense acerca de la hora
de las muertes?- Interrogó Gutiérrez.
-Alrededor de las cinco de la mañana,
ambas víctimas iban a sus trabajos y no puede dilucidar cuál fue el primero
pues parece evidente que se produjeron con muy poco tiempo entre ambas, y…otra
cosa…no hay registro de cámaras de seguridad-
El inspector tomó los papeles con las direcciones
y salió al pasillo. Allí lo esperaban sus leales ayudantes, Márquez y Alonso
que advertidos de su presencia en el despacho del comisario ya se imaginaban
que tendrían trabajo que hacer. En cuanto estuvo a su lado Gutiérrez les dijo.
-Vamos muchachos a pasear, tenemos un
lindo caso entre manos que va a requerir que estemos muy despiertos-
Ambos
ayudantes sonrieron de satisfacción. Estaban de nuevo en acción.
Capítulo
2
La parte que Gutiérrez detestaba de su
trabajo era tener que hablar con los parientes de las víctimas. Ojala los
muertos no tuvieran parientes, pensaba a veces. Entonces todo su trabajo sería
como el de un científico en su laboratorio cotejando pruebas y analizando
posibilidades.
Pero era inevitable y, afortunadamente
para él, en esta ocasión los parientes ya habían sido notificados por otros y
se ahorraba el trabajo de hacerlo. Primero fueron a la casa del hombre y lo
único que pudieron saber, por su esposa, era que no tenía enemigos, que era
obrero metalúrgico de una de las pocas fábricas que subsistían en la zona de
Avellaneda y que todos los días salía a la misma hora para su trabajo. No le
debían dinero a nadie ni tampoco atravesaban por conflictos familiares. O sea
que no había a la vista ningún motivo aparente.
Con la hermana de la mujer asesinada no
les fue mejor. Las respuestas eran las mismas. La victima también estaba camino
a su trabajo. Era encargada de la sucursal del barrio de Belgrano de una gran
cadena de farmacias. Sin enemigos, sin deudas, sin novio conflictivo. Nada. Ni
siquiera había una relación entre las víctimas, a pesar de vivir en el mismo
barrio sus parientes afirmaban que no se conocían.
-Ya me esperaba que no conseguiríamos
nada- Manifestó Gutiérrez a sus ayudantes en cuanto salieron de la segunda
casa.
-¿Vamos a ver los escenarios de los
crímenes?- Preguntó Márquez.
-Vamos, quizá encontremos a los chicos
del laboratorio y nos puedan contar algo nuevo, pero no tengo esperanzas-
El hombre había sido asesinado en la
confluencia de Nicasio Oroño y Aranguren, una típica esquina de casa bajas, sin
negocios ni más movimiento que el de los vecinos cuando salen a hacer las
compras por la zona. La mujer en Martin de Gainza y Avellaneda, cerca del
estadio de Ferro Carril Oeste, una zona con mayor tránsito y algún que otro
negocio pero con un largo paredón perteneciente a unos monoblocks en la manzana
de la cancha. En esa vereda, poco iluminada, se produjo el ataque.
En el primer sitio no encontraron a
nadie. Los técnicos de levantamiento de huellas y rastros se habían retirado
habiendo cumplido con su trabajo. A primera vista solo se podía ver que se
trataba de un sitio muy tranquilo. Parados en la esquina atinaron a detener a algún
ocasional vecino que salía de su casa para interrogarlo pero salvo alguno que
creyó oír un grito, nadie había visto nada.
Desalentados, se dirigieron al segundo
de los escenarios y allí encontraron a sus colegas revisando el lugar del
crimen y sus adyacencias.
-¿Encontraron algo digno de ser tomado
en cuenta?- Preguntó Gutiérrez.
-Nada- Le contestó el teniente
Ballesteros, que conocía bien al inspector.
Después de unos segundos en que Alonso
le ofreció un cigarrillo al teniente, éste, una vez que lo encendió, continuó
hablando.
-Los de balística no pueden hacer nada.
Los asesinatos se cometieron con un cuchillo cuyas características las van a
determinar los forenses. Tomamos muestras de sangre pero seguramente son solo
de la víctima. Como encontraron los cuerpos es evidente que fueron tomados por
sorpresa y ni siquiera atinaron a defenderse. De todas maneras intentaran ver
si hay sobre los cuerpos algún rastro de ADN de otra persona. Todo está muy
confuso y allá en donde mataron al hombre la situación es igual-
Gutiérrez y sus ayudantes se miraron
mientras el teniente daba dos largas pitadas al cigarrillo. Tosió una vez y
dijo.
-No sé para que sigo fumando, el tabaco
me está matando…ah! y si quieren interrogar a alguien les comento que los
muchachos de la brigada ya estuvieron haciendo preguntas y nadie vio nada, no sé
si es cierto o por miedo pero va a ser difícil que le saquen palabra a alguien-
El inspector coincidió con esa opinión y
decidió que era inútil seguir ahí por lo que ordenó a Márquez y Alonso regresar
a la comisaría.
-Vamos a tomar unos mates y sentarnos a
pensar mientras esperamos el informe final de los forenses-
Y
los tres hombres subieron al Smart de Gutiérrez partiendo a su destino.
El
chacal de Caballito. Los noticieros del mediodía ya habían bautizado al
asesino. Y los vecinos del barrio miraban los aparatos de televisión,
verdaderamente asustados mientras noteros de ambos sexos mostraban con
manifiesta morbosidad los sitios de los crímenes incluidas las manchas de
sangre en las veredas y hacían a los transeúntes preguntas obvias y rayanas en
lo ridículas, especulando hipótesis de toda clase sin ningún tipo de lógica al
igual que sus colegas en los estudios que ya habían logrado llevar al piso a
alguno de todos esos especialistas que surgen de pronto ante casos similares y
a los que les hacen repetir una y otra vez conclusiones disparatadas sin ningún
asidero pues si la policía no tenía la más mínima idea de lo ocurrido menos
podrían tenerla quienes estaba ajenos a la investigación. Pero, en el afán del
rating, todos ocupaban minutos y minutos de trasmisión llenando el tiempo con
naderías.
Llegó la tarde y con ella el informe
forense. Las muertes se produjeron debido a la pérdida de sangre y a la acción del
arma homicida sobre órganos importantes como corazón y pulmones. Ambas víctimas
habían sido apuñaladas en el pecho, entre diez o doce veces y la conclusión era
que se trataba de la misma arma. Un vulgar cuchillo de cocina que no había sido
descartado en la zona de los crímenes.
No había rastros de cabello o piel en
las uñas de las víctimas como suele suceder cuando se resisten al ataque. Solo
se advertía una presión sobre la cara, señal de que habían sido tomadas por
detrás y les fue tapada la boca para que no griten mientras eran apuñalados. Y
luego esa inexplicable mancha de tinta en los dedos de sus manos derechas que
era lo que más inquietaba a Gutiérrez. Aparte de eso no había otro dato, ni
siquiera huellas dactilares de la mano que sirvió de mordaza.
El inspector estaba desconcertado. Por
un lado, pues por el otro lo invadía la adrenalina del desafío, pero se sentía
cansado y deseó estar en su departamento tomándose una cerveza y escuchando
música. De modo que les dijo a sus ayudantes que se fueran a sus casas.
-Mañana pensaremos mejor. Nos reunimos
aquí para cotejar todo lo que tenemos y analizarlo detenidamente-
La
idea era buena. Lo que no sabía entonces Gutiérrez era que al día siguiente,
martes, se encontraría con otros dos nuevos asesinados con sus manos entintadas,
esta vez en Balvanera.
Capítulo
3
El inspector no podía dar crédito a sus
oídos cuando el comisario Fernández le comentó las novedades. Esta vez los
crímenes se habían cometido en otro barrio, el primero en una de las entradas
del Abasto Shopping y el otro en la Plaza Miserere.
-Bueno, al menos estamos detrás del
mismo asesino- Comentó Gutiérrez como si tratara de sacarse un peso adicional
de encima.
-Yo no estaría tan seguro, si bien las víctimas
tenían los dedos entintados como los de ayer, esta vez fueron asesinados con
una balazo en la sien a quemarropa. La cámara del Abasto no funcionaba y en la
Plaza no hay-
-¿Un caso de copycat?- Preguntó el
inspector.
-No lo creo, estoy empezando a creer que
se trata de una conspiración-
-Bueno, aún es demasiado pronto para
pensar en eso-
Lo bueno para Gutiérrez es que esta vez
no tendría que visitar a parientes dolidos pues ambas víctimas eran indigentes
y aunque se les encontraron unos raídos documentos encima y la policía informó
su identidad a los medios por si aparecía alguien que los conociera todavía no había
novedades al respecto.
Sin saber qué otra cosa hacer fue a ver
las escenas de los crímenes y llevó consigo a su par de fieles ayudantes.
Cuando llegaron al primero, bajo el arco de una de las puertas del shopping, el
cadáver aún estaba allí tal como se lo encontró. Acostado sobre un colchón roto
y tapado con una mugrosa frazada, como si estuviera durmiendo plácidamente.
-Se murió y ni se dio cuenta. Es
evidente que estaba dormido, el asesino vio la oportunidad, se acercó y le
disparó apoyando el caño del arma en la cabeza- Dijo el policía que levantaba
huellas.
-¿Encontraron algo digno de mencionar?-
-Nada, salvo la vaina del proyectil,
aparentemente era una 22, nada especial. Ya se la llevaron los de balística.
Aquí no hay mucho más que hacer…-
Y en ese momento llegó la ambulancia
para retirar el cuerpo.
-Vayamos a la otra escena- Ordenó Gutiérrez
y se fueron caminado lentamente mientras observaban el incesante bullicio de la
zona entre gente que iba al trabajo, vendedores ambulantes y un tránsito infernal.
Cuando llegaron a la Plaza Miserere
encontraron a otro grupo de peritos analizando la zona. En este lugar el
cadáver ya había sido retirado.
-Estaba aquí- Dijo uno de los policías
señalando un cantero bajo la gran arboleda en la esquina de Ecuador y Bartolomé
Mitre, enfrente de donde había existido Cromagñon y agregó.
-Dormía cuando lo mataron, según parece
igual que la otra víctima por lo que lo único que podemos deducir es que
el asesino los encontró vulnerables y
aprovechó la ocasión. Se acercó, le apoyó el caño en la cabeza y ¡pum! A otra
cosa-
-¿Alguien vio algo?-
-Nadie quiere hablar, las únicas
personas que andaban por la zona son indigentes y pibes chorros, imagínese que
nadie quiere involucrarse-
La observación del policía del perito
era lógica. En cuanto llegó la policía, al descubrirse el cuerpo, desapareció
como por encanto toda la fauna de delincuentes que suele poblar la plaza asolando
a los pacíficos y honrados transeúntes. Arrebatadores, motochorros,
charlatanes, vendedores de humo, aprendices de violadores, todos salieron
despavoridos como hormigas cuando se patea el hormiguero.
-Algún día me gustaría poner presos a
toda esa gente y que no salga nunca más- Dijo Alonso.
-Matarlos es más práctico, así no
tenemos que pagar para mantenerlos en la cárcel y que, luego un juez imbécil
los libere para que vuelvan a delinquir- Acotó Gutiérrez.
-¿No se siente impotente cuando liberan
a algún hijo de perra al que nos costó tanto trabajo encerrar?- Agrego Márquez.
-Sí, y si no fuera porque después iría
yo preso juro que saldría a la calle a exterminarlos- Concluyó el inspector.
Unos muchachos vistiendo suéteres con
capuchas pasaron no muy lejos con la cabeza baja para no ser reconocidos.
-Ahí van tres tipos clásicos, en cuanto
nos vayamos y no quede consigna en la escena del crimen empezarán a hacer de
las suyas arrebatando carteras o celulares-
-¿Y si los detenemos ahora?- Acotó
Márquez.
-No. No están haciendo nada por ahora, y
tenemos mucho que hacer para estar esperando a pescarlos infraganti. La ley los
protege y ni siquiera podemos llevarlos por averiguación de antecedentes,
vámonos antes de que empiece a vomitar-
Por
suerte para ellos se fueron antes de que llegara la otra lacra, el periodismo
amarillista que se regodea con las malas noticias. Pocos minutos después la
plaza se llenó de camionetas de exteriores con sus antenas parabólicas, de
camarógrafos, de asistentes y de periodistas noteros tratando de encontrar el
detalle más macabro que suba el rating. De “el chacal de Caballito” se pasó a
“un chacal suelto en la ciudad”. Lo que, por supuesto, multiplicó
exponencialmente cantidad de ciudadanos
asustados.
Si la absoluta falta de conexión entre
las dos primeras víctimas ya era un galimatías difícil de desentrañar, la
aparición de las dos segundas acrecentaba el misterio al punto que, por primera
vez en su carrera, Gutiérrez no tenía la más mínima idea de cómo seguir. Esa
tarde estuvo sentado a su escritorio mirando papeles e informes y nada parecía
tener sentido. Unos datos parecían indicar un solo asesino pero otros datos
contradecían totalmente esa hipótesis.
Llamó al sargento Duarte. Si él no había
oído o visto nada otro cualquiera no hubiera logrado más. El sargento que estaba en ese momento en
las cercanías de la comisaria en su ronda habitual se acercó a pedido del
inspector.
-¿Qué crees tú acerca de todo esto?- Le
preguntó Gutiérrez.
-Lo único que le puedo asegurar es que
no se trata de algo orquestado por alguna de las bandas que andan operando.
Siempre que sucede algo en el mundo del hampa hay rumores, alguien que habla de
mas, algún traidor, algún despechado por quedar afuera de un reparto, alguien
que busca armas sin marcas o vehículos sin antecedentes y la realidad es que no
hay nada. Nadie sabe nada ni mis informantes más informados. Todo es silencio-
Pero
en ese silencio, al otro día, miércoles, aparecieron dos nuevas víctimas, en el
barrio de Núñez
Capítulo
4
Gutiérrez estaba al borde de un ataque
de nervios. Cuando supo de los nuevos crímenes en Núñez pensó que toda su
carrera estaba en juego. No era posible que sucediera algo así sin ningún tipo
de lógica. Por más disparatados y misteriosos que parezcan en ocasión algunos
asesinatos siempre hay un hilo conductor, un primer sospechoso aunque luego no
sea el culpable, un motivo, algo por donde comenzar.
Parado en la esquina de Ramallo y Arcos
miraba todo el entorno como si un árbol, un banco de la Plaza Félix Lima, un adoquín,
le pudieran dar la respuesta. Todo indicaba un barrio tranquilo, casas de
familia, una plaza y el restaurante El Portal, clásico de la zona.
-Fue con un objeto pesado, un martillo
tal vez. Un golpe certero en la cabeza y a otra cosa, ni siquiera se nota un
segundo golpe. Como los otros también tiene los dedos entintados- Le informó el
técnico levanta huellas.
-Cambió de arma- Comentó Alonso.
-Lo hace para despistar, para que
creamos que hay más de un asesino- Opinó Márquez.
-Tal vez, pero… ¿y los dedos manchados?
Esa es su marca- Dijo Gutiérrez y agregó -Me recuerda a aquella vieja serie de Ibáñez
Menta, el Pulpo Negro, ¿la recuerdan?-
Ni Márquez ni Alonso la podía recordar
pues eran muy jóvenes. Se quedaron en silencio esperando que el inspector les
aclarara el comentario.
-Había varios asesinatos y el criminal
dejaba un pulpo negro junto a las víctimas, la historia parecía muy loca pero había
una conexión entre las victimas…o al menos eso recuerdo, la vi hace tantos años…-
Y se quedó callado oteando de nuevo el
entorno buscando respuestas. Sus ayudantes se miraron entre si y se cruzaron
una sonrisa. Después de varios segundos Márquez abrió la boca.
-¿Y…si en verdad fueran varios
asesinos?-
-Imposible- Sentenció Gutiérrez.
El otro asesinato había sido en la
esquina de O´Higgins y Juana Azurduy. Las mismas características de barrio y
también frente a una plaza, el Parque Núñez y cerca de la estación de
ferrocarril. Una esquina bastante oscura, según le comentaron los vecinos a los
policías. Ideal para un crimen. Aquí también el arma había sido un objeto
contundente.
