Friday, May 06, 2011
La puerta abierta
Este cuadro de mi autoria representa mi vida despues de mi separacion el 30 de agosto de 1995. En primer lugar esta la imagen del crossdressing, la segunda figura representa mi pasion por la escritura, la tercera mi pasion por la pintura y la cuarta mi relacion de pareja. El pasaje estrecho entre muros es mi matrimonio y las dos farolas en el pasadizo son mis hijos.
Thursday, May 05, 2011
Lola (ficcion)
Comencé a visitar aquel geriátrico de la calle Olavaria debido a que mi amiga Mónica necesitaba algo así como un apoyo espiritual cada vez que iba a ver a su madre. La comprendía pues el sitio no era precisamente lo que podíamos llamar agradable pero era lo único que había podido pagar.
Las paredes cubiertas de manchas de humedad, las ventanas siempre cerradas y las habitaciones oscuras daban un aspecto tenebroso del que solo se salía en el patio cubierto por añosas enredaderas. Allí nos sentábamos, en sillones de hierro con almohadones gastados y Mónica trataba de establecer aunque fuera un mínimo contacto con la anciana cuya mente estaba en otra dimensión, en tanto yo miraba alrededor observando a los demás internados cada cual sumido en su propio mundo.
Nada me hubiera llamado particularmente la atención si no fuera por lo que escuche una de esas tardes. Las empleadas mencionaban con asiduidad a una tal Lola y no hubiera sido ese el motivo de mi extrañeza sino que cuando supe quien era Lola descubrí que era un varón.
La curiosidad se me fue acrecentando y un día no resistí la tentación de tratar de establecer algún dialogo. Así fue que me acerque y lo salude con un, inesperado para él, apretón de manos. Hablamos de las banalidades habituales, el clima, la atención del las empleadas, la comida, sus rutinas. Cuando supuse que habíamos entablado suficiente confianza le pregunte la razón de su apodo.
-No es apodo, es mi nombre- Me dijo.
Y comenzó a desgranar su historia. Una terrible historia plena de sinsabores que culminaba en su amargo presente. Lola era travesti, Muchos años atrás una jovencita llegada del pueblo de donde había sido echada primero de la casa paterna y luego de todo sitio por anormal y pervertida. Perdida en la gran ciudad, sin otro amparo que el que le podían brindar otras travestis veteranas y sin otra posibilidad de trabajo mas que la prostitución.
Años penando, golpeada por clientes, perseguida por la policía, acosada por los homo fóbicos de siempre, enferma por implantes mal hechos, su vida transcurría entre la calle, la mugrosa pensión donde vivía, los hospitales y las comisarías. Sin poder juntar jamás una cantidad respetable de dinero.
Intento conseguir un trabajo respetable pero las puertas siempre se le cerraron y hubiera muerto a los sumo a los treinta o treinta y cinco años si no fuera por que una señora, casi como un ángel bajado del cielo, la tomo como sirvienta. Ese fue el mejor periodo de su vida, pero las cosas buenas terminan alguna vez y eso fue lo que ocurrió cuando la mujer falleció y sus herederos se disputaron sus pertenencias.
Intentó hacer valer sus años de trabajo para conseguir una jubilación pero la fría burocracia le negó todo y desamparada nuevamente terminó pasando sus noches durmiendo en la calle de donde la levantó una asistente social que la derivó a este geriátrico en donde estaba ahora.
Hacia varios años que no tenía la posibilidad de ponerse una ropa de mujer. Lo tenía absolutamente prohibido por las autoridades del hogar que argumentaban que provocaría conflictos internos. Eso era lo que mas la entristecía.
-No puedo ser yo- Me decía
-Me han quitado lo único que me quedaba, mi verdadera identidad- Insistía.
Así llegué a la conclusión que debía hacer algo por ella. Comencé a visitarla por mi cuenta, ademas de cuando acompañaba a mi amiga. En medio de nuestras interminables conversaciones le confesé que era crossdresser. Fue la primera vez que la vi sonreír.
-Aprovéchalo, nunca se sabe que puede ser el mañana- Me aconsejó.
Pero para ella el mañana iba a ser lo mismo que el ayer y el hoy, siempre la misma rutina agobiante. Por ello tomé una decisión. Una mañana me presente a las autoridades del geriátrico solicitando que me dejaran llevarla a pasear. Debo decir que no fue fácil, pues al principio se negaron argumentando que no era pariente pero entraron en razón en cuanto comencé a enumerarles la cantidad de infracciones edilicias y atención a los internos que estaban cometiendo y por las que podía denunciarlos.
