La espada
Pero recuerda una cosa, hijo mío, solo debes desenvainarla para defenderte de quien te ataque, jamás para matar a alguien inocente. No andes buscando pendencia ni te unas a la milicia, en ambos casos correrás el riesgo de convertirte en prisionero.
Y, sobre todo, hijo mío, jamás la uses para defender la riqueza de ningún noble, que para eso están sus serviles que no sirven para otra cosa, en cambio tu, mal que les pese a los demás, eres un hombre.
Debes saber que las riquezas, como la suerte, van y vienen como el reflujo de las olas en la orilla y tú no debes atarte a la suerte de otras personas, hijo mío.
Más aún, en lo que debes ser precavido es en jamás tomar partido por nacionalismos o religiones. Siempre son la antesala del fanatismo, del fundamentalismo atroz del que no se regresa. Son los que mas muertes han causado en esta humanidad impía, alejada de toda suerte y benevolencia, hijo mío.
Jamás te postres ante bandera alguna, ni siquiera la de esta comarca en que vivimos, jamás te postres ante cruz, medialuna, o estrella. Las banderas son solo trapos que no valen ni siquiera una miserable vida humana, los símbolos religiosos son inventos de hombres ambiciosos de poder y faltos de la verdad, hijo mío.
La única verdad está en el camino del Sol cada día, sigue su curso, admira la naturaleza, conversa con los sencillos y escucha a los sabios. Siempre usa la palabra antes que tu espada, hijo mío.
Pero tenla a mano, lista y sin oxido. Nunca se sabe cuando puedes encontrar a quienes no conocen otro argumento que la violencia. Si algo aprendiste de este viejo, no frecuentaras cortes ni iglesias. No te dejaras enredar por los cantos de sirenas de gobernantes y clérigos, hijo mío.
Ahora vé. A pesar de todo, el mundo tiene algo de hermoso. Recorre las rutas y los senderos, escala montañas y navega ríos. Y, cuando regreses, si no has desenvainado tu espada por ningún mal motivo, me demostraras que eres el hombre en quien confío, hijo mío.