De regreso en la comisaría Gutiérrez se
encontró con lo que más temía. En cuanto ingresaron al edificio la sargento
Ledesma, ayudante del comisario le avisó que Fernández lo quería ver en su
despacho. Pensando mil cosas a la vez el inspector se dirigió a la oficina y
frente a la puerta la golpeó con los nudillos.
-¡Adelante!- Se oyó la voz del jefe.
-¿Me buscaba señor?- Preguntó Gutiérrez
una vez que cerró la puerta tras de sí.
El comisario hizo un gesto al inspector
para que se siente. Mala espina, pensó éste, cuando te invita a sentarte es
señal de malas noticias.
-Mire Gutiérrez, usted sabe que tengo
total confianza en su trabajo, y más que eso, usted sabe cuánto lo admiro, pero
tenemos un problema. La superioridad, allá en el Ministerio, escondidos tras
sus escritorios creen que no estamos haciendo nada y, lo que es peor, el
periodismo se está poniendo insoportable, hoy quisieron tener una declaración
mía a toda costa y yo no tengo nada para darles más que los detalles morbosos
de como aparecen las víctimas. Pero usted sabe, los políticos del ministerio
también están acuciados por la prensa que se cree juez de todo y tiemblan por
sus cargos…-
-Ahórrese los detalles. ¿Qué es lo que
quiere de mí?-
-En principio usted va a seguir a cargo
de la investigación, pero ahora debemos compartir todo con unos enviados de la
superioridad, gente que no tiene ninguna experiencia en la calle pero que
confía en la tecnología para resolver todo, lamento que va a tener que
tolerarlos y sepa que incluso van a querer pasar por sobre la autoridad que yo
le confiero, pero no puedo hacer nada, mi cabeza también corre peligro-
Gutiérrez salió de la oficina pensando
que el comisario también era un hipócrita que pensaba en su carrera, pero debía
reconocerle que era un policía de alma que se había forjado una carrera desde
lo más bajo del escalafón y le debía respeto. Pero en cuanto a esos oficinistas
del Ministerio tenía el peor concepto de ellos. Eran unos inútiles bien
vestidos que ni siquiera habían estado alguna vez en medio de una balacera.
Hasta sospechaba que ni siquiera sabían disparar un arma.
Sus ayudantes se acercaron en cuanto lo
vieron llegar por el largo pasillo.
-¿Problemas jefe?- preguntó Márquez,
como si no tuvieran bastantes.
Y el inspector los puso al tanto de la
conversación con el comisario.
A Alonso se le escapó una puteada.
-¡Pero la puta madre! ¡Esos inútiles lo
único que van a conseguir es demorarnos y traernos problemas!-
Gutiérrez intentó calmarlo.
-No hables en voz alta, la comisaria está
llena de gente que no conocemos y cualquiera podría ser uno de estos petimetres
de escritorio-
Pero los funcionarios que acompañarían
al inspector y su gente estaban en la vereda dando notas a la prensa-
-¿Hay alguna pista?- Preguntó el notero
de Canal 13.
-Estamos evaluando todas las
posibilidades, no descartamos nada pero no podemos hacer declaraciones sobre el
avance de las investigaciones para no alertar al asesino- Respondía el
funcionario.
-¿De que “avance” de la investigación
habla éste?- Comentó Alonso.
-No te preocupes, ellos tienen que decir
cualquier cosa con tal de tranquilizar a la gente- Manifestó Gutiérrez.
Las preguntas de los periodistas se
convirtieron, como siempre, en un montón de obviedades que no conducían a
ningún lado. Los funcionarios ministeriales se los sacaron de encima y fue
cuando vieron a Gutiérrez que los estaba observando. Se acercaron al inspector
y uno de ellos dijo-
-Soy Adalberto Montes y este es mi
compañero Néstor Vivas. Va a ser un enorme placer trabajar con usted. Sepa que
su fama es bien conocida en el Ministerio y pretendemos ayudarle con toda
nuestra tecnología para resolver este caso-
-Ni mi fama ni su tecnología van a
resolver nada, esto está muy complicado, demasiado…- Dijo Gutierrez en el
preciso momento en que un sargento le informaba que en las cámaras de seguridad
no había nada acerca de los crímenes-
Como
confirmando las palabras de Gutiérrez, al otro día, jueves, aparecieron otros
dos cadáveres en la zona de la Estación Retiro.
Capítulo
5
Los cinco hombres estaban reunidos en la
Sala de Descanso de los detectives. Ya habían comenzado las divergencias entre
los policías habituados a la calle y los de escritorio.
-Yo quisiera que ustedes pongan todos
esos datitos que consiguieron, usen la computadora y me digan algo que parezca
coherente o si no salgan a la calle a ver la realidad- Dijo Gutiérrez casi fuera
de sí ante los comentarios críticos de cómo había llevado la investigación
hasta ese momento.
-Lo suyo es prejuicio, Gutiérrez- Manifestó
Vivas.
-Lo mío es realidad, ustedes no aportan
nada a esta investigación- Gruñó el inspector.
-Bueno, digamos que usted tampoco ha
avanzado demasiado- Le contestaron.
Estuvieron a punto de irse a las manos
pero los ayudantes de Gutiérrez lo detuvieron a tiempo. En ese preciso momento
fue cuando llego la noticia de los crímenes en Retiro. En autos separados para
no seguir discutiendo ambos equipos de trabajo fueron al sitio. Uno de los asesinatos
había sido al pie de la Torre de los Ingleses, un joven de profusa melena y
ropa informal, a su costado yacía una guitarra y en sus dedos las infaltables
marcas de tinta. A no muchos metros de allí, en la calle entre las estaciones
del Ferrocarril Belgrano y la del San Martin, sobre el adoquinado, estaba el
otro. A ambos les habían disparado de cierta distancia con una pistola de
calibre 45.
Gutiérrez y los suyos llegaron primero y
se hicieron de todos los datos que les pudieron dar los peritos. Cuando estaban
siendo informados llegaron los otros dos policías que sin siquiera presentarse
comenzaron a atosigarlos a preguntas.
-¿Y estos, quiénes son?- Preguntó uno de
los peritos al inspector.
-Burócratas que recién se sacaron los
pañales- Contestó Gutiérrez causando la risa de todos, excepto de los
mencionados.
-Pero lo cierto es que nuevamente no
tenemos nada- Dijo Márquez poniendo un poco de seriedad en el ambiente.
-Nada,
nada de nada y las cámaras solo dan imágenes tan borrosas que ni siquiera
podemos ver las marcas de los autos que pasan- Respondió un perito.
Dar vueltas sobre el mismo tema y sin poder
lograr ni siquiera un pequeño dato que relacionara los crímenes de la manera
que fuera, salvo por los dedos entintados ya estaba poniendo nerviosos a Gutiérrez
y a su jefe. Este último seguía recibiendo presión por parte del jefe de
policía, el comisario mayor Ordoñez y del ministro de seguridad.
-Por pedido de ustedes acepté dos investigadores
más que me presentaron como expertos y sin embargo sigo sin poder avanzar-
Replicó Fernández al comisario mayor y como tenía algo de confianza por haber
sido compañeros en la academia continuó -¿No tiene otra idea genial que
aportar?-
-No te pases Fernández- Respondió el
comisario mayor, que caminó hacia la ventana del despacho y mirando hacia la
calle siguió con su discurso -Querido amigo esto se nos está yendo de las manos
y cuando algo se va de las manos empiezan a intervenir los políticos porque,
como sabes, su mayor miedo es perder votos-
-Eso es problema de ellos-
-No, es problema nuestro y más vale que
logremos algún avance porque si no rodaran nuestras cabezas, y antes que rueden
nuestras cabezas…-
En el segundo de silencio que se produjo
intervino Fernandez.
-Ya me la veo venir, tendrán que rodar
las de quienes estén por debajo nuestro-
-Exacto-
-O sea que tengo que deshacerme de mi
mejor investigador para calmar el miedo de los inútiles que hacen de la
política su modo de vida-
-No hay más remedio, debemos dejar esto
en manos de los servicios, les ayudaremos con gente en las calles. Sé que no te
gusta la idea, a mí tampoco, pero el ministro me tiene las bolas llenas
llamándome todos los días-
Fernandez miró hacia el suelo. Estaba
harto de la intromisión de los que nada saben del trabajo policial pero tal
como le dijera el comisario mayor había que conservar la cabeza.
-Está bien, cuando lo vea a Gutiérrez lo
pongo en otro caso-
-Me parece bien que hayas entendido,
mándalo con el tema de los desarmaderos de autos, ahí va a estar entretenido-
Lo que no vio Ordoñez cuando salió del
despacho de Fernandez fue la enigmática sonrisa de éste pues aún continuaba
mirando hacia el suelo. Te voy a dar meterte con mi gente, pensó el comisario
que ya tenía una idea rondando en su cabeza.
Cuando Gutiérrez supo que el comisario Fernandez
lo andaba buscando se imaginó claramente cuál era el motivo. Le dijo a sus
muchachos que esperaran en el escritorio y subió al despacho de su jefe. Golpeó
a la puerta, recibió un ¡Pase! Como respuesta y entró.
-Sí, ya sé, no me diga nada- Dijo el inspector
al entrar- me va a sacar del caso porque no podemos resolverlo, pero recuerde
que han pasado solo cuatro días-
-No te preocupes Gutiérrez, he tomado
una decisión, para Ordoñez estarás tratando de resolver el caso de los
desarmaderos de autos, eso te va a mantener en calle junto con tus ayudantes.
Cada tanto harás un movimiento como para que se crean que estas en eso, pero lo
que vas a hacer es seguir la investigación de estos crímenes en otro lugar.
Fija tu centro de operaciones en tu casa o donde creas conveniente, toma toda
la documentación que requieras y tratando de pasar desapercibido mira si
podemos avanzar en algo de este misterio-
El inspector no se hizo esperar más para
cumplir la orden. Para que no sospecharan quienes prosiguieran oficialmente la
investigación sacó fotocopias de todos los datos que había recogido en las
escenas de los asesinatos y los informes forenses. Buscó a sus ayudantes y les
dio la noticia.
-Desde ahora vamos a trabajar en mi
casa, vendremos por aquí para hacernos ver nada más y cada tanto haremos algún allanamiento
en los desarmaderos que conocemos, el resto del tiempo seremos una sombra-
Al
otro día un joven ciclista fue arrollado por un automóvil sin patente en la
esquina de la Avenida Belgrano y la Avenida 9 de Julio y un peatón mientras
cruzaba la Avenida Paseo Colon a la altura del monumento al trabajo. Podían
haber pasado como otros accidentes de tránsito tan comunes en la Capital, pero
las víctimas tenían los dedos entintados. El Ministro de Seguridad debió dar
una conferencia de prensa para calmar a la población.
Capítulo
6
-Lo bueno- Decía el comisario Fernandez
mientras conversaba con sus subordinados -Es que han bajado notoriamente en
solo cinco días el delito común, hay menos motochorros por la calle e incluso
mermaron las entraderas-
-¿Será que hasta los delincuentes tienen
miedo?- Preguntó uno de los policías que estaba escuchando.
-Sí, lo único que espero es que ustedes
no lo tengan. Pero por precaución de ahora en adelante las rondas nocturnas
serán de a dos sin excepción-
El grupo asintió en silencio y se
disolvió yendo cada uno a sus tareas. El comisario Fernandez deseaba que
Gutiérrez le pudiera llevar una novedad pues no les tenía ninguna fe a los de
los servicios porque esos inútiles lo único que sabían era espiar a políticos y
periodistas para extorsionarlos.
En tanto el inspector llevó todo lo poco
que había logrado reunir de información a su departamento. Instaló allí un
pizarrón con imanes y distribuyó los datos, día por día, barrio por barrio y
por arma homicida. Sus ayudantes, Márquez y Alonso lo acompañaron con la
condición de que se pagaran el café y las facturas a los que Gutiérrez lo sabía
tan propensos.
Era el quinto día, viernes, y se habían
cometido los dos asesinatos que simulaban ser producto de la pésima manera que
conducen los porteños pero el inspector no tenía ningún dato y sabía que los
nuevos encargados de la investigación no se los iban a dar, de cómo que convocó
al sargento Duarte a su nuevo centro de operaciones. Duarte no solo era un
experto en detectar delincuentes, también lo era para pasar desapercibido, casi
como invisible, mientras husmeaba aquí y allá. Era el individuo ideal para
encomendarle búsqueda de información.
De modo que cuando el sargento se
presentó con Gutiérrez éste le encomendó que fuera a los sitios de los hechos y
volviera con todo lo que pudiera lograr. Duarte estaba feliz con la misión y
partió de inmediato. Mientras tanto, Gutiérrez reunió a sus ayudantes y les
comunicó como iban a operar pues el tema era que debían simular que estaban en
otro caso.
-El jefe estuvo inteligente, nos
encomendó que nos ocupáramos de los desarmaderos de autos y eso no requiere un
trabajo de investigación, los conocemos y sabemos a quienes coimean en las comisarías,
así que vamos, una vez voy yo con uno de ustedes, la otra con el otro, solo dos
veces en la semana, los apretamos y le mandamos un allanamiento, el juez
Castaño me hace las ordenes enseguida y actuamos, y en la semana siguiente
vamos por otros dos más-
-Así parece que estamos muy activos,
bien pensado. ¿Y mientras tanto?- Dijo Márquez.
-Mientras tanto voy a tener a Duarte en
la calle siendo nuestros ojos y oídos, es lo que le encanta. Estará en contacto
con los tres por cualquier emergencia, los días que no nos ocupamos de los
desarmaderos nos reunimos aquí y procesamos la información, esos sí, se me
compran el café instantáneo y las medialunas-
-Sí,
jefe, no hay problema- Contestó Alonso
Duarte era un maestro no solo para pasar
desapercibido sino también para mimetizarse. En los escenarios de los crímenes
se mezcló con los investigadores de los servicios. Obviamente, para ello se
había vestido con ropas de civil y mientras conversaba con los encargados
sacaba fotos disimuladamente con su celular de las marcas que habían hecho en
el pavimento para determinar el sitio del atropellamiento y la dirección que
llevaba el vehículo. Supo también que no había testigos fidedignos por lo
avanzado de la hora y un muchacho, kiosquero que iba a buscar los diarios del
día era el único que podía decir que, al menos, el auto era de color blanco y
que solo lo vio alejarse cuando el conductor ya había sacado las huellas
dactilares del muerto.
En el segundo de los escenarios casi
descubren a Duarte pues los peritos forenses lo conocían, pero él tuvo la
rapidez mental para desaparecer de allí lo más rápido posible e ir al
departamento de Gutiérrez a llevarle todo lo que recogiera.
Para no llamar demasiado la atención el
inspector envió a Alonso y a Márquez a las casa de las victimas haciéndose
pasar por empleados de una compañía de seguros y tratar de averiguar algo consistente
de la vida de los fallecidos. Ambos salieron mientras Duarte ayudaba a Gutiérrez
a distribuir sobre el pizarrón la información y le contaba todo aquello que su
olfato de sabueso captara en los sitios de los atropellamientos.
-No tienen idea de cómo empezar, esos de
los servicios son unos tarambanas totales, imagínese que uno de ellos me ordenó
que tomara nota de todo lo que decían y ni siquiera me conocía ni sospecharon
que no fuera uno de ellos, yo recién me había acercado al grupo y me metí en
medio sin pronunciar palabra, imagínese ni siquiera habían puesto una banda de
contención para que no se acerquen los curiosos-
Gutiérrez rio con ganas.
-No te preocupes, Duarte, ya vamos a
conseguir resolver esto y esos presuntuosos van a quedar como los imbéciles que
son. ¿Tienen alguna teoría por lo menos?-
-Sí, creen que es un asesino solitario,
pero nada más que eso-
-Sí, claro, es lógico pensarlo, nadie se
imagina que cinco personas se ponen de acuerdo para cometer crímenes sin
sentido, pero…-
Gutiérrez se quedó cavilando mirando
hacia el piso mientras se tomaba el mentón con la mano derecha. Duarte,
terminada su tarea se quedó sin saber qué hacer y se dirigió a la cocina a prepararse
un café. Cuando volvió el inspector continuaba en la misma posición.
-¿Le preocupa algo jefe?- Preguntó
intrigado.
Gutiérrez, ante las palabras del sargento
reaccionó como si volviera de un sueño.
-No, nada, un ruido interno que no tiene
importancia-
Y cuando vio a Duarte con la taza en la
mano prosiguió.