Lola no podía creerlo cuando le dije que el siguiente sábado pasaría por ella. Cuando arribé al Geriátrico la encontré vestida con su mejor ropa, de varón por supuesto. Las empleadas le tenían, a pesar de las autoridades, un cariño especial y se habían preocupado por hacerla lucir bien.
No era precisamente una anciana, apenas orillaba los sesenta y cinco años y podía caminar sin ayuda, pero los golpes de la vida le habían dejado un prematuro envejecimiento que la obligaba a andar despacio y arrastrando los pies. Subió al auto y se acomodó. En cuanto lo puse en marcha y nos alejamos unas cuadras del Geriátrico ya sonreía sin parar. Como un niño tras la llegada de los Reyes Magos.
-Vamos a pasear todo el día pero antes debemos hacer una parada necesaria- Le dije
Estuvo intrigada pero no quise develar la sorpresa hasta llegar a mi casa. Estacioné, descendimos y entramos. La llevé hasta mi habitación y allí le develé el misterio.
-Querida amiga, si vamos a pasear hagamos que valga la pena-
Me miro sin saber que pensar.
-Vamos a salir como dos reinas que somos, yo tengo seleccionado lo que me voy a poner, tú puedes elegir, mi ropero es tuyo-
En ese momento Lola fue otra persona. Su cara era toda alegría, se acercó a mí y me abrazó con fuerza inusitada.
Mientras me vestía y me maquillaba ella elegía sus prendas y por primera vez la oí cantar y hasta bailaba frente al espejo. No necesite ayudarla a maquillarse, sus manos no habían olvidado la habilidad para hacerlo.
Cuando salimos éramos dos señoras elegantes vestidas con discreción y buen gusto. Todo el día fue nuestro, paseamos por Puerto Madero, almorzamos en uno de los restaurantes con vista a la dársena, caminamos por Palermo, recorrimos librerías por la avenida Corrientes y tomamos el te en una confitería de Recoleta. Lola estaba exultante, no solo por haber podido volver a vestir de mujer sino por que nunca había estado en sitios tan elegantes y además siendo bien atendida.
-Como cambian los tiempos, antes una travesti jamás hubiera podido ir a los sitios donde hemos estado- Me decía mientras regresábamos a mi casa.
-Tal vez sea así, pero no te engañes, hay mucha hipocresía, pero no importa, de todas maneras saben que deben tratarnos como reinas-
Con cuidado le saque el maquillaje para que no quedaran rastros en su cara y ya anochecía cuando la deje en el geriátrico.
-Volveré el sábado que viene y todos los demás- Le prometí –Y tú intenta pasarla lo mejor posible-
-Lo haré- Me dijo mientras una empleada estaba abriendo la puerta.
Y así fue, todos los sábados salíamos a pasear, ambas travestidas, hasta le compre ropa nueva y le hice un lugar exclusivo para ella en mi guardarropa. Éramos como dos hermanas, como dos amigas de toda la vida. El cambio que se produjo en ella era casi mágico, fue recobrando la postura derecha y dejó de arrastrar los pies. Había rejuvenecido. Lo único que me inquietaba eran algunos accesos de tos y le dije que se hiciera ver por el medico del geriátrico a lo que me contestaba vagamente.
Aunque hubiera querido no la podía llevar a mi casa, lamentablemente no podría explicar a mis hijos cuando vinieran de visita quien era esa persona, pero estaba decidido a sacarla del geriátrico. Después de cierto tiempo de averiguar logre que una anciana benevolente, vieja amiga de la familia de mi padre la aceptara como dama de compañía aun sabiendo que era travesti.
Ese sábado no veía la hora de llegar y contarle la novedad. Me sorprendió no verla en la salita del frente cuando la empleada me abrió la puerta.
-¿Lola?-Pregunté.
-¿No sabe?- Repregunto la empleada.
Sin que me lo dijera lo supe, pero ella me tomo del brazo y mientras nos encaminábamos al patio me contó todo.
-Falleció anoche, estaba mal y lo sabía, pero no queria alargar mas su existencia, yo siempre fui su confidente y me dijo que este era el momento mas feliz de su vida pero que tenia miedo que acabara y despertara como de un sueño-
Me brotaron las lágrimas de los ojos y ella continuó.
