Los chinos
tienen una maldición que dice: “Ojala te toquen vivir tiempos interesantes”.
Los argentinos, al parecer, estamos condenados a vivir tiempos interesantes
desde la creación misma del Virreynato del Rio de la Plata hasta nuestros días.
Soy una persona
con una gran capacidad de optimismo en lo que se refiere a mi vida personal,
pero de profundo pesimismo acerca del futuro de mi país.
Confucio
decía que no se trataba de que hubiera leyes sino de que hubiera moral y que
esa moral se ejercía con el ejemplo de arriba hacia abajo, es decir del gobernante
al pueblo.
Pero en mi
país no hay moral, ni siquiera hay ley que valga porque todo delito es impune. Y
lo peor de todo es que los políticos ineptos y corruptos que nos gobiernan no
llegaron de Marte, sino, gracias a la democracia, del seno mismo del propio
pueblo lo que puede hacer pensar que el germen de esas incapacidades esta en
los genes de la población.
Nuestras
desdichas no provienen de una invasión extranjera ni estamos viviendo en la
actualidad una feroz dictadura, todas las instituciones, ejecutivas, jurídicas
y legislativas están siendo socavadas por los propios gobernantes.
Es cierto que
hay gente honrada entre nosotros, gente con valores y dignidad, pero no hacen
ruido, porque están ocupados en trabajar, educarse, educar a sus hijos y
respetar la ley.
Los que
ayudan al caos no son muchos en número pero si los suficientes para paralizar
un país. En un pueblo con un millón de habitantes, por ejemplo, basta con que
diez mil hagan lio para destruirlo.
El actual
gobierno nos ha puesto al borde del abismo por su incapacidad y soberbia, si
vuelve el anterior daremos ese paso al frente que nos precipitará al vacío.
Estamos como el paciente que espera una palabra del oncólogo que nos dará un
diagnostico mientras lee los análisis que le llevamos.
No tenemos
opción. Seguiremos viviendo tiempos interesantes.