-Más vale que no dejes huellas de tu
incursión en la cocina pues sino Márquez y Alonso van a querer cobrarte el
café-
Duarte se sonrió.
-Pierda cuidado jefe, soy un maestro
para eso- Y luego de un sorbo preguntó- ¿Mañana nos vemos?-
-No, no te preocupes y descansa, mañana
no va a pasar nada, es fin de semana-
Y
tenía razón, ese fin de semana no ocurrió ningún crimen, para desdicha de los noticieros
amarillistas que no tenían otra cosa que informar.
Capítulo
7
Los ayudantes de Gutiérrez volvieron de
sus visitas con las manos vacías, no había enemigos, deudas, conflictos
familiares, ni relación entre las víctimas. Nada. Pero lo más desconcertante
fue que no solo estuvo tranquilo el fin de semana tal como lo había imaginado Gutiérrez,
sino toda las semana siguiente. ¿La ola de crímenes estaba concluida? ¿El
asesino había cubierto su sed de sangre?
El comisario Fernandez concurrió al departamento
de Gutiérrez. Solo, manejando su propio auto y tomando todas las medidas
posibles para que nadie supiera adónde iba. En cuanto vio detenerse el vehículo
de su jefe, el inspector abrió la puerta para que no se demorara en entrar.
-Y, bien. ¿Qué me dice acerca de que ya
no se comentan asesinatos?- Preguntó Fernandez en cuanto entró.
Márquez le sirvió una taza de café al
comisario. Gutiérrez se acomodó en su sillón favorito e invitó al comisario a
sentarse en el otro. Después de encender un cigarrillo comenzó a hablar.
-Supuse que los crímenes se detendrían
durante el fin de semana. Me parecía sugestivo que hubieran comenzado en lunes,
solo por eso creí que los del viernes serían los últimos pero mi olfato de
sabueso me falló pues mi conclusión era que recomenzarían este lunes-
Fernandez terminó la taza de café y la
dejó en una mesa aledaña.
-Le voy a decir lo que pienso. Yo creo
que el asesino nos dejara unos días de paz para que nos relajemos y cuando estemos
distraídos atacará nuevamente-
-No es una idea descabellada…- Comenzó a
decir Gutiérrez.
-Obvio, por eso soy comisario- Le interrumpió
el jefe sonriendo y luego continuó --Por eso voy a dejar la gente en la calle
con patrullas reforzadas-
Se hizo un instante de silencio. Entró
Alonso en la habitación trayendo una bandeja con una botella de licor de cacao
y varias copitas.
-Esto se está relajando, yo no bebería
en horas de servicio- Comentó Fernandez.
-Relájese, para nosotros las horas de
servicio se han convertido en todo el día, esto es solo un pequeño recreo y supongo
que no lo van a detener para hacer un control de alcoholemia-
-A propósito de todo el día, sé que lo
tiene a Duarte trabajando para usted, ¿le averiguó algo importante?-
-Me trajo todos los datos de las
víctimas y los resultados forenses pero como siempre no hay nada. Lo que no
pudo llegar a averiguar es si los de los servicios saben algo que nosotros no-
-No saben nada, se lo puedo asegurar-
Aseveró Fernandez.
-Ya allanamos el desarmadero de Warnes y
Dorrego para hacer de pantalla, no encontramos nada significativo en autopartes
pero si hay facturas truchas para justificar coimas. ¿Quiere que siga
averiguando eso?-
-Téngalo
en carpeta, por si tenemos que apretar a alguien, pero por ahí tocamos a algún poderoso
fuera de tiempo y nos lo echamos encima arruinado la otra investigación-
Respondió Fernandez.
El inspector solo dijo Ok. Y les ordenó
a sus ayudantes que mantuvieran lo incautado bajo siete llaves. Sobre todo por
que sospechaba que el comisario era uno de esos peces gordos.
Lo acompañó hasta la puerta y cuando
estaba por salir le preguntó.
-¿Está seguro de que no lo andan
vigilando los de los servicios y se enteran de que vino a mi casa?-
-Perdé cuidado Gutiérrez. Estos idiotas
todavía estaban en el colegio cuando yo ya era inspector-
Gutiérrez
miró por la ventana hasta que el comisario arrancó su auto y se marchó. Por las
dudas se quedó unos minutos esperando ver si salía otro auto detrás de él, pero
fue en vano. La calle estaba vacía.
La falta de noticias con respecto a algún
tipo de resolución de los asesinatos y para completar el cuadro de desconcierto
el hecho de que pasara una semana sin ningún otro llevó a los noticieros a
dejar de interesarse en el tema. Los especialistas desaparecieron de los
programas de opinión, esos con un conductor y varios impresentables que
trabajan de opinadores sin tener la más mínima idea de lo que están diciendo y
por lo tanto volvieron a los temas banales de siempre como con quien se acuesta
la nueva estrellita en ascenso o los últimos escándalos de algún famoso
deportista.
Los
noticieros se acordaron de que existe un país más allá de los límites de la
Capital y, lo que es más increíble aun, se acordaron de que hay un mundo más allá
de los límites del país y por lo tanto pudimos saber que los chalecos amarillos
seguían haciéndole lio en Paris al presidente o que en algún estado del medio
oeste norteamericano un enajenado, protegido por la ley de armas y la
Asociación del Rifle había hecho otra masacre en un colegio.
Gutiérrez se sentía como un león
enjaulado mientras estaba en su departamento cotejando por milésima vez todos
los pocos datos que tenía. El comisario pasó a verlo todos los días aunque
viendo que no se presentaba ninguna novedad el tema de conversación entre ambos
policías pasó del caso de “los dedos pintados”, como lo bautizara el
periodismo, a recordar viejos tiempos, el futbol, el clima o la política.
Cuando llegaron al tema de la política
el inspector creyó tener una idea. Se estaba aproximando la fecha de elecciones
y era posible imaginar que el partido de la oposición, que tenía entre sus
punteros a ciertos individuos que la policía conocía bastante bien porque
tenían antecedentes penales por narcotráfico, ser miembros de barrabravas de
clubes o simplemente delincuentes de notoria violencia, podía estar generando
el caos para hacer caer en descredito al partido gobernante. Después de
mascullarlo un par de día se lo dijo a Fernandez. El comisario no lo tomó en
serio al principio. Luego recordó que los servicios estaban conformados por
agentes que habían sido nombrados cuando el partido opositor era gobierno y
comenzó a sospechar sobre el verdadero motivo de que la policía fuera
desplazada del caso y entregado a estos esbirros del ahora partido opositor.
Había
pasado el fin de semana siguiente. Ese lunes el comisario iba a hablar con Gutiérrez
sobre lo que pensaba pero una novedad volvió todo al punto de inicio. Habían
aparecido dos asesinados, metidos en contenedores de la basura, en el barrio de
la Boca.
Capítulo
8
Uno de los cadáveres se encontraba casi
al pie del Puente Nicolás Avellaneda y cerca del borde de la calle hacia el
mugroso Riachuelo, el otro en la esquina de Suarez y Necochea, frente a una
antigua casa abandonada en un barrio de veredas altas para evitar las
inundaciones, con construcciones mezcla de ladrillos, cemento y chapa.
Para que no quedaran dudas tenían los dedos
marcados con tinta. El del puente era un joven vestido a la usanza de los
raperos, el de la esquina donde todavía funciona una vieja cantina, Il piccolo
vapore, era un anciano bastante conocido en el barrio. El arma homicida, un
objeto que podía tener un filo gastado. Los forenses pensaron en un hacha.
Nuevamente el terror invadió las calles.
Casi como si se hubiera ordenado un toque de queda por parte del gobierno, la
gente se recluyó en sus hogares en cuanto bajaba el sol. Los noticieros
volvieron a tener picos de rating contando una y otra vez lo poco que sabían y
volvieron los especialistas a sacar sus afiebradas conclusiones. En el área de
seguridad del estado, el ministro convocó a los responsables de los servicios
y, una vez que estuvieron en su despacho y cuando se habían marchado los
periodistas montó en cólera. Trascendió que sus gritos se escuchaban en los
pasillos aledaños y que no paraba de mostrar su desencanto mientras los demás
presentes se mantenían en silencio. El funcionario tenía la misma sospecha que Fernandez.
Los acusó de estar trabajando para la oposición y, al mismo tiempo, les amenazó
con echarlos a todos si no le llevaban alguna respuesta para el día siguiente.
Cuando el comisario se enteró, por
amigos, del desarrollo de esta reunión se restregaba las manos de placer.
Estaba seguro de que la investigación volvería a su órbita y tendría la
posibilidad de recuperar el prestigio de la fuerza. Aunque, por el otro lado, tenía
sus dudas de no poder resolver el caso y correr el mismo riesgo de los jefes de
los servicios. Pero, al menos, contaba con que no sospecharan que trabajaba
para la oposición pues el ministro conocía muy bien sus ideas políticas.
Duarte anduvo husmeando por los sitios
de los crímenes y además de averiguar quiénes eran las víctimas y donde vivían,
lo único que supo con seguridad era que los servicios continuaban a cargo de la
investigación. Y, al parecer, no por voluntad del ministro sino por la presión
que ejercieron los hombres de la inteligencia amenazando al funcionario con
hacer ciertas revelaciones de su vida privada. La conclusión del policía fue
producto de una conversación escuchada al azar donde dos miembros de los
servicios se jactaban de su poder sobre los políticos, incluido el presidente.
Duarte, contaría luego a Gutiérrez, que estaban a la vuelta de la esquina sobre
la calle Necochea mientras él se encontraba protegido por la sombra de los árboles
y no lograron verlo. De todas maneras esa conversación hecha sin demasiado
cuidado por quién podría escucharla revelaba el sentido de impunidad que tenían
El inspector fue rápidamente a verlo a
Fernandez en su despacho pues no deseaba pasarle esa información por teléfono
sabiendo que toda comunicación era factible de ser interceptada. A este punto
de desconfianza se había llegado a raíz de los asesinatos.
Fernandez
perdió las esperanzas de volver a retomar la investigación. Pero estaba
decidido a no renunciar a su plan. Por lo tanto pidió extremo cuidado al
inspector sobre todo porque temía que corriera peligro su vida y la de su
gente, Márquez, Alonso y Duarte si llegaban a ser descubiertos. Sabía muy bien
que a los de los servicios no les iba a temblar el pulso para sacárselo de
encima y si los asesinaban iban a publicar cualquier excusa por su muerte, como
acusarlos de narcotraficantes o algo así. Gutiérrez era muy hábil y conocedor
de estos riesgos pero si podían dominar a un ministro los servicios podían
hacer lo que se les antojara.
Como
si no bastara con el caos reinante la noticia, en estos tiempos globales, trascendió
al mundo. Los portales de los diarios de una gran cantidad de países
importantes reflejaron el estado de inseguridad en la ciudad de Buenos Aires y
comenzó a mermar la cantidad de visitantes que llegaban al país. En todas las
agencias de turismo se incrementaban las cancelaciones de reservas de viajes.
En una economía que pendía de la venta de soja y el turismo externo pronto se
hizo notable la disminución de la entrada de divisas y de la actividad de todo
aquello que estuviera relacionado como hoteles, restaurantes, líneas aéreas y
negocios de venta de calzado y ropa de cuero entre otros. Lo que trajo
aparejado, por supuesto, el cierre temporal de algunos y la consiguiente
licencia a sus empleados. En las embajadas se trataba de ofrecer información a
los turistas pero, como era lógico, era bastante escasa. Al no haber un patrón en
los sitios de los crímenes ni siquiera podían decirles que barrios no transitar.
En el atardecer de ese lunes Duarte
estaba tomando un café en un bar del centro cuando se le apareció un viejo
amigo del secundario. El individuo lo había visto por la ventana y como hacía
varios años que no se veían no vaciló en entrar a saludarlo. Primero
intercambiaron novedades sobre lo que había
sucedido en sus vidas privadas durante todo ese tiempo y con el transcurso de la
conversación se derivó inevitablemente al tema del momento. El viejo sabueso se
cuidó muy bien de contar que estaba involucrado en la investigación lo que fue
un acierto pues su amigo le confesó inesperadamente que estaba trabajando como administrativo
en el servicio de inteligencia. Duarte disimuló muy bien el interés que le
produjo esta revelación y casi como al pasar le preguntó si era cierto que
estaban ocupados con la resolución de los crímenes.
-Sí, pero hay un desconcierto total-
Respondió su amigo para luego agregar -No tienen la más mínima idea de lo que
está ocurriendo-
El policía, ávido de información llevó
la conversación un poco más lejos y le preguntó algo que se le ocurrió en el
momento.
-Si el gobierno les dio a ustedes la
responsabilidad de la investigación ¿No será posible que piensen que se trata
de una serie de actos terroristas que provengan del extranjero?-
La respuesta lo dejo helado.
-Ja! Si piensan eso están fritos. Los
servicios ni siquiera se molestan por las amenazas externas, están demasiado
ocupados armando carpetas de políticos y periodistas-
Esa
noche Duarte pasó por el departamento de Gutiérrez para contarle la novedad y
quedaron en ver al comisario al día siguiente, pero no tuvieron tiempo. Ese
martes aparecieron otros dos cadáveres, degollados limpiamente y con los dedos
marcados, esta vez en Parque Patricios.
Capítulo
9
Los investigadores, los periodistas y el
público en general no salían de su asombro al saberse de la ubicación de los
nuevos crímenes. Habían sido realizados en pleno Parque a pocos metros del
Hospital Churruca de la Policía Federal y de la sede el Gobierno de la Ciudad,
sitios que supuestamente estaban mejor custodiados que otros sectores del
entorno.
Duarte apareció a colarse, aprovechando
el caos que siempre se genera en las escenas de los crímenes, como un topo en
medio de los agentes de los servicios pero empezó a notar que lo estaban
observando con recelo y decidió poner prudente distancia entre esos esbirros y
su persona. De todas maneras no estaba muy preocupado porque lo reconocieran
pues previendo esa situación se había puesto anteojos para sol y una frondosa
barba que imposibilitaban cualquier reconocimiento facial.
Al viejo policía se le había ocurrido la
idea pues sabía que el sitio estaba plagado de cámaras de seguridad. Hasta ese
entonces las cámaras le habían servido de poco al inspector Gutiérrez, unas por
que apuntaban a cualquier lado, otras porque solo se veía en tiempo real pero no
grababan, otras simplemente porque no funcionaban o por que la imagen era
defectuosa por falta de iluminación. Pero esa información la tenía solamente de
los cuatro primeros asesinatos en el momento en que comandaba la investigación.
En los tres siguientes ya no tuvo acceso debido a la intervención de los
servicios. Cuando Duarte le comentó de manera un tanto graciosa lo que había
hecho para evitar ser reconocido el inspector cayó en la cuenta de que pudiera
ser que los agentes de inteligencia hubieran logrado alguna imagen que
seguramente jamás iban a compartir.
-¿No les parece posible que en realidad
en los servicios sepan algo y lo estén ocultando haciéndonos creer que no
tienen nada probablemente sabiendo que nosotros les andamos a su retaguardia?-
Preguntó Gutiérrez a su hombres reunidos en su casa.
-Bueno, eso es posible, ya es vox populi
que pueden ser cómplices del anterior gobierno y que ante esa sospecha se van a
auto defender como una corporación hasta que este gobierno caiga- Dijo Márquez.
-Sí, bien. El tema es que hasta ahora
los estamos creyendo unos inútiles, pero ¿y si de verdad tuvieran información y
pistas para resolver los crímenes?-
-Si no la dan a conocer seria complicidad
o encubrimiento- Afirmó Alonso.
-Como si a ellos les importara- Musitó
el inspector.
Y después de unos segundos en que se quedó
mirando al piso, levantó la vista y mirando a sus ayudantes dijo.
-Muero por saber si estos malparidos tienen
información de las otras cámaras de seguridad-
-¿Vamos y se las pedimos?- Preguntó
Duarte en tono de sarcasmo.
-Si, ¡ja! Pero podemos hacer otra cosa,
ver si los dueños de las cámaras nos dejan verlas-
-No creo que podamos sin poner en alerta
a los servicios. En la 9 de Julio y en Parque Patricios las cámaras existentes
son del Gobierno de la Ciudad. La única que podríamos ver, si tenemos suerte,
es la de la cantina en la Boca- Aseguró Duarte.