-Usted le devolvió la alegría, esperaba cada sábado con impaciencia, eso la ayudo a sobrellevar su último tiempo. El medico ya le había informado de su enfermedad-
Gire sobre mí y tome el camino a la salida. La empleada me palmeo la espalda en un gesto de consuelo. Apreté sus manos sin poder decir ni una palabra pero ella igualmente entendió. Salí a la calle, aspiré el aire puro del otoño y me fui.
Mi amiga Mónica jamás supo por que no quise poner un pie en ese geriátrico nunca más.
Las paredes cubiertas de manchas de humedad, las ventanas siempre cerradas y las habitaciones oscuras daban un aspecto tenebroso del que solo se salía en el patio cubierto por añosas enredaderas. Allí nos sentábamos, en sillones de hierro con almohadones gastados y Mónica trataba de establecer aunque fuera un mínimo contacto con la anciana cuya mente estaba en otra dimensión, en tanto yo miraba alrededor observando a los demás internados cada cual sumido en su propio mundo.
Nada me hubiera llamado particularmente la atención si no fuera por lo que escuche una de esas tardes. Las empleadas mencionaban con asiduidad a una tal Lola y no hubiera sido ese el motivo de mi extrañeza sino que cuando supe quien era Lola descubrí que era un varón.
La curiosidad se me fue acrecentando y un día no resistí la tentación de tratar de establecer algún dialogo. Así fue que me acerque y lo salude con un, inesperado para él, apretón de manos. Hablamos de las banalidades habituales, el clima, la atención del las empleadas, la comida, sus rutinas. Cuando supuse que habíamos entablado suficiente confianza le pregunte la razón de su apodo.
-No es apodo, es mi nombre- Me dijo.
Y comenzó a desgranar su historia. Una terrible historia plena de sinsabores que culminaba en su amargo presente. Lola era travesti, Muchos años atrás una jovencita llegada del pueblo de donde había sido echada primero de la casa paterna y luego de todo sitio por anormal y pervertida. Perdida en la gran ciudad, sin otro amparo que el que le podían brindar otras travestis veteranas y sin otra posibilidad de trabajo mas que la prostitución.
Años penando, golpeada por clientes, perseguida por la policía, acosada por los homo fóbicos de siempre, enferma por implantes mal hechos, su vida transcurría entre la calle, la mugrosa pensión donde vivía, los hospitales y las comisarías. Sin poder juntar jamás una cantidad respetable de dinero.
Intento conseguir un trabajo respetable pero las puertas siempre se le cerraron y hubiera muerto a los sumo a los treinta o treinta y cinco años si no fuera por que una señora, casi como un ángel bajado del cielo, la tomo como sirvienta. Ese fue el mejor periodo de su vida, pero las cosas buenas terminan alguna vez y eso fue lo que ocurrió cuando la mujer falleció y sus herederos se disputaron sus pertenencias.
Intentó hacer valer sus años de trabajo para conseguir una jubilación pero la fría burocracia le negó todo y desamparada nuevamente terminó pasando sus noches durmiendo en la calle de donde la levantó una asistente social que la derivó a este geriátrico en donde estaba ahora.
Hacia varios años que no tenía la posibilidad de ponerse una ropa de mujer. Lo tenía absolutamente prohibido por las autoridades del hogar que argumentaban que provocaría conflictos internos. Eso era lo que mas la entristecía.
-No puedo ser yo- Me decía
-Me han quitado lo único que me quedaba, mi verdadera identidad- Insistía.
Así llegué a la conclusión que debía hacer algo por ella. Comencé a visitarla por mi cuenta, ademas de cuando acompañaba a mi amiga. En medio de nuestras interminables conversaciones le confesé que era crossdresser. Fue la primera vez que la vi sonreír.
-Aprovéchalo, nunca se sabe que puede ser el mañana- Me aconsejó.
Pero para ella el mañana iba a ser lo mismo que el ayer y el hoy, siempre la misma rutina agobiante. Por ello tomé una decisión. Una mañana me presente a las autoridades del geriátrico solicitando que me dejaran llevarla a pasear. Debo decir que no fue fácil, pues al principio se negaron argumentando que no era pariente pero entraron en razón en cuanto comencé a enumerarles la cantidad de infracciones edilicias y atención a los internos que estaban cometiendo y por las que podía denunciarlos.
Lola no podía creerlo cuando le dije que el siguiente sábado pasaría por ella. Cuando arribé al Geriátrico la encontré vestida con su mejor ropa, de varón por supuesto. Las empleadas le tenían, a pesar de las autoridades, un cariño especial y se habían preocupado por hacerla lucir bien.