-¿Y
si vamos a visitarlos?-
-Vayamos jefe, ya me estoy anquilosando
sentado aquí sin poder hacer nada- Dijo Alonso aprestándose a tomar su abrigo.
-Vayamos todos, no estará de más un poco
de protección- Opinó Duarte.
Para evitar cualquier sospecha salieron
del edificio separados de a dos y subieron Gutiérrez y Márquez en el Smart del
inspector y Duarte y Alonso en el antiguo Taunus del veterano policía. Incluso,
tal era su aprensión, que fueron por caminos diferentes de acuerdo a un plan
previsto. En cuanto llegaron a la esquina de Suarez y Necochea vieron que la
cantina estaba cerrada. Gutiérrez y su ayudante bajaron del auto, se pararon en
la vereda hasta que vieron al vehículo de Duarte estacionarse a pocos metros.
Entonces tocaron el timbre de una puerta lateral.
Un par de ojos asomaron por la mirilla
inquisitivamente.
-¿Qué desean?- Preguntaron desde
adentro.
Gutiérrez sacó su placa y la mostró
rápidamente como para que no pudieran ver su nombre. El hombre de los ojos en
la mirilla abrió lentamente la puerta y los dejó pasar.
-Queremos ver su cámara de seguridad-
Dijo el inspector.
-¿Otra vez?- Pregunto el hombre.
-Sí, creemos que no hemos visto todo-
-No hay mucho más que ver. Sus compañeros
grabaron lo que había en un CD y me obligaron a borrar la memoria-
-¿Y no quedó nada del día del crimen?-
-Me temo que no, pero véalo usted mismo
si no me cree-
El hombre los guió por un largo pasillo
hasta una habitación donde había un par de monitores. En ese momento la cámara
estaba funcionando y realmente no parecía muy precisa en cuanto al foco, la
calle se veía medio borrosa y las personas que pasaban parecían esfumarse sin
poder observar sus rostros-
-¿Siempre funcionó así?- Preguntó Márquez.
-Sí, más o menos, desde que la
instalaron fue un desastre-
Gutiérrez le pidió al hombre que le mostrara
lo grabado y fue evidente que lo sucedido el día del crimen ya no estaba allí.
Agradeció su atención y salieron a la calle.
-Encontraron algo valioso y por eso se
llevaron la grabación- Dijo Márquez.
-O no- Respondió Gutiérrez para luego
continuar- Tal vez sea todo lo contrario, ¿Te fijaste cómo funcionaba esa
cámara? Estoy empezando a creer que no encontraron nada pero hacen toda esta
movida por que casi con seguridad saben que andamos detrás y nos quieren hacer
creer que tienen algo-
-¿Con que motivo?-
-Despistarnos y que a través nuestro
trascienda que están encaminados y justificar que sigan con la investigación-
-Puede ser, ¿Sabe? me causó gracia los
de “compañeros” que dijo el cantinero- Comentó Márquez.
-Sí, bueno no le podes pedir a la gente
civil que distinga entre un imbécil de los servicios…-
-¿Y un policía imbécil?-
-Si,
ja, ja, casi digo eso…pero vayamos a descansar que mañana habrá otros dos
crímenes-
Y así
fue, otros dos cadáveres aparecieron en los bosques de Palermo
Capítulo
10
En el caso de Palermo había una relación
entre ambas víctimas. Era una pareja de jóvenes, un chico y una chica. Habían
sido asesinados juntos y era evidente que los tomaron de sorpresa y golpeados
en la cabeza con un objeto contundente pues aún estaban tomados de la mano.
En esta ocasión fue Alonso a hurgar en
la escena del crimen. Gutiérrez no quiso enviar a Duarte pues temía que lo
hubiesen reconocido. El ayudante del inspector no pudo saber más de lo que
informaban los respectivos documentos pues los tuvo en las manos debido a la distracción
de los agentes de los servicios. La parejita era de La Matanza y el varón tenía
un par de entradas por robo a mano armada. Pero esta vez no le sirvió su fama
de violento y pendenciero. No le dieron tiempo ni para ver a su asesino, o al menos
eso informaban los forenses debido a la posición de los cuerpos. Hubiera pasado
por un ajuste de cuentas entre pandillas, pero no, allí estaban sus dedos
manchados con tinta.
En el departamento de Gutiérrez, Alonso
informó a su jefe.
-El pendejo tenía que estar preso pero
uno de los aprendices de Zaffaroni lo soltó antes de tiempo-
-Se jodió por eso. Se habrá creído muy
afortunado el boludo. En fin, uno menos- Opinó el inspector.
-Estaría bueno que el asesino se
dedicara a matar delincuentes- Manifestó Duarte.
-Sería más eficiente que nosotros-
Concluyó Márquez.
-O sea que ni vale la pena averiguar en
que andaba el chorrito ni su novia- Dijo Gutiérrez.
-No, ni siquiera darle el pésame a la
familia- Agregó Alonso.
-Bueno, no sea tan severo- Insistió el inspector.
-Bueno, vaya usted si tiene ganas de ir
a Marcos Paz y a Ezeiza- Dijo Alonso.
-¿Qué? ¿Los dos padres están presos?-
preguntó Duarte.
-Y, si, es el signo de esta época-
Insistió Alonso sonriendo.
-Está bien, un médico desea que su hijo
sea médico, porque un hijo de un chorro no va a ser chorro- Manifestó
Gutiérrez.
En definitiva decidieron no insistir en
este caso, ni siquiera había cámaras en las cercanías de la escena del crimen
y, por supuesto no había testigos.
Los noticieros mostraron una cara
novedosa ese día, la gente, que hasta ese momento temblaba con la sola mención
del asesino serial suelto aparecía en los móviles de los canales de televisión
elogiándolo debido a la muerte del delincuente. Al mismo tiempo arreciaban críticas
contra la policía por su incapacidad, no de encontrar al asesino, sino de no
combatir la delincuencia. De todas maneras el público tampoco conocía que la
investigación estaba a cargo de los servicios. Como sucede en toda sociedad
ignorante la gran mayoría ni siquiera sabía que eran ni que existieran.
Fernandez estaba en el departamento de Gutiérrez.
Iba tan solo a tomar unos mates pues no esperaba que su subordinado le pudiera
dar una novedad. Estaban viendo el noticiero y cuando escucharon las
declaraciones de las personas acerca del último doble homicidio comentaron.
-Hay gente que habla solo porque puede
mover la lengua- Dijo Fernandez.
-Manga de imbéciles desagradecidos.
Cuando muere un policía en el cumplimiento de su deber no dicen ni mu, ahora
si, si se los reprime en una manifestación por que están rompiendo todo somos
unos hijos de puta y ahora nos dicen ineptos- Contestó el inspector.
Las reuniones de ambos policías ya hacía
tiempo que se habían convertido en un hecho social. De todas maneras cada vez
que se marchaba el comisario le recomendaba dos cosas al inspector.
-Ojo Gutiérrez, cuídese de los servicios
y…si tiene algo no vacile en llamarme con la clave que acordamos-
-No se preocupe jefe- Le reiteraba cada
vez el inspector.
A Gutiérrez le resultaba raro que nunca hubiera
testigos. ¿Era pura coincidencia o estaba instalado en la sociedad el terror de
tal manera que, si los hubiera, nadie se atrevía a hablar? Hasta ese momento
siete dobles crímenes, con catorce victimas ¿Y nadie había visto la más mínima cosa?
Salió a la calle, ya era de noche, se levantó el cuello del abrigo comenzó a caminar
con las manos en los bolsillos, en uno tenía la reglamentaria y en la otra un Mágnum
44. Por las dudas.
Había comenzado unos días antes a hacer
esas pequeñas recorridas. No por que esperara encontrar al asesino sino para
despejar un poco la mente y no caer en la rutina de ver noticieros todo el
tiempo.
Después de siete cuadras llego hasta una
esquina donde solían parar varias travestis. Todas lo conocían. Intercambiaban información
por el pacto de dejarlas tranquilas si las encontraban con merca para consumo.
Tampoco era cuestión de que hicieran lo que quisieran y anduvieran traficando.
Dio vuelta por la vereda de una vieja carnicería, a esta hora cerrada, y para
su desencanto no encontró a ninguna. No le sorprendió, eran víctimas
propiciatorias sin necesidad de que hubiera un loco suelto y no iban a andar
expuestas por que si, pues ya ni clientes aparecían una vez que caía el sol. Lo
lamentó, pensaba que alguna pudiera tirarle una pista. Las muy guachas saben
todo lo que pasa, pensó. Seguramente deben estar en lo de la Chola, se imaginó.
Tomo su celular y marco un número. La
voz grave de la Chola surgió del otro lado de la línea.
-Hola inspector. ¿Qué se le ofrece?-
-Charlar un rato. Sobre ustedes y sobre
los crímenes-
-Bueno. Vengase. Acá están todas. No
salimos a la calle ni locas-
Gutiérrez caminó las dos cuadras hasta
el departamento de la Chola. La trava solía tener siempre un buen vino. Tomaría
algo y conversaría con todas. Paso por una rotisería a comprar unas empanadas.
De paso, tal vez, se podría tirar unos “tiritos”.
Y
se quedó esa noche con las chicas. A la mañana siguiente lo despertó un llamado
de Márquez. Habían aparecido otros dos cadáveres con los dedos marcados en
cercanías del Puente de la Noria.
Capítulo
11
Gutiérrez volvió a su departamento y se comunicó
con Alonso para enviarlo a husmear en la escena del crimen. Los asesinados en
esta ocasión eran dos trabajadores que en la madrugada aun oscura iban a sus
labores muy temprano pues debían realizar, ambos, largos viajes con varios
medios de transporte. La distancia que separaba a ambos cuerpos era de dos
cuadras, uno en cada parada del mismo colectivo.
En cuanto llegó a su vivienda y centro
de control recibió una llamada del comisario Fernandez diciéndole que viera la
televisión. Sin demora encendió el aparato y se encontró con los noticieros de la
mañana que coincidían en una nota, la reunión de las autoridades máximas del
país con los líderes de la oposición. Hasta estos últimos había llegado el
rumor de que en el área de seguridad se decía que ellos eran los responsables
de los crímenes para lograr la desestabilización del país.
Por el momento los móviles de los
diferentes canales solo habían logrado mostrar la llegada de los políticos
opositores al Ministerio de Seguridad y sin hacer ningún tipo de declaración.
Era evidente su descontento lo que quedo demostrado por su rostros mientras se
negaban a la requisitoria periodística aunque, como es bien sabido, a los
políticos no hay que creerles ni aunque juren por la salud de sus madres.
Se abrió un paréntesis de espera
mientras se efectuaba la reunión para poder saber luego si el gobierno o los opositores
iban a dar una conferencia de prensa. Gutiérrez entretanto se mantenía en
contacto con Alonso mientras Márquez y Duarte llegaban a su departamento.
Alonso llamo para informar que el arma
homicida era un simple revolver calibre 22 que no suele ser muy efectivo para matar
pero que los disparos habían sido a quemarropa, por la espalda y a la altura
del corazón. Las victimas ni siquiera se enteraron de su propia muerte. Además confirmó
que en esta ocasión había cámaras que registraban ambos hechos y que las
estaban observando los de los servicios pues eran de dos negocios particulares
y ya se habían encargado de incautar su grabación.
Una hora después volvió a llamar. Nuevamente
se había infiltrado entre los agentes de inteligencia y visto los videos.
-No sirven de nada, el asesino actuó tal
como lo presupusieron los forenses. Vino de atrás y disparó sin mediar ningún otro
gesto que delate una pelea o un robo, inmediatamente se ve como tomó las huellas y salió corriendo
en ambos casos y no hay, por ahora registro de otras cámaras para saber hacia
donde fue. El hecho es que se trata de un individuo, delgado, alto y tenía
puesto una campera con capucha, no hay manera de verle la cara. Podría ser cualquiera-
Márquez se comunicó con la oficina de
los forenses porque había recordado que el arma utilizada en los asesinatos en Balvanera
también habían sido hechos con una 22 y a quemarropa aunque en la cabeza. La
respuesta que obtuvo no le aclaró nada concluyente. Era otra arma. Y era bien
posible, en el mercado negro se consiguen todo tipo de armas y una calibre 22
es la más fácil de obtener.
-¿Sigue creyendo que es un solo
asesino?- Le pregunto al inspector.
-Por ahora sí, no puedo pensar más que
se trata de la obra de un enajenado mental porque aunque los políticos de la oposición
son una banda de delincuentes no los creo capaces de semejante conspiración,
eso sí, lo cierto es que se van a aprovechar de la situación y no puedo
imaginar nada más, toda otra hipótesis puede llegar a ser casi monstruosa-
Se quedaron en silencio hasta que en la
pantalla del televisor se pudo ver a los políticos de la oposición junto al
ministro de seguridad prestos a dar una improvisada conferencia de prensa.
Tardaron unos segundos en comenzar a hablar mientras se acomodaban como podían
todos los periodistas de los diferentes medios y se pedía silencio para
escuchar a los disertantes.
La información fue breve, el ministro
dijo que había tenido esta reunión a pedido de los políticos de la oposición
para aclarar los rumores circulantes. Manifestó que habían proclamado su total
ignorancia en el tema y que estaban dispuestos a colaborar con las autoridades
en cuanto les fuera posible. Tras ellos habló un diputado opositor que repitió
sobre la inocencia de su partido en estos hechos y que se comprometían a
colaborar de acuerdo a lo que habían conversado con el ministro puertas
adentro. Se manifestó sorprendido y molesto por que circularan esas versiones y
dijo que eran una organización democrática y pluralista y que siempre estarían
en defensa del pueblo-
-Mira como copó el atril para hacer
proselitismo- Opinó Duarte.
-Sí, para eso sí que son maestros-
-¿Les cree?- Preguntó Márquez.
-En principio sí, pero si llegamos a
estar equivocados no quiero pensar hacia que abismo va este país-
Transcurría otra tarde en que lo único
que podían hacer Gutiérrez y sus ayudantes era tomar mate y volver a cotejar
los datos recopilados. El inspector desplegó un mapa de la ciudad que había
comprado en una gran librería escolar y lo colgó de la pared. La idea era ver
si encontraba una relación geográfica entre los puntos de los asesinatos pero
al menos logro una conclusión. No había ni la más mínima, ni en distancia y ni
siquiera seguían un patrón geométrico, algo que pudiera darles una pista.
-Sí, que tiré la guita con este mapa.
Comentó mientras lo descolgaba-
Después de unos minutos les dijo a Márquez
y Alonso que fueran a conseguir una orden para allanar otro desarmadero.
-Por lo menos así dejamos contento a Fernandez
en algo-
Una vez que se fueron ambos policías se
dirigió a Duarte y le preguntó.
-Che, Duarte ¿nunca te tiraste una
travesti?-
-Jamás jefe-
-Bueno, esta noche vamos a tomar un poco
de fresco y a visitar a unas amigas. Si te da pudor al menos poder quedarte
tomando unos mates con ellas-
-Usted invita- Respondió Duarte entre
risas.
Esa noche salieron a la calle, caminaron
lentamente con las manos en los bolsillos acariciando la culata de sus armas.
Todo estaba muy tranquilo. No hacia demasiado frio y se podía disfrutar del
paseo. Al dar vuelta una esquina escucharon gritos. Corrieron hasta el lugar y
encontraron tirado en la calle a un hombre vestido de sacerdote mientras un par
de vecinos les informaban que el agresor había huido rápidamente.
Gutiérrez
miro los dedos de la víctima y comprobó que estaban marcados. También comprobó
que estaba vivo a pesar de tener una puñalada en el abdomen. A lo lejos se
escuchó la sirena de la ambulancia
Capítulo
12
No faltaron los delirantes tanto entre
el público como en el periodismo que afirmaran que el sacerdote se había
salvado de la secuela de asesinatos solo por su condición de siervo de Dios.
Simplemente había tenido suerte. No le había sucedido lo mismo a un repartidor
de diarios asesinado a unas diez cuadras de allí, en pleno barrio de Villa
Urquiza, más precisamente en la esquina de Holmberg y Blanco Encalada, donde se
lo encontró con las manos entintados.
En el sitio en que la suerte los
pusiera, finalmente tenían tres testigos, la propia víctima y los dos vecinos.
Pero, no lograron nada con su testimonio, ya fuera por miedo o porque eran
incapaces de distinguir una mosca de un elefante. Tampoco tuvieron tanto tiempo,
cuando un auto negro con vidrios polarizados se detuvo a pocos metros del
sitio, Duarte lo reconoció como de los agentes de los servicios.
-Vayámonos, seamos prudentes, total ya
no tenemos nada que hacer acá- le dijo a Gutiérrez.
El inspector estuvo de acuerdo.
-La noche es joven aún, Duarte, que le
parece si seguimos con nuestro plan-
-Sigamos, jefe, unos mates con unas
travestis es el mejor programa hoy día con tal de no estar en la calle-
-No te preocupes, ¿Hoy es viernes no?-
-Si jefe, ¿Por?-
-Porque hoy terminaron los crímenes-
-¿Cómo puede estar tan seguro?-
-Por qué terminó la secuencia. Diez
muertos por semana, dos por día, de lunes a viernes-
-¿Usted cree que hay por lo menos una
lógica en medio de todo este caos? ¿Qué hay algo así como un plan programado?-
-No sé si es un plan programado, y no he
hecho ninguna deducción magistral, simplemente creo que sucederá lo de dos
semana atrás, el asesino se tomará un descanso-
-Claro, pobre, debe estar muy cansado-
Musitó Duarte sarcásticamente.
Unas pocas cuadras mas adelante
Gutiérrez se detuvo ante un pequeño pero coqueto chalecito de tajas rojas y
paredes blancas con un cuidado jardincito de canteros con flores de varios
colores. Tocó el timbre y al abrirse la puerta de entrada apareció la silueta
de una mujer alta de larga cabellera rubia.
-Bienvenido Inspector- Dijo una voz
grave que intimidó a Duarte.
-Aquí estoy y traje a un amigo- Dijo el
inspector y girando hacia el viejo policía continuó.
-Te presento a la Chola-
Duarte se sentía incómodo, durante toda
su actividad como policía había tenido que tratar muchas veces con travestis.
En la épocas de los edictos solía llevarlas presas hasta la comisaria por
atentado al pudor y allí las dejaba, pues si bien tenia sus prejuicios no
compartía la actitud de su colegas que solían maltratarlas, obligándolas a
tener relaciones con ellos o haciéndoles limpiar las dependencias policiales,
cuando no se les ocurría golpearlas. Pero los tiempos habían cambiado y los
edictos desaparecieron. Las travas abundaban por las calles sobre todo por la
cantidad de ellas que llegaran del interior echadas de sus casas. La policía
acostumbraba detenerlas por venta de drogas pero Duarte se abstuvo de
participar de esas acciones y se mantuvo alejado de los sitios en donde las
travestis ejercían la prostitución.
Ahora era diferente, iba a socializar
con ellas como nunca antes y para colmo llevado por su superior. Trago saliva,
intento darle la mano a la Chola para saludarla pero ella le dio un beso en la
mejilla. Se quedó duro, lo que motivó la risa de Gutiérrez.
-Vamos Duarte, que no se va a contagiar
nada por un beso- Le dijo.
El viejo policía sintió que iba a ser
una larga noche, sobre todo cuando el inspector desapareció con la Chola
yéndose ambos al dormitorio. Pero luego, con los mates, la cantidad de paquetes
de bizcochitos que se devoró y la conversación con las otras dos chicas, Luli y
Sara, comenzó a sentirse más cómodo. Se dio cuenta lo que nunca antes, la
calidez y la inteligencia de esas criaturas.
Pensar que siempre las he visto como si
fueran seres inferiores y pervertidos, pensaba mientras conversaba con ellas de
temas tan variados como interesantes. Y no estaban allí tratándose de sacarle
dinero por sexo. Ni siquiera se le insinuaron.
Ya estaba el sol asomando por sobre los
techos cuando Gutiérrez y Duarte salieron de la casa de la Chola.
-¿Qué tal, Duarte?- Le dijo el inspector
palmeándole el hombro.
-Digamos que a mi edad he aprendido algo
nuevo-
-Genial, ahora vayamos a descansar que
nos lo tenemos merecido-
Al llegar a su departamento Gutiérrez encendió
la televisión. Todos los noteros de los canales de aire y cable de la Capital
estaban en la puerta del Hospital Pirovano donde fuera internado el sacerdote
que había salvado su vida. De alguna manera intentaban lograr aunque fuera la más
mínima información y cada vez que veían a un individuo con guardapolvo blanco
se le echaban encima para acosarlo a preguntas, lo que era en vano pues el
profesional no tenía por qué saber lo que sucedía puertas adentro.
El inspector odiaba estar sometido a la
presión de los periodistas cuando le interrogaban sobre temas de los que no sabía
o no podía o no debía contestar. La insistencia de las preguntas lo molestaba y
por ello le causaba indignación ver en la pantalla a los pobres médicos
expuestos a la voracidad de los noticieros.
El hecho de que una de las victimas
salvara su vida era un imán para los opinadores. Todos parecían saber el
porqué, el cómo y el cuándo de la supervivencia del sacerdote y en realidad
nadie sabía nada. En el interior del Hospital, en una sala aislado del resto de
los pacientes se reponía con bastante rapidez, la herida en el abdomen no había
sido más que un puntazo leve que ya le habían cosido. Los agentes de los
servicios irrumpieron, a pesar de la negativa de las autoridades del nosocomio,
y lo interrogaron, pero fue en vano.
No sé, no vi nada, no sentí ningún
ruido, fue muy rápido, me desmayé y ni me di cuenta que me habían entintado los
dedos. Fueron las respuestas. Los investigadores se fueron con las manos vacías
y mascullando bronca.
-Deberían haberlo asesinado, así no nos
sirve para nada- Dijo uno de los agentes
Y salieron a la calle empujando con
violencia a los periodistas agolpados en la vereda.
Capítulo 13
Ese domingo caía una pertinaz llovizna
que molestaba más que lo que mojaba. El Cementerio de la Recoleta suele estar
lleno de turistas y habitantes locales que recorren sus callejones entre tumbas
buscando la de algún personaje famoso ya sea político o artista pero esa tarde
no eran muchos los que se animaban a tal excursión y la sensación era de un
silencio mayor de lo acostumbrado.
El cielo gris iluminaba poco con sus
gruesos nubarrones tapando el sol. El ambiente era casi opresivo, por momentos
parecía que todo el sitio estaba trasladado a otra dimensión, lejos de estar
ubicado en el centro de una gran ciudad.
Por uno de los pasillos transitaba un
hombre alto, de fuerte contextura, notable a pesar del amplio impermeable que
vestía. Completaba su atuendo con un sombrero de fieltro acomodado de manera que
no se le veían los ojos. En cada cruce de callejones miraba hacia ambos lados,
se podría suponer que vigilaba que nadie lo siguiera aunque su andar era firme
y decidido.
Llegó a una esquina entre dos callejones
y se detuvo. Frente a él un panteón cuadrangular, de aspecto bastante modesto
comparado con los vecinos, pero cubierto de placas, alguna con aplicaciones de
coronas de laureles realizados en metal. Se detuvo, miró hacia todo el entorno
y luego se acercó a la puerta. A través del vidrio de podían observar varios
ataúdes, entre ellos destacaba uno cubierto con la bandera argentina y un gran
moño color rojo en un extremo.
Así que ahí estas, traidor a la patria.
Y pensar que hicieron tanto escándalo cuando trajeron tus restos de Inglaterra
adonde huiste como un cobarde, a que te protegieran esos a los que nos vendiste
todo el tiempo mientras decías defender la causa nacional, hipócrita. Qué lugar
apropiado para el encuentro que voy a tener. La tumba de un asesino. Pensó el
individuo del impermeable. Luego recorrió casi distraídamente las placas que
identificaban la tumba con el nombre de la familia Ortiz de Rosas y su cadáver
famoso, el del ex dictador Don Juan Manuel.
Distraído por la lectura no vio que se
acercaba otro individuo, éste un poco más bajo, también vestido con un
impermeable con las solapas levantadas de manera que le cubrían la mitad de la
cara. De pronto gracias al instinto de conservación
que tenía por deformación profesional se
dio cuenta que no estaba solo y girando la cabeza miró al que llegaba.
-Llega tarde Repetto- Le dijo al recién
llegado.
El otro ni se inmutó por la observación
y saludó.
-Buenas tardes, Coronel Galindez, ya ve,
más vale tarde…- Y se interrumpió creyendo que no era necesario agregar nada más.
-No sea tan formal Repetto que hace años
que no estamos en el Ejercito, a mí me cuesta llamarlo Teniente Coronel-
-Tiene razón, lo que pasa es que el
grado con el que me retiré requiere muchas silabas para ser mencionado-
-Hubiera esperado a ascender- Manifestó
Galindez.
Repetto sonrió. Metió su mano derecha en
el bolsillo del impermeable y sacó un paquete envuelto en plástico, mientras alargaba
el brazo para entregárselo a Galindez le dijo
-Aquí esta lo convenido, diez mil
dólares, todo en billetitos de cien para que no abulte demasiado, como ve soy
hombre de palabra. Cuéntelos si lo desea-
-Hombre, no me voy a poner a contar todo
esto ahora, además nunca he dudado de su palabra, nos conocemos desde hace
tanto tiempo que lo considero un hermano- Dijo Galindez
-Sí, ¿pero se da cuenta de una cosa? Jamás
nos hemos tuteado-
-Creo que la disciplina castrense nos
terminó abrumando, pero no vamos a cambiar ahora-
El Teniente Coronel Repetto miró a su compañero
de armas mientras el Coronel se guardaba el paquete en el bolsillo de su
impermeable y luego que éste hubo terminado con la operación le preguntó.
-¿No tiene ganas de ir a festejar?-
-Iría, tal vez unos whiskies no nos
vendrían mal pero no es conveniente que nos vean juntos mucho más tiempo en un
lugar público-
-Como quiera-
El Coronel Galindez movió su brazo para
estrechar la mano del Teniente Coronel Repetto.
-¿Sabe qué? Voy a ir a mi casa a dejar
este paquete antes que a algún delincuente se le ocurra ponerme un revolver en
la cabeza. Hagamos una cosa, dejemos pasar unos días hasta que el polvo se
aplaque y podamos ver el camino. Una vez que estemos seguros nos juntaremos a
festejar-
El Teniente Coronel miró hacia los
cuatro sectores que conformaban el cruce de callejones. La llovizna continuaba
como si no quisiera detenerse nunca. Aparte de ellos nadie transitaba por el
Cementerio. Después de unos segundos habló.
-Un pequeño error de parte de uno de mis
“enviados” le ha hecho ganar a usted esta bonita suma. El muy idiota creyó que había
acabado con el cura y le entintó los dedos a las apuradas. Claro, parece que
alguien lo vio y escuchó gritos, por eso salió corriendo, si no hubiera sido así
hubiéramos empatado-
-Bueno, esas eran las reglas del juego- Respondió
Galindez y agregó -Pero no veo adonde quiere ir con este discurso-
-Hicimos un pacto de caballeros, como
militares que hemos sido. Respetando la palabra por sobre todo papel escrito-
-Exacto, explíquese usted-
-Le quiero hacer una propuesta, usted es
libre de aceptarla, o no-
-Le oigo Repetto-
El Teniente Coronel volvió a mirar a su alrededor
como si temiera que los estuvieran escuchando. El Coronel lo miró y dijo.
-Hable Repetto, acá solo estamos
rodeados de muertos-
-Pues bien mi Coronel, me gustaría que
usted me dé la revancha-
Galindez sonrió. Observó a su camarada
que esperaba impaciente la respuesta.
-Bien, ¿No somos caballeros acaso? Está bien,
estoy de acuerdo. Le doy la revancha. Bajo las mismas reglas, pero hagamos una
cosa, dejemos pasar un par de semanas para comenzar así se aplaca la cosa un
poco-
-¡Bravo! Después de dos semanas
arrancamos- Concluyó Repetto-
Y ambos ex militares se fueron por
separado, cada uno por un callejón distinto.
Capítulo 14
Ese lunes no hubo crimen alguno que estuviera
relacionado con el caso de los dedos entintados. De otra clase no faltaron,
hechos de inseguridad y un femicidio.
Gutiérrez solía tomar en broma el hecho
de la caratula femicidio, porque creía que una víctima era una víctima sea cual
sea su género y por lo general solía evitar esos casos ya que atraían a la
prensa complaciente con las nuevas tendencias de lo políticamente correcto, lo
que no sucedía cuando la víctima era un hombre.
Fernandez lo llamó a su despacho y
cuando estuvieron a solas le preguntó.
-¿Y Gutiérrez, ahora que hacemos? ¿Qué
nos dice su intuición?-
-Nos dice que no habrá crímenes por una
semana. El asesino está esperando que nos calmemos y atacará de nuevo. El tema
es que hacemos nosotros mientras tanto-
-A mí no se me ocurre otra cosa que
tener a toda la gente posible en la calle, con esta actividad hemos logrado
evitar varios actos de inseguridad comunes y detenido algunos prófugos pero no
puedo tenerlos así todo el tiempo, necesito hacer regresar algo del personal a
las comisarias a hacer el papeleo que está muy atrasado-
-¿Y qué quiere que haga yo? ¿Sigo con
los desarmaderos?- Interrogó Gutiérrez.
-Sí, quiero que investigues quien cobra
las coimas de las facturas truchas que recolectaste del último allanamiento,
tengo la sospecha, bueno, mejor dicho un soplón que me dijo que hay un par de
comisarios en el tema y quiero arruinarles la vida si puedo-
-¿Por qué?- Preguntó asombrado el inspector.
-A vos solo te lo puedo decir, tuvimos algunas
diferencias cuando estábamos en la Pirker siendo cadetes, asunto de polleras,
los muy malditos me fumaron una novia y encima se la cogieron. La pobre piba me
lo contó pero nunca pude probarlo y me quedé con la sangre en el ojo desde
entonces-
-Es un buen motivo, cuente conmigo-
Aseguró Gutiérrez.
-Ojo, sabes que solo en vos confío, no
se te ocurra contarlo por ahí-
-Pierda cuidado jefe, si esos comisarios
están involucrados los vamos a agarrar. Lo mantendré informado, pero lo que
temo es que la cosa siga para arriba. ¿Y si despertamos algún monstruo?-
-Según la información que tengo estos
dos trabajan para su propio beneficio, no hay oficiales superiores
involucrados-
-Si usted lo dice…- Concluyó Gutiérrez y
se marchó decidido a mantenerse ocupado.
El inspector junto a su equipo y durante
esa semana se la pasaron siguiendo a los empleados y dueños de los
desarmaderos. Era una tarea tediosa, no precisamente la que más le atraía pero
estaba decidido a ayudar a su jefe. Lo que le había pasado no era cosa de
olvidarse ni perdonarse.
Pasaron un par de días y todo estaba muy
tranquilo hasta que, descansando en su departamento, Gutiérrez recibió una
llamada de Márquez. Estaban frente a uno de los desarmaderos y habían visto
llegar un camión escoltado por un patrullero y lo más sospechoso era que la
única persona que iba en el vehículo policial era el Comisario Anselmi lo cual
iba en contra de las reglas de ir siempre dos agentes y que si se tratara de
una escolta oficial no tenía por qué hacerla un oficial del grado de comisario.
Para completar las sospechas de Márquez el patrullero ingresó al predio detrás
del camión cuando debió permanecer en la calle.
Gutiérrez, en cuanto recibió el llamado
de su ayudante, llamó a Fernandez. Éste último le pidió la dirección y le
ordenó que su gente esperara en el lugar para saber si había otro movimiento y
que el inspector en persona fuera también para ser testigo del procedimiento que
pensaba hacer.
Minutos después Gutiérrez llegó al
sitio, bajó de su auto, caminó unos metros golpeó el vidrio del auto donde
estaban Márquez y Alonso. Le abrieron la puerta y entro en el asiento trasero.
-¿Cómo sigue todo?- Pregunto.
-Igual. Jefe, el patrullero sigue ahí
dentro-
-Segundos después aparecieron dos
patrulleros y un auto particular. De éste último bajó Fernandez. Gutiérrez salió
del auto y se unió a su superior. El comisario, en silencio, por señas, indicó
a los agentes que iban con él que bloquearan todas las puertas de salida.
Luego, acompañado del inspector y un agente irrumpieron en la oficina. Allí
encontraron al comisario Anselmi en el preciso instante en que recibía un sobre
de parte de un señor de civil. Fernandez grito.