No era precisamente una anciana, apenas orillaba los sesenta y cinco años y podía caminar sin ayuda, pero los golpes de la vida le habían dejado un prematuro envejecimiento que la obligaba a andar despacio y arrastrando los pies. Subió al auto y se acomodó. En cuanto lo puse en marcha y nos alejamos unas cuadras del Geriátrico ya sonreía sin parar. Como un niño tras la llegada de los Reyes Magos.
-Vamos a pasear todo el día pero antes debemos hacer una parada necesaria- Le dije
Estuvo intrigada pero no quise develar la sorpresa hasta llegar a mi casa. Estacioné, descendimos y entramos. La llevé hasta mi habitación y allí le develé el misterio.
-Querida amiga, si vamos a pasear hagamos que valga la pena-
Me miro sin saber que pensar.
-Vamos a salir como dos reinas que somos, yo tengo seleccionado lo que me voy a poner, tú puedes elegir, mi ropero es tuyo-
En ese momento Lola fue otra persona. Su cara era toda alegría, se acercó a mí y me abrazó con fuerza inusitada.
Mientras me vestía y me maquillaba ella elegía sus prendas y por primera vez la oí cantar y hasta bailaba frente al espejo. No necesite ayudarla a maquillarse, sus manos no habían olvidado la habilidad para hacerlo.
Cuando salimos éramos dos señoras elegantes vestidas con discreción y buen gusto. Todo el día fue nuestro, paseamos por Puerto Madero, almorzamos en uno de los restaurantes con vista a la dársena, caminamos por Palermo, recorrimos librerías por la avenida Corrientes y tomamos el te en una confitería de Recoleta. Lola estaba exultante, no solo por haber podido volver a vestir de mujer sino por que nunca había estado en sitios tan elegantes y además siendo bien atendida.
-Como cambian los tiempos, antes una travesti jamás hubiera podido ir a los sitios donde hemos estado- Me decía mientras regresábamos a mi casa.
-Tal vez sea así, pero no te engañes, hay mucha hipocresía, pero no importa, de todas maneras saben que deben tratarnos como reinas-
Con cuidado le saque el maquillaje para que no quedaran rastros en su cara y ya anochecía cuando la deje en el geriátrico.
-Volveré el sábado que viene y todos los demás- Le prometí –Y tú intenta pasarla lo mejor posible-
-Lo haré- Me dijo mientras una empleada estaba abriendo la puerta.
Y así fue, todos los sábados salíamos a pasear, ambas travestidas, hasta le compre ropa nueva y le hice un lugar exclusivo para ella en mi guardarropa. Éramos como dos hermanas, como dos amigas de toda la vida. El cambio que se produjo en ella era casi mágico, fue recobrando la postura derecha y dejó de arrastrar los pies. Había rejuvenecido. Lo único que me inquietaba eran algunos accesos de tos y le dije que se hiciera ver por el medico del geriátrico a lo que me contestaba vagamente.
Aunque hubiera querido no la podía llevar a mi casa, lamentablemente no podría explicar a mis hijos cuando vinieran de visita quien era esa persona, pero estaba decidido a sacarla del geriátrico. Después de cierto tiempo de averiguar logre que una anciana benevolente, vieja amiga de la familia de mi padre la aceptara como dama de compañía aun sabiendo que era travesti.
Ese sábado no veía la hora de llegar y contarle la novedad. Me sorprendió no verla en la salita del frente cuando la empleada me abrió la puerta.
-¿Lola?-Pregunté.
-¿No sabe?- Repregunto la empleada.
Sin que me lo dijera lo supe, pero ella me tomo del brazo y mientras nos encaminábamos al patio me contó todo.
-Falleció anoche, estaba mal y lo sabía, pero no queria alargar mas su existencia, yo siempre fui su confidente y me dijo que este era el momento mas feliz de su vida pero que tenia miedo que acabara y despertara como de un sueño-
Me brotaron las lágrimas de los ojos y ella continuó.
-Usted le devolvió la alegría, esperaba cada sábado con impaciencia, eso la ayudo a sobrellevar su último tiempo. El medico ya le había informado de su enfermedad-
Gire sobre mí y tome el camino a la salida. La empleada me palmeo la espalda en un gesto de consuelo. Apreté sus manos sin poder decir ni una palabra pero ella igualmente entendió. Salí a la calle, aspiré el aire puro del otoño y me fui.
Mi amiga Mónica jamás supo por que no quise poner un pie en ese geriátrico nunca más.
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