-¡Quedan arrestados!-
Anselmi no hizo el menor intento de
resistirse. Se quedó mirando fijo a su colega. Luego se levantó de su asiento y
mientras el agente lo esposaba le dijo por lo bajo a Fernandez.
-Ya sé por qué estás haciendo esto, pero
te vas a arrepentir-
Fernandez no contestó. Llamó por el
Handy a otros agentes e hizo que se llevaran presos al comisario y al civil.
-Yo soy solo un empleado, hago lo que me
ordenan- Protestó el individuo.
-No le haga caso, es el dueño, lo
sabemos muy bien- Manifestó Gutiérrez.
Llevaron al comisario Anselmi y al civil
a cada uno de los patrulleros que esperaban en la vereda. En el momento de
entrar Anselmi al auto pasó cerca de Gutiérrez.
-Sos un imbécil si te mezclas en esto
que es un problema privado de Fernandez. Cuando salga de ésta vas a saber por
qué te lo digo-
El inspector ni se molestó en contestar.
Cerró la puerta del vehículo y se quedó parado en la vereda viendo partir la
comitiva liderada por su jefe. Al pasar más tarde por la comisaria se enteró
que Fernandez había entregado a Anselmi a Asuntos Internos, junto con todas las
pruebas del cohecho.
Al parecer Anselmi no se esperaba que
los investigadores de Asuntos internos se ocuparan del asunto y dejando de lado
la soberbia que demostrara anteriormente, cantó como un pajarito develando todo
el entramado de sobornos que manejaban junto al comisario Zabaleta, el otro del
que se quería vengar Fernandez. Gutiérrez y los suyos se tomaron varios días
para descansar. El tema de los desarmaderos le había dejado un mal gusto en la
boca y la ola de crímenes podría recomenzar en la semana siguiente pero los
días pasaron, llegó el domingo siguiente y el lunes y no aparecieron nuevos
cadáveres. El inspector estaba desconcertado, no era lo que esperaba ¿Y si se
hubiera acabado todo?
Pasó una semana más. El lunes siguiente
aparecieron los primeros dos cadáveres, esta vez en el Parque Sarmiento, en el
barrio de Saavedra.
Capítulo 15
Las víctimas eran dos hombres jóvenes
que estaban corriendo alrededor del Parque Sarmiento haciendo ejercicios
matinales. Fueron asesinados a unos doscientos metros uno del otro y, como
anteriormente, tenían los dedos entintados. El arma homicida era un cuchilla de
asador toda oxidada, y esto se supo por que, por primera vez, fue encontrada a
unas pocas cuadras descartada por el asesino.
El comisario Fernandez llamó a Gutiérrez
para que continuara oficialmente con la investigación lo que sorprendió al
inspector.
-¿Nos estaban los servicios ocupándose
del caso?- preguntó a su superior.
-Usted lo dijo, estaban, pero se
generaron novedades ¿No leyó los diarios?-
Gutiérrez había estado tan ausente
durante el periodo de descanso que ni siquiera había visto los noticieros de la
televisión. De manera que buscó las portadas de los diarios en Internet y pudo
leer las ultimas noticias. El ministro de seguridad, harto de la presión de los
hombres de los servicios que amenazaban con contar sus secretos personales
echó, sin previo aviso, a toda la cúpula de la Agencia de Inteligencia e hizo
una feroz purga también entre los mandos medios que generó tal tembladeral que
los sobrevivientes enviaron una delegación al despacho del funcionario para
jurarle lealtad. Y para demostrarle su buena voluntad le llevaron todas las
carpetas con los archivos del espionaje a que fuera sometido.
Finalmente el ministro tuvo tiempo para
reírse pues en las carpetas solo había seguimientos sin importancia de su vida
cotidiana. Era para preocuparse saber que lo habían estado siguiendo pero no había
nada en aquellos papeles que significara un acto de corrupción o problemas conyugales.
Aunque sabía que a todos los que había echado podían buscar una manera de
vengarse y los hizo seguir por gente de su confianza para saber en qué andaban.
De modo que Gutiérrez y los suyos volvieron
a la calle sabiendo que no serian interferidos en su trabajo. Al acudir al
sitio de los crímenes se reunieron con el personal de peritos y no supieron más
que el atacante había sorprendido a las víctimas por atrás y las degolló con la
cuchilla.
-Me parece que se le acabaron las ideas
al asesino, está repitiendo el modus operandi- Opinó Anselmo.
-Parece que si- Contestó mecánicamente Gutiérrez
mientras miraba las manchas de sangre en la vereda.
¿Hasta cuándo seguirá esto? Se
preguntaba el inspector. Cada día tenían más víctimas y no habían logrado
avanzar nada.
La esperanza de que en la cuchilla
hubiera huellas digitales se diluyo esa misma mañana, el arma estaba limpio.
Los forenses no encontraron, salvo el óxido, nada que les pudiera dar una
pista. Todo estaba como al principio.
También estaba como al principio la
repercusión en los medios, volvieron los expertos a dar opiniones en el aire y
los conductores de los noticieros a llenar espacios de horas completas de
programación repitiendo una y otra vez las mismas especulaciones mientras se
repetían constantemente imágenes del lugar del hecho y las fotos de las víctimas.
En el gobierno no sabían si agradecer o
alarmarse por lo que estaba sucediendo. Por un lado la gente volvió a estar
aterrada de salir después de ciertas horas y hasta que estuviera el sol lo
suficientemente alto para dar luz en las calles pues todos los crímenes se
habían producido durante las horas nocturnas. Y por el otro, los habitantes ya
no prestaban atención a la inflación ni a los reclamos sociales, aturdidos por
el miedo.
Los que comenzaron a sufrir las nuevas
costumbres del público fueron los cines, los teatros, los restaurantes, los
boliches bailables y los locales de
comida rápida. Calles habitualmente abarrotadas de gente hasta altas horas de
la noche como la avenida Corrientes, comenzaron volverse más y más solitarias.
Solo los homeless andaban a sus anchas y por qué no tenían otro remedio, por
las calles vacías.
Gutiérrez ya no contaba solo con Márquez,
Anselmo y el viejo Duarte. El comisario Fernandez le había puesto toda una
división bajo su mando, conformada por los mejores investigadores de cada
comisaría. Gracias a tener nuevamente el control de la investigación, el
inspector volvió a mudar desde su departamento su centro de operaciones, esta
vez a una enorme oficina cercana a la de su jefe.
Volvió a desplegar mapas, a estudiar los
informes de cada caso y pidió a su nuevo equipo que lo hicieran también, que
analizaran cada detalle de lo escrito por los forenses y los instó a ser creativos
y no descartar nada aunque pareciera ilógico, como si no fuera ilógico todo lo que
sucedía.
No conforme con revisar los resultados
de las pericias comenzó una frenética búsqueda en Google de casos similares en
otros países e inclusive en otras épocas. Encontró resultados parecidos, sobre
todo en los Estados Unidos donde los asesinos seriales parecen brotar de los
arboles pero a pesar de todo ninguno de ellos tenía la virulencia de lo que
estaba investigando. Solían ser series de pocos casos en comparación y ninguno
tenía tal sistematización de cantidad y diferencia de armas. En el país del
norte siempre había un modus operandi, un arma homicida y alguna que otra
relación entre las víctimas, su sexo, su raza o su actividad.
Fernandez también dispuso más
patrulleros rondando la ciudad pero los sitios de los asesinatos eran
aleatorios que solo un milagro podía salvar a cualquiera que estuviera expuesto
al criminal.
Pero el comisario también tenía sus
propios problemas. Asuntos internos estaba investigando los casos de corrupción
de los comisarios Anselmi y Zabaleta pero no los dejaron detenidos, por lo que
andaban por ahí sueltos. Ese mismo lunes por la tardecita recibió un mensaje de
Whats App amenazándolo de muerte. Sabía que se trataba de sus históricos
enemigos e intento probarlo por lo que llevo su celular a un especialista para
que determine saber de dónde llego la llamada pero fue inútil.
Luego puso dos agentes para que pasen
observando esa noche en cada una de las lujosas casas donde vivían los comisarios
corruptos. Estaba decidido a no dejarse amedrentar, aunque fuera por el
recuerdo de aquella que fuera su novia.
En tanto en la mañana del martes
aparecieron otros dos cuerpos ahorcados con una soga y con los dedos entintados
en Barracas, en la zona donde estuvieran las viejas curtiembres.
Capítulo
16
El Coronel Galindez estuvo, el lunes por
la noche, sentado a la mesa en una mugrosa fonda de Barracas. Bebía lentamente
un vaso de vino y observaba a los parroquianos, la mayoría estibadores y
changarines, hombres fuertes y de escasa instrucción. Los fue estudiando uno a
uno, hasta que fijó su atención en el más pequeño de estatura. Seguramente era
tan fuerte como los demás y se apreciaba en su cara cierta fiereza que no
dejaría tranquilo a quien se lo cruzara una noche en una calle oscura.
El hombre sintió la mirada del ex
militar y se turbó un poco. Lo primero que pensó fue que aquel individuo
demasiado bien vestido para esa zona de la ciudad lo estaba tratando de
seducir. De inmediato imaginó que podía seguir su juego y tener la posibilidad
de sacarle unos pesos por lo que le devolvió la mirada. Era lo que Galindez
estaba esperando y con un gesto imperceptible lo invitó a su mesa.
El hombre dudó un instante, incluso miró
a su alrededor para verificar si los otros parroquianos se habían dado cuenta
de lo que sucedía. No fuera que después se convirtiera en la comidilla del
puerto. Lentamente se acercó a la mesa del coronel.
-Buenas…- Dijo el changarin sin saber
que agregar.
-Hola, siéntese amigo- Respondió
Galindez y con otro gesto le señaló la silla vacía.
-¿Gusta un trago?- Preguntó.
-Si usted gusta pagarlo- Balbuceó el
changarin.
El ex militar llamó al mozo y pidió dos
vasos más de vino y un choripán para su invitado. Una vez que le trajeron la
orden lo distrajo con una conversación intrascendente en donde dejaba traslucir
que lo invitaría su departamento para tener relaciones sexuales. El obrero se
tragó el anzuelo, no le importaba acostarse con ese fulano con tal de que le
diera algo de dinero. Lo que no vio fue que el invitante dejó caer dos
pastillas en su vino. Apurado, como estaba, por hacer su negocio se tomó el
contenido del vaso de un trago.
Allí comenzó su pesadilla. Con la misma
calma y el tono pausado con que le hablara anteriormente el coronel comenzó su
discurso.
-Amigo, el vino que usted se acaba de tomar
estaba envenenado, en minutos comenzara a sentir los efectos del veneno y en
pocas horas morirá-
El changarin se rió pensando que era una
broma, pero el semblante serio de Galindez le convenció de que no lo era, y aún
más cuando sintió ganas de vomitar y salió corriendo al baño.
-Permissss…- Atinó a decir tratando de
que escapara el vómito de su garganta
-Bien, vaya usted, pero no intente
fugarse, porque yo soy el único que puede darle el antídoto-
Evidentemente, el susto pudo más que
cualquier otro razonamiento pues después de unos minutos el changarin volvió a
la mesa blanco como una hoja de cuaderno.
-¿Qué le hice para que me envenene?-
-Nada, se trata en realidad de lo que
debe hacer usted-
-¿Y qué debo hacer?-
-Algo muy sencillo, matar a dos personas
esta noche antes que amanezca, una vez que lo logre concurrirá aquí y yo le
daré el antídoto-
-Usted está loco-
-Y usted estará muerto si se pasa del
plazo-
-¿Y cómo sabrá usted que he matado a
alguien? ¿Me va a seguir?-
-No, no es necesario, usted llenará de
tinta los dedos de su mano derecha y le tomará las huellas dactilares a cada
muerto con estos elementos que le doy y yo lo cotejare con mi base de datos
dactilares y en la mañana lo corroboraré con los noticieros- Dijo el coronel,
entregándole con su mano enguantada un frasco de tinta y unas hojas de papel.
-¿A quién debo matar?-
-A quien se le antoje, siempre y cuando
no sea un conocido o un pariente, y puede hacerlo de la manera que más le venga
en gana-
El changarín miró a Galindez, a pesar de
su mirada vidriosa, tratando de memorizar su rostro pero aún en su ignorancia
sospechaba que el individuo debía estar maquillado o con algún postizo que
disimulara sus facciones. Se rindió ante lo inevitable.
-¿Cuándo comienzo?-
-Ya mismo le aconsejaría, no olvide que
el veneno comenzó a hacer efecto en su cuerpo-
Y no pudo decirle más, el changarin se
levantó nuevamente para ir al baño a vomitar. Cuando regresó preguntó.
-¿Cuándo lo veo con el antídoto?-
-Para mañana por la mañana después de
los noticieros estaré aquí-
-No se le ocurra fallarme-
-Tiene mi palabra, y a usted no se le
ocurra avisar a la policía, pues entonces es hombre muerto-
El changarin salió precipitadamente del
bodegón mientras el ex militar sonreía de satisfacción. El muy estúpido ni
siquiera tuvo curiosidad por saber los motivos del insólito pedido.
Pálido
y descompuesto, pensando que solo le quedaban pocas horas de vida si no mataba
a nadie, se cruzó en las calles oscuras y solitarias con un individuo de
pequeña estatura, igual a él. Mientras pensaba como lo mataría vio una soga
junto a un montón de basura junto al cordón, la tomó y sin pensarlo más atacó
al desconocido de atrás ciñendo la soga en su garganta. No hubo resistencia.
Mirando a todos lados entintó la mano derecha y tomó sus huellas. Se alejó
rápidamente y dobló en una esquina, sin proponérselo se encontró con un joven
de aspecto de changarin, tuvo la sangre fría como para saludarlo mientras se cruzaban
y una vez que hizo dos pasos se volvió y repitió la actuación anterior. Tomo
sus huellas y corrió a refugiarse en un terreno baldío hasta que se hiciera la
hora de ver la sujeto del bodegón.
Llegó como pudo al local y le entregó los papeles con las huellas a
Galindez que tranquilamente lo esperaba. A cambio recibió un frasco con solo
dos pastillas que se tragó de una vez sin demora. Sintiéndose mejor huyó lo más
rápido que pudo.
Los
asesinados en Barracas fueron lo que se encontraron el martes por la mañana
Capítulo
17
De pronto toda la ciudad cayó en una
especie de aletargamiento. En las horas diurnas la gente salía a la calle por
las obligaciones ineludibles, pero cuando comenzaba a caer la tarde y las
sombras se alargaban, se apuraban los pasos para regresar a la seguridad de los
hogares. En la noche la calle estaba más desierta que el Sahara en pleno
verano.
Lo
único que se movía en las horas nocturnas eran los patrulleros de la policía.
Los camioneros que se dedicaban al reparto de mercaderías en la madrugada para
abastecer a los negocios habían solicitado salir más tarde y también sucedía lo
mismo con los distribuidores de diarios. Las estaciones de servicio cerraban y
por consiguiente sus confiterías, sitios que normalmente eran poblados por la
gente que salía de los boliches bailables que también cerraron sus puertas.
Esta situación se estaba haciendo notoria desde semanas atrás pero llego a un
momento culminante tras las muertes en Barracas.
Caminando por las calles solitarias, con
las manos en los bolsillos del impermeable, Gutiérrez era el único transeúnte
que se animaba en las horas de los asesinatos. Recorría las pocas cuadras que
separaban su departamento de la casa de la Chola. Había algo de desafío en esa
actitud. Era como decir si no puedo atrapar al asesino por medios policiales,
lo atraeré a una trampa ofreciéndome como carnada. Pero nada sucedía.
Finalmente terminaba en casa de la travesti, tomando unos mates y teniendo sexo
hasta la madrugada.
La frustración del inspector iba en
aumento. El equipo de gente que habían puesto bajo su mando no lograba de
ninguna manera encontrar un hilo conductor.
-Es evidente que nada relaciona los
crímenes. Yo creo que está eligiendo sus víctimas con ese criterio, para desorientarnos-
Le dijo Duarte en la mañana cuando Gutiérrez llegó a la oficina.
-Es probable, pero hay algo que se nos
escapa. De todos los casos que he leído llegue a un conclusión, siempre hay un
motivo para matar. Aunque no sea visible, como que las victimas fueran de una
religión o de una raza o de una orientación política o sexual, o por su aspecto
o por su posición social. Siempre hay algo que impulsa al asesino a dar el
golpe, un problema siquiátrico, una obsesión…algo-
-Puede ser un enajenado metal que ha
perdido todo límite de culpa y temor al castigo- Insistió el viejo policía.
-Sí, pero eso no concuerda con tu
teoría, si esta tan loco no elegiría a sus víctimas razonando que así nos
despista-
-O sea que las mata por puro azar-
-Sí,
y me temo que esa es la única conclusión a la que puedo llegar en todas estas
semanas-
De
nada vale alargar este relato con detalles, ya que es casi obvio como sigue. El
miércoles por la mañana aparecieron muertas dos prostitutas en Parque Lezama,
las dos pobres mujeres regresaban de una buena noche en un lujoso hotel de
Puerto Madero y fueron sorprendidas a unos metros de la pensión en que vivían.
El jueves un sereno de una estación de
servicio y un homeless en cercanías de la entrada del Autódromo.
Pero el viernes volvió a ocurrir algo
anormal. Una de las víctimas se salvó por milagro. Todo comenzó un rato antes
cuando vecinos de las inmediaciones de la Plaza Arenales, más precisamente en
la esquina de Bahía Blanca y Pareja, escucharon gritos de una mujer pidiendo
auxilio. Al parecer había salido en las horas peligrosas de la noche a buscar
su perro pues creía que había quedado en la calle. El asesino no le dio tiempo
de reaccionar, con un objeto contundente prácticamente le partió la cabeza.
Pero el alerta hizo que llegaran dos patrulleros
de la policía, los que debieron separarse pues mientras uno trataba de asistir
a la mujer, encontrando que ya estaba muerta, el otro acudió a otro pedido de auxilio,
esta vez de un hombre que luego se supo, era chofer de una línea de colectivos
yendo a su trabajo. Este último tuvo fuerzas para ponerse en pie y tratar de
caminar hasta el Hospital Zubizarreta, justo a media cuadra, pues este segundo
intento se había cometido en la esquina de Nueva York y Mercedes.
Solo tenía una herida en el hombro, de
la que sangraba pero no era profunda. El asesino habría querido matarlo de la misma
manera que a la mujer y erró el golpe. Aun así la victima cayó y su atacante
intentó tomarle las huellas pero al ver que reaccionaba y sentir las sirenas de
los patrulleros huyó derramando algo de tinta sobre la vereda.
Llegaron otros patrulleros y rodearon la
plaza, que está formada por cuatro manzanas, pensando que el asesino estaba
oculta entre la profusa vegetación y las sombras, pero luego de peinar toda su extensión
se dieron cuenta que no estaba allí. El colectivero fue curado de su herida en
el hospital y fue la segunda persona en haber sobrevivido a un ataque del que
no se pudieron salvar otras veintiocho.
Revisando el lugar de los hechos, al
inspector Gutiérrez y sus ayudantes se les presento una nueva duda.
-¿Usted cree que al fallar en un
asesinato dejaran de atacar?- Preguntó Márquez.
-Así parecería, la vez pasada hubo una
serie de una semana, un fin de semana de descanso y luego comenzó otra serie.
El ultimo día de esa segunda serie se produjo el primer fracaso y todo se calmó
durante una semana hasta que comenzó la actual serie donde hubo un nuevo
fracaso, pero…-
-¿Pero qué?-
-No sé, de pronto algo me hizo ruido en
la cabeza, parece que las fechas y los tiempos de descanso son la única constante.
Los fracasos fueron solo cuestión de suerte de la víctima.
-¿Entonces usted cree…?- Interrogo
Alonso.
-Que tendremos un fin de semana sin
crímenes y que el lunes recomenzará la otra serie-
Al comisario Fernandez no le gustó nada
la especulación de Gutiérrez. Esta situación se estaba convirtiendo en un
cuento de nunca acabar.
-De manera que usted piensa que
tendremos diez muertos más, salvo que alguno se salve por milagro- Le dijo al
inspector.
-Sí, seguiremos así hasta que el asesino
cometa un error-
-Espero que se equivoque y esto haya
terminado-
Pero
el inspector Gutiérrez no se equivocó. Pasó el fin de semana y al lunes
siguiente aparecieron dos nuevas víctimas.
Capitulo
18
Era domingo por la tardecita. Las últimas
luces del sol generaban largas sombras sobre la pista. El Teniente Coronel
Repetto, vestido elegantemente, miraba con sus prismáticos, desde la parte alta
de las tribunas, a los cuidadores de caballos en los studs del Hipódromo de
Palermo. Esos hombres habituados a manejar bestias corpulentas debían tener la
fuerza necesaria para su propósito.
Bajó de la tribuna, cruzó por los
jardines del Tattersall y caminó lentamente hacia la zona de los cuidadores.
Por su andar altivo y seguro, su ropa cara, de confección y su mirada seria
nadie se molestó en detenerlo y preguntarle adónde iba, tal es el respeto que
infunden personas así entre la gente más humilde. Caminó por el pasillo entre
los galpones donde se guardan los nobles brutos que enriquecen a sus dueños y
que están mejor alimentados y cuidados que un niño promedio. Lo hizo
lentamente, observando a los trabajadores para elegir el que le parecía más
conveniente. Luego de un par de pasadas se decidió y determinado a hacerse
pasar por dueño de caballos se acercó a uno de los hombres que cepillaba
prolijamente las crines del animal.
-Hola amigo- Dijo sin preámbulos.
El otro lo miró desconfiado, era
habitual que aparecieran individuos prestos a poner unos pesos para dopar o
estimular a determinado caballo y después influir en las apuestas pero
generalmente eran casi siempre las mismas personas, en cambio a este individuo
no lo conocía ni lo había visto anteriormente. Contestó el saludo con un Buenas
tardes que apenas se escuchó y siguió cepillando sin siquiera quitar los ojos
de lo que estaba haciendo mientras esperaba que el recién llegado delatara sus
intenciones. No tuvo que esperar mucho.
-Vea amigo, soy dueño de una cabaña en
Pozo del Molle, Córdoba y tengo varios caballos de los que ya he probado su
velocidad en el Hipódromo de Córdoba capital, pero los quiero hacer correr en
los hipódromos de Buenos Aires y ando buscando gente de confianza y experiencia
para cuidarlos. No conozco mucho del ambiente de aquí y por eso recurro a
quienes ya están habituados a manejarse con todo el personal incluso que me
recomienden los jockeys que están disponibles-
El cuidador, ante la posibilidad de un
aumento en sus ingresos, bajó la guardia y se aprestó a escucharlo. Repetto
continuó hablando.
-Vea, estoy dispuesto a pagar lo que sea
para tener un equipo de cuidadores y vareadores. Dígame cuánto gana usted y
donde puedo conseguir el personal que deseo-
-Quince mil- Contestó lacónicamente el
cuidador que siempre era remiso a decir cifras cuando se lo preguntaban.
-Le ofrezco el doble, ya mismo-
La oferta era impensable. El empleado
creyó que había llegado su gran día de suerte. Todavía le parecía estar
viviendo un sueño y visiblemente animado por la tentación de ganar más, sin
pensarlo dos veces estrechó la mano del Teniente Coronel.
-Venga, vamos a festejarlo- Sugirió
Repetto y de inmediato fueron al Bar Ireneo, bajo las tribunas del Hipódromo a
tomar lo que se les ocurriera.
Repetto pidió un coñac, el cuidador, más
modesto, una Coca. En un segundo el ex militar ya había puesto dos pastillas en
el vaso de su invitado, cuando éste se lo tomo casi de un trago le dijo
-Lo que usted se acaba de tomar estaba
envenenado, en minutos comenzara a sentirse mal y en pocas horas morirá-
Casi inmediatamente de que Repetto
terminara de pronunciar estas palabras el cuidador vomitó sobre una servilleta
que alcanzo a sujetar. Todo el mundo se dio vuelta a verlo pero fueron
tranquilizados.
-No es nada, algo que comió- Dijo el
Teniente Coronel.
Cuando el hombre se repuso preguntó
-¿Qué le hice para que me envenene?-
-Nada, usted deberá hacer algo si quiere
sobrevivir-
-¿Y qué debo hacer?-
-Matar a dos personas esta noche antes
que amanezca, una vez que lo logre concurrirá a la esquina de Libertador y
Dorrego y yo le daré el antídoto-
-¿Y si me niego?-
-Muere, si se pasa del plazo-
-¿Y si le miento y le digo que mate a
alguien y no lo hice?-
-No lo hará, conmigo no se juega,
llenará de tinta los dedos de su mano derecha y le tomará las huellas
dactilares a cada muerto y yo lo cotejaré con mi base de datos dactilares y
luego esperaré los noticieros-
-¿A cualquiera debo matar?-
-A cualquiera, que no sea un conocido o
un pariente, y como se le ocurra-
El cuidador miró a Repetto mientras este
le entregaba el frasco de tinta y los papeles.
-¿Cuándo comienzo?-
-Comience ya, recuerde que ya vomitó una
vez-
-¿Cuándo lo veo con el antídoto?-
-Mañana por la mañana después de los
noticieros-
-¿Vendrá?-
-Por supuesto, una vez que usted haga lo
suyo, y no se le ocurra avisar a la policía, yo lo voy a saber y será hombre
muerto-
El cuidador salió precipitadamente. Esa
noche encontró a una parejita de muchachos que iban caminado por la vereda del
Campo de Polo. Los asesinó clavándoles a ambos un cuchillo por la espalda.
Cuando los encontraron el lunes por la mañana se pensó que era un crimen por
homofobia pero al encontrárseles los dedos manchados de tinta quedó confirmado
que no era así. Solo una simple y fatal coincidencia. Así comenzó otra semana
de horror.
La cotidianidad de los crímenes de las
manos entintadas ya no alteraba el humor del inspector Gutiérrez. En realidad
ya se estaba habituando al fracaso. Que no era solo suyo, pues si bien por
jurisdicción se tuvo que ocupar de los dos primeros asesinatos y luego porque
se trataba del mismo caso continuo con la investigación, ya no estaba solo,
toda la policía cargaba con el estigma de no poder resolver el gran acertijo.
Lo que en realidad lo alteró aquella
mañana de lunes fue que supo de un atentado contra la vida de su jefe el
comisario Fernandez.
Fernandez, desde que pusiera fuera de
circulación a sus compañeros Anselmi y Zabaleta, sospechaba que éstos iban a
procurar vengarse. De nada sirvió poner custodia en las puertas de sus casas,
adonde los enviaron inexplicablemente, con detención domiciliaria, las altas
autoridades policiales contraviniendo incluso el pedido del fiscal para que
permanecieran en prisión.
Si la más alta plana policial es benigna
con los corruptos significa solo una cosa, pensó Fernandez, que son cómplices.
Y, los acusados en sus viviendas podían, sin moverse más allá del living,
contratar uno o varios sicarios a través de los tantos medios que nos brinda la
tecnología. Y si la plana mayor era cómplice, estaba condenado.
Estaba saliendo de su casa, dentro del
auto cuando pasaron dos motos a mediana velocidad. En cada una de las motos
iban dos sujetos, uno manejaba y el otro disparaba. Evidentemente los sicarios
no eran muy buenos apuntando pues si bien el auto presentaba varios agujeros de balas, ninguno había
impactado en el cuerpo del comisario.
Raudos como llegaron, los criminales se
fueron sin comprobar siquiera si habían logrado su propósito. Fernandez cambió
de auto, utilizando el de su esposa y llegó a la comisaria, seguramente, para
sorpresa de algunos.
-Menos mal que esos imbéciles no son tan
efectivos como el asesino de los dedos manchados- Le comentó a Gutiérrez una
vez que se encontraron en su despacho, tomándose el tema con humor, o al menos
aparentando tener calma.
El que perdió la calma en ese momento
fue el inspector, después de todo habia participado de la investigación que
llevara a los dos comisarios ante el juez. No teniendo nada nuevo que informar
a su jefe además de la aparición de los cadáveres en la zona de Palermo,
regresó caminando lentamente hasta su escritorio. Estaba junto al mueble cuando
sonó el interno. Levantó el tubo y antes que pudiera decir algo escuchó una
voz, evidentemente disimulada por algún medio, que le decía:
-No te preocupes Guti, la cosa no es con
vos mientras no te comprometas más con el tema-
Al igual que Fernandez con el atentado,
el inspector no tenía la más mínima duda de dónde provenía la advertencia, pero
se calló la boca prudentemente y sin siquiera contestar colgó el teléfono y
llamando a sus ayudantes decidió salir a la calle para poner distancia entre su
personas y el ambiente enrarecido de la comisaría. Al fin y al cabo era
preferible seguir con el caso del asesino de los dedos manchados.
Como antes, es conveniente acelerar el
relato de los hechos sobre todo teniendo en cuenta que se habían vuelto
reiterativos. El martes por la mañana aparecieron muertos dos serenos en las
instalaciones del Autódromo Municipal. El miércoles pareció que no habría
novedades pero cuando la policía y el periodismo se preguntaban si habría
habido un cambio en la rutina recién a media mañana encontraron dos cuerpos
dentro de la Reserva Ecológica. A pesar de que los crímenes presentaban la
constante de los dedos entintados lo que llamó la atención a los investigadores
fue que era el primer caso en que los cuerpos no estaban en el lugar del
crimen, era evidente que el criminal, por miedo, o lo que fuera los había
escondido, atentando de esa manera con la posibilidad de que el Teniente
Coronel Repetto le proveyera del ansiado antídoto.
El jueves una travesti en el barrio de
Constitución y un recolector de basura que iba en la madrugada a su trabajo
fueron las siguientes víctimas. La muerte de ella se produjo en Pavón y Salta,
la de él en la Avenida Brasil y Solís.
Ya no había nada que pudiera detener la
paranoia justificada de los habitantes de la ciudad y de todas aquellas
personas que por razones de trabajo llegaban desde el conurbano profundo a la
ciudad. Se había pasado a la costumbre de formar grupos para viajar aunque el
miedo era tan fuerte que cuando una persona solicitaba ser admitida en uno de
esos grupos había cierto rechazo hasta que la conocían, pero durante los
primeros días se la mantenía bajo estricta vigilancia por el resto de los
miembros. Aumentó considerablemente el número de armas vendidas, que ya venía
creciendo desde el inicio de la serie de asesinatos y por supuesto la industria
gastronómica y la del entretenimiento cayeron aún más siendo que los pocos que
se todavía se atrevían a salir ya se quedaban en el refugio de sus hogares.
Quedaba un solo día para terminar esta
tanda de crímenes según lo deducía Gutiérrez. ¿Y después, qué? Se preguntaba. Y
no tenía ni la más mínima respuesta. Se reunía con otros investigadores, con
sicólogos y hasta llego a consultar a un mentalista. Se burlaron de él cuando
sus compañeros se enteraron acerca de la consulta, aunque algunos por lo bajo murmuraban.
¿Por qué no se me ocurrió a mí?
El inspector se reunió con el vidente en
el despacho de Fernandez
que estaba vacío debido a que los superiores
del comisario le habían recomendado que se tomara unos días y sin pensarlo voló
de inmediato muy lejos, hasta las playas de Cancún para olvidarse de las
amenazas y de los dedos manchados por un buen tiempo.
Gutiérrez compartió toda la información que tenía con el
mentalista. Éste, un hombre flaco, alto, encorvado, parecía salido de una
película de terror a lo que contribuía su cabello largo y desordenado. El
hombre se tomó todo un día para chequear y re chequear los datos. Parecía que
su cabeza asimilaba, copilaba y procesaba como una computadora.
Gutiérrez decidió no apurarlo, no quería
influir con sus comentarios sobre lo que viera aquel extraño individuo, de
manera que lo dejó que se tomara el tiempo necesario. Solo le envió a un agente
con algo de comer y beber cuando ya habían pasado varias horas pero como el
vidente estaba tan absorto en su investigación que ni siquiera tocó la vianda.
De pronto se levantó del sillón en donde
estuviera sentado. El inspector que lo veía desde la sala de la comisaria a
través de los vidrio traslucidos del tabique intuyó que había completado su
trabajo y entró en la oficina.
-¿Descubrió algo?- Le preguntó.
-Solo tengo una certeza, amigo, ustedes
están equivocados. No hay un solo asesino. Me temo que son muchos, cada día uno
diferente-
Gutiérrez, asombrado, se dejó caer en el
otro sillón de la oficina.
Capítulo 20
Gutiérrez esperaba ansioso ese viernes.
Era el último día de otros dos posibles crímenes y luego sobrevendría la calma
por unas dos semanas al menos, si la rutina continuaba como hasta entonces. La
afirmación del mentalista lo tenía anonadado. Si capturar un criminal era casi
imposible como haría para detener a…hizo la cuenta…a diecinueve asesinos que
andaban por ahí sueltos. Llego a pensar que el vidente estaba totalmente
despistado o que solo había hecho su afirmación para zafar y listo.
Duarte llegó a estar de acuerdo con la aseveración
sobre varios asesinos, los diferentes barrios, el cambio de armas, la clase de víctimas.
El inspector seguía creyendo que todo era una pantalla para hacer creer a la
policía, y a los mentalistas, que no se trataba de un solo criminal.
El viernes aparecieron los cadáveres
esperados. Es increíble, pensaba Gutiérrez, sabemos que va a haber un crimen y
no podemos evitarlo. El primero, un sereno del MALBA, apareció en la esquina de
la avenida Figueroa Alcorta y la calle San Martin de Tours, el segundo unas
cuadras adentro del barrio que está a un costado del museo, en Ombú y Miguel
Cané. De este último cuerpo no se tenían datos, aparentemente había sido
atacado mientras sacaba a pasear su perro, un gran danés color gris.
La falta de identificación hizo que se
retrasara la noticia en los medios sobre su identidad. Pero en un punto de la
ciudad alguien estaba a punto de saberlo. Eran las ocho de la mañana y los
noticieros ya habían dado algunos avances. En una esquina solitaria el Teniente
Coronel Repetto esperaba al individuo al que le encomendara realizar los dos
crímenes.
El sujeto, un muchacho de unos veinte
años, vestido con zapatillas de marca, seguramente robadas, camiseta y campera con
los colores de un famoso club de futbol, gorra tipo yanqui y capucha cubriéndole
la cabeza, llegó jadeando y casi arrastrándose por la vereda, vomitó un par de
veces antes de entregarle los papeles marcados con las huellas digitales de su víctimas.
El militar le dio el frasquito con la dosis.
-No debería dártelo hasta que en los
noticieros confirmen la identidad del segundo muerto- Dijo, y agregó -Pero voy
a ser magnánimo, a pesar de que lacras como vos deberían estar muertos-
El joven se tomó el contenido del frasco
de un trago y salió corriendo lo más rápido que pudo. Repetto sonrió de
satisfacción. Esta vez te gané, Galindez. Pensaba mientras se dirigía a su casa
a paso rápido.
Llegó al departamento en que habitaba, subió
por las escaleras para no ser visto en el ascensor. Cerró la puerta tras de sí
al entrar a su morada y de inmediato encendió la computadora y el escáner para
cotejar las huellas digitales con su base de datos. Mientras tanto también encendía
la televisión para tener alguna otra novedad.
Después de verificar el del empleado del
museo siguió con el otro asesinado. Colocó el papel en el escáner y comenzó la
búsqueda. Unos minutos después tenía el nombre. No lo podía creer. Nunca
hubiera imaginado algo así. Mientras caía sentado en una silla preso del terror
se alcanzaba a escuchar en el televisor le nombre de la víctima, varios vecinos
los habían identificado. Era el Coronel Galindez.
Un grito de rabia surgió de las entrañas
del Teniente Coronel Repetto. ¿Cómo podía haber sucedido algo así? ¿Cómo fue
que salió ese imbécil de Galindez a la calle, de noche, sabiendo el peligro que
se corría?
De la desesperación manoteo la
computadora y pateó el escáner. Ambos artefactos dejaron funcionar por el
golpe, el monitor cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos. La ira del militar
no tenía imites. Siguió rompiendo adornos y arrancando el cortinado de las
ventanas, lo último que llegó hasta el piso fue el televisor que continuo
funcionando de milagro.
-¡Idiota!- Gritaba, como si su amigo
pudiera escucharle-
-¡¿A quien le voy a cobrar ahora?!-
Continuaba gritando.
De pronto se quedó callado. Alguien había
gritado desde uno de los departamentos vecinos, pidiendo silencio. O al menos
eso es lo que creyó escuchar. Y ahí fue que tomó conciencia del peligro que
corría.
¿Y si allanaban la casa de Galindez para
buscar pruebas? ¿Pruebas de que? Se preguntó luego. ¿Quién podía saber que
todas esas muertes eran simplemente el resultado de un macabro juego de apuestas
y que su amigo asesinado fuera uno de los involucrados?
Claro nadie podía asociar a una víctima
como el culpable. Nadie podría imaginar que el juego se había convertido, sin
querer, en una ruleta rusa. Se tranquilizó un poco y comenzó a ordenar el
desparramo de objetos cuando le asaltó otra duda. ¿Y si Galindez tenía una
lista u otro dato entre sus ropas? ¿Y si encontraban el archivo de huellas dactilares
en su casa, uno igual al que tenía él para comprobar los datos de las víctimas?
Acomodó el televisor sobre la mesa y se
sentó a escuchar. Por el momento no había ninguna novedad que reflejara algo
más que la permanente incertidumbre que reinaba desde el comienzo de la locura
de los asesinatos. El Coronel Galindez era solo otra víctima más y nada hacía
parecer que la policía supiera más que eso.
Pero el pensamiento de Repetto ya no
caminaba por carriles normales. El miedo no le dejaba pensar claramente y
continuaba imaginando detrás de cada palabra de periodistas o de entrevistados
que ya sabían lo que estaba ocurriendo. ¿Y si hablaba alguno de los
involuntarios asesinos? ¿Y si contaban como habían sido obligados a matar? ¿Podrían
identificarlo a Galindez o a él mismo? Claro que no, decía para calmarse. Ambos
se habían colocado postizos, anteojos oscuros u otros artilugios para no ser
reconocidos. De todas maneras… ¿Serian capaz de confesar sus crímenes y alguien
les creería? A la policía les parecería un cuento fantástico. Pero…eran tantos
que con que se atrevieran dos o tres y la cosa cambiaria.
¿Qué hemos estado haciendo? Se
preguntaba. ¿Acaso nos creímos tan omnipotentes como para jugar con las
personas y creer que no íbamos a sufrir las consecuencias? El terror continuó
acosándolo
Lo siguiente que pensó fue en poner
distancia entre su persona y el ámbito de los sucesos, tenía una pequeña quinta
en las afueras de Pilar. Nadie sabía de su existencia y le sería posible
ocultarse allí hasta saber cómo se desarrollaban los acontecimiento, o
eventualmente prepararse para fugarse del país. ¿A Uruguay donde tenía viejos
amigos militares del país vecino, o a Chile donde podría pasar desapercibido?
¿O mejor al Brasil donde podía ocultarse para siempre en algún pueblito del
interior?
Era evidente que ya no estaba en sus
cabales.
Capítulo 21
El comisario Fernandez continuaba
refugiado en Cancún. Anselmi y Zabaleta seguían esperando en sus domicilios el
resultado de las investigaciones de Asuntos Internos, la que se prolongaba en
una aparente intención de no culpar los comisarios corruptos hasta que
resolvieran su retiro con sueldo completo y así de paso calmarlos para que no
volvieran a intentar matar a quien los había denunciado.
Gutiérrez pasó la semana preso de los
nervios esperando una nueva tanda de asesinatos. Lo único que lo consolaba era
su vieja amiga, La Chola, la travesti que sabía cómo calmarlo. Solía ir todas las
noches acompañado de su viejo amigo Duarte que había comenzado a encariñarse
con la Jimena, quien compartía la vivienda con la amiga del inspector.
Como si fuera un pacto tácito ni Gutiérrez,
ni Duarte, ni los ayudantes tocaban el tema de los crímenes de los dedos
entintados. Era como negarlos y de esta manera exorcizarlos para que no vuelvan
a ocurrir.
El ministro de seguridad se acercó a las
oficinas del comisario Fernandez para charlar con el inspector en ausencia de
su jefe. Era extraño ver a un funcionario de tan alto rango descender las
trincheras pero todo era como si el mundo se hubiese trastocado y nada sorprendía.
El ministro tuvo una larga charla con Gutiérrez, intentando saber en qué andaba
la investigación y que pensaba que sucedería en el futuro.
-No se imagina lo que la ciudad ha
perdido en materia de ingresos por turismo- Le comentó al policía y luego
agregaba -Tanto que hemos tenido que paralizar varias obras públicas. Créame
amigo Gutiérrez, esto está llegando al borde del caos absoluto y ya no tenemos
margen político para solucionarlo si no encontramos a ese asesino-
-Asesinos- Manifestó el inspector.
-¿Cómo, asesinos?- pregunto el
funcionario.
-Sí, varios-
-¿Y quién lo dice?-
-Un vidente, asegura que cada día era un
asesino diferente-
-¡Vamos Gutiérrez! No me va a decir que
cree en esos charlatanes-
-Y, total tampoco es creíble lo que
digamos nosotros-
El ministro se fue tan disconforme como había
llegado. Lo único que se le ocurría era militarizar toda la ciudad como en las épocas
de la dictadura militar y no quería llegar a ello para no ser atacado por la
oposición.
Pasó la semana. Los nervios iban en
aumento conforme se acercaba el siguiente lunes. Pero el lunes no hubo novedad.
Claro, pensó Gutiérrez, en realidad después de dos tandas de crímenes el tiempo
que transcurría era de dos semanas. Y continuaron esperando. En esos días los
comisarios Anselmi y Zabaleta fueron pasados a retiro con todos los honores que
les correspondían después de tantos años de servicio a la fuerza. El inspector
presenció la ceremonia que fue realizada en el patio central del edificio del
comando. De los actos de corrupción ni noticias. Los expedientes de ambos
comisarios estaban más limpios que ropa de propaganda de jabón en polvo. Hasta
estuvieron presentes varios noticieros de televisión para dar más importancia
al hecho.
Cuando terminó el acto, los dos
retirados se acercaron a Gutiérrez y le dijeron:
-Decile a tu jefe que no hay rencores,
hasta nos favoreció su denuncia-
Y pasó otra semana. Cuando al lunes
siguiente no hubo novedad. La preocupación de Gutiérrez aumentó en lugar de disminuir.
Sospechaba que era una calma engañosa. Pero fueron pasando los días y nada
sucedía. De pronto los noticieros pasaron de difundir todo el tiempo novedades
sobre los crímenes a investigar que actor famoso se acostaba con que actriz en
ascenso y como luego ella lo acusaba de abuso sexual.
Fernandez volvió de México y la tensión
en la comisaria disminuyó en forma notoria, El inspector, asumiendo que ya no
sucedería nada guardó sus anotaciones, sus mapas, las fotos de los escenarios
de los crímenes y todo lo acumulado y lo metió en cajas. Duarte volvió a caminar
la calle buscando ladrones con solo su olfato y los ayudantes Márquez y Alonso
se dedicaron a tareas menores.
El que no encontraba calma era el Teniente
Coronel Repetto. Su angustia iba creciendo conforme pasaban los días y sobre
todo desde el momento en que el periodismo se ocupó de otra cosa. Su paranoia
lo llevo a pensar que la falta de noticias era con el propósito de tomarlo por sorpresa.
Temía que si andaba por la calle lo encontraría y reconocería alguno de los que
había convertido en asesino y lo denunciara.
Se recluyó en su departamento. No salía
para nada. Se hacía llevar la comida por el delivery pero ya se le estaba
acumulando la basura en bolsas de plástico y por consiguiente el olor. No se
afeitaba, no se bañaba, se dejó caer en
un creciente estado de abandono.
Hasta que un día reaccionó. Se dio una
ducha, se quitó la barba, sacó toda la basura al contenedor de la esquina. Se
vistió con ropa deportiva y de mucho mejor aspecto salió a la calle a caminar
sin rumbo fijo.
En una cantina de la Boca se detuvo a tomar
una cerveza. Sentado mientras masticaba los maníes que acompañaban la bebida
observó en torno suyo. No había muchos parroquianos en el lugar que estaba
bastante oscuro y desolado. Escogió a uno, un tipo fornido, con pinta de
marinero y comenzó a mirarlo fijamente. El otro no tardó en responder a las miradas.
Por curiosidad o lo que fuera, cuando Repetto le saludó moviendo imperceptiblemente
su vaso aquel individuo se levantó de su silla y se acercó a la del militar.
-¿El amigo es de Boca?- Preguntó el
sujeto.
-Sí, claro, venga vamos a brindar por el
campeonato- Respondió Repetto.
Y se tomaron un litro de cerveza y luego
otro. De pronto el individuo comenzó a sentirse mal. Tuvo una arcada y luego,
antes que el militar lo pudiera detener salió corriendo al baño. Cuando regresó
el mozo le recrimino que había vomitado en el lavatorio pero el sujeto no le
prestaba atención. Sobre todo en el momento en que Repetto le dijo que estaba envenenado
y que debía hacer algo si quería el antídoto.
El hombre parecía calmado a pesar de la
noticia. Escuchó atentamente las instrucciones del teniente coronel y las
repitió.
-Esta noche, a las doce, en la esquina
de Iraola y Villafañe, en la vereda de la casa que sirve como sede de la murga
Los Amantes de la Boca, habría una persona parada, alto de sombrero,
impermeable gris y zapatos negros. Solo tenía que acercársele lo suficiente
dispararle lo más certero posible con un revolver que le facilitó. Que no
hubiera duda sobre su muerte. Y después que volviera a la cantina y allí lo iba
a encontrar para darle el antídoto.
-Y no me juegue ninguna mala pasada porque
si no es hombre muerto. Solo yo puedo darle el antídoto- Concluyó Repetto.
Y así fue. En la medianoche, el sujeto,
revolver en mano disparo cuatro tiros sobre el hombre de impermeable gris que
cayó al suelo para no levantarse más. Habiendo comprobado que no había reacción
por parte de su víctima, el asesino corrió hacia la cantina para conseguir su
salvación.
Al otro día la novedad apareció en los
noticieros de la mañana y se las mencionó durante el día pero sin demasiada relevancia
tomándosela como otro vulgar hecho de inseguridad. Ni Gutiérrez ni su gente se
molestaron en investigar el hecho dejándoselo a los investigadores
principiantes.
El único comentario que cruzaron fue el
de Duarte mientras tomaban un café.
-Mira vos, mataron a un militar…Teniente
Coronel Repetto…¿qué haría a esa hora en ese lugar?-
Epilogo
En la sala de guardia del Hospital Argerich
entró un hombre gritando desesperadamente. Era evidente su malestar pues
vomitaba casi sin parar. Los médicos y las enfermeras lo contuvieron como
pudieron. Le preguntaron si había tomado algún toxico pero él solo reiteraba
que no lo sabía, que lo habían envenenado. De inmediato se ordenaron estudios
de los vómitos del paciente para tratar de analizar el contenido de su estómago.
De pronto el sujeto dijo algo acerca de
una persona que le daría un antídoto y los médicos se miraron entre sí.
-Debemos avisar a la policía, acá pasa
algo raro- dijo uno de ellos.
Una vez que del Comando solicitaron que
alguien fuera por el hospital, Duarte, el viejo sabueso, manifestó que se
encontraba cerca e iría a ver que sucedía.
En cuanto entró vio al personal de
limpieza lavando los pisos. Siguió el rastro de los vómitos y llegó hasta la
puerta de una sala donde un medico lo detuvo.
-¿Usted viene por este hombre?- Le
preguntó
-Sí, pero cuénteme que pasa-
El doctor le informó lo que habían escuchado
y lo hizo pasar a la habitación.
-Ahora está relajado por que le dimos calmantes
y le lavamos el estómago. El hombre afirmaba que lo habían envenenado pero no
era así-
-¿Por qué?- Pregunto Duarte.
-Solo le dieron un vomitivo, Jarabe de
Ipecacuana, se usa justamente para provocar el vomito si el paciente tomo algún
veneno, es de origen brasileño. Es cierto, las convulsiones le pueden haber dañado
algún tejido y si le hubieran dado mas le habría afectado al corazón, pero no
se iba a morir-
-¿Así que jarabe de Ipecu…?-
-Ipecacuana- Le corrigió el doctor.
-Bien- Dijo Duarte y tomando su celular
marcó un número, en cuanto le atendieron dijo.
-Gutiérrez, ¿Por qué no se viene por el
hospital? Tengo algo interesante que contarle-
FIN
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